XXVI
El viaje a Tailandia no fue agradable; ni siquiera digno de un ser humano. Peor que animales de circo, en jaulas de contrabando, fueron sacadas del país. Con una mísera botella de agua y una cubeta para orines, Tzuyu y Momo pasaron horas y horas de vuelo. Con un espacio tan nimio que apenas podían estirar sus extremidades. El escaso oxigeno tampoco ayudó. Así fue como llegaron a Tailandia. Momo apagándose con cada hora transcurrida y Tzuyu perdiendo poco a poco cualquier esperanza de mantener a su hermana con vida. Sería tan fácil simplemente morir para salvar a Momo, hacía un tiempo ni siquiera lo hubiera pensado dos veces, pero ya no era aquella bestia indómita cegada por sus instintos. Solo era una muy lastimada coyote adiestrada, dispuesta a obedecer con tal de volver a su hogar. Con tal de volver a Sana.
Reynolds se había negado a dar mayores detalles sobre la pelea y la localización, solo les indicó que una vez instaladas en la oculta casona, esperarían unos cuantos días a que llegaran todos los mecenas y sus peleadoras para comenzar la fosa. Tzuyu pensó que no sería nada del otro mundo, sin embargo, jamás estuvo preparada para lo que se presentó frente a sus ojos. No era una simple casona, era una fortaleza, construida magistralmente para los más pérfidos pasatiempos. Rodeada por enormes murales, todas custodiadas por hombres armados hasta los dientes y escondida tras kilómetros de árboles y espesos pastizales. Bajaron del blindado vehículo que las transportaba, con sus collares de localización apretados en sus cuellos. Momo miró todo y bufó, hundiendo la punta de sus desgastadas botas militares en el fango, con un movimiento ligero de cabeza en negación.
—No puedo creerlo —dijo la morena.
Tzuyu siquiera tenía palabras.
—Fue usada como casa de prostitución en otra época —murmuró Reynolds, con un puro en la boca, señalando los enormes ventanales de vidrio que dejaban ver enormes jaulas de tortura—. No tuve tiempo para modificar la ornamentación.
—Hijos de puta —salió de la boca de Tzuyu con tanto veneno que podía saborearse.
—Así es el mundo, chicas. Ahora, vengan conmigo.
Con pisadas fuertes y haciendo un esquema mental de la distribución del lugar, Tzuyu caminó tras Momo hasta el interior de la casona. Algunos hombres se encontraban ahí, moviendo muebles y limpiando las superficies; embelleciendo el lugar cuyas paredes gritaban mudos lamentos sobre su pasado. Era inmenso, con escasa luz y paredes tapizadas con oscura gamuza bordó. Candelabros colgaban del techo y el aroma a incienso era espeso, casi tóxico. Opulentos muebles empolvados y suelo de madera que crujía con cada pisada.
—¿No podías escoger un lugar menos tétrico?
—Tiene su razón de ser, Momo —replicó Reynolds mientras bajaban una larga escalinata—. Esta propiedad no existe realmente. Nadie sabe de su existencia además de mis hombres.
—Hm. ¿Y a qué se debe tanto misterio?
—Simple precaución. No quiero que nada salga mal.
Llegaron al final de la escalera, un nivel bajo tierra. Tzuyu no estuvo impresionada al ver las celdas de barrotes metálicos, igual como si fuera una perrera. Un hombre se encontraba ahí, con una metralleta en sus brazos. Reynolds les señaló las celdas que ocuparían y ambas ingresaron sin poner mayor resistencia. ¿Por qué habrían de ser tratadas como personas? Tzuyu se sentó en la que sería su cama y gruñó al sentir la superficie rígida. Incluso el viejo colchón que tenía en Camp Alderson era mejor que eso.
—Esto es mierda —se quejó.
Momo saltó en su cama y soltó un quejido de dolor cuando su espalda impacto con la dura superficie.
—Lo siento, chicas. Ya les dije que esto fue algo... improvisado.
La morena miró a Tzuyu y luego a Reynolds. Su patrocinador lucía nervioso y eso no le gustaba para nada.
—¿Cómo lo harás con los mecenas y peleadores? —preguntó Momo cambiando de tema.
—Serán transportados hasta acá en vehículos que no les permitan ver el camino. Tzuyu se cruzó de brazos y una ceja de su rostro se enarcó en un amago de incredulidad.
—¿Aceptaron eso?
—Soy un hombre honorable, Tzuyu. Mi reputación no es algo que pueda tomarse a la ligera. —Reynolds se movió lo suficiente para que el guardia tuviera acceso a las celdas y pudiera cerrarlas con llave—. Lamento esto... Es por, ya saben, precaución.
—No hay problema... Solo un loco dejaría sueltas a dos bestias. —Sonrió Tzuyu, seguida por Momo.
—Sí, bueno, gracias por comprender... Ahora debo irme, hoy a la noche llega alguien importante.
—¿Y puede saberse quién es?
—Oh sí, no lo han visto antes. En realidad, nadie lo ha visto... le gusta mantenerse en privado. —Se llevó las manos a los bolsillos y miró directamente a Tzuyu—. Ivanov, un gran amigo mío.
La mandíbula de Tzuyu se tensó en ese momento.
—¿Ivanov?
—Sí, ¿lo conoces, Tzuyu? Tu padre ha tenido algunos problemas con él. —Eso escuché... ¿Cómo sabes de la relación entre él y mi padre? —Reynolds sonrió.
—Ya tendremos ocasión de hablar de eso.
Cuando Reynolds abandonó la habitación, Tzuyu se permitió abandonar su postura tensa y erguida. Bajó la mirada a sus botas militares, pensando en las palabras de Reynolds y sacando conclusiones al respecto. Entonces Reynolds sabía de los problemas que mantenían Ivanov y su padre. ¿A qué estaba jugando ese hijo de puta?
—Amiga, sea lo que sea que estés pensando... No vale la pena.
—Momo. Te has dado cuenta de que el torneo de este año es completamente diferente a los anteriores, ¿verdad?
—Sí, bueno... Todo esto de Tailandia y la casona. Imposible no notarlo.
La emperadora asintió en silencio. Las veces anteriores que hubo participado, jamás se tomaron tantas precauciones ni alargaron tanto el evento. Era primera vez que duraría tantos días y que se harían grupos de pelea. Quizá era el estilo de Reynolds, pero Tzuyu no podía dejar de pensar en cómo todo estaba teniendo un aroma putrefacto.
—No puedo creer que vayan a traer putas y no nos dejen probarlas.
—Olvídalo, Momo. Dios nos vigila y la infidelidad... es pecado —susurró Tzuyu al ver la picardía en los ojos de Momo. Una sonrisa ladina se perfilaba en su rostro.
La morena soltó una pequeña carcajada.
—Creo que lo último que Dios verá en tu historial será tu infidelidad.
—Sí, pero es el único pecado que no he cometido. Puedo usarlo a manera de comodín.
—¿Hablas en serio? ¿Ni una sola vez? —preguntó con una ceja enarcada.
Notoriamente no convencida de lo que Tzuyu decía.
—¿Engañar a la corderita? No, desde que me la follé la primera vez jamás estuve con otra.
—¿Y antes de eso? Ya tenían todo ese rollo maricón, no lo niegues.
—¿Antes de eso? Antes de eso no existía como humana. Una simple animal que copulaba por instinto.
—Gilipollas, te pones como Dahyun y sus guarradas de nena escandalosa. —Sonreía Momo. Nostalgia en sus orbes pardo.
—Hm. ¿Te excita? —ronroneó Tzuyu, guiñando un ojo cuando Momo la miró de reojo con el ceño fruncido.
—Seguro, ponme la vagina a través de los barrotes.
Ambas soltaron pequeñas risas apenas audibles y no hablaron más después de eso. Tzuyu no podía dejar de pensar en las palabras de Reynolds. Todo daba vueltas en su cabeza intentando hacer conexiones. Buscando salidas alternativas para poder escapar de ese lugar sin tener que comprometer la vida de Momo para eso. Pensando en Yi Cheng y su amenaza. En Ivanov. Tenía que buscar una forma para acercarse a él, para acabarlo. Y finalmente volviendo a Sana, cada segundo. Su amor, quien seguramente estaba esperándola. Sana, su Sana... Tan suya. Maldición. ¿Cómo no pensar en ella? Era imposible borrar el sabor de sus besos suaves, la melodía de su risa. La sensación aterciopelada de su piel cuando le hacía el amor. Como su cabello parecía estar hecho de hebras de seda. Tzuyu se quedó dormida con una ligera sonrisa en su rostro, recordando que por primera vez en su vida había hecho algo bien. Porque su corderita estaba a salvo, cuidada por su familia... Sana era lo único bueno que Tzuyu había hecho, cuidarla, amarla... Solo a ella.
.
Finalmente todos estaban reunidos, los mecenas se encontraban en la villa que Reynolds había dispuesto para la fosa. Peleadoras de pie, todas encadenadas en una hilera, con sus manos esposadas mientras los peces gordos brindaban con champagne y disfrutaban los curvilíneos cuerpos de las anfitrionas profesionales. Tzuyu no reconocía a ninguno de los mecenas, algo que le fue imposible ignorar. ¿Qué había pasado con los de siempre? Con los mafiosos que a veces participaban en el Under y que siempre hablaban entusiasmados de la fosa. Quería hablar con Reynolds. No, hablar no, exigir que le dijera qué cojones ocurría con todo ese maldito circo. Al parecer Momo no se había dado cuenta. Demasiado ensimismada viendo a las bailarinas en la pole para notar algo más. Ella, por su lado, no podía dejar de preguntarse cuál sería Ivanov, cuál de todos ellos sería su objetivo. Así mismo, su vista recaía cada tanto en las otras peleadoras. Debía admitir que algunas de ellas no parecían mayor problema, sin embargo, otras pocas destilaban el mismo aroma a veneno que ella.
—¿Divirtiéndose? —Tzuyu giró su rostro y vio a Reynolds, quien lucía notablemente ebrio. Un hombre armado se encontraba tras él. Reynolds hizo un movimiento con la mano y el hombre le entregó un manojo de llaves. El mecenas se las lanzó a una de las peleadoras, quien lo miró sin entender qué hacer con ellas—. Pueden quitarse los grilletes de los tobillos y unirse a la diversión. No ha sido idea mía, agradézcanle a Ivanov. Momo de inmediato observó a Tzuyu, quien no ejecutó movimiento alguno de sus músculos faciales. Solo esperó a que le llegara el manojo de llaves y se sacó los grilletes.
Las peleadoras comenzaron a dispersarse, todas ellas con sus manos aún esposadas y seguramente al tanto de los muchos hombres armados que rodeaban todo el lugar. Solo una suicida intentaría escapar. Tzuyu se quedó en su lugar, a diferencia de Momo, quien no demoró en correr a la mesa del buffet y comenzar a beber como una maldita alcohólica. La taiwanesa no podía darse aquel lujo, era el único momento que tenía para buscar a Ivanov y ejecutar el mandato de su padre. Intentó moverse por el lugar, con todos sus sentidos alertas, prestando atención a las conversaciones de los mecenas. Malditos cerdos sumidos en la ostentosidad de los lujos y la culminación de la carne. Mujeres con sonrisas falsas, menoscabando sus cuerpos para poder sobrevivir en la guerra de aquel sucio mundo.
Tzuyu tomó una copa para no llamar indeseada atención, sonriendo a algunos de los mecenas y respondiendo escuetamente cuando le preguntaban si ella era la emperadora del ghetto penitenciario. Se jactó socarronamente de sus victorias pasadas y se negó a tocar cuerpo alguno que se le ofrecía; en su cabeza no había nada más que un enredo de ideas que necesitaban tomar forma para sacarla de ese lugar. Sintió una mano colocarse en su hombro y se volteó. Reynolds sonreía con su usual puro en la boca. Le indicó a Tzuyu que lo siguiera y la emperadora así lo hizo. Frente a frente, en un juego de sillas poltronas, se miraban en silencio.
—Y aquí estamos —dijo el mecenas abriendo sus brazos. Tzuyu simplemente inclinó su cabeza hacia abajo en aquiescencia; consintiendo—. ¿Sabes algo, Tzuyu? Todos los días me cuesta creer que esto es real.
—¿El motivo? —murmuró.
—Bueno, veras. Hace algunos años... mi carrera se vio aplastada, como todos saben. Me quedé sin patrocinadores, sin personal y sin nada en mis manos, más que cuentas y una familia rota. —Miró sus manos y soltó una sonrisa. La nostalgia comenzaba a invadir su rostro—. En esa época tuve que viajar por muchos lugares, buscando a alguien. Quien fuera que pudiera tenderme una mano. Estaba tan preocupado por encontrar la manera de no hundirme que no me di cuenta de cómo mi familia se estaba hundiendo.
—Un trago amargo, ¿verdad? —Tzuyu no era especialmente una persona paciente, sin embargo, cualquier cosa que Reynolds le dijera podría llegar a servir.
—No tienes idea. —Le dio una calada a su puro y llevó la vista al techo—. Y fue por mi negligencia que no me di cuenta de lo que ocurría con mis hijos. Con mi hijo.
—Ve al grano, Reynolds. No soy estúpida.
—Sana.
—¿Qué ocurre con ella? —Su voz notablemente más ronca y cortante. Odiaba que el nombre de su amante saliera de la boca de un hombre.
—Creo que ya lo sabes. Debes saberlo, mataste a una mujer por ella, a una mujer de la misma estirpe que mi hijo. —Tzuyu pasó saliva por su garganta, con un ligero movimiento de cabeza. Había hecho algunas suposiciones cuando Reynolds mencionó algo sobre eso al salir de Camp Alderson. Las posibilidades eran nimias, pero existentes—. Me tomó un tiempo recordar su nombre y fue una sorpresa cuando comprendí que la doctora que salvó a mi hija se encontraba en ese nido de ratas. Que había perdido su título de médico y que su reputación jamás volvería. Fue como verme en un espejo.
—La niña... Mia, ella es tu hija —aseguró. No necesitó más para hilar aquel embrollo de palabras que Reynolds soltaba balbuceante.
—Sí. La niña más hermosa del mundo. No tienes idea.
—¿Sana sabe que tú eres su padre?
—Si no es estúpida, entonces sí, lo sabe.
Tzuyu permaneció en silencio, preguntándose por qué Sana no le había dicho nada al respecto. ¿Por qué su corderita intentaba mantener para sí misma aquellas cosas que la dañaban? ¿Acaso no sabía que Tzuyu estaba dispuesta a lo que fuera solo para poner una sonrisa en sus labios? Repasó sus labios con su dedo pulgar, siseando con la cabeza. Reynolds no estaría hablando de ello sin algún motivo.
—¿A qué viene todo esto, Reynolds? No creo que esta verborrea de sinceridad venga sin un propósito.
El mecenas se encogió de hombros.
—Solo quería contártelo. Como es de pequeño el mundo, como todos los caminos terminan cruzándose alguna vez, pero sí, quizá hay algo más.
—No podía ser de otra manera —se burló la emperadora.
—¿Sabes para qué sirve el poder, Tzuyu? No creo que realmente sepas lo que es tener poder. —La taiwanesa gruñó, el sonido de la música aplacando la vibración de su garganta en protesta—. Pero es algo increíble, es estar en la cima y verlos a todos. Es decidir el destino de las personas.
—Suenas como alguien que conozco —bufó con molestia.
—Pero también es una responsabilidad. Es un ancla que te mantiene con los pies en la tierra, porque el poder no lo puedes conseguir sola. Hay dos maneras, o lo obtienes pisoteando a los demás, o empujándolos hacia arriba, así ellos estirarán sus brazos y te ayudarán a llegar a la cima.
Los labios de Tzuyu se estiraron en una sonrisa irónica. Las curvas de sus comisuras dejando a la vista sus hoyuelos, aquellos que Sana solía pinchar con sus dedos mientras le decía que tenía mejillas de bebé. Y quizá a Tzuyu le gustaba lo empalagosa que podía llegar a ser su amante.
—Una utopía, Reynolds. Eso es un maldito cuento de hadas. La única opción es pisotear al resto.
—Dices eso, pero haces totalmente lo contrario —señaló a Tzuyu con su puro, sin dejar de sonreír—. Es por eso que me gustas, muchacha.
Y Tzuyu no podía dejar de ser ella, sin importar el momento.
—Qué lástima, estoy prácticamente fuera del mapa. De otra forma, quizá... No, tampoco. Lo siento, no me vienen los penes arrugados. —Se encogió de hombros.
Reynolds ladeó una sonrisa y levantó ambas cejas de manera sugestiva.
—Para eso tengo a Momo.
—Oh por Dios, vomitará su cerebro cuando le diga que dijiste eso.
Fue inevitable que ambos se carcajearan a gusto. Tzuyu nunca había tenido mayor relación con Reynolds, aun cuando Momo aseguraba que era el mejor sujeto del planeta.
—Entonces... ¿Qué harás con mi corderita? —preguntó luego de unos cuantos minutos de cómodo silencio en el que ambos le dieron un trago a sus vasos de licor.
Reynolds alzó su vaso y con los ojos brillantes, destilando orgullo, habló.
—Le devolveré lo que le arrebataron. —Su voz fue fuerte, como una proclamación inminente.
Tzuyu sintió como una sonrisa se formó en su rostro. La reprimió apretando los labios. Ahora sí tendría un motivo para emborracharse hasta perder la conciencia.
—¿Es en serio? —preguntó para confirmar lo que había escuchado. Y por el bien de Reynolds, más le valía que no fuera una puta broma o Tzuyu le arrancaría los intestinos.
—Lo es. Su honor como doctora, su título... Disculpas públicas. Haré que laman el suelo por dónde camina. Porque tengo el poder para hacerlo y porque le debo un favor... ¿Ves, Tzuyu? Esto es lo que tu padre nunca te enseñó. —Fue un golpe duro escuchar eso, pero era la verdad.
Tzuyu bajó su rostro y dejó su copa en el suelo, permaneciendo en silencio unos cuantos minutos mientras jugaba con los anillos de sus dedos. Sana recuperaría su vida, su verdadera vida y Tzuyu no podría ser parte de ella; porque jamás pudo pertenecer a ese mundo en el que Sana se crió. Pero que masoquista, disfrutar tanto de aquel dolor lacerante en su pecho al saber que su ángel se alejaba de ella para volver al mundo libre y limpia del que era parte.
—... Gracias —susurró para sí misma, sin embargo, Reynolds la escuchó.
—No lo hago por ti, lo hago por ella. Por mi hija.
—Ella es parte de mí —fue lo único que pudo responder.
Bebieron en silencio después de eso, aceptando las copas de licor que las anfitrionas les ofrecían. La misión de Ivanov yacía como un nubarrón en un rincón de su cabeza, mas no podía hacerla su prioridad. Sana volvería a ser médico y ella jamás podría verla. Se perdería su sonrisa cansada al llegar del trabajo, sus historias de cómo pequeños pacientes lograban hacerla rabiar y reír al mismo tiempo.
—¿Y qué te ha parecido este evento? —preguntó de la nada, Reynolds.
—Distinto.
—Por supuesto que sí. Los mecenas que están aquí son un pedido especial. Cada uno, cuidadosamente elegido. —El entrecejo de Tzuyu se frunció. Reynolds se colocó de pie y le indicó que lo siguiera. Tzuyu caminaba unos cuantos pasos por detrás, mirando a su alrededor de soslayo, con la mirada de Momo fija en ellos, quienes sutilmente salían del salón donde la majestuosa fiesta se llevaba a cabo—. ¿Recuerdas lo que dije sobre buscar un hombre que me tendiera una mano?
—Lo recuerdo.
—Bueno, ese hombre... es a quien le debo todo lo que soy ahora.
Subieron unas escaleras, Tzuyu giró su rostro y vio a Momo, quien se encontraba al pie de estas, apoyada en la pared. Se miraron unos segundos y Tzuyu comprendió que la morena se quedaría ahí. Su leal hermana, dispuesta a cuidarle las espaldas aun cuando sabía que Tzuyu debería matarla en unos cuantos días.
—¿A dónde vamos?
—Quiero que conozcas al hombre al que le debo todo, Tzuyu.
—¿Tendré el placer de conocerlo?
—Lo tendrás... Aunque creo que ya esperabas conocerlo. —Tzuyu no se sentía segura. Todo en su cabeza gritaba rojo debido a la actitud enigmática de Reynolds. Se pararon frente a una puerta de madera opaca y Reynolds le indicó a Tzuyu que la abriera—. De hecho, creo que viniste a la fosa con la única intención de conocerlo.
—¿De qué...? —Las palabras de Tzuyu murieron en su boca cuando vio a la persona frente a ella. Sintió como si toda la sangre se hubiese drenado de su cuerpo. Un inevitable mareo la hizo aferrarse a la puerta—. ¡¿Tú?!
—Tzuyu, te presento a Ivanov. Mi salvador y también... mi jefe.
—Hola, emperadora. —Ivanov sonrió, pasando la lengua por sus labios y dejándolos brillantes.
.
La emperadora estuvo suspendida en el tiempo, intentando comprender cómo había sido una pieza en aquel juego de ajedrez. Como todos esos años no había sido más que una peona a la orden de los grandes. Siempre pensó que después de la traición de su padre, podría prever cualquier acontecimiento, sin embargo, las pasadas horas le demostraron que no era así. Se sentía estúpida, usada e indefensa. Un día lo era todo, estaba en la cima y al siguiente, ya no era nadie. Una herramienta más con una única misión, la última. Ya no era Robert quien controlaba su vida, era Ivanov. Tzuyu Tocó los barrotes oxidados frente a ella; Ásperos y fríos. Cerró los ojos, agachándose para poder tocar con sus lastimadas manos, el suelo de tierra y piedrillas. Ya no quedaba tiempo, en realidad nunca lo había tenido. No desde que conoció a Sana, en ese momento el tiempo dejó de funcionar para ella.
—Solo somos nosotras, ¿verdad?
Tzuyu asintió a la voz de Momo. Solo eran ellas, solo dependía de ellas. Ya habían pasado la primera ronda, ambas victoriosas en sus peleas como era de suponer y ahí estaban, en la pelea final. Con sus cuerpos exhibiendo cortaduras y cardenales de los golpes del día anterior. Día en el que Tzuyu tomó la vida de cuatro mujeres y demostró por qué se le llamaba la emperadora; ante la vista orgullosa de Reynolds. No había dormido, ninguna de ellas en realidad. Quizá porque tenían demasiado que hablar o quizá por el miedo. Sí, miedo, aquella sensación que solo se hacía presente en ella cuando se trataba de Sana, se encontraba de nuevo embargando su cuerpo. Porque había pocas posibilidades de que saliera con vida. Lo sabía y estaba dispuesta a correr el riesgo por la promesa de Ivanov. El único mafioso que podía ponerle un fin a la tiranía de su padre. Lo único que apaciguaba el ardor en su pecho, era que el peso de la corona ya no estaba más sobre sus hombros, ya podía ser libre; aun si moría ese día. Por primera vez, realmente se sentía completa. Lo había tenido todo porque había tenido a Sana, y ella era todo.
—Será rápido, Tzuyu. Lo prometo...
Tzuyu miró a su hermana, a Momo. Vio el temblor en sus manos, el miedo en sus ojos.
—No dudes, solo hazlo.
—Sí, lo sé. Yo... No te dolerá Tzuyu. Lo juro... Mierda.
Momo comenzó a respirar profundamente para calmarse. Una peleadora tras ellas, esperando que se levantara la reja para salir a la fosa donde se masacrarían las unas a las otras. En aquel pasillo de ladrillos viejos y húmedos, como las antiguas cárceles donde los gladiadores esperaban su turno antes de entrar a las arenas del coliseo. Y ocurrió. El sonido chirriante de los barrotes al rozar con las cadenas que las levantaban. Tambores golpeados por hombres, indicándoles que debían salir y posicionarse en sus lugares. A punto de ser devastadas por las sucias y sangrientas armas que los mecenas lanzarían a la fosa. Tzuyu trotó hasta su lugar y levantó el rostro. La mafia bebiendo mientras gritaban agitados, embravecidos por el glorioso final que aquel evento tomaría. Jugando a ser dioses en el olimpo, sin saber el futuro que se les había destinado.
La fosa, un hoyo en la tierra con paredes de cemento, estas encontrándose marcadas con sangre seca y rasguños del metal que dejaban las espadas al enterrarse en ellas. Tzuyu había tocado aquellas paredes el día anterior, mientras tomaba vidas para sobrevivir. Los tambores sonaban al compás de los latidos del corazón de Tzuyu, cada vez más fuertes y rápidos. Las risas de los opulentos mecenas taladraban sus oídos. El brillo delatador en los ojos de Momo la hacía tensar su cuerpo. Momo no podía llorar, no en ese momento. El sonido de un gong fue la señal para que los mecenas comenzaran a lanzar armas a destajo. Tzuyu corrió hasta una lanza, apresurándose a lanzarla en dirección a otra peleadora, quien la esquivó ágilmente. Momo fue la siguiente en lanzarse sobre la otra peleadora, con una corta espada curvada, similar a una guillotina. La peleadora comprendió que ellas se habían aliado para asesinarla y cuando cayó al suelo, tomó un puñado de tierra, lanzándolo en los ojos de Momo, quien retrocedió de manera instintiva. Fue el turno de Tzuyu de ir por la presa. Comenzaron a lanzarse golpes y la taiwanesa maldecía internamente la velocidad de la mujer, así como su enorme contextura. Escuchaba los gritos de aliento hacia la peleadora y hacia ella. Una nueva ronda de armas cayó y todo se decantó cuando la peleadora se volteó para tomar una espada. Momo fue más rápida, se abalanzó contra ella y enterró su guillotina en el cuello de la mujer, cercenándole la garganta. Un rio de sangre las salpicó. La verdadera travesía comenzaba en ese momento.
Cuando el cuerpo de la mujer cayó, Momo no demoró en lanzar la guillotina al suelo e ir por una daga que se encontraba a solo unos pasos. Tzuyu corrió y tomó unas manoplas que esperaban en el suelo, con púas en los nudillos. Escuchó el grito de Reynolds, la palabra que terminaba todo. Giró para enfrentar a Momo, quien comenzó a mover su brazo con agilidad para intentar propinarle alguna puñalada. Tzuyu la esquivaba con rapidez, ambas encontrando sus piernas en ágiles patadas. Tzuyu quiso felicitarla por lo mucho que había mejorado en eso. Momo se agachó y sin que Tzuyu se diera cuenta tomó un puñado de tierra, repitiendo la técnica que la otra peleadora había empleado en ella. La emperadora no alcanzó a esquivar el polvillo que rápidamente entró en sus ojos. Sonrió. Solo hizo falta un segundo. Lo había hecho, Momo había clavado su puñal en el abdomen de Tzuyu. Le había dado un final a todo. Apretó su abdomen. La sangre tibia corriendo entre sus dedos, todo su cuerpo comenzando a adormecerse. Cada vez que respiraba, lentamente el aire acariciaba con suavidad sus deteriorados labios.
Logró parpadear. Sus ojos estaban enraizados en la tierra manchada de carmín. Estaba aturdida, sintiendo un pastoso acre comenzar a impregnar su boca. Momo la observaba de pie, con su rostro lleno de magulladuras y el puñal ensangrentado en una mano. Dejó caer la daga al suelo, frente a Tzuyu y se volteó, mirando por sobre su hombro una última vez a su eterna compañera.
—Aquí termina todo, emperadora. —La emperadora caída observó la daga y escuchó el grito de Momo.
Una sonrisa se esbozó en sus labios al mismo tiempo que levantó el rostro. El cielo de matices celestes sobre su cabeza la hizo sentir victoriosa. Había sido la emperadora, iba a morir siéndolo. Iba a morir habiendo conocido todo; la libertad y el amor. Su último pensamiento se lo obsequió a Sana, a su libertadora personal, a su único amor. Y era tanto lo que sentía por esa japonesa que incluso el dolor desaparecía de su cuerpo al recordarla; al recordar su último beso y el perfume de su cabello. Todo en su visión se tornó lentamente de color negro. Un último suspiro salió seco de su boca y cayó de costado al suelo. Su piel siendo acariciada suavemente por una brisa de aire, mientras la muerte danzaba a su alrededor, esperando el momento para arrebatar su alma.
Tan solo queda el final y el epilogo, veré si puedo subir los capitulos completos ya que el final tiene mas de 11 mil palabras y el epilogo mas de 14 mil.
Un pequeño spoiler, Sana si logra ser feliz.
Terminen los últimos capítulos no se arrepentirán.
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