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𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗦𝗘𝗩𝗘𝗡



𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗦𝗘𝗩𝗘𝗡

𝑹𝑬𝑫 𝑳𝑰𝑷𝑺 𝑨𝑵𝑫 𝑺𝑬𝑪𝑹𝑬𝑻𝑺 𝑰𝑫𝑬𝑨𝑳𝑺

Kuina fingió no estar decepcionada cuando, al llegar a la habitación para guardar un cambio de sandalias que la habían dado, vio que Yoriko había colocado ya otra cama. Había sido una de las mejores noches de su vida, aún si el cuerpo de la bombera tendía a aplastarte un poco al abrazar con fuerza lo primero que veía. No la importaba, podría morir feliz asfixiada en esos brazos.

— Oh, hola preciosa — entró con un gesto de mal humor que se relajó ligeramente al verla tirada en la cama nueva—. Es provisional, cuando quieras colocamos todo esto.

— No importa, gracias por moverla — miró al techo con un suspiro. Ya no tenía excusas para dormir con ella—. Me han dado más ropa, está en el armario.

La bombera era mucho más sigilosa que cuando llevaba sus enormes botas (guardadas con mucho cuidado en el armario), por lo que apenas hacía ruido al moverse a través de la habitación en esas zapatillas. No pudo evitar seguir su cuerpo de reojo cuando abrió el armario, y sonrió cuando pudo notar sus gestos de mal humor cada vez que veía que no había ni una sola cosa de su talla.

— ¿De verdad se creen que esto me quedará bien? — sacó unos pantalones veraniegos, colocándolos junto a su cadera para comparar. Su figura era ancha y musculada, incluyendo muslos y gluteos. Era obvio que algo así, tan estrecho, tan solo serviría para media de sus piernas—. Tendré que ir yo misma a por ropa.

— ¿Dónde compras la ropa? — preguntó curiosa, mientras veía como colocaba cada cosa en su sitio. La mitad derecha era de Tetsuro, y la izquierda de Kuina. La zona de la bombera era mucho más oscura y con menos prendas, destacando su uniforme de trabajo y dos sudaderas que había encontrado útiles.

— En tiendas de hombre, aunque pido mucho por Internet — se paseó por la habitación directa a tirarse en su cama—. En Japón se espera que todas las mujeres midamos lo mismo que una niña de primaria. Yo en primaria ya medía lo mismo que tú.

— Debías haber sido adorable, tan alta y con tal mal humor — bromeó, aunque ella no reía.

— El mal humor me llegó en la academia — sonrió levemente al notar que había cagado el buen ambiente con su seriedad—. Algo que ocurre muy a menudo es que a las niñas demasiado altas y gordas les hacen la vida imposible.

— Lo siento... —podía entenderla. Podía hacerlo a la perfección, pero prefería no decirlo a los cuatro vientos. ¿Y si dejaba de verla como una mujer? Ella... Yoriko la atraía muchísimo, quería tener una oportunidad.

— Todo superado — aseguró—. No me gusta guardar rencor. Si quieres salir adelante, lo mejor es olvidarte de ello.

– Yo no podría.

— Es simplemente mi... manera de crecer. Respeto si la tuya es vengarte cruelmente.

Había algo en su manera de hablar, de expresarse, de gesticular que indicaba lo madura que era. No era una chica de veinte que jugaba a ser bombera, era una mujer de treinta y uno que tenía un puesto de importancia y responsabilidad en una profesión de la que vidas dependían. A veces se sentía una mocosa a su lado, aún si solo eran seis años de diferencia y ambas superaban los veinticinco.

— Hideki me ha dicho que los Paramilitares te quieren — musitó, temiendo tocar el tema.

— Que esperen sentados — tenía una mirada firme y determinada—. Jamás me tendrán entre ellos. Prefiero vestir estos ridículos bikinis antes que ser una de esas bestias despiadadas.

— Si te sirve de consuelo — sonrió—. Esos ridículos bikinis te quedan muy bien.

— Si viene de ti — miró su vestuario con cierto desagrado— debo creerlo.

— ¿Soy un pervertido si digo que me gustaría que me diera un puñetazo?

— Sí.

— ¿Cómo puedes preferir un puñetazo y no una patada?

Hideki se encogió de hombros, mientras Kougami se centraba en absorber la mayor cantidad de zumo por esas adorables cañitas de colores. No solo parecían un trío de babosos viendo a Yoriko en sus extraños entrenamientos en la zona de deporte y gimnasio del resort, sino que además se veían como todos unos pringados.

— Disculpad — alguien llamó tras ellos. Los tres giraron a la vez. Era una mujer alta, de cabello oscuro y gafas de sol enormes—. ¿Ella es Yoriko Tetsuro?

— ¿Quién eres tú? — preguntó Kougami, girando la sombrillita de su bebida con cierta actitud defensiva.

— Kou — regañó Hideki—. Sí, ella es. ¿Es por lo de Aguni?

— Me envían a mí ahora, sí — asintió, seria como siempre. Eran pocas veces las veces que Hideki había visto sonreír a la ejecutiva forense—. Soy Ann.

— Uhm... Kuina y Kougami — señaló la de rastas. Mordisqueó el chicle que la habían dado, tratando de alejar sus ansias de nicotina—. ¿Qué queréis de Yoriko? Dejadla en paz, ya ha dicho que no.

— Es solo mi trabajo — pronunció despacio, con cierta condescendencia. Pasó por su lado sin volver a mirarlos, y se detuvo junto a la enorme bombera que realizaba una serie de dominadas. Kuina vio como Yoriko la analizaba de reojo, y finalmente se soltaba de la barra aparentando una paz que ocultaba la rabia por la serie de insistencias hacia ella—. Ann Rizuna.

— Yoriko Tetsuro — asintió levemente con la cabeza, alcanzando su toalla para secarse el sudor de las manos y cuello. Eso había sido tan... Concentración, era una charla seria—. ¿Qué necesitas de mí?

— Siento tener que insistir en el nombre de otras personas — la mayor cerró los ojos, suspirando con fuerza. Sus mechones azabache sueltos se pegaban a las sienes de su rostro ligeramente bronceado, y ese conjunto deportivo se ajustaba a su tipo de cuerpo otorgando movilidad y comodidad a sus ejercicios—. Tus habilidades no deberían ser desperdiciadas, Tetsuro.

— ¿Desperdiciar? No siento que desperdicie mis habilidades aquí— no alzó la voz, no sonrió con maldad ni sonó demasiado brusca. Estaba siendo razonable, serena y paciente. Por poco, porque Kuina estaba segura que no tardaría en comenzar a lanzar comentarios progresivamente más agresivos—. Comprendo que deba haber un sistema de seguridad en este lugar, pero no coincido en absoluto con vuestra ideología de traición y lealtad. Es un no rotundo. Avisa a tu jefecito que al próximo le enviaré a patadas de donde sea que vosotros salgáis.

— Entiendo — se retiró las gafas de sol, cruzando sus brazos con cierto cansancio—. No es capaz de aceptar un no. Créeme, no se detendrá. Procura no golpear al siguiente que venga o podrías ser acusada de traición y acorralarte — se acercó más a ella, susurrando—. Vivir como paramilitar o morir como traidora. Yo elegiría la primera.

Ambas establecieron un tenso contacto visual. Kougami y Hideki se susurraban cosas de manera acelerada sin despegar su mirada de ambas mujeres, mientras Kuina parecía dispuesta a salir disparada.

— Ann... ¿Sabes lo que juré cuando me hice bombera? — elevó apenas la comisura de los labios, más como advertencia que como el suave gesto amable que le entregaba a ella—. Proteger, salvar y ayudar a la gente. Ya tengo las manos lo suficientemente manchadas, no pienso permitir que una vida inocente se pierda por los caprichos de ese drogadicto.

La más baja analizó a detalle el rostro de la Capitana. Hablaba de manera tan firme que era imposible pensar que podrían convencerla de cualquier manera. Asintió lentamente comprendiendo su postura.

— Te comprendo — aseguró—. Trataré de alejar al ejecutivo de ti.

— ¿Por qué me ayudarías? — frunció el ceño, colgando la toalla sobre su hombro—. Mis negativas tan solo te perjudican.

— Prefiero guardar las razones para mí misma — sonrió de lado. Sus labios estaban pintados de un potente rojo—. Oí que te enfrentaste a los altos cargos por el sistema que se sigue aquí.

— Sí — pronunció sin vergüenza—. Me parece una basura.

La ejecutiva metió una mano en su bolsillo, y sacó tres pulseras con números. Veintidós, treinta y treinta y uno.

— Tu número es el veintidós — cuando extendió la mano, leyó que ella tenía un número bajo—. Podrías entrar en los diez primeros dígitos si entraras al militar, y aceptarían ayudar a tus dos amigos — lanzó una mirada de reojo a los tres idiotas que ni se molestaban en fingir que estaban escuchando—. Pero eres fiel a tus ideales y lo respeto. Cuenta conmigo para lo que necesites.

— Claro — asintió, colocándose la pulsera del treinta y uno. La mujer se retiró a paso firme y seguro, y ella fue hacia sus tres palurdos—. Kuina, Kougami — les lanzó las pulseras. Estaban confundidos por los números—. Parece que tendré más problemas aún con esos capullos.

— Se supone que yo ahora debería estar convenciendote de venir conmigo — bromeó Hideki. Era Paramilitar, aunque explicó que fue más una razón de supervivencia y su función en la organización de armas era más similar a la de un administrativo—. Podrías pegarles una paliza a más de la mitad de los Paramilitares, Aguni te quiere desesperadamente en su equipo.

— Si te preguntan por nuevas noticias, di que soy lesbiana — cogió la botella que Kuina extendía en su dirección, bebiendo largos tragos—. A algunos les daré asco, otros apagarán sus esperanzas en mí y... Con un poco de suerte a todos les doy asco.

— ¿De verdad eres lesbiana o es una manera de huir? — preguntó curioso el mayor de los Matsumoto. Kougami asintió—. Yo tengo un amigo que... — su hermano menor negó lentamente con la cabeza—. Perdón.

— Esa mujer — se colocó de cuclillas frente a ellos, todos a la misma altura. Kuina se enderezó cuando apoyó una mano junto a ella para sostenerse bien—. La ejecutiva. ¿Qué sabes de ella?

Hideki adoraba la atención y rumores. Siempre que encontraba alguno, se encargaba de esparcirlos. Nada pasaba en la Playa sin que él no se enterara, por eso encargarle a él que corriera el rumor de su orientación no era sorpresa para sus compañeros debido a la tendencia cotilla del arquitecto.

— Era forense — comenzó—. También especialista de diamantes, y tiene depositada gran confianza del Sombrerero. Tiene una especie de laboratorio en el que busca chips de localización en los cadáveres que... Bueno... — que generan los paramilitares, completó Yoriko mentalmente—. Es algo reservada, apenas he hablado con ella.

— No lo entiendo entonces — habló Kuina—. ¿Por qué quiere ayudar a Yoriko si los cadáveres son su material de investigación? Además, confían mucho en ella.

— Quién sabe — se encogió de hombros—. Os aseguro que este lugar te deja un poco mal de la cabeza. Tened cuidado, o lo más normal que os ocurrirá será que Yoriko se vuelva hetero.

La bombera rodó los ojos, aunque Kougami rio como si cualquier cosa que dijera su hermano mayor fuera la mejor. El artista admiraba a Hideki, le seguiría al infierno si era necesario, y Hideki adoraba a su hermano menor con todo su corazón. Podía verlo, podía sentir ese cariño entre ambos.

— Si soy sincero, a mí no me importaría... — bromeó Kougami, ganándose un golpe de la mayor—. ¡Era broma, era broma! Aunque quizás Hide... ¡Ay, no me pegueis, no, no!

— Tengo que terminar la serie — volvió a incorporarse, ladeando el cuello para hacerle crujir—. Dejad de hablar de mi sexualidad.

Se retiró de nuevo hacia esas barras donde había estado entrenando. Había también más material de gimnasio, aunque la gente prefería en muchas ocasiones salir de fiesta. Yoriko había observado el horario en el que había menos personas, y aprovechaba al máximo la tranquilidad. No tenía auriculares para ponerse su música habitual, tampoco los guantes para no generar callos en las palmas de sus manos. Aunque prefería eso antes que perder su forma física, más en esa situación de vida o muerte. Debía ser fuerte, resistente y rápida. Más que nunca.

— Si no podemos hablar de Yoriko — arrastró Kougami. Debido a la distancia a la que la bombera ejercitaba, era imposible que les escuchara—. Hablemos de Yoriko y Kuina. Os vi por la mañana, pillinas.

Los colores de la menor subieron hasta las orejas, y una sonrisa al recordar despertar abrazada a Yoriko tiró de sus labios.

— No hicimos nada —aseguró—. Solo dormimos juntas.

— ¿Y por qué no aprovechaste? — preguntó decepcionado Kougami—. ¿Ni un besito ni nada?

— Estaba algo enfadada y angustiada —hizo una pequeña mueca—. Simplemente parecía que necesitaba una amiga y no una amante.

— No entiendo bien — alzó las manos Hideki—. ¿Te gusta Yoriko?

— Quiere tirarsela —aclaró Kougami—. ¿Es que no has notado la tensión? Son mis mamis.

— Eso ha sonado asqueroso, Kou — hizo una mueca la protagonista de la conversación—. Es vergonzoso hablar de esto.

— ¡Cero vergüenza! — exclamó el cojo, rodeando sus hombros—. Somos un equipo, compañeros, hermanos, hijo adoptado...

— Ya, ya, ya — rio—. Es que Yoriko es totalmente mi tipo.

— Entonces te ayudaremos — alzó los pulgares Hideki—. Una vez juntamos a una pareja, ¿te acuerdas Kou?

— ¡Es verdad! — aseguró—. Ahora están casados y tienen un bebé. Confía en nosotros, seremos tus gurus del amor

Los Matsumoto chocaron puños, y Kuina rio uniéndose a su choque. Aún no tenía claro qué sentía exactamente por Yoriko, pero sí sabía que jamás rechazaría compartir de nuevo cama con ella de cualquier otra manera.

Aprovechando que Kuina y los Matsumoto estaban entretenidos con una barra de helados que habían puesto, ella se escabulló hacia el lugar que Hideki había mencionado. No iba a confiarse de esa gente, pero sí que convenía tener más información y a un alto cargo de su lado. Si tanto el número uno como el jefe de militares habían fijado su objetivo en ella, tendría que buscarse un apoyo desde el interior. Y quien mejor que la atractiva mujer de labios rojos.

El sótano era frío. Frío, oscuro y daba una sensación de encierro. Una zona iluminada la llamó la atención, y se adentró sin dudarlo encontrando a quien buscaba.

— Entrar sin avisar es de mala educación — dijo, centrada en su cadáver. Yoriko se acercó, apoyándose en una mesa tras ella.

— ¿Por qué? — Ann la miró de reojo, dejando a un lado sus instrumentos de disección y quitándose los guantes—. ¿Por qué formas parte de todo esto?

— Es mejor estar arriba que abajo como un simple jugador descartable. Además investigo para saber más — señaló tras ella el cadáver, aunque le tapó con una sábana—. Y no puedo irme. Al igual que tú.

— Aprovecharé la mínima oportunidad para largarme — alzó las cejas.

— Me lo suponía — sonrió de lado, mirándola atentamente—. Están corriendo el rumor de que eres lesbiana. Muchos Paramilitares están rechazando la idea de tu entrada.

— Este sitio no deja de estar lleno de gente del mundo real — suspiró—. Hay que saber usar todas las cartas a tu favor.

— A Aguni o el Sombrerero no le importará tu orientación sexual, Yoriko. Te quieren como militar por tu fuerza.

— Ya he dicho que jamás me uniré a ellos. Nunca —señaló la mesa donde reposaba un cadáver—. Eso es lo que ellos hacen. Matan, abusan, agreden, intimidan. Yo jamás seré parte de eso, no tiraré mi humanidad a la basura como parece que todos habéis hecho aquí.

Ann se quedó en silencio, simplemente mirándola. Sus mechones azabache perfectamente lisos rozaban sus mejillas, y el pintalabios rojo tan sólo acentuaba sus bonitos rasgos.

— A mí tampoco me gusta — murmuró, acercándose. Frente a frente—. Y créeme cuando te digo que estoy de tu lado. Detesto a esos tipos, me parecen repulsivos, y odio tener cada semana nuevos cadáveres para analizar.

— Entonces ayúdame — determinó—. Crearemos un plan, algo, para salir de aquí y no volver. No más cadáveres de gente inocente, no más normas absurdas.

La mujer apartó la mirada, pensativa. Huir de ahí suponía tener que luchar por su cuenta, pero también dejar de colaborar en ese sistema tan sangriento y turbio. Hasta el momento no había encontrado ni un solo chip de localización o algo similar, y estaba volcada por completo en ello.

— Debo pensarlo. Pero sigo estando de tu lado.

Yoriko asintió, y se marchó sin volver a mirar atrás. Con eso bastaba.

GRAPHICS.







Actualizando al finnn

Ann aparece en escena👀 logrará Aguni ser el gymbro de Yor?

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