XXI
Sana estaba sonriendo. La aspereza del filtro de su cigarrillo acariciaba el borde de sus labios mientras le daba una profunda calada. A poca distancia Tzuyu reclamaba y gruñía fastidiada porque su viejo y decadente saco de boxeo finalmente había terminado por romperse del todo.
—Seguro ahora usará tu culo para practicar —se burló Yeojin ganándose una risita baja en respuesta.
Momo intentaba tranquilizar a Tzuyu. Explicarle que había dos sacos más de boxeo y que podía seguir usando otro. Sin embargo, no. Su dueña parecía tener una pequeña ligadura emocional a ese bulto de cuero azul y arena que se encontraba en el suelo.
—¡No quiero otro! —gritó encolerizada.
Sana rodó los ojos y botó el humo por la boca. Tzuyu era alguien bastante caprichosa y cuando su poca paciencia se sumaba, el resultado no era muy agradable.
—¿Qué le pasó a la cavernícola de tu novia? —preguntó Dahyun llegando al lado de Sana.
Tenía un pómulo hinchado y teñido de matices rojizos. Sana frunció el ceño y recordó la escena del desayuno donde Dahyun se peleó con una de las chicas de la mesa por una estupidez. Sí, estupidez. Ya que definitivamente no era algo muy importante quien tuviera el cabello más rubio y, sin embargo, Dahyun había reaccionado bastante mal cuando la otra chica le dijo que solamente era "una mal teñida". Un espectáculo digno para comenzar el día. Con Tzuyu celebrando la "pelea de gatas" como lo había gritado a todo pulmón y con Momo vitoreando a Dahyun, "rubia loca, te amo."
—Rompió su saco de boxeo —respondió Sana con voz traviesa—. Y ahora está como yegua en celo.
—Mujeres —se burló la rubia tomando el cigarrillo de los labios de Sana.
La castaña se encontraba sentada en aquella banca donde siempre se sentaban para ver a las chicas entrenar. Si aquello fuera una mala comedia norteamericana, serían algo así como las porristas, pero Sana no tenía pompones ni falda, solamente un desgastado short y una camiseta dos tallas más grandes que tenía el aroma de Tzuyu. Tampoco animaba, ni siquiera le dirigía la palabra y aun así, a Tzuyu parecía gustarle verla ahí. No lo decía, pero Sana podía ver atisbos de sonrisas en el rostro de su dueña cada vez que ella aparecía por la puerta para quedarse horas sentada, sin hacer nada más que fumar y ver a Tzuyu lanzar golpes.
—Oye Satang, ¿cómo está Nayeon?
—Mejor. En unos días saldrá de la unidad médica.
—Genial.
Nadie dijo nada más al respecto. No querían recordar el suceso del día anterior cuando Nayeon fue pillada en las regaderas, abusada y golpeada. Era la única del grupo que no tenía a alguien que velara por su seguridad y la marcara como propia, dando la oportunidad a las abusivas para hacer y deshacer con ella.
—Mira quién viene. —Señaló Yeojin a la entrada. Ryujin se encontraba ahí, con sus ojos de cachorro en busca de Tzuyu—. ¿Todavía piensa que Tzuyu la protege?
Sana se encogió de hombros. Como Tzuyu la había defendido una vez, y debido a que la chica prácticamente vivía pisándole los talones, al parecer se había generado un pensamiento colectivo de que la chica era una protegida de la emperadora. Preferiría que no fuera gracias a Tzuyu que el trasero de Ryujin estuviese a salvo, pero tampoco iba a desmentir tales rumores... Su conciencia no la dejaría dormir si llegaba a hacerlo. Quizá estaba siendo tramoyista, fingiendo actuar por el bien de alguien más cuando lo único que quería era no sentir culpa. No le importaba. Vio a la chica caminar hasta Tzuyu y para su grata sorpresa, su dueña la miró en el acto. Tzuyu pasó saliva y le dio un sorbo a una botella de agua que reposaba en el suelo; Sana tuvo que apretar los labios para que estos no se curvaran en una sonrisita triunfal. En su lugar, sacó el cigarrillo de sus labios y sin quitar la vista de Tzuyu, llevó su dedo corazón e índice a su boca. Lamiendo el borde de estos con sus tiernos labios de manera mundana; sacando su lengua. Un pequeño recordatorio de lo ocurrido.
—Golfa —se burló Dahyun en un chillido susurrante golpeando el hombro de Sana—. Alguien va a azotar tu culo esta noche.
Los orbes ónices de Tzuyu se incendiaron y su garganta se cerró, impidiendo el paso del agua y provocándole un ataque de tos muy poco disimulada. Sana retiro los dedos de su boca, completamente ensalivados, y guiñó un ojo a la emperadora que respiraba lenta y pastosamente; limpiando su barbilla mojada. Oh sí, Sana sabía cómo jugar. Tzuyu alzó una mano y con un gesto de desdén le dijo a Ryujin que se alejara. La chica intentó protestar, pero la emperadora susurró a su oído. Sana vio como Ryujin perdía todo rastro de color y asentía con una inclinación de cabeza antes de desaparecer por la puerta. Un látigo de libido corpóreo y picante recorrió la espina dorsal de Sana y se alojó en su sexo cuando Tzuyu, con una sonrisa indecente, gesticuló con la cabeza que iría al camerino. Quería que la siguiera, Sana estaba segura. Volteó su rostro para ocultar el azoramiento de sus mejillas. Su labio inferior entre sus dientes y una sonrisita suave. Un claro signo de que comenzaba a perder la cordura.
—Mañana es navidad. ¿Aquí lo celebran o algo? —preguntó Yeojin con un dejo de emoción en su voz.
—Yo dejo que Momo me rellene como pavo, ¿eso cuenta?
—¡Que puto asco! —chilló Yeojin.
Sana tapó su rostro, ahogando una carcajada. No quería escuchar más al respecto, ya sabía demasiado de la vida sexual de Dahyun, por lo que simplemente se colocó de pie e ignorando los chiflidos y palabras obscenas de sus amigas caminó hasta el camerino de Tzuyu. No tocó la puerta, simplemente se asomó, con sus ojos opacos de deseo ante las firmes y femeninas curvas que se presentaban frente a ella. Tzuyu le dio una corta mirada antes de comenzar a pasar un paño húmedo por su abdomen, por las curvas de sus marcados oblicuos. Sonreía, mostrando sus hoyuelos.
—Corderita obediente.
Sana se colocó tras Tzuyu. Llevó sus dedos a la espalda de su dueña, las yemas de estos parecían derretirse al mismo tiempo que comenzó a acariciar largos trazos de piel. Eran caricias suaves y delicadas; jamás podría tocar de otra forma a Tzuyu. Besó una marca de piel que resaltaba sobre una escápula de Tzuyu. Una línea gruesa y que Sana estaba segura, guardaba una leyenda.
—Tus cicatrices.
—¿Sí? —Tiró su cabeza hacia atrás. Sana ronroneó, colocándose de puntitas y tirando del lóbulo de la oreja de Tzuyu con los dientes.
—Las he besado todas, mi dueña —susurró.
Deslizó sus manos por la cintura de Tzuyu, arrebatándole el paño húmedo para adjudicarse la deliciosa tarea de limpiar el sudor del cuerpo de su dueña. En sus oídos se escuchaba la respiración lenta y apacible de Tzuyu; contrarrestando con los latidos de su corazón frenético. Tzuyu siseó y dejó caer las manos a sus costados.
—Tendré muchas más con los años.
—Sí. Lo sé.
—No siempre serán lindas. No siempre querrás besarlas.
—Pero lo seguiré haciendo. —Tzuyu colocó una mano sobre las de Sana. Su risita ronca era un imán para Sana—. Siempre.
—Pequeña masoquista. —Sana frotó la punta de su nariz en la espalda de Tzuyu, dando pequeñas y suaves mordidas en su piel. Tzuyu se volteó, con sus manos vendadas acunando los pómulos filosos de Sana, deslizando sus pulgares por la aterciopelada piel de la americana. Era de esos momentos espontáneos que Tzuyu nunca ofrecía y que Sana no buscaba, pero que simplemente ocurrían—. Hay tantas cosas buenas en ti, corderita mamona. Siento que podría simplemente sentarme y pasar toda una maldita vida viéndote.
—Tzuyu... estás siendo muy cursi. —Sonrió, feliz. Dolorosamente feliz, con una chispa en la mirada y un rubor en sus mejillas.
—Completamente maricona. Lo sé. —Tzuyu dejó salir un suspiro y pegó sus labios a la frente de Sana—. Si alguien se entera de esto, azotaré tu culo.
—Deberías comenzar a buscar nuevos castigos.
—Debería, sí, pero no hay nada como darte de nalgadas mientras me ruegas. —La castaña se presionó contra el cuerpo de Tzuyu. Perezosa y consentida, buscando más de aquellos mimos que Tzuyu lentamente había aprendido a entregarle. Mimos que Sana jamás supo que quería hasta que se enamoró de Tzuyu—. Corderita. Mi corderita.
—Tuya.
—Sí. Tan mía... Solo mía.
Respiraron quedamente en la otra. Con el lento pasar de los segundos acoplándose al latido de sus corazones. Sana se apartó de Tzuyu y buscó adosar sus labios en un beso tibio y cuidadoso, que era escaso dentro de la pasión bestial con la que deseaban todo el tiempo. Tzuyu correspondió, paseando su lengua por la cavidad bucal de Sana. Saboreó el tabaco y la saliva de la castaña, quien gimoteaba de placer por las caricias que Tzuyu le daba al recorrer sus apetitosas curvas.
—Te quiero. Te quiero, Tzuyu —susurró perezosa. Embriagada en el dulce licor de sus sentimientos.
—Solo esas dos palabras, Sana.
—¿Hm? —Tzuyu besó sus labios, sus parpados y su frente.
—Cuando ellos... —Tomó una mano de Sana y la colocó sobre su pecho—. Cuando mis demonios quieran lastimarte. Solo dime esas dos palabras.
—No van a lastimarme.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque son parte de ti, al igual que yo —Tzuyu iba a responder, pero Sana colocó un dedo índice sobre sus labios, torciendo una sonrisa traviesa y seductora—. Sí. Soy una corderita mamona.
Tzuyu se encontraba en la celda de Jihyo. Fumaba un cigarrillo, algo poco usual en ella. Observó a Momo, quien se encontraba trabajando un nuevo tatuaje sobre la piel de Jihyo. El aroma de la sangre se sentía en el aire, era algo habitual en Camp Alderson.
—Jihyo —preguntó con cierta comezón en su vientre—. Tú estás casada, ¿verdad?
Momo detuvo su trabajo y apagó la máquina. Volteó su rostro en dirección a Tzuyu, una ceja perfectamente arqueada.
—Sí. Desde hace diez años... Un hombre increíble.
—Ya. Uhm... Tú, bueno... —Carraspeó. Una nueva calada a su cigarrillo, sin mirar a Momo y su maldita sonrisa burlona—. ¿Cómo se hace esa cosa del nacimiento?
—¿Nacimiento?
Jihyo y Momo se miraron, completamente confundidas por las palabras de Tzuyu. La morena comenzó a pasar un algodón con desinfectante por la piel de Jihyo, quien arrugó el entrecejo, pero no se quejó.
—Sí... eso, nacemos un día y cada año... se hace una cosa.
—¿Estás hablando de celebrar un cumpleaños?
—Puta cavernícola —se mofó con una sonrisa en los labios Momo. —¡Bueno, venga! ¿Qué voy a saber yo de gilipolleces amariconadas?
—Tzuyu... Los cumpleaños son de conocimiento general. Todas sabemos lo que es un cumpleaños.
Las palabras de Jihyo fueron como un golpe directo al vientre de Tzuyu. No, no todas lo sabían.
—Bien. Supongo que me hace la única pedazo de mierda que nunca supo que tenía cumpleaños hasta que fue internada en una academia.
Momo borró todo rastro de diversión en su rostro. Abrió la boca para hablar, pero Tzuyu ya estaba demasiado molesta. Apagó el cigarrillo contra el suelo y salió de la celda de Jihyo con la irritación punzando en sus sienes. Aún lo recordaba. Cuando su padre la ingresó en el internado para hijos de militares... Ella no sabía lo que era celebrar un cumpleaños. Su madre jamás le había dicho que tenía uno. Una mujer deprimida, sumida en fármacos y drogas que vivía contando cuentos de hadas. ¿Qué podría saber ella de los cumpleaños? Los cuentos jamás tenían cumpleaños. Solo hablaban de príncipes, castillos y dragones. Se enteró por su maestro de deportes un día cualquiera. Era un hombre seco y hosco que vio su ficha médica y palmeó su hombro. Las palabras salieron simples de su boca sin saber que era la primera vez que Tzuyu las oía. "Feliz cumpleaños atrasado, Chou" Tzuyu, una pequeña niña que no comprendía a que se refería lo miró directamente a los ojos. "¿Qué es un cumpleaños y por qué es feliz?" Tan pequeña, tan infantil e inocente. Sus ojitos brillaron cuando su profesor le explicó a qué se debían aquellas felicitaciones. Tzuyu le creyó cuando le dijo que su nacimiento era algo que debía ser celebrado cada año. Que era importante... Fue por eso que cuando vio a su padre, tres días después, le contó al respecto. Le dijo con orgullo que había estado de cumpleaños. Pensó que su padre también palmearía su hombro, que le diría las mismas palabras que su profesor. No fue eso lo que obtuvo... "¿Tu cumpleaños? ¿Realmente quieres que celebre el día que una prostituta trajo al mundo a una bastarda que no quería?" Y Tzuyu jamás volvió a hablar de aquel día. Llegó a la celda. Sana no se encontraba en ella. No le molestaba su mierda de vida. Estaba resignada de buena gana a ella, pero ahora se había convertido en un pequeño inconveniente el haber sido criada como si fuese una piedra en un zapato. No sabía nada. No sabía de cumpleaños, de citas... No sabía de navidades ni de noviazgos. No sabía vivir. Tzuyu creció sin saber lo que era dar algo que no fuese dolor o muerte. Sus manos picaron y un vértigo la hizo apoyarse en la pared. Golpeó con su nuca el duro concreto, sintiéndose impotente, una aberración fallida... ¿Cuánto tiempo podría jugar a ser humana? Escuchó una sonrisita y vio a Sana en el marco de la celda, despidiéndose de Dahyun con su mano. La americana se quedó rígida al verla, solo fueron unos segundos antes de que bajara la mirada y al levantarla, le diera a Tzuyu la única maldita cosa que estaba bien en su podrida vida.
—Es tu sonrisa.
—¿Qué?
—Nada... —Restregó su rostro y suspiró cansada.
Sana se sentó en la cama y palmeó sus muslos, invitando sin palabras a que Tzuyu reposara su cabeza ahí. No sabía cómo lo hacía, pero Sana parecía tener la solución a todo. La coreana llegó hasta ella y se acomodó de costado, aferrándose con una mano a los suaves muslos de Sana.
—Corderita.
—¿Sí? —Su voz fue un arrullo. Sana comenzó a acariciar una mejilla de Tzuyu.
—Mañana es tu cumpleaños.
El silencio las consumió. Solo se escuchaban las voces ajenas a las afueras de la celda.
—S-sí. Lo es. ¿Cómo lo sabes?
—Eso no importa mucho... —Cerró sus ojos, intentando mitigar de esa forma el dolor de cabeza que la hacía querer darse con un martillo en el cráneo—. No voy a celebrártelo, Sana.
—¿Uh? B-bien, supongo. No estaba esperando algo.
—No sé cómo hacerlo —suspiró, sintiéndose derrotada—. No tengo idea de qué se hace en los cumpleaños... Una vez creo que lo celebré, no estoy segura. Me ascendieron a teniente y nos embriagamos toda la noche. Terminé en un trio...
—Oh.
—No quiero embriagarte por tu cumpleaños y tener un trio... Ugh. A-acaso tú... ¿Quieres tener un trio? —Se irguió para mirar a Sana. Sus ojos ónices, grandes y expresivos, lucían casi amedrentados.
—No. No quiero tener un trio, eres muy amable por preguntar —respondió con fingida molestia. Su sonrisa picaresca la delataba
—Bien. —Tzuyu salió de la cama y comenzó a caminar por la celda, sintiendo una lacerante ansiedad. Sintiéndose estúpida—. Seguro la Myoui Mina o como se llame te celebraba enormes fiestas.
—Myoi Mina, Tzuyu. Sí, Minari es una amiga muy dedicada y siempre se juntaba con mi madre para organizar algo por mi cumpleaños.
—Lo que sea. No pienso quebrarme la cabeza por una mariconada. Es solo un maldito día. —Sana tenía su labio inferior entre los dientes. Cepillaba sus dedos entre ellos y miraba con la cabeza gacha a Tzuyu. Sus pestañas se batían flojamente en cada parpadeo—. ¡No me mires así, guarra!
—Tzu...
—Es solo un maldito día —repitió, intentando convencerse a sí misma—. ¡¿Y cómo diablos se te ocurre nacer en navidad?! ¿Qué eres? ¿Jesús o alguna mierda así?
Sana se colocó de pie y cerró la puerta de la celda. No quería ojos indiscretos en ese momento. Su dueña tenía el rostro tenso y una vena sobresalía de su sien, algo que solo ocurría cuando estaba muy frustrada.
—Tzuyu...
—¡¿Sabes lo increíblemente jodido que es eso?! Ahora resulta que me estoy follando a la puta reencarnación de Jesús versión mujer.
—Tzuyu, yo no...
—¡Y ni siquiera me lo habías dicho! ¿Es así como funciona esta mierda del noviazgo? ¿Tengo que enterarme de estas mariconerías por una puta ficha? —Vio a Sana negar con la cabeza y soltar un suspiro. Iba a reclamar cuando la castaña caminó hasta ella y de un momento a otro cayó de rodillas al suelo—. ¿Corderita?
—Voy a follarte.
—Oh. —Y Tzuyu sintió su garganta secarse de golpe.
Por alguna razón no lograba recordar bien porque se había enojado. En ese momento lo único ocupando su mente era la lasciva y obscena imagen de Sana arrodillada frente a ella, relamiéndose los labios y dejándolos mojados. La chica de ojos café levantó la mirada al mismo tiempo que comenzaba a jugar con el borde del pantalón de Tzuyu, atrapando la tela con sus dientes y tirando de ella como una cachorra juguetona. Inconscientemente enterró sus dedos en la desordenada cabellera castaña de Sana. Sentía la respiración caliente y húmeda de esta sobre su piel, humedeciéndose cada vez más.
—Mira que hacerme callar así, bastarda inteligente. ¿Tenías ganas de chuparme el clítoris, corderita coqueta? —Sana asintió. Sus apetitosos labios dejaron un camino de besos bajo el ombligo de Tzuyu—. ¿Quieres que me venga en tu boca?
—Sí. Quiero, lo quiero mucho. —Jadeó, su boca aguándose ante las notas saladas que dejaba la piel de Tzuyu en sus labios. Crispó sus dedos en el pantalón de Tzuyu y lentamente, deleitándose con la tensión de los muslos de esta, le quito el pantalón, arrojándolo a alguna parte de la celda.
Tzuyu tiró su cabeza hacia atrás. Las manos de Sana, pequeñas y suaves, se sentían como el roce de una pluma sobre su piel. Un morbo que jamás había sentido con nadie, el deseo de sodomizar a la chica que se encontraba de rodillas frente a ella, dejando besos y lametones.
—Penétrame con tu lengua, ahora —demandó. Voz ronca y pastosa. Sana tomó la pierna derecha de Tzuyu y la coloco sobre su hombro, creando mejor acceso al humedecido centro de la coreana. Mientras acercaba sus mojados labios para besar toda su vagina—. Dije, penétrame con tu lengua. Guarra desobediente.
—S-sí, tan buena. Mi dueña.
Sana abrió su pequeña y tibia boca, dejando la punta de su lengua pegada a su labio inferior. Apenas colocó la lengua en la entrada de Tzuyu cerró los ojos, dejándose llevar por el sabor de su dueña. Gimió, con una ligera respiración saliendo por sus fosas nasales.
—Mírame. Quiero que me mires.
El tono de voz de Tzuyu era delicioso. Lento y demandante, envolviéndose en libídine. Sana se impulsó con sus talones, arremetiendo en el orificio de Tzuyu, con más fuerza. Tzuyu movía sus caderas frenéticamente sobre la boca de la americana, en busca de más placer. Los ojos cafés de la americana estaban brillosos por los primeros atisbos de lágrimas; hundida en el placer de penetrar a su dueña. Un leve dolor por las manos de Tzuyu aferrándose a su cabello, sin fuerza alguna para moverse. Su cabeza en un dulce vaivén agreste que adormecía su razón.
—No hay nada como tu lengua dentro de mí, corderita coqueta. Esa carita de puta que me pones. —Sana saco su lengua y apretó sus labios alrededor del clítoris de Tzuyu—. Mierda...
Pequeños trazos de saliva corrían por las comisuras de la boca de Sana. Todo su cuerpo temblando en espasmos de placer al mismo tiempo que sus mejillas se afiebraban; teñidas de carmín. Drogada con la mirada de los ónices de Tzuyu sobre ella, deslizó una mano sobre su propio sexo. Comenzó a acariciarse lánguidamente, con sus caderas serpenteando por inercia en busca de más contacto. Sintió a Tzuyu tensarse y aumentar el ritmo de sus caderas sobre su boca.
—Gatita en celo. —Suspiró en un jadeo excitado. Sana intentó asentir, pero se sentía demasiado extenuada para hacerlo. Tratando dificultosamente de respirar, cepilló con sus dientes la tensa y caliente piel de la vagina de su dueña. Tzuyu gruñó y se impulsó por última vez; corriéndose en el interior de la boca de Sana—. Córrete, amor. —Sana, tragando toda la esencia de Tzuyu, había dejado de tocarse a sí misma. Quiso sisear con la cabeza, pero un apretón en sus cabellos se lo impidió—. He dicho, córrete. Hazlo para mí.
Sana tembló. Una corriente de calor arremolinándose en su vientre. Dejó de tragar, sin quitar la vagina de Tzuyu de su boca, y retomó su masturbación. Tzuyu presionaba la cabeza de Sana a su entrepierna. Sana se removió, trémula por el orgasmo que se acentuaba bestialmente en su sexo. Su dedo pulgar jugando en la punta de su clítoris, el aroma del sudor de Tzuyu impidiéndole pensar con claridad. No pudo aguantar más. Gimoteó un llanto lastimero y contrajo su vientre cuando finalmente estalló en un delicioso orgasmo. Se separó de Tzuyu y con el dorso de su mano limpió sus labios. La coreana se agachó y volvió a colocarse su pantalón. La hija de puta sonreía socarrona, luciendo satisfecha y complacida.
—Boquita de muñeca y carita de puta. ¿Cómo podría alguien no caer por ti? —Se agachó y tomó el mentón de Sana, presionando un beso sobre los hinchados y afiebrados labios de la americana—. Eres preciosa.
Sana pestañeó, debilitada.
—Te quiero —Susurró con voz gastada.
—Coqueta. —Sonrió en respuesta—. Mi hermosa Sana, solo mía.
En una sala de visitas particular, sin la molesta separación del vidrio blindado, Momo se encontraba frente a Reynolds. Su mecenas lucía serio y acongojado; apenas había hablado desde que se saludaron. Momo decidió no preguntar qué ocurría, simplemente esperaría a que su mecenas decidiera hablar, así que limitó sus acciones a beber una lata de cerveza y mirar el techo. Tenía que volver pronto, ayudar a Tzuyu con una mierda de sorpresa para Sana o algo así; no le había entendido mucho cuando Tzuyu se lo dijo. Ah, y la rubia. También tenía que ver a Dahyun y comprobar que estuviera bien después de la visita que en ese mismo instante su padre le estaba haciendo. Dahyun siempre quedaba afectada cuando ese hombre iba a visitarla. Momo no lo entendía, puesto que nunca tuvo padre, sin embargo, eso no le impedía cuidar de su alocada rubia cuando esta se encontraba mal por alguna pelea con su padre.
—¿Sabes, Momo? —soltó Reynolds de la nada—. La primera vez que te vi pelear, sentí algo... Algo que no sentía desde que había comenzado a boxear, tantos años atrás. —Tanteó en un bolsillo de su chaqueta por cigarrillos—. Lucías tan elegante y confiada arriba del ring. Como si supieras exactamente de qué manera destruirías a tu oponente.
—... ¿Qué demonios ocurre contigo, hoy? Esta mierda cursi no es normal.
Reynolds se carcajeó por la mirada de pánico de Momo.
—Y luego, resultó que no solo eres una buena peleadora, sino una maldita buena persona.
—Venga, Reynolds...
—Me hubiera gustado tener una hija como tú, Momo. —Sonrió melancólico—. Quizá las cosas hubieran sido distintas.
La morena bajó la mirada. Sí, quizá para ella también hubiera sido bueno tener un padre, alguien que la alejara de la mierda en la que se metió a tan temprana edad.
—Hubiéramos sido un par especial —bromeó la princesa—. Puedo imaginarlo y todo. —Volvieron a callarse, compartiendo el cigarrillo de Reynolds; con las cenizas esparcidas en el suelo—. Pero no lo somos...
La sentencia de Momo hizo a Reynolds sonreír.
—No, no lo somos... Tú solo eres mi peleadora. La bastarda a la que mantengo en este hoyo a cambio de victorias en el cuadrilátero. —Reynolds se colocó de pie y abrió su chaqueta, sacando un sobre de esta—. Pero estamos juntos en esto.
—¿Qué es eso?
—Ahora es cuando todo termina, hija.
Le extendió el sobre a Momo, quien lo recibió con recelo. La mirada mortificada de Reynolds no vaticinaba nada bueno. Tomó el sobre y lo rasgó, sacando un papel doblado de su interior. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y sus manos comenzaron a temblar.
—Al menos no envejeceré en prisión.
Era navidad. Era la jodida navidad y Sana sentía molestosas mariposas asentándose en su vientre. Tzuyu actuaba extraña y misteriosa desde que se habían levantado... No había ido a desayunar al comedor y tampoco a entrenar. Pero Sana la había visto a la distancia. Sí. La había visto cargando una pequeña caja... No hubiera sido extraño de no ser porque Tzuyu se dio cuenta y al cruzar miradas con Sana, todo su rostro se colocó de un intenso bermellón. Y ahora se encontraba en el patio. Matando el tiempo porque Tzuyu le había prohibido terminantemente entrar a la celda de ambas. Sana, al pensar en un castigo, estuvo seducida a desobedecer. Yeojin se encontraba a su lado, coqueteando con Yerim sin vergüenza alguna. Sana bufó y al girar el rostro vio la delicada figura de Dahyun a la distancia. Se colocó de pie, corriendo hasta su amiga.
—¿Dahyun? Dios, ¡¿qué le pasó a tu cara?! —Sana llevó sus manos hasta la golpeada e hinchada cara de la rubia.
Los ojos rojos e hinchados de Dahyun indicaban que había estado llorando. Sana miró a Yeojin, quien había llegado a ellas en ese instante. Yeojin se encogió de hombros sin tener mayor idea de lo que ocurría.
—Es-está bien, Satang.
—¡¿Cómo va a estar bien?! Estás toda golpeada, Jesús. ¿Quién demonios te hizo esto? —La sonrisita débil de Dahyun hizo que los propios índigos de Sana se aguaran—. Dubu. ¿Qué pasó?
La rubia tomó las manos de Sana entre las suyas y soltó un suspiro.
—Yo... Joder. —Dahyun bajó la mirada. Suaves hipidos salían de su boca. Intentaba retenerlos pero era más fuerte que ella, no podía reprimirse en aquel momento—. Amo a Momo.
—¿Qué?
—¡¿Ella te hizo esto?! —preguntó Yeojin molesta.
Sana comenzó a sentir la irritación palpitando en su pecho.
—Es... Es una maldita idiota. Y siempre está jodiéndola... —Soltó una risita mientras hipaba. Volvió sus orbes hacía Sana—. Pero puedo jurar que es mía. Es mi maldita alma gemela, Satang.
—Dubu...
—Mi padre... Él pensó que ya era hora de sacarme de aquí. —Sana sintió que todo el suelo se tambaleaba. Perdió el equilibrio y se sujetó de Yeojin—. Falsificó mi petición de libertad co-condicional y sobornó para que fuese aceptada.
—Mierda... No sé qué decir. Esto...D-dime que no es v-verdad. —Las palabras de Sana salían como balbuceos torpes. No sabía qué hacer, estaba tan perdida—. P-puedes hablar con Momo, ¿no? Reynolds. Él puede... Tzuyu.
Dahyun se tensó ante el nombre de su morena. Sacudió su cabeza en negación.
—N-no quiere.
—¿Qué?
—No me quiere... no me quiere aquí.
—Eso es... es imposible —susurró Yeojin. Sana no se había percatado, pero sus ojos se encontraban aguados y sus mejillas húmedas—. Mierda, Dubu. No le hagas caso, seguramente está dolida... Es porque va a extrañarte, pero sabes que te quiere. Solo, no... Debes hablar con ella, debes intentarlo.
—Dahyun —susurró Sana. Su voz ya no sonaba vacilante—. ¿Qué ocurrió? —Y hablaba del motivo por el cual Momo había decidido dejarla marchar.
—Ella... Momo. ella... —no continuó. No pudo—. No puedo decirles.
Dahyun se desplomó ahí, tiritando y lamentándose. Lágrimas mezcladas con sangre fresca sobre su bonito rostro cubierto en cardenales. Sana sabía que había algo más, sabía que la morena no dejaría ir a Dahyun así nada más. Quiso apartarse de la rubia y correr a los brazos de Tzuyu. Esconderse del dolor en la implacable armadura en la que su dueña la resguardaba del mundo.
—¿Volverás?
La rubia sonrió a Yeojin.
—Ni siquiera sé si seguiré viviendo. ¿No lo ven? Estoy completamente jodida por esa imbécil.
Sana tragaba cada palabra que amenazaba por salir de su boca. Ahogaba cada sentimiento en su pecho. No quería que Dahyun se fuera, no quería perderla... Dahyun era parte de su vida en Camp Alderson. Y no podía pedirle que no se fuera... Negó con la cabeza y dio media vuelta. No pensaba despedirse, como la cobarde que era, huyó. Los gritos de Dahyun tronaron en sus oídos y vanamente cubrió sus orejas con ambas manos. Su labio inferior temblaba. Era su cumpleaños y su regalo había sido perder a su amiga. Un paso, luego otro... Desmoronándose un poco más a cada segundo. Respirando aun cuando no quería hacerlo. Llegó hasta aquella celda y se paró en el umbral de la puerta, con ojos lagrimosos inspeccionando a la mujer que se encontraba sentada en el suelo. Apoyada sobre la pared. Una jeringa en su mano y la expresión de la muerte reflejada en su mirada. Sana había ido en busca de Momo, pero no la encontró. Solo un aparente cadáver que aún respiraba y cuyo corazón aún latía.
—M-me quitaste a Dahyun —reprochó—. No la detuviste... No... Tú, no.
—¿A quién le hablas? —respondió la peleadora, sin reparar en el cuerpo de Sana, como una mujer ciega.
—¿Momo?
—Momo... ella, ella está muerta —ironizó. Bajó la mirada a su mano, moviendo sus dedos alrededor de la jeringa utilizada en su propio cuerpo. La droga haciendo efecto en su sistema—. La parte fea del amor siempre termina matando a las personas.
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