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El frío invernal se colaba en sus huesos y el dispositivo de rastreo a modo de collar en su cuello, apretaba de manera insufrible. Vió la hora en su reloj y comprobó que ya había esperado bastante, Elkie seguramente ya había hecho lo suyo. Estaba en un callejón de mala muerte, esperando oculta entre las sombras al momento en que Luciano Vetucci, un antiguo socio de Nicholas, se viera despojado de sus guardaespaldas bien armados; frotó sus manos entre sí, la fricción de la piel entregándole algo de calor. Subió el cierre de la chaqueta de cuero que llevaba puesta, aquella que se le proporcionaba cuando debía hacer aquellos trabajos para su mecenas y el collar que revelaba su condición de rea quedó oculto bajo el grueso cuero negro.

—Aquí vamos. —Susurró ronco y bajo.

Salió del callejón con las manos en los bolsillos de su chaqueta, no llevaba armas, si uno de los guardaespaldas de Luciano la detenía para inspeccionarla, portar un arma la delataría y estropearía el plan. Seguramente también saldría herida con alguno que otro balazo. ¿Morir? No, no tenía tanta suerte, al entrar al hotel vió a la recepcionista rubia con la que se había registrado en una habitación anteriormente, ignoró el descarado coqueteo de ésta e hizo su camino hasta los ascensores. Las personas la observaban con algo de recelo, quizá su rostro atestado de veneno era la razón, pues todas las personas la miraban así. No, no todas, había un par de inocentes ojos cafés que jamás la miraban de esa forma. Al salir del ascensor vió a los 4 gorilas fuera de la habitación 201 y ella tenía la llave de la habitación 202. Las miradas de los hombres inmediatamente se colocaron sobre Tzuyu.

Comenzó a caminar en dirección a ellos y a los pocos segundos tenía 2 revólveres apuntándola.

—Esta zona está reservada ¿quién eres y por qué estás aquí?

La coreana frunció el ceño y sacó la llave de su habitación.

—Uhmm, llevó aquí unos días, hospedándome. —Se encogió de hombros y levantó las manos, mostrando sus palmas desnudas. —Mira, amigo, no quiero problemas... solo estoy aquí de paso, así que déjame ir a mi habitación.

—Revísala. —Indicó uno de los hombres, enfundado en un suntuoso traje negro de 2 piezas.

Y ocurrió tal como Tzuyu lo predijo. Entre 2 gorilas la revisaron completamente, haciéndola gruñir al sentir las manos ajenas tocar cada rincón de su cuerpo por encima de la ropa.

—Está limpia, puedes pasar, pero si se te ocurre hacer ruido o molestar, descargaré cada bala que tengo en tu cráneo. —Amenazó uno de los hombres, con su arma presionándose sobre la sien de Tzuyu.

—Comprendo, no haré ningún ruido, solo quiero ir a dormir.

Ante la atenta mirada de los hombres, entró a su habitación, destensó sus hombros y cuello, frotando su nuca y mirando el enorme ventanal que daba al balcón. Encima de la cama, una pequeña maleta plateada descansaba; se sentó con parsimonia, colocando el rectángulo metálico sobre sus piernas, al abrirlo encontró un par de guantes negros y una conocida amiga. Se colocó los guantes con cuidado y tomó su revólver, colocando el cargador y quitando el seguro, sería tan simple como disparar si no fuera porque el bastardo de Nicholas quería a Luciano vivo para poder torturarlo él mismo y el trabajo de Tzuyu era proporcionárselo. Sus dígitos tronaron cuando apretó los puños, el flujo sanguíneo de su corazón se vió incrementado por la adrenalina que comenzaba a hacerse presente, ya había sido suficiente espera y no sabía cuánto tiempo Elkie podría entretener al vejestorio. Salió por el balcón, tomando una medición mental de la distancia que la separaba del balcón en la habitación continua y no era mucha, por lo que tomando algo de impulso desde el barandal, con sus piernas flexionadas; saltó. Cayó de cuclillas, como una felina grande al bajar de un árbol, los ventanales estaban cerrados y las cortinas levemente corridas. Entornó los ojos y buscó la fisionomía de su víctima a través del cristal, una sonrisa macabra se plantó en sus fríos labios al verlo. Elkie se encontraba encima de Luciano, jugando y moviendo sus caderas sobre el hombre que lucía plenamente satisfecho con la vista, sacó una pequeña caja metálica del bolsillo de su chaqueta, en su interior había 2 pinzas especiales. Con el entrecejo arrugado y un amago de concentración, las introdujo en la cerradura del ventanal, buscando hacer el menor ruido posible. El "click" del seguro al ceder provocó que Luciano volteara su rostro.

—Hmmm, quizá los ángeles ya vienen por mí. —Coqueteó la china en un intento por llamar la atención del hombre de vuelta.

—Oh, ya lo creo. —Respondió.

Tzuyu esperó al momento oportuno y cuando Elkie se removió para que Luciano quedara de espaldas al ventanal, se adentró rápidamente con la respiración contenida en sus pulmones. El brazo en que portaba el arma se tensó cuando lo alzó a una distancia suficiente para concretar el golpe letal en la nuca de Luciano, quien cayó inconsciente de inmediato sobre Elkie.

—Joder. —Susurró la convicta, empujando a Luciano para poder removerse de la cama. —Te demoras un poco más y hubiera tenido que follármelo, imbécil.

—Ya cállate. —Reprochó Tzuyu. —Tú pañoleta, dámela.

La china rodó los ojos y desató la pañoleta de seda negra que llevaba en su cuello, su collar con el dispositivo de rastreo se encontraba bajo esta. La estiró en dirección a Tzuyu.

—¿Cómo le vamos a hacer para salir? estamos en un maldito segundo piso. —Dijo la chica colocándose de pie.

Tzuyu amarró la pañoleta sobre la boca de Luciano, en caso de que despertara, no quería gritos. Tomó uno de los cordeles que ataban las cortinas y con ellos ató las manos de su víctima, no creía que fuese necesario, pues aquel golpe lo mantendría inconsciente unas cuantas horas, mas no iba a arriesgarse.

—Yo saltaré y me lanzarás el cuerpo. —Fué lo único que respondió.

Seguramente el peso de Luciano la haría caer de espaldas y terminaría con algún desgarro, pero era la única opción en ese momento que podía sacarlas de ahí sin provocar una masacre.

—¿Es una maldita broma?

Tzuyu apretó la mandíbula y se colocó de pie con su arma apuntando en dirección a Elkie. El único motivo por el cual la soportaba y le cedía ciertos privilegios, era porque la mujer le servía para situaciones como esa, Elkie era la única rea en Camp Alderson a la que podía usar como cortina de humo en los trabajos que Nicholas le encargaba. No se ponía nerviosa ni cometía errores, simplemente hacía todo lo que Tzuyu ordenara, sería perfecta, si no fuera porque tenía esa maldita costumbre de abrir su boca a cada instante.

—Guarda silencio o apenas salgamos de aquí, tendrás un agujero en la cabeza.

La china no opuso queja alguna, sabía que Tzuyu no bromeaba y si bien la mujer podía ser condescendiente con ella, no iba a arriesgarse.

Concretaron el plan siguiendo las instrucciones que Tzuyu iba dando y entre las 2 llevaron a Luciano hasta el balcón. Tzuyu bajó con rapidez, afirmándose de las paredes y los recovecos en estas, sus botas militares sonaban ásperas contra las murallas, con la pintura del hotel descascarándose bajo estas. El frío de sus dedos congelados la hizo apoyarse mal y sin remedio alguno, cayó al suelo poco antes de poder hacer un descenso victorioso. Elkie tiró de sus labios en una sonrisa burlesca y Tzuyu realmente quiso dispararle, le hizo gestos con la mano para que le lanzara el cuerpo de Luciano que se encontraba a mitad de la baranda del balcón, con las piernas hacia afuera y la mitad superior del cuerpo siendo sostenida por la china. Elkie lanzó lentamente el cuerpo, ejerciendo toda la fuerza posible para aminorar el impacto y supo que fué suficiente cuando el hombre cayó sobre Tzuyu mas no la aplastó. Quizá que no fuera obeso había ayudado de algo y con Elkie abajo y Luciano sobre sus hombros cargaron ambas al hombre; Tzuyu dió por concretado su trabajo y a pocas calles de distancia se encontraba la camioneta blindada de su mecenas.

—Vamos. —Demandó.

Ya había cumplido con su trabajo. Lo que ocurriera con los hombres que le entregaba a Nicholas no era su asunto, solo quería volver a Camp Alderson y que le sacaran el maldito collar.

El camino de vuelta tomó 2 largas horas. El cielo se teñía en las tonalidades brillantes del alba, con el Sol apareciendo lentamente e indicando que, por primera vez en días, habría algo de Sol. La irritación picaba en sus dedos para que se desquitase con alguna desafortunada pero no iba a hacerlo, la prisa que sentía por volver a su celda y hundirse en ese tibio cuerpo pequeño era por mucho, superior; al entrar vió a algunas reclusas, aquellas ingenuas que pensaban que por levantarse primero obtendrían algún beneficio. Tzuyu simplemente las ignoraba y se mofaba en su interior, pues en un lugar como ese, el único beneficio al que se podía apelar, era a una muerte rápida e indolora. Caminó por la prisión, sobándose el cuello y con los parpados pesados, realmente necesitaba algo de sueño o esa noche no estaría en sus 5 sentidos para las peleas. Lo bueno era que las otras peleadoras eran mierda musculosa, nada de lo que preocuparse. Sojung por otro lado, seguramente estaba igual que ella, había tenido su primer encargo y Tzuyu deseaba fervientemente que la hubieran asesinado en lo que intentaba concretar su misión. Le había tocado un Ministro, hermano de Luciano y al parecer, también enemigo de Nicholas, y si Tzuyu no tuviese tantas enemigas como las que tenía, le sorprendería la facilidad con la que su mecenas encontraba disidentes.

La expresión vagamente relajada y agotada de su rostro desapareció al ver a una de sus mujeres fuera de su celda, la mujer temblaba y se jalaba los cabellos, mirando hacia el interior. Tzuyu no demoró en comenzar a correr, sintió un ardor punzante en su pecho y como la sangre de su cuerpo era drenada. No habló con la mujer, simplemente la empujó para adentrarse al lugar donde su corderita debería estar, donde debería estar durmiendo, sana y segura. Ahogó una bocanada de aire al ver la sangre en el pavimento y paseó sus ojos por todo el lugar, la comida tirada en el suelo, un banquillo de madera roto y el otro en su lugar, los vidrios de una botella y el aroma del whisky mezclándose con el de la humedad. Estaba paralizada, con miles de pensamientos sin rumbo fijo vagando por su cabeza, miraba la escena frente a ella con ojos perdidos, la sangre en el suelo volvía a cada segundo para ser el centro de su atención. ¿Qué era esa opresión en su pecho? ¿por qué demonios comenzaba a tener frío? Y Tzuyu, quien desconocía tanto del corazón humano, simplemente se perdió, confundida por la abrumante cantidad de emociones que comenzaban a manifestarse rebeldes en ella. Como una mujer cuya vida entera transcurrió en una caverna oscura y de un momento a otro era expuesta a una cegadora y nociva luz.

—Tzuyu. —La voz de Momo se escuchó a sus espaldas. —Fueron a buscarme, algunas de las reas escucharon lo que ocurrió anoche y me contaron lo sucedido.

Parpadeó, aturdida, no podía dejar de ver la sangre en el suelo que se presentaba como un imán negro a sus ojos ónice. ¿Qué hacía aquel valioso líquido bermellón en el suelo? una sola gota de esa sangre valía más que todas las malditas almas de esa penitenciaría.

—Al parecer no le informaron a Sana que no llegarías... y se despertó en la madrugada. —Momo no sabía cómo continuar, aterrada de convertirse en el recipiente de la ira de la Emperadora —Entró en una especie de crisis de pánico y... las guardias decidieron amonestarla.

—¿Amonestarla? —Preguntó soltando una risa.

Las imágenes de lo ocurrido se presentaron en su cabeza, tortuosas y demenciales... era como si pudiera verlo con sus propios ojos y estar presente en el momento en que esas bastardas abusaban de su aniñada cordera. Los gritos de Sana tronaban en sus oídos, clamando por ella, las risas crueles de las guardias la hacían retorcerse en su lugar. La sangre dejó de llegarle al corazón y en su lugar, solo hubo lava.

—Le pregunté a las guardias y nadie sabe dónde la llevaron. —Momo se rascó la nuca y soltó un suspiro exasperado, no quería ni imaginar la calamidad que se levantaría sobre Camp Alderson.

Tzuyu bajó la vista al suelo y toda su ira salió disparada en una carcajada rasposa y alta. Las presentes temieron por sus vidas pues Tzuyu jamás reía; sacudió su cabeza en negación, limpiando las lágrimas que brotaban debido a la risa y que hacían a sus labios temblar levemente.

—Esto... —Suspiró. —Dios, esto va a ser tan divertido.

Inhaló profundo por la nariz, su caja torácica hinchándose. Tzuyu nunca había disfrutado asesinar, para ella era algo simplemente necesario para sobrevivir, el recurso que se le entregaba para mantenerse con vida en aquel putrefacto mundo de alimañas. Le gustaba el poder que se le confería, mas no era una sádica que gozara al ver como las mujeres respiraban por última vez. O así fué hasta ese momento ya que, por primera vez, sintió el dulce placer embriagarla al saber que tomaría con sus manos las vidas de esas mujeres, las ideas de tortura pasaban traviesas por su cabeza. ¿Cómo empezaría? ¿iría directamente por los huesos o mejor desgarraría sus tetas? una a una...

—¿Dónde está? —Preguntó cuándo el rasocinio volvió a ella, lo primero era recuperar a Sana.

—Iremos de inmediato a buscar...

—¡La tienen en aislamiento! —Gritó cierta conocida rubia, sus ojos estaban empapados en lágrimas y Yeojin junto a Yerim, la acompañaban. —Una de las mujeres de limpieza vió como la arrastraban hasta las celdas de confinamiento solitario.

Tzuyu hizo crujir sus vértebras cervicales en un movimiento rápido de cabeza y girando sobre sus talones salió de la celda, no estaba enojada, pues aquella palabra no abarcaba todo lo que invadía su interior en ese momento. Si el Diablo había creado la maldad, entonces Tzuyu comenzaba a crear algo muy superior a eso y todas en la prisión lo presentían, el infierno próximo a desatarse. No era secreto que la reclusa Minatozaki Sana era la protegida de la Emperadora, tampoco era secreto que las manos que se atrevieran a tocarla sufrirían un fatídico destino y el rumor ya se había expandido; habían robado a la amante de la Emperadora. Con los gritos de Sana torturando su cabeza, Tzuyu atravesó los pasillos de Camp Alderson; Dahyun, Momo y unas cuantas mujeres la seguían. Nadie hablaba, lo único audible era el suave sollozo de Dahyun, reprimido por la mano que sostenía sobre su boca. Llegaron a la zona apartada de las celdas de aislamiento y una enorme reja metálica las separaba del resto de las celdas. Eran espacios diminutos, cajas de confinamiento donde las reclusas apenas si podían sentarse con las piernas flexionadas, nadie quería caer ahí. El aroma era pestilente a orine y restos fecales, la humedad era aplastante y sordida ya que apenas le permitía a las reclusas respirar sin hacerlas vomitar. Dos mujeres armadas se encontraban resguardando la entrada y sus cuerpos se tensaron al ver a la reclusa Chou acercarse, una de ellas sintió que se orinaba en los pantalones al ver cómo la Emperadora de ojos ónice sonreía fuera de sí.

—N..no, no pueden es..estar aquí. —Balbuceó una de las mujeres.

—Vengo por lo que es mío, abran la puerta.

Se miraron entre ellas. Las órdenes eran claras, nadie podía pasar a las celdas de aislamiento, pero nuevamente, Chou era un caso especial.

—¿A qué vienen? —Se envalentonó a preguntar una de las guardias, apuntando su fusil en dirección a la reclusa; quizá si no estuvieran tras las rejas no serían tan valientes.

—Ya lo dije, a recuperar lo que es mío, Minatozaki Sana.

Una de las mujeres, de cabello claro y ojos azules, frunció el ceño y caminó hasta la lista de reclusas confinadas.

Buscó con la mirada el nombre dicho y negó con la cabeza al no encontrarla.

—No hay nadie con ese nombre aquí.

Tzuyu sintió un tirón en una comisura de sus labios, sonreía.

—Por supuesto que sí, testigos vieron a otras guardias traerla en la madrugada, ahora... ¿van a dejarme entrar o no? —Las escuchó murmurar entre ellas y luego de informarle que necesitaban un permiso superior para permitirle la entrada, las vió desaparecer; volvieron a los pocos minutos y Tzuyu prácticamente podía apreciar el alivio en sus facciones. —¿Y bien?

—Puedes pasar, pero solamente tú, el resto se queda fuera.

El chirrido metálico de la reja al ser abierta picó en sus dientes, su cuerpo entero estaba tenso, expectante de lo que ocurriría a continuación. Las mujeres le dijeron algo sobre revisar en las celdas donde no había reclusas asignadas y Tzuyu permaneció en silencio, su corazón se detenía cada vez que abrían una puerta y en el interior de los calabozos no había nada. Fué en la quinta puerta, cuando escuchó el jadeo sofocado de la guardia que abrió la puerta, que supo, había encontrado a Sana. Lanzó a la mujer lejos de un solo empujón y en solo 3 pasos estuvo frente a la imagen que perversamente había torturado sus pensamientos. Su rostro se deformó y un peso de plomo se dejó caer sobre sus hombros; su corderita, aquella coqueta e infantil chica de ojos café, se encontraba en el suelo encogida como un animal herido, a espera de su inminente final, sus ropas estaban mojadas y su cuerpo convulsionaba en pequeños espasmos por el frío.

Tzuyu no pudo caminar hasta ella, todo su valor e ira desaparecieron de golpe dejándola vacía. La angustia y una desolación lacerante fué lo único que tuvo lugar en ella, sentía que no respiraba y que los latidos de su corazón disminuían alarmantemente. Tzuyu por primera vez tuvo que admitir su condición humana y bajar de su altar.

—Sana. —Susurró con voz vacilante.

Cerró los ojos y botó el aire retenido en su pecho cuando no hubo respuesta, como una clase de castigo, las heridas de Sana podía sentirlas en carne propia, todas alojándose en su músculo cardiaco. Dió un paso y otro, dejándose caer de rodillas para tomar a la pequeña y lastimada corderita entre sus brazos. El rostro de Sana era una composición caótica de cardenales y sangre seca, una de sus manos estaba hinchada y amoratada. Tzuyu tuvo que tragar saliva para evitar el escozor de la parte posterior de su garganta, realmente no estaba preparada para que Sana abriera los ojos y la mirara. Aquellos ojos en los que Tzuyu siempre terminaba perdiéndose, el único lugar donde podía encontrar la redención de su miserable alma.

—Ho..hola, Tz...Tzuyu.

—Hola corderita, ya estoy aquí. —Le dijo colocándose de pie, cargándola como a una novia y apegándola a su cuerpo; la cabeza de Sana descansó sobre su hombro y todo el tembloroso cuerpo de la muchacha parecía peso muerto en sus brazos, sin vida alguna. —Vas a estar bien.

Sana soltó un quejido de dolor cuando Tzuyu comenzó a caminar y con un esfuerzo sobrehumano se mantenía consciente de lo que ocurría a su alrededor. Vió unos cuantos rostros que no pudo distinguir, pero aquella cabellera rubia platinada hizo que quisiera sonreír, mas no pudo hacerlo, las heridas internas de su boca se lo impedían.

—Joder... —Murmuró Momo jalándose el cabello. —Malditas hijas de puta.

Tzuyu no respondió, en su cabeza el único pensamiento era llevar a Sana a la unidad médica y hacer lo que fuera necesario para que la trataran. El peso ligero de Sana en sus brazos hacía que le temblaran las manos, su dócil corderita se arrimaba a ella, respirando con dificultad. Y a ella que jamás había sentido nada similar, una completa novata en lo que respectaba a emociones, eso le generaba un tormento dañino.

—Tzu...Tzuyu. —Susurró con voz desgastada Sana, mas la Emperadora no le contestó, temía que le temblara la voz. —Yo... hi..hice. —Tomó aire, dándose fuerzas para continuar y Tzuyu quería decirle que se callara, que no se esforzara, mas no pudo. —Hice... una cena.

—Lo sé.

—Para... las dos. —Los jadeos agotados de Sana entre palabras eran desgarradores... — ...Para no..nosotras.

Dahyun lloraba audiblemente tras ellas, aferrándose a Momo con sus dedos crispados. Caminaban a paso rápido para llegar a la unidad médica, pero aún cuando habían sido solo unos minutos de travesía, para Tzuyu se sentían como inexorables años.

—Con... velitas y... —Bramó de dolor cuando su muñeca rozó el pecho de Tzuyu —Usé, usé pe..perfume.

—Lo sé.

Tzuyu apretaba su mandíbula con tanta fuerza que sentía sus dientes molerse, cada palabra de Sana le atravesaba la piel como hierro caliente.

—Me puse... —Hizo un último suspiro mientras sus dientes castañeaban por el frío, su último esfuerzo antes de caer una vez. —Linda... para ti, mi, mi du..dueña.

Tzuyu armó un verdadero infierno al llegar a la unidad médica, entre gritos encolerizados exigió que atendieran a Sana y quiso lanzar más de un golpe al ver como la sacudían sin cuidado. ¡¿Cómo no entendían que podían romperla?! Momo intentó calmarla con palabras apaciguadoras, pero Tzuyu ni siquiera le prestó atención, todos sus sentidos estaban alertas en Sana. En su respiración, en las heridas de su cuerpo que el médico dejaba expuestas a medida que la desvestía. La desnudaron completamente y una enfermera sostenía una muda de ropa limpia para la joven a la espera de las indicaciones del médico.

—¡Que tengas cuidado, hijo de perra! —Gritó con cólera cuando por un movimiento brusco, lastimaron la muñeca fracturada de Sana.

La pediatra despertó dando un alarido de dolor, con lágrimas en los ojos y el miedo retratado en sus hermosas pero lastimadas facciones.

Tzuyu vió en rojo al médico, como un toro ve al bastardo que intenta clavarle las lanzas en aquella inhumana práctica llamada Tauromaquia. Dahyun no aguantó y abandonó el lugar a los pocos minutos, con la falta de aire doliendo en su pecho y Momo la acompañó, asegurándole a Tzuyu que volvería pronto. Los gritos y súplicas de Sana la estaban haciendo perder el juicio, salió incontables veces de la unidad médica, queriendo golpear las paredes y negándose a ello al recordar que necesitaba estar de una pieza para la pelea a la noche y para su venganza. Finalmente y gracias a la anestesia que el médico usó, debido a las amenazas mortales de Tzuyu, Sana dejó de sentir algo de dolor; no hubo necesidad de sacar radiografías y tampoco tenían la tecnología para hacerlo, igualmente enyesaron su muñeca y vendaron sus costillas, su hombro dislocado fué colocado en su lugar y posteriormente inmovilizado con vendajes, quiso llorar cuando raparon la parte posterior de su cabeza pues la herida abierta en su cráneo necesitaba desinfección y sutura. El médico no dejaba de hablar y eso mareaba a Sana, quien no miró en ningún momento a Tzuyu, todo el tiempo mantenía sus frívolos ojos en distintos puntos de la habitación, fingiendo oír las palabras del médico y las indicaciones para su recuperación. El dolor de la desinfección de sus heridas disminuyó gracias a la anestesia por lo que pudo acallar sus propios lamentos, su cabeza rogaba por un descanso, le exigía cerrar los ojos y ceder ante la extenuación de su mal herido organismo.

—¿Va a estar bien?

—Sí, tendrá que permanecer en observación unos días ya que no podemos hacer un scaner de su cabeza. —Sana se extendió en la camilla cuando el médico hubo finalizado su labor, aquello le había parecido horas y seguramente así fué. —Necesito que le traigas mantas y ropa, no puede permanecer solamente con esa camiseta y en ropa interior.

—Bien. —Tzuyu acomodó su cabello y a pasos escamados, se acercó a Sana—Vas a estar bien.

—Sí.

—Volveré de inmediato con ropa y mantas.

Sana no respondió, demasiada agotada para enunciar algún morfema en respuesta a las palabras de Tzuyu, no estaba enojada con su dueña, aún cuando quisiera estarlo, le era imposible. La vió alejarse casi derrotada, casi tan herida como ella misma y realmente quiso hacerlo; quiso expiarla de toda culpa, pero sus labios no se abrieron. Tzuyu no estaba rota; solo le faltaban piezas, los engranajes necesarios para hacerla funcionar y Sana inconscientemente se estaba rompiendo, quebrándose en fragmentos para convertirse en las piezas faltantes de Tzuyu, sin importarle que de sí misma no quedara más que un rastro de polvo de estrellas.

La Emperadora arregló todos sus pendientes con una tranquilidad fascinante, llevó la ropa que Sana necesitaría, observó a la enfermera mientras se la colocaba y se cercioró de que las mantas fueran bien puestas sobre Sana, quien descansaba con una respiración dificultosa; quería permanecer ahí y vigilar que nadie le pusiera un maldito dedo encima, pero no podía darse tal lujo. Volvió a su celda y ordenó todo, dándose el tiempo para ver la caja que se le habían entregado a Sana y leer la carta que una tal Mina había enviado; quemó aquel trozo de papel, no sabía quién era Mina, pero si pudiera... ya la habría asesinado. Se bañó en las regaderas, sin importar que el agua estuviese prácticamente congelada y que los músculos de su cuerpo se agarrotaran por ello; durante ese tiempo, los pensamientos maquiavélicos se estructuraban en su cabeza, en un orden creciente en cuanto a importancia. Cuando estuvo finalmente lista, se sintió renovada, dispuesta a ejercer su jurisdicción en Camp Alderson y demostrar lo que ocurría cuando se desobedecía a Chou Tzuyu. Caminó hasta el área administrativa de Camp Alderson, siendo escoltada por algunas guardias como dictaba el protocolo, llegó hasta las afueras del despacho de Jaden Jeong, el Prefecto encargado de Camp Alderson. Como era de suponer, el hombre la recibió a través de su secretaria y las escoltas no fueron necesarias. Tanto Jeong como Tzuyu sabían que la rea no lo lastimaría... no mientras fuera una reclusa. Abrió la puerta con prepotencia, con las guardias tras ella colocándose inmediatamente a la defensiva, pero sin poder proceder a algo más, ya que Tzuyu cerró aquella puerta tras su espalda.

—Entrégamelas. —Exigió con una voz peligrosamente tranquila y Jaden rascó la barba de su mentón, con las comisuras de sus agrietados labios hacia abajo.

—Sabes que no puedo hacer eso Tzuyu, son 5 de mis mujeres y levantará sospechas, ya he tenido a más de un fiscalizador gubernamental y...

—Te lo diré una vez más, entrégamelas.

— ...Tzuyu.

La coreana apretaba con tanta fuerza sus puños, que las uñas se le enterraban en la piel. Se sentó frente a Jeong, de piernas cruzadas y con los ojos entrecerrados en dirección al techo y el hombre frente a ella comenzó a sudar.

—¿Sabes que se siente tener algo malditamente bueno en tu vida por primera vez y que alguien lo rompa?

—Tz..Tzuyu, sé que estás molesta...

—No tienes ni puta idea. —Se acomodó en su silla, respirando pesado por la nariz. —Maldita sea, es que no te la imaginas; sus manos siempre están frías... como si fuera una excusa para poder meterlas bajo mi ropa y calentarlas con mi piel y la muy zorra se me muere de hambre si no ceno con ella ¿puedes creerlo? es casi una extorción...

—Mujer, venga ya... podemos arreglarlo de otra forma.

—Oh sí, además, tiene esa reacción tan mona. —Tzuyu frotó su dedo pulgar contra los restantes de su mano, intentando encontrar las palabras correctas, mantenía una sonrisa ladina y sus ojos no mostraban cordura alguna. —Se me pone toda coqueta la mamona, le doy un beso y es como si le apareciera una colita imaginaria que mueve de un lado a otro.

De repente la sonrisa en su rostro se borró y el recuerdo de Sana la cegó; su cachorra mimada en esa fría camilla, llorando de dolor mientras el médico examinaba sus heridas, las múltiples fracturas y hematomas, con sus ojitos cafecitos que siempre brillaban al mirar a Tzuyu, completamente opacos y sin vida.

—¿Sabes que es lo divertido? que prácticamente puedo imaginarla, estoy segura que la tonta ni siquiera se defendió. —Tzuyu bajó la mirada y se inclinó en dirección de Jaden, con los ojos enfermizamente abiertos y una sonrisa escabrosa. —Y no lo comprendo ¿te imaginas a esa cosita blandita y llorosa siendo golpeada?

—Chou...

Tzuyu golpeó con su puño el escritorio frente a él.

—¡Pero lo hicieron! ¡tus mujeres han entrado a mi celda y han golpeado a mi maldita protegida! —Su voz fué un rugido amenazante.

Estaba completamente fuera de sí, la sed de venganza se propagaba por todo su cuerpo como nunca antes había ocurrido e iba a obtenerla. Aun si tenía que romperle el cuello a cada guardia de Camp Alderson.

—Actuaron m..mal y serán sancionadas, Tzuyu, n..no dudes de eso.

—No estás entendiendo, Jeong. —Tzuyu se colocó de píe y comenzó a caminar por la oficina, con las manos en sus caderas y respirando jadeante por la nariz. —Si no me las entregas, asesinaré a cada una de tus guardias, no dejaré a ninguna maldita con vida... y aún si muero, te juro que volveré del infierno y terminaré el trabajo.

Jaden sabía que Tzuyu no bromeaba y lo peor era que no poseía control alguno sobre las acciones de la mujer, Nicholas lo tenía cogido hasta de las tetas y si Jaden desafiaba la palabra de Nicholas, podía comenzar a despedirse de su vida y temer por su familia. Tampoco podía matar a Tzuyu o siquiera dañarla, ya que al ser la peleadora estrella de los torneos que tantas ganancias les proporcionaba a Nicholas y a él, no había manera de que le pusiera las manos encima. Botó un suspiro de aire y se repasó su cabellera con los dedos.

—De acuerdo, pero necesito que después las quemes o algo y habrá que culpar a alguien, ese es tú problema; no me importa quién pero debe haber alguien para culpar cuando vengan a fiscalizar por la baja de mujeres. —El hombre apretó un botón del intercomunicador que lo conectaba directamente con su asistente. —Ya sabes que hacer. —Murmuró hacia la persona al otro lado de la línea.

—Como usted ordéne.

—Me imaginé que esto podría pasar y como contigo no se puede negociar Chou, las mujeres estarán en las alcantarillas a media noche, después de tu pelea en el Under puedes ir por ellas.

—De acuerdo. —Repasó su dentadura interna con la lengua.

Ya podía sentir los huesos ajenos quebrándose bajo sus puños y la sangre desparramada en aquel pestilente lugar, iba a disfrutarlo tanto. Buscó la salida con los ojos y camino hacia la puerta.

—Y, Tzuyu. —La nombrada se detuvo, sin embargo no se giró en dirección a Jeong. —Realmente lo lamento, espero que la muchachita se ponga bien.

—Y yo espero que esto no se repita, o la próxima vez no me conformaré solo con unos cuantos cadáveres.

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