II
Frio, un frio agudo y que la hacia retorcerse en su duro y escueto lecho. Poca diferencia tenía su cama con el suelo mismo y sin importar cuánto lo intentara, cuánto se frotara contra el colchón, no lograba calentar su cuerpo.
La suave respiración de su compañera de celda llegaba burlona a sus oídos, recordándole con saña que aquella mujer la había despojado de sus mantas de cama. Sana temblaba, esperando que pronto llegara la mañana y asi pudiera recibir algo de calor del Sol, si es que este no se ocultaba tras las nubes.
¿Cuántas noches aguantaría antes de morir congelada? todo por culpa de Tzuyu, sí, su anfitriona personal quien, para su sorpresa, no la tomó contra la cama o la violó. Ella presenció en silencio como Tzuyu, luego de aquel roce de sus bocas y con una burla cruel, tomaba las mantas de cama asignadas a Sana y las ordenaba pulcramente sobre su propia cama, mirando de reojo a Sana y ladeando una vil sonrisa. La nueva reclusa no tuvo coraje para reprobar tal bajeza y simplemente se resignó a la idea de que pasaría frío por las noches.
Sin embargo frío era decir poco, seguramente se sentiría más calor estando a la intempérie, no sentía los dedos de los pies, aún cuando estaba usando zapatos. Se cubría el rostro con sus manos en un intento por entibiar el aire que entraba por sus fosas nasales, nada servía. Se removió una vez más, ocasionando que uno de los resortes de sus cama rechinara, escuchó a Tzuyu decir algo inentendible y rogó en sus pensamientos porque la mujer no se molestara y decidiera propinarle una golpiza o llevar a cabo la prometida consumación del acto carnal.
—¿Tienes frío?—Preguntó Tzuyu con voz adormilada.
—Si —Suspiró en respuesta.
—Hmmm.
No dijeron más. Sana escuchó como Tzuyu al parecer volvía a su mundo de Morfeo, ignorando su padecimiento y ronroneando con pereza mientras se removía en su cama, haciendo sonar las mantas que la envolvían, manteniéndola apartada del frío glacial, maldita bastarda. Cuando el cansancio finalmente logró vencer al frío, se dejó llevar por el sueño, despertándose de vez en vez por el gélido frío pero milagrosamente volviendo a dormirse; tenía que buscar una manta para su cama y buscar la forma para que Tzuyu no se la quitara ¿No había dicho que era su puta? ¿quién trataría así a su puta? eso era como muy, muy vil. Mierda, Sana tenía demasiado que aprender.
—¡Arriba bastardas! Que es hora del desayuno ¡Vamos, vamos!
Las cuencas oculares de Sana se removieron por debajo de sus párpados, siendo consciente de que debía despertar pero encontrándose demasiado fatigada como para abrir los ojos. Estaba agotada, física y mentalmente, sin fuerzas para llevar a cabo los comandos que su cerebro le ordenaba; escuchó una respiración jadeante, unos golpes secos y unos gruñidos que llamaron sus atención. Con sumo esfuerzo y alabándose a sí misma por ello, logró abrir los ojos, paseándolos por la extensión que conformaban esas cuatro paredes; cuando logró enfocar su vista, apoyándose en los codos y soltándo un último espasmo por el frío que había traspasado su piel, alojándose en el interior de su cuerpo, vió a Tzuyu. La garganta de Sana estaba seca e irritada, no quería pronunciar palabra alguna, temerosa de lo que resultaría de ello; sus ojos recorrieron por completo a la mujer y un nudo se alojó en su vientre, tirante y doloroso.
Cada uno de los músculos de su cuerpo se apreciaba excepcionalmente trabajado y tonificado, abdomen bien definido, brazos y piernas torneadas, envuelta en una capa de sudor perlado que hacía lucir el bronceado de sus piel y resaltaba la amalgama de tatuajes que la mujer llevaba. Sana parpadeó sin dejar de analizar a esa Diosa Griega con morfología humana que tenía frente a ella. ¿Esa era la mujer que la había hecho su prisionera? ¿Esa era su dueña? Wow.
Tzuyu tenía las manos enguantadas y su torso únicamente con un top, sus pies estaban vendados y daba pequeños saltos, encorvándose para levantar sus piernas alternadamente y golpear el saco de boxeo frente a ella; un solo golpe de esa mujer y podría decirle adiós a su vida, sintió lástima por ese saco de boxeo y rogó para no convertirse nunca en él.
Los golpes que Tzuyu asestaba eran rápidos y certeros, lucía como una maldita profesional, inclinándose de un lado a otro golpeando con sus codos, rodillas y puños, ladeando su cabeza como si esquivara golpes imaginarios; Sana ahogó un chillido cuando Tzuyu en un rugido bestial, usó su talón para, con una patada alta, golpear el saco de boxeo; ejerció demasiada fuerza, rompiendo la gruesa tela de cuero, sin embargo Tzuyu se percató de su lastimero intento por pasar desapercibida, detuvo su embiste al pobre instrumento de práctica y se volteó en dirección a Sana; secándose el sudor de la frente, la observó con soberbia, su mandíbula tensa y una rabia palpable en su rostro. Sana se encogió en su lugar ¿había hecho algo mal?
—Pareces un cadáver. —Le recriminó despectiva.
Sana se preguntó a qué se refería con eso; Tzuyu le indicó el trozo de espejo roto que había sobre el lavamanos y Sana, sintiendo su cuerpo pesado, se arrastró hasta el lugar y lo que reflejaba el espejo era simplemente desesperanzador. ¿Cadáver? eso era ser optimista, sus pómulos resaltaban, su piel estaba opaca, las ojeras violáceas que adornaban sus ojos eran grotescas, sus labios lucían una mezcla de rojo, morado y azul, producto de la bofetada que Tzuyu le había propinado la noche anterior, fué como si realmente estuviera reflectado en su exterior como se sentía por dentro y eso la hizo sentir vulnerable y expuesta. Miró por el rabillo del ojo a Tzuyu, quien había sacado de una maleta oculta bajo la litera, una pieza de jabón.
—Ten. —Se lo extendió a Sana. —Lávate, haz algo para dejar de parecer una puta muerta.
Sana tuvo ganas de replicarle, después de todo, Tzuyu tenía gran parte de la culpa, lucía así después de haber sido toturada por el frío de la noche, sin embargo permaneció en silencio y aceptó el jabón; abrió el paso del agua que salía a borbotones y luego se detenía en un flujo inconstante bajo la mirada escudriñadora de Tzuyu. Procedió a lavarse la cara, con la yema de los dedos tanteó su labio hinchado y morado y un pequeño quejido escapó traidor de sus labios; vió por el reflejo del espejo como Tzuyu la observaba con descontento.
—¿Qué? ¿vas a quejarte por un simple labio hinchado? esto es una maldita prisión corderita, no un hotel cinco estrellas.
—Lo sé. —Concedió, no era una estúpida, sabía que en una prisión los golpes y las peleas eran normales; mas tampoco podían decirle que se acostumbrara de buena gana. —Lo siento.
—Fué solo una bofetada.
—Si
—No debería doler tanto, maldita exagerada.
Tzuyu gruño molesta por algo que Sana no lograba entender que era, se mantuvo mirando a su reina como una perra amaestrada a espera de una nueva orden y sintió asco de sí misma. Tzuyu volvió a su maleta y maldijo por lo bajo mientras rebuscaba en ella.
—Toma, úsala en tu boca. —Tzuyu estiró con hastío su brazo en dirección a Sana y colocó sobre una de las pequeñas manos de ésta, una vieja barra de manteca de cacao. —Es la única que tengo, cuídala.
Los ojos de Sana se abrieron en asombro ante esa pequeña pieza usada de bálsamo labial, definitivamente sus labios agrietados lo agradecerían.
—Oh. —No sabía que decir.
—¿Nadie te enseñó a dar las gracias?—Se mofó con cinismo Tzuyu, ladeando su cabeza y cruzándose de brazos.
—Gracias Tzuyu.
Sana no sabía si se estaba tomando demasiado atrevimiento al llamarla por su nombre, sin embargo Tzuyu pareció complacida; se acercó a Sana acechándola con sus penetrantes ojos ónice, dejándole el paso libre para que sintiera el olor de su cuerpo. Tzuyu olía a sal y vinagre, seguramente tendría ese sabor; Sana tragó con dificultad debido a sus propios pensamientos.
—Escuchame corderita...para todas aquí, eres ya mi puta ¿te ha quedado claro?
Sana sacudió su cabeza en asentimiento.
—No te quiero ver hablando con nadie, no te quiero ver mirando a nadie, no me gusta compartir.
—B..bien, sí, yo... —Sana se sentía aturdida. —No miraré a nadie.
La voz de Tzuyu era peligrosa, posesiva y demandante, hacía desaparecer el frío arraigado en su cuerpo. Jamás nadie la había tratado así, jamás había sido un objeto de posesión, mucho menos celada, sin embargo no estaba en condiciones de replicar.
—Perfecto.
La puerta de su celda se abrió y una guardia de seguridad entró, obsrvándolas con el ceño fruncido y un gesto de disconformidad. Seguramente no era una gran amante de su trabajo.
—A las duchas, ahora.
Tzuyu se separó de Sana, volteándose y saliendo de la celda, la guardia bajo la mirada cuando Tzuyu pasó a su lado, gesto que no pasó desapercibido para Sana: En el momento que la mujer comprobó que Tzuyu ya había desaparecido, le dió una mirada a la nueva.
—¿Necesitas ir al médico?
La boca de Sana se abrió para responder pero se detuvo al darse cuenta que no sabía que decir, claramente la mujer pensaba que Tzuyu había abusado de ella y no sabía hasta que punto eso era malo. ¿Qué decir? ¿fué o no fué violada? decisiones difíciles de la vida. Si se corría el rumor de que Tzuyu ya se la había follado, no haría más que concretar el hecho de que ella le pertenecía y nadie más podría tocarla ¿verdad? Esperaba estar en lo correcto.
—N..no es tan grave. —Mintió
La mujer entornó los ojos desconfiando de ella, pero no dijo más, le indicó que saliera de la celda y así Sana lo hizo. A diferencia del día anterior que no había nadie por los pasillos, en ese instante estaba aglomerado de convictas; la mirada de todas estaba en ella y Sana caminaba ajena a ellas con la mirada fija en el suelo y levantando la mirada de vez en vez para no chocar con nadie. Dió un pequeño salto cuando sintió una nalgada, maldijo en su interior y siguió caminando, haciendo oído sordo a las obscenidades que se murmuraban a su alrededor; que sí, que sabía que tenía un buen culo, que estaba follable y todo; sí, también sabía que era bajita y delgada ¿había necesidad de que las mastodontes de las reclusas recalcaran su mínima estatura?. Gracias a... a lo que fuese, que definitivamente no era Dios, logró llegar a las duchas, le entregaron una toalla y un nuevo cambio de ropa; miró el lugar, el vapor cubriendo los cuerpos ¡había agua caliente! podría bailar de felicidad. Dejó su ropa y toalla en una de las tantas gavetas, con su estómago revuelto al saber que tenía que desnudarse en presencia de aquellas miradas lascivas, mujeres de gran complexión que esperaban atentas a que comenzara a despojarse de sus ropas, sin embargo ninguna se le acercaba. O así fué hasta que una mujer que media metro setenta, se colocó a su espalda.
—Huele a puta fina. —Le susurró al oído y la mandíbula de Sana se tensó. —Nombre.
Esta vez no respondió, ella permaneció en silencio y se sacó su suéter, sintió un alivio cuando la tela dejó de escocer en su piel. ¿De qué demonios hacían estas ropas? ¿espigas?.
—¡Te estoy hablando!
La mujer volteó a Sana por los hombros y la golpeó contra las gavetas, ésta cerró los ojos y dejó escapar un gemido. Las palabras de Tzuyu resonaban en su cabeza, no debía mirar a nadie, no debía hablar con nadie; condenada a Tzuyu, más le valía que ser su puta le trajera algo bueno, cosa que, hasta ese momento, no estaba ocurriendo.
—¿Asi que me vas a ignorar?
Volvió a voltear a Sana, obligándola a apoyarse contra las gavetas.
—¡No! —Exclamó con voz agónica la chica cuando sintió las manos de la mujer posarse sobre su trasero, bajándole los pantalones y dejando su respingón y bien dotado culo al aire. —¡Que no, suéltame!
Se removió desesperada, la risa vil de la mujer le taladraba los tímpanos, sin embargo y para su salvación, Tzuyu había llegado; las observó en silencio unos cuantos segundos sin inmutarse; con su expresión seca e indescifrable caminó hasta las regaderas donde la lluvia artificial caía, nadie hablaba, el aire podía cortarse con un cuchillo. Sana sintió lagrimas en sus ojos al escuchar como la mujer volvía a carcajearse, solo para que ella la escuchara.
—Parece que ya se cansó de tí. —Le susurró al oído.
Sana se hundió en la angustia cuando sitió como sus piernas eran separadas, todas volvieron a sus actividades e ignoraron que ella sería vilmente violada.
—Yunni. —Voceó Tzuyu.
Se refería a la mujer y esta automáticamente detuvo el abuso a perpetrar y se volteó en dirección a la que se llamaba a sí misma, Reina de la prisión.
—¿Qué ocurre Emperadora?
—Está buena ¿verdad? la corderita que tienes ahí. —Preguntó burlona.
La mujer sonrió desquiciada, asintió y segura de que Tzuyu no iba a interrumpirla, se volvió en dirección a Sana, quien entre lamentos se resignaba.
—Jodidamente buena, podría ser la puta de una reina.
Volvió a hablar Tzuyu.
Salió del agua y caminó hasta donde Sana se encontraba, palmeó el hombro de la mujer y con una sonrisa se acercó a su rostro.
—Ahora dime Yunni ¿acaso eres tú una maldita reina?
En ese momento, la mayoría de las convictas comenzaron a salir de las regaderas, todas con apremio y el miedo destilando de sus ojos. Yunni tragó tan fuerte que el sonido de la saliva que pasó por su faringe llegó a los oidos de Sana.
—Respóndeme Yunni ¿eres una reina?
La nombrada negó aterrada por la tranquilidad y diversión con la que Tzuyu hablaba.
—Si no lo eres, entonces ¿por qué has puesto tus sucias manos en lo que le pertenece a tu Emperadora?
—Tzu..Tzuyu, yo no...
Sana se encogió cuando escuchó el fuerte golpe que Tzuyu le propinó en la mandíbula a la mujer, mantuvo sus ojos firmemente cerrados, tarareando una melodía en su cabeza para así mitigar los gritos y bramidos de dolor de Yunni. Ninguna guardia de seguridad interfirió, simplemente observaron a la distancia cómo Tzuyu hacía crujir los huesos de esa mujer, destrozándola con sus puños; las pocas valientes que se quedaron para presenciar tal atrosidad miraban en silencio mientras la sangre se esparcia por montones en el suelo de pavimento agrietado. Tzuyu recorrió el cuerpo de Sana con la mirada, tomándole el mentón con sus dedos para revisar su rostro.
—E..estoy bi..bien. —Mintió Sana.
Tzuyu asintió y volvió su vista a las demás reclusas.
—Esto... —Jadeó. —Es para que quede claro que nadie...¡NADIE! ¡Absolutamente Nadie tiene permitido tocar Mis Cosas!.
Estiró sus brazos y giró sobre sus pies, con el rostro y las manos salpicadas de aquel líquido rojo. Sana gimió cuando sintió una mano de Tzuyu ceñirse a su cintura.
—¡¿Alguien más quiere poner sus manos sobre ella?!
La apretó con fuerza y Sana se removió por el dolor; todas negaron, algunas vitorearon a la Emperadora, quien se jactaba de su dominio en aquel pútrido lugar.
Tzuyu volvió a la regadera, se lavó la sangre ajena y salió del agua; con un amago de rabia pasó por el lado de Sana, mirándola por el rabillo del ojo pero sin dirigirle palabra alguna. Pasaron unos largos minutos antes de que todo volviera a su relativa normalidad, mujeres caminando a las regaderas y otras cuantas observando a la nueva, quien se bañó con rapidez, sin disfrutar en lo más mínimo el cálido contacto del agua con su piel.
Con ropa nueva y limpia, algo menos desagradable que la de la noche anterior, caminó hasta el comedor donde hizo una larga fila para obtener sus alimentos y todas las miradas se concentraban en ella. ¿Qué? ¿no tenían nada más que hacer?, obtuvo una porción pobre de comida y una rebanada de pan; con bandeja en mano, encontró una mesa donde milagrosamente no había nadie pues no quería compartir la mesa con ninguna de esas criminales. Realmente no quería tener contacto alguno con aquellas convictas, se sentó y comió en silencio, masticando con esfuerzo y desagrado la comida; escuchó unas cuantas risitas y algunas murmuraciones por lo bajo, levantó la vista de su plato al ver como Tzuyu, acompañada de otras dos mujeres que la seguían como perros fieles a su amo, caminaban en dirección a ella. ¿Ahora qué? ¿iban a sentarse juntas y tener una comida romántica con besitos?
—Estás en mi mesa, vete.
—Oh... bien, si.
Estúpida Sana ¿En qué demonios estaba pensando?, por supuesto que la maldita de su dueña no iba a sentarse con ella; Sana asintió y tomó su bandeja, levantándose y buscando otro lugar para comer, las miradas despectivas y amenazantes le indicaron que no tendría buena suerte pues al parecer las convictas tampoco querían compartir mesa con ella.
—Allá.
Volteó cuando escuchó la voz de Tzuyu, ya sentada y bebiendo un café ¿café?, mierda, que injusticia, a Sana le habían dado una taza de agua caliente y azúcar.
—¿Eh?—Vió hacia donde Tzuyu le señalaba con la cabeza.
Era un grupo de chicas algo llamativas, bromeaban y hacían gestos con sus manos y no demoró mucho en comprender que grupo era ese. Tzuyu la estaba mandando con las putas, se tragó el orgullo y caminó en esa dirección, oyendo las risitas de las mujeres quienes seguramente se las follaban pero aún asi se sentían muy heterosexuales.
—Uhm, ¿disculpen?...
Las mujeres detuvieron su plática y observaron a Sana, todas con sus depiladas y muy delgadas cejas perfectamente arqueadas, las mejillas de Sana se pintaron de rojo.
—Siéntate y come, aquí nadie va a molestarte. —Le dijo una mujer que se encontraba a la cabecera de la mesa, de cabellos castaños con ojos bonitos. —¿Cómo te llamas?
—Sana.
Se sentó y bajo la vista a su comida, tenia la intención de comer en silencio, pero sabía que eso no sería posible. Era prácticamente la nueva atracción en ese desquiciado circo.
—Asi que tu novia te ha mandado aqui ¿Te folló muy duro? tengo pomada antiséptica para tu vagina... pero te costará caro.
Sana se atragantó con la comida, le dió un sorbo a su tazón de agua y buscó a la persona que había dicho eso.
—No la... —Succionó su labio inferior y apretó su agarre en el tazón. —Necesito, pero gracias. —Respondió formalmente.
Y la plática hubiera continuado si no fuera por una pelea que se desató unas cuantas mesas más allá.
—Oh Dios ¿es que no pueden dejar de comportarse como mandriles?—Dijo una chica con voz aguda.
—Prefiero que descarguen energía así.
En ese momento Sana sintió que alguien se sentaba a su lado, volteó la mirada y encontró a una sonriente chica de cabellos rubios y ojos café; le parecía distinta a lo que se veía en ese lugar. Estaba pulcramente limpia, con una suave sonrisa y un aire de distinción.
—Hola, mucho gusto. —Le extendió su mano a Sana. —Soy Kim Dahyun.
—Minatozaki Sana.
—Lo sé, no hay nadie que no sepa tu nombre.
Sana rodó los ojos pero sonrío, por alguna razón las palabras de la rubia no le sentaron mal y es que no veía en ellas desdén o maldad.
—¿Estás bien?
—¿Cómo?
Dahyun se encogió de hombros y le dió una mordida a su hogaza de pan.
—Eres la pareja de Tzuyu y todas sabemos que ella suele ser un poco bestial.
—Oh, uhmm, no yo... —Tragó. —Bueno, soy resistente. —Mintió nuevamente y para su fortuna, Dahyun pareció creerle.
—Eso es bueno, y cuéntame Sana ¿por qué estás aqui?
Sana iba a abrir la boca cuando vió a Dahyun cambiar el color de su rostro; de su pálido notable, sus mejillas pasaron a ser un arrebolado rojo y sus puños se apretaron. —Maldita hija de puta. —Murmuró Dahyun con la vista fija en la mesa de Tzuyu.
Todas las de la mesa siguieron la vista de la rubia y en la mesa donde Tzuyu comía, una de sus acompañantes reía y bromeaba con otra chica. Si Sana no fuera una experta en el tema, quizás no lo habría notado, pero era demasiado obvio que esas estaban coqueteando.
—¿Tu novia?—Preguntó burlona.
—Sí. —Respondió Dahyun en un gruñido molesto, dejando a Sana sorprendida pues ni siquiera dudó. —Es mi novia, aunque la hija de puta se vive olvidando de eso.
—Déjala Dahyun, Momo es una cabrona y no deberías perder tu tiempo con ella. —Comentó la chica que se encontraba a la cabecera de la mesa.
Los ojos de aquella mujer se dejaban apreciar nobles y sabios, emanaba aquel conocimiento que solamente se podía ganar con los años y el dolor y Sana sintió un leve respeto por esa desconocida.
—Soy Jisoo. —Respondió como si realmente pudiera leer la mente de Sana. —Llevo unos cuantos años aquí.
Sana asintió en silencio, volviendo a su comida y dejando de lado las maldiciones que Dahyun le propinaba a distancia a esa tal Momo.
—No la entiendo ¿Qué tiene esa perra sucia que las vuelve locas? primero Tzuyu y ahora...
Dahyun se detuvo y vió de reojo a Sana, quien la observaba con cierta curiosidad.
—Es china, una puta china y hasta hace poco era la favorita de Tzuyu, se creía muy importante, pero cuando Tzuyu la botó...quedó desamparada y ahora quiere a mi mujer. — Dahyun negó con la cabeza y apartó la vista de la escena frente a sus ojos
—Sabes que Momo no va a dejarte. —La alentó otra chica.
Dahyun hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.
—Ya no me importa, cuéntame Sana ¿qué sabes de Camp Alderson?
—¿Uh?— Sana pensó en qué responder. —Bueno, llegué ayer asi que no sé mucho; al parecer la Mandamás es mi dueña y... —Le dió unsorbo a su taza de agua. —Eso es todo.
—Realmente no sabes nada. —Dahyun soltó una sonrisita y todas la acompañaron. —Venga te cuento, esta no es una simple prisión, aquí las guardias nos ven como una mera entretención, la corrupción es la ley y el poder la moneda de pago, Sana; pero sí, podríamos decir que Tzuyu es la Emperadora del lugar, nadie la desobedece y si logras mantenerla atada a tí, puede que no se te haga tan pesado estar aquí.
Sana soltó un suspiro lacónico, nada de eso era nuevo para ella y es que con lo vivído en las regaderas donde un cadáver quedó en el suelo como si nada debido a Tzuyu, había comprendido que nadie le llevaba la contraria.
—¿Sabes de los torneos?
—¿Torneos?—Preguntó Sana, eso si era nuevo.
—Claro, los torneos... Tzuyu no es la Emperadora por ser una simple matona Sana, Tzuyu es la Emperadora porque se ha mantenido invicta desde que llegó 3 años atrás.
—¿Qué? no comprendo. —Y realmente no lo hacía. —¿Dónde hacen los torneos?
Dahyun rodó los ojos y le dió un codazo por lo bajo.
—Pronto vas a verlos con tus propios ojos.
Luego de eso y con la duda latente en Sana, comieron en una plática algo amena; no se sentía para nada en su ambiente de confort con esas chicas pero algo era mejor que nada y al menos algunas de ellas habían resultado ser agradables. Llegó la hora de salir al patio y Sana no se separaba de Dahyun, antes buscó la aprobación en los ojos de Tzuyu cuando salió del comedor y al parecer su dueña no estaba en contra, ya que con una leve inclinación de cabeza, le indicó que podía acompañar a la rubia; maldita loca, sintiéndose toda poderosa solo porque unas cuantas criminales la obedecían, ojalá se quemara la lengua con el café. Hablar con la ruidosa rubia fué como una brisa de aire fresco; Kim Dahyun era realmente parlanchina y un poco excéntrica, cayó en prisión por haber chocado a una familia en auto, iba en estado de ebriedad y conducía su flamante Ferrari a más de 100km/h, llevaba casi 1 año en Camp Alderson y unos 6 meses siendo pareja de Hirai Momo, la Princesa de la penitencieria; después de Chou Tzuyu, la autoridad máxima era Hirai Momo, una famosa narcotraficante que cayó por una redada en Colombia. Dahyun le aseguró que ella no era una mala mujer, aunque quizás sí demasiado bruta y tosca; Sana a su vez le contó por qué estaba allí, la historia con su ex novio Mark y la injusticia que se cometió en su contra. Dahyun le dijo que algunas de las convictas de Camp Alderson también estaban ahí por injusticias del sistema judicial y la conclusión de ambas fué que la justicia era una mierda.
Se encontraban en una deteriorada mesa y Dahyun le contaba algunas cosas de Tzuyu, como que la mujer había sido una militar de alto rango y que había cargado con la culpa de una misión gubernamental fallida; también le contó que la estabilidad mental de Tzuyu dejaba mucho que desear y que debía cuidarse porque nadie podría hacer nada para defenderla si la Emperadora decidía acabar con ella. En un arranque de honestidad, Sana le contó sobre la noche anterior, omitiendo, claro, la parte donde no tenían sexo y para su suerte, Dahyun le prometió unas mantas de cama y una chaqueta para el frío, algo que Sana le agradecería eternamente; en el patio, las reclusas hacían algo de deporte y ejercicio mientras otras placticaban y unas cuantas peleaban a gritos y empujones.
—¿Entonces eres pediatra?— Sana asintió.
—La mejor. —Sonrió con orgullo.
Escucharon unas pisadas y detuvieron su aména plática pues Tzuyu, Momo y otra mujer llamada Jihyo se encontraban frente a ellas. Sana fijó sus ojos en Tzuyu ¿qué quería de ella?
—Ven conmigo.
Sana miró a Dahyun, quien con un gesto le insinuó que obedeciera, no demoró en ponerse de pie y comenzó a caminar detrás de Tzuyu, la espalda de la mujer era como una muralla indestructible y sus caderas parecían haber sido esculpidas a mano; entraron a una zona que Sana desconocía y estaba conformada por unas cuantas habitaciones, estropeadas máquinas deportivas y sacos de boxeo. Parecía un gimnasio, uno muy viejo y deteriorado.
—¿Qué hacemos aquí?—Preguntó tentativa.
Tzuyu no respondió; caminaron por un pasillo y llegaron hasta un camerino que tenía una placa metálica con el nombre de Tzuyu grabado en ella. Al entrar, Sana visualizó un maltrecho sofá de dos cuerpos, unas sillas plegables y una ducha sin cortina, estaba helado y húmedo; su corazón se detuvo de golpe cuando Tzuyu comenzó a desnudarse frente a ella, desprediéndose de su ceñida camiseta negra y quitándose el pantalón.
—¿Qué crees que hacemos aquí?
—Uhm, y..yo no... —Carraspeó
—Voy a follarte, quítate la ropa.
Los ojos de Sana se fijaron en el piso y de repente toda su comida pareció querer devolvérsele por la boca, era obvio que esto iba a pasar y aún así no podía dejar de sentir miedo, recordaba algunas palabras de las chicas durante el desayuno, todas aseguraban entre bromas que Tzuyu era una bestia despiadada en la cama y que sus parejas de sexo siempre terminaban en la enfermería; no quería sentir dolor y con manos temblorosas y el alma escapándosele en cada respiración, obedeció, agarrando el dobladillo de su suéter y sacándoselo. Tzuyu se sentó en el sofá y observó el caliente espectáculo que su prisionera personal estaba brindándole; las curvas de Sana se mostraban deliciosas y nobles, cada parte de su cuerpo se veía cremosa y suave, como si fuera un manjár robado del Edén y su centro dolió; Sana pateó con su pequeño pie los pantalones ya encontrándose completamente desnuda, su escaso vello púbico, su prominente culo, sus bien formados pechos y sus pezones erectos por el frío; se había desnudado mil veces en su vida y jamás se había sentido tan expuesta y era culpa de la mirada de Tzuyu, ninguna mujer la había mirado así antes.
—Ven aquí corderita. —Palmeó sus muslos.
Tzuyu no sonreía, estaba inescrutable e incluso podría apreciarsele tensa. Sana negó con la cabeza y antes de que Tzuyu reaccionara mal, se adelantó a decir.
—No hagas que duela por favor.
La Emperadora ladeó la cabeza, haciendo crujir sus largos dedos.
—¿Me estás diciendo que hacer?
—Te lo estoy pidiendo por favor Tzuyu, solo no quiero que duela por favor. —Comenzó a frotar los dedos de sus manos entre sí, estaba nerviosa y tenía miedo. —Puede... Tragó. —Uhm, puede ser...placentero para ambas. —Intentó.
Y Sana sabía que no tenía derecho alguno para pedir aquello, pero no perdía nada con arriesgarse, después de todo, Tzuyu iba a poseerla igual, entonces ¿qué daño hacía pedir de pequeñito favor que no le partiera la vagina en dos?
—¿Quieres que sea placentero ¿eh?.
Sana asintió sintiéndose levemente abochornada a pesar de todo; incluso en aquel ambiente frío, las palmas de sus manos sudaban y su rostro se sentía caliente.
—¿Realmente crees que podrás sentir placer conmigo?
Tzuyu y sus sonrisa mordaz, hacían que el vientre de Sana se sintiera contraído.
—Quizás s..si eres...tú. —Su voz era un balbuceo tartamudo. —Puedo...si eres tú.
Bueno, era Tzuyu o alguna de esas grasosas cerdas que habían estado mirándola desde que había llegado, definitiamente no había punto de comparación.
—Hmm ¿sabes corderita? vas a arrepentirte de haberme pedido esto. —Tzuyu se humedeció los labios. —Porque puedo ser muy buena cuando quiero ¿sabes?, terminarás rogándome como una putita en celo para que te folle todo el jodido tiempo.
Y Sana pensó que quizás tendría un ataque al corazón.
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