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🌹࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮1 」

«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗎𝗇𝗈»... [𝖮1]

❝𝗘𝗹 𝗗𝗼𝗻𝗰𝗲𝗹 𝗣𝗮𝗿𝗸 𝗝𝗶𝗺𝗶𝗻❞

La luz del atardecer se colaba por las ventanas de la habitación de Jimin, suavizando con tonos dorados las líneas de sus mejillas húmedas y enrojecidas. Estaba inclinado sobre un viejo baúl de madera, cuidadosamente guardando sus pertenencias, pero cada prenda, cada pequeño objeto, se le antojaba como un peso inamovible, un recordatorio de la inminente despedida. Era un joven de rostro delicado, de aquellos cuya apariencia podría engañar, ocultando la fortaleza en su interior. Sin embargo, aquel día, su expresión denotaba una tristeza tan profunda que incluso el más fuerte de los hombres habría sentido el corazón desmoronarse al verlo.

Sus padres le habían dado la noticia horas atrás, de manera tajante y sin compasión, como si hablaran de una transacción comercial y no de su propio hijo. Desde pequeño, Jimin había conocido su destino: era un doncel, un ser único y valioso, pero también una carga que debía ser entregada a alguien más poderoso. En su mundo, un doncel no era solo una persona, sino un tesoro codiciado, un símbolo de poder que debía pertenecer a los de linaje noble o real.

Los donceles eran hombres con una condición especial, bendecidos -o maldecidos- con una naturaleza delicada y fértil, distintos de los demás. Esta diferencia, aunque ambivalente, los marcaba desde la cuna. Sus destinos no eran propios; sus vidas, un camino previamente trazado por quienes se erigían como sus dueños. El amor y el afecto no eran opciones para ellos, solo el deber impuesto por una sociedad que valoraba la obediencia por encima del deseo.

Mientras doblaba con esmero una túnica de tela fina, Jimin recordó la mirada de su padre cuando le informó sobre el matrimonio con el príncipe Min Yoongi. No hubo una pizca de orgullo o emoción en los ojos del hombre; tan solo el alivio de deshacerse de una responsabilidad que ya no deseaba. Para su padre, la existencia de Jimin significaba una obligación social, un deber que ahora sería transferido al futuro rey.

La idea de dejar su hogar, de ser entregado a alguien desconocido, le había roto el corazón. Había llorado en silencio en aquella misma habitación, sin que nadie acudiera para ofrecerle consuelo.

El eco de unos pasitos acercándose a la puerta rompió el silencio, y cuando Jimin levantó la vista, se encontró con su hermanito menor, de ojos grandes y curiosos, mirándolo con el ceño fruncido. El niño, con apenas unos años de vida, aún no comprendía por completo el significado de las despedidas. Para él, todo esto no era más que un juego de adultos que algún día entendería. Jimin le sonrió con tristeza, acariciando con suavidad su cabello oscuro.

━ ¿Vas a volver, hyung? ━ preguntó el niño, con la inocencia de quien aún no comprende el dolor de la pérdida.

━ No lo sé, pequeño ━ respondió Jimin, intentando mantener la voz firme ━. Pero quiero que seas fuerte, ¿de acuerdo? Sé un buen niño para mamá y papá.

El niño asintió, y aunque parecía confuso, le devolvió una sonrisa. Sin comprender la seriedad de la situación, lo abrazó con toda la fuerza que sus brazos diminutos le permitían. Jimin cerró los ojos, reteniendo ese instante, grabando en su memoria la calidez de aquel abrazo, sabiendo que quizás sería la última vez que sentiría un gesto de amor sincero.

Poco después, su padre entró en la habitación y ordenó a Jimin que lo siguiera. Sin decir palabra, Jimin bajó la cabeza y se dirigió al carruaje que esperaba fuera de la casa, un vehículo elegante y adornado, destinado a transportar donceles de familias humildes hacia un futuro que ellos no habían elegido. Durante el trayecto, el peso de la situación cayó sobre él de una forma abrumadora. Observaba el paisaje desdibujarse mientras el carruaje avanzaba, y el miedo comenzó a recorrer su cuerpo, cada vez más real e inevitable.

En un arranque desesperado, se volvió hacia su padre, quien estaba sentado a su lado, con la vista perdida en el horizonte, como si aquel viaje no significara nada para él. Tomando el valor que aún le quedaba, Jimin alzó la voz en un murmullo tembloroso.

━ Padre... por favor, no me lleves. No quiero ir al reino Min. No quiero ser el prometido de un hombre al que no conozco...

La súplica cayó en oídos sordos. Su padre, con la expresión impasible y los ojos fríos, simplemente frunció el ceño. Sin pronunciar palabra, levantó la mano y, con un movimiento seco, abofeteó a Jimin. El sonido de la bofetada resonó en el carruaje, y el joven no tuvo más remedio que bajar la mirada, luchando contra las lágrimas. Había cometido el error de desobedecer, de intentar torcer el camino que otros habían trazado para él.

━ No olvides cuál es tu lugar, Jimin ━ gruñó su padre, su voz cargada de desdén ━. Tu deber es obedecer, no cuestionar. Serás el consorte del príncipe, y esa es la única vida que te corresponde.

Jimin asintió en silencio, apretando los labios para contener el dolor físico y emocional. A partir de ese momento, guardó un silencio absoluto durante el trayecto. Las palabras de su padre se habían incrustado en su pecho como un veneno, recordándole que su destino no era más que un intercambio, un sacrificio en favor de la ambición y la conveniencia.

Las horas pasaron, y a medida que se acercaban al reino Min, un nudo de temor comenzó a formarse en su estómago. La idea de conocer al príncipe Yoongi, el hombre con el que estaba destinado a pasar el resto de sus días, le resultaba abrumadora. Se había hablado mucho del príncipe Min, de su carácter frío y distante, de su falta de compasión incluso hacia sus propios súbditos. La idea de compartir su vida con alguien así era aterradora, pero no tenía opción. A partir de ese día, su vida ya no le pertenecía; era tan solo un peón en el juego de poderes del reino.

Finalmente, el carruaje se detuvo. La puerta se abrió, y el aire fresco de la tarde llenó el espacio sofocante. Jimin bajó con lentitud, temeroso de lo que encontraría al otro lado de aquellas enormes puertas que se alzaban ante él, las puertas que marcaban el límite entre la libertad que alguna vez había conocido y el destino oscuro que le aguardaba.

Con una mezcla de tristeza y temor, Jimin contempló las imponentes murallas del reino Min, los símbolos de un lugar que sería su hogar y su prisión. Respiró hondo, sintiendo cómo sus manos temblaban, conscientes de que, tras esas puertas, lo esperaban días de incertidumbre y sacrificio, días donde su voluntad se convertiría en un eco silencioso en los pasillos de piedra de aquel reino extraño y sombrío.

El carruaje se detuvo frente a las puertas del palacio, y Jimin sintió una ola de ansiedad arremolinarse en su pecho al ver la imponente estructura. Las murallas se alzaban sobre él, oscuras y frías, como un mudo presagio de lo que le aguardaba tras ellas. Al bajar del carruaje, sus ojos recorrieron los enormes ventanales y los muros de piedra, notando una ausencia absoluta de calidez, de vida. Era como si el lugar en sí fuera una extensión de quienes lo habitaban. Inspiró hondo, intentando calmar el temblor en sus manos. Sabía que, a partir de ese momento, su vida sería diferente, pero el peso de aquella certeza se hacía cada vez más insoportable.

Un grupo de sirvientes apareció en la entrada, hombres y mujeres con rostros inexpresivos que lo miraban con una mezcla de curiosidad y desdén apenas velado. Nadie pronunció una sola palabra, solo hicieron una leve reverencia antes de indicarle con un gesto que lo siguiera. Jimin, con el corazón encogido, avanzó detrás de ellos, cada paso en aquel lugar lo hacía sentir más pequeño, más insignificante.

Los amplios pasillos del palacio estaban adornados con grandes tapices y candelabros dorados, pero todo parecía desprovisto de alegría. Era un lugar hermoso, sí, pero de una belleza helada, distante, que le hacía sentir como si estuviera caminando en un mausoleo en lugar de en el hogar de una familia real.

Finalmente, lo guiaron hasta una gran sala comedor. Los altos ventanales permitían que la luz entrara, pero aun así la habitación parecía envuelta en sombras. Allí, sentados en la cabecera de una enorme mesa, estaban el Rey Min y su hijo, el príncipe Yoongi. Al verlos, Jimin sintió un escalofrío recorrer su espalda. El rey era un hombre de mirada severa, de facciones duras como la piedra; su expresión era impasible, y sus ojos, oscuros y fríos, parecían juzgarlo sin piedad.

Junto a él, el príncipe Yoongi se mantenía erguido, su semblante igual de impasible, pero con una frialdad aún más cortante. Su rostro, aunque hermoso, estaba marcado por una expresión de desdén apenas contenida.

Jimin hizo una reverencia profunda, siguiendo el protocolo al pie de la letra, y al alzar la vista, se encontró con la mirada gélida de Yoongi. Sintió su pecho oprimirse ante la intensidad de aquellos ojos, que lo escrutaban como si fuera un objeto, una posesión sin valor que había sido entregada sin su consentimiento. Aquella mirada era como una daga invisible, fría y punzante, y por un momento, Jimin deseó poder desvanecerse de allí, desaparecer en las sombras que llenaban aquel palacio sombrío.

Ninguno de los dos hombres se dirigió a él directamente. En lugar de eso, el rey y su hijo comenzaron a hablar como si Jimin no estuviera allí, como si su presencia fuera poco más que una decoración sin importancia.

━ No esperaba que fuera tan... delicado ━ comentó el rey, observándolo de arriba abajo con una mueca de leve desdén ━. Parecería más bien un adorno que un verdadero consorte.

━ Eso es exactamente lo que es, padre ━ respondió Yoongi con una voz calmada, pero cargada de sarcasmo ━. Un adorno destinado a estar a mi lado y cumplir con su deber. No se necesita nada más de él.

Cada palabra era como una piedra arrojada sin misericordia contra Jimin, quien se mantuvo en silencio, con los ojos bajos, sin permitirse reaccionar. Ya estaba acostumbrado a ser tratado como un objeto, como un ser sin voluntad propia. A lo largo de su vida, había aprendido que su opinión no importaba, que su valor no era más que una extensión de las ambiciones de su familia. Sin embargo, algo en la forma en que hablaban de él, en aquel desprecio absoluto, le resultaba más doloroso de lo que esperaba.

Sabía que su destino como doncel estaba decidido desde su nacimiento, que no tenía derecho a desear otra vida, pero aun así, la indiferencia con la que lo trataban le desgarraba el corazón.

Yoongi, con una sonrisa helada en los labios, se levantó de su asiento y avanzó hacia él con paso firme. Jimin sintió que su respiración se volvía irregular mientras el príncipe se acercaba, incapaz de evitar que el miedo lo invadiera. Había algo en aquel hombre que lo intimidaba profundamente, una frialdad tan absoluta que parecía emanar de él como un aura invisible. Cuando estuvo a solo unos pasos de distancia, Yoongi se detuvo y extendió una mano enguantada hacia él.

━ Arrodíllate ━ ordenó, su voz tan afilada como el filo de una espada ━. Y bésame la mano. Es un honor que te estoy concediendo.

Jimin sintió una punzada de indignación mezclada con el temor que lo dominaba. Durante un instante, su primer impulso fue negarse, retroceder. Pero entonces recordó las palabras de su padre, la advertencia que le había dado antes de subir al carruaje. No estaba allí para desobedecer, no tenía derecho a resistirse. Su vida estaba en manos de aquellos hombres, y cualquier acto de rebeldía solo traería consecuencias para él y para su familia. Alzó la mirada hacia Yoongi, y el príncipe lo observó con una intensidad que parecía perforarlo.

━ ¿Vas a desobedecerme desde el primer día? ━ inquirió Yoongi, su voz impregnada de amenaza.

La frialdad en su tono fue suficiente para hacer tambalear la resolución de Jimin. Respiró hondo, intentando contener el temblor en sus manos, y lentamente se arrodilló frente al príncipe. La vergüenza y la humillación ardían en sus mejillas, pero mantuvo la cabeza gacha, sometiéndose a la voluntad de aquel hombre que ahora era su prometido. Con un gesto vacilante, tomó la mano de Yoongi y depositó un beso en el guante de cuero, sintiendo el peso de su destino caer sobre él con una intensidad aplastante.

━ Así está mejor ━ murmuró Yoongi, retirando su mano con una sonrisa de satisfacción.

El príncipe se giró sin decir nada más, regresando a su asiento junto al rey, quien miraba la escena con aprobación. Para ellos, Jimin era simplemente una pieza más en el tablero, una herramienta que podrían utilizar a su conveniencia. Para Jimin, aquel acto de sumisión no era más que el comienzo de una vida marcada por la obediencia y la renuncia. Sabía que no podría escapar de su destino, que debía aceptar aquel papel de consorte sumiso y silencioso, pero en el fondo de su ser, una pequeña chispa de resistencia comenzaba a arder.

El silencio se hizo en la sala, y Jimin permaneció de pie, esperando alguna instrucción, alguna palabra que lo liberara de aquella tensión opresiva. Pero el rey y el príncipe siguieron hablando entre ellos, ignorando por completo su presencia, como si él no fuera más que un objeto en el rincón de la habitación.

A medida que escuchaba sus voces, Jimin comprendió que su vida en el reino Min sería fría y distante, una existencia donde sus deseos y sentimientos no tendrían lugar. Se mantuvo firme, con la mirada baja y el corazón latiendo con fuerza en su pecho, tratando de prepararse para lo que vendría.

La habitación de Jimin era tan fría y sombría como el resto del palacio. Las paredes de piedra desnuda absorbían cualquier rastro de calidez, y el pesado mobiliario oscuro no hacía más que intensificar la atmósfera de opresión. Había sido encerrado allí poco después de su llegada, y aunque era consciente de que sus movimientos estaban limitados, la soledad comenzaba a pesarle más de lo que había anticipado. Nadie se había molestado en venir a visitarlo, ni siquiera para preguntar si necesitaba algo. Era como si hubieran depositado allí una pieza olvidada, un adorno que no merecía atención.

Con un suspiro, se acercó a la ventana. La tenue luz de la luna iluminaba el patio exterior, y Jimin se encontró observando la quietud de aquella noche. Apenas podía ver más allá de los muros que delimitaban el palacio, y aun así, aquella pequeña franja de libertad que alcanzaba a ver desde la ventana le producía una extraña nostalgia. En silencio, posó una mano sobre el frío vidrio, como si al tocarlo pudiera romper la barrera que lo separaba de lo que existía allá afuera.

De repente, algo capturó su atención. Una figura se movía en el patio, destacándose bajo la pálida luz. Se trataba de un hombre, un caballero que, a diferencia de los demás rostros sombríos que había visto en el palacio, parecía rodeado de una atmósfera diferente. Vestía ropas sencillas, claramente destinadas al trabajo físico, y sus movimientos denotaban una mezcla de destreza y serenidad que Jimin no había presenciado en mucho tiempo. A pesar de la distancia, podía distinguir un cierto brillo en su expresión, algo que contrastaba con el ambiente lúgubre del reino Min.

Observó en silencio cómo el hombre se movía de un lado a otro, ocupado en sus tareas, casi ajeno a cualquier otra cosa. Jimin notó la naturalidad con la que se desenvolvía, como si perteneciera a aquel lugar de una forma distinta a la de los demás habitantes del palacio. Había algo en él que despertó la curiosidad de Jimin, algo que lo hacía querer saber más, acercarse, incluso a sabiendas de que cualquier intento sería fútil.

Mientras lo observaba, Jimin sintió que, por primera vez desde su llegada, algo dentro de él se avivaba. No era esperanza, pero sí un anhelo, una chispa de interés que lo alejaba momentáneamente de la tristeza que lo rodeaba. Era extraño cómo aquel hombre, sin siquiera percatarse de su presencia, había logrado arrancarle una sensación distinta a la desolación.

━ ¿Quién eres...? ━ murmuró en un susurro, casi como si temiera que el viento pudiera llevarse sus palabras y hacerlas llegar hasta el caballero.

La figura siguió con su trabajo, ajena a la mirada intensa que desde la ventana se posaba sobre él. Jimin sintió cómo sus pensamientos se dispersaban, imaginando qué tipo de vida llevaría aquel hombre, qué sueños guardaría en su corazón, lejos de las intrigas y las sombras de la realeza. En su mente, aquel desconocido parecía encarnar una libertad que él nunca había tenido, una conexión con el mundo que siempre se le había negado.

Después de un rato, el caballero terminó su tarea y desapareció en la penumbra, dejándolo una vez más solo en su habitación. Pero, aunque el hombre ya no estaba a la vista, la curiosidad de Jimin permaneció. Se apartó de la ventana, con la certeza de que aquella noche había sido distinta, que aquella figura anónima había despertado algo en él que, hasta entonces, había creído perdido.

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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09

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