Un mes en prisión y seguía viva, es que era una tipa dura, una de las hembras fuertes, de aquellas que costaba enfrentarlas sobre todo por su intrepidez y dedicación. Deberían darle una medalla de honor por su valentía y....

—¡No, Tzuyu! ¡me duele!— Gritó, un poco más agudo de lo que le hubiese gustado.

Su dueña tenía una mueca ácida en el rostro y quizá no era para menos, porque la situación no era de lo más agradable. Ahí estaban, en la celda de ambas en vez de estar comiendo el almuerzo, el paño húmedo que Tzuyu presionaba contra la mejilla golpeada de Sana, en un intento por bajar la hinchazón, comenzaba a entibiarse debido al calor que emanaba de la zona lastimada.

—Puta mariquita, mira que chillar por un golpe.

—Pero duele. —Ella se defendió.

—A ver si así aprendes a no meterte en peleas que no te conciernen, golfa intrusa.

Y quizá, solo quizá, Tzuyu tenía razón, porque Sana en definitiva no debería haber actuado como una súper héroe e intentado detener una pelea entre dos de las chicas con las que se sentaba a comer, simplemente fué mayor a ella. Cuando las vió tirándose el pelo y gritando como dos locas dementes, saltó para separarlas y a cambio obtuvo un empujón que la hizo trastabillar con los pies y golpearse el rostro con la esquina de una mesa.

—Solo quería ayudar. —Gimoteó por el dolor punzante.

—Ayuda a tu vagina a permanecer apartada de los problemas, mamona.

—Ugh.

Algunas veces, siempre, Tzuyu podía ser realmente desagradable.

—Ya, me aburrí de jugar a la doctora. —Soltó sobre los muslos de Sana el paño que había estado presionando sobre la mejilla de ésta y se colocó de pie, caminando hasta el corroído lavamanos.

—Me duele. —Refunfuñó con un puchero a punto de formarse en sus labios, presionando el paño sobre su propia mejilla lastimada. —Y ahora luzco fea.

Tzuyu la vió a través del reflejo del espejo, presionando la punta de su lengua en la comisura izquierda de su boca.

—Joder, mamona, ¿acaso te estás poniendo toda chineada para que te diga lo linda que luces? porque no, no corderita, luces como la mierda.

—Gracias. —Rodó los ojos.

Tzuyu enjuagó sus manos y volteó para ver a Sana.

—En realidad, no te entiendo, te digo que no te metas en problemas y lo haces, ni siquiera sé si debo protegerte, con lo que te gusta andar causando conflictos.

Sana bajó la mirada, el paso de aire se le cerró y se atragantó con una bocanada de aire.

—No lo hago. —Respondió de inmediato. —No, yo... no, Tzuyu.

—Ya, ¿no lo haces? ¿y qué es eso en tu mejilla entonces?

—Lo siento. —Sana quizá solo quería ser valiente.

—Da igual, no espero nada de ti. —Se encogió de hombros y tomó sus guantes de entrenamiento. —Me voy a entrenar.

Sana levantó el rostro, sus bonitas y largas pestañas agitándose quedamente, Tzuyu se estaba colocando los guantes con la mirada fija en Sana.

—Pu..puedo... —Tragó saliva. —¿Puedo ir contigo?

—No.

—B..bien, sí, de acuerdo.

—Si tú vienes, no me concentro.

Dios. ¿Cómo Tzuyu podía soltar cosas así de la nada? ¿No entendía cuan perjudicial era para el frágil equilibrio emocional de Sana escuchar algo así?

—Esta bien, no importa.

Iría a buscar a Dahyun o algo para matar el tiempo, ya que ese día no tenía que ayudar en la unidad médica. Demasiado tiempo libre, simplemente demasiado; el suficiente para hacer que una persona normal comenzara a desesperarse. Tzuyu avanzó hasta quedar cerca de Sana, se agachó y aplanó sus manos sobre las rodillas de la joven, quien la miraba en silencio, sin comprender que quería su dueña.

—Beso. —Fué todo lo que Tzuyu dijo.

Y Sana no debería haber sonreído, pero lo hizo, no debería haberse humedecido los labios, pero lo hizo.

—Beso. —Repitió la taiwanesa, llevando sus manos hasta las mejillas de Sana para sostenerle el rostro.

Cerró los ojos y juntó sus labios en un beso suave, se sentía como un primer beso; tenía sabor a inocencia y a primavera. Picoteó los labios de Tzuyu 3 veces antes de apartarse, ninguna dijo nada; comportándose como eternas cobardes jugando a ser valientes.

—De nuevo.— Exigió la Emperadora, había un brillo malsano en sus ojos, como quien descubre una nueva droga y se ha vuelto adicta a ella.

—Sí. —Sana obedeció y volvió a presionar un beso suave y casto sobre los labios de Tzuyu, era tan simple, un acto nímio que no debería provocar un burbujeo en su vientre o un temblor en sus manos, pero lo hacía; duró cientos de segundos, minutos, hasta que Sana necesitó boquear por aire. —¿Suficiente?—Tzuyu negó con la cabeza.

—No. —Gruñó. —Beso.

Sana sonrió y la besó, una y otra vez, picoteos tibios y cuidadosos. Los labios de Tzuyu sintiéndose como almohadas perfumadas en las cuales posarse.

—Cuando no estás siendo una gruñona, eres linda. —Susurró sobre los labios de Tzuyu.

—Coqueta. —Sonrió Tzuyu en respuesta, colocándose de pie cuando escuchó un golpe en la puerta.

Sana la vió apartarse y abrir la puerta oxidada, escuchó a Tzuyu murmurar algo inentendible y luego observó cómo se marchaba, no estaba esperando que su dueña se despidiera, ya estaba demasiado acostumbrada a que no lo hiciera. Fué a ver a Dahyun a su celda, sabía que la rubia alocada estaría ahí ya que ésta había mencionado algo sobre una tarde de belleza para chicas finas, sí, cosas de Dahyun. A esa hora había varias convictas transitando por los pasillos de Camp Alderson, buscando alguna actividad en la que ocupar su tiempo; sin mucho éxito, todas simplemente vagando de allá para acá en un bucle. De pronto una de las reas, una mujer a quien recordaba porque días atrás le regaló unos analgésicos en la unidad médica, la interceptó en el camino, lucía un poco acongojada y se restregaba el cuello con ansiedad, pálida y menoscabada, con un ligero suéter y zapatos rotos. Se veía miserable, como casi todas.

—¿¡Sí? —Preguntó Sana con un poco de inseguridad. La mujer miró en distintas direcciones antes de volver a centrar sus ojos en ella. —¿Ocurre algo?

—No, no, yo solo quería darte las gracias, por los analgésicos.

—Oh, está bien, no hay problema. —Se encogió de hombros e intentó seguir su trayecto a la celda de Dahyun, cuando una mano ceñida a su muñeca se lo impidió

—Oye, amiga...

Giró en dirección a la rea, con un rictus molesta plantada en sus facciones.

—Sí, sí, lo siento, es que quería darte algo en agradecimiento.

—No, así está bien, no tienes que darme nada.

—De verdad quiero hacerlo.

—Y yo de verdad te digo que no es necesario.

—Solo tómalo, ¿sí? —La mujer soltó a Sana, rebuscó en un bolsillo de su pantalón y una cajetilla de cigarros apareció ante los ojos de Sana —Es lo menos que puedo hacer.

—Uhm.

—No me gusta estar en deuda, solo acéptalo.

—Bien, de acuerdo, gracias.

Tomó la cajetilla, guardándola en su propio pantalón y agradeció varias veces a la convicta antes de continuar su paseo hasta la celda de la rubia, e ignoró las miradas que se posaron en ella, inquisidoras. ¿Por qué siempre parecía estar siendo observada? Bien, sí sabía por qué, Tzuyu era el por qué. El problema era que no entendía por qué era importante lo que ella hiciera, ella tenía una especie de ¿relación?, lo que fuera, con Tzuyu, no con las miles de convictas. Además, era primera vez que le daban algo en agradecimiento y sí, se sentía bien, una simple cajetilla de cigarros en Camp Alderson era un pequeño tesoro. Sin más contratiempos llegó a la celda de Dahyun, cuya puerta estaba abierta por lo que ingresó sin necesidad de tocar.

—¡Oh, joder! —Tapó sus ojos con una mano aplanada sobre su rostro, retrocediendo tres pasos y chocando con el umbral de la puerta.

—¡Sanake! justo estaba pensando en ti.

—Bien, no sé cómo deba tomarme eso considerando que te estás rasurando la vagina.

Mierda, mil demonios... ¡Que alguien vertiera ácido sobre sus ojos! acababa de ver como Yeri una reclusa, estaba pasando una rasuradora entre los pliegues de la vagina de Dahyun. Tendría pesadillas por el resto de su vida.

—¡Exagerada! es algo normal, ya deja de taparte los ojos.

—No hasta que hayas tapado tú vagina y la rasuradora esté a mil metros mí. —Escuchó a Dahyun bufar y una risa cómplice por parte de la otra convicta.

—Bien, ya estoy tapada. —Sana se destapó los ojos con recelo, entreabriéndolos y parpadeando con un mohín de asco, Dahyun rodó los ojos a eso, sentada con las piernas cruzadas y su intimidad tapada por una camiseta. —Pobre de tu novia, tener que comerte la vagina con pelo y todo.

—¿Es en serio? estamos en una puta prisión, no creo que tener la vagina depilada sea importante.

La rubia se llevó las manos a los pechos, luciendo horrorizada por las palabras de Sana. Yeri, la otra rea, lavaba la rasuradora en el lavamanos sin dejar de sonreír. Sana se dejó caer a un lado de Dahyun, apoyando su espalda en el frío concreto de la pared.

—Bien, ya debo irme, tengo un trabajo pendiente.

—Sí, cuídate.

—Lo intentaré. —Bromeó, con un amago de tristeza delator en la mirada. —Nos vemos luego. —Se despidió Yeri, dejando la rasuradora en una arcaica mesa al lado de la litera.

Sana y Dahyun se despidieron con un movimiento de mano, sonriendo condescendientes a la rea cuyo trabajo implicaba tomar mujeres por alguna limosna.

—¿Por qué no tiene a nadie que vea por ella? —Preguntó Sana, con un molesto pinchazo en su pecho al pensar en la miserable rea. —Es linda.

—No es tan fácil Sana, no es como si todas aquí pudieran tener una protectora, la mayoría debe valérselas por sí mismas, ya que no hay muchas mujeres dispuestas a cuidar de otra, ni siquiera a cambio de sexo.

—Pero...

—No pienses más en eso, así es la vida aquí, te acostumbrarás. —Sana dudaba bastante que eso llegara a ocurrir, sin embargo no dijo nada. Bajó su rostro y se encogió de hombros, apretando los labios y enfocando la vista en el suelo. —Ahora, volviendo a lo que es importante, Sanake, si piensas que puedes andar sucia como una puerca y no cuidarte solo porque... bien, estamos en una prisión, entonces, déjame decirte que estás en el grupo equivocado de amistades.

Sana miró a Dahyun, parpadeando lentamente, porque no, no podía creer lo que estaba diciendo la rubia y mucho menos la forma en que lo decía, casi sonaba a amenaza y sí, era un poco divertido.

—Pareces una maldita porrista popular, de esas abusivas que tienen nombres chulos.

—¡Ay, sí! ¿ves que puedes ser linda conmigo si lo intentas, Sanake?

—No te estoy halagando. —Ironizó con una sonrisa traidora.

—Me da igual, yo elijo que es un halago y que es una ofensa; ahora, ven y ayúdame a tener la vagina linda y suave. —Se intentó destapar sin éxito ya que Sana de inmediato colocó una mano sobre la intimidad de Dahyun, negando con la cabeza.

—No, olvídalo. —La rubia bufó y llevó los ojos al techo rebeldemente.

—Grosera.

—¿Tienes un encendedor? —Sana tanteó su bolsillo izquierdo y sacó la cajetilla de cigarros.

—Sí, en mi pantalón, ese de ahí. —Señaló un sucio pantalón gris que se encontraba en el suelo.

Sana llegó a él de un salto y sacó el encendedor para prender un cigarrillo.

—¿Quieres un cigarro?

—Oh, pero que elegante, ya incluso puedes ofrecer. —Bromeó, aceptando el cigarrillo que Sana estaba estirando hacia ella. —Asumo que las cosas con Tzuyu van bien.

—No es... —Se sofocó, con las palabras en su garganta. —Es decir, sí, van bien... creo. —Arrugó la nariz al recordar el carácter apático de su dueña, prendió el cigarrillo, dándole una profunda calada para llenar sus pulmones de aquella sustancia. —Pero esto no me lo dió ella.

Y estaba casi orgullosa por eso, más el rostro de Dahyun se contrajo en una mueca de desaprobación. Ya no había ningún rastro de diversión en sus facciones, sacó el cigarrillo de su boca y se remojó los labios, pasando la lengua por estos.

—Sanake... ¿cómo que no te los dió Tzuyu?—Preguntó con cierta cautela.

Sana, algo perdida por el notorio cambio en el tono de voz de la rubia, no sabía por qué todo se había tornado repentinamente serio; cuando pocos segundos antes estaban hablando de vaginas depiladas.

—¿Cuál es el problema? son solo cigarrillos y me los dió una de las mujeres que traté en la unidad médica como agradecimiento.

—¿Alguien te vió? —Sana le hizo un gesto con las manos, indicándole que no comprendía su pregunta. —¡Te estoy preguntando si alguien vió cuando la mujer te dió los cigarrillos!

—Sí, bueno, eso es obvio, ¿no lo es?

—Oh, mierda. —Dahyun pellizcó el puente de su nariz y se colocó de pie, tomando su pantalón gris del suelo y colocándoselo rápidamente. —Vamos.

—¿Qué? ¿Dónde?

—Devolverás estos malditos cigarrillos. — Arrebató el cigarrillo de la boca de Sana y lo pisó con la suela de uno de sus zapatos.

—No Dahyun ¿qué? Dios, estás actuando como una demente ¿qué demonios te pasa?

—¡Sana! no estás entendiendo... ¿no recuerdas cómo es que se obtienen las cosas acá en Camp Alderson?—Sana parpadeó y se mantuvo en silencio, la rubia soltó un gruñido desesperado y dejó caer su cabeza hacia atrás, como si estuviera resignandose. —Eres una idiota, mierda.

—Dahyun, no estoy entendiendo tu mierda, son unos putos cigarrillos.

—¡Y te los dió una mujer que no es Tzuyu!

—¿Cuál es el problema con eso?

—¿De verdad no ves el problema? no lo puedo creer joder. —Siseó, cruzándose de brazos y con el entrecejo arrugado, lucía molesta y su voz era dos octavas más alta. —El maldito problema es que ahora todas en Camp Alderson deben estar esparciendo el rumor de que te estás prostituyendo, idiota.

—¡¿Qué?! no, yo jamás...

—¡¿Ahora logras entender el problema?! —Gritó, alzando los brazos. —Aquí nadie regala nada, Sana, nadie y si te ven aceptando cosas de una rea van a pensar que estás abriéndote de piernas para ella y van a llevarle la mentira a Tzuyu.

Sana bajó la mirada, lágrimas se formaban en sus ojos debido a la impotencia, todo su cuerpo estaba tenso y sus manos hechas puños a los costados de sus caderas. ¿Cómo podían decir eso solo por haber aceptado una maldita cajetilla de cigarros? no tenía lógica.

—¿Por qué? Preguntó ahogando un hipido. —Solo quise... solo intentaba ser amable.

Dahyun pareció suavizarse ante el tono vulnerable y arrepentido de Sana.

—Pero aquí no existe la amabilidad, Sana, aquí necesitas tener un medio de pago para obtener cosas; yo tengo a Momo y Momo pelea, así obtiene las cosas que ella necesita y que yo le pido, pero no tengo otra forma de obtener beneficios si no es a través de Momo, todas lo saben y lo mismo ocurre contigo; tú quieres algo, se lo pides a Tzuyu, así es como funciona para nosotras.

—So..solo es una cajetilla de cigarros, no quiere decir que....Hipó. —A veces acepto cosas de ustedes, ¿no? e..es lo mismo. —Dahyun negó con la cabeza.

—Sanake, puedes aceptar cosas, regalos... de mí, de Momo y de las cercanas a Tzuyu, pero no, no confíes en mujeres que no conoces, no sabes... —Se detuvo de golpe, pues la figura de Tzuyu estaba en el marco de la puerta y su rostro no lucía expresión alguna. —Tzuyu.

Sana se volteó rápidamente, sintiendo un frío calarle los huesos al ver a su dueña ahí.

—Entrégame los putos cigarrillos. —Sana ahogó un jadeo, la voz de Tzuyu nunca había sonado tan profunda y fría, no le gustaba, no quería ser el motivo de su rabia; estiró su mano, la cual temblaba, en dirección a la Emperadora, la cajetilla de cigarros apenas si podía ser sostenida entre sus dedos trémulos. —¿Sabes lo que anda diciendo tu amiga?

Tzuyu ladeó una sonrisa, una que marcaba su hoyuelo izquierdo y Sana solo quería que dejara de verla así, con aquella malsana diversión pintando sus atractivas facciones.

—Y..yo... —Dahyun se paró a su lado y tomó su mano, quizá intentando darle valor, quizá intentando apoyarla.

—Dijo que se había acostado con mi puta a cambio de una cajetilla de cigarros.

—¡No! —Sollozó, negando con la cabeza. —Yo jamás...

—Que cualquiera puede venir y follarse a mi puta, incluso una cerda. —Apretó la cajetilla hasta que esta se rompió. —¿Es esto lo que buscabas?

—Por favor. —Pidió, dando un paso en dirección a la Emperadora, cuyo veneno podía sentirse como un perfume tóxico. —Solo quería...

—Ser amable, sí corderita, lo escuché. —Se acercó y tomó el mentón de Sana, sus dedos apretando con vesania la piel de la más baja. —Y tu amabilidad me está jodiendo los sesos.

—No lo haré nunca más...

—Por supuesto que no lo volverás a hacer, maldita, como vuelvas a andar aceptando chulerías de otra, te cortaré las tetas. —Tzuyu soltó a Sana y la recorrió con la mirada, decir que irradiaba cólera era bajar el perfil al enojo de la Emperadora. —Odio que seas tan fácil.

Sana negó con tanta fuerza que su cuello dolió, no quería pelear con Tzuyu, por nada del mundo quería volver a lo que tenían un mes atrás. —Había demasiados besos y caricias de por medio y no, realmente no podía arruinarse por su culpa. —No sabía. —Intentó justificarse, limpiándose las mejillas con el dorso de la mano.

Tzuyu alzó el mentón, mirándola con reproche, esos mismos labios que Sana había besado horas antes, estaban apretados con amargura.

—Hoy no te quiero en la celda, ya verás tú dónde vas a dormir.

Sana abrió la boca para protestar, pero Dahyun le apretó la mano, indicándole que guardara silencio, aceptó con un movimiento leve de cabeza y Tzuyu salió de la celda sin decir una sola palabra más. Dahyun sobó su espalda baja durante algunos minutos, susurrando palabras consoladoras.

—Vas a estar bien, Sana, vas a estar bien. —Suspiró Dahyun, apoyando su cabeza en el hombro de Sana.

—Voy a volverme loca, Dahyun, esta prisión va a volverme loca. —Se jaló los cabellos con rabia.

No podía ser parte de eso, nunca encajaría y seguramente terminaría pagando el precio por ello. Fué difícil retomar el ritmo después de eso, Sana estaba demasiado asustada de hacer cualquier cosa que molestara a Tzuyu y esta parecía no querer hablarle siquiera, habían tenido demasiados encuentros desde la última vez. Parecía que Tzuyu buscaba motivos para alejarse de ella y Sana no encontraba la forma de mejorar la situación; para empeorar las cosas estaba enferma, realmente mal, tenía una gripe que se sentía como una tortura en vida y que la tenía transpirando frío debido a la fiebre; por lo que ahí estaba, envuelta en las mantas y temblando como una hoja al viento, su frente mojada por el sudor y sus cuerdas vocales irritadas. Ni siquiera se había levantado para ir a desayunar, mucho menos almorzar, el mareo se hacía presente apenas se intentaba sentar en la cama, por lo que ya se había resignado a morir de hambre.

Y como Tzuyu nuevamente no le hablaba, no sabía del precario estado en el que se encontraba. Sana tampoco se hacía falsas esperanzas con que a su dueña le importara; sí, miserable, eso era ella, un aplauso por favor. Estornudó, sorbiendo su nariz la cual estaba roja e irritada, hecha una ovilla y recordando como su mamá la cuidaba siempre que se enfermaba. Mierda, para empeorar las cosas, se estaba poniendo sensible, en realidad, Sana era de por sí, demasiado sensible y eso no era bueno, no cuando se encontraba en una de las peores penitenciarias del gobierno, cumpliendo una condena por 5 malditos años. Hundió su rostro en la almohada para ahogar un grito de frustración y tristeza, se sentía demasiada sola y vulnerable; algo a lo que no estaba acostumbrada. Escuchó unas pisadas y como cerraban la puerta de la celda, quiso salir de su escondite para ver quién era, pero simplemente no pudo, las mantas sobre su cabeza pesaban demasiado y su cuerpo no tenía fuerzas.

—¿Ya estás muerta o qué?

Tzuyu, naturalmente... Sana se acurrucó en sí misma y no respondió a la molesta pregunta. La cabeza le dolía demasiado y lo último que necesitaba era tener una discusión en ese momento.

—Oh, así que andas valiente, no respondes, perfecto. —Las mantas sobre su cuerpo fueron removidas bruscamente, sorbió su nariz y levantó la vista, sacudiendo sus pestañas con delicadeza. —¡¿Qué demonios te pasó?! —Tzuyu la observaba con labios entreabiertos y el ceño fruncido, notoriamente sorprendida por el mal estado en el que se encontraba Sana.

—Me... —Tragó. —Me enfermé.

—Sí, eso veo, estás horrible y apestas. —Se burló, pinchándose la nariz con dos dedos, el labio inferior de Sana tembló y un hipido escapó de sus afiebrados labios, Tzuyu dejó de sonreír en ese momento. —Oye, ya, no vas a llorar por eso, ¿verdad?

—Eres... —Sorbió su nariz, frotándose los ojos con sus pequeñas manos hechas puños. —T..tan mala conmigo.

—Venga...

—N..ni siquiera... —Balbuceó, tragando su llanto. —Te importa que, que me sienta mal.

Tzuyu parpadeó, llevándose una mano a la nuca para frotársela en un gesto que denotaba incomodidad.

—Joder, ya, uhm, ¿quieres agua o algo? —Y Sana estalló en un llanto dramático, volteándose y escondiendo el rostro en su pequeña almohada, era simplemente demasiado y la fiebre no ayudaba, Tzuyu tampoco. —¿Pero qué...?

—Me odias. —Sollozó, negando con la cabeza y sus hombros sacudiéndose en pequeños espasmos debido al llanto. —¡Todas me odian!

—Mujercita...

Sana permaneció llorando unos cuantos minutos más, siendo consciente de que se veía patética, pero no le importaba; en ese momento nada le importaba, ni siquiera la idiota sin sentimientos de su dueña, a la cual seguía recriminando entre balbuceos e hipidos. Y escuchó la puerta ser abierta y cerrada nuevamente.

—I..idiota. —Lloriqueó. —Tonta, ins..insensible.

No quería dormir, quería seguir maldiciendo a Tzuyu hasta que no le quedara voz, sin embargo, su cuerpo parecía tener otros planes por lo que se quedó dormida al cabo de unos cuantos minutos, presa de la fiebre y de su pobre condición física. Sana no comprendía con exactitud qué ocurría, solamente que estaba teniendo un buen sueño, aún cuando debía respirar por la boca y todo su cuerpo tiritaba, pero hey, eso se sentía bien, era como una caricia en su rostro y estaba fría. Sana se removió, jadeando al sentir el contacto frío en su frente.

—¿Estás despierta, insolente?

Pestañeó, haciendo uso de sus pocas facultades motrices y sí, estaba malditamente alucinando, no, quizá ya estaba muerta, eso era mucho más probable que tener a Tzuyu sentada a su lado, limpiándole el rostro con un paño mojado y una expresión de preocupación en el rostro. Sana quería llorar nuevamente.

—L..lo sien...

—Shhh. —Siseó su dueña, haciéndola callar en el momento. —No hables corderita, mira que ya casi y te mueres.

Asintió débilmente, cerrando los ojos y dejando que la cruel bestia siguiera cuidándola. Una parte de ella insistía en que estaba soñando, pero la sensación de alivio en su cabeza, al tener un paño bajándole la fiebre, le demostraba que sí, era real, Tzuyu estaba cuidando de ella. Después de todo, su dueña seguía ahí. ¿Cómo debía sentirse al respecto? Escuchó unos ligeros golpes en la puerta y sintió como el colchón dejaba de estar hundido en el lugar donde Tzuyu se encontraba, gimoteó lastimeramente al sentir la perdida de contacto porque en ese momento necesitaba más, necesitaba todo. Tzuyu abrió la puerta, encontrándose con su compañera de crimen, Momo, al otro lado, la mujer le estiró una bolsa de papel a la Emperadora, quien la abrió en el acto, revisando su contenido.

—¿Me trajiste todo lo que te pedí?

—Sabes que sí, ahora le traen comida y Dahyun manda sus condolencias por la muerta.

—Imbéciles, se me muere la mamona y quemaré toda la prisión, con ustedes dentro.

—Qué bello es el amor. —Suspiró Momo, dramáticamente.

—Saca tu vagina de aquí antes de que te demuestre mi amor con golpes, imbécil. —Gruñó, indicándole con la cabeza que desapareciera o llevaría a cabo su amenaza.

Momo se carcajeó y palmeó el hombro de Tzuyu antes de retirarse, gritando como nadie la valoraba y lo poco amada que se sentía. Sana tosió, quizá exagerando un poquito, pero no podían culparla, quería toda la atención del mundo, quería sentirse querida y ser acurrucada, que le dieran mimos y besos por el rostro y....

—Ya, pedazo de mierda, levanta el culo para que pueda tomarte la temperatura.

—¡No! —Gritó con pánico, llevándose ambas manos a su trasero, de manera protectora. Tzuyu chasqueó con la lengua y sacó un termómetro de la bolsa, caminando hasta la cama en donde una temblorosa y sollozante Sana negaba débilmente. —No quiero, no quiero, no quiero.

Tzuyu lanzó la bolsa de papel sobre la mesa que estaba al lado de la litera, encajada contra la pared de concreto.

—¡¿Pero y a mí qué me importa lo que tú quieras?! más encima eres una desagradecida, levanta el culo y deja que te tome la puta temperatura. —Comenzó a forcejear con el pantalón de Sana, incrustando los dedos en el borde de este con una mano, mientras la otra sostenía el termómetro. Sana se removía intentando soltarse del agarre de Tzuyu sollozando que iba a doler y que no quería esa cosa en su culo. —¡Deja de moverte, hija de puta!

—¡No quiero e..esa cosa! —Lloriqueó, plantando sus pies en el colchón e intentando alejar a Tzuyu sin éxito. —¡Pu..pu..puedes ponerlo en mi boca!

—¡Venga y más encima te pones insoportable!

Y sí, para variar no se estaban entendiendo por lo que continuaron en aquella extraña y nada fructífera discusión, hasta que Sana se sintió demasiada mareada para continuar, por lo que tuvo que dejarse caer sobre el colchón como peso muerto, sus mejillas estaban rojas y sus ojos vidriosos e hinchados, sus labios partidos debido a la fiebre y todo el cuerpo le dolía.

—N..no quiero. —Gimoteó en un último intento y Tzuyu bufó, pasándose los dedos de una mano por el cabello y maldiciendo en un murmullo. —Por favor, mu..muy mucho.

—Mierda, eres imposible, corderita. —Sana hizo sobresalir su labio inferior, sorbiendo su nariz, sí, estaba usando la artillería pesada, pero era una situación extrema y no, no quería tener esa cosa en el culo.-Ya, pues entonces te mueres y listo.

—¿P..puedo? —Preguntó estirando su mano al termómetro.

Tzuyu puso los ojos en blanco y se lo entregó, sin decir una sola palabra al respecto.

Sana comprobó que el mercurio estuviera en la temperatura adecuada y abrió un poco la boca, acomodando la punta metálica del termómetro bajo su lengua.

—¿Qué demonios haces? —Preguntó Tzuyu con una ceja perfectamente enarcada y rascándose la mandíbula con una mano. Sana, con su rostro hecho un desastre, se encogió de hombros y palpó el termómetro con su dedo índice. —No soy una puta adivina, Sana.

Sana exhaló pesadamente por la nariz y cerró los ojos, esperando unos cuantos minutos antes de abrir la boca y sacar el termómetro. No alcanzó a ver los grados marcados ya que Tzuyu le arrebató el fino artilugio de un manotazo.

—¿Ves?

—¿Es en serio? —Preguntó, realmente sorprendida, la taiwanesa. —¿Puedes saber tu temperatura poniéndote esta cosa en la boca?

—Uh, sí... generalmente así es como funciona, Tzuyu.

—Ya. —Se rascó el mentón, la curiosidad reflejada en las líneas de su rostro, al igual que una niña pequeña. —Me hubieras dicho antes.

—Lo intenté.

—Bueno, no me puedes culpar, meter esta cosa en tu culo sigue pareciéndome una mejor idea. —Sonrió triunfal, agitando el termómetro entre sus dedos, llevó una mano a la frente de Sana, borrando la sonrisa de su rostro automáticamente. —Esto dice que estás con mucha fiebre, voy a darte una pastilla de esas que te bajan la temperatura.

—¿Cómo se llama?

—¿Qué importa? la conseguí para ti y vas a tomarla. —Abrió la boca para contestar pero la mirada poco amistosa de Tzuyu le dijo que no era buena idea, por lo que se limitó a asentir. —Así me gusta, cuando eres una buena corderita ¿ves? te pones mona y dejamos de pelear.

—Eres tú la que pelea.

—Voy a perdonarte eso solo porque estás enferma, seguro es la fiebre. —Se colocó de pie y caminó hasta el lavamanos, girando el paso del agua y llenando un vaso con esta.

—No fué la fiebre quien me ha estado ignorando.

—Mierda, me jodes como no tienes idea. —Gruñó y tomó la bolsa de papel haciendo crujir el material.

Se acercó nuevamente a Sana con la bolsa de papel en una mano y un vaso de agua en la otra.

—Lo siento. —Tzuyu hizo un sonido ronco en respuesta, sus ojos en la bolsa la cual escarbaba con una mano.

—Aquí está, ten, esta cosa es buena... abre la boca. —Sana sonrió, recordando la primera noche que llegó a Camp Alderson y Tzuyu le dijo eso mismo. —¿De qué te ríes ahora?

—Cuando... cuando recién llegué, me dijiste eso. —Tzuyu frunció el ceño, intentando recordar.

Colocó la tableta sobre los labios de Sana, quien aceptó el medicamento.

—¿Eso?

—Abre la boca. —Respondió Sana.

Bebió del agua que Tzuyu colocaba frente a sus labios, su garganta sintiéndose áspera e inflamada. Gimió bajito a causa del dolor y Tzuyu no le quitaba los ojos de encima, lucía preocupada, o era la fiebre que la hacía ver cosas que no existían.

—Hmmm.

—Y luego lamiste mis labios.

—Sí, lo hice, ¿verdad? —Se miraron unos segundos en silencio, era la primera conversación decente que tenían desde la pelea a causa de la malparida mentirosa que inventó que Sana se prostituía. —¿Cómo no hacerlo? tienes esa boquita de puta que me calienta tanto.

—¿Y por qué no me has besado entonces?

—¿Quieres que te bese, corderita?

—Quiero, siempre, aún cuando estamos enojadas.

—No tienes derecho a enojarte, mamona y lo sabes.

—¿Vas a besarme o no? —Preguntó Sana con un puchero en los labios y los ojitos brillantes debido a la gripe.

—La fiebre te vuelve una insolente. —Y Tzuyu se acercó, y la besó, simples labios encontrándose gentilmente, casi con timidez.

Sana respiró el aliento de Tzuyu unos segundos hasta que tuvo que separarse para respirar profundo a través de la boca, maldita nariz congestionada.

—¿Otro? —Preguntó casi sin voz.

—No puedo decirle que no a una enferma.

Y se besaron nuevamente, con una mano de Tzuyu acunándole el rostro, acariciando su mejilla con dedos fríos; se sentía tocar el paraíso.

—No quiero pelear contigo. —Llevó una mano a los pechos de Tzuyu, curvándola sobre su pecho izquierdo, justo a la altura del corazón.—Porque me duele aquí.

—¿Sí? me gustaría saber que se siente tener uno de esos.

Sana curvó sus labios con tristeza, porque no sabía hasta qué punto eso era una broma o era la innegable verdad, Sana se preguntaba constantemente que habría ocurrido si en vez de Tzuyu le hubiera tocado otra compañera de celda y la conclusión siempre era la misma; habría terminado muerta. Para las que eran como ella, débiles o tranquilas, la estadía en Camp Alderson era prácticamente una tortura, iba más allá de una simple restricción de la libertad y un mal entorno; era un infierno, eran abusadas por otras reas y vivían a base de migajas que lograban obtener de los que llevaban las riendas de la prisión. Las guardias eran tan inútiles como despiadadas y solo por obtener algo de diversión, eran capaces de permitir las más viles atrocidades. Sana ya lo sabía; ya las había visto mofarse de un chica siendo abusada y apostando cuánto duraría antes de desmayarse, era horrible y había días en los que no tenía ni fuerzas para salir de la cama, a sabiendas de lo que encontraría afuera. A Tzuyu parecía no importarle en lo más mínimo lo que ocurría en Camp Alderson y Sana no tenía el valor para pedirle que hiciera algo al respecto, tampoco era tan ingenua para creer que algo cambiaría si llegaba a hablar con Tzuyu sobre sus miedos y lo mal que dormía pensando en que podría ser ella quien terminaría siendo abusada en algún momento. Dahyun le decía constantemente que dejara el miedo de lado, que nadie se acercaría a ella porque Tzuyu siempre le tenía un ojo encima. Sana no podía fingir que no las había visto, como siempre parecía haber alguna perra de Tzuyu a su espalda, cuidándola o vigilándola y la diferencia no importaba. Como en ese preciso instante; Sana se encontraba en el patio; un cigarrillo en su boca y su menudo cuerpo estando cubierto por las ropas de Tzuyu.

—Creo que voy a comenzar a pelear. —Dijo Dahyun de la nada, ignorando a la subordinada de Tzuyu, quien a poca distancia las miraba fijamente, apenas parpadeando.

—Dahyun... —Suspiró Sana en respuesta.

—¡¿Qué?! es una idea maravillosa, Sanake, seré la Emperadora y créeme. Apuntó a un grupo de mujeres quienes peleaban en ese momento. —Esas cosas dejarán de ocurrir.

— ... Como digas, Dubu.

—¿Dubu?

—¿Te suena Sanake? sí, ¿ese ridículo apodo que tú me pusiste? bien, esto es simplemente la venganza.

—Tu corazón es negro, no me gusta, pero Dubu es lindo... duh, yo soy linda, obviamente todo me queda. —Sonrió socarrona y guiñó un ojo a Sana —Buen intento, Sanake.

—Tu ego a veces es más grande que mi culo.

—Dios me libre.

Se mantuvieron en silencio unos cuantos segundos, hasta que Dahyun, quien por naturaleza no era buena manteniéndose callada, decidió que debía hablar:

—¿Y como va tu cosa esa? la de ser doctora.

—Pues bien, creo. —Suspiró, intentando en vano ordenarse el cabello que caía frente a sus ojos—Es increíble la cantidad de reas que llegan a medio morir.

—Qué horror, no entiendo cómo puedes trabajar en eso... realmente eres tan rara.

—No soy la única médico en el mundo, ¿sabías? es una vocación... —todos merecen la oportunidad de vivir decentemente, aun las criminales.

—¡Ay, basta! odio cuando haces que me sienta mal... Eres como una conciencia, pero enana. —Sana rodó los ojos, Dahyun siempre se metía con su estatura, lo cual no, no era agradable teniendo en cuenta que ella era más baja. —Pero bueno, a la loca de tu dueña le gusta... Momo dice que Tzuyu siempre anda como chula pomposa, hablando sobre lo inteligente que es la mamona que llegó a su celda.

—¿E..en serio? —Preguntó con sus mejillas ruborizadas y su labio inferior siendo mordisqueado.

—Sí. —Dahyun se recogió de hombros y entornó los ojos al ver como Momo aparecía en su campo de visión con una delgada morena intentando colgársele del brazo. —Esa hija de puta...

—¿No piensas detenerla?

—¡No! ni siquiera me importa. —Hizo un desdén con la mano. —Por mí, que se muera ahogada en flujos vaginales.

—Creo que tú eres más propensa a ese tipo de muerte. —Bromeó.

—Ojalá Tzuyu te pegue las pulgas.

—Le mencionaré tus buenos deseos. —Contestó Sana triunfal, ganándose un golpe en el brazo por parte de la rubia

—Genial y de paso le das el cuchillo, perro traidor.

—Tengo vagina por lo que estaría siendo perra traidora, gracias.

—¡No en mi reino! —Exclamó exageradamente, como era normal en ella, típico de Dahyun —Eres de las mías o eres de esas... —Apuntó a la morena con la que estaba Momo, casi con indignación.

—Sí, sí, como digas...

Dahyun le puso una mano en la boca y la obligó a callar, gruñendo sobre como Sana era la peor amiga del mundo. La castaña ya estaba acostumbrada al carácter magnánimo y exagerado de Dahyun, pero era su amiga. Sí, Dahyun lo era, ¿verdad? dentro de aquel infierno, era la única persona en la que Sana confiaría, bueno, no la única, quizá había una taiwanesa en quien Sana confiaba, pero se negaba a admitirlo. Tzuyu, maldita idiota, sí, maldita estúpida idiota, con su cabello mojado y su cuerpo bien tonificado, con esos ojos ónices y esos dedos que la tocaban como si... ¡Dios! ¿Podía dejar de usar su humedad para pensar?

—Hey, ahí viene Tzuyu. —Avisó Dahyun.

Genial, simplemente genial, ¿no? ahí estaba su dueña, caminando hacia ella con sus piernas largas y su abdomen descubierto. Las demás reas bajaban la cabeza por inercia cuando Tzuyu pasaba por su lado; tétrico, era una mujer horrible, tan macabra. ¡La peor! Y Sana estaba sonriendo como estúpida en su dirección. ¡Bravo!

—¿Por qué estás sonriendo, mamona? —Gruñó Tzuyu al quedar a poca distancia de Sana.

¿Cómo podía existir una mujer tan encantadora?

—No era por ti. —Respondió bajando la vista. —Dahyun, ella... acaba de contarme un chiste, ¿verdad Dubu?

La rubia bufó y asintió lento, como si no quisiera seguir la mentira de Sana.

—Ya... ¿me ves cara de estúpida?

Sana apretó los labios para no responder algo de lo que después se arrepentiría.

—Sí, todas en realidad. —Respondió la rubia dando un brinco de su asiento para luego salir corriendo, apresurada.

Tzuyu intentó agarrarla, pero no fué lo suficientemente rápida.

—Esa hija de puta...

—¿Necesitas algo? —Preguntó la castaña velozmente, escavando con los dedos de su mano izquierda la muñeca de Tzuyu, en un intento por sostenerla.

Tzuyu se soltó bruscamente y la recorrió con la mirada.

—No te he visto en todo el día, no me gusta. —Dijo como si nada, y no, no era "Nada" era mucho, tanto que el corazón de Sana dolía por la rapidez con la que latía. —No lo hagas.

—Uhm... estuve, ya sabes, ayudando en la unidad médica. —Intentó justificarse, su voz siendo un arrullo avergonzado, a la par de su rostro sonrojado. —Y después vine por un cigarrillo, con Dahyun.

—Ya... ¿y no hay tiempo para mí?

Oh, bien, si lo ponía de esa manera.

—¿Me extrañabas? ¿quizá? —Preguntó Sana tentando su suerte.

Tzuyu sonrió en respuesta, labios estirados y pomposos hoyuelos a la vista.

—Es que eres algo especial, mujercita... lo eres. —Se pasó una mano por la extensión de su cabello, sin dejar de sonreír, sus orbes ónices estaban fijos en Sana—No creo que alguien alguna vez, además de ti, haya insinuado que yo podría hacer eso, extrañar a alguien.

—Uhm, es no..normal hacerlo, ¿sí? eres humana...

—Estás tan loca, corderita, con razón terminaste aquí. —Se inclinó para sujetar el rostro de Sana mediante su mentón, dejando un rastro brillante de saliva sobre sus propios labios al humedecerlos con la lengua. —¿Por qué no vamos a nuestra celda? así te demuestro cuanto esta ser humana te ha extrañado.

Y sana no podía sentir mariposas, era hierro caliente atravesándole el vientre. ¿Lo peor? comenzaba gustarle sentir eso.

Es una teoría bien fundamentada y argumentada que el ser humano es un animal de costumbre, que si se le expone a ciertos estímulos durante un periodo prolongado de tiempo, adquirirá respuestas condicionadas. Minatozaki Sana era un ejemplo de ello, su estimulo era Tzuyu y su respuesta condicionada; bueno, eso se vería más adelante. Ese día cumplía 2 meses en Camp Alderson y ya se había adaptado a su estadía no tan temporal en la cárcel, sus días transcurrían en un antagonismo de sosiego y adrenalina; por una parte, se centraba en su trabajo como ayudante en la unidad médica y, por otro lado, en su dueña, Tzuyu, su desequilibrada e insensata dueña. Sana ya había perdido la cuenta de las veces que estuvieron a punto de follar, pero siempre era ella quien se acobardaba y por alguna razón, que científicamente no tenía explicación, Tzuyu se detenía. La taiwanesa gruñía, pateaba cosas y maldecía, quebraba unos cuantos huesos debido a la frustración y amenazaba a Sana con ofrecerla a cada reclusa de Camp Alderson para que la violaran; pero eso no ocurría. Dios, no.

La pediatra incluso podía apostar que Tzuyu había impuesto alguna clase de barrera invisible a su alrededor y es que absolutamente nadie, además de su grupo de amistades, se acercaba a ella, hasta su amiga la vaca mutante, le quitó los ojos de encima después de cabrear a Tzuyu y que esta le fracturara todos los dedos de ambas manos, le botara unos cuantos dientes y amenazara con castrarla; se lo merecía, había intentado acorralar a Sana en el patio. Dahyun era quien más disfrutaba de la situación, incluso se pavoneaba como una loca histérica diciendo que ella y Sana eran como las cortesanas de la realeza, protegidas por la corte imperial, ¿demente? sí, Sana ya se había resignado a eso. Por su parte, ella intentaba mantener un perfil bajo, no incitar problemas y mantenerse al margen de situaciones que podrían cabrear a su dueña; el problema era que Tzuyu se cabreaba por todo y por alguna razón los problemas perseguían a Sana, como la vez que aceptó una cajetilla de cigarrillos de una convicta a la que curó en la unidad médica. Sí, Sana en ese entonces no sabía la cantidad de problemas que podría traerle algo tan simple como aceptar un regalo y ese era el problema, que en Camp Alderson nadie regalaba nada, por lo que los rumores esparcidos distaban bastante de la verdad y a los oídos de Tzuyu llegó algo bastante distinto; algo que Sana jamás sería capaz de hacer, prostituirse. Y aun cuando su dueña supo la verdad, en castigo, la echó de su celda esa noche, Sana tuvo que esconderse de las guardias, quienes la molerían a golpes si la pillaban afuera en los baños viejos, unas instalaciones putrefactas que ya nadie usaba y que la dejaron con un dolor de estómago por una semana. Sí, ese día comprendió que su labor como doctora debía limitarse a sus escuetas horas en la unidad médica.

O la vez en que Sana le reprochó a Tzuyu por la china y su dueña se llevó a la puta a la celda de ambas, donde se la folló toda la noche en la cama de Sana, la pediatra se negó 3 días completos a dirigirle la palabra a la Emperadora y terminó con un labio roto cuando Tzuyu la abofeteó, luego de que se negara a corresponderle un beso; así mismo, ocurrieron más situaciones que colocaron a Tzuyu como una bestia y que fustigaron a Sana, pero maldita fuera la debilidad de la doctora, siempre terminaba perdonando mentalmente a su siniestra dueña y es que Tzuyu seguía haciendo cosas que le impedían a Sana odiarla del todo. Como cuando mandó a cambiar el colchón de la cama de Sana y le consiguió un juego de sábanas nuevas, limpias y suavecitas, Sana podría jurar que fué su manera de remendar lo que ocurrió con la china. ¿Que no era mucho? ¡Vamos! Era un colchón nuevo, sábanas nuevas, incluso Dahyun había gritado cuando Sana le contó, es decir, un colchón real, uno en el cual Sana había encontrado su pasatiempo favorito; acurrucarse y fingir dormir mientras Tzuyu peleaba con el saco de boxeo.

O cuando Sana se resfrió y Tzuyu la cuidó durante 3 días con la excusa de que no quería salir de la celda, por lo que se quedó ahí, haciéndole compañía y asegurándose de que la desventurada corderita tomara sus medicamentos y comiera como correspondía, incluso consiguió un hervidor de agua eléctrico para hacerle sus tazas de té herbales; según Dahyun fué una petición que le hizo a su mecenas y eso era decir mucho pues Tzuyu odiaba pedirle cosas a su mecenas. Oh sí, Tzuyu sabía cuándo la cagaba y aunque jamás lo llegase a aceptar, ella estaba segura de que, de alguna forma, la demente Emperadora buscaba disculparse con sus acciones aparentemente desinteresadas y caprichosas, como una niña, así actuaba Tzuyu a los ojos de Sana; como una niña que no comprendía la magnitud de sus acciones hasta que el daño ya estaba hecho y luego no sabía cómo remediarlo.

Así mismo, Sana tenía sus propias maneras para demostrar su descontento; como no dejar a Tzuyu follársela, ese era un secreto de ambas, algo que nadie en Camp Alderson podría siquiera imaginar. Que la aterradora Chou Tzuyu sucumbía ante los ruegos de su puta para que no se la follara y no lo haría hasta que Sana estuviera completamente segura de que su integridad emocional no corría riesgo alguno si se entregaba a esa mujer, o ese era su plan, mas no lo estaba llevando muy bien con Tzuyu arriba suyo comiéndole la boca mientras frotaban sus cuerpos semidesnudos bajo las mantas de la cama de Sana. Sus uñas se enterraban en la espalda sudada de Tzuyu, su cadera se mecía en un vaivén magistral y necesitado, los gemidos que su garganta formaba por la contracción de sus músculos vocales, eran tragados por la contraria; el aroma de Tzuyu, tan femenino y sensual, embriagaba sus sentidos. Estaba absorta, sumida en la deliciosa y agonizante sensación de tener a su dueña, encima, enjaulándola con su cuerpo, hundiendo sus pies en el colchón para simular duras y gruesas embestidas mientras con sus manos apretaba los pechos de Sana, acariciando sus pequeños y rosados pezones; sensibles por la sobre estimulación. el cabello de Sana se pegaba a su frente por el sudor, todo su cuerpo quemaba y las pulsaciones de su músculo cardiaco se escuchaban, como un eco ensordecedor, en las paredes. ¿Cómo habían terminado así? se suponía que estaba enojada con Tzuyu. ¿Por qué estaba enojada con Tzuyu? quizá le costaba un poco recordarlo teniendo a Tzuyu encima, jadeando denso en su oído. Oh, ya recordaba, el por qué se suponía que estaba enojada con Tzuyu; fué un caso fortuito en el que una rea, una paciente en la unidad médica bromeó sobre Sana dejando a Tzuyu para irse con ella, una broma, fué una broma y Sana sabía que era una maldita broma. Lo que sí, se carcajeó ya que no había posibilidad de que su paciente lo dijera en serio y mucho menos de que eso ocurriera, lamentablemente para la convicta, Tzuyu había entrado a la unidad médica justo cuando el comentario salió de su boca y sí, quizá la mujer ahora tendría una estadía mucho más larga en la unidad médica de no ser porque Tzuyu le prohibió la entrada a dicha estancia. No importaba las veces que Tzuyu repitiera que solo estaba cuidando lo que le pertenecía, para Sana eran estúpidos y simples celos y algún día se lo diría... quizá o simplemente se tatuaría una "T" en la vagina para hacerla feliz. Dios, estaba comenzando a desquiciarse.

—Mi dueña, mi dueña. —Ronroneó suplicante cuando Tzuyu finalmente dejó libre sus labios para enfocarse en su cuello.

Sintió la succión de su piel, a sabiendas de que al día siguiente presumiría furiosas marcas de besos en matices rojizas y violáceas.El clamor de su voz hacía a Tzuyu ronronear complacida.

—¿Qué voy a hacer contigo, corderita coqueta? —Llevó una mano a las mejillas del trasero de Sana y apretó con poderío.—¿Te gusta, verdad? que ande rompiendo huesos porque no puedes dejar de moverles el culo a esas bastardas.

—No. —Negó con la cabeza, retorciéndose cuando Tzuyu comenzó a jugar con el borde de sus bragas.

—Sí, te gusta que te reclame, te gusta que todas sepan que eres solamente mi puta, Sana, no mientas.

—N..no me gusta la...., no quiero que lastimes a mis p..pacientes.

—¿Pacientes? —Se mofó. —No te engañes Sana, ninguna de esas mujeres te ve como una doctora, para ellas no eres más que una puta fácil que se escuda en la vagina de la Emperadora.

—No soy una... —Gimió agudo, hundiendo su cabeza en la almohada. —Dios... No, n..no soy una puta fácil.

—¿Ah, no?—Introdujo su mano en las bragas de Sana.

—No, n..no.

—¿Y que eres, Sana? porque yo solo veo una jodida necesitada que quiere dejarme en vergüenza, comportándose como si no tuviera dueña. —Deslizó su dedo índice y corazón por los pliegues de la vagina de Sana, presionando con su pulgar el rosado orificio vaginal de la americana.

—Soy tuya.

—¿Qué dijiste? repítelo.

—Soy tuya, mi dueña, tu Sana, tu corderi... ¡Joder! —La entrada de Sana palpitaba en anticipación.

Llevaban un jodido mes entre juegos, sin llegar a la consumación del sexo y comenzaba a necesitarla más de lo que podía admitir.

—Entonces respétame, Sana o me obligarás a encadenarte a esta cama.

En ese momento las amenazas de Tzuyu poco efecto tenían en ella, en su cabeza lo único que circundaba era la necesidad por volver a sentir los gruesos y suaves labios de Sana, llevó sus manos temblorosas al rostro de la otra y la jaló para que volviera a besarla, el deseo se retrataba en su rostro, en cada pincelada de sus lustrosas y delicadas facciones. Tzuyu podría castigarla y negarle tan ansiado beso, mas no lo hizo. La mujer volvió a subir, lamiendo la dulce piel de Sana y depositando besos en su barbilla, Tzuyu le perfiló los labios con la punta de su caliente y rosada lengua antes de introducirse de lleno en su boca, volvió a perpetuar bestiales estocadas para friccionar sus pelvis, deleitándose con las piernas de Sana que se enredaban a su cadera con afán, como si no quisiera dejarla ir. Su apetito por la doctora crecía de manera desmesurada con cada día y poco a poco iba perdiendo el control sobre lo que esa ingenua y bondadosa médico le hacía sentir.

—Tzuyu, ya n..no aguanto. —Le susurró agónica, presionando sus dedos en el rostro de Tzuyu, con los labios entrecerrados.

Era una imagen digna de una diosa, un capricho de la creación humana. Sus mejillas ruborizadas, sus labios cereza que se sentían afiebrados y llenos, la forma en que el aire salía de su pequeña y respingona nariz, dulzón y espeso, como sus ojos parecía querer tragársela con glotonería.

—Ruega por ello, Sana. —Con una sonrisa malvada ladeándose en su perfecta boca, deslizó su mano del orificio vaginal de Sana hasta su hinchado y húmedo clítoris, apretándolo con fuerza y presionando sobre el con su dedo pulgar. Su dócil corderita arqueó su espalda y jadeó en anticipación, Tzuyu sentía las pulsaciones vaginales de Sana—Ruega a tu dueña si quieres correrte.

Sana chupó su labio inferior y negó con la cabeza, no era que no quisiera rogar, en realidad le daba igual, pero le gustaba desafiar a Tzuyu en momentos así; en la intimidad donde su dueña no se sentiría amenazada. Podía ver como su dueña se enardecía lascivamente con aquel sordido juego, con sus provocaciones

—Sana. —Amenazó con voz ronca y seca.

—Voy a llegar. —Insistió, cerrando los ojos y moviendo su cadera en busca de más placer.

—No te atrevas...

—Beso, Tzuyu, quiero un beso.

—No voy a... —No pudo terminar.

Sana se presionó contra sus labios y demandó un beso, convirtiendo a Tzuyu en una sirvienta de sus caprichos. Con un gruñido dejó ir el caliente clítoris de Sana para poder tomar el suyo propio y comenzar a bombear; Sana jamás tomaba la iniciativa en un beso, siempre la dejaba follar su boca a gusto, mas no en ese momento. Sintió como su corderita se movía provocativamente en su cavidad bucal, tomando el control del contacto de sus bocas, lamió su paladar, succionó su lengua y mordió sus labios, la excitación las estaba consumiendo como un fuego calcinador, tórrido y peligroso amenazaba con no dejar nada a su paso. Sana se tensó bajo Tzuyu y pegó sus frentes cuando no pudo contener más el cosquilleo de su centro, los dedos de sus pies se encogieron y su mandíbula se apretó al sentir como el orgasmo la alcanzaba; abrió los ojos, corriéndose al ver la forma en que Tzuyu alcanzaba su propio placer, podría morir en ese preciso instante. Tzuyu se dejó caer sobre Sana, respirando agitadamente y removiéndose como una pesada felina que acababa de comer y necesitaba una buena siesta. Sana llevó sus manos a la espalda de Tzuyu y con un movimiento lento, comenzó a acariciarle la piel, deslizando las yemas de sus dedos en distintas direcciones y respirando pesadamente por sus fosas nasales, la garganta le dolía. Puta Tzuyu, aún estaba enojada con ella.

Sana se encontraba junto a su círculo de amistades, estaban en el interior del recinto donde Tzuyu y las otras peleadoras entrenaban, Sana se encontraba dándole una calada a su cigarrillo mientras escuchaba las idioteces que decían las otras. Sus ojos se desviaban de vez en cuando en dirección a Tzuyu, quien golpeaba con fuerza un saco de boxeo que Momo sostenía, afuera llovía como nunca, dándoles a entender que la época de lluvias había llegado y eso significaba encierro y encierro era sinónimo de mujeres más irritadas, peleas y muertes.

—¿Vas a ir a la pelea de esta noche? —Preguntó Yeojin, una chica recién llegada y muy bonita que Sana había tomado bajo su alero.

Tzuyu no había estado de acuerdo, sobre todo cuando Sana la defendió en las duchas de ser abusada por unas hijas de perra y se ganó a cambio algunos golpes que no llegaron a mayores porque su dueña tuvo que intervenir. Tzuyu le gritó a Sana apróximadamente 1 hora, reprochándola por su actitud de mamá gallina y al final Sana le prometió que no volvería a hacerlo, no fué necesario, la propia Yeojin fué lo suficientemente inteligente como para envolverse con una atractiva e intimidante coreana llamada Yerim, quien cumplía una condena de 10 años por tráfico de armas, quizá la diferencia de edad podría haberle molestado a Sana, pero no en Camp Alderson.

—Ya te dije que no voy a las peleas de Tzuyu, Yeojin. —Rodó los ojos.

No comprendía esa insistencia de todas por que bajara a ese pútrido lugar solo para ver seres humanos masacrarse, Yeojin se encogió de hombros y le arrebató el cigarrillo a Sana.

—Es divertido, ayuda a eliminar tensión.

Dahyun y el resto asintieron, dándole la razón a Yeojin de tan solo 19 años, que había obtenido una sentencia de 2 años por estafa; en realidad había cobrado un seguro por enfermedad que no le correspondía.

—Yo no pienso así... —Todas guardaron silencio y eso hizo a Sana girar el rostro.

La oriental, llamada Sojung acababa de ingresar, con su larga cabellera en una coleta baja y su torso únicamente con un top, llevaba guantes protectores y los pies descalzos. Sana sintió sus mejillas calentarse cuando la mujer le obsequió una mirada. Sojung era la segunda peleadora que Nicholas, el mecenas de Tzuyu, había introducido en Camp Alderson a una artista marcial profesional que había derrotado a Momo ganándose el respeto de las convictas de la penitenciaría. Sana siempre pillaba a Sojung mirándola de lejos y era extraño, ella se veía siempre calmada y en control, algo que distaba bastante de las reclusas de Camp Alderson y a Sana le llamaba la atención su indiferencia y miradas de soslayo. Todas las de su círculo bromeaban respecto al aura misteriosa que envolvía a la peleadora, al hecho de que no parecía interesada en obtener ningún tipo de placer carnal y es que la mujer tenía un cuerpo de increíbles proporciones y un rostro estoico, quizá no era tan guapa como su dueña, pero sí una digna ejemplar. Sana volteó el rostro con indiferencia fingida, no sabía si Tzuyu la había vislumbrado mirando a la oriental pues no quería arriesgarse, ya llevaba demasiado construido con su peleadora demente como para destruirlo todo, solamente porque su vagina no podía permanecer quieta ante una mujer sexy, de grandes músculos, bonitos labios, cabello largo y.... ¡Joder! carraspeó al darse cuenta de sus pensamientos, algunas costumbres eran difíciles de erradicar.

—Creo que está enamorada de mí. —Soltó Dahyun de repente.

—¿Qué? —Pestañeó incrédula y Dahyun le señaló con la cabeza en dirección a Sojung—¿Sojung? estás loca.

—¡No estoy loca! esa mujer me desea, alguien debería multarme por ser tan sexy. —Una pequeña carcajada emergió de la boca de Sana y la ocultó con su mano para no llamar atención indeseada. —Pobrecita Sojung, debe ser tan doloroso estar enamorada de alguien como yo.

—Dahyun, a veces me pregunto si no se equivocaron contigo, lo que tú necesitas es un psiquiátrico—comentó Yeojin con una enorme sonrisa.

Sana sacó otro cigarrillo de su cajetilla, ya no los atesoraba tanto como antes y es que Tzuyu la suministraba de todos sus pequeños caprichos; lejos había quedado la época donde pasaba hambre y se lavaba el cabello con jabón de barra. De acuerdo, no tan lejos, pero ya llevaba unas 2 semanas siendo cada vez más y más consentida.

—Joder, ahí viene la china. —Sana bufó y prendió su cigarrillo, llevando su mirada a la mujer que caminaba hacia Tzuyu con un movimiento exagerado de caderas.

Sana no entendía cómo Tzuyu le aguantaba tal descaro, ella ni siquiera podía sentarse en la misma mesa que Tzuyu y Elkie incluso se le colgaba del brazo cada vez que quería.

—Deberías hablar con Tzuyu, es humillante compartirla con esa zorra. —Sana se encogió de hombros y en ese momento escuchó un quejido de dolor.

Llevó su mirada en todas direcciones y al ver que Sojung se encontraba sobando su tobillo con un amago de dolor en su rostro, se colocó de pie y caminó en su dirección. Llevaba el cigarrillo en su boca, respirando a través del filtro para la nicotina.

—Déjame ver. —Dijo colocándose de rodillas frente a la peleadora.

No podía evitarlo, estaba en su naturaleza ser doctora, quizá también había un poquito de interés personal. Quizá, y solo quizá, quería provocarle celos a Tzuyu.

—¿Sabes de medicina? —Preguntó la oriental con una ceja arqueada.

Sana asintió y tomó el pie de la mujer, haciendo una mueca con los labios al verla fruncir el ceño.

—Soy médico pediatra, dime qué estabas haciendo para provocarte un esguince.

—Ejercitando patadas laterales ¿se me pasará pronto? —Sana negó y le palmeó el torso del pie con la mano.

—Lo siento campeona, es un esguince por desgaste, puedo decirlo porque este tipo de lesiones se provoca cuando ha habido daño previo y no ha sanado como es debido; debes hacer un tratamiento como corresponde, de lo contrario cada vez sufrirás más lesiones en tu tobillo y...

Un jalón la hizo colocarse de pie de golpe, giró y el encolerizado rostro de Tzuyu la saludó. Mierda.

Sana secaba los restos de lágrimas que nacían en sus ojos, esa fué en definitiva la peor pelea que había tenido con Tzuyu. Su dueña la había lastimado con palabras y acciones, rompió los libros que Sana tanto se había esmerado en conseguir, el hervidor en el que Sana preparaba el té que tomaban todas las mañanas y hubo lanzado fuera de la celda todos los productos de limpieza y comestibles que le había dado. Las palabras de Tzuyu se repetían cruelmente en la cabeza de Sana, llevándola una y otra vez a un rincón de angustia y sufrimiento, había sido cruel y humillante; atacando los sentimientos de Sana, burlándose en su cara de su miserable condición de rea y esclava. La comparó con un animal rastrero y utilizó todas las palabras de Sana en su contra, trastornándolas y haciéndola ver como si realmente fuera una puta, lo peor fué la manera en que Tzuyu la miró todo el tiempo, como si Sana la hubiese traicionado, lastimado.

Sana nunca se disculpó, no sentía la obligación de hacerlo y aún cuando las manos de Tzuyu se presionaron sobre su garganta, asfixiándola, no cedió, no estaba de acuerdo con el actuar de Tzuyu y no fingiría estarlo solo para evitar una pelea entre ambas. Tzuyu le dijo que buscara otra celda, que ya había tenido suficiente de su juego de zorra infantil y regalada, le restregó la misericordia que tuvo con ella al no follársela y luego desecharla para el disfrute de las otras prisioneras, rompió a Sana una y otra vez antes de irse a su pelea, dejando a su prisionera desmoronada en un lastimero llanto. Sana se hizo un ovillo en la cama, buscando la forma de calmarse y no entrar en pánico, temía por su sanidad mental y por su estabilidad emocional y es que debería estar furiosa, sentirse encolerizada por el trato de Tzuyu, e incluso sentirse aliviada de que la mujer le hubiera dicho que ya no quería nada más con ella, sin embargo, no se sentía así. El dolor que se expandía por su pecho, que le hacía dificultosa la respiración, estaba ligado a las últimas palabras de Tzuyu, al cese de su relación. ¿Por qué le gustaba una mujer tan cruel? ¿Podía seguir usando el ambiente de la prisión como excusa para lo que estaba comenzando a sentir por Tzuyu?

El ruido de la oxidada puerta metálica se hizo escuchar y Sana sorbió su nariz antes de sentarse, limpiando el mar salado que le recorría las mejillas. Salió de la cama, ahogada en emociones contradictorias y que la empujaban a los brazos de esa mujer bestia que tanto la había lastimado, sus húmedos ojos cayeron en el desasosiego al ver a Tzuyu frente a ella, la mujer lucía un rostro lleno de magulladuras, su labio tenía una horrible cortada y su ojo izquierdo estaba hinchado, prácticamente no lo podía abrir. Tzuyu jamás había lucido tan mal después de una pelea en el Under y Sana quería preguntarle el motivo por el cual la habían golpeado así. ¿Podía ser un poquito engreída y pensar que fué debido a la pelea de ambas? Que de alguna forma Tzuyu también estaba afectada por ocurrido.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó la lastimada peleadora antes de girarse en dirección al lavamanos y abrir el paso del agua para sacar la sangre de su rostro.

Sana miró a Tzuyu, agitando sus pestañas y sin saber que responder. Quería lanzarse sobre ella, curar sus heridas y hacerle jurar que nunca más iba a pelear, le estaba estrujando el corazón verla así.

—¿Q..qué te pasó?

—Como si te interesara. —Gruñó en respuesta.

—Me interesa. —Murmuró apenas con voz Sana y no mentía.

—Puta mentirosa. —Bufó antes de beber agua del grifo y enjuagarse la boca. —Estoy segura de que te dije que te largaras, que ya no me interesa ser tu dueña, búscate otra.

Sana sintió sus piernas flaquear cuando Tzuyu repitió las palabras malditas. ¿Cómo iba a dejar de ser su dueña? eso era inconcebible, puesto que se necesitaban. Una verdad que prevalece en la historia de la humanidad, una esclava no vive sin una dueña, una dueña no es nada sin su esclava y Sana no era idiota, sabía lo que se encontraba oculto bajo las palabras venenosas de Tzuyu. Miedo, celos...

—N..no me iré.

—No me enfrentes Sana, que no estoy de humor y como vuelvas a joderme, quebraré cada hueso de tu pequeño cuerpecito. —Colocó la boca bajo el grifo y tomó agua para hacer gárgaras, botando la mezcla de agua y sangre en el lavamanos.

—Umh, de, de todas formas... no me iré, Tzuyu.

Tzuyu negó con la cabeza y cerró el paso del agua, secándose el rostro con una vieja y usada toalla. Miró a Sana una última vez antes de encogerse de hombros y caminar hasta su cama.

—Haz lo que quieras, pero ten presente que ya no soy tu dueña, no es mi deber protegerte.