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𝟚. 𝕃𝕒 𝕕𝕒𝕞𝕒 𝕪 𝕝𝕒 𝕢𝕦𝕚𝕞𝕖𝕣𝕒

"Bella y solitaria, como una flor que se resiste al invierno.
Dulce, dulce criatura. ¿Quién se atreve a acongojar tu noble corazón con sus secretos...?"


Era medianoche.

El frío finalmente comenzaba a hacerse presente en el lejano reino de Lorviane, conocido no solo por ser el reino más poderoso en todo el noroeste, sino también por portar el título de ser una de las fortalezas más resguardadas de toda la tierra de Astharyën, además de tener las noches más gélidas en la zona cuando llegaba la época del hielo. A esa hora, todos habían obedecido la voz de alarma que indicaba resguardo absoluto y se hallaban encerrados en sus casas, durmiendo, confiados en la seguridad que les brindaba el calor del hogar.

Todos... menos ella.

La adolescente de cabellos cobrizos y bellos ojos verdes se encontraba parada en el balcón, mirando el cielo nocturno con aire ausente. La suave y fría brisa chocaba contra su cuerpo, pero a ella no le importaba. De hecho, a Ivalynne Elenssar, quien hacía no mucho que había cumplido sus 14 estaciones, siempre le había gustado el frío. La hacía sentir viva y fuerte. La liberaba de todo lo que le impedía estar envuelta eternamente en una dulce y bella felicidad, y muchas veces la hacía reconstruir recuerdos e ilusiones de pasados y futuros que nunca fueron, y tal vez nunca serían.

Esa noche, era una de esas veces.

Con una postura lánguida y serena, la muchacha soñaba despierta, perdida en sus secretas fantasías, tal y como le gustaba permanecer cuando no tenía nada que hacer, cuando no podía dormir, cuando necesitaba escapar por unos minutos de la dura realidad que afrontaba constantemente. Aquello no era un hábito que hubiera adquirido recientemente, no, ella lo hacía desde que tenía memoria, pero a diferencia de aquella niñita dulce y alegre de su pasado, la jovencita del hoy ya no soñaba con aventuras y coronas, ni con recorrer el vasto mundo que, creía ingenuamente en ese entonces, era bello y estaba lleno de maravillas que esperaban a ser descubiertas y apreciadas.

Ahora, sin embargo, sus sueños solo se dirigían a un tiempo que no iba a volver, recordando todos los momentos que había pasado con una lejana y desvanecida familia. Y la mayoría de las veces, aquellas memorias transformadas en quimera eran, de cierta forma, reconfortantemente serenas, que le brindaban cierta seguridad mientras divagaba, silenciosa, entre los recuerdos de sus lecciones, las largas sesiones de lectura, las conversaciones sobre el reino, y el escuchar constantemente aquello que nunca dejó de oír por parte de todos los demás.

Aquello que la hizo consciente de que la presión puesta sobre sus hombros desde que determinaron que era finalmente capaz de llevarla no era sino por tratarse de la única hija de los grandes reyes y por ende, única descendiente al trono, ya que no tenía ningún otro familiar que pudiera hacerse cargo...

Y ahí era cuando debía detenerse.

Esa última oración era la que rompía la sensación de confort y provocaba una profunda tristeza en ella.
Porque no siempre tuvo que ser solo ella, no. No siempre había sido así.
Siempre deseó que no fuera así.
Rezó, prometió, se entregó a su ferviente deseo... pero nada pudo hacer que se cumpliera.

En medio de la frialdad de la noche, ella recordaba con claridad el sueño que había tenido, uno que últimamente se había estado manifestando con cierta constancia, y que dejaba huellas de nostalgia y tristeza en la muchacha, quien no sabía interpretarlo sino como un indicio de un sentimiento que hacía un tiempo llevaba intentando esconder de todos. Aún podía sentir con claridad las risas alegres, las imágenes que parecían tan reales... podía sentirla cerca y creer que nada de lo que conformaba su auténtica realidad era cierto. Porque para ella, en esos momentos, no lo era. Para ella, las imágenes de aquella niña de hermosos bucles rojizos, besados por el fuego de los atardeceres, corriendo en medio de un bosquecillo, bajo la agradable y cálida luz de otoño, acompañada de su mayor anhelo infantil, sorteando ramitas y piedrecillas atravesadas en su camino, saltando sobre las raíces que sobresalían del suelo, chillando de pura felicidad, eran su más bella verdad, y así lo veía...

"¡Atrápame! ¡Alcánzame si puedes!"

Podía recordar a las figuritas corriendo con rápida vitalidad, propia de pequeños fuertes y sanos de su edad, sin dejar de reír y tratar de alcanzarse la una a la otra. Podía recordar la gentil sonrisa de su padre y la mirada aprobatoria, tan peculiar, de su hermosa madre. Una mirada que podía recordar tan vívidamente, gracias a la ironía de haberla visto muy pocas veces a lo largo de su vida.

"¡Vamos, alcánzame..."

"¡Eso es trampa! ¡Eres más grande que yo!"

Corría, corría tan alegremente... era tan pequeña y al mismo tiempo tan feliz, ignorante de todo, ciega ante el futuro. Quería decirle que parara de correr, que se ensuciaría, y que su madre se frustraría si ella regresaba con máculas en su hermoso vestidito verde claro. Pero era tan hermoso ver ese cuadro... verse a sí misma así, cuando los días eran buenos y la luz del atardecer de Hassdelth era cálida y reconfortante como un hogar...

Hogar...

"¡Corre!"

Un hogar, cálido y reconfortante...

"¡Alcánzame si puedes!"

Comenzaba a perderse en los recuerdos de sus sueños que la incitaban a unirse al baile de aquellas pequeñas hadas luminosas y sonrientes que se alejaban hacia el bosque, riendo, jugando... disfrutando.
Quiso correr tras ellos, jugar con ellos...

Mas no tuvo mucho tiempo de relajarse y permitirse disfrutar de aquella memoria irreal...

—¿Mi señora? —la voz  de la mujer sacó a la jovencita del recuerdo bruscamente, provocando que saltara de un respingo y se diera la vuelta con rapidez, como si hubiera sido pillada cometiendo alguna travesura, totalmente indigna de una futura monarca como ella.— ¿Qué está haciendo usted aquí? ¡Va a enfermarse! ¡¿En qué estaba pensando cuando salió?!

Lo único que aquella criada de rostro adusto llamada Laeria recibió como respuesta fue el silencio de su señora, y una negación de cabeza acompañada de una tímida sonrisa triste, que solamente esbozaba cuando se veía atrapada en falta. La mujer alzó las manos, algo exasperada, y comenzó a soltar una retahíla de frases y reprimendas respetuosas que Ivalynne dejó de escuchar desde el primer momento en el que abrió la boca, perdiéndose en sus pensamientos una vez más.

Sí, era poco cortés, y lo lamentaba. Pero a la vez tampoco quería culparse. No cuando ya se sabía todos los sermones y regaños de la mujer parada firmemente frente a ella: que no debía estar fuera de su habitación en medio de la madrugada, que los vientos fríos previos a la llegada del hielo eran de los más peligrosos para la salud, que era inaceptable que una joven de sangre real estuviera deambulando como si fuera una chiquilla vagabunda y sin recato, que los dioses la librasen de la enfermedad y los rumores si continuaba por ese camino y tenía la desgracia de ser vista por algún señor honorable...

Podrían pedirle que repitiera las declaraciones de su buena custodia, de memoria y al pie de la letra, y lo haría con tanta facilidad que resultaría pasmoso. Nunca lo había hecho, pero estaba segura de poder lograrlo.

—¿Acaso no le molesta el frío? —preguntó la mayor repentinamente, haciendo que ella alzara la mirada, perdida en la nada del tropel desordenado de ideas y ecuerdos hasta ese momento. Esta vez, no pudo simplemente mantener el silencio sellando sus labios.

—Me hace sentir viva... —susurró con una sonrisa pequeña, cargada de melancolía, mordiéndose el labio por dentro para no sucumbir ante sus sentimientos en ese preciso momento. Mirándola de reojo y con incredulidad mezclada con sutil desaprobación, Laeria la tomó de las manos con respeto y la hizo volver a entrar en la habitación. La hermosa pelirroja había vuelto a refugiarse en el silencio.

—Ha de estar cansada, con esta aventurilla no esperaría menos... —refunfuñó la mayor mientras alzaba las manos, negando al no recibir más respuesta que una bella y dulce mirada melancólica. Consciente de que no importaba qué palabras usase, o cuánto intentase corregir aquel comportamiento indecoroso, la jovencita jamás cedería.

Era tozuda. Como sus padres. Al menos aquella parte de su herencia era clara e irrefutable.

—Iré a preparar un baño caliente, así podrá dormir mejor. —y sin más, la mujer salió para cumplir con su labor, ignorando que dejaba tras ella a una adolescente abrumada por las frescas memorias y las quimeras aún florecientes en su recuerdo. Una chiquilla que no quería un baño caliente ni que la siguieran todo el tiempo para cuidar que no hiciera nada mal visto o incorrecto para su imagen.

Una niña que solo quería volver a un hogar que, era consciente, había dejado de existir hacía mucho tiempo.

Si es que alguna vez existió como sus sueños se lo pintaban.

"No seas ingenua, Ivalynne. Tú sabes que nunca fue así."

La dolorosa convicción de su propia respuesta sirvió como un crudo y desgraciado golpe que la arrancó de vuelta a la realidad, llenando sus bellos ojos esmeralda de finas lágrimas que se enjugó en un movimiento rápido y delicado, antes de que estas llamasen una atención que no quería ni estaba dispuesta a soportar en esos momentos.
Y aún así, las memorias de su quimera no se iban.

"¿Por qué sueño con cosas que no son...?" se preguntó cuando volvió a recordar la vívida imagen de su aventura en el prado. Sin respuesta.
Era simplemente imposible y ella lo sabía. Lo sabía tan bien que, apenas lo recordaba, volvía a su alma aquel dolor familiar que sólo ella, así como todos los que ocultaban el secreto de la triste soledad, podía comprender.

La llegada de la criada hizo que ella volviera a salir de su ensueño, y silenciosa como siempre, se dejó llevar a la gran bañera dispuesta para ella. En cuanto su cuerpo entró en contacto con el agradable calor del agua, un estremecimiento recorrió su columna, logrando relajarla en cuestión de segundos, algo que se hizo evidente en cuanto la muchacha soltó un suspiro y se recostó, apoyando la cabeza llena de ondas cobrizas en el borde de la bañera.

—Llamaré a las doncellas para que la ayuden en su aseo. —ofreció Laeria, pero antes de siquiera intentarlo, la voz serena de su señora la detuvo.

—Lo agradezco, Laeria, pero deseo hacerlo sola. —y sonrió levemente. Confundida y resignada, la mujer asintió, y después de una reverencia respetuosa se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.

Pero de repente...

—¡Espera, por favor! —pidió la doncella, haciéndola girar.— ¿Puedo preguntarte algo?

Casi de inmediato se arrepintió, regañándose a sí misma en silencio por aquella impertinencia que, estaba segura, solamente le traería más problemas. Quiso arrepentirse, pensar en alguna excusa. Pero ya era tarde, y ahora la mujer esperaba paciente, dispuesta a obedecer lo que su joven soberana estuviera a punto de decir.

—Estoy a su servicio, mi señora. Puede pedirme lo que desee y lo cumpliré sin demora o reproche. —respondió, haciendo otra pequeña reverencia. Ivalynne agradeció que en ese momento la oscuridad impidiera que Laeria pudiese ver la pequeña mueca que ella había esbozado ante aquellas palabras que tanto disgusto le causaban.

Jamás le había gustado aquel sistema, nunca le había gustado que la obedecieran ciegamente, ni que doblegaran su voluntad ante ella incluso si aquello era lo que se suponía, debían hacer. Y era justamente por esa razón que no podía expresar aquellos sentimientos, porque era consciente de que, si lo hacía, una vez más se toparía con las muecas de silenciosa incredulidad de todos los que la escuchaban. Y probablemente, luego vendría otro largo sermón de lo que una dama como ella debía o no debía hacer; un sermón que ella conocía tan bien como para no querer arriesgarse a repetir la misma actuación. Sin embargo, la pregunta que, esta vez, se había decidido a formular la hacía sospechar —o tal vez temer— de una reacción incluso más impulsiva que la que hubiera tenido jamás, al menos no que recordase. Inhaló profundamente, tratando de darse valor, y finalmente habló...

Y supo que se había equivocado en grande. Porque aquella pregunta provocó que la mujer esbozara una mueca de absoluta incredulidad, incluso pudo atisbar cierto horror en sus ojos al oírla, como si en vez de una pregunta hubiera soltado una blasfemia contra los mismísimos Designios. Tensa, Ivalynne pretó los labios y se forzó a no apartar la mirada, consciente de lo que había desencadenado. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.

—¿Cómo puede preguntar eso? ¿Acaso reniega del destino que se le ha elegido? —balbuceó Laeria, tratando de procesar aquellas palabras que nunca pensó oír de los labios de su señora.

—No es eso, no... —murmuró ella, esta vez teniendo especial cuidado en las palabras que iba a formular.— Es solo que... —se obligó a callar unos cuántos segundos más, volteando la cabeza para fijar sus orbes marrones en el cielo invernal, tachonado de estrellas. Una punzada de nostalgia le oprimió el corazón en cuanto las memorias de aquel sueño volvieron a ella. Memorias de una época que en gran parte se había perdido cuando su pequeño mundo recibió el golpe que lo destrozaría para siempre, y que le dejaría como único legado un tiempo rígido y amargo en el que dejó de ser la princesa heredera que corría por los bosques de otoño, y pasó a convertirse en la reina no coronada, futura monarca suprema de la Gran Alianza, recipiente del divino poder de las estrellas, consorte no destinada aún y, si era bendecida correctamente, la madre de la nueva estirpe que muchos anhelaban iniciar en cuanto su mano fuera ofrecida y aceptada por algún príncipe de la coalición.

Era la segunda oportunidad que la vida que había dado, y por ello debería sentirse feliz y afortunada. Todos se lo decían.
Pero ella no sabía si era feliz o si simplemente estaba conforme.
Ella no sabía si tan siquiera estaba realmente conforme.
Ella no era afortunada.
Ella estaba sola.
Ella sabía que no podrían entenderla.
Porque ellos no eran ella.

—¿Mi señora...? —volvió a preguntar Laeria con cautela. No deseaba incomodarla. La chiquilla alzó la cabeza y se forzó a sonreír, aparentando calma.

—Tranquila, no le tomes mucha importancia a lo que dije.— su mente trató de buscar alguna excusa creíble en los segundos que se tardó al decir aquello, y para su suerte encontró una que podría funcionar, o eso creyó.— El frío de la noche me hizo divagar y pensar cosas que no son.— y mantuvo la sonrisa cuando la doncella exhaló un suspiro de alivio.

Si tan solo supiera...

—Yo se lo dije, mi señora, el frío no tardará en enfermarla si sigue saliendo a estas horas. Además, interrumpe su sueño y eso tampoco es bueno para su salud. —argumentó mientras cerraba la ventana entreabierta con rapidez. La jovencita solamente asintió, silenciosa, mientras continuaba con su aseo, finalizando algunos minutos después que la criada se hubiera retirado bajo la autorización de su señora para poder hacerlo.

Una vez que se halló de vuelta en su cama dio vueltas de un lado a otro, enredando las sábanas, tratando de conciliar el sueño sin mucho éxito. El sueño seguía dando vueltas en su mente, de un lado a otro, bajo la forma de la pequeña hada infantil que corría en medio del bosque, alegre y traviesa, transportándola en segundos a su mundo de fantasía que permanecía intacto en su recuerdo. Ella sonrió, dominada por la emoción, extendió una mano hacia la figurilla que se acercaba corriendo, riendo...

Tocó su mano.
Sintió la inocente tersura de su piel de infante aferrarse a la delicada calidez de la suya propia.
Escuchó su vocecita infantil y olvidada unirse a la brisa de invierno.
Y de repente, abrió los ojos.
Una vez más, el viento le había arrebatado la memoria, que de un momento a otro se tornó borrosa y confusa.

Era imposible, y ella lo sabía.
Lo había sabido casi toda su vida.

"Son memorias que nunca existieron..."

"Y que nunca existirán." musitó, trazando un pequeño signo en el aire con delicadeza, susurrando una plegaria. Suplicando a los Designios que le dieran fuerza y valor ante el vacío doloroso que amenazaba con hacer presa de ella. De la tristeza de sus deseos.

No supo en qué momento el sueño la dominó una vez más, sumiéndola en los parajes de aventura tan lejanos a los que hacía mucho tiempo que no acudía. Como si los deseos de su infancia hubiesen disparado los sueños que adornaban las noches del pasado, ahora volvía a encontrarse en un ambiente que recordaba haber recorrido en las fantasías de una niña pequeña y soñadora. A veces sola, a veces con compañía que le hubiera encantado tener.

Esta vez soñaba sola, soñaba estar corriendo a través de las estepas en un caballo blanco, dócil, grande y raudo como el viento, con bellas crines rebeldes que se movían resplandecientes. Era la viva imagen de los antiguos corceles besados por la luz que vagaban en las tierras pasadas que ahora ella recorría, más alta y madura, orgullosa, más libre de lo que se hubiese sentido jamás. El atardecer comenzaba a dar paso a la noche, haciendo que ahora cabalgara a ciegas, solamente guiándose de su instinto y del de su compañero. Pero no podía importarle menos. Era feliz así.

De repente, la luz de las estrellas iluminó el paraje, revelando la presencia de un misterioso corcel negro como la noche misma, salvaje, indomable como el fuego mismo que parecía relucir en sus pupilas resplandecientes, llenas de una vida que no había visto jamás. Un bello animal que al verla, relinchó y emprendió una vigorosa carrera, alejándose de ella.
Sin dudarlo, impulsó a su montura tras el cimarrón. Necesitaba alcanzarlo, retenerlo, aunque no supiera la razón. Un instinto ciego le ordenaba hacerlo, le decía que esa era su misión y que debía cumplirla; pero por más que lo intentara, aquel corcel negro era más rápido, más ágil que ella y que su gloriosa montura. Conforme más se acercaba, más esquivo e inquieto se comportaba el animal.

Y de un momento a otro, el cielo límpido se oscureció, provocando un sonido atronador que encabritó a ambos animales. Surgieron grandes nubes negras, a veces besadas por una luz parpadeante, y varios relámpagos fulminantes aparecieron en el cielo, dejándola asustada, confundida...

El corcel relinchó...
Una sensación extraña dominó su pecho cuando lo vio pararse sobre sus patas traseras, en un acto de brío...
Lo vio correr hacia la lejanía... hacia la tormenta.
Y un rayo cayó sobre él.
Ella gritó y extendió la mano, como si intentara alcanzarlo, en vano.
La luz tronó con más fuerza, haciendo desaparecer todo el lugar en una explosión cegadora.
La joven reina solamente atinó a cubrirse, intentando protegerse, en vano.
Y luego nada.

La hora ciega que precedía al alba había comenzado a despuntar en los límites de Lorviane, y la adolescente no se encontraba en su habitación. Totalmente aturdida con aquel sueño que no parecía tener explicación o sentido alguno, no había podido volver a encontrar la paz para dormir, y después de dar vueltas sobre su propio eje, confundida y angustiada, decidió levantarse y buscar una respuesta a aquel sueño misterioso, aún envuelta por las sombras restantes de la noche.

Una de las cosas que podía agradecer de su vida era el hecho de que su habitación estaba llena de libros que la ayudaban a estudiar sus lecciones y distraerse de sus labores diarias. Aquella biblioteca era un privilegio, un refugio y una gran ayuda. Y si embargo, esta vez, nada había podido brindarle el resultado que deseaba hallar. Los libros, manuscritos y demás fuentes que tenía a su disposición no contenían ningún posible significado, y la biblioteca del reino solamente abriría a una hora tardía, tiempo en el que, estaba segura, ella terminaría sucumbiendo a la desesperación. Era como si, de repente, su virtud más cultivada, la paciencia, se hubiera desvanecido en la inefectividad.

"Y justo cuando más la necesitaba..."

Era curioso. Los sueños que presentó cuando era niña nunca habían sido constantes o siguieron un patrón, por más que fuesen similares o a veces sucedieran en los mismos escenarios bellamente irreales creados en su mente. Había tenido sueños curiosos, y fantásticos. Sueños tristes y aterradores. Pero en el fondo sabía que todos siempre fueron solamente eso. Fantasías hermosas que su imaginación creaba, y nada más.

Y sin embargo...

Sentía que, esta vez, había despertado con un sentimiento de urgencia que se fortalecía cada vez que recordaba.
Una necesidad de entender el por qué de aquel sueño, y qué significaba en realidad.

"No lo sabré si me quedo..."

Hastiada, se vistió para salir en busca de aire fresco, escabulléndose hacia los pasillos exteriores del gran castillo, discreta y silenciosa como siempre. Necesitaba encontrar calma para poder entender lo que había visto, necesitaba comprender el significado, y no hallaría las respuestas dentro de aquellas 4 paredes, así que ahí se hallaba. Caminando en medio de la quietud, vagando por las calles vacías del reino, tal y como lo había hecho algunas veces, sin que nadie lo supiera, siempre que necesitaba pensar.
El silencio no era precisamente su momento favorito del día, pero en aquellos momentos le antojaba una dulce caricia, un regalo que le podía dar la serenidad que tanto anhelaba en ese momento. Inhaló y exhaló profundamente, relajando sus músculos, disfrutando de la suave brisa que jugaba con sus cabellos de fuego crepuscular...

"Dénme fuerza, por favor..."

Y entonces, lo escuchó.

Una voz suave, etérea y casi imperceptible, que susurraba cerca de sus oídos siempre que el viento de invierno los rozaba. La sonrisa que tanto había deseado esbozar desde que había despertado finalmente nació en sus labios, y contuvo las ganas de gritar de júbilo mientras miraba al cielo, agradecida.

Él le hablaba. Una vez más, lo hacía.

"Vedóhr el Grande siempre tiene las respuestas para aquellos estelares que las buscan con fervor..." recordó haber escuchado cuando era tan pequeña como para recordar su edad exacta, y vivía en aquel antiguo y bonito castillo que resplandecía cual diamante lleno de gloria. Recordó las palabras de su padre, aquel proverbio que la hacía repetir, remarcándole en cada lección que jamás lo olvidase. Como herederos de la luz, los de su sangre tenían el don de hacer que su voz y pensamiento llegasen hasta los Designios, quienes considerarían el ayudarlos si sus causas eran justas para ser oídas.

Y al parecer, incluso después de los días de oscuridad, de la trágica batalla que condenó a los mundos a la devastación, y de la desaparición de los dones divinos junto a aquellos que su gente tanto adoraba y por los que aún esperaban con devoción, ella aún tenía la habilidad de invocar las respuestas que permanecían en los elementos que adoraron sus ancestros.
Aquellos elementos que, pese a haber permanecido silenciosos desde la caída de Letherhain y la exterminación de sus campeones, ahora habían decidido obedecer a sus plegarias y darle la respuesta que buscaba.

O, al menos, una pista de esta.

"Las primeras luces sobre el cielo besarán tus ojos y te darán la respuesta al último recuerdo..."

Finalmente sabía qué hacer, hacia dónde ir. Dónde encontrar la respuesta del acertijo de sus sueños. Sonrió y cerró los ojos, permitiéndose unos instantes muy breves de calma, antes de correr, confiando en que sus pasos la conducirían al lugar donde finalmente podría encontrar la paz que su mente necesitaba.

Y no se equivocó.

No tardó en llegar a una parte del reino que había dejado de ser visitada hacía ya muchos años, más específicamente, a una imponente torre que ya comenzaba a mostrar las trazas del abandono. No le costó mucho forzar la cerradura y comenzar a subir las escaleras con rapidez, decidida a llegar hasta la cima misma de la edificación. Con cada paso que la acercaba a esta, se repetían en su mente las imágenes de su sueño, cada vez más constantes, en un carnaval de recuerdos o visiones que parecía no tener fin. Pero a Ivalynne ya no parecía afectarla como hacía unas horas atrás.

De hecho, no podía centrarse en nada que no fuera llegar a la cúspide antes que los primeros rayos del amanecer la alcanzaran.

"Las primeras luces contendrán la respuesta al último recuerdo..."

Finalmente llegó al último tramo de escaleras, viéndose obligada a detenerse para recuperar fuerzas, luego de aquella enérgica carrera que no la había fatigado hasta el momento en el que tomó conciencia de dónde estaba. Sin embargo, no le importó. Su cansancio había valido la pena por completo, se podía deducir por el brillo de su mirada cargada de emoción al ver que lo había conseguido.
Había llegado a la cima de la torre justo a tiempo para ver por sí misma el amanecer de la estrella blanca, y con estas primeras luces, llegaría la respuesta al acertijo, tal y como se lo había dicho la helada brisa que acudió a su silencioso pedido de ayuda. Sin perder más tiempo, se encaramó en la ventana y esperó, lo más pacientemente que pudo, al nacimiento del nuevo día.

Alguna vez lo había hecho ya, cuando era más inocente de lo que era ahora, cuando era más audaz y rehuía a sus cuidadores para ver las estrellas en el cielo nocturno, buscando las guías divinas que su padre decía, estaban ahí para ella siempre que se sintiera perdida. Un hábito que solo se hizo más fuerte cuando la gloria de su amado castillo de cristal fue arrasada hasta sus cimientos, junto con la felicidad que había aprendido a construir en su pequeño paraíso.
Ella necesitaba su guía, su luz, su consuelo. Y el único lugar que podía ofrecerle ese refugio era aquel gran salón dedicado a la observación de los astros, y que, ya siendo adolescente, nunca entendió cómo parecía estar siempre abierto para ella por las noches, siendo que en el día aquel lugar estaba vetado hasta su coronación oficial y su mayoría de edad.

Sin embargo, con los constantes cambios de guardia y la imprevisibilidad que estos presentaban, la entonces pequeña princesa muchas veces debía interrumpir sus observaciones para no ser pillada. A veces, ni siquiera podía abandonar su habitación sin despertar sospechas y recibir custodios adicionales que vigilasen sus pasos. Y en más de una ocasión, llegó demasiado tarde, cuando las estrellas eran ocultas por las nubes de tormenta, o cuando el brillo de Keiana las ocultaba hasta el siguiente atardecer.

Pero en una de esas ocasiones, algo hizo que Ivalynne decidiese quedarse en vez de volver a sus aposentos, desanimada. Algo que la orilló a sentarse sobre la alfombra, curiosa, esperando algo, aún si no sabía qué exactamente. Para su suerte no tuvo que esperar mucho para que la primera luz del día se asomara, tímida al inicio, victoriosa y triunfal después, atravesando el ventanal cuidadosamente adornado, y rozando los dedos finos de la princesita que contempló cómo el haz se deshacía entre sus manos, impregnando su piel y jugando con sus cabellos de arrebol, sacándole una sonrisa emocionada al ver cómo estos últimos parecían brillar con mágico vigor ante el amanecer.

Entonces alzó la mirada, buscando la luz... antes de ser descubierta por los guardias que encontraron sus habitaciones vacías, ahora finalmente sabiendo el motivo de su ausencia.

Ivalynne no volvió a vivir un momento así hasta ese día. Nunca más volvió a abandonar sus aposentos, de hecho, incluso si sus deseos eran otros. Habiendo aprendido su lección dolorosamente, se resignó a recibir el consuelo de sus astros ancestrales solo durante las ocasiones dictadas por el protocolo, y olvidó la emoción que la había inundado esa última vez que visitó el salón, antes del día...
Hasta ese momento.

Hasta que, como si fuera un recuerdo vuelto a la vida, el primer resplandor del alba besó su desordenada melena y devolvió el brillo a esas hipnóticas esmeraldas.

La adolescente no pudo contener su sonrisa, impresionada por el espectáculo que contemplaba como si volviera a ser aquella primera vez en su joven vida. Era tan diferente a la luz del atardecer, pero al mismo tiempo se parecía tanto... igual de cálida, suave, como una memoria que invitaba al descanso y la paz. La suave corriente de aire que llegó junto al resto de generosos rayos acarició su rostro con ternura antes de jugar con sus cabellos arrebolados, la hizo sonreír y perderse en el dulce ambiente que invitaba al sosiego, uno que no había podido sentir en años.

Lo sabía, sabía que aquello era un placer fugaz, una sensación que desaparecería en cuanto el reino despertara y la actividad volviera a reinar en el lugar. Sabía que en cuanto la primera persona abandonase su hogar para iniciar sus labores, ella debería volver sin ser vista, y pretender que aquello jamás había sucedido, pero no le importaba. Estaba eufórica.
Solamente quería permanecer ahí mientras pudiese, y jamás poder olvidar aquel momento que la hizo revivir, vislumbrar como si aquel pasado feliz hubiera sido reciente. O real.

Y en medio de su ideal, perfecto momento de bien lograda calma, aquel susurro reapareció. Una voz que parecía venir con suavidad de la luz naciente y pura, y al mismo tiempo reverberaba, firme y fuerte, en los confines más profundos de su memoria. Un mensaje críptico se repitió varias veces en su interior, hasta esfumarse como un eco, una vez que las palabras quedaron grabadas firmemente en su memoria. Ivalynne abrió los ojos con lentitud, murmurando aquellas frases como si de un credo se tratara, mientras dejaba que el recuerdo de su sueño volviera a invadirla, una y otra vez...

Y finalmente, su mirada se encontró con el resplandor de Keiana. Enfrentando su luz, recibiendo los dones de aquella a la que dedicaba toda su fe.

"Besarán tus ojos... y tendrás tu respuesta..."

Así, de un momento a otro, esta llegó cual revelación divina.

Un mensaje críptico y extraño, tan curioso, que lo único que pudo hacer cuando lo consiguió captar fue mirar al horizonte con ansias y algo de temor, escudriñando en las lejanías como si buscara algo, con un interés inaudito en la normalmente sosegada reina. Miró, atenta, captando cualquier detalle que pudiese ayudarla a comprender, a resolver. Observó feroz, como si fuera un cazador buscando a su presa, y lo habría seguido haciendo si el mismo viento que la llevó a aquella torre no la hubiera alertado de una presencia que comenzaba a despertar en los límites de la imponente muralla que protegía al reino, ahora completamente bañado por la luz.

Una mujer, una joven pueblerina que salía de su cabaña para conseguir el agua que necesitaría para realizar sus labores el resto del día.

La primera actividad que le indicaba que el reino comenzaba a despertar.

Se había acabado el tiempo.

Con cierta resignación, la adolescente de ojos verdes exhaló un suspiro y rápidamente descendió las escaleras, emprendiendo una carrera desenfrenada hacia el palacio por una ruta muy diferente a la usada para llegar a la torre abandonada, rogando para no encontrarse con alguna mirada furtiva que luego esparciera el rumor de haber visto a la honorable reina heredera corriendo por las calles vacías como si fuera un chiquillo del pueblo bajo; o peor aún, que su ausencia fuese notada por alguna de sus doncellas, costándole más vigilancia y sermones de los que ya había tenido hasta ese momento.

Espoleada por la sola idea, y haciendo gala de una habilidad que hasta ese momento ella ni siquiera sabía que tenía, se encaramó por la misma saliente que le había permitido salir del castillo sin ser detectada, escaló hábilmente el muro, entró con agilidad por el balcón y volvió a refugiarse en las ahora frías sábanas de su lecho después de un veloz cambio de ropa y el ocultamiento apresurado, pero eficaz, de las prendas que usó para llevar a cabo su cometido.

"Justo a tiempo", se repitió en su mente, cuando unos segundos después, una joven criada hacía acto de presencia, anunciándose con un toque y una llamada suave que respondió con la misma timidez. Suspiró, aliviada, bajo las sábanas, antes de fingir estar despertando en ese preciso momento y esbozar una sonrisa gentil a las doncellas que se acercaban para prepararla para el día.

"Justo a tiempo para pretender que solo es un día más..."

Un día más, en medio de la normalidad que todos apreciaban que existiera y querían preservar.

Un día más, excepto para ella. Y no solo lo pensaba por la pequeña travesura cometida que, en vez de hacerla sentir culpable, solamente la llenaba de valor y de una convicción que, ahora sabía, nunca se había apagado.

—¿Ha notado que el frío arrecia con más fuerza, mi señora? —preguntó una de las doncellas, mientras preparaba el vestido que usaría en esa ocasión.

—Dicen que será más fuerte que cualquier otro invierno desde la Edad Dorada. —acotó la compañera de esta, encargándose de hacer la cama con diligencia.— El consejo está preocupado, dicen que habrán más cambios de los esperados.

—Muchos más, sí... —respondió Ivalynne entre susurros, llamando la atención de sus damas, que se detuvieron fugazmente para oírla.— Me temo que ahora mismo todo está cambiando.

"Todo está cambiando..."

Lo sabía. Por supuesto que lo hacía, como futura soberana, su labor era estar enterada sobre los cambios y cómo actuar frente a estos. Lo sabía ella, y todos los que la conocieran. Pero irónicamente, esta vez su presentimiento también era diferente. Su presentimiento iba mucho más allá. Iba más lejos de lo que cualquiera podría sospechar. "Tal vez incluso yo misma..." pensó seriamente mientras miraba por la ventana, hacia el horizonte, dejándose hacer sin poner interés, perdida en sus reflexiones.

No, estaban equivocados.
No todo estaba cambiando.

Todo había cambiado ya. Sin que nadie se diese cuenta, tal vez.

Y prueba de aquello era que ella era consciente que, al día siguiente, en cuanto la nueva hora ciega despuntara, ya se encontraría en la torre solitaria para continuar la búsqueda que había iniciado aquel día.

Era consciente que muchos días podrían pasar, y el reino despertaría muchas veces antes de poder encontrar aquello que buscaba. Era consciente que su osadía le acarrearía más riesgos de los que alguna vez había corrido —"si es que corrí alguno real más de una vez" pensó, no sin cierta amargura—, pero no pensaba rendirse. No iba a cejar hasta saber qué significado ocultaba aquel misterioso corcel negro.

Aquel a quien sus sueños le habían indicado que, aparentemente, solamente ella podía, y debía encontrar.

"Corre el tiempo cual río hacia el océano infinito.
El níveo corcel de sangre pura va tras el salvaje caballo de crin oscura...
Naciente unión mediante un lazo que no se puede romper.
Las manos se unirán alzando el derecho digno.
Luz del destino brillará sobre el fuego que nunca será apagado.
Las crines llenas de luz protegerán al cimarrón de tormenta.
Pero en algún momento, se alejará, pues están destinados a llevar caminos separados después de recorrer una vida juntos.
Así llegará un momento en el que el hijo de la muerte correrá...
Y su final se sumirá para siempre en la oscuridad."

"¡Segundo capítulo finalmente al aire!
Honestamente, me costó un poco dar los retoques que la idea merecía, pero finalmente aquí está, y espero de todo corazón que sea de su agrado."

ValerieMN


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