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𝘎𝘩𝘰𝘴𝘵 - 𝘠𝘦𝘢𝘳 𝘡𝘦𝘳𝘰

1:30━━━━●───────── 5:48

" 𝘏𝘢𝘪𝘭 𝘚𝘢𝘵𝘢𝘯, 𝘈𝘳𝘤𝘩𝘢𝘯𝘨𝘦𝘭𝘰

𝘏𝘢𝘪𝘭 𝘚𝘢𝘵𝘢𝘯, 𝘸𝘦𝘭𝘤𝘰𝘮𝘦 𝘺𝘦𝘢𝘳 𝘻𝘦𝘳𝘰 "






Camino con cautela alrededor de la tienda vacía, oyendo únicamente mis pasos y la tenue música de la radio, mientras que de una manera sigilosa me encargo de guardar algunos snacks dentro de mi chaqueta.

Ya he robado muchas veces antes, así que es algo casi normal para mí.

Siendo honesta, me da remordimiento cada vez que lo hago, pero lo reprimo al pensar en Tori, mi hermana pequeña. Todo esto lo hago por ella, para que pueda llevarse algo a la boca, pues con mi sueldo de mierda en McDonald's no me alcanza para nada y ambos de nuestros padres son unos alcohólicos de primera que se gastan todo su dinero en bebida y juegos de azar.

Pero este es el estilo de vida en ShadySide, el de tratar de sobrevivir día a día como sea posible.

Meto un último snack en mi chaqueta, hasta que de pronto siento cómo alguien me toma agresivamente del brazo, enterrando sus dedos con fuerza.

—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?— me pregunta un hombre bastante robusto, que hasta hace unos instantes estaba detrás del mostrador.

Me han atrapado. Mi corazón late a mil por hora y sé que esta vez la he cagado de verdad.

—No es lo que cree— le digo, intentando no trabarme. —Voy a pagar por ello.

—Entonces paga— me exige, lastimándome más con sus dedos en mi brazo.

Me apresuro a buscar en el bolsillo de mis shorts y saco todo lo que tengo conmigo, pero es solo un dólar y un par de de monedas de veinte centavos. No es nada.

El hombre mira lo que tengo sobre mi mano, después me ve como si dijera "¿es en serio?" Y luego suelta un gruñido que significa que estoy en serios problemas.

—Le llamaré a la policía, no tengo tiempo para lidiar con una estúpida adolescente.

En primera, ya no soy adolescente, tengo veinte años, y en segunda... ¿la policía? No, esto no puede estar pasando, no puedo ir presa, tengo una hermanita de doce años que depende de mí.

—¡No! ¡Por favor no!— le pido al hombre, al borde de las lágrimas. —¡Prometo pagarle todo!.

—No voy a discutir contigo, hubieras pensado antes de robar— responde molesto.

En cierta parte, tiene razón, pero no me queda otra opción, el robo es lo último a lo que recurro.

Aún tomándome del brazo, me lleva hasta el mostrador, donde toma el teléfono y le llama a la policía para informarles que ha detenido a una ladrona en su tienda.

Maldición, eso suena tan mal y tan vergonzoso que no puedo evitar que las lágrimas escapen de mis ojos.

Cuando ha terminado de hablar con la autoridad, el hombre abre mi chaqueta y comienza a sacar todo lo que pretendía robar, dejándolo sobre el mostrador.

Al cabo de unos minutos, finalmente veo las luces azul y roja alumbrando la oscuridad de la calle, y sé que tengo que afrontar las consecuencias de mis actos.

Esto sucedería tarde o temprano ¿cómo es que pude ser tan estúpida?.

La patrulla aparca justo afuera de la tienda y de ella baja un oficial alto y delgado que camina de manera imponente, con una de sus manos sobre su cinturón, cerca de su pistola.

Pienso que quizá solo es un oficial arrogante y engreído, pero cuando veo su placa en forma de estrella me doy cuenta de que no es un simple oficial, si no que es el sheriff.

Genial, aún peor.

—¿Qué sucede aquí?— pregunta autoritario, posando sus grandes ojos sobre mí y luego sobre el dueño del lugar.

El hombre finalmente me suelta el brazo y le cuenta al sheriff mi vergonzosa situación mientras que yo solo me distraigo mirándolo.

No voy a mentir, es un policía bastante atractivo. Todo en él es inmaculado, desde su cabello ondulado perfectamente peinado, hasta su porte elegante y su camisa sin una sola arruga.  Además, sus ojos son claros, pero desde lejos no logro distinguir si son verdes o azules.

En cuanto el hombre termina de arremeter en mi contra, el sheriff asiente con la cabeza y se acerca hacia mí, tomando las esposas que cuelgan de su cinturón.

—Quedas bajo arresto por intento de robo simple— dice de manera calmada. —Tu situación legal se definirá mañana por la mañana, pero por lo mientras tendrás que venir conmigo a la comisaría.

Yo no digo nada, no hay manera de que intente poner resistencia ante dos hombres que casi me doblan la estatura y tamaño. Simplemente me resigno a todo esto, dándole la espalda al sheriff y poniendo las manos detrás de mí para que pueda ponerme las esposas sin mayor problema.

Una vez que ya tengo el frío metal alrededor de mis muñecas, me toma por la nuca, obligándome a caminar.

Esto es demasiado humillante.

Salimos de la tienda, abre la puerta trasera de su patrulla y yo entro por mi propia cuenta, pues tampoco quiero que me obligue a hacerlo.

Me recargo sobre el asiento de piel, observando por la ventana cómo el sheriff habla un poco más con el dueño del lugar, y no puedo evitar que un par de lágrimas más resbalen por mis mejillas.

Todo esto me duele más por Tori que por mí, por que sé que esta noche tendrá que dormir sola y con el estómago vacío... y al parecer yo también, pero ya estoy acostumbrada.

Finalmente, el sheriff regresa a la patrulla y sube a esta, poniéndonos en marcha hacia donde sea que esté la comisaría.

—¿Cuál es tu nombre completo?— me pregunta mientras conduce.

—Hayley Mitchell— respondo.

—Bien, Hayley, robar es algo bastante serio, y los antecedentes penales no se verán bien en el archivo de una jovencita como tú.

Realmente eso es lo que menos me importa, de igual manera mi vida se arruinó desde el día que nací en ShadySide.

—Lo sé, sheriff. Lamento ser una chica pobre de ShadySide que solo busca algo para comer— respondo sin pensarlo, y no sé por qué, supongo que es lo que siento en este momento.

Él no responde nada, simplemente continúa conduciendo. Está claro que no me entiende, pues por su manera de vestir y actuar no dudo en que sea un hombre con bastante dinero.

Tardamos menos de diez minutos en llegar a la comisaría, y aparca frente a ella, cosa que me hace sentir un nudo en el estómago.

El sheriff baja, abre mi puerta y yo también bajo de la patrulla antes de que se le ocurra volver a tocarme.

Pero mi suerte no dura mucho, ya que esta vez me vuelve a tomar por la nuca, como si fuera una delincuente de primera que está dispuesta a huir ante la menor oportunidad.

Me guía hacia la comisaría, cruzando las puertas de cristal y caminando por los oscuros y tétricos pasillos del lugar hasta llegar al fondo, donde hay una gruesa puerta color gris.

No puede ser posible. Un escalofrío me recorre la espalda de tan solo verla.

El sheriff abre la puerta, revelando un pequeño espacio con cuatro celdas para dos personas, y lo único que alumbra este horrible lugar es una tenue lámpara cuyo foco parece no haber sido cambiado en siglos.

Mientras el sheriff me lleva a una de las celdas, puedo notar que no soy la única que ha causado problemas esta noche, pues en una de ellas hay un chico, pero no puedo verlo bien ya que mantengo mi mirada gacha.

El sheriff abre una de las celdas, metiéndome dentro de ella y finalmente desesposándome, liberando mis muñecas del duro metal que lastima mi piel.

Y por último, me deja aquí sola, cerrando la reja con llave.

—Pasarás aquí la noche— me dice desde el otro lado de los barrotes. —Mañana veré qué hacer contigo.

—¡Déjala en paz, hombre! ¡Mira su rostro de niña inocente!— interviene el chico de la otra celda, que por suerte está frente a la mía.

Ahora que lo veo bien, es un chico afroamericano, alto y muy delgado, con una bandana azul que controla su afro.

—Guarda silencio, Martin— replica el sheriff. —Esto no es asunto tuyo.

Ninguno de los tres vuelve a decir nada. El sheriff me dedica una última mirada, en la cual me parece que se fija en el pequeño tatuaje de pentagrama en mi pierna,  y entonces se va, cruzando la puerta y dejándonos a ambos aquí para cumplir nuestro castigo.

—Imbécil. No lo soporto— dice Martin en un tono cargado de rabia, a lo que yo solo suelto una risita.

—¿Quién soportaría a un policía?— lanzo una pregunta retórica mientras tomo asiento en una de las incómodas camas que hay aquí.

—¿A ti por qué te detuvo?— me pregunta Martin.

—Por intento de robo. ¿Y a ti?.

—Caray, tienes rostro de niña pero alma de delincuente— dice él de manera graciosa, aunque la verdad a mi no me gusta oírlo. —A mí me detuvo por grafitear, pero te juro que yo no lo hice. Todo esto es muy injusto.

—Quizá solo te odia y busca cualquier pretexto para arrestarte— le digo como simple teoría.

—Es lo más probable.

De pronto, nuestra conversación se ve interrumpida en cuanto alguien abre la puerta, pero no le tomo importancia hasta que veo al sheriff afuera de mi celda con algo entre las manos.

—Te he traído algo para comer— dice, en un tono mucho más humanitario y menos autoritario.

Me levanto de la cama y me acerco a la reja, aceptando lo que sea que él tenga para darme. No es mucho, es solo un paquete de dos burritos calientes y un café en vaso desechable, pero no me quejo, al menos no dormiré con hambre.

—Muchas gracias, sheriff...— miro rápidamente su placa con su apellido. —Goode.

—¿También hay algo para mí?— pregunta Martin.

—No, y ya te dije que guardes silencio.

Le sonrío al sheriff Goode, realmente agradecida por su muestra de empatía, y él solo me mira de una manera extraña que no logro descifrar. Creo que hay algo en mí que le llama la atención.

Sin decir nada más, el sheriff se retira de nuevo, también cerrando la puerta gris con llave, quizá por si alguno de nosotros escapa de su celda.

Saco uno de los burritos de su empaque y le doy una mordida, deleitándome con su sabor.

—¿Quieres un burrito, Martin?— le pregunto, pues ya que somos compañeros en esto no pretendo dejarlo con hambre.

—Si no te molesta, por supuesto.

—Claro que no me molesta.

Me pongo en cuclillas, dejo el paquete con el otro burrito en el suelo y lo deslizo hasta que choca contra los barrotes de su celda.

—Gracias, niña delincuente— dice Martin mientras lo toma y comienza a comerlo de inmediato.

—Me llamo Hayley— replico con la boca llena, pues todavía no me acostumbro a oír que soy una delincuente... y no creo hacerlo pronto.

—Lindo nombre.

Sonrío para mis adentros, y a pesar de que estoy bajo arresto, al menos tengo alguien con quien hablar y distraerme para evitar pensar en la decepción que es mi vida.

Cuando termino mi burrito, vuelvo a sentarme sobre la cama, dándole sorbos a mi café y sosteniéndolo entre mis manos para mantenerlas calientitas.

Al darnos cuenta que ninguno de los dos tiene sueño, comenzamos a platicar para sobrellevar nuestro encierro.

Hablamos sobre cualquier tema que se nos ocurra, como sobre nuestra edad, nuestros gustos musicales, las veces que han arrestado a Martin, y muchas cosas más hasta que terminamos desviándonos hacia los asesinatos de ShadySide y la maldición de la bruja Sarah Fier.

—No existe ninguna bruja, Martin— le digo mientras miro al techo. —Es obvio que alguien la inventó para cubrir otro tipo de maldición, aún no descubro cuál, pero pronto lo haré.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Acaso también eres una bruja?.

Suelto una risita.

—No tal cual, digamos que solo tengo un poco de conocimiento sobre brujería y ese tipo de cosas.

—Dios, no dejas de sorprenderme— dice él, soltando una risa que resuena por todo el lugar.

Si, se podría decir que soy una caja llena de sorpresas que nadie espera, como que soy una delincuente o una aprendiz de brujería negra. Pero me da igual, quizá mi vida sea una mierda, pero aburrida no lo es.

Martin y yo continuamos hablando por otro rato, hasta que finalmente ambos nos damos las buenas noches y nos acomodamos sobre nuestros incómodos colchones, cerrando los ojos para intentar dormir.

-

Al amanecer, soy despertada abruptamente con el sonido de una llave chocando contra la reja de mi celda.

—Despierta Hayley— me dice el sheriff Goode. —El dueño de la tienda se rehusó a poner cargos en tu contra, así que quedas libre.

Bien, esa es demasiada información para alguien que acaba de despertar, pero al menos son buenas noticias y no podría estar más feliz de oír eso.

No pierdo el tiempo y me levanto de la cama, tallándome los ojos y colocándome mi chaqueta que anoche usé como frazada.

El sheriff abre mi celda, mirándome expectante de manera seria. Yo me apresuro a salir y lo sigo hacia la puerta gris que lleva a la comisaría, pero antes, hago una última cosa:

—Adiós, Martin— digo en voz alta, esperando que ya se encuentre despierto.

—Adiós, Hay— me responde.

Suelto una sonrisa, y ahora si, sigo al sheriff por el pasillo de la comisaría, donde hay otras puertas que no tengo ni idea de a donde lleven, pero seguro oficinas o salas de interrogatorio, probablemente.

Al llegar al mostrador frente a la puerta principal, el sheriff me dice que ya puedo retirarme y que no es necesario que firme ningún documento, así que antes de que cambie de opinión, le doy las gracias y salgo de la comisaría casi corriendo.

No me detengo hasta que me encuentro en el estacionamiento, sintiendo el frío aire otoñal y la agradable sensación de estar libre otra vez.

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