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XIII

Cuando Sana vio a Mina, con unas profundas ojeras y una forzada mueca que simulaba una sonrisa, intuyó que no traía buenas noticias. Se sentó frente a ella, separadas por aquel plástico transparente y con su mano ya sin el molesto yeso, tomó el teléfono que les permitía comunicarse.

—Hola, Sana. —Saludó Mina con un dejo de agotamiento en su voz.

Sana quiso preguntar por el motivo de su expresión fatigada y melancólica, sin embargo, no lo hizo. Estaba segura de que forzar a Mina a hablar no era el camino para ayudar a su amiga.

—Hola, Minari... no te he visto en un buen tiempo. —Sonrió. —¿Todo bien? ¿cómo está mi mamá?

Mina asintió y permaneció unos cuantos segundos en silencio, agachó la mirada y rehuyó de las preguntas de Sana cuanto pudo. La pediatra quería decirle que no se preocupara, que todo tenía solución. Pero no lo hizo, no podía ser una hipócrita, había cosas que no tenían solución.

—He tenido algunos problemas y yo, solo... uhm, lo siento, Sana. —Mina rascó su nuca y con un encogimiento de hombros, soltó un suspiro. —Negaron la apelación.

—¿Qué?

—Negaron la apelación a tu sentencia, hice todo lo que estuvo en mis manos, lo juro; no tengo cara para verte.

—Hey Minari, tranquila, está bien. —Sana tragó sus lágrimas.

Si Mina no había conseguido la apelación, solamente le quedaba esperar a cumplir 1 año de sentencia y solicitar la libertad condicional por buena conducta.

—Tu madre reaccionó tan mal, la hubieras visto... Dios, no tienes idea Sana; ella estaba segura de que aceptarían la apelación y saldrías de aquí.

—Minari, sé que no es tu culpa y que has hecho todo para sacarme de aquí, no quiero que te martiries.

—¿Cómo me pides eso? eres como mi hermana y estás aquí... — Mina soltó el teléfono y llevó ambas manos a su rostro, restregando las yemas de sus dedos sobre sus ojos que ya la traicionaban, húmedos.

Sana mordio su mejilla interna, la culpa estaba provocando calambres en su vientre. ¿Entonces era su culpa? el lamentable estado de Mina era su maldita culpa y quiso llorar, al parecer no era más que una carga para su mejor amiga y su madre. Pasaron más de 2 minutos antes de que Mina se recompusiera y tomara nuevamente el intercomunicador. Sana respiró hondo, llenándose el pecho de aire en un intento por tomar valor, no quería confesarle a Mina lo que ocurría con ella al interior de la penitenciaría, pero debía hacerlo. Prefería dejar su orgullo a un lado si eso significaba darle un poco de tranquilidad a la única amiga que había velado por ella.

—Estoy bien, Mina.

—No me mientas

—No lo hago, muchas cosas han ocurrido en estos 6 meses, no tienes idea, pero te diré algo, nadie me ha violado... y estoy mejor de lo que imaginas.

—¿Qué? —Arqueó una ceja, reacia a las palabras de Sana.

—Tengo algo así como... —La palabra "Dueña" fue lo primero que vino a su cabeza. —Una novia, es una chica ruda y mala pero me cuida.

Seguramente Tzuyu se burlaría de ella si hubiera escuchado eso.

—Sana, ya perdiste la razón, se te fundio el coco; ¿cómo vas a tener una novia en esta mierda de lugar? es una prisión, por amor a Dios, está lleno de convictas criminales, no me digas que tú...

—La tengo y estoy bien, no te lo digo para que me juzgues, lo hago porque quiero que dejes de atormentarte... no estoy siendo abusada o golpeada, e incluso me alimento bien.
Mina bufó e inclinó su rostro hacia el techo, negando con la cabeza sin apartar su vista de la luz incandescente que las alumbraba.

—Sana, ¿recuerdas la vez que te dieron en la cabeza con un fierro porque te pillaron de rodillas entre las piernas de la novia de tu cuñada? esa con la que se iba a casar.

—¿Eh? sí, sí... algo recuerdo, menudo problemón, ¿no? —Sana entornó los ojos recordando cómo necesitó de unas cuantas puntadas en su cabeza.

La cosa era así, Sana tenía un apuesto novio cuya hermana se iba a casar, el problema era que la prometida de su cuñada era un caliente pedazo de carne, además de ser enfermera. Maldición, ya estaba comprobado, tenía un puto problema con las enfermeras...

—Ya, estoy segura de que ahí nació el problema, estás demente ¿cómo cojones se te ocurre caer por una criminal?

Mina le hablaba con reproche, con ese acento de madre huraña que Sana odiaba y es que la muy bastarda lo usaba desde que eran unas adolescentes hormonalmente alteradas.

—Fácil, lo vale, si llegaras a conocerla, entenderías... o quizá no, pero está bien, no miento, ella es la maldita Emperadora de este lugar y me protege.

Las palabras de Sana tenían una chispa de orgullo, sabía en el fondo que no había mucho de lo que jactarse teniendo como amante a una criminal, psicópata, demente, y sádica, sin embargo, era Tzuyu, su Tzuyu y que se la llevara la muerte si mentía, pero tenía el pecho pomposo por ser la única para su dueña.

—¿Eres la puta de alguna cabecilla?

—Lo soy.

—¡¿Y estás de acuerdo con eso?!

Sana se encogió de hombros y ladeó una sonrisa apacible.

—La mayor parte del tiempo, sí.

—¿Fue ella quién te hizo eso? —Mina señaló el cuello de Sana donde un cardenal de matices rojizos y violáceos se apreciaban orgullosos a simple vista.

Sana recordó la discusión que había tenido con Tzuyu antes de ir a ver a Mina. Los celos no eran algo que Tzuyu hubiese aprendido a controlar con el paso del tiempo y la violenta firma de la Emperadora en el cuello de Sana, aquel vestigio de la mordida que Tzuyu le encajó, era una prueba. Aún dolía la piel rota y seguramente tardaría días en dejar de punzar y sentirse afiebrada. Sana no podía dejar de comparar a su dueña con un animal salvaje, pues Tzuyu actuaba como uno.

—Sí.

—¿Y quieres que no me preocupe? maldición...
—Lo hizo porque yo se lo permití, por eso quiero que no te preocupes.

Sana vio la resignación en los ojos de Mina, seguida por una suave sonrisa. No le quedaba más que creer en sus palabras.

—¿Realmente te gusta?

—Sí, realmente me gusta.

—¿Es guapa al menos?

Las mejillas de Sana se sombrearon de rosa y una sonrisa traviesa, que Mina conocía bastante bien, apareció perfilada en su pequeña y carmín boca.

—Créeme, es mucho más que guapa, es caliente. —El brillo en sus ojos la delató.

—Joder, realmente te tiene ¿y quién es? ¿por qué está aquí?

—Se llama Tzuyu y sé que fué una militar antes de estar en prisión, pero no sé por qué está acá.

—¿De verdad no abusa de ti?
—Bien... —Sana recordó todas las situaciones vividas con Tzuyu. —Me llevé unos buenos golpes al principio, pero oye... estamos en una maldita prisión y no pienso ser una llorona, te aseguro que no hay nadie aquí que se libre de tener al menos una paliza.

Descarada mentirosa, si chillaba como una nena caída de un columpio cada vez que discutía con Tzuyu, pero Minari no tenía por qué saber eso.

—Sí, tienes razón, yo solo, no lo sé, uh, no puedo acostumbrarme a verte aquí y ahora estás con novia y todo... demonios.

—Ya, basta de mí, quiero saber más de ti, y mi mamá ¿cómo está?

Sana escuchó con emoción los detalles que Minari le proporcionó, saber lo que ocurría fuera de Camp Alderson era un soplo de aire fresco. Había un mundo fuera de ese infierno y algún día podría volver a él. Se despidio de su abogada, quién le entregó la carta de su madre a través de una guardia y prometieron volver a verse pronto. Al salir, Sana vió a cierta conocida rubia en un puesto de visitas algo apartado; un hombre canoso y de ojos cian hablaba con ella, se veía notablemente molesto y movía sus manos con exageración a Dahyun, quién solo se encogía de hombros y miraba sus uñas como si no diera un maldito centavo por lo que el hombre decía; luego le preguntaría. Comenzaba a pensar que la curiosidad de Dahyun era contagiosa, como todos los malos hábitos de Camp Alderson. En el camino a su celda vio a Tzuyu apoyada en una pared, se encontraba de brazos cruzados y con una pierna flexionada que le permitía apoyar su pie en la grisácea muralla, lucía tan malditamente sexy que Sana sintió su centro humedecerse. Maldición, Tzuyu la vio a la distancia y le hizo un gesto con la cabeza para que caminara a su lado. Eso era algo nuevo para Sana.

—¿Ya terminaste tu cita con la maricona de Myoui Mina?

—¡Myoi Mina! —Corrigió con una sonrisa en los labios. —Y no es lesbiana, gracias por preguntar.

No alcanzó a caminar mucho, cuando sintió una cruel y dolorosa nalgada en su trasero que la hizo dar un brinco.

—¡Auch!

Giró el rostro y vio a Tzuyu a su lado; mostrando esos perfectos hoyuelos que Sana adoraba ver. Últimamente su trasero dolía demasiado y es que Tzuyu parecía querer apalearlo en todo momento y no era como si a Sana eso le molestase en lo más mínimo.

—Camina, corderita coqueta, que cuando te enojas me calientas mucho y ahora estoy malditamente empalmada, al gimnasio. —Sana mordisqueó su labio inferior y obedeció.

Las fuertes pisadas de Tzuyu opacaban las propias, haciéndola sentir pequeña y vulnerable. Ignorando las peleas a su alrededor, los gritos y las maldiciones de algunas reas, llegaron hasta el camerino de Tzuyu en el miserable antro que las reas usaban como gimnasio, Tzuyu cerró la puerta tras ella y Sana se quedó estática en su lugar. Un soplo de aire caliente en su nuca la hizo cerrar los ojos.

—Hoy vas a bajar al Under. —Susurró la Emperadora, besando la parte posterior de la oreja de Sana.

—No quiero.

Tzuyu la agarró por los hombros y con un exceso de fuerza, obligó a Sana a girarse.

—Es una orden. —La pediatra pellizcó su labio inferior con los dientes y asintió, sin otra opción más que obedecer o terminar en una pelea con Tzuyu. — Y ahora, vas a ser una buena chica y tendremos sexo como a mí me gusta, pero cuidado con esa boquita, que como otra te escuche gemir, te rompo el culo de un azote.

La coreana cayó sobre el avejentado y duró sofá de dos cuerpos, Sana cepilló su lengua con sus dientes al ver como Tzuyu golpeaba sobre su regazo indicándole que se montara encima. Se acercó lo suficiente e inclinándose con una sensualidad picante, esa que había comenzado a desarrollar solo para volver loca a Tzuyu, colocó sus manos sobre las rodillas de ésta y besó la punta de su nariz.


—Con lo que te gusta el morbo, me sorprende que no me folles en el patio, a la vista de todas. —Podía respirar el vaho de Tzuyu.

—Me viene, sí, pero a mi guarra masoquista me la guardo. —Estirando una mano, apretó un glúteo de Sana con sus dedos, provocando que la pediatra gimiera un quejido. —Y te encanta ¿a qué sí?

—Eres mi dueña, me encanta que me quieras solo para ti.

—Hm.

—Y has sido una dueña muy buena, tan buena... solo mía.

—No tienes una puta idea de cómo me excita esa carita de muñequita caliente que pones.

—Soy tu muñequita.

Se arrodilló frente a Tzuyu, frotando con su mano el sexo de ésta a través de la tela del pantalón. Llevó su rostro hasta la entrepierna de su dueña y dio un lametón coqueto y sensual por encima de la ropa, su lengua quedó áspera y seca.

—Puta traviesa, me has hecho esperar tanto por esto.

—Pensé que mi vagina era suficiente para mantenerte ocupada.

Con manos agiles desabrochó el botón del pantalón de Tzuyu y sensualmente, con una lentitud tormentosa para la coreana, Sana hizo caminar sus dedos a través del muslo hasta el centro de Tzuyu; la boca se le hacía agua, caliente y cosquilleaste ante la antelación de tener toda la vagina de Tzuyu entre sus labios. Sus fosas nasales se impregnaron del aroma espeso de su dueña cuando acercó la nariz y dio un profundo respiro, se sentía como una indigente, deleznable y temblorosa; tan excitada que su propio centro dolía.

—Créeme, siempre puedo hacer algún tiempo extra para follar tu boca, corderita. —Tzuyu entornó los ojos y Sana la observaba a través de sus tupidas pestañas con la punta de su lengua afuera, cepillando el borde de su labio inferior de manera impúdica, mundana. —Anda, sé mi buena chica, corderita y cómeme mi vagina con tu pomposa boquita.

Las manos de Tzuyu comenzaron a acariciar los cabellos rebeldes de la más baja, Sana se sentía quemar, afiebrada y lasciva al mismo tiempo. La lujuria de Tzuyu se reflejaba en la forma en que la veía, con sus ojos opacos de pupilas dilatadas. Tzuyu inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos cuando Sana se acercó a su monte, era lo que había estado esperando por meses, era la puta gloría. Los labios de la doctora hormiguearon cuando los llevó, llenos y calientes, al centro de Tzuyu, dejando un beso perezoso antes de darle protagonismo a su entusiasta lengua. Ansiosa de mayor contacto, Sana presionó su lengua sobre la tirante y caliente piel, delineando el clítoris, formando un camino caliente en toda la longitud del sexo de su dueña.

—Joder, tú naciste para tener mi vagina en tu boca, muñequita.

Sana no aplazó más el momento y comenzó a lamer los pliegues de Tzuyu de manera frenética, atrapando todo el sexo de su dueña en su boca, ganándose un jadeo desesperado por parte de Tzuyu, que tenía sus manos sobre el cabello de Sana, apretándolo con ímpetu. Sus labios cepillaron contra la abertura del núcleo de su dueña, penetrando con su lengua a una necesitada Tzuyu; inclinó su barbilla y empujo más hacia dentro.

—¡Oh, joder! eso ha sido condenadamente sexy, cordera maldita, juro que me estoy derritiendo en tu boca.

Las caderas de Tzuyu se movían hacia arriba en busca de más contacto, frotándose en la cara de Sana. La pediatra sacó su lengua para darle duros y cortos lametones al hinchado y caliente clítoris de Tzuyu. El sexo de su dueña tenía un sabor increíble en su boca y se maldijo internamente por no haberlo probado antes; sus jugos femeninos y exquisitos, la esencia innata de su dueña, la embriagan y nublaban sus pensamientos. Tzuyu se impulsaba hacia su boca bestialmente mientras le apretaba el cabello con fuerza y Sanay la dejó pujar a gusto en ella, disfrutando el cosquilleo en su propio vientre al tener a Tzuyu completamente desmoronada, con mejillas rojas y respiración entrecortada frente a ella. Llevó una mano a su propio centro y comenzó a frotar por encima del pantalón su caliente sexo, consciente de que no haría falta mucho para llegar al orgasmo pues estaba tan excitada que dolía. Eso significaba ser la cordera de Tzuyu, danzar en aquella delgada línea de dolor y placer, de amor y odio...


—Esto es tan bueno, eres tan jodidamente guarra y perfecta, corderita. —Sana cerró los ojos, con los flujos de Tzuyu plasmándose en sus papilas gustativas. — Maldita golosa, que me comes mi coño, como la putita masoquista que eres.

Aquel ofensivo lenguaje vulgar en Tzuyu conseguía llevarla al borde, frotó más rápido su propio centro y se retorció de placer al llegar a su precoz, pero delicioso orgasmo. Dejó de lamer y Tzuyu empujó con más fuerza en ella, tensándose por completo antes de soltar todos sus flujos en el interior de la boca de Sana. La más baja saboreó, con su lengua floja y adormecida, toda la esencia de Tzuyu, tragando con dificultad y tosiendo ligero. Llevó la vista a Tzuyu una vez más y dio un último lametón antes de apartar su rostro de la entrepierna de su dueña, necesitaba un cambio de ropa interior y pantalones limpios. Limpió las lágrimas de sus ojos y gateó hasta quedar en el regazo de Tzuyu.

—No quiero ir al Under. —Susurró con un amurro fingido, acariciando la mejilla de Tzuyu.

—Joder... ¿qué voy a hacer contigo?

—No me gusta el olor y los gritos, Tzuyu, prefiero esperarte en nuestra celda, desnuda en la cama.

—¡Eh! que eso se conoce como soborno y está penado por la ley, corderita.

Sana sonrió y dejó besos cortos sobre los labios de Tzuyu.

—Entonces, merezco un castigo, mi dueña. —Movió su cabeza de un lado a otro para rozar su nariz con la de Tzuyu en un besito esquimal. —Pero no quiero ir, de verdad que no... por favor.

—Ya, me da igual, al final siempre terminas haciendo lo que se te viene en gana, puta rebelde. — Palpó la espalda baja de Sana y ésta se colocó de pie. — Pero te encierras con seguro, que, si sigo matando mujeres para defender tu culo, no quedará nadie más en este jodido mundo.

—Hm, eso no suena tan mal, solo quedarían la rosa y la daga. —Rodeó a Tzuyu con sus brazos.

—No tienes remedio, mamona.

Sana entró a la celda de Yeojin, varias chicas se encontraban ahí, conversando e intercambiando chismes de prisión. La pediatra no gustaba mucho de aquel chismerío, pero era mejor que quedarse sola en su celda, ya que Tzuyu se encontraba entrenando y a Dahyun no la había visto desde que fue a la sala de visitas.

—¡Sana! justo estábamos esperando por ti, no tienes idea de lo que me contó una guardia. —Expresó Nayeon, palmeando a su lado para que Sana se sentara junto a ella.

—Ni idea, suéltalo.

—Ya sé por qué Cho Sojung cayó en Camp Alderson.

Aquello picó el bicho de la curiosidad en Sana.

—¿Cómo lo sabes? ¿quién te dijo? ni siquiera Tzuyu sabe por qué Cho, cayó presa... — O al menos la vez que le preguntó a Tzuyu, ésta no le dijo nada.

Yeojin se encogió de hombros y movió su mano con desdén y Sana alzó una ceja y llegó a su lado, sentándose y cruzándose de piernas cual indio. Algo le decía que la respuesta de Nayeon no iba a gustarle mucho.

—Ya te dije, fue una guardia y ella lo escuchó por la boca del mismo Prefecto, al parecer Cho, ha pedido que se le provea de diversión y Nicholas se la ha traído.

—No estoy entendiendo una mierda...

—¡El motivo por el que cayó en prisión, perra! ¡le gusta torturar a sus parejas hasta matarlas! —Nayeon negó con la cabeza y soltó un suspiro. —Que puto asco, yo casi vomité cuando me lo contaron.

Sana ni siquiera pudo responder.

—¿Lo dices en serio? —La voz de Yeojin se hizo oír. —Y con lo buena que está ¡es una puta enferma!

—Sí, completamente... Dios, y tan tranquila que se ve; por lo que me contó esta guardia... —Nayeon miró en distintas direcciones, seguramente para darle más intensidad a sus palabras. —Le gustan jovencitas y las tortura mientras tiene sexo con ellas, al parecer le pidió a Nicholas que le trajera alguna víctima... o eso dicen.

—Con razón, ya se me hacía raro que no le gustara nadie de aquí.

—Le gusta Sana. —Murmuró Nayeon con un escalofrío recorriéndole el cuerpo.

—¡Peor aún! ¿no ves la carita de niña que tiene Sana? seguro y la enciende pensar en eso, jodida asquerosa...

—Dios, no... ¿niñas? —Yeojin llevó sus manos a la boca, el terror y el asco se retrataban en sus desgastadas y jóvenes facciones. —¿Sana, estás bien?

La joven tenía la vista en el suelo, completamente mareada por las palabras de las chicas a su alrededor. Conocía a ese tipo de mujeres, las conocía a la perfección, tranquilas y aparentemente amables. Comenzó a sentir arcadas, todo su estómago se revolvía y el frío era tan desolador que dolía en sus huesos. Necesitaba a su dueña.

—Tzuyu... —Se abrazó a sí misma.

Recuerdos tortuosos de su pasado la atormentaban, la sonrisa de Sojung y sus palabras bien intencionadas carcomían las entrañas de Sana en ese preciso instante. Debería haberlo sabido, debería haberla reconocido.

—Mierda, está pálida como papel ¡Nayeon, ve por Tzuyu que Sana se nos muere!

Las otras reas se acercaron a Sana, preocupadas por los temblores de su cuerpo, se abrazaba a sí misma y ocultaba su rostro hacia abajo, respirando pesadamente y con dificultad. Le preguntaban miles de cosas, palabras incomprensibles a los oídos de Sana. ¿Estaba respirando? ¿por qué su corazón latía tan rápido? en ese momento, todo dio vueltas a su alrededor. Fué transportada a su pasado, a la época en donde no era más que una residente novata en un hospital cutre, a esa mirada angelical, ese perfecto cabello castaño, a esa sonrisa suave y quería arrancarse la garganta para no gritar.

"Sana, no quiero ir a casa... ¿no puedo quedarme aquí contigo?" Se tapó los oídos con ambas manos.

—No, por favor...

"Vas a cuidarme, ¿verdad? seré una niña buena, pero no quiero ir a casa, mi hermano siempre se enfada conmigo... y me castiga."

—¡No!

Unas fuertes manos se ciñeron a sus hombros, enterrándose en su piel mientras era sacudida con fuerza.

"¿Tú eres la doctora de Mia? mucho gusto, soy Jean, su hermano mayor."

—¡Cállate!

—¡Sana, despierta! maldición...

Una bofetada que rompió su labio, hizo desaparecer las imágenes en su cabeza y parpadeó, con lastimeras lágrimas aventurándose por sus mejillas. Tzuyu se encontraba frente a ella mirándola seca y con sus cejas juntas.

—Tz..Tzuyu... —Abrió su boca y sin saber que decir, asesinó los fonemas.

Sonidos mudos se formaban por la conjugación de bocanadas de aire en su garganta, Sana quería explicarle a Tzuyu, contarle de aquella pesadilla que creía superada, pero que nuevamente volvía a atormentarla. Y su dueña vió el dolor de sus ojos, la angustia que la envolvía y las manos de Tzuyu temblaron de rabia.

—Dime su nombre y la asesinaré.

—Y..yo...

—Solo suéltalo, corderita, no importa quién sea, la destrozaré.

—Cho Sojung...

Tzuyu se apartó de golpe, mirando en dirección a Nayeon y a Yeojin.

—Le conté a Sana un rumor que me llegó, a..al parecer... Cho, está... uhm, cumple condena por abuso sexual, tortura y homicidio de menores de edad.

Tzuyu bajó la vista unos segundos y eso fue suficiente para Sana, no necesitaba más. Conocía demasiado bien a Tzuyu.

—Lo sabías. —La acusó, con su voz temblorosa y débil.

Tzuyu no respondió, solo tomó a Sana por la muñeca y la jaló por los pasillos de Camp Alderson hasta la celda compartida de ambas. Se podía ver la frustración en ella, todo su cuerpo estaba agarrotado y apretaba su mandíbula con fuerza; apenas entraron, Sana se soltó del firme agarre de Tzuyu, estaba consternada y asustada... Ha, significaba una amenaza para ella, una tortura vigente de la traumática experiencia que una vez vivió. Sus pensamientos gritaban por justicia y los recuerdos de esa mirada inocente e infantil eran quienes guiaban las palabras de Sana en ese momento.

—L..la quiero muerta.

Tzuyu negó con la cabeza, mirando un punto más allá de Sana, no queriendo enfrentarla.

—No puedo matarla.

—¡¿Es una maldita asesina de niños y no puedes matarla?! ¡y te llamas a ti misma La Emperadora!

—¡No te atrevas a gritarme!

—¡¿O qué?! ¿me golpearás? ¿es eso? ¡porque es lo único que sabes hacer! golpear a quien no puede defenderse, tú... ¡monstruo!

—¡¿Monstruo?! ¿es una puta broma? —Tzuyu empujó a Sana con ambas manos, haciéndola caer al suelo. — ¿Crees que eso es un insulto? pues déjame decirte algo, yo soy un maldito monstruo y tú, jodida puta, te has estado follando a este monstruo por meses.

—N..no...

—¡¿No?! maldita mentirosa, pues que yo sepa, poner mi boca y dedos en tu vagina se llama follar.

—¡Cállate, Tzuyu! —Llevó sus manos directamente a sus orejas, tapándolas al mismo tiempo que cerraba sus ojos. — ¡Quiero a esa maldita abusadora muerta! ¡la quiero muerta y no volverás a tocarme hasta que la hayas asesinado! —Gritaba, desgarrándose los pulmones con cada palabra pronunciada.

Tzuyu no respondió, el silencio inundó la celda y Sana solo podía escuchar los apabullantes latidos de su propio corazón. ¿Por qué estaba exigiéndole a Tzuyu acabar con la vida de una persona? ¿quién era la verdadera monstruo ahí? Bajó lentamente sus manos hasta su pecho y con un terror que calaba sus huesos, levantó la mirada. Tzuyu se encontraba de pie, más no había gesto alguno en su perfecto y estóico rostro.

—Está bien. —Se hincó frente a Sana, entrelazando sus dedos sobre sus rodillas. —Pero que sepas que estás intercambiando la vida de este monstruo por tu capricho, corderita.

Dejó un beso en los labios de Sana, tan frío y lejano, como una fatídica despedida y Sana no supo cómo reaccionar. Para cuando pudo ponerse de pie, Tzuyu ya había salido de la celda hacía bastante. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? estaba perdida, como un barco a la deriva sin su brújula, necesitaba a Tzuyu de vuelta, la necesitaba con ella, ahora.

Lo único que escuchó fue la alarma de emergencia de Camp Alderson, aquella que sonaba solamente cuando ocurría algún acontecimiento que requería gran fuerza represiva. Escuchó algunas ovaciones, gritos y pitidos; quiso correr, arrepentirse de sus palabras antes de que fuese demasiado tarde, más el sonido de disparos al aire la hicieron congelarse en su lugar y de repente Dahyun apareció fuera su celda con sus ojos abiertos excesivamente y el terror implantado en toda su fisionomía.

—Tzuyu asesinó a Sojung... y la han llevado a confinamiento solitario. —La rubia sacudio su cabeza, aturdida por lo que sus propios ojos habían presenciado. — Momo dice que Nicholas... mierda, Satang, van a destrozar a Tzuyu.

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