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𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗙𝗜𝗩𝗘

𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗙𝗜𝗩𝗘
𝑨𝑹𝑬 𝒀𝑶𝑼 𝑭𝑳𝑰𝑹𝑻𝑰𝑵𝑮 𝑾𝑰𝑻𝑯 𝑴𝑬?

Kuina se acostumbró a las rutinas del dúo más extraño de todo Japón tan rápido que pronto crearon una extraña armonía entre los tres.

La primera en despertar siempre era Yoriko. Recogía su espacio, estiraba y se iba al gimnasio del hotel a "mantenerse en forma", o algo así dijo mientras fingía escucharla (en realidad, solo podía mirar sus brazos mientras hacía pesas). Después de eso, despertaba ella y preparaba el desayuno. Kougami se despertaba el último, ya cuando Yoriko había terminado de entrenar y ella había hecho el desayuno y organizado la despensa. Yoriko era metódica, poseía un horario, mientras Kougami se dejaba llevar por la pereza. Más de una vez escuchó a la bombera reclamarle sobre los ejercicios rutinarios que debería hacer para evitar daños mayores en su lesión, pero él la ignoraba yendo a dormir o dibujando.

Las tardes se reservaban para recorrer las calles, o pasar tiempo investigando. Para Kuina, era el momento del día en el que podía pasar más tiempo con la mujer que había robado por completo su atención. Podía parecer ruda y fría, pero adoraba los perritos, su color favorito era el naranja porque la recordaban a las puestas de sol y disfrutaba más que nadie de los días de lluvia. En su opinión, Yoriko era un adorable peluche de más de metro noventa.

— Hoy caduca nuestro visado — murmuró Yoriko, caminando con las manos en los bolsillos—. Siempre le pregunto lo mismo a Kougami. ¿Quieres que vayamos en juegos separados?

— ¿Separados? — frunció el ceño, confundida—. ¿Por qué?

— Hay juegos en los que pocos sobreviven, o se debe traicionar al resto para sobrevivir — explicó—. En nuestro primer juego juntos, solo había dos opciones de supervivencia: uno o el resto. Por suerte ambos estábamos del mismo lado, pero si no hubiera sido así tendríamos que habernos matado entre nosotros. Por eso siempre le pregunto, porque existe la posibilidad de que vuelva a ocurrir y yo no podría matar a Kougami.

— Iré contigo — determinó, atreviendose a apoyar una mano sobre su brazo. Yoriko realmente estaba afligida por la naturaleza sangrienta de los juegos. Sus ideales eran puros, basados en la empatía, y cada vez que jugaba y decidía seguir adelante pisaba aún más ese discurso de darlo todo por salvar a la gente—. No volverá a ocurrir, Yoriko.

La bombera sonrió levemente, aunque estaba segura de que en caso de que volviera a pasar, ella daría la vida sin dudarlo por Kuina y Kougami. Jamás podría cargar con sus vidas sobre su espalda, jamás.


Decir que a Kuina le fascinaba la manera de ser de Yoriko quedaba corto, o eso opinaba Kougami. La menor siempre revoloteaba a su alrededor con un gesto coqueto y tímido a la vez, y la bombera de mal genio parecía siempre dispuesta a continuar sus charlas. Eran una dinámica perfecta.

— Dime, Kuina — la de rastas caminaba a su lado mientras la Hulka se adelantaba entrando al terreno de juego (según ella, para comprobar que no había ningún peligro)—. ¿Qué opinas de mi estimada compañera Yoriko?

— ¿Qué opino yo de ella? — tragó saliva—. Es agradable.

El artista soltó una carcajada, rodeando los hombros de la más baja y sacudiéndola. Era igual de boba que su hermano mayor.

— No seas tímida, veo como la miras — guiñó—. Déjame decirte, de amigo a amiga, que también le interesas. Aunque no lo parezca, porque siempre parece tener el mismo abanico de sentimientos que una piedra seca.

— Bueno, tal vez — acabó admitiendo—. No es que esté enamorada de ella ni nada.

— Aún, pero sí que quieres quedarte en una habitación sola con Yoriko — sonrió pícaro. Kuina se hizo la loca, pero estaba clara su respuesta—. Cuando salgamos de este juego os dejaré solas en el hotel, lánzate tigresa. Ya verás como tengo razón.

— ¡Dejaos de cháchara y entrad! — escucharon la fuerte voz de la protagonista de la conversación. Kougami dejó el tema, pero Kuina no dejaba de darle vueltas al asunto. ¿Debía hacer caso al pintor? Se sentía muy atraída por Yoriko, y si tenía la oportunidad...—. Huele a diamantes.

— Tréboles — negó Kougami, cogiendo un teléfono. La gente siempre se detenía a mirar a Yoriko, tal vez demasiados sorprendidos de ver a una mujer tan alta e imponente. Kuina, quien sabía lo que escondía bajo esa chaqueta, deseó que se la quitara para intimidar aún más.

— Hey, bonita, ¿todo bien? — sintió la cálida mano de Yoriko sobre su hombro. Se estremeció ante el tacto, casi tirando el teléfono de sus manos—. No te dejaré sola, ¿está bien?

— Claro — sonrió a modo de agradecimiento. Yoriko era como una mamá osa que buscaba proteger a todos a su alrededor, incluso cuando le aseguró que sabía pelear.

No demasiado conforme con esa corta respuesta, la Capitana rodeó sus hombros creyendo que estaba nerviosa o asustada por el juego. Siempre tendía a sentirse impaciente, sí, pero en ese momento lo último que estaba era asustada. Podía sentir el fuerte brazo de Yoriko, incluso sus...

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Juego: Emergencia Sanitaria
Los equipos de protección están escondidos por todo el hospital en diferentes salas, colocaos esos equipos antes de que la mortal infección sea liberada en forma de gas pasados 30 minutos.

Tiempo restante, 35 minutos.

Dificultad 6♣️

Yoriko analizó a cada persona. Eran en total catorce, y no habían mencionado el número de equipos de protección. Tres debía de haber seguro, por lo que debían ser más rápidos que los demás para así conseguirlos. Un hombre cubierto de tatuajes la devolvió la mirada, generando una pequeña batalla hasta que él fue quien la apartó.

— Bien, debemos ser rápidos — atrajo de un tirón a Kougami, inclinándose para hablar en susurros—. El hospital es enorme, debemos dividirnos. Kuina, ¿tienes el walkie? — alzó de su bolsillo el objeto—. Kou, ¿te vienes con alguna de las dos o prefieres ir solo?

— Voy solo, me quedo en la planta baja — aseguró. Yoriko asintió, mirando a ambos desde su altura—. Cuando alguno encuentre un equipo, que avise por el walkie y siga buscando por si el resto aún no tiene.

Sus dos compañeras asintieron. Nadie estaba haciendo planes como ellos, y los miraban de manera sospechosa.

— Kougami planta baja, Kuina en la más alta y yo por el medio — indicó—. Si en la última no hay nada, ve bajando. Tú eres ágil y rápida, llegarás a tiempo. Lo más importante — se inclinaron intrigados—. Que nadie os quite el equipo. La violencia no está penalizada, eso significa que habrá sangre por aquí. Kougami, no dudes al llamarme si pasa algo. Kuina, sé que sabes pelear, pero no dudes si te sientes acorralada, ¿bien?

El sonido que indicaba el comienzo del juego resonó por todo el hospital, y la gente de inmediato salió corriendo. Con una última mirada de asentimiento, Kougami se marchó a buscar en la zona de recepción y ambas corrieron por las escaleras adelantando a gente.

— ¡Suerte, Yoriko!

— ¡Te veo luego, bonita!

Del total de seis plantas, llegaron a la tres antes que nadie. Entró mirando a los lados, pensando en qué lugar podría alguien esconder un equipo así para el juego, y fue entrando habitación a habitación. Nada en armarios, nada en el baño, nada en carritos de limpieza, nada bajo las camillas. Nada, nada, nada...

— Yoriko, tengo uno — anunció Kougami, con voz bajita—. Le estoy escondiendo hasta que expulsen el gas. Son unas cajas rojas del tamaño de un portátil.

— Bien hecho, llámame de inmediato si alguien intenta quitártelo.

Cortó la conexión, y siguió buscando. No había nada en la tercera planta, así que bajó a la segunda. Se cruzó con un hombre que corría desesperado, pero le ignoró aún si se sentía horrible por ello. Si su vida no dependiera de ello, no dudaría en ayudar a todos los jugadores a buscar máscaras.

Caja roja, caja roja... Abrió hasta los extintores y deshizo las camas, pero seguía sin ver nada. Se notaba que alguien más había pasado por ahí, así que el pensamiento de haberse quedado sin un equipo comenzó a darla cierta ansiedad. Aceleró el paso, abriendo todo tipo de puertas e incluso levantando las baldosas del techo para buscar ahí. Nada, nada y nada... Miró el reloj, gruñendo cuando leyó que quedaban menos de diez minutos.

Tengo uno — la suave voz de Kuina la sobresaltó—. Seguiré buscando, ¿tienes ya alguno, Yoriko?

Estoy en la segunda planta, ¿en qué parte le has encontrado tú?

— Dentro de una funda de almohada.

— Yo detrás de un armario —dijo Kougami.

A sacudir almohadas, entonces. Sacudió cada cama hasta dejarlas deshechas, movió cada mueble y aparato médico, pero seguía sin aparecer ninguna caja. Sus propios pasos eran los únicos que se escuchaban en el pasillo, aunque creía escuchar también algunos por las escaleras subiendo y bajando.

Quedan cinco minutos

—Mierda, mierda... — en lugar de bajar a la primera planta, decidió subir a la cuarta. Un hombre lloraba desesperado en el descansillo de las escaleras.

De nuevo, habitación por habitación. No encontraba nada, tal solo cosas tiradas a los lados demostrando la desesperación de más jugadores.

— Yoriko dime que tienes ya un equipo — dijo Kougami. Sin dejar de correr y buscar, sacó el walkie.

— Parece que ya no quedan más — anunció. Como había dicho Kuina, sacudió hasta la última almohada, y movió los armarios y aparatos como Kougami. Nada, no había... Nada—. ¿Alguien tiene esperanzas de que en dos minutos logre salvarme?

Estaba ya comenzando a cansarse. No solo físicamente, sino además emocionalmente. Podía sentir la muerte respirando en su nuca, los pasillos hacerse más largos y los gritos de las personas alejarse más, y más.

Queda un minuto.

Estaba oficialmente muerta. Muchos ya se habían rendido al anunciarse los cinco minutos, pero ella seguía buscando. Seguía abriendo puertas, seguía levantando los cuadrados del techo y seguía tirando cualquier objeto al suelo para buscar bajo o detrás de él. Nada rojo, nada rojo, nada rojo...

¡Tengo otro! — anunció Kuina. Jadeó aliviada—. ¡Estoy en la quinta planta! ¡Yoriko, corre!

Casi derrapa de la velocidad que adquirió en un segundo. El cronómetro indicaba que quedaban treinta segundos, aunque ella podía aguantar la respiración un poco más cuando el gas fuera liberado. Estaría en deuda toda su vida con Kuina por haberla salvado.

— ¡DAME ESO!

— ¡Que te den, viejo!

Aceleró el paso, y aprovechando el impulso empujó con fuerza al hombre que forcejeaba con la chica de rastas para robarla la caja. Su máscara estaba caída, pero aún así estaba defendiendo su segundo equipo con uñas y dientes.

— Te debo una muy grande, preciosa — besó su frente, y abrió la caja con rapidez para ponerse la máscara.

— ¡Cuidado! — el hombre volvía a abalanzarse sobre ambas para robar una de sus máscaras. Antes de poder alzar el puño y dejarle tirado de nuevo, Kuina alzó una pierna sin apenas esfuerzo impactando de ello en su cara—. Pesado, es nuestro... ¿Yoriko? — estaba pasmada, mirándola con los ojos un poco más abiertos de lo normal.

— ¿Eso es para ti "un poco de artes marciales"? — se ajustó la máscara. Kuina rio, comenzando a buscar la suya también. Frunció el ceño al no encontrarla—. ¿Dónde está tu máscara, Kuina?

Entonces ambas miraron de nuevo al hombre. Trataba de huir en silencio con una máscara.

El gas está siendo liberado.

— Mierda... — se quitó su máscara tras tomar una gran bocanada de aire, poniendosela en la cara sin demasiado cuidado a Kuina. Antes de poder escuchar sus quejas, salió corriendo tras el hombre. Tenía buena capacidad pulmonar al no haber fumado nunca, y durante sus años de entrenamiento hizo apnea. Debía tener al menos un minuto, más de lo que probablemente tendría Kuina al haber sido fumadora.

— ¡DÉJAME, AHORA ES MÍA! — sujetó de la parte trasera del cuello al hombre sin esfuerzo, inmovilizandole. Seguía resistiendose, pegando la cara al suelo para así mantener la máscara. Yoriko detectó un suave siseo y un tenue humo llenar el pasillo. Kuina llegó corriendo también, mirándola como si estuviera loca—. ¡ARDEREIS EN EL INFIERNO!

El pecho comenzó a apretarse por la falta de oxígeno, pero no podía respirar si quería vivir. Kuina leyó en su expresión el ahogo, y con no demasiada paciencia soltó un fuerte puñetazo al hombre.

— ¡Corre, Yor! — le quitó la máscara a la fuerza rompiendo una de las tiras de sujeción de las orejas, manteniéndola ella misma sujeta en su rostro con un gesto de susto—. Respira, respira, yo sujeto la máscara.

Y respiró. Sus pulmones lo agradecieron, y ella misma volvió a sentirse tremendamente agradecida con la bonita chica de rastas. El hombre inconsciente por el fuerte golpe rabioso de Kuina dejó de respirar, y un pequeño hilo de sangre comenzó a salir de sus ojos.

— Gracias otra vez — sonrió, aún si no podía verlo por la tela. La menor devolvió la sonrisa, aunque a ella se la notó más por sus ojos—. Eres realmente fuerte, qué bien lo escondes.

— ¿Te he sorprendido? — la bombera apoyó sus propias manos sobre las de la chica indicando que ella podía sujetar la máscara, pero las mantuvo aún así en su sitio—. Tengo más habilidades que pueden sorprenderte.

— ¿Estás coqueteando conmigo, señorita? — alzó levemente las cejas.

— Tal vez, Capitana Tetsuro— alzó de igual manera las cejas. Dejó finalmente que sujetase la máscara sola, sin apartar la mirada de sus ojos oscuros—. ¿Te gustaría después...? — quedó a medias. Yoriko quería que terminase de decirlo, escucharla—. ¿De verdad me harás decirlo?

— Oh, claro que sí — ató las cuerdas rotas de la máscara asegurando una sujeción firme, aunque seguía atenta por si acaso.

¿Seguís vivas? Decidme que sí, por favor.

— No, cállate — espetó Yoriko, apagando el walkie. Volvió su plena atención a la sonrojada chica—. ¿Y bien?

Soltó una risa baja ante su actitud, aunque no sabía qué decirla exactamente. ¿Quieres que nos quedemos en una habitación solas esta noche? Sonaba raro, ¿y si directamente decía que quería acostarse con ella? No, definitivamente quedaría como una rarita pervertida. Uhm... ¿Te gustaría pasar más tiempo juntas? Eso sonaba más decente, aunque tal vez lo malentendía y ella ansiaba en ese momento poder comérsela a besos. Kougami había asegurado que era mutuo, y ella podía ver como la Capitana devolvía sutilmente sus coqueteos.

— Lo haces a propósito — de la vergüenza volvió a reír.

— Tal vez — se encogió de hombros, guiñando—. Bueno, me encantaría hacer todo lo que esta señorita desee.

— ¿Todo, Capitana?

La más alta rio levemente, haciendo un gesto para ir en busca de su cojo. Siguió sus pasos casi dando saltitos. Había otro cadáver en en rellano, y de inmediato Yoriko le reconoció como el hombre que lloraba desesperado. Si tan solo hubiera más tiempo...

— En el otro Tokyo, mis compañeros siempre me dejaban a cargo de los rescates más complicados — comenzó a contar—. Muchos creerán que los más difíciles son en los que hay escombros o mucho desastre, pero es aún peor lidiar con alguien que ha perdido toda la esperanza de vivir.

— ¿Por qué a ti? — preguntó, curiosa.

— Porque les entiendo, y jamás les diría algo tan horrible como "todo mejorará" o "está todo bien" — cuando pasaron por la primera planta, Yoriko se percató de un grupo de tres hombres hablando entre sí, como si buscaran a alguien—. La gente no quiere escuchar eso, quieren soluciones reales.

— Entiendo — asintió, contemplandola abrir la puerta metálica de un empujón. Era tan atractiva y amable...

— ¡Mis mamis! — Kougami, tirado sin más en uno de las sillas de recepción, se levantó de un salto para recibirlas. Yoriko se preparó para rechazar su abrazo, cuando repentinamente el artista golpeó su abdomen con fuerza—. ¡Maldita Hulka, no vuelvas a darnos esa clase de sustos!

— Cojo... de mierda — tomó aire, encorvada del golpe sorpresa. Soltó una risa, incorporándose de golpe y agarrando del cuello al Matsumoto—. ¿Has llorado por mí, pequeña mierda? Venga, admitelo.

— ¡Kuina controla a la bestia! — suplicó, tratando de huir de ella. Sus teléfonos sonaron indicando que ya podían salir del terreno de juego. Risueña, Kuina fue hacia la carta para guardarla en su bolsillo, cuando una mano más grande con una pulsera de taquilla sujetó su muñeca.

— Sueltame — advirtió al hombre. El gas iba esfumandose del interior, y en la entrada ya se podían quitar las máscaras con tranquilidad—. He dicho que me sueltes.

— Esa carta es mía, muñeca — Kuina lanzó un golpe en su dirección, cogiendo la carta antes que él. Otros dos hombres salieron, analizando la situación—. Dame eso.

— Búscate otra, es mía — negó. Si juntaban las cartas que tenía ella por separado con las que habían logrado el dúo tenían ya bastantes. Si servían para algo, no le daría esa carta a ese trío de matones.

— He dicho que...

— Y ella ha dicho que ahora es nuestra — cortó Yoriko, dejando ya de reír y bromear con Kougami. Hasta el pintor se había enderezado para parecer más duro—. Largaos, no queremos problemas.

Eran tres hombres de aproximadamente la altura de Kougami, vestidos de negro y con pulseritas a juego. Tan solo uno de ellos destacaba, y era por su cuerpo cubierto de curiosos tatuajes y katana colgada a la espalda.

— Una bombero... — silbó el que estaba al frente—. Menuda jirafa.

— Vámonos — ignoró por completo al hombre, colocando una mano sobre su espalda para que siguieran cada uno su propio camino.

— ¡Eh, espera! — para Kuina y Kougami todo pasó en un segundo. El pesado que reía colocó una mano en su brazo de manera invasiva, y en un momento estaba tirado en el suelo con una llave de apariencia dolorosa y una cuchilla presionando su cuello.

— He dicho que no queremos problemas — Kougami rozó con sus dedos la pistola que Yoriko había conseguido en caso de urgencia, y miró a Kuina sobresaltado. Ella estaba más preocupada en ese momento de la afilada hoja de katana que rozaba el cuello de la mujer, pero entendió el mensaje de Kougami. Por Yoriko, atacarían sin dudarlo—. Esa carta es ahora de mi compañera, la siguiente será.

— Puta bestia — se quejó el hombre que estaba siendo presionado contra el suelo—. Last Boss, aleja eso de ella. Tú, bomberito, hablemos esto.

La katana se alejó de su yugular, y dejó que el matón se pusiera en pie. Adoptó una pose defensiva frente a Kuina y Kougami, aprovechando que ella intimidaba más tras eso.

— Eres fuerte — el tercer hombre habló, mirándola de pies a cabeza—. ¿Cuánto mides? ¿Dos metros? Eres la tía más alta que he visto en mi vida.

— Uno noventa y cuatro — pronunció, desconfiada—. No os daremos la carta, no hay mucho para negociar. Vosotros por un lado, nosotros por el nuestro y sin actuar de manera estúpida.

Cruzó miradas con el misterioso tatuado. Entrecerró los ojos mirándola fijamente, y ella devolvió una mirada de la misma intensidad. Un friki con espadita no iba a intimidarla.

— Esa chica de ahí es rápida — señaló a Kuina. Yoriko dio un paso al frente, cubriendo por completo a la menor—. Y tú... Tú eres fuerte y hábil. Estoy seguro de que también sabes manejar un arma — compartió una mirada con el compañero de su izquierda. Este asintió, sacando un walkie—. Escuchad, tenemos un grupo. Somos unos cincuenta, con agua potable, electricidad y comida de sobra. Si venís con nosotros tendréis vuestro lugar allí.

— ¿Cuál es el truco? — preguntó bruscamente.

— No hay truco — aseguró él. Su leve sonrisa no convencía en absoluto a Yoriko—. Tan solo hay tres reglas simples, aunque eso ya os lo explicará nuestro líder. No a cualquiera le ofrecemos esto, bombera.

— Podríamos ir —musitó Kougami—. Yoriko, tú misma lo dijiste. La unión hace la fuerza, somos más fuertes si somos más.

— Con más me refería a cómo máximo diez personas, no cincuenta — habló en tono bajo de vuelta—. Hay un truco sucio detrás, no me fio de ellos —negó lentamente—. Kuina, ¿quieres ir?

— Yo... — se mordió el labio, pensativa.

— Iré si queréis ir, somos un equipo y no os dejaré solos —aseguró—. Tampoco me enfadaré con vosotros si queréis ir, tienen cosas que probablemente no encontraremos vagando por ahí.

El walkie de los tres hombres sonó, y la voz de un hombre algo cortada puso a la mayor tensa.

Aquí Matsumoto, ¿seguís vivos? — ¿Matsumoto? Kougami sujetó su brazo, con la mirada fija en el walkie.

— Es el capullo de Hideki — río al que le había hecho una llave—. Hey, Matsumoto, estamos tratando de llevarnos a tres nuevos a la Playa. Son hábiles.

Seguro que uno de ellos tiene tetas, pervertidos. Volved rápido, dicen que ha pasado algo.

— Mi hermano — balbuceó en shock Kougami. Tras unos segundos, sonrió en grande—. Es Hideki, Yoriko, mi hermano mayor.

La bombera suspiró, miró a sus dos compañeros de ojitos brillantes y asintió. No era nadie para impedir un reencuentro familiar, y en el fondo Kuina estaba deseando una buena ducha caliente.

— Bien, iremos — accedió—. Pero antes debemos pasar por nuestras cosas.

— Hacéis bien en venir, bombera —aseguró el segundo hombre—. Last Boss, llévalos tú en el segundo coche — le lanzó unas llaves que atrapó a regañadientes—. Él os llevará, coged lo que necesitéis y nos vemos allí.

Cuando el par se metió en un coche y se marcharon, Yoriko quedó aún más confundida. Se suponía que los coches no funcionaban, ¿por qué esos sí? ¿Cómo tenían además luz y agua corriente? Y la comida...

— Vamos — indicó el tatuado al que habían llamado Last Boss. Los tres se subieron pegados en la parte trasera, aunque al samurai no le importó en absoluto—. ¿Hacia donde?

— Yo te indico, tú conduce — al estar sentada en el centro, pudo inclinarse y apoyarse en el asiento delantero para indicarle mejor. Kougami movía sus pies con nervios, incapaz de borrar la sonrisa.

Tal vez fuera una simple paranoia, pero ese sitio no la daba buena espina en absoluto.

GRAPHICS.


Cr: @sweet.adeu en instagram💙 son tan monas adoro

Mis mamis y las de Kougami
Como persona a la que le gustan las mujeres, Yoriko es completamente mi tipo 🤭

Feliz Año! Ya que subo esto a horas antes del año nuevo je

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