
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗦𝗜𝗫
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗦𝗜𝗫
𝑾𝑬𝑳𝑪𝑶𝑴𝑬 𝑻𝑶 𝑻𝑯𝑬 𝑪𝑰𝑹𝑪𝑼𝑺
— Bien, escuchadme bien — agarró a ambos antes de que pudieran entrar tras el misterioso hombre al ostentoso resort iluminado. Kougami parecía estar a punto de comenzar a brillar de felicidad, murmurando que vería a su hermano mayor—. Entiendo que quieras ver a tu hermano, Kou, pero debemos ser cautos. No conocemos a esta gente, no sabemos de qué va esto, así que manteneos unidos. No aceptéis ningún trato, no toméis nada que os dé un desconocido y siempre que os sintáis inseguros buscadme.
— No puede ser tan malo si Hideki está aquí — afirmó con seguridad el Matsumoto—. Nos mantendremos juntos, te lo prometo. Solo... Solo quiero ver a mi hermano.
Yoriko sonrió con los labios cerrados, comprensiva. Ella no tenía hermanos o primos a los que buscar, pero podía sentir la desesperación de Kougami. Si ella se encontrase a cualquiera de sus cadetes, no dudaría en querer juntarse a él. Era una cuestión de familiaridad, confianza, y respetaba eso.
— Entonces somos nosotras dos cuidando el culo del cojo — bromeó, rodeando los hombros de la más bajita. Kuina se sorprendió, pero sonrió—. Vamos con el rarito y su panda de matones.
Debido a que Kuina parecía algo nerviosa según entraban, no se alejó de ella. Era fuerte, lo había visto, pero aún así quería cuidar de ella como su compañera. Era la Capitana Tetsuro, y no iba a dejar a un lado sus instintos ni en un mundo de muerte y caos como ese. Cuando encontrase la manera de volver, se encargaría de hacer justicia por los que habían muerto por culpa de esos juegos sádicos. Incluso si ella ya cargaba con suficiente culpabilidad.
— Sombrerero — pronunció Last Boss casi con cansancio. No era demasiado sociable, y detestaba su trabajo. Era como su jefe.
El tan mencionado Sombrerero no era más que un hombre algo más mayor que ella, y vestido de playa. Gafas de sol, bañador y un kimono ancho. Mostraba una postura relajada, y cuando les vio entrar sonrió poniéndose en pie.
— ¡Bienvenidos a la Playa! — abrió los brazos, saludando—. Soy el líder de este lugar, todos me llaman Sombrerero. Mis hombres me han hablado de vuestra actuación en los juegos, y sois más que bienvenidos a este lugar. ¿Cómo os llamáis?
— Yoriko Tetsuro, ellos son Kuina Hikari y Kougami Matsumoto — tomó el liderazgo—. Esos hombres tuyos nos mencionaron tres normas después de tratar de robar la carta que mi compañera había cogido.
— Claro, las normas son tan solo tres — asintió, acercándose. Era más bajito que ella, bastante—. La primera, tus cartas pertenecen a la Playa. Trabajamos en conjunto para lograr conseguir toda la baraja — señaló al fondo. De inmediato abrieron una falsa pared revelando un mural de cartas dibujadas y tachadas—. Nuestra hipótesis es que tras la recolección de todas las cartas podremos salir individualmente. Por eso hay un sistema jerárquico — señaló su pulsera, donde relucía el número uno—. Podréis ascender según vuestro empeño.
— Entonces seré un soldadito recolector para que tú puedas salir de aquí antes que nadie — alzó las cejas, mirando al resto de miembros de la sala—. Y una vez salgas, el contador de cartas estará en cero. Me parece una mierda de sistema.
— Es tan solo una hipótesis — dijo un hombre con gafas—. Es nuestra manera de asegurar que la decisión sea justa en caso de ser así.
— ¿Justicia? — repitió, soltando una risa irónica. Kougami pellizcó su brazo para que se callase—. ¿Quién decide quién merece salir de aquí? ¿Tú?
El hombre quedó en silencio. Todos estaban en silencio, mirando con cierta duda a la gigante mujer de uniforme.
— Segunda norma, debes llevar bañador — siguió hablando. A nadie le gustaba que cuestionaran su sistema—. Así nadie puede esconder armas o cartas.
Antes de poder hablar de nuevo, Kougami se apresuró a hablar.
— Está bien, ¿cuál es la tercera?
— Muerte a los traidores — Yoriko se tensó—. A partir de este momento sois miembros de la Playa, y se considerará traición huir de aquí o robar cartas del ejecutivo.
— Nos largamos — determinó—. Kou, quédate en esta cueva de ratas si quieres, yo me largo – miró a Kuina, y esta asintió.
Ante su movimiento de rechazo, un grupo de hombres vestidos de manera similar se colocaron frente a ella. Sus cabezas llegaban por sus hombros, y ni intimidaban en absoluto. Con un empujón los apartó a un lado como si nada, tirando de Kuina con suavidad.
— Aguni, por favor — musitó la voz cansina del Sombrerero.
El tal Aguni se puso frente a ella. Más de metro ochenta, vestuario de militar y un gesto de enfado. Al cruzarse de brazos reveló que podía hacerla frente si se trataba de largar, pero ella también sabía sacar músculos.
— No peleemos, Yoriko — dijo Kougami, angustiado por la situación—. No puede ser tan malo, igualmente tendríamos que jugar y aquí al menos tenemos recursos.
Yoriko suspiró pesadamente. Podría pelear y montar un espectáculo para salir de ahí, pero ella era más inteligente que eso. Alzó las manos resignada, indicando que no habría pelea por el momento.
— ¿Bombera? — señaló su vestimenta. Seguía con sus pantalones del uniforme, y la pesada chaqueta. Asintió—. Sombrerero, ella hará la prueba.
— ¿Qué prueba? — repitió con brusquedad.
— Para ser Paramilitar, la unidad de fuerza de nuestro resort — explicó el loco. Yoriko se pasó la mano por el cabello, echando hacia atrás sus mechones azabache. Cada vez se ponía peor, y peor.
— No haré una mierda — determinó—. Agradeced que me quedaré aquí por las buenas.
Aguni miró atentamente a la mujer de mal carácter. Era perfecta para ser una Paramilitar, desde su intimidante altura hasta su actitud inflexible y músculos desarrollados. Estaba seguro de que podría levantar su peso en cada brazo y tenía habilidades de combate básicas. Sin embargo, era esa personalidad idónea para liderar lo que causaba que jamás fuera a aceptar unirse por las buenas a él.
— Guíalos a sus habitaciones, Aguni — dijo el Sombrerero, mientras analizaba las cartas que Kougami había entregado según las normas—. Mañana os daremos vuestros números correspondientes en función de las cartas aportadas. Si Tetsuro aceptase convertirse en Paramilitar, subiriamos vuestros niveles.
Con esa última oferta, siguieron al tal Aguni.
— Disculpa, ¿hay por aquí algún Hideki Matsumoto?
Yoriko soltó un suspiro, sin poder creerse aún cuántos problemas le habían traído los dos Matsumoto. Si tan solo el hermano del pintor no fuera un miembro de ese circo, estaría en ese momento en el hotel con Kuina. Pero ahí estaba, caminando detrás de un tío malhumorado directos a lo que serían sus habitaciones hasta literalmente el día de su muerte. Gracias, Matsumoto.
— No puede ser tan malo, Yoriko — Kuina apoyó una mano sobre su brazo, sonriendo levemente—. Estamos juntos, tan solo debemos seguir haciendo lo que hemos estado haciendo hasta ahora.
— No me gusta nada esta gente — musitó, viendo de reojo a Kougami hablar con el hombre—. Ese tal Sombrerero... No me uniré a su show de circo.
— Nos mantendremos juntas — la bombera asintió ante la decisión de Kuina, rodeando sus hombros de nuevo. Era pequeña, la altura perfecta para poder cubrirla.
— Esas tres habitaciones — señaló hacia el frente al llegar a un pasillo largo y bien iluminado. Las paredes crema tan solo daban una sensación de calidez, y los ventanales del fondo del pasillo la sensación de estar en un hotel de lujo. No se alejaba demasiado de la realidad—. Mañana debéis ir en bikini.
— ¿Los tenemos que hacer nosotros o alguien nos dará ropa? — replicó de manera sarcástica la más alta.
— Escúchame, bombera — se acercó el hombre, completamente serio. Yoriko le miró desde arriba con una ceja alzada—. Cuida bien lo que dices. Si eres lista, sabrás cuando callarte — ante el final silencio de la más alta, asintió levemente—. Te quiero en los Paramilitares, piénsalo. Si quieres ayudar a tus amigos... Es la mejor opción que tienes.
— No trates de usar esos trucos emocionales en mí — señaló—. Agradece que estamos colaborando con este circo.
Tras un último desafío de miradas, Aguni se alejó por el pasillo a pisadas fuertes. Ninguno dijo nada, simplemente mirando a la enorme bombera suspirar y poner una mirada más suave para ellos.
— Yo... ¿Puedo ir con mi hermano? Me han dicho ya donde está y... — Yoriko le dio un golpe en la frente—. ¡Ay, Hulka!
— Te he dicho que no metas tus problemas maternales en mí, ve con tu hermano — el cojo sonrió en grande, y a pasitos rápidos se perdió también por el pasillo. Solas, miraron las tres puertas frente a ellas—. Podemos compartir habitación si quieres. No me fio de esta gente en absoluto.
— Claro, vamos a buscar la más grande — asintió de inmediato. Yoriko abrió la primera, aunque apenas había algo más que una cama y una mesita de noche bastante fea. En la segunda había lo mismo, y Kuina ya estaba imaginandose como iba a compartir una habitación cuando al abrir la tercera vieron que había más espacio—. Podemos mover una cama aquí.
— A estas horas vendrán a ver qué hacemos — entró sin dudarlo, haciéndola un gesto para que entrase también. Una vez ambas estaban dentro, trató de cerrar la puerta—. No tiene cerrojo. Putos dementes.
— Ahora sí que me da miedo este sitio — trató de bromear, pero debido al estrés creciente de la mayor posó con preocupación sus orbes oscuros en ella—. Estamos juntas, nos protegeremos la espalda. Nadie en su sano juicio se metería en una pelea contigo, Yoriko.
— Ese capullo sí — se tiró en el colchón, cruzando los brazos sobre su abdomen—. Creo que va a ser la primera vez en años que me ponga un bikini. Rezaré para que haya de mi talla.
Kuina lo podía ver, podía notar la manera en la que Yoriko buscaba relajarse para no asustarla. Si ella estaba tensa, la menor también. Era una cuestión de defensa.
— ¿Por qué no quieres unirte a los Paramilitares? — se tumbó a su lado, ambas mirando el techo beige. La electricidad funcionaba, pero preferían estar iluminadas con los tenues focos del exterior—. Es tu especialidad, los equipos de fuerza y todo eso.
— Soy bombera, salvo vidas — se giró mirándola—. Ellos las arrebatan. Viviré hasta mi último aliento fiel a mis ideales.
Mientras la mayor sonreía levemente contemplando sus ojos, Kuina juró que podría perderse por completo en ellos. Jamás había sentido tal desequilibrio en su corazón con otra mujer, pero Yoriko Tetsuro no era una mujer cualquiera.
— Te seguiré hasta entonces, Capitana — aseguró, tomando su mano. La diminuta sonrisa de Yoriko se amplió, y correspondió su agarre al entrelazar sus dedos suavemente. Para Kuina, sus manos encajaban a la perfección. Yoriko tenía una palma grande llena de callos debido a sus entrenamientos y trabajo duro, mientras ella adoraba cuidarse la piel y hacerse la manicura. La diferencia solo logró agitar su corazón débil ante la mirada de la azabache—. Yo... Podemos mover la cama mañana.
— Claro, mañana — asintió.
Y aún si Kuina se moría de ganas de romper esa tensión con la preciosa bombera, simplemente acarició el dorso de su mano. Yoriko necesitaba relajarse, y ella descansar después de un día tan movido. Tal vez mañana podrían hablar de ese coqueteo en el final del juego, pero en ese momento solo quería estar con ella sintiendo que todo podría mejorar.
— ¿Te importa si compartimos la cama? — susurró, viendo los párpados de la mayor comenzar a pesar. En respuesta se levantó perezosa, quitándose las botas y chaqueta. Siempre llevaba una camiseta sin mangas debajo de apariencia cómoda.
— Elige un lado, preciosa — Kuina se quitó de inmediato sus zapatillas y jersey, rodando al lado de la pared. Yoriko soltó una pequeña risa ante esa actitud, aunque se tumbó a su lado sin decir absolutamente nada más—. Descansa.
— Igualmente — murmuró.
Sin embargo, dormir no fue tan sencillo. Podía notar la pesada respiración de Yoriko, pero sus ojos se negaban a cerrarse por completo. Creía estar más tranquila acompañada de la bombera, pero seguía paranoica respecto a la ausencia de cerrojo. ¿Y si entraban a por ellas por el enfrentamiento de Yoriko y los tíos raros? Ella estaba ahora completamente indefensa, y contra un arma no podrían hacer mucho.
— ¿Qué ocurre? — el susurro apenas audible de la mayor la sobresaltó. Seguía con los ojos cerrados, pero estaba despierta—. ¿No puedes dormir por algo?
— Solo no me gusta mucho este sitio — admitió—. Tienen muchas armas, y no parecen estar muy bien de la cabeza.
— He trabado la puerta, y tengo el sueño ligero — carraspeó levemente—. Descansa, siempre estoy alerta.
— Perdona por despertarte — susurró avergonzada, dándola la espalda pero acercándose un poco—. Gracias por esto.
— No las des — se acomodó también—. Si necesitas algo, pídelo.
Volvieron a quedar en completo silencio. Con haber escuchado aquello de la puerta ya se sentía más relajada, y se sentía culpable de saber que Yoriko no descansaría correctamente por vigilar. Estaba haciendo todo eso de manera automática, como si estuviera aún en el trabajo protegiendo a gente o lista para tener que salir corriendo en cualquier momento por una urgencia.
— ¿Puedes abrazarme?
No hubo respuesta. Tal vez se habría dormido ya. Suspiró algo avergonzada por sus propias palabras, abrazándose a sí misma y tratando de dormir de una vez.
Repentinamente, agitando su corazón tanto que creyó que su compañera podría estar escuchando, un brazo más largo y ancho se pasó por su cintura, tirando levemente de ella más cerca. Podía sentir su pecho pegado a su espalda, su mano sujetar su cintura y el leve suspiró que soltó tras ello.
— Deja de pensar tanto y duerme.
Para ella debía ser fácil, porque no tenía a la mujer más atractiva que había visto abrazandola. Aún así, cerró los ojos y se relajó. Definitivamente necesitaba un cigarro.
— Quién te viera y quién te ve, pervirtiendo a jovencitas inocentes.
— ¿Estamos ante un caso de pedofilia, Kou?
— Definitivamente, Hide.
Yoriko había encontrado lo que los cristianos llamaban infierno: pasar el día con los Matsumoto. Incluso Kuina había acabado huyendo de ellos excusandose de que tenía sed. Hideki era de su edad, bastante más bajo que su hermano menor y con un humor de mierda. Para su mala suerte era Paramilitar, y desde que Aguni le vio pegado a su hermano cojo le encargó la misión de convencerla de entrar a esa liga justiciera de veraneantes.
— ¿Sabéis qué? — se levantó de la mesita del bar de cócteles instalada en el exterior—. Me voy con Kuina.
— Se va con su novia — bromeó Kougami en susurros altos hacia su hermano. El idiota de Hideki imitó su risa—. Ve a intimidar a sus pretendientes, Hulka.
Rodó los ojos pisando su pie al pasar, alejándose en dirección al borde de la piscina donde Kuina se remojaba los pies. Tal y como había dicho Aguni, todos llevaban un bikini. Fue él mismo el encargado de mandar a los hermanos del terror con una caja de conjuntos, y tan solo uno era de su talla. Hideki aseguró que pediría más de esa talla para que no tuviera que repetir demasiado la misma ropa.
A diferencia de ella que odiaba vestir de verano, Kuina estaba en su ambiente. Se enamoró de un bikini azul marino, y también encontró unas sandalias a juego. Ella no tenía zapatos de mujer de su talla, pero su modista personal (en realidad, eran Kuina y Kougami) localizó unos que eran cómodos como sus botas. Su uniforme estaba firmemente guardado y protegido en el armario de la habitación, y si alguien se atrevía a tocarle estaba muerto. No pensaba regresar al mundo real en un bikini con flores, perdería todo el respeto de sus cadetes.
— Hey — se sentó a su lado, estremeciéndose un poco por el frío del agua. La menor sonrió en grande nada más verla, y los chicos que murmuraban para acercarse a hablarla se acobardaron—. ¿Todo bien?
— Podría ser peor — jugueteó con un palito de helado—. Es un buen sustituto para los cigarrillos.
Yoriko analizó a la de rastas. Mordisqueaba el palito como si realmente fuera un cigarro, y balanceaba los pies en el interior del agua de manera constante. No estaba cómoda con algo, o había algo que estaba poniéndola nerviosa.
— Kuina, ¿realmente está todo bien? — rozó sus brazos al balancearse hacia su costado. Se tensó, mirando fijamente el fondo de la piscina—. ¿Es por lo de anoche? Si hice algo que te incomodara...
— ¡No! — cortó repentinamente, mirándola a la cara por primera vez en toda la mañana—. Es solo que... Es una tontería, pero me da algo de vergüenza. Te llené de babas.
La bombera soltó una carcajada.
— Yo te aplasté un poco, todos tenemos diferentes maneras de dormir — restó importancia—. Moveré todo cuando el resto estén comiendo, así no se fijarán en la Dwayne Johnson japonesa moviendo muebles.
— ¿Dwayne Johnson japonesa? — rio Kuina, más relajada—. ¿Como la Roca?
— Escucha bien lo que dice la gente al verme — se acercó a su rostro, susurrando—. He escuchado de una chica que parece que estoy en un concurso de culturismo. Ya sabes, por el bañador.
No mires, no mires, no mires. Kuina miró. Hombros anchos, brazos marcados y unas piernas firmes. Era sorprendente poder incluso ver sus abdominales algo marcados, o apreciar su amplia espalda sin esa enorme chaqueta de uniforme. No estaba aún muy segura de si la ponía o intimidaba, solo sabía que era demasiado atractiva. Jamás se había planteado eso de tener un tipo, pero Yoriko había elevado sus expectativas. Las bomberas de metro noventa con mal carácter y sonrisa bonita eran ahora su tipo por completo.
— ¿Tienes un tipo? — preguntó.
Se mostró confundida por esa pregunta, pero quedó pensativa.
— Aquellas que me corresponden — bromeó—. No me importa eso de la altura, peso o rasgos físicos. Aunque... Bueno, tengo especial interés en las chicas que confiesan cosas raras cuando creen que van a morir.
Su cerebro dio un cortocircuito.
— ¿Estás coqueteando ahora tú conmigo?
GRAPHICS.
Para aquellos que no se puedan imaginar a Yoriko, tomo como referencia a Rhea Ripley✌🏻 así me imagino a nuestra bombera, pero de casi dos metros jeje
Reencuentro de los Matsumoto😭 no como en Hollywood o Phobia lol
ORDEN DE LECTURA:
HOLLYWOOD, PHOBIA, IDOL, FIREWORKS
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