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𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗘𝗟𝗘𝗩𝗘𝗡

𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗘𝗟𝗘𝗩𝗘𝗡
𝑩𝑳𝑶𝑵𝑫𝑬 𝑮𝑹𝑬𝑴𝑳𝑰𝑵 𝑾𝑰𝑻𝑯 𝑪𝑶𝑵𝑻𝑨𝑪𝑻𝑺

— Habéis venido.

Antes de que Kuina pudiera hablar, ella apoyó una mano en su espalda indicando que esperase a que pudiera analizar correctamente el espacio en el que se encontraban. La sala de cámaras era un lugar ideal para observar todo, y otro lugar ideal para tenderlas una trampa. Kougami, algo inquieto, maldecía por lo bajo haber sido sacado a rastras de su cómoda cama para estar ahí.

— ¿Qué quieres de nosotros? — pronunció, dando un paso al frente. El teñido del juego de picas se metió las manos en los bolsillos, totalmente impasible.

— Una alianza — la bombera alzó las cejas levemente—. Dime, Tetsuro. ¿Qué harías por salir de aquí?

— Jamás comprometería la seguridad de mis compañeros.

— Genial, porque no estaría comprometida — aseguró—. Tengo un plan infalible para salir de aquí. Y os necesito.

— ¿Quién se supone que eres tú? — el chico alzó la muñeca, y reveló una pulsera de taquilla azul con un número siete en ella—. Kuina, Kou, nos vamos.

A punto de dar media vuelta, volvió a hablar.

— Conozco varios secretos de la Playa que vosotros no. Sé el plan que tienen los altos cargos para acorrarlarte, Tetsuro. Y no será nada divertido para tu amiga Kuina — eso llamó por completo su atención—. Al menos escuchadme. Os interesará.

Kuina hizo una pequeña mueca, y Kou mostró bastante curiosidad al respecto. Si ellos dos estaban de acuerdo, no les dejaría solos. Escucharle no estaría de sobra, ya después decidirían.

Chishiya, como se presentó, era un capullo demasiado inteligente. Había accedido al ejecutivo debido a sus habilidades lógicas, y porque tenía al parecer un contacto infalible en los tres altos números (conocía al Sombrerero, y a Kuzuryu, pero no al tercero). Aseguraba que todo ese circo caería tarde o temprano, y que para tener asegurada su supervivencia robarían como fuera las cartas cuando estuvieran completas o a punto de completarse. De ese modo, podrían salir y serían libres de esos locos psicóticos.

— Estamos arriesgando demasiado — opinó Kou. El rubio asintió, aunque había detallado de tal manera todo que era imposible ver fallas—. Capitana, Kuina.

— Quiero hacerlo — pronunció la de rastas—. Es nuestra oportunidad de salir de aquí, de volver a casa. Si nos quedamos en la Playa, podría ocurrirnos cualquier cosa.

Yoriko quería salir de aquí más que nadie. Odiaba ese resort, las fiestas y los asesinatos que se llevaban a cabo. No soportaba a los altos cargos, y además se estresaba simplemente al despertar allí. Debía estar con la guardia en alto constantemente, y era obligada a jugar con asesinos que no dudarían en atravesar su cráneo con una bala.

— Kou, ¿qué opinas?

— Lo haré si tú lo haces — suspiró. Esa era demasiada responsabilidad sobre sus espaldas.

— Te lo advierto, Chishiya — el menor sonrió de medio lado ante esa afirmativa respuesta omitida—. Arriesga nuestra seguridad, y estás muerto.

— Creí que tú no matabas — pronunció con cierta burla. Quiso pegarle.

— Podría hacer una excepción contigo si te atreves a jodernos.

Tenía razón. Ella no mataba. Jamás mataría a nadie voluntariamente, y eso era algo que él sabía a la perfección tras andar de espía en sus conversaciones con Aguni. Ese veto de asesinato no la quitaba la oportunidad, sin embargo, de pegarle la paliza de su vida. Porque lo haría si sus pequeños compañeros sufrían por ese plan.

— Captado — asintió, mirando un momento de reojo una cámara. En ella, una chica caminaba con el Sombrerero por un pasillo aislado, ambos escoltados—. Este será nuestro lugar de reuniones. Aún queda un tiempo para que las cartas estén cerca de ser completadas, por eso no hay prisa.

— Los Paramilitares — recordó Yoriko, cruzada de brazos—. ¿Cómo esquivo sus planes?

— Únete a ellos — pronunció con simpleza—. No todos matan, y sería un buen contacto desde el interior de la organización. Yo mismo estoy en el ejecutivo. Kuina es perfecta para escuchar y evaluar en el exterior, y Kougami en el interior. Debemos desplegarnos.

— ¿Estás tomándome el pelo, mocoso? — rio irónica—. No pienso entrar a ese grupo de psicópatas.

— Hay otras maneras de adquirir información desde el interior.

Todos se giraron a mirar al cojo. Hideki, por supuesto.

— Aguni no tiene su confianza en Matsumoto como la tendría en Yoriko si aceptase su oferta — refutó el teñido—. Él es el hombre de más poder militar de toda la Playa, conviene tener a alguien de su confianza — ante la mirada de clara desconfianza de la más alta, suspiró—. Piénsalo. Será un gran apoyo para el plan.

Si había algo que Yoriko odiase más que los fuegos artificiales, era que la mangoneara un mocoso de metro sesenta. Podría tener razón, pero era una cabezota que se aferraría a su propia mentalidad hasta que fuera estrictamente necesario.

— Bien, ¿y debemos fiarnos de ese contacto tuyo en los altos cargos?

— Así es — asintió—. Es una loca de primeras, pero si se compromete con algo hará hasta lo imposible para lograrlo.

— No entiendo como alguien con tanto poder querría salir de aquí — pensó Kuina, pegada a su costado.

— Es incluso más simple de lo que parece — sonrió levemente, con las manos en los bolsillos—. Se ha... aburrido.

Definitivamente ese país te volvía loco de remate.

— No me gusta ese tipo.

Kuina mordisqueaba con especial ansiedad el palito de helado. Al fondo un par de chicas fumaban, y de vez en cuando podía ver su mirada desviarse con ansias en su dirección. Para alguien fumador, era extremadamente difícil dejar el vicio de un día para otro.

— Perdona, no te he escuchado — admitió, saliendo de su ciclo de búsqueda desesperada mental de tabaco.

— Lo llevas genial, preciosa — acarició su espalda descubierta por el bikini—. ¿Hay algo que te ayude?

La de rastas sacó el palito de sus labios, girandole entre sus dedos con agilidad. Pensó unos segundos.

— Mantenerme ocupada. Tener algo en la boca, o en las manos. La mente en blanco, ya sabes — suspiró pesadamente—. Aunque aquí es complicado con todo esto.

— Podrías venir al gimnasio conmigo —propuso. Ella negó. No la gustaba eso de entrenar—. No puedo hacer mucho más. Si puedo ayudar con algo, aquí me tienes.

— Bueno, ahora me mantienes más ocupada — insinuó, coqueta.

La bombera ocultó su sonrisa, apartando la mirada para volver a analizar el ambiente fiestero de la Playa.

— He estado pensando en lo que ese minion dijo — la de rastas alzó las cejas con cierta diversión por el apodo—. Unirme a los Paramilitares. Ellos tienen un plan, y si ese capullo tiene de verdad contactos fiables...

— Harán algo contra mí — completó Kuina. Suspiró, y tras dudar largos segundos se atrevió a posar su mano sobre la de Yoriko—. No lo hagas por mí, Yor. Sé defenderme.

— Lo sé, eres fuerte — suspiró—. Pero nadie, por más fuerte que sea, podría hacer algo contra un grupo de locos armados.

Dándola por completo la razón, unos militares pasaron por la zona presumiendo de sus armas. Lanzaban comentarios obscenos a las mujeres en bikini, y no les importaba en absoluto empujar a la gente al pasar.

— ¡Hulka, Kuina!

— Qué raro verte despierto, Kou — bromeó la menor. El cojo rodó los ojos, y se sentó junto a ellas mostrando lo cansado que estaba por correr con su vieja lesión.

— Ese idiota ha tenido que hacer algo, me han escogido para organizar los materiales de la Playa — contó en un tono bajito y confidencial—. Estoy a cargo de la ropa, objetos de las habitaciones y todo eso.

— No sé si es bueno o malo.

— Ambas — opinó Yoriko—. Se acaban tus siestas, y serás los ojos y oídos de los pasillos.

— Mis siestas — se lamentó.

Yoriko suspiró pesadamente, y se apoyó por completo en la silla de plástico barato con los ojos cerrados por la molesta luz del sol. ¿En qué momento habían aceptado ir con ese grupo de locos? Con lo felices que podrían ser por su cuenta, sin preocuparse de dementes armados y drogadictos.

— Hey, tú.

Abrió los ojos de golpe. Militares.

— ¿Qué queréis? — se enderezó lo más rápido que pudo. Tenía a su cojo y a Kuina detrás, ella daría la cara por ambos.

— No te hablamos a ti, machorra — uno de los dos río, y el otro señaló a Kuina—. Le hablamos a ella.

Kougami consiguiendo ese trabajo, Kuina siendo ahora vista por militares... Estaba cien por cien segura de que ese gremlin tenía algo que ver. Si quería acelerar el proceso, tan solo debía contactar con esa ejecutiva misteriosa y ya todo estaría en sus manos. Maldito.

— Vosotros dos — los militares se mostraron hasta ofendidos por el tono despectivo, aunque cuando se puso en pie revelando que era mucho más alta y robusta, cerraron la boca—. Llevadme con vuestro jefe.

— ¿Con Aguni? — dudó el que había hablado. El otro susurró algo, y sonrió ampliamente—. Claro, te llevaremos con él.

Kuina buscó detenerla, pero ya se había levantado y seguía sus pasos como si fuera una presidiaria directa a la silla eléctrica. Algo peor la esperaba al llegar con su verdugo, y era estar sentenciada a tirar a la basura sus ideales en busca de proteger a la adorable mujer de sonrisa brillante.

Por Kuina, recordó mientras los militares reían al verla pasar. Por Hikari, insistió, ignorando la manera en la que daban brillo a sus fusiles. Por ella. Por su seguridad. Por un futuro en el que pudiera ver a su madre recuperarse.

— ¡Jefe, te traemos un regalito!

Abrieron la puerta sin más, y Aguni cambió de inmediato su gesto de amargado por uno de victoria. Él ganaba, él la tenía entre sus garras.

— Dejadnos solos.

La oficina en la que Aguni se instalaba no era mucho más grande que una habitación corriente del resort. Apenas había ventilación debido a las ventanas firmemente cerradas, y el tono ocre de las paredes solo lograban generar un ambiente de encierro que se agravaba a cada momento que pasaba en pie, silenciosa, sobre la fea alfombra desteñida y arrugada.

— ¿Vas a quedarte así todo el día? — sin embargo, mantendría su orgullo y dignidad en alto—. Sabes perfectamente por qué estoy aquí, Aguni.

— ¿Qué te ha hecho recapacitar? — se puso en pie. Debía medir alrededor del metro ochenta y cinco, pero aún así debido a su angustia creciente se vio más imponente, casi más alto que ella.

— Si me uno a ti, a tu organización — tragó saliva—. No toquéis a Kuina. No la miréis, no habléis de ella, nada.

Las mujeres dentro de la Playa solo tenían dos destinos: peones considerados inservibles en los juegos, u objetos sexuales para los desgraciados que se ocultaban tras un título. Kuina era preciosa, llamaba la atención allá donde fuera, y aún sabiendo defenderse jamás podría hacerle frente a un grupo armado dispuesto a destrozarla. Kougami tenía inmunidad al ser un hombre alto y con contactos en los militares, pero ella...

— Está bien — aceptó, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones militares—. Tu amiga estará a salvo.

— En el momento que alguien se atreva a tocarla, no me importará una mierda tu jerarquía o normas, porque os mataré. ¿Entendido?

— Tienes mi palabra — Yoriki alzó la comisura de los labios en una sonrisa irónica.

— ¿De qué crees que me sirven las promesas de un asesino? — se inclinó levemente hacia su rostro estoico—. Quiero demostraciones. Actos que demuestren que de verdad cumplirás.

— Todos mis subordinados serán notificados de inmediato — aseguró—. Quién se atreva a pasar sobre mis órdenes, correrá el mismo destino que el de los traidores.

Yoriko suspiró pesadamente. Sin mucho más que decir, extendió la mano en su dirección. Aguni no dudó en estrecharla, apretando con cierta fuerza.

— Has tomado la decisión correcta, Tetsuro.

— Eso espero.

GRAPHICS.

*Yoriko arriesgando sus ideales y motivaciones por Kuina, dispuesta a protegerla sobre su propia voluntad*
Kuina: cojamos😋

Yoriko date cuenta de que te mueres por ellaaaaa

Y ojo ojito al contacto de Chishiya🧐

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