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🎪 ࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮9 」


«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗇𝗎𝖾𝗏𝖾»... [𝖮9]

𝗧𝘂 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗮𝗻̃𝗶𝗮❞

El primer día había amanecido radiante, con un sol que iluminaba cada rincón de la casa y un cielo despejado que prometía una jornada llena de energía y momentos memorables. No había mejor manera de comenzar aquella semana especial, aquella que tanto había esperado con ansias, contando los días en su pequeña libreta con una caligrafía temblorosa pero meticulosa.

Luego de que sus padres se marcharan, dejando tras de sí el eco de palabras apresuradas y un aire de despedida que a ella no le importó en lo más mínimo, despertó sintiendo que la felicidad se expandía en su pecho con una calidez difícil de contener. Sabía que ese día marcaría el inicio de algo maravilloso: una semana completa junto a su payasita, su niñera, su persona favorita en el mundo.

No pudo frenar su emoción. Apenas abrió los ojos, apartó las sábanas de un tirón y, con los pies descalzos, corrió por el pasillo con su pijama de conejitos ondeando levemente con cada movimiento. Al llegar a la puerta de la habitación de su niñera, se detuvo un segundo, recuperando el aliento. No quería parecer demasiado ansiosa… pero, ¿qué importaba? Con una pequeña mano hizo un par de golpecitos en la puerta y luego esperó pacientemente.

Un par de segundos después, la puerta se abrió, y su respiración se entrecortó en un leve jadeo de sorpresa.

Su niñera estaba allí, con el rostro aún ligeramente somnoliento, pero de alguna manera se veía igual de hermosa que siempre. ¿Cómo podía alguien despertar y seguir viéndose tan bien? Su piel tenía un leve resplandor bajo la luz matutina, sus ojos, aunque más rasgados de lo usual por el sueño, mantenían esa chispa de calidez que tanto le gustaba. Su cabello caía con descuido sobre los hombros, dándole un aire aún más atractivo. En cambio, ella sentía que su propio rostro estaba hecho un desastre, con sus mejillas infladas y su cabello hecho un revoltijo.

Era afortunada.

━ Buenos días, pequeña. ¿Qué haces tan temprano despierta? ━ preguntó la niñera, su voz gruesa y pausada llenando el silencio de la mañana.

Un rubor inmediato coloreó sus mejillas.

━ B-Buenos días… y-yo siempre me levanto temprano ━ respondió con torpeza, aunque la mentira era evidente. Nunca se despertaba antes del mediodía si no era estrictamente necesario.

Pero la mujer no la contradijo. En su lugar, simplemente sonrió y le acarició la mejilla con la yema de los dedos, un gesto tan natural que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.

Permanecieron unos minutos en el pasillo, hablando de cosas triviales, de lo que podrían desayunar y de los ingredientes que tenían en la cocina. Tras una breve discusión sobre cuál sería la mejor opción ━ porque, por supuesto, ella quería algo dulce y su niñera insistía en algo más equilibrado━, llegaron a un acuerdo: huevos fritos con tostadas y mantequilla.

Cuando bajaron a la cocina, no pudo evitar maravillarse. Ver a su niñera allí, en el pequeño espacio iluminado por la luz dorada del sol, con su cabello aún algo despeinado y su expresión tranquila, le parecía la imagen más perfecta del mundo.

¿Cómo podía ser tan perfecta?

Sus ojitos brillaron mientras observaba su figura alta moverse con destreza entre los utensilios, preparando todo con la naturalidad de quien lo ha hecho mil veces. La calidez del momento se expandió dentro de ella como un secreto bien guardado.

El desayuno fue satisfactorio. Mientras comían, conversaron sobre cosas cotidianas, sobre las pequeñas preferencias de cada una, sobre lo que le gustaba hacer en su tiempo libre. A Lili ━ porque así se llamaba su niñera━ parecía interesarle cada cosa que decía. No solo la escuchaba con atención, sino que hacía preguntas, ahondaba en los detalles, como si cada palabra que saliera de sus labios tuviera valor.

Eso la hacía sentir especial.

En algún momento, sintió la tentación de hacer preguntas ella también, de conocer más sobre la vida privada de su niñera, de saber más allá de lo que normalmente compartía con ella. Pero cuando se atrevió a tantear el tema, Lili evitó responder.

No le molestó. De hecho, de cierta manera le alegraba.

Era casi como si toda la atención estuviera destinada únicamente a ella, como si en ese momento fuera lo único que importaba.

Más tarde, cuando el sol comenzó a descender ligeramente en el cielo y la temperatura se tornó más amable, decidieron salir a comer helado a una heladería cercana. Una de las cosas que más le gustaban a ella era el helado, y su niñera lo sabía perfectamente.

El camino hasta la heladería fue una experiencia en sí misma. Se sintió reconfortada por la presencia de Lili a su lado, por la forma en que mantenía su atención en ella incluso en medio del bullicio de la ciudad. Era un sentimiento difícil de explicar. No era solo compañía, era algo más, algo que la hacía sentirse segura, comprendida…

Querida.

Cuando llegaron, ella pidió su clásico helado de chocolate con avellanas, el favorito de siempre. Lili, en cambio, optó por el de fresa.

━ ¿Por qué elegiste ser payasita? ━ preguntó de repente, mientras jugaba con la cuchara en su helado.

La mayor sonrió con suavidad.

━ Desde pequeña me inspiraron a hacer shows. Supongo que siempre he sido un poco carismática.

Era una respuesta sencilla, pero encajaba perfectamente con la imagen que tenía de ella.

Las personas a su alrededor las observaban con curiosidad, aunque de forma discreta. Varias veces escuchó susurros de gente que asumía que eran hermanas. No le molestaba. De hecho, le encantaba.

Le gustaba que creyeran que eran algo más que dos extrañas, que existía un lazo especial entre ellas, uno que trascendía la simple relación de niñera y niña.

Porque ella amaba a su payasita.

Como una hermana más.

Quizás Lili la quería de otra manera, de una manera más simple, más convencional.

Pero eso no importaba.

Se conformaba con lo que tenía.

Con cada pequeño momento que compartían.

Con cada sonrisa, cada palabra, cada instante en el que el mundo exterior dejaba de existir y solo quedaban ellas dos.

Y eso era suficiente.



La noche había caído con una serenidad engañosa, envolviendo la casa en una penumbra apacible solo interrumpida por el tenue resplandor de las farolas en la calle. El aire era fresco, con una brisa ligera que se filtraba entre los resquicios de las ventanas y hacía temblar levemente las cortinas. En el interior, el silencio era casi absoluto, salvo por los suaves crujidos de la madera y el ocasional murmullo del viento.

Fue en ese ambiente de quietud cuando la pequeña Jennie decidió que no podía soportarlo más. Llevaba varios minutos en su habitación, arropada bajo sus mantas, mirando fijamente el techo con una inquietud que no lograba disipar. No era miedo. No era incomodidad. Era una sensación completamente distinta, una necesidad cálida y persistente que le envolvía el pecho y le impedía relajarse del todo.

Quería dormir con ella.

No sabía exactamente cuándo había cambiado. Siempre había sido una niña independiente, orgullosa de su capacidad para estar sola sin necesitar la presencia de nadie. Nunca había sido de aquellas que corrían a la cama de sus padres en medio de la noche por culpa de una tormenta o de un mal sueño. Ni siquiera los rayos ni el más fuerte de los truenos lograban hacerle buscar compañía.

Pero la presencia de su payasita lo había cambiado todo.

Desde que Lili había llegado a su vida, sus hábitos, sus costumbres, incluso sus pensamientos parecían haberse transformado poco a poco. Era casi involuntario. La simple idea de tenerla cerca, de compartir momentos con ella, la llenaba de una emoción tan genuina que le resultaba imposible resistirse. Quería estar a su lado, hablar con ella hasta quedarse dormida, compartir cada instante que pudiera antes de que la semana terminara y tuviera que volver a la normalidad.

Y no veía nada de malo en eso.

Tal vez, si su madre se enterara de que estaba haciendo algo así, la regañaría. Diría que debía dormir en su propia cama, que una niña grande no hacía esas cosas. Pero… su madre no tenía por qué enterarse.

Con ese pensamiento dándole fuerzas, Jennie se levantó en puntillas y, con el corazón latiéndole con fuerza, caminó hasta la habitación de Lili. Sus manos temblaron levemente cuando tocó la puerta con suavidad, esperando ansiosa una respuesta.

No tuvo que esperar demasiado.

La puerta se abrió y, al otro lado, apareció Lili, con su expresión de siempre: tranquila, gentil, pero esta vez teñida de un ligero atisbo de sorpresa.

━ ¿Sucede algo, cariño? ━ preguntó con dulzura, haciéndola entrar sin vacilación.

Jennie apenas se atrevió a mirarla. Sus ojos bajaron automáticamente al suelo, con el nerviosismo enredado en su garganta.

Y entonces, se dio cuenta.

Lili llevaba puesta una pijama de seda, de un tono oscuro que resaltaba su piel clara. Sus piernas, expuestas por la tela ligera, dejaban entrever la firmeza de sus músculos. Eran gruesas, fuertes. De seguro hacía ejercicio.

Jennie sintió su rostro arder al instante, pero sacudió la cabeza, obligándose a concentrarse.

━ Y-Yo quería saber si podía… d-dormir con usted ━ balbuceó con torpeza, mordiendo el interior de su mejilla. ━ Es que de seguro va a llover y… me dan miedo los rayos.

No le gustaba mentir. Nunca lo hacía. Pero en ese momento, no encontraba otra excusa que pareciera lo suficientemente convincente. Y, en el fondo, sus razones eran completamente sanas. Solo quería compartir más tiempo con ella, asegurarse de que esa semana especial fuera perfecta, que cada noche pudiera ser recordada con la misma calidez con la que la estaba viviendo.

Lili la observó en silencio durante unos segundos, y Jennie sintió que el aire en sus pulmones se detenía.

¿Se había molestado?

Pero entonces, la expresión de la mujer se suavizó y una sonrisa ligera adornó sus labios.

━ Claro que quiero dormir contigo, no te preocupes.

Jennie soltó un suspiro de alivio, sintiendo cómo su pecho se descomprimía. Por un segundo, había pensado que la iba a rechazar, que le diría que era una tontería o que ya estaba muy grande para hacer algo así.

Pero no.

Lili simplemente se hizo a un lado y le permitió acomodarse en la cama sin objeciones.

Jennie se deslizó bajo las sábanas, eligiendo el lado izquierdo de la cama. El tacto cálido de la tela aliviaba el leve frío que había sentido en su piel. Lili apagó la lámpara de la mesilla y se acostó a su lado, su silueta apenas visible en la penumbra de la habitación.

A pesar de estar ya acostada, Jennie no lograba relajarse del todo. La inquietud en su pecho persistía, y sin darse cuenta, comenzó a acurrucarse lentamente, acercándose más a Lili, buscando su calor sin atreverse a admitirlo en voz alta.

No tenía miedo.

Solo quería sentir su presencia.

Lili, notando aquel movimiento silencioso, reaccionó con la misma naturalidad de siempre. Con un gesto suave, pasó un brazo por su pequeña cintura, atrayéndola ligeramente hacia ella en un gesto protector.

Jennie sintió un escalofrío recorrerle la piel, pero en lugar de apartarse, se permitió disfrutar de la sensación. El calor de su toque la reconfortó de inmediato, y por primera vez en toda la noche, sintió que podía respirar con tranquilidad.

La habitación quedó envuelta en un silencio apacible. No se escuchaba nada más que sus respiraciones, acompasadas, sincronizadas de una forma casi imperceptible. Jennie cerró los ojos, dejándose llevar por la comodidad del momento.

Entonces, en medio de aquella calma, escuchó algo inesperado.

Una melodía.

La voz de Lili comenzó a sonar suavemente en la oscuridad, entonando una canción de cuna con una dulzura que hizo que su corazón diera un vuelco.

Era una canción sencilla, con una melodía suave y letras que hablaban de amistad, de confianza, de la felicidad compartida entre dos personas que se apreciaban profundamente. Cada palabra flotaba en el aire como una caricia invisible, envolviéndola en una calidez que no podía describir.

Jennie sintió sus párpados volverse más pesados.

La melodía, combinada con la sensación del brazo de Lili alrededor de su cintura y la tranquilidad de la noche, la arrulló con una eficacia asombrosa.

Se acurrucó un poco más, dejando que su mente flotara entre el sueño y la vigilia.

Finalmente, se quedó dormida.

En sus labios aún persistía una sonrisa.

Una sonrisa que, en la penumbra, era reflejada de igual forma por su payasita.


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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09

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