Capítulo Seis
editado, 14.04.24
Al día siguiente, México salió de casa temprano para ir a visitar a sus hijos. Era hora del desayuno y había prometido hacerles su comida como antes. Se había mudado de casa a una para él solo, más que nada porque quería que sus pequeños entiendan que deben ser independientes de él, de alguna manera por lo menos. Iba a verlos todos los fines de semana, quedándose con ellos ese tiempo. En su camino, iba pensando en la noche anterior, lo que sucedió entre Argentina y él, decidió mejor no mandar mensajes o intentar algún tipo de contacto, no por ahora. Quería pensar sobre lo que hicieron en esa habitación, ese contacto físico que compartieron, pero no en ese momento, ahora tenía cosas que hacer.
Mientras caminaba tranquilamente, escuchó su nombre a lo lejos. Volteó, encontrando a Canadá corriendo hacía él, se sorprendió al verlo después de tanto tiempo, puesto que lo último que supo de él fue que desapareció junto a Estados Unidos unos meses por culpa del trabajo. Los viajes de trabajo eran estresantes, muchos decidían irse a sus territorios para hacerlo más sencillo. El mexicano sonrió, teniendo a Canadá frente a él; esa sonrisa brillante y amistosa.
—Sorry, did I interrupt something? —preguntó preocupado. Antes que México pudiera contestar, volvió a hablar, —whatever, it doesn't matter, um... I want to talk with you, can I? —cuestionó una vez más, ahora el tono de su voz fue cambiado a uno más nervioso.
—¿Hablar conmigo? —le devolvió la pregunta, cruzando sus brazos,—No creo poder hacerlo, debo llegar a casa y cuidar de mis hijos, pero tal vez podamos hablar otro día, ¿de acuerdo? —explicó, iba a retirarse cuando Canadá le agarró del brazo, no dejando que se vaya. Parecía ser un tema serio,
—México, sé que hemos tenido problemas en el pasado, más que nada la última vez que nos vimos, pero te aseguro que he cambiado. He hablado con Estados Unidos y me prometió darme libertad, dejarme hacer mi vida —fue explicando de la nada, queriendo que lo escuche por lo menos unos segundos. Era lo único que pedía, —De verdad quisiera volver a ser algo para tí... un amigo. No te estoy pidiendo que seamos novios otra vez, solo necesito que me perdones y me veas como un amigo más.
El latinoamericano lo miró por unos segundos, pensando en sus palabras y repitiendo las mismas en su mente. ¿Se estaba disculpando por algo que ocurrió hace años entre ellos? Su relación acabó por culpa de nadie, México decidió terminar con él porque necesitaba un tiempo para pensar, de hecho fue una de las razones por las que se tomó unos meses fuera y se fue a su territorio, Nunca tuvo conflicto con Canadá, solo se separaron por el bien de ambos, más que nada del canadiense.
—No entiendo por qué te disculpas —habló con cierta duda. Suspiró, mirando a un lado y después la hora en su teléfono. Debía irse ya. —Hablaremos otro día. Tengo cosas que hacer, te hablaré otro día, —finalizó, tomando su mano con cuidado para después solo quitarla de su brazo, continuando su camino hacía casa de sus estados.
Canadá se quedó en silencio, quieto mientras veía a México irse; se veía aún más atractivo que el último día que lo vió. Sonriendo, intentó tragarse las ganas de llorar, solo suspiró entrecortado y volvió a casa con la sensación extraña en su garganta. No le gustaba sentirse así, era doloroso tener que ver a México, porque no importaba el tiempo que pasará, no lograba olvidar lo que tuvieron. Los recuerdos volvían a su mente de vez en cuando, incluso en momentos cotidianos como lo era estar haciendo la comida, le llegaban memorias de estar cocinando con él, riendo y bromeando. Era inevitable pensar en él.
Llegando a casa, México fue recibido por sus hijos con esas sonrisas y risas que llenaban el hogar, queriendo que su padre les prepare el desayuno, se estaban muriendo de hambre y necesitaban su comida para seguir con su día. México sonrió, asintiendo varias veces mientras le acariciaba el cabello a algunos en su camino a la cocina. Había recuperado el cariño de sus estados hace dos años, no planeaba volver a cometer errores con ellos, por lo menos no los de ese tipo. Si tenía que regañarlos por actitudes groseras, lo haría, pero sin ser muy duro con ellos, sin gritos.
—¡Papá, le están llamando! —exclamó Puebla, yendo rápido con su padre, entregando su teléfono. El mexicano le agradeció, agarrando el artefacto sin ver quién lo llamaba. Sus ojos se expandieron un poco de sorpresa; era Argentina. Aclaró su garganta, limpiando su mano libre en la toalla de cocina, intentando escucharse tranquilo, más que nada porque tenía a sus hijos cerca y no quería que supieran. Las relaciones que llegaba a tener con otro país eran complicadas porque los estados no eran lo suficientemente maduros para entender que su padre tenía una vida fuera de ellos, que merecía tener pareja.
Argentina en la otra línea solo suspiró primero, —No pensé que contestarías, eh... escucha, sé que te dejé mal ayer, pero entiéndeme, por favor... no quería arruinar nuestra amistad, no otra vez. —confesó, jugando con el borde de su camisa mientras hablaba, mordiendo su labio inferior con nerviosismo.
—Espera un momento, ¿si? estoy con mis hijos ahora —se disculpó, pidiéndole a sus pequeños que terminen de hacer el desayuno. Retirándose de la cocina, fue hasta su habitación donde tendría privacidad. Una vez ahí tomó asiento en su cama, —Bien, uh... Argentina, ¿sigues ahí?
—Si, si.
—¿Qué soy para tí, Argentina?
Oh, esa pregunta. La típica que lo llenaba de ansiedad, su mente se bloqueaba y parecía que olvidaba cómo hablar, porque se quedó congelado. Estaba por cortar la llamada, nunca aparecer frente a México de la vergüenza que sentía recorrer su cuerpo. ¿Qué era México para él? un amigo. No era un amigo, considerarlo sólo eso sería mentirse así mismo, ignorar sus sentimientos por él y volver a esconderlos, fingir que no le gustaba, pero, ¿qué respuesta era mejor? decirle que no sabía era también una mentira.
Todo era mentira, porque le gustaba, sentía atracción por él no sólo por su apariencia, sino por todo lo demás que formaba a México; su voz, esa personalidad madura que aunque se quejaba de ella en ocasiones, era atractivo el cambio que tuvo, le atraía esa madurez, su forma de hablar, expresarse, incluso como movía las manos cuando hablaba. Odiaba que le gustara tanto.
—Vos... sos importante para mí.
—Eso lo tengo claro, pero, no me refiero a eso. ¿Qué sientes por mí? ¿Prefieres verme como un amigo o como algo más? Si es el segundo, ¿Qué es? —preguntó, nervioso incluso. Una sección de él imploraba que fuera solo una confusión, que Argentina solo esté dudando de sus sentimientos, la otra quería su amor, que lo ame hasta el punto de querer ser su novio.
—Nada cambiará si te digo que te amo. Lo hago, te amo. Te lo dije hace tiempo, he estado enamorado de vos desde hace cinco años —explicó, tapándose el rostro con su mano libre con un suspiro entrecortado, —No se que decirte, ¿te debo explicar porque quiero ser tu novio? —bromeó al final, riendo. No era una risa de chiste, era más de frustración.
—Solo necesitaba escuchar eso.
—¿Qué?
—Quería escucharte decirme que me amas —susurró, sonriendo después. En un par de segundos logró escuchar los gritos de Argentina, entre insultos para él y para sí mismo. No entendía porque México lo torturaba de esa manera, no tenía sentido. El mexicano sonrió, escuchando cada uno de los insultos, amando ese acento y fuerza en su voz, —Oye, tampoco es para tanto, ¿tiene algo de malo querer escucharte decir eso?
—¡Es una tortura! ¡¿sos pelotudo?! —preguntó, creyendo que el aire se le acababa. Tirándose a la cama y dejando el teléfono a un lado para cubrir su rostro con ambas manos. Suspirando, escuchó la risa de México, haciéndolo peor esta vez. Para el mexicano solo era una broma más. pero no pudo evitar reír también. —¿Por qué me hiciste eso?
—¿Qué? —cuestionó de vuelta —Oh, creo que solo necesitaba escucharlo directo de tí. No lo sé, escucharte decir que me amas es... chido. Se siente lindo. —admitió, mirando al suelo intentando no pensar más en lo sucedido, más que nada para no molestar a Argentina.
—México.
—Dime.
—¿Tu me amas de vuelta?
Fue en ese momento que México se quedó callado.
—¿México? —escuchó en la otra línea, dándose cuenta de su silencio.
—Yo... tengo que colgar, Argentina. Mis hijos me están llamando, pero podemos hablar de esto otro día, ¿de acuerdo? —iba a colgar cuando Argentina volvió a hablar.
—No. No tenemos otro día, México. Necesito que me digas si me amas de vuelta o no. No quiero sufrir la espera de tu respuesta, ¿por qué lo estás evitando? ¿de qué tienes miedo? —cuestionó molesto. No le agradaba que México estuviera evitando la conversación de esa manera, más después de su confesión directa anteriormente. Debía escucharlo de regreso, escucharlo decir que lo amaba o que por lo menos si quería una relación con él, algo que le regrese las esperanzas.
—¿Te parece hablarlo en persona en una hora?
Argentina pensó, cerrando sus ojos unos segundos, —En una hora. Te veré donde siempre —se quedó en silencio unos segundos hasta volver a hablar, —Solo una cosa te diré, México. En caso de que no llegues, creo que tus sentimientos son muy obvios. Te dejaré en paz y me alejaré de vos, no te preocupes.
Con eso dicho, Argentina colgó, dejando a México con sus últimas palabras.
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