
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗙𝗢𝗨𝗥
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗙𝗢𝗨𝗥
𝑴𝑨𝑻𝑺𝑼𝑴𝑶𝑻𝑶'𝑺 𝑴𝑶𝑴𝑴𝒀 𝑰𝑺𝑺𝑼𝑬𝑺
— Te tengo, preciosa.
Kuina sentía que había caído del mismo cielo, y la había recogido un ángel. La enorme mujer que tan atractiva la había parecido, estaba ahora rodeandola en sus brazos cuidando su caída con una sonrisa ladeada. Si moría, moriría con las mejores vistas del mundo.
— G-Gracias.
Juego completado
Y todo estalló. Los cristales que no habían roto con su peso volaron por los aires, convirtiéndose en una preciosa lluvia bajo las luces del juego. Kougami soltó un grito acerca de que debían cubrirse, y en un momento ambos estaban en el suelo con el cuerpo de la bombera sobre ellos. Quiso decirla algo, hacer que se pusiera a cubierto también, pero no parecía una mujer que cediera fácilmente cuando se trataba de proteger a la gente.
— ¡Loca, te vas a clavar todo! — Kougami, sin embargo, seguía sin comprender las acciones de su amiga.
— ¡Callate de una vez, Matsumoto! — acabó con un sonido similar a un gruñido que le resultó más atractivo de lo que debería en esa situación. Los cristales cayeron, y a pesar de que la preciosa bombera no emitiera ningún quejido Kuina sabía que debía tener heridas en su espalda—. Todo esto es culpa de esos chalecos para niños.
Una vez acabó, se puso en pie con una pequeña mueca de incomodidad. Se arrancó el chaleco como si fuera un simple trapito, y ambos empalidecieron cuando notaron sangre en él.
— ¡Estás herida! — se puso en pie de un salto, y aunque su intención fuera correr de inmediato hacia ella, su compañero pidió una manita para levantarse. Tras tirar de él con fuerza, corrió hacia la Capitana.
— Otra bestia más... La una para la otra — musitó para sí mismo el artista, sobando su mano. Realmente la niña de rastas tenía fuerza.
— Solo son unas cortadas —aseguró, mirando como podía su espalda. Kuina sintió que se desmayaría, ¡unas solas cortadas, decía! Tenía aún pequeños trozos de cristal clavados—. Hey, preciosa, ¿sabes algo de primeros auxilios?
— Lo básico...
— Ya es más que Kougami, ¿te vienes con nosotros? — propuso de inmediato. El cojo se adelantó a tomar la carta, guardandola en su bolsillo sin mucho cuidado de si se arrugaba o no—. Estar en grupo es mejor que vagar solo, créeme.
No tuvo que pensarlo demasiado.
— Claro.
— No puedo mirar — era la tercera arcada de Kougami.
— Como vomites juro hacer que te lo comas — siseó, apretando con fuerza un cojin cuando Kuina sacó otro trozo de cristal—. Bonita, ¿cómo vas ahí atrás?
— ¡B-Bien! ¿Te duele mucho? — aseguró, alzando el pulgar. Sonrió levemente indicándola que estaba bien para seguir, y siguió sacando pequeños cristales.
El hotel cinco estrellas en el que se estaban instalando ya tenía por completo la personalidad de Kougami impregnado. Había dibujos por todas partes, manchas de pintura y latas vacías de comida que no se molestaba en recoger. El espacio de Yoriko era más reservado, con su enorme chaqueta de bombera, el kit de primeros auxilios que Kuina estaba usando para curarla y montones de walkies. Había tratado también de arreglar la televisión de la habitación, descubriendo que todo el sistema estaba colapsado.
Kuina sentía que esos dos eran más amigos de lo que se molestaban en aparentar. Kougami solía molestar a Yoriko, pero se acobardaba en cuanto la más alta le lanzaba una mala mirada. Tenían una extraña dinámica que ella adoró.
— No sabemos nada de ti, nueva compañera — dijo Kougami, decidiendo que era mejor hacer dibujos al azar en lugar de mirar la curación de su inseparable Hulk—. Kougami Matsumoto, 27 años, artista infravalorado.
— Espera, ¿eres menor que yo? — preguntó confundida la Tetsuro—. Pareces mayor.
— Eres una... — alzó las cejas—. Nada. Perdóname, Capitana.
— Kuina Hikari, trabajo en una tienda de ropa — analizó bien la ancha espalda de la azabache, buscando más cristales—. Tengo 25.
— ¿En serio? Pareces más joven — comentó Yoriko.
— Tal vez eres tú la que no sabe medir las edades de la gente, vieja — burló Kougami, tal vez aprovechando que su compañera de mal carácter estaba retenida por la nueva incorporación—. Preséntate, seguro que Kuina se muere de ganas de saber más de ti.
— Te romperé la otra pierna en cuanto me levante de aquí — el tono agresivo preocupó a Kuina, pero Kougami simplemente la lanzó una mirada divertida—. Yoriko Tetsuro, Capitana del Cuerpo de Bomberos. 31 años.
Kuina suspiró aliviada para sí misma. No era tanta edad.
— Venga, da tu biografía entera — animó Kougami—. No sólo eres la primera mujer en ese puesto, también la persona más joven y abiertamente lesbiana.
Kuina anotó otra victoria en silencio.
— ¿Desde cuando eres mi representante, Matsumoto? — preguntó de manera irónica, cerrando los ojos con fuerza cuando comenzó a limpiar las heridas con alcohol—. Cuando Kuina termine trasladaremos toda tu mierda a una suite más grande — decidió—. Es mejor estar todos juntos, aún no sabemos nada del resto de gente que deambula por aquí.
— Venga ya, con solo verte se lo hacen encima — Kougami recibió un fogonazo de inspiración.
— A no ser que vayan con armas.
Yoriko era demasiado negativa y pesimista, o simplemente estaba demasiado consciente de la realidad en la que habían caído atrapados. Durante sus juegos habían conocido multitud de personas, pero aquellas que más la preocuparon fueron las que dejaron en la entrada de los juegos armas ya que se recibía penalización. Como bombera conocía el manejo de armas básicas de fuego, además de haberse instruido en cursos de defensa personal. Podría defender al cojo y cobarde Kougami, aunque ahora debía cuidar también la espalda de la nueva compañera de su dúo para nada dinámico.
— ¿No es mejor que traigas con tu fuerza de Hulk otro colchón para Kuina? — replicó Kougami, ya adaptado a esa enorme habitación de lujo—. Venga, lucete un poco delante de la chica. Te mueres de ganas.
— No creo que sea buena idea que cargues peso con estas heridas, Tetsuro — intervino Kuina, terminando de poner algunas tiritas y vendas—. No son profundas, pero deben molestar bastante.
— ¿Tetsuro? — se puso en pie, estirando su espalda debido al rato que llevaba sentada. Kuina apartó la mirada terriblemente avergonzada de verla en sujetador—. Llámame Yoriko, así solo me llaman los del trabajo.
— Si dejáis de coquetear, quiero aportar algo — Kougami estaba insistente, tanto que Yoriko estaba tentada de pegarle—. Tenemos más días en el visado, pero ¿sabéis que no tenemos? — la bombera se colocó una camiseta limpia—. Comida. Tengo hambre, vayamos a hacer la compra como una familia feliz.
— Aleja tus mommy issues de mí, enfermo — espetó, aunque tenía razón acerca de la despensa—. Necesitamos comida, una estufa eléctrica nueva y... — miró a su alrededor—. Kuina, ¿necesitas algo en especial? Podéis quedaros aquí y voy yo, tengo que pasar por un sitio antes.
— ¿Vas a ir sola? — preguntó, viéndola colocarse de nuevo sus pesadas botas. Realmente su espalda era ancha...—. Voy contigo —se ofreció de inmediato.
— No te sientas presionada por ser el primer día conviviendo con nosotros — se anudó los cordones en apenas segundos, y cogió el cuchillo de cocina más afilado que había visto nunca—. No me voy a perder, linda.
— ¿Entonces por qué llevas un cuchillo? — rebatió—. Dos pelean mejor que uno, no te voy a dejar ir sola.
— Mis mamis pelean... — susurró burlón Kougami, aún dibujando. Por suerte la bombera no le escuchó, porque Kuina estaba segura que el artista ya había agotado su suerte diaria.
— Bien, es tu decisión — se encogió de hombros finalmente. Kuina se puso en pie de un salto, siguiendo a la imponente mujer—. Kou, no te mueras mientras estoy fuera.
— Adiós, mamá — Yoriko rodó los ojos, y abrió la puerta dejándola pasar primero. Se sentía una adolescente avergonzada de que su crush le prestara atención, aunque realmente la definición correcta sería: una joven adulta avergonzada de que la mujer más atractiva que había visto la tratase con tanta atención. Ya no estaba segura de si estaba avergonzada por sentirse una pulga que podría aplastar fácilmente entre sus brazos, o porque realmente la gustaría que pasara eso.
Los pasos de Yoriko eran largos y generaban un ruido seco por las botas. Dos pasos suyos equivalían a uno de la bombera, y se encontró correteando tras ella cuando al salir del hotel aceleró el paso.
— ¿A dónde vamos? — por suerte tenía condición física, aunque en cuanto se giró a mirarla para contestar se percató de lo rápido que estaba yendo.
— Perdona, estoy acostumbrada a andar así — relajó su paso, caminando a su par—. Hay un súper a unas calles, aunque pasaré por la comisaría.
— ¿Por la comisaría? ¿Buscas armas? — dedujo. La azabache asintió, metiendo las manos en sus bolsillos de manera desinteresada.
— No me fio ni un pelo de la gente que está por aquí — dijo, con el ceño levemente fruncido—. Kuina, ¿has visto antes a más gente con pulseras de taquilleros? — trató de recordar, pero esa clase de cosas eran precisamente en las últimas en las que se fijaba cuando estaba luchando por su vida—. He visto ya a cuatro personas con esas pulseras, cada una con diferentes números. Justamente son aquellos que cargaban un arma, o se comportaban con mayor agresividad.
— ¿Crees que son una especie de grupo organizado? — tenía mucho sentido.
— Este lugar carece de seguridad y normas. En mi trabajo no solo apago fuegos o bajo gatitos de árboles, también trato con todo tipo de locos — explicó—. He visto con mis propios ojos como la gente cede ante lo más oscuro de la naturaleza humana aún atados a la ley, ¿como crees que se comportará esa gente en un país de libertad absoluta?
— Los juegos no son el único peligro — Kuina suspiró despacio.
Yoriko asintió, viendo el gesto de la chica decaer ante aquella información. Si realmente Kuina había estado sola, había corrido más peligro de lo que pensaba. Una chica joven, atractiva y sola... En un mundo así, podría haberla ocurrido cualquier cosa.
— ¿Sabes pelear? — preguntó—. Antes has dicho que dos pelean mejor que una.
— Algo así, sé artes marciales — admitió, sonriendo orgullosa ante la suave mirada sorprendida de la mayor—. Prácticamente me crié en un dojo.
— Entonces vayamos a patear culos juntas a partir de ahora, preciosa — rozaron apenas los brazos al caminar.
¿Aquello era una propuesta de matrimonio? Para Kuina sonó completamente así.
El súper al que Yoriko se refería estaba bastante cerca, y en relativas buenas condiciones. Apenas había unos vidrios rotos, los cuales la Capitana pisó sin cuidado. Siguió sus pasos, oliendo a podrido y polvo nada más pasar. Estaba oscuro, aunque la luz del exterior era suficiente para diferenciar los alimentos de las estanterías.
— ¿Quieres ir conmigo o nos dividimos? — propuso, cogiendo un par de cestitas de la compra—. Necesito urgentemente unos tampones.
— Te acompaño — podría mentir diciendo que la daba miedo, pero en realidad quería seguir apreciando de reojo a la bombera—. Y... ¿Cómo llegaste a ser la Capitana más joven?
— Según mis compañeros — sonrió socarrona— me tiré a la mujer del jefe. Otros dicen que en realidad fue con él, y otra minoría apuesta por un trío. Los hombres son unos cerdos incapaces de aceptar que hay una mujer más exitosa que ellos — metió un puñado de paquetes de ramen instantáneo a la cesta—. La realidad es que entrené más que nadie, y me esforcé tanto que nadie pudo evitar que los altos cargos me vieran como la más sensata al puesto cuando el anterior capitán se jubiló. Tenía tantas cartas de recomendación, informes sobre accidentes que había atendido y buenas relaciones con todos que me lo merecía.
— Es admirable — musitó, cogiendo latas aleatorias de comida—. Incluso con la manera en la que se resisten a que las mujeres lleguemos a ser bomberas, tú te hiciste la Capitana.
— Estaban rabiosos, créeme — rio, analizando los ingredientes de un ramen con sabor a pastel. Le descartó de inmediato, asqueada—. Imaginate cuando supieron que era lesbiana. Redactaron más de veinte quejas a los de arriba con todo tipo de excusas.
Kuina realmente creía que Yoriko era la mujer más perfecta que había visto. No solo era guapa, fuerte e inteligente, sino que además era increíblemente valiente. Tenía un carácter fuerte, y por como relataba su historia sabía que había enfrentado a los autores de esas veinte quejas sin titubear en absoluto. No tenía miedo de demostrarle al mundo que ella era Yoriko Tetsuro, y enviaba al mismo tiempo que admiraba eso.
— Eres genial — volvió a escuchar una risa de la más alta, tremendamente entretenida en la sección de productos de higiene—. Lo digo enserio, aún cuando nadie te quería ahí les plantaste cara. ¿Aún siguen haciéndote eso?
— En menor cantidad, logré hacerme respetar a través de mano dura — metió un paquete de tampones, toallitas de bebé y desodorante—. Me respetan, al fin me ven como su superior. ¿Necesitas compresas o tampones, bonita?
— Eh... — tragó saliva. Ella era lesbiana, no la jugaría, ¿cierto? Era amable, de mente abierta... —. Estoy bien.
— Bueno, tendremos que volver igualmente cuando Kougami devore todo de nuevo — aún así, metió otro paquete de tampones—. Ese cojo de mierda... Tan solo come, llena todo de garabatos y se queja. Al menos sabe cocinar. Es más de lo que me esperaría de un niño rico como él.
— ¿Kougami es un niño pijo? — rio Kuina, incapaz de imaginarse al artista así—. Imposible.
— Hablo enserio — seguía metiendo comida y comida en la cesta—. ¿Realmente no te suenan los Matsumoto? Son una familia de construcción y arquitectos.
— Para nada — negó, risueña. Ver a Yoriko sonreír era algo que realmente la gustaba—. No le pega para nada, creí que era de esos que viven en un apartamento cutre y comen ramen y cerveza mientras se lamentan de su vida.
Yoriko soltó una carcajada, llenando el recinto del súper. Kuina celebró en su interior haberla hecho reír ya tantas veces.
— También lo hace, pero en una mansión — aseguró. Aún son una ligera sonrisa en sus labios, comprobó todo lo que había metido en la cesta—. ¿Te gustan las legumbres en lata? Saben algo rancias, pero son realmente sanas.
Jamás las había probado, así que no podía opinar en absoluto de aquello. Si no podían comer nada más y Yoriko afirmaba que eran buenas, confiaba en su criterio.
— Sin problema — restó importancia—. Aunque se me han antojado una de esas chocolatinas con caramelo... — aceleró el paso, sintiendo a la mayor seguirla pacientemente. Buscó por cada estantería rota y llena de polvo, hasta que finalmente encontró el suministro de chocolatinas—. Son mis favoritas — y metió todas las que había en su cesta—. ¿Cuáles te gustan a ti?
— No suelo comer demasiadas — admitió, revisandolas una a una. Se detuvo en una de chocolate con fresa, pensativa. Sin decir nada más metió un par de cada tipo, dándola la espalda para seguir llenando su cestita—. ¿Necesitas algo más? Voy a por pilas y linternas.
En silencio, Yoriko tomó otro pasillo. Si no fuera por sus pesadas botas Kuina la habría perdido por completo, pero aún así escuchaba sus pesados pasos y sus mechones negros asomarse sobre las estanterías de comida. Revisaba la sección de electrónica, cargando la cesta con más cosas de las que había mencionado.
— ¡Kuina, coje las últimas cosas y nos vamos! — exclamó. Su voz, fuerte y autoritaria, no necesitaba de gritos para hacerse escuchar. No necesitaba coger nada más, así que fue hacia la caja registradora. Yoriko estaba haciendo manualidades caseras para ponerle rueditas a las cestas—. Así es más fácil de llevar, hemos cogido demasiadas cosas.
— ¿Puedo ayudarte? — la bombera asintió, señalando rueditas.
— Tan sólo clavalas en la cesta, ellas ruedan solitas — sonrió para sí misma ante lo sencillo que sonaba eso—. ¿Qué? ¿Realmente creías que estaba haciendo trabajo de mecánica? — sonrió también—. Eso de que las lesbianas somos unas manitas es un mito.
— No he dicho nada — se encogió de hombros, dejando la cesta en el mostrador. Como había dicho, clavar las ruedas era más complicado de lo que parecía. Se resbalaban al no aplicar la fuerza necesaria por miedo a romper la cesta.
— Sin miedo, preciosa, clava bien esas ruedas — musitó, sin mirarla. Aún atenta a lo suyo, estaba prestando atención a lo que hacía ella.
Kuina tomó ese consejo, golpeando al fin con la fuerza necesaria. No se rompió nada, así que con confianza cogió otra para seguir clavandola.
— ¿Por qué decidiste ser bombera?
— Porque me gustaba — resumió—. ¿Qué hay de ti?
— No hay por qué, dejé mi currículum y me llamaron — explicó, satisfecha con sus ruedas irregulares—. No fui a la universidad, no tenía demasiadas opciones y necesitaba un trabajo.
— Siempre puedes unirte a mi parque de bomberos — ofreció, enviándola una sonrisa de lado—. Serías muy bien recibida por su Capitana.
¿Estaba coqueteando con ella? Kuina dejó de funcionar por unos segundos.
— N-No creo que sea lo mío — carraspeó—. Aunque sí que me gustaría conocer bien a esa Capitana de la que hablas.
Yoriko ladeó la cabeza, mirándola de arriba a abajo. No dijo nada, solo la contempló un segundo antes de bajar la cesta del mostrador.
— Cuando quieras — guiñó, pasando por su lado probando que definitivamente au inventito había funcionado—. Vamos a por esas armas, linda.
Y dando un saltito tras ella, Kuina siguió a Yoriko por las calles de Tokyo.
GRAPHICS.
He tenido que publicar FLAME THREE más de cuatro veces porque por algún motivo wattpad me lo está eliminando. Ahora parece estable, pero prefiero que me aviséis si vuelve a fallar
Enfin, segunda temporada de alice in borderland!! A diferencia de con Hollywood: OUTCOME, y Phobia:HIS voy a seguir la línea de la serie cuando llegue el momento y no el manga por diferentes motivos
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