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—¿Pero estas completamente segura de que saldrá bien?—se miraba la menor al espejo por décima vez asustada.

Estaba aterrorizada, ahora que quedaban tan solo minutos de conocer al resto de su familia paterna. Odiaba pensar en negativo, en que podía caer mal a las personas, o incluso que podían odiarla.

Queria un buen ambiente y estar bien con todos.

Lo que no sabía era que al parecer , no era la única nerviosa ni mucho menos. Detrás suya, su madre quien acomodaba el rojizo cabello de su hija no había sentido esos nervios jamás.

Sus manos llegaron a temblar e incluso tuvo náuseas toda la noche, solo de pensar en el reencuentro.

Pero ahora intentaba verse más fuerte que nunca y como si nada pasara, para que su hija se calmara y estuviera en un bonito ambiente familiar esa noche.

—Sin duda que saldrá genial.—aseguró para calmar a su hija. Dejo el peine a un lado para admirar a su hija, rodeandola en un abrazo por detrás.— Estas hermosa, Hiraeth.—

Las mejillas de la recién mencionada se tornaron color Carmesí , a pesar de ser su madre cada que le lanzaban un alago  la pelirroja solía avergonzarse más de lo habitual. Era tímida para algunas cosas.

Era la hora y ambas mujeres lo sabían con certeza, Hiraeth se giró para poder abrazar a su madre con mayor comodidad.

Las palabras sobraban, solo querían pasar abrazadas unos segundos más disfrutando de la cercanía de la otra.

Esos momentos con su hija, solía hacerle recordar a Elizabeth cuando aún podía estar con su padre.

El licántropo era igual con su hija, prefería un abrazo antes que palabras.

Con este abrazo me lo demuestras todo, lobita— sonó en su cabeza la voz de su padre y la frase que dijo una vez que ambos tuvieron un conflicto.

No se dió cuenta cuando empezó a sollozar en silencio, ocultando la cabeza en el hueco del cueyo de su hija. Lagrimas rebeldes que seguían el recorrido desde sus ojos hasta donde el rumbo las llevarán, recorrían su cara.

Como era de esperar la joven lo notó, y se separó agarrando a su madre de las manos,obligandola  a mirarla.

—¿Qué pasa mamá?— inquirió quitando con su pequeño pulgar, alguna de las lagrimas.

—Nada cielo, solo recordé al abuelo— admitió la mujer. Odiaba esconderle secretos a su hija.

Pero sobre su padre, era cosa distinta pues era para protegerla.

—Estoy segura de que esta muy orgulloso de ti— volvió a abrazarla— no sabes como hubiera deseado poder conocerlo.—

●●●

La Madriguera se encontraba frente a ellas. La noche era fría, el viento soplaba por los alrededores haciendo que las dos mujeres sintieran escalofríos. El cielo estaba estrellado, pero apenas era visible la Luna.

Se miraron por última vez, sabían donde se metían una vez dentro no había salida posible.

La azabache del par, dió un toque a la puerta esperando la respuesta por alguno de los patriarcas Weasley.

Lo hecho, hecho estaba.

No fueron estos quienes se encontraban tras la puerta, si no el gemelo menor que esperaba a ambas con ansias.

—¡George!—se abalanzó la niña al ver a "su padre", y lo abrazó fuertemente enrollando sus brazos en su cuello a lo que este, la tuvo que cargar.

Aún le costaba llamarlo papá, era una palabra pero que significaba muchas cosas y no sabia como el hombre iba a reaccionar al ser llamado por ese nombre, tal vez se sintiera ofendido o pensará que las cosas iban demasiado rápidas.

—¡Hiraeth!—la apegó a su cuerpo sonriendo al ver a la que ahora era su hija tan emocionada por estar junto a el.

—¡Te he hechado de menos estos días!—admitió la pequeña mirando a este aún siendo cargada por el.

El pelirrojo abrió la boca para contestarle, pero inmediatamente se percató de la presencia de Elizabeth, que se encontraba aún en el umbral de la puerta mirando a ambos completamente nerviosa.

Hermosa como siempre, a los ojos de George. Sus mejillas sonrosadas, sus ojos café y su tímida sonrisa hacian que el pelirrojo sintiera mariposas en el estomago cada que la azabache estaba presente.

Tenia una esposa magnífica y en esos momentos se maldecía por su maldito enamoramiento por la que una vez fue la pareja de su gemelo. Pero era imposible detenerlo, lo tenía maravillado.

Siempre le gustó aferrarse a la idea de que la olvidaría al casarse con Angelina y no volverla a ver, pero cambió cuando sus miradas se reencontraron.

Seguía perdidamente enamorado de Elizabeth Lupin Mckinnon.

—Menudos modales George Weasley, yo no te crié de esa manera.—regañó la matriarca que al ver que su hijo no hacía pasar a la madre de su nieta, se hizo presente tras el.— Elizabeth querida, disculpalo se entretuvo con su hija y te descuidó—le lanzó una mirada llena de reproche a su hijo, que incluso llegó a intimidar a la menor en los brazos de su padre— pasa porfavor, las estábamos esperando.—

Unas risas se escucharon tras ellos , entre las que se pudo distinguir el carismático sonido de la única hija que tuvo el matrimonio Weasley-Prewett.

—Hermano mío tenía que ser— comentó con cierta burla, y besó cariñosamente la mejilla de su sobrina,npues estaba a gran altura al estar en los brazos de su padre tuvo que ponerse de puntillas para poder alcanzarla.

—Merlín, lo siento mucho Elizabeth.—se disculpó avergonzado ante todas las burlas y reproches de parte de su madre y hermana menor.— Ya me di cuenta de mi error, no hace falta recalcarlo  y tu — se dirigió hacia Ginny — vuelve con tu noviecito y déjanos en paz.—

Ciertamente, los hermanos Weasleys por más que crecieran la palabra madurar  no estaba ni por suerte en su diccionario.

—¿Está aquí tu novio?—preguntó mirando a esta emocionada por conocerlo.— ¡Tienes que presentarmelo , tía Ginny!— las palabras fluyeron solas, y se sentía avergonzada y algo arrepentida al ver como todos se quedaron en silencio, pues ella fue el primer miembro de la familia Wealsey a la que Hiraeth llamaba por su parentesco. Su arrepentimiento se marchó al ver que esta le sonreía con una amplia sonrisa remarcando sus hoyuelos.

—¿¡Oiste eso Ronald?! ¡Quiero mis dos galeones, me dijo tía antes que a ti!—anunció orgullosa, ganándose unos bufidos y maldiciones por parte de este. A continuación su completa atención se dirigió a su sobrina.— ¡Claro que si!, ¡Harry, ven aquí!.—

Ginny agarró a su pareja de la mano para acercarlo hacia donde se encontraba su sobrina.

—Wow, eres parecida a tu padre si...—fué lo primero que formuló el elegido al contemplar a su sobrina política— pero sin duda esos son los ojos de Remus— su mirada se dirigió a Elizabeth que ya se encontraba en la entrada de la casa junto a la señora Weasley.— al igual que los de tu madre.—

—¿conocías a mi abuelo?— este asintió inmediatamente, iba a hablar pero la pequeña siguió hablando efusivamente— ¿¡Me podrías contar cosas suyas?!— preguntó emocionada— ¡Como hubiera deseado conocerlo!.—

Elizabeth rió al ver como su hija atosigaba al pobre Harry con todas sus preguntas. La Señora Weasley le hizo una seña para que la acompañara hacia la cocina, haciéndola pasar por el comedor a su vez.

Sus miradas se conectaron en ese mismo segundo, el café con el chocolate se volvieron a reencontrar tras cinco años sin sumergirse en las profundidades de los ojos del contrario.

Pero ella se encontraba a su lado, con las manos entrelazadas, y una sonrisa enamoradiza en su rostro. Su físico pudo cambiar a lo largo de los años, pero su rostro arrogante seguía siendo el mismo. Seguía viéndose bonita, y destrozaba a Elizabeth por dentro.

Por una milésima de segundo no recordó que este perdió sus momentos vividos juntos al no acordarse de ellos, debido al accidente sufrido. Creyó que volvían a ser los dos adolescentes enamorados de Hogwarts, quienes se escapaban cada noche y paseaban a la luz de la luna y el cielo estrellado por el frondoso bosque perdido.

La voz de la señora Weasley llamandola la sacó de sus pensamientos.

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