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♰・𝕮apítulo 𝐈: Bajo el Roble del Destino

➵ 𝕮𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝕺𝐍𝐄
ະ𓄹 Under the oak of destiny

Con vuestra promesa, habéis
asegurado el futuro de mis hijos


Bajo un roble en el bosque de Whittlebury,
13 de abril de 1464

🌹 Elizabeth Woodville 🌹

                      𝐋𝐀 𝐌𝐀Ñ𝐀𝐍𝐀 𝐇𝐀𝐁Í𝐀 𝐂𝐎𝐌𝐄𝐍𝐙𝐀𝐃𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐔𝐍 𝐒𝐔𝐀𝐕𝐄 𝐑𝐄𝐒𝐏𝐋𝐀𝐍𝐃𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄 𝐁𝐀Ñ𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐋 𝐁𝐎𝐒𝐐𝐔𝐄 𝐃𝐄 𝐖𝐇𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄𝐁𝐔𝐑𝐘 𝐄𝐍 𝐔𝐍 𝐃𝐎𝐑𝐀𝐃𝐎 𝐂𝐀𝐒𝐈 𝐄𝐓É𝐑𝐄𝐎. Los primeros rayos del sol se filtraban entre las hojas, acariciando mi rostro mientras yo esperaba junto a mis dos hijos en la encrucijada del bosque. Aquella mañana, el aire estaba impregnado de un susurro de promesas, como si la misma naturaleza intuyera la importancia del encuentro que estaba a punto de suceder.

Mis hijos y yo aguardábamos la llegada del rey, Edward IV, quien viajaba hacia el norte con su séquito. Como una joven viuda de un hombre simpatizante de los Lancaster, reuní el valor necesario para interceder ante él, buscando justicia y la restitución de las tierras y propiedades que habían sido arrebatadas a mi difunto esposo, Sir John Grey, en tiempos de guerra. No era el oro lo que buscaba, sino los medios para sostener a mis hijos, la seguridad de un hogar, y el respeto que mi esposo merecía, incluso después de fallecido.

Thomas y Richard jugaban a mis pies, ajenos a la solemnidad del momento, pero conscientes de la figura imponente que esperábamos. Para ellos, el rey no era más que un personaje de los cuentos que les narraba al anochecer, un hombre noble y justo que un día vendría a salvar a los buenos y castigar a los malos.

El sonido de cascos se hizo cada vez más nítido, rompiendo la quietud del bosque. Levanté la vista y, entre los árboles, vislumbré la comitiva real acercándose. Al frente, montado en un majestuoso corcel blanco, iba el propio rey Edward, alto, joven y con una presencia que parecía eclipsar al sol mismo. Su armadura resplandecía, y su capa ondeaba al viento como una bandera de guerra, pero sus ojos, cuando se posaron en mí, revelaron una curiosidad y calidez que pocos hombres de su rango habrían mostrado en tal circunstancia.

Hice una reverencia profunda mientras notaba que mi corazón latía con fuerza bajo el vestido de lana que portaba. Mis hijos, tomados de la mano, imitaron mi gesto, aunque sus miradas brillaban de emoción al estar tan cerca del monarca.

Edward detuvo su caballo frente a nosotros. No era común que alguien solicitara su presencia de forma tan directa, menos aún una viuda con dos niños pequeños.

—¿Quién sois, señora? ¿Qué necesitáis? —preguntó Edward, aunque en su voz no había reproche, sino una suave nota de interés.

Levanté la vista, encontrándome con los ojos del rey. No era el hombre imponente que había imaginado, sino uno joven y de aspecto afable, aunque la energía que emanaba de él era poderosa y cautivadora.

—Soy Elizabeth Woodville, mi señor —respondí con voz firme, aunque el peso de mis preocupaciones asomaba en mi mirada—. Viuda de Sir John Grey de Groby, quien dio su vida por este reino. Vengo a solicitar lo que es justo para mis hijos, lo que por derecho les pertenece.

Edward observó a mis hijos. Vio en ellos la inocencia que solo la infancia puede otorgar, y algo en su corazón, acostumbrado a la dureza de la batalla y la política, se ablandó.

—Decidme, señora —dijo, desmontando con gracia y acercándose a mí—, ¿qué es lo que pedís? ¿Cómo puedo enmendar la pena de una viuda?

Me mantuve firme, aunque en mi interior luchaba con la humildad de mi posición y la fuerza de mi necesidad.

—Mi esposo, en vida, sirvió con honor a la Corona. Pero tras su muerte, nuestras tierras fueron confiscadas, y hemos sido dejados sin amparo. Solo deseo que se me devuelva lo que a mis hijos les corresponde, para que crezcan con la seguridad que mi esposo hubiera querido para ellos.

El silencio que siguió fue roto únicamente por el susurro del viento en los árboles. Edward, conmovido por la sinceridad de mis palabras y la pureza de mis intenciones, vio en mí no solo a una súbdita, sino a una mujer fuerte y noble, digna de admiración.

—Lo que pedís es justo, y os será concedido —dijo al fin, su voz era profunda, resonando como una promesa—. Pero decidme, señora, ¿qué puedo hacer yo, además de devolveros lo que es vuestro por derecho?

En ese instante, los ojos de Edward brillaron con una intensidad que me hizo contener el aliento. Había algo en su mirada, una chispa de interés que iba más allá del mero deber real.

Pero antes de que pudiera responder, uno de mis hijos, Thomas, tiró suavemente de mi mano, recordándome la realidad de nuestra situación.

—Gracias, mi señor —respondí, bajando la vista—. Con vuestra promesa, habéis asegurado el futuro de mis hijos. No puedo pedir más.

Edward asintió, pero su mirada no se despegó de mí. Entonces, como si el destino lo hubiera decidido en ese instante, agregó:

—Os haré ver en unos días, en este mismo lugar. Estad lista.

Asentí en silencio, incapaz de hacer otra cosa mientras la certeza de un segundo encuentro se asentaba en mi pecho.

Y así, mientras el rey montaba de nuevo su caballo y se alejaba, observé cómo el hombre que acababa de prometerme justicia se desvanecía en la distancia, sin saber que aquel encuentro cambiaría para siempre no solo mi vida, sino el destino de toda Inglaterra. Un destino que había tejido sus hilos aquel día en el bosque.

🌹 ¡Muchas gracias por el apoyo, los votos y los comentarios! Ya sabéis que entre más interacción haya en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones. 🌹

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