XXIV
De aquella dulce y vil manera, esa noche el cuerpo de Sana fue expiado con besos dulces y bañada con lágrimas amargas. Su alma fue cercenada, escindida y dolió sin sangrar. No era una historia de amor digna de ser contada, era sucia y dolorosa. Lo de ellas era peligroso, las hacía vulnerables y débiles. Quizá no era amor, quizá Tzuyu tenía razón y solo era un síntoma de la irrevocable demencia en la que ambas habían caído. Una enfermedad, una leucemia de sentimientos demasiado propagada para poder ser detenida. De ser así, no habría enfermedad más dulce en el universo ni muerte más esperada. Sana recordó, un paseo tenue por su memoria, cada momento vivido con Tzuyu. Lo bueno y lo malo, las lágrimas derramadas y cada muro derrumbado. Las peleas, las risas, las palabras hirientes y los arrullos. El placer que encontraban en el cuerpo de la otra, los besos que se demandaban mutuamente; había tanto. Sus primeros meses en Camp Alderson, como Tzuyu intentaba apartarla de ella, como Sana se negaba a ser apartada. Como se dejaba herir por su dueña y le exigía a la misma que lamiera sus heridas, sanándola hasta que aprendiera a tocarla sin lastimar. Los ojos de Sana pesaban, mas sus parpados de negaban a caer. Ambas recostadas de costado sobre la dura superficie llamada cama, mirándose sin tener nada más que decir puesto que habían vertido toda emoción en la otra cuando hicieron el amor, cuando encontraron la libertad una vez más. Con ojos hinchados y brillantes, producto de las lágrimas derramadas. Cuerpos desnudos y el sudor de ambas mezcladas en un suave aroma, uno que Tzuyu sentía en su paladar; había besado y degustado cada recoveco del cuerpo de Sana. La poca luz le impedía a Sana vislumbrar algo más que la silueta de Tzuyu, pero no necesitaba más. Había memorizado cada aspecto de su dueña, cada imperfección, cada cicatriz. Deslizó una mano vacilante hasta la mejilla de Tzuyu y arrastró sus dedos por toda la perfecta extensión de esta.
—Amor —suspiró Tzuyu sobre los labios de Sana. Ronca y lenta, con su voz gastada.
—¿Hm?
—Amor... M-mierda, quiero decirte así cada día. Solo... Mi amor.
—Lo harás... —contestó en un arrullo suave. Sana sabía que Tzuyu estaba sonriendo. Eso dolía.
—Mi amor... mi amor. E-eres mi amor, solo mía. Aquí estamos y... tú eres eso, eres mi amor. Nadie más lo fue, nadie más lo será, corderita. Solo tú.
—¿Me dirás que me amas?
—¿Necesitas que te lo diga?
—No.
—¿De verdad?
—Sé que lo haces. Sé que me amas.
—Le dije a Momo lo que siento por ti. Ella dice que es amor, yo digo que es algo distinto... —Tzuyu dejó un beso débil en los labios de Sana; estos estaban afiebrados. Seguramente rojos por las mordidas y lamidas—. Que no puede ser amor, que tú me amas... eso, lo que tú sientes, es hermoso. Es como, es así, limpia. Es brillante... como tú.
—Tzuyu, ¿por qué piensas que solo hay una manera de amar?
—¿Qué? No lo sé. No... No tengo idea, corderita. Antes de ti, ni siquiera podía imaginarme pronunciando esa palabra. Solo te tengo a ti de ejemplo.
Y Sana jamás podría encontrar a otra ser humana más hermosa que Tzuyu. Tan rota y hermosa, tan ingenua y cruel. Su dueña era una antítesis en su existencia. Sana amaba eso. Sana amaba todo.
—Tú me amas, Tzuyu.
—¿Lo hago? ¿Realmente? No es... ya sabes, ¿estás segura?
—Lo estoy. Me amas, más de lo que cualquier humana podría llegar a entender.
—Pero no es... No me gusta amarte así. No es como tu amor, esto es... sucio.
—No importa. Está bien tu forma de amarme, Tzuyu.
—¿Sí?
—Porque nadie me había amado así antes. Nadie me amará así en el futuro. —Sana comenzó a acariciar la parte posterior de la cabeza de Tzuyu, a rozar sus dedos con el cabello de su dueña—. Quizá es un amor sucio, pero el oro en bruto también lo es.
—No soy oro, Sana. Soy alquitrán.
—Y yo una alquimista. —Entrelazó sus dedos con los de Tzuyu—. Por ti me convertí en una.
Eso era todo. La sintaxis de su historia; sucio alquitrán y una mujer ambiciosa que aprendió el secreto para convertirlo en oro. Tzuyu sonrió, presionando incontables besos en el rostro de Sana. Ya no lloraban, ya no quedaban lágrimas. Solo dolor y una máscara sonriente. Acomodándose, Sana rodeó a Tzuyu con sus brazos y se humedeció los labios antes de comenzar a besar el cuello de la taiwanesa, a degustar con su boca las notas de sudor que permanecían en aquella piel. Dejó a Tzuyu posicionarse entre sus piernas y gimió bajito al sentir el calor y el peso de su cuerpo. Las manos de Tzuyu acariciaban los bordes de sus muslos con lentitud y era tan suave, tan apacible. Sana se preguntó si así se sentiría al ser acariciada con una pluma.
—¿Entonces te amo? —susurró Tzuyu sobre su oído y apretó un suave agarre en su cadera.
Sana solo podía rogar porque quedaran marcas, permanentes. Que cada caricia de Tzuyu quedara grabada en su piel.
—Me amas, sí.
—Tú me amas a mí.
—Lo hago.
—¿Por qué? No soy material para... amar. Es ridículo, Sana. No deberías hacerlo, solo podrías. No lo sé. Dejar de amarme.-Sana sonrió. Como si Tzuyu le hubiera dejado alguna alternativa. Para el momento en que se dio cuenta ya había caído, dolorosa y profundamente.
—No quiero. No lo haré —respondió y bajó ambas manos, agarrando las mejillas del trasero de Tzuyu para apretarlas. Tzuyu gruñó sobre su oído—. De todas maneras, muchas gracias por el consejo, amor.
—Bebé.
—¿Hm?
—Yo te digo amor, tú me dices bebé. ¿No es así como funciona?
Los labios de Sana se truncaron en un rictus amargo. Tenía tanto que enseñarle a Tzuyu, tanto.
—Sí. Tienes razón, t-tú eres mi bebé.
—¿Alguna vez le dijiste así a alguien más? No quiero compartir.
—Eres una cosita celosa y no. Nunca, nadie más. Solo tú.
—Solo yo —repitió, sonriendo contra la mejilla de Sana—. Solo yo. Amor.
—Esa soy yo.
—Sí. —Tzuyu se separó, apoyándose en sus brazos estirados sobre las sábanas. La poca luz que entraba en la celda le permitía vislumbrar la silueta de Sana—. A veces pienso... Solo, me gustaría que todos en el mundo tuvieran una Sana Hwang en su vida.
—¿Lo dices en serio? —preguntó con un dejo de diversión y cerró sus ojos. Mordiendo su labio inferior al sentir las manos de Tzuyu repasando su vientre.
—Sí. No tú, solo... tú eres mía, pero, una Sana que los hiciera encontrar un propósito a sus vidas. Que los salvara. Quizá, si... Si ellas, todos, tuvieran alguien como tú. —Sana deslizó sus manos en busca de las de Tzuyu. Entrelazaron sus dedos y Sana llevó las manos de Tzuyu a su boca para besar sus nudillos. Las cicatrices de estos cepillaban sus labios—. Entonces, el mundo no sería tan injusto.
—Tzuyu, dices que...
—Que lo que se me quitó es tan poco al lado de lo que he ganado. —Se inclinó hacia adelante y frotó su nariz contra la de Sana, sus manos aun fuertemente entrelazadas—. Tú. Lo que he ganado, eres tú.
Ese fue el peor momento para que el suministro de luz volviera a la celda. Porque la Tzuyu frente a los ojos de Sana se veía tan pequeña y vulnerable.
—Hazme el amor —gimoteó, con su garganta sintiéndose acre.
Los pestañeos de Tzuyu eran lentos, y Sana estaba tan enamorada. No quería ni siquiera sentir placer físico, ella solo quería, solo necesitaba tanto sentir a Tzuyu.
—Sabes Sana, amor. Si te hubiera conocido antes, en... aquella época. —Tzuyu negó con la cabeza, riéndose por lo bajo—. Cuando era una mocosa, seguramente tú hubieras sido mi primer flechazo, como de amor adolescente y todo eso.
—Hubiera sido mutuo.
—Lo habríamos discutido.
—Definitivamente —respondió en un suspiro, Sana. Ambas sonrieron. Con ojos somnolientos, con ojeras violáceas y cuerpos lánguidos—. Bésame bebé, deséame. Quiero tenerte dentro de mí.
Tzuyu cerró los ojos y juntó su frente a la de Sana. Respiraron el aliento de la otra, sintieron los latidos acompasados de sus corazones, la desolación y el amor que picaba bajo sus pieles. Los labios febriles y entreabiertos de la japonesa fueron una invitación para la lengua de Tzuyu. Con un comienzo suave, arrastrando sus labios por los movimientos lentos de sus cabezas que hacían encajar sus bocas de manera idílica. Tzuyu bebía y tragaba cada gemido que Sana le regalaba, se bañaba en el bálsamo de sus labios mientras las yemas de sus dedos se deslizaban hasta el centro de su corderita. Cepilló su suave capa de vellos y jugueteó con la punta de su clítoris. La espalda de Sana se cimbraba y enroscaba los dedos de sus pies en las sábanas, enterrando sus uñas en la caliente espalda de Tzuyu. Con su boca siendo devorada perezosamente, la lengua de Tzuyu embistiéndola profundamente, cepillando su propia lengua. Dulce, doloroso pero dulce; como el proceso de convertir alquitrán en oro.
—T-te amo —sollozó agudo, boqueando por aire.
Tzuyu lamió la punta de su nariz y volvió a besar sus labios. Sana repetía aquellas dos palabras, rompiendo el interminable beso, una y otra vez. Solo más tiempo, solo eso pedía. Más tiempo para decírselo, para que aquellas palabras se grabaran en Tzuyu. Dos dedos de Tzuyu comenzaron a jugar en la entrada de Sana, tanteando la humedad en su piel. Sana protestó infantilmente por la tortuosa espera a la que Tzuyu estaba sometiéndola. Su propio cuerpo anteponiéndose a los deseos de su corazón. Agotada y dolorida, con un delicioso pinchazo en su entrada. No importaba, podría pagar cualquier precio si eso significaba unirse una vez más a Tzuyu. Haciendo el amor como si fuera la última vez. Pero una vez más, Sana era una excelente mentirosa.
—Debería ser ahora. Aquí —lloriqueó en los labios de Tzuyu al sentirla hundirse en ella. La quemazón en su entrada la hizo tensarse bajo el cuerpo de su dueña.
El cuerpo de Tzuyu encerrando el de Sana, tórrida y acerba; negada a dejar que su amante escapara del calor de sus brazos. La emperadora tomó el rostro de Sana con su otra mano, acunándola para poder acariciar su mejilla con el pulgar.
—¿Qué cosa? —preguntó cuidadosa. Sin comenzar aún ningún movimiento de sus dedos.
—Nuestro fin.
Y Tzuyu, con sus ojos comenzando a verse vidriosos, inclinó su cabeza ratificando las palabras de Sana.
—Eres tan hermosa, corderita coqueta. Haces que sea tan fácil ser cautivada por ti.- Las mejillas de Sana se ruborizaron. Sabía que se veía horrible, que no era más que una sombra de la mujer que fue antes de entrar a Camp Alderson, y aun así, Tzuyu la hacía sentir como si fuera la personificación de la belleza. Solo eran unas tontas enamoradas. Solo era una emperadora enamorada de su prisionera; pero que masoquista. Que dulce idiota.
—T-tú hiciste que fuera tan difícil amarte. —Se encogió con un jadeo, aferrándose. Con sus talones presionándose en la parte posterior de los muslos de Tzuyu.
—Nunca quise que me amaras.
Y Sana quería protestar, porque Tzuyu había nacido para ser amada por ella. Silenció sus palabras, dejándose ahogar en gimoteos y gemidos de dolor y placer. Las penetraciones de Tzuyu lentas, profundas; ardiendo en su piel. Tzuyu serpenteaba con su mano en cada estocada que propinaba para hundirse en Sana. Respirando lento, con su frente presionándose en la curvatura del cuello de la castaña. Ojos cerrados, negro y motas de luz bajo sus parpados.
—Pero... Mierda, pero lo hago, te amo —sollozó al sentir los dientes de Tzuyu mordisqueando la piel de su cuello. Sintiéndose llena, saturada de emociones. Con Tzuyu devorando todo de ella—. Te amo. Beso.
Llevó sus manos al cabello de Tzuyu y tiró de él, amedrentándola por un beso. Poco importaba el dolor en sus maltrechos labios, necesitaba que Tzuyu le entregara hasta el último beso que poseía. Sus cuerpos ya no sudaban, ya no estaban calientes; solo tibios y extenuados. Continuaron, como dos idiotas que no sabían cuando detenerse. No podían culparlas, tan solo, no había manera de controlarlo. Aquel sucio, horrible sentimiento llamado amor. Tan solo, no podían salir de ella, atrapadas y borrachas. Y aturdidas como lo estaban, cayeron en un profundo y cruel sueño. Sana cerrando sus ojos contra su voluntad, Tzuyu descendiendo el ritmo de sus embestidas hasta que su cuerpo solo cubría el de Sana.
—Vas a odiarme y yo moriré amándote —Susurró Tzuyu en el oído de Sana, quien ya no podía escucharla.
.
Sana sintió su cuerpo ser removido con cuidado. Parpadeó para acostumbrarse a la luz, se sentía agotada. Su cuerpo pesaba y su cadera dolía demasiado. Con las fuerzas que reunió giró su rostro. El mundo cayó a sus pies.
—¿Qu-qué haces aquí? —preguntó casi afónica. Se sentó y un mareo la hizo volver a cerrar los ojos. Todo su cuerpo se estremeció en una ola de frío. Tenía nauseas, quería vomitar. Negó con la cabeza, comenzando a perderse en un sentimiento pegajoso y negro—. N-no.
No pudo decir nada más. Se removió cuando una mano intentó posarse en su hombro. Tzuyu no podía, no podía. No. Llevó ambas manos a su boca, aguantando las arcadas. Su cabeza punzaba y se sentía ofuscada.
—Sana...
¿Cómo podía ser que le quedaran lágrimas?
—N-no.
—Sana, hermana.
¿Por qué? ¿Qué había hecho para que Tzuyu la lastimara de esa forma? No lo merecía, ¿verdad?
—P-por favor, por... Dios, No. Duele. —Llevó una mano a su pecho, su respiración comenzando a salir agitada y errática de su pecho. Estaba hiperventilando—. No...
—Sana, mírame.
Sana se negó. Cerrando sus ojos, intentando calmar su propia respiración. Rogando porque la persona a su lado desapareciera, porque todo fuera una pesadilla, pero las pesadillas no podían lastimar y ella estaba siendo malditamente lastimada.
—Vete —rogó, tan bajito. Vulnerable.
—Sana, es hora de ir a casa.
Abrió los ojos y giró su rostro. Mina se encontraba a su lado, sonriéndole con empatía, con lástima. Sana no quería su maldita lástima.
—Mi casa es Tzuyu. M-mi hogar es ella.
Mina suspiró y sacó una hoja que tenía en el bolsillo de su pantalón. Se la extendió a Sana, quien la recibió con manos temblorosas. Sentía tanto frío. Tan rota y descompuesta se volvía un cadáver cuyo corazón latía. Sostuvo el papel frente a sus ojos, leyendo las pocas líneas escritas con tinta negra.
"El día que llegaste a Camp Alderson, se cumplían tres años del día en que asesiné a cientos de inocentes. Ese día estaba decidida a darle fin a mi existencia. No lo hice, tú entraste en esa celda y al verte, supe que iba a morir sin conocer algo que me fue negado desde que nací. Me mostraste la belleza de tus ojos y te odié en ese preciso instante porque sabía que iba a terminar enamorada de ti. Me arrebataste la corona con tanta facilidad, corderita, que solo puedo darte las gracias... Gracias por bajar al infierno por mí, por liberarme. Por darme un motivo para respirar, por darme una razón para poder decir que te amo".
Y en Camp Alderson jamás se hubo escuchado un grito más desgarrador. Mina se aferró al cuerpo de Sana. Intentó contener los espasmos de su amiga, de sostener sus manos para que dejara de rasguñar su pecho desnudo. Sana gritaba, despedazándose las cuerdas vocales. Sacudiéndose en un intento desesperado por soltarse de Mina.
—Sana, por favor... —Lloraba, meciendo a Sana en un abrazo—. Es hora de volver, hermana. Es hora...
Sana bramó de dolor, peleó por apartarse del abrazo que su amiga le ofrecía. Su piel quemaba, no quería ser tocada. ¿Por qué Mina estaba tocándola? No podía, no tenía derecho. Iba a hacerla desaparecer; si la tocaba, iba a hacer que el aroma de Tzuyu en su piel desapareciera. No podía permitirlo. Gritó para que la soltara, intentó rasguñar los brazos de Mina, intentó soltarse con todas sus fuerzas.
"Es mi condena para ti. Jamás podrás olvidarme."
Sana vio el tatuaje en su dedo anular. Picaba, necesitaba arrancárselo. Hundió sus uñas en sus manos antes de que Mina la detuviera sosteniéndola de las muñecas.
—¡Sana, por favor detente! —gritaba en súplica.
Pero ella no podía entender qué estaba diciendo Mina. Su voz se oía como un eco lejano. Lentamente sus movimientos desesperados amenguaron. Sus ojos desorbitados viajaron por toda la celda y en ese instante todo dio vueltas, todo se volvió negro. Sana yacía desmayada en los brazos de Mina, quien se aferraba a ella empapada en lágrimas. Solo había visto una vez a Tzuyu, no la conocía; pero le hizo una promesa e iba a cumplirla.
"No te conozco, Myoui Mina. Y te estoy entregando mi corazón; cuídala. Porque volveré por ella."
—Vamos a superar esto, Sana —susurró acariciando el rostro pálido de su amiga. Repasando las ojeras bajo sus ojos—. Lo prometo.
.
Tzuyu repasó con la punta de sus dedos, el collar de rastreo que se encontraba encadenado a su cuello. Momo a su lado, ambas con la vista fija en el paisaje desértico que se veía a través del vidrio blindado. Reynolds se encontraba sentado frente a ellas, fumando un puro mientras hojeaba una sección del periódico. Dos hombres armados con metralletas en sus manos las acompañaban. No tenían expresión alguna y Tzuyu se preguntó cuántos segundos le tomaría arrebatarles un arma y asesinarlos a todos. No podía tentar a su suerte.
—Vas a arrepentirte —soltó de la nada Momo—. Deberías haberte despedido.
Tzuyu sabía a qué se refería, ya se estaba arrepintiendo, pero no soportaría apartarse de Sana así, en un adiós que quizá sería definitivo. Después de todo, no era tan valiente.
—No pude. Si Sana me hubiese pedido que me quedara, habría matado a cualquiera que intentara impedírmelo —contestó con tranquilidad. Sin parpadear, sintiéndose tan vacía como lo estuvo años atrás.
El mafioso levantó la vista de su periódico, mas no dijo nada. Momo por su parte ladeó una pequeña sonrisa y golpeó su hombro contra el de Tzuyu. Horas de viaje las esperaban, Tzuyu ya lo sabía. La fosa se realizaba en distintas localizaciones. Dependiendo del capricho de los malditos mecenas. Reynolds no había querido decirles nada al respecto. Tzuyu no podía estar menos interesada, fuera donde fuera, el resultado sería el mismo. Muerte. Un espectáculo de humanas, quienes se arrebataban la vida unas a otras, en una recreación de las antiguas gladiadoras en los coliseos romanos. Esclavas, entretención para hombres podridos.
—¿Todavía no podemos saber dónde será? —insistió Momo en dirección a Reynolds, quien inclinó la cabeza hacia abajo—. ¿Entonces?
—Tailandia —respondió el mecenas.
Y eso Tzuyu no se lo esperaba.
—¿Tailandia? —preguntó desconcertada. Nunca la fosa se había hecho fuera del país. Al menos no en los años que ella participó. Vio como Reynolds esbozaba una sonrisa ladina y su ceño se frunció en respuesta al mecenas—. ¿Por qué mierda en Tailandia?
—Ya lo sabrás, Tzuyu. Todo a su debido tiempo. —Se encogió de hombros y reparó en el aspecto demacrado de la taiwanesa antes de chasquear con la lengua—. Deberías dormir. Luces del asco, te necesito bien para impresionar a los apostadores.
—Como una maldita perra de pelea —voceó con mordacidad.
—Sí, exactamente.
—Bueno... —soltó Momo con diversión—. Esto es un poco difícil porque, sabes...
—¿Hm? —Reynolds frunció el ceño y se inclinó hacia adelante cuando Momo le indicó con la mano que lo hiciera.
—No creo que Tzuyu tenga pasaporte —susurró bajo, señalando a Tzuyu con el pulgar.
Reynolds estalló en una ronca carcajada que hizo a Tzuyu bufar. Volteó nuevamente el rostro hacia la ventana, ignorando las burlas de la morena y las risas de Reynolds. No se sentía con ánimos para responder, su mente ingeniosa y su irónica labia no estaban del todo disponibles en ese momento. Cerró los ojos y respiró hondo, recordando los últimos besos que dejó en la piel de Sana antes de salir de la celda. Cómo delineó su perfecta cintura y respiró el perfume de su cabello, cómo besó la argolla en su mano; su promesa muda. Solo podía esperar a que Mina, la famosa Minari, cumpliera con su palabra. Reynolds las había juntado unos días antes, por petición de Tzuyu. Tuvo que hablar con la mujer que Sana hacía llamar su hermana, pedirle que cuidara a Sana porque sabía que se desmoronaría cuando ella partiera. Podía escuchar el llanto de Sana tronar en sus oídos, sus reproches y sus miedos. Sentir el dolor de la japonesa como si fuera propio, y era simplemente demasiado. La parte posterior de su garganta escocía cuando pensaba en eso, su pecho se sentía apretado e irremediablemente la angustia se recluía en ella.
El resto del trayecto hasta el avión que las sacaría del país pasó lento y pesado. Escuchó sin prestar real atención a todas las advertencias de Reynolds, a las normas de seguridad y a la manera en que se dispondría de la fosa ese año. Sería en una casona apartada. Años atrás se había construido una estructura de subsuelo ideal para peleas, donde quienes presenciarían el espectáculo verían desde las alturas, como aquellas miserables se quitaban la vida unas a otras. Un pequeño coliseo. Reynolds no podría conformarse con algo menos extravagante que eso. Hacer viajar a todos los mecenas solo era parte del paquete de excentricidades que se exigían en el renovado evento. Tzuyu le preguntó por la lista de mecenas, esperando encontrar el nombre de Ivanov en ella. Su entrecejo se frunció al verlo, anotado junto al nombre de una peleadora que parecía ser latina. Ese hombre, el único que parecía ser un grano en el culo de su padre. Iba a darle un buen uso. Le dijo a Yi Cheng que se mantuviera alejado de Sana o tendría una razón para matarlo.
Sobre aviso no hay crimen, era el lema de Tzuyu.
—Entonces, ¿cuántas peleadoras seremos? —preguntó Momo a Tzuyu, quien tenía la lista.
—Quince. ¿Nos harán pelear a todas? Así fue el año anterior pero solo éramos ocho. —Reynolds negó con la cabeza.
—Tres grupos de cinco cada uno. Al final se enfrentarán solo tres.
—Asumo que no estaré en el mismo grupo que Tzuyu... me gustaría mantener mis tripas dentro de mi estómago lo máximo posible. —El humor burlón de Momo se contagió en Tzuyu.
—Hay otras maneras de sacarte las tripas. Ponme la vagina y te las enseño.
—Adorable —farfulló el mecenas con una leve sonrisa—. Sí, Momo. No estás en el mismo grupo que Tzuyu. Cada día se presentará un grupo distinto, así que serán tres días de eliminatorias y el cuarto...
—La pelea final —terminó Tzuyu.
—La pelea final —repitió Reynolds, afirmando con la cabeza.
—¿No habrá putas? Tzuyu me contó que el año pasado hubo muchas.
—Sí. Putas, alcohol y drogas, pero no para ustedes. —la morena bufó—. Quiero evitar contratiempos innecesarios. Hacerlo lo más profesional posible, si logro explicarme.
—No es muy profesional matar a tu contrincante —murmuró con tranquilidad la taiwanesa.
—Tzuyu tiene un maldito buen punto. Podrían ser dos ganadoras... Dos chicas calientes y refinadas como nosotras.
Reynolds bajó la mirada, escondiendo una sonrisa. Se encogió de hombros y negó con un movimiento de cabeza. Eso era imposible.
—Eh, tranquila cabrona. Sabemos cómo es esto. —Se apresuró a decir Momo—. Pero no perdía nada con intentarlo.
Guardaron silencio unos cuantos minutos. La incomodidad podía palparse en el aire.
—¿Tienen hijos? —preguntó de la nada el capo. Momo enarcó ambas cejas y negó, Tzuyu rodó los ojos. Como si no hubiese quedado suficientemente claro que para ella un mundo perfecto sería donde llovieran vaginas de los cielos. Vaginas de pequeños ángeles con ojos cafés y cabellos castaños, muchas gracias—. Yo tengo una hermosa hija.
—¿Hija? Me imagino que debes ser un hijo de puta con quienes quieran acercarse. —El rostro de Reynolds se enfrió.
—Sí. Ella es un ángel... —Sus palabras se sintieron como veneno espeso—. Solía tener un hermano, un chico que salió de mi sangre.
Tzuyu entornó los ojos en dirección a Reynolds.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Momo con un dejo de desconfianza.
—Se suicidó, o eso dictaminó el servicio forense.
—¿Y la verdad es?
—Lo asesiné. —La emperadora sintió un tirón en las esquinas de sus labios. No creía en las coincidencias, solo en lo inevitable—. Y tengo una pequeña deuda con la persona que salvó a mi hija.
Los últimos 2 capítulos de Prisionera pasan las 10 mil palabras, lo mas probable es que lo divida en dos partes.
Preparen pañuelos, los necesitaran.
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