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꧁ঔৣ☬✞𝕹𝖔 𝖈𝖍𝖚𝖗𝖈𝖍 𝖎𝖓 𝖙𝖍𝖊 𝖜𝖎𝖑𝖉✞☬ঔৣ꧂

𝑾𝒉𝒂𝒕'𝒔 𝒂 𝒌𝒊𝒏𝒈 𝒕𝒐 𝒂 𝑮𝑶𝑫?

No me importa lo que me cueste, yo la quiero conmigo.

𝗣𝗥𝗢𝗟𝗢𝗚𝗢

Robert Baratheon asestó un golpe brutal con su martillo de guerra, y el sonido resonó como un trueno al impactar contra el peto de Rhaegar Targaryen. Fue un estallido ensordecedor que parecía canalizar toda la furia contenida en su corazón, una ira que ardía desde lo más profundo de su ser. Cada fibra de su cuerpo vibraba con una rabia ciega, una cólera avivada por el dolor de la pérdida. Robert había perdido a la mujer que amaba, aquella chica norteña de radiante sonrisa y ojos que resplandecían como estrellas en una noche sin nubes. Lyanna Stark había sido la luz en su vida, un destello de esperanza en medio de un mundo dominado por pesadillas y sombras. Con su desaparición, se habían desvanecido también todas las promesas de un futuro mejor.

El príncipe heredero se desplomó de su corcel, con el rostro desfigurado por la sorpresa y el dolor. La fuerza bruta de Robert había prevalecido sobre la astucia y la elegancia de su enemigo. Los rubíes que adornaban la armadura de Rhaegar estallaron en fragmentos, esparciéndose por el campo de batalla como un río de sangre que se fusionaba con las aguas turbulentas del verdadero río. Los soldados de ambos ejércitos se arrojaban al suelo, ansiosos por recoger aquellos pequeños trozos de piedras preciosas, brillantes como gotas de sangre recién derramada.

A pesar de la magnitud de su victoria, Robert no sentía más que un vacío gélido. Era una sensación que recordaba a la de aplastar un mosquito; una pequeña y momentánea satisfacción que, sin embargo, no podía llenar el abismo de su dolor. La gloria de ese golpe no lograba mitigar la ira corrosiva ni sanar las heridas de su corazón. La leyenda que estaba forjando con su martillo no le brindaba consuelo.

—¿Es un niño? —oyó a Rhaegar murmurar con un hilo de voz—. Lyanna... Ya se ha cumplido la profecía. Elia, Aegon, Rhaenys... VISENYA.

Esas palabras enigmáticas fueron las últimas que el príncipe dragón pronunció antes de expirar su último aliento. Sus ojos lila, que antaño irradiaban vida y promesas, se apagaron de repente, drenados de toda vitalidad en un instante devastador. Un frío sepulcral se extendió por el campo de batalla, y la presencia de la muerte se hizo palpable, como un espectro que venía a reclamar el alma del último dragón. Rhaegar, quien había sido la esperanza de todo Poniente para un futuro iluminado, yacía ahora sin vida, su destino sellado por un solo y certero martillazo.

Mientras observaba el cadáver del príncipe, una ola de terror inundó a Robert. Se dio cuenta de que su furia era un velo que cubría un miedo mucho más profundo. Ella no estaba allí, y la incertidumbre sobre si alguna vez volvería a estar a su lado le desgarraba el alma. La ausencia de Lyanna era una herida abierta que el triunfo en batalla no podía cerrar.

Un soldado Dorniense cercano, que batallaba al lado del príncipe y de parte de los realistas gritó con voz quebrada:

—¡El príncipe ha caído!

Las esperanzas de un nuevo amanecer para Poniente se disolvieron con un simple pero devastador golpe de ira. El destino del reino, que antes parecía atado a la elegancia y visión de Rhaegar, se transformaba ahora en un camino incierto, modelado por la fuerza implacable de Robert.

Los dioses, tanto nuevos como viejos, habrían de salvarlo, porque ahora, más que nunca, el peso de la corona y el destino de la guerra recaerían sobre sus hombros. La marcha hacia la capital y el enfrentamiento con Aerys serían los próximos pasos en un camino incierto, lleno de sombras y sacrificios.

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