
💌࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮2 」
«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝖽𝗈𝗌»... [𝖮2]
❝𝗘𝗻𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗿𝗼❞
La tarde se había vestido de un gris opaco, con nubes pesadas que parecían arrastrarse por el cielo sin saber aún si querían llorar o simplemente asfixiar al sol con su presencia. Jungkook caminaba por las aceras húmedas con paso firme, una bolsa en cada mano, el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante por el peso del mercado que acababa de hacer. La chaqueta le quedaba un poco grande y el cuello se levantaba con cada ráfaga de viento que corría por entre los callejones como si jugara a enfriar los huesos de los desprevenidos.
Las tiendas del barrio ya comenzaban a cerrar, dejando escapar el último aliento cálido de luz amarillenta por las rendijas de sus puertas metálicas.
Había decidido tomar un atajo por uno de los callejones más estrechos. Lo hacía por costumbre, más que por prisa, porque le gustaba esa sensación de estar fuera de vista, al margen del bullicio de la avenida principal. Era un espacio olvidado, donde los muros estaban cubiertos por grafitis antiguos, y los contenedores de basura parecían estar eternamente al borde del colapso. Sin embargo, ese día no estaba vacío.
Al pasar por la mitad del callejón, sus ojos se posaron en una figura agachada que parecía no notar su presencia. Era un joven, sentado sobre una manta raída, rodeado de papeles, bolsas plásticas y un cartón extendido frente a él. Tenía en la mano un marcador desgastado con el que dibujaba concentradamente. A su lado, una bolsa transparente contenía unos cuantos dulces envueltos en papel brillante. El muchacho tenía el cabello rubio, muy liso, caído como hilos sobre la frente.
Su piel, a pesar de estar manchada de polvo y sudor, tenía una blancura poco común, como si el sol le hubiera temido siempre. Sus mejillas eran redondas, ligeramente infladas, dándole una apariencia infantil que contrastaba con la delgadez del resto de su cuerpo.
Jungkook apenas alcanzó a mirarlo dos segundos antes de que una de las bolsas del mercado se rompiera repentinamente con un sonido sordo. El contenido cayó al suelo como una lluvia desordenada de frutas, pan, fideos y verduras, rodando por el asfalto sucio y empapado.
━ ¡Ah! ━ exclamó, sorprendido, retrocediendo un paso mientras trataba de no pisar nada.
El sonido hizo que el joven indigente levantara la cabeza de inmediato. Se quedó quieto, como congelado, con los ojos muy abiertos, mirando a Jungkook con una mezcla de susto y desconcierto. Parecía como si no supiera si debía pedir perdón o salir corriendo.
Pero tras un breve parpadeo, se puso de pie de un salto y se apresuró a agacharse para ayudar.
━ ¡Lo siento, lo siento! ━ dijo con voz baja, temblorosa pero sincera, mientras tomaba con cuidado una cebolla que había rodado hasta su cartón. ━ Yo no... no quise asustarte.
━ No fue culpa tuya ━ respondió Jungkook, agachándose también para recoger lo demás. ━ La bolsa ya estaba débil.
El indigente sonrió apenas, todavía nervioso. Sus dedos delgados y algo sucios se movían con agilidad, tratando de limpiar un paquete de arroz que había quedado manchado de tierra. Luego colocó lo que pudo dentro de otra bolsa, y cuando terminaron, se quedó de pie, frente a Jungkook, con una expresión entre avergonzada y tímida.
━ Me llamo Jimin ━ dijo de repente, bajando un poco la cabeza. ━ No sé si... eso importa. Pero quería decirlo.
Jungkook lo observó por un momento más. A pesar del aspecto desaliñado, había algo muy humano en su voz. Algo vulnerable, cálido. Su mirada, aunque escondida tras unas pestañas largas y descuidadas, tenía un brillo que desentonaba con el abandono de su ropa.
━ Soy Jungkook ━ respondió sin pensarlo mucho.
Jimin sonrió, aunque parecía que le costaba mantener la sonrisa sin mirar al suelo. Luego, sin decir nada más, tomó la pequeña bolsa con dulces que tenía a su lado y buscó entre ellos uno envuelto en rojo brillante. Se lo extendió.
━ Ten. Para ti.
Jungkook levantó una ceja.
━ ¿Un dulce?
━ Sí. Son los que vendo. Pero... quiero que te lleves uno.
━ No necesitas regalarme nada ━ dijo él, con un gesto de negación. ━ Esto es lo que tú usas para comer, ¿cierto?
━ Sí ━ respondió Jimin sin vergüenza, con una honestidad que desarmaba ━. Pero no pasa nada. A veces la gente solo necesita un detalle para tener un buen día.
Jungkook dudó por un segundo. Luego tomó el dulce con delicadeza, sin romper el envoltorio.
━ Gracias.
━ De nada ━ murmuró Jimin, casi como si le costara creerse que había funcionado.
Jungkook lo observó unos segundos más. Quiso decir algo, tal vez preguntarle por qué dibujaba, o qué hacía allí en un lugar tan frío y oscuro. Pero sabía que no podía quedarse. Su madre lo esperaba, y él ya había tardado demasiado.
━ Tengo que irme ━ dijo al fin.
━ Está bien ━ contestó Jimin, haciendo una leve reverencia. ━ Cuídate.
Jungkook le dirigió una última mirada antes de continuar su camino, apretando las bolsas reparadas contra su pecho. Durante todo el trayecto a casa, el dulce en su bolsillo pesaba más que las compras.
Al llegar, apenas cruzó la puerta, su madre lo recibió con las cejas fruncidas.
━ ¡Mira el desastre que traes! ¿Qué hiciste? ¿Te fuiste peleando con los tomates?
━ Se rompió una bolsa ━ respondió él, mientras comenzaba a ordenar todo en la mesa. ━ Nada grave.
━ Más cuidado la próxima vez ━ refunfuñó ella, y se volvió hacia la cocina.
Pero Jungkook apenas la escuchaba. Mientras acomodaba los productos, no dejaba de pensar en los ojos grandes y brillantes de aquel joven, en su sonrisa tímida, en la forma en que había limpiado el paquete de arroz como si fuera un tesoro.
Y sobre todo, pensaba en el nombre.
Jimin.
Una palabra simple, pero que comenzaba a retumbarle por dentro como un eco que no sabía aún de dónde venía ni por qué había empezado a quedarse.
El mediodía había transcurrido como uno de esos días en que el sol parece burlarse del mundo con su indiferencia: ni calienta ni desaparece, simplemente permanece colgado allá arriba, cubierto por nubes esponjosas que no terminan de decidirse entre abrir paso a su luz o dejar caer la lluvia. Jimin había pasado la mañana entre la esquina de una panadería y el costado de una tienda de detergentes, con sus dulces envueltos estratégicamente en colores brillantes que atrajeran la atención de algún transeúnte compasivo.
A pesar del frío que aún rondaba por los suelos, él mantenía su sonrisa intacta, como si cada intento de venta fuera más un acto de teatro que una necesidad. Pero esa mañana no le fue tan bien. Vendió apenas tres dulces. Uno a una anciana que le guiñó un ojo, otro a un niño que huyó corriendo después de dejarle la moneda, y el último a un señor que le dijo que tenía “alma de comerciante”, aunque ni siquiera le había regateado.
Cerca del mediodía, cuando ya se había resignado a no ganar más que unas cuantas monedas, se le ocurrió una idea tan absurda como tentadora: visitar la zona del mercado escolar, justo cuando los estudiantes salían del instituto.
Sabía que era una apuesta arriesgada, pues si lo descubrían los de seguridad lo echarían de inmediato, pero algo en su interior le gritaba que tenía que hacerlo. No exactamente para vender dulces, sino porque días atrás había oído decir que en ese instituto, detrás del edificio principal, los estudiantes a veces dejaban cuadernos viejos, bolígrafos caídos y cosas útiles tiradas en un enorme contenedor azul que, milagrosamente, no se recogía hasta los viernes. Y era miércoles.
A Jimin le encantaba dibujar. Desde que tenía memoria, la única forma que conocía de sobrevivir al silencio de su vida era a través de las líneas y garabatos que su mente fabricaba sin permiso. Pero últimamente, esos dibujos habían empezado a tener un destinatario. Jungkook. Ese muchacho que había conocido hacía poco, con mirada intensa, voz pausada y un cuerpo que parecía haber sido tallado a mano. No lo decía por lujuria ni por deseo, sino por fascinación.
Era como si verlo le abriera un nuevo idioma visual en la cabeza, uno hecho de trazos suaves y líneas de grafito que se curvaban con ternura.
Así que, impulsado por el deseo de seguir dibujando y escribiendo aquellas pequeñas notas —aunque nunca se atreviera aún a entregarlas— Jimin se encaminó con paso sigiloso hacia los alrededores del instituto. Con su bufanda cubriéndole parte del rostro y la capucha puesta, pareció un gato callejero más que un muchacho curioso. Al llegar al contenedor azul, comprobó que efectivamente había varios papeles arrugados sobresaliendo como si quisieran escapar. Miró a un lado, luego al otro, y en un arranque de determinación trepó por uno de los costados con la agilidad de quien ha hecho del equilibrio una necesidad cotidiana.
Lo que encontró dentro fue una mezcla entre basura estudiantil, hojas de exámenes, envoltorios de comida, bolígrafos sin tapa, lápices partidos, una caja de jugo aún con algo de líquido… y allí, como si se tratara de un milagro laico, un pequeño estuche de plástico transparente, cubierto de marcas de marcador, pero en perfecto estado. Dentro, reposaban tres lapiceros casi nuevos y un bloc de hojas blancas sin usar, aunque dobladas por la humedad. Jimin lo agarró con reverencia, como si hubiera encontrado un cofre antiguo.
━ ¡Hoy me saqué la lotería! ━ susurró, conteniendo una risa que se le escapaba por los ojos.
Pero justo cuando intentaba bajarse del contenedor, la tapa se movió súbitamente. Alguien había empujado desde fuera. Jimin, asustado, soltó el estuche que se le cayó al pecho, y al intentar sujetarlo perdió el equilibrio.
El resultado: una caída nada elegante, una pierna dentro del basurero, la otra colgando afuera, y su cuerpo enredado como si fuera una marioneta mal amarrada. Un estudiante de primer año lo miraba desde abajo con expresión aterrada.
━ ¡Lo siento! ¡Pensé que era un mapache! ━ gritó el chico antes de huir corriendo hacia el edificio.
Jimin, con la dignidad hecha polvo pero el estuche intacto entre sus manos, se dejó resbalar hasta caer al suelo. Luego se levantó sacudiéndose, como si eso borrara el bochorno. Caminó rápido por las calles adyacentes, hasta llegar por fin a su refugio: su carretilla.
La carretilla era vieja, de madera astillada y metal oxidado. Estaba cubierta por una lona amarilla que usaba como techo cuando llovía. Dentro había una manta, una almohada baja hecha con una chaqueta doblada y algunas de sus pertenencias más preciadas: dos dibujos enrollados, un frasco de dulces, una piedra que parecía un corazón y ahora, su nuevo estuche.
Se dejó caer de lado, con el corazón aún acelerado pero los ojos llenos de alegría. Sacó el bloc con cuidado, pasó los dedos por las hojas y sonrió. Ya podía escribirle más cosas a Jungkook. No que se las fuera a dar… al menos no todavía. Pero podía seguir imaginando que sí lo haría. Podía escribirle frases tontas como “tienes los ojos más raros que he visto”, o dibujar cómo se le vería en caricatura, o simplemente copiar su nombre en diferentes tipos de letra como si eso lo acercara de algún modo.
Se acurrucó bajo la lona, abrazando su botín del día como si fuera un tesoro robado a los dioses del olvido. Afuera, el viento volvía a soplar, pero esta vez no lo sentía como un enemigo. Estaba cansado, sí, con una mancha en el pantalón que probablemente oliera a salsa de tomate escolar… pero feliz. Porque sabía que ese estuche, ese bloc doblado y esos lapiceros medio gastados le darían más de un momento de consuelo.
Y quizá, solo quizá, un día, cuando tuviera el valor suficiente, usaría una de esas hojas para entregársela a Jungkook con una nota real. De esas que no se esconden, ni se guardan, ni se escriben solo para soñar.
█▓▒░░▒▓█
Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro