VIII
—¿Qué tal un pez y una caña de pescar? creo que va bastante bien con lo nuestro.
— ... Sana...
—Uhm, no, mejor no, ¡ya sé! una leona y una domadora de leones—Tzuyu le dió un último golpe a su saco, antes de voltearse en dirección a la doctora que yacía desnuda sobre la cama, tapada únicamente de la cintura para abajo por el edredón de pluma rosa. Arqueó una ceja y se limpió el sudor de la frente.
—¿Una leona y una domadora? ¿y cuál se supone que eres tú?
—Hm... la leona obviamente. —Tzuyu soltó una estruendosa carcajada, inclinándose hacia adelante y aferrándose a su sudado y desnudo abdomen.
—Tengo la leve impresión que te estás riendo de mí.
La taiwanesa dejó escapar las últimas bocanadas de aire entrecortado y se enderezó. Sana la observaba con sus mejillas ruborizadas y un pequeño puchero, tenía una expresión cansada y unas violáceas ojeras.
—Deberías estar durmiendo. —Le reprochó Tzuyu.
—¿Dormir? ¿teniendo a mi dueña sudada y semidesnuda frente a mí? no lo creo.
La Emperadora ladeó la cabeza y una sonrisa sutil se esbozó en su boca, comenzó a sacarse los guantes y caminó hasta la cama, inclinándose para quedar a una distancia mínima de su corderita. Sana humedeció sus labios, a la espera del beso que estaba segura, Tzuyu iba a darle, pero no fué así, la taiwanesa apenas si rozó sus labios antes de deslizarse a su oído.
—Eres una maldita adicta al sexo. —Le ronroneó y su voz ronca y sensual provocó un espasmo en la pediatra.
Con una sonrisa victoriosa, Tzuyu se apartó, caminando hasta el lavamanos para lavar su cuerpo ya que no iba a ducharse puesto que las regaderas estaban cerradas. Una maldita loca asesinó a 3 reclusas dentro, por lo que debían hacer una "investigación". Todas sabían que era mentira y es que nadie daba un mísero centavo por aquellas almas podridas. Sanq permaneció en silencio unos segundos, acariciando el lóbulo de su oreja con una expresión seria.
—¡Una loba y una cordera! —Masculló chasqueando sus dedos, segura de que había tenido la mejor idea del mundo
Tzuyu rodó los ojos y soltó un gruñido en respuesta.
—Sana, me estás comenzando a joder ¿no puedes permanecer callada un maldito segundo?
—Podría si me ayudaras, fuiste tú quien mencionó la idea de tatuarnos. —Salió de la cama y consciente de que Tzuyu comía con los ojos su cuerpo, comenzó a vestirse. Las marcas de besos que se apreciaban abundantes, parecían estrellas de una constelación lujuriosa.
—No, yo dije que iba a marcarte con un tatuaje y tú fuiste la atrevida que salió con la idea de hacer lo mismo conmigo, algo que no ocurrirá, por cierto. —Sana chasqueó con la lengua, colocándose un pantalón perteneciente a Tzuyu.
—Sería lindo. —Susurró para sí misma.
Ya habían transcurrido 10 días desde que Tzuyu volvió a ella, 10 que podían resumirse en una palabra, sexo. Decir que Sana había sorprendido a Tzuyu con su desbordada líbido sería menguar la situación; sexo en la celda, contra la pared y en la cama, en su camerino personal y en el mismo salón de entrenamiento cuando se encontraban a solas, sexo en las regaderas donde fueron vistas por una reclusa que salió corriendo en un intento por resguardar su vida, sexo en la unidad médica cuando Sana quedó a cargo mientras el personal médico iba por algo de comer. En solo 10 días, Tzuyu se sentía drenada literalmente y asi mismo, la chica castaña progresivamente se acercaba más a su dueña, con su actitud suave y sosegada; ya podía mantener una leve discusión con Tzuyu sin que ésta terminara gritando y desquitándose con la primera reclusa que se le pasara en frente. La militar aceptaba renuente sus caricias y muestras de afecto, los besos esporádicos y las bromas sensuales que Sana a veces dejaba caer en su oído. Todas en Camp Alderson habían notado el leve cambio, no era como si Tzuyu anduviese sonriendo por los pasillos de la prisión; pero ya no buscaba amedrentarlas sin motivo, tenía algo más importante en lo que ocupar su tiempo y Sana era en gran parte la responsable; imploraban porque se mantuviese así y es que si bien, la gloría las abrazaba cuando Tzuyu estaba "de buen humor", el infierno se hacía presente cuando era el caso contrario, como la vez que una pelea en el comedor a la hora del desayuno, terminó por involucrar a la pediatra, quien hacía la fila para obtener su comida y terminó siendo golpeada por la espalda de una enorme reclusa que peleaba cerca de ella. El agua hirviendo de la taza de Sana se desparramó sobre sus muslos y su quejido de dolor fué como una señal para la bestia de su dueña, el resultado terminó con las reclusas siendo asesinadas en las regaderas a sangre fría. Lo bueno era que ahora evitaban pelear cerca de su cordera.
—Tal vez una sirena y una marinera.
—Ya está, me has cabreado hija de puta, sal de aquí. —Sana apretó los labios para no reírse cuando Tzuyu, notoriamente molesta, la tomó por los hombros y la sacó de la celda a rastras. —Como sigas de necia con lo de los tatuajes, te tatuaré una vagina en la frente.
La empujó a la salida y Sana, que no llevaba zapatos, se removió intentando que Tzuyu no la echara.
—¡Tzuyu! —Tropezó con sus pies y cayó de culo al suelo, su entrecejo se frunció y un dedo corazón le picaba por alzarse en dirección a la Emperadora. —Eso ha sido de muy mal gusto.
—Cállate y ve a molestar a Dahyun o algo. —Tzuyu volvió a entrar, cerrando la puerta tras ella para que Sana no la siguiera.
La pediatra se colocó de pie y ante la mirada divertida de otras reas, comenzó a golpear la puerta metálica.
—¡Necesito mis zapatos, Tzuyu! no puedo ir descalza. —Golpeó unos cuantos minutos, sin obtener respuesta alguna.
Resignada y con los dedos de sus pies encogidos, se sentó de espaldas a la pared adyacente a la puerta aferrándose a sus piernas y con un amago de molestia. La puerta se abrió en ese momento y un par de zapatos salieron disparados del interior de la celda antes de que volviera a cerrarse, Sana suspiró y se colocó de pie, apresurándose para agarrar sus zapatos antes que alguien más se los robara
—¡Gracias! —Gritó en dirección a Tzuyu, antes de comenzar a caminar hacia el comedor donde seguramente alguna de sus cercanas estaría desayunando.
Su cuerpo dió un tiritón por el frío y maldijo internamente a su dueña por no dejarla siquiera haberse puesto una chaqueta, si se enfermaba iba a hacer todo lo posible por contagiar a la culpable. A paso airado y quizá con un poco de suntuosidad caminó hasta el comedor, percibía desprecio, repudio y envidia en las miradas que le daban las otras reclusas, mas simplemente fingía ignorarlas. ¿Cómo no iban a detestarla? para las reas era simplemente inaudito que el eslabón más bajo del lugar tuviera tanto poder a su alcance, quienes respetaban a Tzuyu, por consiguiente la respetaban a ella, quienes temían de Tzuyu, temían dañarla a ella y sufrir una muerte segura por ello. Tzuyu no lo decía, pero eran sus acciones las que hablaban por sí solas, ella no veía a su cordera como una puta más de las muchas que tuvo en Camp Alderson y Sana lo sabía.
—Hey, ¿qué tenemos hoy? —Preguntó Sana sentándose al lado de Nayeon, una tranquila chica con la que se había hecho buena amiga.
Al principio estuvo algo reacia a hablarle y es que Dahyun no fue muy discreta cuando chilló a todo pulmón que Nayeon había pasado por la vagina de Tzuyu y que eso la convertía en hermana de sexo de Sana.
—Langostinos y caviar. —Se burló Nayeon, señalando con la mano su bandeja empobrecida de comida, con una sustancia viscosa dulce y una taza de agua con azúcar.
—Pero que puto asco... ¿y Dahyun?—Nayeon se encogió de hombros.
—No creo que venga a comer con nosotras, tuvo una pelea con Momo y eso significa que no saldrá de su celda hasta que su esposa le pida perdón.
—¿Qué hizo la loca ahora?—Sana sacó un sobre de leche que había en el bolsillo de su pantalón.
Vió la fila y arrugó la nariz, había demasiadas reas.
—Parece que se metió con otra puta y se pegó algo... no sé mucho en realidad.
—Pues ojalá se le caiga la vagina por infiel. —Sana le guiñó un ojo a Nayeon y se colocó de pie.
Volvió a los pocos segundos con una taza de agua hirviendo, las reas en la fila se quejaban de lo ocurrido con palabras groseras y amenazas sutiles en dirección a la espalda de Sana.
—Quién como la puta de la Emperadora, ni siquiera has tenido que hacer la fila.
—La habría hecho de no ser porque quería únicamente una maldita taza de agua caliente. —Se defendió Sana abriendo el sobre de leche encima su taza y revolviendo con la pequeña cuchara plástica.
Tomó asiento al lado de Nayeon una vez más y sopló sobre su taza de leche.
—Eres demasiada blanda, ya llevas algo de tiempo aquí y aún no pierdes tus buenas maneras. —Le reprochó Nayeon llevándose una cucharada de su pasta dulce a la boca. —Esto tiene sabor a orina de vaca con azúcar.
Sana hizo una arcada y se llevó una mano a la boca para no botar el sorbo de leche que había bebido, iba a quejarse por ese comentario cuando vió a Dahyun aparecer por la puerta principal. Tenía los ojos rojos e hinchados y llevaba un enorme suéter que definitivamente no era suyo, la rubia caminó hasta ellas y se dejó caer dramáticamente en la mesa, cruzándose de piernas y acomodándose el cabello con una mano.
—Estoy soltera. —Dijo con un gesto indiferente y la barbilla en alto.
—2 días. —Sana estiró su mano en dirección a Nayeon.
—Hoy a la noche. —Recibió la mano de Sana y la estrecho.
—3 días. —Soltó de la nada Yeojin, que recién llegaba.
—¡Son unas malditas insensibles y las odio! ¡que les den, perras mugrosas! —Dahyun se bajó de la mesa y salió nuevamente del comedor, contorneando sus caderas en un vaivén pomposo que obtuvo unos cuantos silbidos coquetos.
—¿De qué hablamos? —Preguntó Yeojin sonriendo y apuntando con la cabeza en dirección a la entrada por la que la rubia salió.
—Dahyun dijo que está soltera y apostábamos cuánto tiempo durará así.
—Oh. —Yeojin se frotó la barbilla y entornó los ojos. —Hoy a la noche.
Sana bufó y bebió el contenido de su taza y cuando Tzuyu apareció por la puerta, con sus botas militares, su ceñido suéter de cuello alto en negro que le resaltaba sus perfectos pechos y unos desgastados pantalones que pertenecían al uniforme de la prisión, rasgados en varias partes; tuvo un maldito orgasmo visual, se saboreó inconscientemente, deslizando la lengua al interior de su boca, por el paladar.
—¿Por qué a la maricona de tu novia todo le queda bien? —Refunfuñó Yeojin.
Las otras reas lucían los harapos de la prisión, alguna que otra tenía ropa propia al igual que Tzuyu, pero definitivamente no les lucía como a la Emperadora. Tzuyu se sentó en su mesa y a los pocos segundos llegó una de sus leales súbditas con una bandeja de comida. —Genial, consiéntanle la vagina, que después la que paga las consecuencias soy yo. —Susurró Sana con los ojos entornados en dirección a Tzuyu.
Y no mentía, Tzuyu tenía esa actitud aristocrata incluso en la intimidad y es que al parecer estaba tan acostumbrada a que lo hicieran todo por ella, que no veía la necesidad en mover un puto dedo para servirse una taza de té, era mucho más sencillo gruñir lo que quería en vez de moverse y obtenerlo ella misma. Sana siguió con su plática, escuchando y respondiendo de vez en cuando, con su mirada desviándose para ver a su dueña y cómo ésta comía a sus anchas, con una pose de chula que hacía suspirar a alguna que otra loca; fué cuando las nuevas llegaron, que el silencio se hizo amargamente presente. Sana de inmediato bajó la vista, sin querer impregnarse de la miseria en los nuevos rostros.
—Mierda, a esa rubia se la van a comer viva. —Susurró Yeojin con pesar.
Sana ignoró la situación y quedamente todas volvieron a hablar, miró en dirección a Tzuyu y se sintió extrañamente relajada al ver que ésta no le daba mayor importancia a las nuevas.
—Ay, no... pobre. —Fué el turno de Nayeon y Sana ya no pudo seguir fingiendo que no le importaba.
Levantó la vista, con los dedos de sus manos aferrados a la taza y pudo distinguir de inmediato a la chica de la que sus cercanas hablaban. Una alta y pálida chica rubia, con el rostro amoratado, se encontraba en la fila de los alimentos, siendo intimidada por otras reas. Sana tragó saliva con dificultad y negó con la cabeza.
—Sana, podrías ir por ella o llamarla, si lo haces, nadie se interpondrá. —Ella negó de inmediato a las palabras de Yeojin.
—No, la última vez le prometí a Tzuyu que ya no me metería en problemas por defender a alguien, lo siento.
Nayeon y Yeojin le regalaron una mirada de empatía pues estaban en la misma situación que ella, no podían usar a sus dueñas para ir por Camp Alderson dándoselas de justicieras. De repente, se escuchó un estruendo y levantó la mirada de inmediato, se encogió en su lugar cuando vió a la rubia sobre la mesa de Tzuyu, el desayuno de la Emperadora se encontraba desparramado, su ropa sucia con restos de leche y su mandíbula apretada.
—Dios. —Yeojin se llevó ambas manos a la boca y Nayeon giró el rostro.
Sana estaba petrificada, Tzuyu se colocó de pie, moliendo sus dientes y limpiando con las manos la suciedad de su suéter; la delgada rubia pedía perdón, con los ojos llenos de lágrimas y su labio inferior temblaba, intentaba limpiar la mesa de Tzuyu, rogando porque no la matara.
—Sana, tienes que hacer algo.
—No puedo. —Sus ojos se llenaron de lágrimas y su garganta comenzó a escocer.
¿Qué podía hacer?, una ansiedad desoladora se implantó en su pecho, el asco que sintió por sí misma la hizo tener arcadas. Esa mujer, la misma que tronaba sus dedos para destrozar a una indefensa convicta, era quien la poseía cada noche y quien se hacía un camino a su corazón.
—Tzuyu. —Murmuró apenas.
Su voz salió como un suspiro errático y apenas si pudo oírse a sí misma, no quería ver esa escena, no quería toparse con la realidad donde ella, la mujer que besaba su cuerpo y acariciaba cada rincón de su piel era un monstruo. La Emperadora tomó a la rubia por el cuello de su harapienta camisa, la levantó y antes de asestar el primer golpe, dirigió una mirada de soslayo a Sana, quien observaba la escena aterrada.
—¡Maldita sea! —Exclamó a todo pulmón.
Miró a su alrededor y todas las otras prisioneras esperaban ver a la Emperadora en acción, ver a esa bastarda morir a base de golpes. Sana se tapó los oídos y cerró los ojos cuando vió como el puño de Tzuyu tomaba impulso, Nayeon se aferró a ella, escondiendo el rostro tras la espalda de Sana. Sin importar cuanto tapara sus oídos, los gritos de dolor de la rubia se filtraban, haciendo que su cabeza martillara, el ácido salado de las lágrimas recorría sus mejillas y todo su cuerpo era un temblor constante. Lo próximo que sintió fué el pitido de un silbato y las guardias hicieron su aparición indicándole a Tzuyu que soltara a la reclusa, Sana la escuchó maldecir y lanzar algunos golpes antes de amenazar con quemar Camp Alderson. Cuando finalmente tuvo el valor de abrir los ojos, Tzuyu ya no estaba en el comedor, vió a la golpeada chica ser arrastrada por dos guardias y de inmediato se levantó, su férrea vocación le gritaba porque corriera a la unidad médica y atendiera a la herida, pero su lado racional, aquel que había aprendido a escuchar a base de malas experiencias, la detenía. Si llegaba a los oídos de Tzuyu que Sana había ido a la unidad médica, especialmente para tratar a la recién llegada que ella apaleó; tendría problemas.
—Voy a ver a Tzuyu.
—No deberías, va a estar cabreada y seguro la coge contigo. —Le aconsejó Nayeon.
Sana atrapó su labio inferior y volvió a su asiento. —Tienes razón... odio esto.
Eso era todo lo que podía hacer, hundirse en sus propios valores y convicciones para resguardar su vida, sentir como día a día se transformaba en una más de Camp Alderson, en alguien egoísta que se anteponía a sí misma por encima del resto y odiaba a esa nueva Minatozaki Sana.
—Hola. —Susurró al llegar al camerino donde Tzuyu acababa de tomar una ducha.
Su dueña la vió por el rabillo del ojo sin responderle, secaba su cuerpo con una toalla y su cabello goteaba perladas gotas de agua. Ya era casi la hora de volver a la celda y de alguna forma, Sana había conseguido evitar a Tzuyu todo el día, no iba a responsabilizarse por ello, esa era su única opción ya que no se sentía estable para hacerle frente. Se abrazó a sí misma y permaneció en el marco de la puerta, mirando la gloriosa complexión muscular de la taiwanesa, sentía las pulsaciones de su corazón y como las molestas mariposas se alborotaban en su vientre.
— ... Te estuve esperando para cenar. —Intentó una vez más, pero nuevamente Tzuyu no le respondió.
Llevó su mirada al suelo mojado y se mantuvo a la espera, mientras Tzuyu comenzó a vestirse, sin inmutarse lo más mínimo, ignorando completamente la presencia de Sana. Cuando ya estuvo lista, se colocó frente a la chica de ojos café y la empujó con la mano.
—Muévete. —Le ordenó.
Sana le dió el paso y caminó tras Tzuyu hasta la celda compartida de ambas; las reas las miraban de soslayo, algunas incluso divirtiéndose a sus costas. Al llegar, la taiwanesa se topó con las 2 bandejas de comida intactas y bufó.
—¿Por qué no comiste?
—Quería cenar contigo.
—¿Lo dices en serio? ¿después de que te la pasaste escondida de mí durante todo el día? peor que una maldita rata. —Sana se encogió de hombros y se sentó en la cama.
Tzuyu la observaba con ojos entornados, la respiración de ambas salía como vapor de sus bocas. Era una maldita noche helada.
—Lo siento. —No quería confesar que estaba endemoniadamente aterrada por lo ocurrido en el desayuno.
La taiwanesa refunfuñó y se pasó una mano por el cabello, miró la comida y le entregó una bandeja a Sana.
—Come, no quiero terminar follándome a un puto saco de huesos.
—Gracias. —Recibió la bandeja y a través de sus largas y densas pestañas miró a Tzuyu, con las mejillas arreboladas y una sutil sonrisa que la traicionaban.
Tzuyu frunció el ceño y le dió una mordida a la rebanada de pan que tenía en sus manos, se encontraba apoyada en la pared.
—¿Por qué me miras así? pedazo de mamona, que ni para comer te guardas esa cara de zorra caliente.
—¡Oh, joder! estaba tratando de ser tierna Tzuyu, tierna, no caliente. —El rostro de espanto y bochorno de Sana sonsacó una sonrisa divertida en su dueña.
—Es lo mismo, me miras así para que te folle.
—¡No! por amor al cielo, solo quería que pensaras que soy linda o algo así.
—Hmmm. —Tzuyu terminó de comer su pan y con ambas cejas enarcadas ladeó la cabeza, no podía borrar la sonrisa socarrona de su rostro. —¿Linda? venga, que la humildad no es lo tuyo ¿eh?.
—Soy muy humilde. —Sana chupó la cuchara con la que había estado bebiendo sopa, ya fría por el tiempo de espera. —Humilde y linda.
—Y caliente.
—Muy caliente, tan perfecta que soy... deberías agradecerle a mi mamá. —Los bordes de sus ojos se arrugaron cuando sonrió de manera infantil.
Tzuyu sacudió su cabeza y entornó los ojos, remojándose los labios.
—Créeme que lo haré— Bromeó. —¿Todavía vas a decir que no quieres que te folle?
—Jamás diría eso, quiero que me encuentres linda... y que me folles. —Ronroneó las últimas palabras, lenta y quedamente.
Estiró su bandeja con la comida casi intacta en dirección a Tzuyu, quien dió unos cuantos pasos para obtenerla, una vez libres de las molestas laminas de plástico y la comida, Sana se recostó sobre la cama, apoyándose en sus antebrazos y cruzándose de piernas.
—Creo que podría hacer eso por ti, como un favor, ya sabes. —Susurró Tzuyu, mirándola fijamente.
—Tzuyu la generosa Chou.
—Sana la humilde Minatozaki.
Tzuyu llegó hasta ella y sus orbes café se cerraron cuando los labios de Tzuyu comenzaron a jugar en su cuello, para ese momento, los recuerdos del desayuno no eran más que una de las tantas vivencias que Camp Alderson le había dado.
—Ten cuidado y recuerda seguir mis indicaciones, si el dolor persiste, intenta bajar la inflamación aplicando frío. —Se despidió con la mano de su última paciente
En realidad, le hubiera gustado otorgar algo de medicación para esa pobre anciana, pero los medicamentos eran tan escasos que debían guardarlos para situaciones especiales; destensó su cuello, inclinándolo de un lado a otro y movió sus hombros en una rotación circular, estaba algo extenuada debido a la cantidad de reas que había atendido ese día. Sus días en la unidad médica habían descendido a "petición" aka órden de su dueña, por lo que ahora solo se limitaban a 3 veces a la semana, Sana jamás comprendería cómo era que Tzuyu tenía autoridad para modificar su horario de trabajo comunitario, pues nadie se salvaba de eso, a excepción de las peleadoras al parecer, ya que ellas empleaban la mayor parte del día en entrenar; pero las súbditas, simples mortales, debían desempeñarse en labores no muy agraciadas y la peor de todas, era sin lugar a dudas... la limpieza de las alcantarillas de Camp Alderson. Jamás había descendido a las fosas de los residuos fecales y si de ella dependiera, no lo haría nunca, a veces bromeaban con que ese sería el lugar perfecto para esconderse, pero de solo pensar en poner un pie ahí, su estómago se revolvía. Miró el reloj de la pared y sonrió al ver que solo faltaba media hora para que pudiera volver con Tzuyu; ese día, si fueran una pareja normal y no dos reas en una malsana relación de dueña y esclava, cumplirían 1 mes de relación.
—¿Feliz? —Preguntó una enfermera que se encontraba guardando utensilios quirúrgicos.
—En realidad, sí...
—¿Interrumpo? —Una chillona y molesta voz, cuyo acento marcado Sana ya conocía, se hizo oír.
Se giró en dirección a la puerta y llevó sus dos perfectas cejas al techo al ver a la ex puta de Tzuyu ahí; Elkie la miraba con un amago de superioridad, barriendo con desdén sobre el cuerpo de Sana con los ojos.
—Necesito que me des algo para la vagina, Tzuyu folla tan duro... tú sabes. —La china se encogió de hombros y se recostó en la camilla.
Sana chasqueó la lengua, con las ganas de vomitar haciéndose presentes al saber que su dueña seguía buscando carne putrefacta fuera de sus brazos.
—¿Hemorroides? —Preguntó la enfermera con una risilla contenida.
—No lo sé, supongo que la doctora tendrá que revisarme. —Levantó sus caderas y bajó su pantalón gris para que Sana hiciera su trabajo.
—Hmmm. —Sana buscó un salvavidas en la enfermera, quien le guiñó un ojo con complicidad.
—Bueno, la reclusa Minatozaki ya ha terminado su turno, pero pronto llegará el médico oficial, puedes esperarlo aquí de momento.
—¿No puede simplemente revisarme y ya? tengo cosas más importantes que hacer.
—No, lo siento... yo ya me tengo que ir. —No quiso dar mayores explicaciones.
Seguramente la china se burlaría en su rostro si le dijera que quería hacer algo especial para Tzuyu por el "mes de relación formal" que cumplían ese día. Sí, era tonto e infantil, pero aún así era una de las pocas situaciones normales a las que podía aferrarse en ese infierno; no se lo había comentado a Tzuyu, pero tenía la esperanza de que la idea le gustara.
Caminó hasta el gimnasio donde al no verla, preguntó a otras peleadoras. Sojung se encontraba ahí y como ya era costumbre, Sana la ignoraba; aún cuando la había pillado viéndola algunas veces, prefería fingir que no se daba cuenta. Recordaba las palabras de Sojung y su estómago se apretaba, aquella conocida sensación, ese presentimiento de que algo no estaba bien cada vez que la oriental se quedaba mirándola fijamente con tanta calma, como una depredadora a la espera. ¿Por qué le era tan familiar eso? sacudió su cabeza y saludó de lejos a unas cuantas conocidas, fieles a su dueña y llegó hasta la celda donde Tzuyu se encontraba recostada en la litera de arriba con un libro entre sus manos.
—¿Qué estás leyendo? —Preguntó la pediatra encaramándose para llegar hasta Tzuyu.
Gateó desde los pies de la cama, con su dueña viéndola por encima del libro, hasta quedar a horcajadas de Tzuyu y deslizó sus manos por los firmes pechos de Tzuyu, seducida con la idea de dejar sus uñas marcadas en voraces rasguños. —Ni idea, lo encontré botado en el patio. —Lo cerró y le mostró la cubierta a Sana.
Una desgastada tapa de cuero con letras borrosas mostraba "Rojo y negro" de Stendhal.
—¿Te gusta?
—Es interesante. —Murmuró Tzuyu dejando caer el libro al suelo.
Sana esbozó una pequeña sonrisa, inclinándose para besar a su dueña, sin embargo, el recuerdo de las palabras de la china la detuvo.
—¿Es verdad que te sigues acostando con la puta de Elkie? —Preguntó sin titubear y su expresión seria demostraba que no estaba para nada de acuerdo con eso.
—¿Qué? ¿de dónde sacaste eso?
—Ella misma me lo dijo. —Sana se alejó y se encogió de hombros, bajando la mirada hasta el borde del pantalón de Tzuyu, que comenzó a trazar con tres de sus dedos.
No podía fingir que las palabras de la china no le habían afectado, el dolor era real, todo en ella se desmoronaba de solo pensar que su dueña estaba con otra, no quería, la idea le era insoportable; si Tzuyu admitía su desliz, seguramente rompería a llorar ahí mismo. Tzuyu colocó sus manos en las caderas de Sana y presionó sus dedos, remojándose el labio inferior.
—Quizá si te bajaras de mí en algún momento podría haberme metido en otra vagina, maldita golosa.
—¿Eso es un no?
—Eso es un... debes estar malditamente bromeando. —Y fué como si le volvieran el alma al cuerpo, su dueña seguía siendo suya
Se inclinó hacia Tzuyu, quien dejó su cuello expuesto para que Sana se encajara en él. Le dió un lametón a la piel salada y caliente, de perfume femenino y que se tensaba por la suavidad y humedad de su lengua.
—Eres mía Tzuyu, mi dueña. —Ronroneó casi sin voz, comenzando a mover sus caderas para hacer fricción entre sus centros.
—Maricona arrogante... ¿quieres reclamarme? —Alejó una mano y con la otra obligó a Sana a levantar su culo, lo suficiente como para poder azotarle una fuerte nalgada.
Su corderita aulló un quejido de dolor y placer, encorvándose ante el azote sobre su glúteo.
—¡Sí, mía! —Exigió y se aferró a las sábanas, moviendo su trasero hacia atrás para incitar un segundo azote.
—Maldición ¿por qué me pone tanto verte celosa?
—Porque quieres ser mía, mi dueña.
—No te confundas Sana, la única con dueña aquí, eres tú.
—Jesús Tzuyu, solo cállate y fóllame que quiero que esta noche sea inolvidable.
—¿Y eso? ¿Dahyun te dió drogas? —Sana rodó los ojos, negó con la cabeza y se apartó para poder encontrar los fanales ónice de Tzuyu—¿Entonces?
—Hoy cumplimos 1 mes.
—¿De qué mierda estás hablando? —Entornó los ojos y hundió la parte posterior de su cabeza en la almohada para poder apartarse de la pediatra.
—1 mes desde que me hiciste realmente tuya, dueña.
—Jodida demente, la prisión te fundió el cerebro... —Pero sus palabras no iban con la sonrisa perfilada en sus labios, ni con el brillo posesivo de sus ojos, ni con los sensuales hoyuelos que adornaban su rostro.
—Una rosa y una daga, Tzuyu
— ... No de nuevo.
—Eso es lo que somos, ¿no lo ves de esa forma?
—Tú ganas, corderita. —Y Sana pensó que quizá, lo de ellas podría ser algo más que una tragedia fatídica.
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