🎪 ࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮6 」
«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗌𝖾𝗂𝗌»... [𝖮6]
❝𝗟𝗮𝘀 𝗮𝗺𝗶𝗴𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗻𝗶𝗻̃𝗮 𝘀𝗼𝗹𝗶𝘁𝗮𝗿𝗶𝗮❞
Entre las cálidas matas y el espeso monte, una pequeña figura se distinguía en medio de la vasta extensión de naturaleza. Sentada sobre la escasa hierba, con las piernas encogidas y los brazos rodeando sus diminutas rodillas, la niña sonreía con una expresión de genuino regocijo, permitiendo que la brisa fresca acariciara sus frías mejillas. A su alrededor, los sonidos del campo se desplegaban en un murmullo constante: el leve crujido de las hojas movidas por el viento, el zumbido de algún insecto despistado, y el lejano canto de los pájaros que, ajenos a su presencia, continuaban con su propia rutina.
Estaba sola, al fin.
El alivio se reflejaba en la curva de sus labios mientras se permitía inhalar profundamente, disfrutando de aquella sensación efímera de libertad. Sí, era cierto que se había escapado, y sí, cuando la encontraran recibiría un severo castigo por ello. Pero en ese instante, nada de eso importaba. La idea de ser reprendida no pesaba tanto en su mente como la dicha de poder jugar sin restricciones, sin interrupciones, sin miradas de desaprobación. Allí, en medio de la maleza y bajo la inmensidad del cielo abierto, podía ser simplemente ella misma, sin nadie que la juzgara.
Y lo más importante: podía estar con sus queridas amigas.
Con un destello de emoción en sus ojitos brillantes, la niña extendió las manos y tomó entre sus dedos los dos objetos más preciados que poseía. Eran un par de calcetines viejos, de colores desparejos y con evidentes signos de desgaste, pero para ella, representaban un tesoro invaluable. Cada uno tenía cosidos un par de ojos improvisados con tapas de botella, y sus bocas estaban delineadas con un fino hilo rojo, formando dos sonrisas permanentes que, a los ojos de la pequeña, transmitían una calidez incomparable.
Con destreza y familiaridad, deslizó cada uno en sus respectivas manos, asegurándose de acomodar bien el pulgar para poder mover las bocas de sus peculiares compañeras. Apenas sintió la tela envolver su piel, su sonrisa se amplió. Era un gesto automático, instintivo, como si el simple hecho de tenerlas consigo fuera suficiente para hacerla feliz.
Unas simples marionetas, pero para la solitaria niña, significaban todo.
━ Hola, Lili, ¿cómo estás? ━ preguntó uno de los calcetines con una voz chillona y entusiasta, moviendo la boca de tela al ritmo de sus palabras.
Era rojo, vibrante y llamativo, y en su mente, poseía una personalidad enérgica y alegre.
━ Un poco aburrida, pero feliz porque hablo contigo ━ respondió el otro calcetín, uno de color amarillo, con un tono de voz un poco más suave pero igual de efusivo.
Sus manitas se movían con habilidad, alternando entre una voz y otra, mientras su mirada iba de un calcetín al otro, como si realmente fueran dos seres distintos conversando entre sí. Aunque, en realidad, lo eran. Para la pequeña, no eran solo pedazos de tela; eran sus confidentes, sus compañeras de juego, las únicas amigas que jamás la ignoraban, que jamás la regañaban, que jamás la hacían sentir menos.
Con una risa infantil y sincera, continuó la charla animada entre sus queridas marionetas, inventando pequeñas historias, intercambiando preguntas y respuestas, sumergiéndose en su propio mundo de imaginación sin notar cómo los minutos pasaban. Su voz se alzaba y descendía, sus manos se agitaban con emoción, y sus ojitos brillaban con el fulgor de la niñez, completamente ajena a la realidad que la rodeaba.
Sin embargo, como cualquier niña, su energía no era infinita.
Luego de largos minutos de conversación, sus bracitos empezaron a sentirse pesados, y el entusiasmo inicial se transformó poco a poco en una placentera sensación de cansancio. Con un suspiro satisfecho, decidió que ya era hora de descansar un poco.
Se dejó caer suavemente sobre la hierba, extendiendo sus delgados brazos a ambos lados de su cuerpo. Acomodó a sus amigas a su lado con sumo cuidado, colocando el calcetín amarillo a su izquierda y el rojo a su derecha, como si fueran dos personitas reales descansando a su lado.
El cielo se extendía sobre ella como un vasto océano celeste, salpicado por pequeñas nubes blancas que se deslizaban con lentitud, mecidas por el viento. La niña fijó su mirada en la inmensidad que se cernía sobre ella, observando con curiosidad la forma cambiante de las nubes, imaginando figuras en ellas, dejando que su mente divagara entre sueños y fantasías.
El parpadeo de sus ojos se hizo más lento.
Su respiración, más profunda.
El calor del sol en su piel, el susurro de la brisa, la sensación reconfortante de tener a sus amigas cerca… todo conspiraba para arrullarla con dulzura.
Y, sin darse cuenta, sus párpados finalmente cedieron.
Sus pequeñas manos, aún rozando la tela de sus marionetas, se relajaron.
Su boquita, que tantas palabras había pronunciado momentos atrás, quedó adornada por una sonrisa serena.
La niña había caído en un sueño plácido, sumergida en un mundo donde no existían castigos, ni regaños, ni soledad.
Solo ella y sus amiguitas.
¡Cuánto le gustaba jugar con ellas!
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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09
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