Final
Sana había intentado detener los latidos de su corazón. No logró conseguirlo gracias a que su madre llegó en el momento idóneo y la sacó del agua. Ella quería recuperar a su hija, quería salvarla de esa oscuridad que la devoraba día a día; sin comprender que era imposible para Sana ser algo más que un cadáver obligado a seguir respirando.
—¡Sana, abre la puerta! —gritó su madre, desesperada. Ejerciendo presión en el pomo de la puerta, intentando abrirla sin éxito.
Sana negaba, gritándole que se fuera, que no quería ver a nadie. Su delgado y fatigado cuerpo temblando. Toda ella siendo un caos en su existencia. Sin espacio para el razonamiento, su destrozado corazón vociferando por ella. Ese día los demonios jugaban con Sana. Distorsionaban todo frente a sus ojos, enseñándole recuerdos de Tzuyu, de los días que se amaron. Y Sana solo quería arrancarse la piel, solo quería desaparecer para que dejara de doler. Ya no podía seguir soportándolo. Era ácido y quemaba, una y otra vez. No sanaría nunca; Tzuyu no se lo permitiría. La luz molestaba sus ojos, el aire que entraba en su pecho hacía doler los huesos de sus costillas y el sonido de voces que no eran las de Tzuyu, hacía que tapara sus orejas.
—Por favor, hija —sollozó su madre. Golpeando la puerta con suavidad—. S-sal de ahí, ¿sí? T-tengo una nueva historia. E-es para ti, amor. Es de las que te gustan.
Sana dejó de pellizcar la piel de sus manos y miró en dirección a la puerta. Cuentos, historias de amor con finales eternos. Algo que ella con Tzuyu no tuvo; era lo único que lograba devolverle un poco de humanidad. Se colocó de pie, ayudándose por la cama. Sus delgadas piernas no eran más que piel y huesos. Trastabillando con sus descalzos pies llegó hasta la puerta. Al abrirla vio a Azumi, su madre sonreía y respiraba entrecortada.
—Y-yo...
—Shhh —siseó Azumi—. Está bien, amor.... Está bien, ¿sí? —Abrazó a Sana, permitiendo que su hija se aferrara a ella y sollozara, pidiendo perdón entre hipidos—. No, amor. No me pidas perdón, todo estará bien. Eres fuerte, mi bebé. Eres tan fuerte... Tzuyu estaría orgullosa de ti, ¿bien? Porque estás viviendo, como ella quería que lo hicieras.
Sana asintió. La culpa creciendo en su vientre y es que su madre tenía razón. Tzuyu le dijo que viviera, que comiera y la japonesa no lo estaba haciendo.
—M-me va a odiar —hipó, tragando sus lágrimas—. E-estoy horrible y me va a odiar.
—No, amor. Eso es imposible. ¿No me dijiste que ella te ama? El amor no mira el aspecto de una persona. —Azumi se separó de Sana y limpió sus mejillas, repasándolas con sus pulgares—. ¿Quieres hablarme un poco de ella y luego te leo la historia?
Sana asintió y dejó que su madre tomara su lastimada mano. Azumi fingió no ver las heridas y rasguños en esta, guiando a su hija hasta el salón donde ambas se sentaron en un mullido sofá.
—Lo siento —susurró nuevamente la castaña—. N-no quiero hacer esto... p-pero no sé cómo detenerlo.
—Sana, está bien. Ya te lo dije... No te sientas culpable, ¿de acuerdo? —Sana asintió, sorbiendo su rojiza nariz—. Ahora, ¿qué quieres recordar?
Sana apretó los labios mientras pensaba. Quería recordarlo todo, pero no diría eso. Azumi siempre la dejaba hablar de Tzuyu, era la única forma en que podía dejar salir un poco de todo el amor que guardaba en su pecho; tanto amor que parecía, iba a desbordarse.
—Ella... —comenzó—. Era muy estricta. —Sonrió al recordar la rutina militar de entrenamiento de Tzuyu—. Y-y yo una vez... me enojé tanto, porque siempre estaba entrenando. Así que... entré al gimnasio y... rompí su saco de boxeo favorito.
Recordaba como Tzuyu se había puesto de histérica al ver su saco azul rasgado después de darle solo un golpe. Tzuyu pensó que era culpa suya por golpearlo muy fuerte.
—Ay, cariño. —Azumi se carcajeó, palmeando el muslo de Sana—. Me imagino cómo reaccionó.
—F-fue divertido.
—Estoy segura que lo fue.
Continuaron platicando. Sana le contaba sus aventuras y desventuras en Camp Alderson. Todo lo relacionado con su dueña, aun si Azumi ya había escuchado esas historias, ella necesitaba contarlo. Mil veces; por siempre.
—Ahora, hija, ¿aún quieres que te cuente la historia?
—Sí, sí. Por supuesto.
—Bien... Este libro lo encontré hoy. Me gustó mucho la portada, ¿sabes? —Azumi se colocó de pie y caminó hasta una mesita de adorno donde una bolsa de papel se encontraba reposando—. Cuenta la historia de cómo la reina del infierno, la emperadora de los demonios, se enamoró de un ángel.
Sana tragó. Vagos recuerdos quemando en ella.
—¿U-una emperadora?
—Sí... —Azumi tomó cautela por la reacción de Sana—. ¿Quieres que lo lea, o lo dejamos para otro día?
—¡No! —gritó, aferrándose con uñas a la tela del sofá. —Léelo, léelo por favor.
—Bien, amor. Tranquila. —Caminó para sentarse al lado de Sana. Su hija no demoró en acurrucarse a su lado, luciendo tan vulnerable y frágil que estrujaba su pecho—. Voy a comenzar.
—El final...
—¿El final? —preguntó Azumi, repitiendo las palabras de Sana.
—Puedes comenzar... leyéndome el final. Por favor.
—Oh. Uhm... Sí, claro. Bien, veamos. —Abrió el libro a solo páginas del final—. La reina de los demonios sangró, viendo como sus alas eran cercenadas de su espalda. Como sus garras le eran arrancadas de las manos. Sus colmillos se usarían para forjar espadas y su piel para hacer armaduras de fuego.
—... ¿Qué? No ¿P-por qué le están haciendo eso? —Susurró agitada. Sintiendo un mareo asentarse en su cabeza.
—Sana... amor, no lo sé. Leámosla del comienzo, ¿sí?
—¡No! El final... Solo dime el final.
Azumi suspiró y llegó a la última página.
—El ángel ya no era un ángel. La emperadora de los demonios no era una emperadora. Solo eran ellas dos, siendo algo que se había escapado de las manos del creador. No eran mujeres mortales, no eran deidades celestiales. Y el universo forjó un paraíso solo para ellas, para que esos seres pudieran vivir ocultando su amor. Porque un amor como el de ellas, era tan intenso, tan mágico, que era considerado una maldición. Fueron encerradas ahí, porque nadie más debía saber, que una vez existió una emperadora que entró al paraíso, para robarse al ángel de la que se había enamorado.
Cuando Sana salió del hospital, con su madre levantando su mentón con orgullo y Minari sonriendo sinceramente, supo que finalmente la pesadilla había terminado. No, no lo había superado. No lo haría nunca; pero aprendería a vivir con ello. Fue una pesadilla que duró muchas lunas; seis meses de ellas. Y ahí estaba, dejando atrás un peligroso historial médico que incluía tres intentos de suicidio, autolesiones, desorden alimenticio y depresión. Medallas de batallas ganadas, eso es lo que eran. Pugnas que no habría podido ganar de no ser por el apoyo incondicional de su familia; Sana jamás podría pagarles todo lo que habían hecho por ella. Sí, había perdido su rosa; ya no quedaba de ella más que los recuerdos. Y eso era suficiente para que Sana pudiera seguir respirando día a día, era suficiente para que tomara el tenedor y se llevara comida a la boca. Ella se enamoró, y amó y seguiría amando a la misma persona hasta que exhalara su último aliento; estaba orgullosa de poder hacerlo. Ya no intentaría frenar los latidos de su corazón para poder bajar al infierno y encontrarse con su dueña; esperaría pacientemente a que se encontraran cuando el destino lo demandara. Mientras tanto, viviría con el corazón en mano, gritándole al mundo que no fueron dignos de presenciar algo como lo de ellas. Su alma sanaría con el tiempo, cuando las voces de su mente se silenciaran. Tiempo, eso era todo lo que Sana tenía a su favor; y sería suficiente. Se lo había prometido a Azumi, le prometió que viviría, porque su amor por Tzuyu había sido eso, había sido vida. Guardaron las maletas de Sana en el maletero, su madre sonriendo en todo momento.
—Entonces, esto sería todo —dijo la mujer al cerrar el maletero.
Sus palabras iban mucho más allá, Sana lo sabía.
—Bien, ¿ahora a dónde vamos? —preguntó la japonesa al subirse al auto de su madre; en el asiento del copiloto. Minari se sentó en el asiento trasero.
—A casa —respondió su madre, alegre.
Sana aún no podía pronunciar aquella palabra sin sentir que se ahogaba. Quizá algún día lo lograría.
—B-bien... vamos.
El viaje fue ameno, las tres conversando sobre el montón de cosas que debían hacer ahora que Sana estaba oficialmente dada de alta y como Azumi había organizado un fin de semana que incluía la maratón completa de sus series favoritas. Sana y Mina no se miraron, pero ambas tenían risas fingidas al saber que serían obligadas a ver temporadas completas de aburridas historias de amor. Llegaron al departamento de Sana, quien parpadeó varias veces al no reconocerlo. Completamente remodelado, ya no era el mismo lugar que dejó meses atrás cuando intentó quitarse la vida por tercera y última vez.
—¡¿Te gusta?! —preguntó su madre, emocionada, mientras Mina llevaba las maletas de Sana a su habitación.
—Eh, sí... En realidad, sí. —Y no mentía. Todo lucía cálido y acogedor.
—Me esforcé mucho para que quedará así, por lo cual es bueno que te guste y que no debas volver a la clínica porque tu mamá te castró con un cuchillo de cocina.
La japonesa siseó y caminó hasta su madre para envolverla en un abrazo. Los abrazos de Azumi eran los mejores en el mundo, los mejores ahora que su rosa ya no estaba con ella. Mina apareció a los segundos, mirando su teléfono móvil y con el entrecejo arrugado.
—Yo debo volver a la oficina, Satang. Me llamó mi secretaria y me dijo que... —Mina permaneció en silencio unos segundos y luego suspiró—. En realidad, me hubiera gustado decírtelo de otra forma.
Sana se giró, con su ceño fruncido y sus orbes fijos en Mina.
—¿Me perdí de algo? —preguntó alternando su mirada entre Mina y Azumi. Ambas se miraban, cómplices
—Bueno, en realidad... No quería decirte nada hasta no estar segura.
—Mina, por amor al cielo, solo habla de una vez.
—Me llegó un oficio judicial la semana pasada.
—Oh, bueno... Es sobre, uhm. ¿Es sobre mi caso? —Mina asintió levemente en lo que Azumi se soltó de ella y se abrazó a sí misma.
—Satang, cariño... Sé que deberíamos haberte dicho de inmediato, pero realmente queríamos que primero salieras de la clínica. No fue nuestra intención ocultarte nada y...
—¡Mamá! —la interrumpió, Azumi tendía a balbucear cuando se ponía nerviosa—. Está bien. Comprendo. ¿Qué dice el oficio, Mina?
—Eso es... Bien. Estás limpia.
—¿Qué?
—Estás completamente limpia, Satang. —La japonesa se preguntó si tanta medicación la había dejado estúpida, porque realmente no comprendía las palabras de su mejor amiga—. Se encontraron pruebas, no sé cómo... pero lograron demostrar que todo este tiempo fuiste inocente.
Los fanales de la castaña se abrieron con incredulidad. ¿Cómo podía ser eso posible? Ellas habían hecho lo inalcanzable para demostrar que Sana era inocente y todo fue en vano.
—¿Qué? ¿Pe-pero cómo? Es decir, alguien... —Tragó con dificultad—. ¿Alguien siguió con mi caso?
—Así parece... Aún no tengo todos los detalles. Esta semana me presentaré en el juzgado y veré la resolución del juez y las pruebas. No quería decirte nada todavía, pero todo indica que... —Sonrió, amplia y con ilusión en su mirada—. Que recuperaras tu título de médico, Sana.
Sana miró a su madre, quien asintió con efusión.
—Te dejaré a solas con Mina para que no te sientas agobiada, ¿de acuerdo?- Sana asintió en silencio. Pensó que caería al suelo. ¿Volvería a ser médico? ¿Era verdad?
—Pe-pero... —No sabía que decir. Una mano se colocó sobre su hombro y al levantar la vista vio a Mina.
—Escucha, no estoy completamente segura... pero creo que esto tiene que ver con alguien que tú conoces.
—¿Qué yo conozco? Mina, amiga. Por favor, ten en cuenta que estuve meses tomando pastillas que me hacían sonreír al ver una manzana...
—Bien, es solo que... Cuando me llegó el oficio, lo primero que hice fue contactar a la parte demandante y exigirles una explicación. Hablé con el padre del bastardo de tu ex novio...
—Mark.
—Sí, ese... Bueno, la cosa es que, no sé cómo decirlo, pero el hombre sonaba realmente asustado. Me pidió perdón y dijo que haría lo que sea, pero que por favor lo perdonáramos. Estuve realmente perdida cuando eso ocurrió, por eso no quise decirte nada. Le dije a Azumi y ella me aconsejó que investigara un poco antes de decirte... y lo hice.
—Por supuesto que lo hiciste.
Mina rodó los ojos a las palabras de Sana.
—Y encontré algo bastante interesante. Las acciones del hospital que te acusó de asesinato por negligencia médica, fueron recientemente compradas por un grupo de inversionistas de Irlanda.
—¿Irlanda?
—Así es... Y dentro de ese grupo, un nombre me sonó. Lo recordé porque hace años... Ya sabes, yo era una gran admiradora del boxeo.
—Mina, necesito que vayas al maldito grano porque me está dando migraña.
—Charles Reynolds. ¿Lo recuerdas?
Cada pieza comenzó a encajar. Las palabras de Mina tomaron forma, porque sí, Sana lo recordaba. Imposible olvidar al padre de Mia, de su pequeña princesa.
—Y-yo... No sé qué decir.
—A mí también me tomó por sorpresa, créeme. —Mina también sabía del hombre, no de su clandestina participación en el Under, pero sabía que era el padre de la pequeña Mia. ¿Cómo no iba a saberlo? Cuando ella fue quien acompañó a Sana en todo ese horrible proceso—. Al principio su nombre solo se me hizo conocido, luego recordé la demanda que le pusieron al hombre por haber descuidado a su hija y como testificaste a su favor.
—Mia siempre hablaba bien de su papá —Sana buscó con la mirada un sofá y se dejó caer en él, sujetando su cabeza con ambas manos—. Parecía ser un buen hombre.
—Lo sé, Satang.
—P-pero él... —Sana no sabía que decirle a Mina.
No había vuelto a saber de Reynolds, no había tenido el valor para ir a la prisión y buscar a Momo o Dahyun. No era tan fuerte para verlas a la cara sin sentirse sepultada en vida.
—Escucha, aún no puedo asegurarte nada. Son solo suposiciones mías, pero sabes que rara vez me equivoco.
—¿Crees que él me ayudó?
—Lo creo.
—Debo hablar con él... D-debo... —Sana se colocó de pie y caminó en busca de las llaves del auto de su madre.
—¡Sana, espera!
—¡No! No entiendes Mina, esto no es... Mierda, necesito que me lleves con él. —Sana, no sabemos si realmente tuvo algo que ver, además... No tengo idea de dónde vive. —La japonesa miró el suelo, respiraba agitadamente y su boca se sentía seca
— Escúchame, iré a mi oficina y veré la resolución del juez. Resolveremos primero la devolución de tu título médico y luego nos dedicaremos a buscar a Reynolds, ¿de acuerdo?
La castaña asintió y se dejó envolver en un abrazo cuando Mina estiró sus brazos hacia ella. Se reconfortó, intentando calmar la respiración de su pecho.
—Tengo miedo, Mina.
—Todo estará bien, Satang. Lo prometo. —Y Sana sabía que Mina siempre cumplía sus promesas.
Era cosa de algunos días, de los malos. Cuando sus ojos se abrían para comenzar nuevamente, sentía tanto dolor, tanta desolación que le era imposible no presionar su rostro contra la almohada y abandonarse a sí misma entre lágrimas ácidas y tibias, mientras gritaba hasta que sus cuerdas vocales quedaban resentidas. Se repetía a sí misma que debía hacerlo, por Azumi y por Mina, por sus futuros pacientes. Debía seguir respirando, aun cuando ya no tenía un motivo para hacerlo. Y lo estaba haciendo, con toda su fuerza de voluntad lo hacía. Con los sobrantes de su corazón marchito y seco, lo hacía. Sana no podía hablar de Tzuyu sin quebrarse por dentro. No podía poner en palabras simples los secretos que convirtieron su amor en una eterna epifanía. Porque nadie la entendería, porque a nadie le dolería. Porque nadie era merecedor de saber la manera en que se amaron.
"Cuando te toco, Corderita coqueta... Es como, no lo sé. Es como poder respirar nuevamente después de haberme ahogado bajo el agua."
Se levantó de la cama y fue directamente al baño, ese día finalmente iría en busca de la verdad. Después de semanas de búsqueda, Mina había logrado dar con el paradero de Reynolds, o quizá Reynolds había dejado que dieran con él. No estaba completamente segura de cuál era el caso. Bajo la lluvia artificial lavó su cabello y restregó su cuerpo con una barra de jabón.
"Déjame lavar tu cabello, puta derrochadora... Que me cuesta un diablo conseguir una botella de shampoo."
Sonrió, presionando sus dedos en su cuero cabelludo. Ya se había acostumbrado a ello, a estirar sus labios cuando se caía un pedazo de su corazón. Nadie lo notaba, era su máscara; era la manera en que el dolor se hacía real a través de su cuerpo. Y Sana sonreía, siempre. Porque siempre dolía. Frotó su rostro con ambas manos, viendo dos horribles cicatrices trazadas en sus muñecas. Recordatorio de la segunda vez que intentó detener los latidos de su corazón, demasiado drogada como para siquiera recordarlo. Quizá estuvo demasiado tiempo bajo el agua, pero era un ritual necesario para ella. Para esos días donde la ansiedad la abrazaba. Hizo su rutina de siempre al salir del baño, vistiéndose rápidamente y abriendo las cortinas y ventanas al pasar por el salón hasta la cocina. Con manos diestras en el manejo de su cafetera consentida, hizo un expreso y lo bebió en tres sorbos antes de ir por su móvil para llamar a su madre y a su terapeuta.
—Hola Azumi —saludó con el móvil en su oreja y caminó lentamente hasta el balcón para tomar el fresco de la mañana.
Había dejado de vivir con su madre hacía poco más de una semana, cuando su terapeuta consideró que ya era posible para ella retomar su ritmo normal de vida. Conversó con Azumi a gusto, escuchando todo lo que ella tenía que decir sobre sus diversas actividades con sus amigas y respondió con cariño en la voz a cada pregunta que su madre le hizo. Prometió ir a visitarla al día siguiente. Fue como Mina dijo, su reputación como médico fue restablecida. Logró una disculpa pública por parte del director del hospital y una enorme indemnización económica, una que Sana realmente no quería, pero que Mina se empeñó en obtener. En realidad tampoco le molestaba el deportivo rojo que se había comprado con parte de la indemnización. Mucho menos a Mina, quien era prácticamente la conductora del deportivo, ya que apenas la veía le arrancaba las llaves a Sana. Para Sana, lo único realmente gratificante había sido que podría volver a trabajar como doctora pediatra. Podría volver con aquellos niños que esperarían efusivamente por ella cada día, que la ayudarían a manejar la ardua tarea de continuar viviendo, cuando había perdido las ganas de hacerlo. Escuchó el timbre y frotó su nuca con las yemas de los dedos de sus manos, mientras se hacía camino de manera perezosa hasta la puerta. Una sonriente Mina fue a quien se encontró.
—¡¿Dónde están?! —preguntó haciendo referencia a aquellas piezas metálicas que significaban más para ella que todo en su vida.
Sana rodó los ojos y le indicó una mesita de adorno a la entrada donde se encontraban las llaves del deportivo. Mina prácticamente corrió a ellas.
—¿Estás lista? Ya vamos, vamos.
—Por Dios, Mina. Solo llévate el maldito auto y cásate con él.
—¿Se puede? Es decir, ¿nos has visto juntas? Somos perfectas. —Acunó las llaves en sus manos y las besó como quien besaría a un canario—. Ahora sé que el amor es real.
—Sí, como sea. Voy por un abrigo.
—Te esperaré abajo con Emy.
—¿Emy? —preguntó con el ceño fruncido.
—El nombre de mi chica. —Besó de nuevo las llaves y Sana negó con la cabeza.
—¿Le pusiste nombre a mi deportivo?
—¡Hey! No le hables así... No es una cosa.
—Estás loca.
Mina sonrió e hizo sonar las llaves al rodar el llavero por su dedo índice. Salió del departamento mientras Sana fue por su abrigo, tomando su cartera y las llaves de su piso al mismo tiempo. Palmeó el bolsillo de su pantalón en busca de su móvil. Estaba acostumbrado a tenerlo con ella. Con su caminar ligero que la caracterizaba y que le hacía ganar uno que otro cumplido, mientras usaba sus dedos para sacar los mechones de cabello que caían por su frente, llegó al deportivo donde una enamorada Mina la esperaba. Su mejor amiga estaba prácticamente cantándole una serenata al vehículo, mientras acariciaba el volante. Sana estaba pensando seriamente en regalarte el deportivo.
—¿Lista? —preguntó Sana sentándose en el lugar del copiloto. Colocándose sus lentes que había guardado en la guantera.
—Nací lista. —Mina le dio un guiño y encendió el motor, haciéndolo sonar con sorna antes de quemar el asfalto al partir a toda velocidad. Sana bufó y rodó los ojos, una sonrisa plasmada en su rostro.
Estaba asustada, emocionada y con un nudo en su vientre que le había hecho imposible comer algo. No podía ser de otra forma. No ese día al menos. Porque finalmente vería a Reynolds, al mecenas que llevó a Tzuyu a su muerte. Sí, Sana lo había odiado, había querido tenerlo frente a sus ojos para poder arrebatarle la vida, tal como Reynolds lo había hecho con Tzuyu al llevarla a la fosa. Sin embargo, no lo haría; porque ni Reynolds ni la muerte la iba a separar de Tzuyu. Y con ese pensamiento enraizado en su cabeza, la paz se había hecho un pequeño lugar en su desolado corazón. Ahora solo quería saber los motivos que tuvo Reynolds para ayudarla, quería saber cómo murió Tzuyu. Sus últimas palabras y por qué las peleas en el Under habían sido clausuradas como le dijeron a Mina cuando intentó averiguar sobre Momo y Reynolds en Camp Alderson.
—¿Estás bien? —preguntó Mina luego de una hora de viaje. Sana inclinó su cabeza hacia abajo.
—Sí, solo... Algo conmocionada. Sabes que esto es, bueno, es difícil para mí.
—Podemos posponerlo.
—No, no podemos, Mina . Necesito saber, necesito... Ya sabes.
—Sí, lo sé. Tranquila. —Mina palmeó un muslo de Sana, regalándole una sonrisa.
—Eres demasiado buena conmigo —suspiró—. ¿Por qué nunca me enamoré de ti?
—Porque somos hermanas y sería raro.
—Buen punto. No me viene el incesto.
—Y porque siempre te quejas de que mis pies apestan.
—¡Es verdad! Dios, ¿has visto un médico? Que no es normal.
—No, creo que me gusta. Es como... mi perfume personal.
—¡Asco! Ahora recuerdo por qué no tienes novia. —Sana fingió temblar, con sus labios apretados y su nariz arrugada.
—En realidad...
—No —Sana la interrumpió.
—¿Qué?
—No, no puedes tener novia. No vas a tener novia... Tu futuro es ser una vieja soltera con muchos perros y que se embriaga en costosos bares.
—... Hermosa.
—Lo sé. Y me llamarás por teléfono a las cinco de la madrugada para decirme que no puedes manejar por estar borracha.
—Suena como algo que tú harías.
—Por supuesto que no. Soy una mujer casada. —Sana le mostró su mano izquierda a Mina, moviendo su dedo anular donde el tatuaje de anillo lucía radiante.
Mina rodó los ojos, sin embargo, sonrió. Que Sana hablara de Tzuyu como si todavía estuviera en su vida era algo a lo que ya se había acostumbrado. Era la forma en que Sana podía lidiar con el dolor. El resto del viaje fue placentero. Porque el viento era agradable, porque Sana hablaba como pocas veces lo hacía, con una enorme sonrisa en su rostro. Contándole a Mina anécdotas entre ella y Tzuyu. Era ameno, sí. Porque Mina no sabía que Sana mordía con fuerza su mejilla interna hasta hacerla sangrar, cada vez que se callaba. Porque Nadie sabía que Sana moría con cada paseo a su pasado. Una y otra vez. Sana le contó como a veces se escondía de Tzuyu, solo porque le gustaba saber que su dueña se volvía loca buscándola por todo Camp Alderson, y es que los abrazos que Tzuyu le daba cuando finalmente encontraba su escondite eran los mejores; los más fuertes y tibios. Cuando la japonesa se dio cuenta, ya habían salido de la carretera para adentrarse en un sendero al interior de un bosque. Miró a Mina con cierta duda, su amiga le dijo que Reynolds se encontraba en su casa de campo junto a su hija. Finalmente se estacionaron a las afueras de una enorme casona. Hermosa y construida sobre una base de piedras de cantera. Sana apenas si esperó a que Mina apagara el motor para salir del deportivo de un salto, prácticamente corriendo hasta la puerta de entrada. Madera maciza chocó contra sus nudillos al tocar la puerta. La puerta se abrió. La boca de Sana se secó y los recuerdos, todos, cada uno, de ella y Tzuyu, se agolparon en su cabeza. Sintió un mareo y fue sostenida por las grandes manos del hombre.
—Hola Sana.
—Hola Reynolds. —El mecenas sonrió y Mina llegó a los pocos segundos. Sintió la mano de Mina colocarse en su espalda baja—. Vengo por respuestas.
Reynolds le regaló una sonrisa sincera y negó con la cabeza.
—No es aquí donde vas a obtenerlas, pero quiero que pasen. Hay alguien que quiere verte.
Sana botó el aire de sus pulmones y miró a Mina antes de adentrarse en la casa, sintiendo sus piernas flaquear a cada paso. Reynolds las guio hasta el salón principal y Sana no fue consciente de las lágrimas que recorrían sus mejillas hasta que sintió ese delgado cuerpo abalanzarse contra ella. Su pequeña princesa la abrazaba como si su vida dependiera de ello.
—Mia...
—¡Satang-Satang! —gritó la pequeña interrumpiéndola.
Sana se inclinó para envolverá en un abrazo. Besó los cabellos de la pequeña, quien llevaba orgullosamente la corona que ella le había regalado tantos años atrás. Estaba hermosa, grande y sus ojos aún brillaban como diamantes.
—... Hola campanita.
Mina miró a Reynolds, quien estaba perdida en la escena de su hija y Sana.
—¡Te estuve esperando! Lo hice porque me prometiste que volverías por mí. ¡Y cumpliste!
—Sí. —Estaba sobrepasada de emociones. Su cuerpo temblaba y todos sus pensamientos habían hecho cortocircuito.
Mia se separó de Sana y limpio sus hermosos ojitos llorosos con fuerza. Era una niña fuerte, de eso no había duda. La pequeña sonrió y levantando sus manitos se sacó la corona de su cabeza. El labio inferior de Sana tembló. Quiso gritar. La pequeña Mia colocó la corona que Sana le había regalado sobre la cabeza de esta.
—Mia... No.
—¡Ahora te toca a ti llevarla! —Sana negó con la cabeza. Desesperada—. ¡Sí, tú lo dijiste! Que si yo llevaba la corona hasta que volvieras por mí, después la llevarías tú y ambas seríamos de la realeza.
Y Mia no sabía. En su inocencia la pequeña no sabía el peso que caía sobre Sana al tener aquella corona sobre su cabeza. Mina palmeó su hombro y Sana limpió sus lágrimas con el dorso de una mano.
—Mia, amor. Después podrás jugar con Sana. Primero tengo que hablar con ella, ¿de acuerdo?
La jovencita hizo un puchero y asintió con la cabeza. Abrazando a Sana por última vez antes de salir con pequeños pasitos del salón principal.
—Está enorme, pero sigue... Ella...
—Mia ha quedado estancada en la época que vivió contigo en el hospital. La llevé a diferentes especialistas y muchos de ellos me han dicho que se debe al abuso sexual que sufrió y todo el daño emocional que vivió en aquellos años. Está con un especialista, dice que con los años logrará reponerse... Aunque no dice cuántos años.
—L-lo siento. Yo...
—No es tu culpa, Sana. No es tuya, no es mía... Me tomó años comprenderlo. Quien ocasionó el daño fue el único culpable. Algún día lograrás entenderlo. —Sana bajó la mirada, sin aceptar del todo las palabras del mecenas—. Ven.
Tomaron asiento en un enorme sofá y Reynolds les habló más sobre la condición de Mia. Sin necesidad de preguntas, con su corazón en mano, el hombre les contó el infierno que vivió cuando descubrió que su hijo mayor violaba a su pequeña. Como gracias a Sana no la había perdido y como siempre le estaría agradecido por eso. También le dijo lo mucho que le sorprendió encontrarse con Sana en Camp Alderson... Sana escuchó todo, respondiendo con dificultad a las preguntas que Reynolds le hacía. Agachando la cabeza cuando el mecenas dijo que había escuchado sobre su estadía en el hospital por sus intentos de suicidio.
—Lamento todo esto, Sana. Es, no sé cómo decirlo... Creo que la vida nos ha puesto en el camino una y otra vez.
—Eso veo —respondió vacía. Se sacó la pequeña corona de la cabeza, dejándola reposar sobre sus rodillas.
—No pude dejar que llegaras a mí antes, lo siento por eso. No podía exponer a mi hija, exponerte a ti... A quienes protejo.
—Yo lo comprendo, es solo que... —La mano de Mina se colocó sobre la suya. Sana sonrió a su hermana de alma—. Tzuyu. Ella, ella es parte de mí.
El mecenas apretó los labios y comenzó a jugar con sus dedos.
—Ella dijo lo mismo, ¿sabes?
—¿Lo dijo? —Su ritmo cardiaco se aceleró.
—Sí, cuando le dije que... bueno, le conté que estaba en deuda contigo y que haría todo lo que estuviera en mis manos para ayudarte, ella me dio las gracias. Le dije que no debía hacerlo, que lo hacía por ti, no por ella y entonces... —Reynolds estiró una mano y señaló con su palma extendida a Sana—. Me dijo que tú eras parte de ella.
—Lo sigo siendo. —Tragó seco—. Lo seguiré siendo.
—Ella me dio un mensaje para ti antes de su última pelea. —Sana abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra salió de ella—. Dijo... Si muero, lo haré viendo el cielo porque es el lugar donde tú y yo nos encontraremos.
Y Sana sonrió.
—N-no puedo. —Las comisuras de sus labios dolían—. No puedo dejar de sonreír. No puedo, solo no...
—Sana.
—Nunca podré dejar de hacerlo. —Sus ojos estaban irritados y rojos. El índigo en ellos destacaba debido al rojo a su alrededor.
—Sana, escúchame... Si muero lo haré viendo al cielo porque es el lugar donde tú y yo nos encontraremos.
La japonesa frunció el ceño. Estuvo en silencio unos cuantos segundos. Llevó ambas manos a su boca, ambas temblando. Lo recordaba, lo hacía... Aquella conversación. Una noche como tantas, con Tzuyu a su lado, acariciando las curvas de su espalda hasta el nacimiento de sus glúteos. Embriagadas de la otra, su dueña le había hablado sobre aquel lugar que se asemejaba al paraíso.
"Ese lugar es como el cielo, corderita... Algún día te llevaré porque mereces verlo, mereces ver el paraíso porque tu perteneces a él."
—Grand —susurró con voz tiritona. Apenas audible—. L-la isla. Grand Anse.
Los labios de Reynolds se curvaron en una sonrisa.
Fue cuando Tzuyu abrió la puerta, expectante de conocer finalmente a Ivanov, el hombre que su padre quería muerto, que se encontró a la persona que jamás esperó encontrarse.
—¡¿Tú?!
—Tzuyu, te presento a Ivanov. Mi salvadora y también... mi jefa.
—Hola, emperadora.
—¡¿Pero qué mierda estás haciendo aquí, Dahyun?!
—¡Ay, maricona! No grites que me pones nerviosa.
Tzuyu miró a Reynolds y después a Dahyun. Sin comprender absolutamente nada de lo ocurrido.
—Lo mejor será que tomes asiento, Tzuyu —intentó tranquilizarla el mecenas. Colocando una mano en el hombro la taiwanesa.
—¡No me digas que hacer! —rugió Tzuyu tomando a Reynolds y empujándolo contra la pared. Su antebrazo ejerciendo presión en el cuello del hombre—. ¡Momo!
—¡Cállate, gilipollas! —gritó Dahyun.
—¡Momo!
—¡Qué no llames a mi novia, hija de puta!
Tzuyu vio el revólver que Reynolds cargaba en el borde de su pantalón. Lo sustrajo y soltó a Reynolds, retrocediendo y apuntando a Dahyun, quien rodó los ojos.
—¡¿Cómo quieres que no la llame?! ¿Quién eres en realidad? — ¿Pero qué diablos? Yo buscaba un hombre, al hombre que debía asesinar por el mandato de mi padre. ¿Acaso eres.. Eres hombre?
—¡No! Tzuyu, rayos, tengo vagina. Y no, no la quiero aquí! ¿No la viste? ¡Anda ahogándose en putas!
Tzuyu tenía su entrecejo tan fruncido que llegaba a doler. ¿Qué mierda estaba ocurriendo ahí?
—¡Tzuyu! —Escuchó la voz de Momo a través de la puerta seguido por fuertes golpes.
Los ojos de Dahyun se abrieron con sorpresa. Tzuyu no bajaba su arma y Reynolds siseaba con la cabeza.
—Dile que se vaya —susurró apenas audible la rubia, sacudiendo su cabeza de un lado a otro con tanta rapidez que pareciera, iba a romperse el cuello—Que se va a enojar conmigo. Tzuyu, dile que se vaya... Primero tengo que hablar contigo.
El desconcierto en el rostro de Tzuyu llegaba a ser divertido.
—¡¿Tzuyu, que ocurre?! —La voz de Momo sonaba desesperada.
—Na-nada... —gritó finalmente la emperadora. Dahyun suspiró aliviada, llevándose una mano al pecho.
—¡Abre la puerta, Tzuyu!
—¡Solo espérame ahí!
Escucharon a Momo gruñir un poco más, antes de gritar que estaría fuera de la habitación. El arma en ningún momento dejó de apuntar a Dahyun, y Reynolds caminó hasta la rubia.
—¿Estás bien?
—Sí, solo me asusté —sonrió la rubia.
—¿Me van a decir que mierda ocurre aquí o tendré que disparar?
—Deja el drama de perra herida y toma asiento, Tzuyu. Lo que voy a decirte es importante.
Tzuyu gruñó en respuesta, pero se sentó al frente de Dahyun, quien sonrió mostrando sus perlados dientes. Tzuyu tenía el revólver sobre su regazo, dispuesta a usarlo en cualquier momento. No importaba que tuviera sus manos esposadas, eso no sería dificultad para apretar el gatillo.
—De acuerdo... —Dahyun tomó una bocanada de aire y su rostro risueño cambió drásticamente a uno firme y seco. Una expresión que la emperadora jamás había visto en ella— Ivanov es el nombre que usamos mi padre y yo para hacer negocios. La mayoría de veces tengo que ocultar mi identidad, y que mejor manera de hacerlo con nombre de hombre —¿No Tzuyu? — Así nos mantenemos protegidos de posibles enemigos.
—¿Eres su hija? —preguntó Tzuyu con la voz áspera.
—Lo soy. —Asintió con la cabeza—. Y como bien tú sabes, Yi Cheng, tu padre, ha mantenido ciertos conflictos con mi padre por algunos años ya.
—Solo supe que tu padre se ha convertido en una amenaza para Yi Cheng.
—Sí, bien. Puedes agradecerme por eso. —Dahyun estiró una carpeta en dirección a Tzuyu, quien al tomarla comenzó a ver su contenido. Su rostro mostrándose sorprendida al ver las fotos, facturas, documentos... Pruebas de cada ilegalidad cometida por Yi Cheng.
—Esto... Joder.
—Años de trabajo, Tzuyu.
—¿Cómo lo conseguiste? ¿Por qué?
—Colombia.
—¿Qué? —preguntó Tzuyu, ahogada.
En el rostro de Dahyun se esbozó una pequeña sonrisa.
—Hace algunos años el coronel Yi Cheng hizo un importante negocio con mi padre. Contrabando de armas militares... Le vendió cinco cargamentos de armas militares a mi padre y todo habría quedado bien, de no ser porque Yi Cheng fue descubierto en su crimen. —Tzuyu bufó. No era nuevo para ella escuchar sobre su padre siendo una rata—. Tu padre aseguró que no había cometido tal infracción y emitió una orden militar de búsqueda a los cargamentos de armas...
—¿Dieron con las armas?
—Sí. No les fue difícil dar con ellas puesto que Yi Cheng sabía dónde estaban. Reynolds no decía palabra alguna. Perro fiel al lado de Dahyun, se mantenía en silencio.
—Ya... O sea, Yi Cheng se jodió a tu padre. ¿Dónde me involucra esto?
—Vale. Te calmas un poco, hija de puta. La historia se pone buena justo ahora —exclamó Dahyun, luciendo ofendida.
—Vale, como sea... —Señaló a la rubia para que continuara su relato.
—Entonces... Mi padre se quedó sin armas y sin el dinero. Millones de euros. —Tzuyu silbó.
—¿Qué hizo tu padre al respecto?
—¡Se volvió loco! Quería llenarle el pecho de plomo a Yi Cheng.
—Debería haberlo hecho —bufó Tzuyu.
—Concuerdo... —Se encogió de hombros—. Pero no es idiota y recuperar el dinero era más importante. Tenía pruebas que demostraban que Yi Cheng había sido quien le vendió las armas y prometió usarlas en su contra si no le devolvía el dinero.
—Mi padre devolviendo dinero. Estoy segura de que eso no ocurrió.
—No, no ocurrió... —El rostro de Dahyun lucía amargo y decaído—. Por supuesto que no devolvió el dinero. Yi Cheng es un ratero y decidió que era mucho mejor intentar deshacerse de mi padre que pagar su deuda.
—Eso sí suena a Yi Cheng. Solo un hijo de puta como él haría algo así. ¿Mató a tu padre?
Dahyun apoyó sus codos sobre el escritorio y acunó su barbilla en la palma de una mano.
—En esa época, mi hermano mayor y su esposa fueron en una misión de ayuda a un campamento de refugiados ilegales en Colombia. Mi padre fue con ellos para ayudar en lo que le fuera posible. Siempre ha sido un hombre de corazón blando y ayudar a los desprotegidos es la forma en que conserva los pies en la tierra. Ya sabes, el trabajo de hombres como mi padre no es muy ortodoxo. —Dahyun soltó un suspiro y sus labios se fruncieron en un rictus amargo—. Pero mi madre cayó enferma y mi padre tuvo que devolverse ese mismo día. No le dijo a nadie...
—N-no... Dahyun, dime que no es...
Tzuyu no necesitaba más información. Ya todo había tomado forma en su cabeza. Ahora, finalmente después de tantos años, tenía el motivo por el cual su padre había asesinado a todas esas personas, todo intentando deshacerse de un hombre.
—Yi Cheng usó sus contactos en el gobierno de Los Estados Unidos para llevar a cabo el asesinato de mi padre.
—Fue por eso que me mandó a ese campamento. Para que matara a tu padre y así no tuviera que pagarle nada.
—Todo por el maldito dinero. —Reynolds palmeó el hombro de Dahyun, sabiendo que la parte más difícil era la que seguía—. Mi hermano y su mujer murieron esa noche, Tzuyu. Murieron junto a los cientos de civiles.
Tzuyu sintió los dedos de sus manos entumecerse. Quería vomitar.
—Y-yo...
—No tienes la culpa. Lo sé, no pasé más de un año en prisión contigo y Momo por nada. —La taiwanesa bajó la vista. No se sentía capaz de ver a Dahyun a la cara—. Seguramente Yi Cheng se sorprendió cuando mi padre lo contactó al tiempo, exigiéndole el dinero de vuelta... ¿Divertido no crees? Yi Cheng movió todos sus contactos para matar a un solo hombre y... este no murió.
La risa ácida de Dahyun perforaba los oídos de Tzuyu.
—¿Por qué no se vengó en ese entonces?
—No imaginábamos que Yi Cheng sabía la verdadera identidad de mi padre. Además, tú sabes que todo ocurrió bajo el marco legal de la milicia nortecoreana y lo hicieron pasar como una operación antiterrorista de Estados unidos. Yi Cheng no aparecía ligado bajo ningún aspecto a lo ocurrido. Por otro lado, nos costó un largo tiempo conseguir el nombre del culpable puesto que fue mantenido como secreto de estado.
—Mierda...
—Pero todo secreto termina por saberse. Cuando descubrimos que había sido Tzuyu Chou, hija de Yi Cheng Chou... No hicieron falta más pruebas. —Tamborileó con sus dedos sobre la mesa—. Tú ya estabas en prisión, cumpliendo tu condena.
—Ya... —tragó amargo. —Pudriéndome en Camp Alderson por culpa de Yi Cheng. —Fue en ese entonces que mi padre conoció a Reynolds y le dijo que necesitaba su ayuda, pero Reynolds no podía acercarse a ti.
—Yo estaba con Nicholas.
—Exacto. Y Nicholas trabajaba para tu padre. Así que Reynolds no podía acercarse sin levantar sospechas. Por lo que decidí entrar yo misma en el juego; aunque mi padre no quería.
—Mierda... ¿Yi Cheng no sabía de ti?
—No. Ni de mí, ni de mi hermano. Nuestro padre siempre cuidó nuestras identidades.
Tzuyu asintió. Intentando procesar todo en su cabeza. De alguna manera ya todo encajaba; todo tenía una respuesta.
—Momo va a matarte.
—Me ama.
—Nos mentiste. Le mentiste. —La voz de Tzuyu sonaba profunda y lenta. Un amago de tristeza surcaba sus cansadas facciones.
—¿Qué debía decirles? La verdad siempre sale a la luz, Tzuyu. Solo hay que ser paciente.
—... Sana. ¿Ella sabía? —preguntó con miedo en la voz. Sintiéndose vulnerable.
No podría soportarlo... Que Sana le hubiera mentido; preferiría morir ahí mismo.
—Créeme, ella no estaba en mis planes. De hecho, Reynolds casi se orinó en sus pantalones cuando la vio contigo. —El mecenas bufó y Dahyun lo miró de reojo—. ¡¿Qué?! No es mentira.
Tzuyu sintió que podía volver a respirar.
—¿Y ahora qué? ¿Para qué mierda me has traído aquí? Sé que quieres algo de mí, Dahyun. Así que dilo de una maldita vez.
—Los hombres que están aquí...
—¿Qué con ellos? —interrumpió Tzuyu.
—Son los aliados que tu padre mantiene en los bajos mundos. Sus conexiones y sus protectores. Son quienes no han dejado de buscar la manera para destruir a mi padre por petición de Yi Cheng. —Esbozó una sonrisa de satisfacción—. Y los junté a todos... Los amarré a mi dedo meñique, Tzuyu.
—¿Lo dices en serio? —Dahyun asintió—. Joder, Momo tenía razón. Estás demente.
—Un poco, pero créeme, no podía ser de otra forma. Necesito a tu padre vulnerable, Tzuyu. Lo necesito expuesto porque créeme, voy a acabar con él. Lo pisotearé hasta que ruegue por piedad y luego, cuando no le quede nada... Le cortaré la garganta.
—No estás buscando simple venganza —afirmó.
—No. Esto no es venganza, Tzuyu. Es un castigo... Y serás tú quien lo ejecute.
Se miraron en silencio. En el rostro de Dahyun no había más que convicción férrea.
—¿Sabías que Momo vendría a la fosa? —Dahyun negó con la cabeza.
—No. Por supuesto que no. se suponía que solo tú pelearías. —Suspiró, molesta—. Mi padre y Reynolds iban a encargarse de todo, de que ganaras para que volvieras a prisión con un mensaje...
—¿Un mensaje?
—Sí. Un mensaje para Yi Cheng... De que Ivanov iría por él. Pero hubo un cambio de planes. Tu padre descubrió que una hija de Ivanov estaba en prisión y metió a sus hombres para descubrir quién era. Por eso su urgencia con que te deshicieras de mi padre.
—Por eso me presionó con Momo y amenazó con hacerle lo mismo a Sana. —Finalmente dejó el arma sobre el escritorio. Estiró sus manos en dirección a Reynolds, quien de inmediato le sacó las esposas—. Entonces, ¿qué debo hacer? ¿De qué manera vas a usarme?
Al final eso era todo. Siempre usada; siempre un peón del tablero de ajedrez. A eso se limitaba su vida. Patética.
—Necesito que mates a todos los mecenas que han venido.
—¿Qué?
—A todos y cada uno, Tzuyu. Los verás esta noche y memorizarás sus rostros... Háblales, salúdalos... Preséntate como Tzuyu Chou y confírmales que eres la hija de Yi Cheng.
—¿Por qué? Mierda, tu mente está retorcida.
—Porque necesito que testifiquen que la hija de Yi Cheng Chou ha muerto. Ellos pensarán que estás muerta y le dirán a tu padre que estás muerta, porque lo estarás.
Tzuyu resopló, sintiéndose agotada. Tanto luchar, durante toda su vida... Solo para terminar siendo una herramienta. Se repasó el cabello con una mano.
—Entonces moriré y después me encargaré de matar a los bastardos que ayudan a Yi Cheng.
—Lo harás.
—Y mi padre verá a sus socios caer, uno a uno. Eso lo volverá loco. Conozco a Yi Cheng, cuando algo comienza a amenazarlo, comete errores... Muchos.
—Exactamente.
—¿Y si no lo hago? Si no te ayudo con esto.
—Lo harás. Porque odias a Yi Cheng tanto como lo hago yo.
—Odio que me conviertan en una marioneta, Dahyun. Demasiados años siéndolo. —Será la última vez, Tzuyu, pero te necesito en esto, no podría ser alguien más... No puedo correr ningún riesgo, no cuando hay vidas en juego. Reynolds, Mia, Sana y su familia... Momo. Todos ellos están expuestos mientras tú vivas, porque tu padre sabrá que puede usarlos para llegar a ti.
—Entonces, ¿debo morir?
—Debes hacerlo.
Tzuyu le mantuvo la vista a Dahyun durante varios minutos, su cabeza finalmente logrando hilar todo lo ocurrido desde aquella operación en Colombia.
—Sé que has planeado Dahyun. No necesitas decírmelo y hay una posibilidad de que todo se vaya a la mierda, lo sabes. Sabes perfectamente que puedo morir de verdad.
—Lo sé, pero no puedo dejar que sigas con vida. Eres un peligro para quienes amas mientras sigas en el mapa... Y no puedo dejar que mates a Momo.
Dahyun tenía razón. Tzuyu lo sabía, había pensado en ello durante noches completas. En como su amor por Sana no era más que una debilidad, una maldición que podría servirle a Yi Cheng para manejarla a su antojo.
—Lo haré.
—Por supuesto que lo harás. —Se miraron en silencio unos cuantos segundos—.
No podemos cometer ningún error, Tzuyu... Ninguno.
—Lo sé, rubia. Créeme, lo sé.
Y así comenzó. Fueron horas de plática, de entrega de información. De secretos revelados sobre la vida de su padre. Dahyun le dijo todo, le contó como Yi Cheng era una amenaza para muchas personas y como una de esas personas, era Sana. Su amada japonesa, quien seguramente no tenía idea de que Yi Cheng estaba custodiándola, manteniendo un ojo encima de cada movimiento que hiciera. Tzuyu apretó sus puños con tanta fuerza, al escuchar sobre Yi Cheng vigilando a Sana, que sus uñas se enterraron las palmas de sus manos. Acordaron cada paso a seguir, cada movimiento y una salida alternativa en caso de fallar. No sabían cuánto tiempo le tomaría a Tzuyu deshacerse de todos esos hombres. Estimó algunos meses, y Dahyun le dijo que debían ser lo más rápidas posible, dejando a Yi Cheng sin tiempo para planear un contraataque. Con Tzuyu muerta, Sana y Momo ya no estarían bajo la mira de Yi Cheng. Inservibles para sus propósitos. Aquella idea lograba tranquilizar a Tzuyu, lograba darle una paz que no había encontrado en semanas. Finalmente su padre desaparecería de su vida. Finalmente sería libre de verdad. Reynolds les mencionó que ya tenía listo el cambio de directorio para Camp Alderson, por lo que apenas terminara la fosa, sería asignado un nuevo director a la prisión y las peleas serían clausuradas... Su nexo con Yi Cheng quedaría acabado en ese momento. Se escondería unos cuantos meses hasta que Yi Cheng no fuera más una amenaza y cuando eso sucediera, se encargaría de ayudar a limpiar la imagen de Sana. Y cuando Yi Cheng cayera, cuando no quedara de él más que un nombre; Tzuyu dejaría que Sana se encontrara con ella. El punto de encuentro sería un lugar que solo Sana lograría comprender. El cielo... La playa de Grand Anse en la isla de La Digue. Un lugar que Tzuyu tuvo la oportunidad de visitar una vez en su vida. Cuyas arenas eran doradas como la piel de Sana. Sin lugar a dudas, era el paraíso.
—Los cuerpos de las muertas serán enterradas esa misma noche —dijo Dahyun sin dejar de mirar a Tzuyu—. Necesito que tu cuerpo esté ahí cuando comiencen a enterrarlas. Que vean que estás siendo enterrada, así no habrán dudas.
—Ya. Entonces me entierran con las muertas, genial —resopló.
—No será tan terrible... —Dahyun se encogió de hombros—. Cuando terminen de enterrar los cuerpos se celebrará la fiesta de clausura. Reynolds se encargará de que el terreno alrededor de la fosa esté despejado.
—¿Quién me sacará de la tierra?
—Yo.
—¿Tú? Vale... —Recorrió a Dahyun con la mirada. Una sonrisa sardónica haciendo aparecer sus hoyuelos—. No es que... no crea en ti, rubia, pero vamos... No te puedes ni las tetas de Momo y vas a poder sacarme de la tierra.
Dahyun lucía horrorizada por las palabras de Tzuyu. Se llevó una mano al pecho e hizo chistear su lengua contra el paladar.
—¡Soy muy fuerte, cariño! ¿Verdad, Reynolds?
—Uh...
—¡Reynolds!
—Bien. Sí, como sea... —El mecenas carraspeó, incómodo por tener que mentir. —Solo dime que no vas a cansarte y tomar un descanso mientras me estoy asfixiando bajo tierra.
Dahyun bufó y entornó los ojos en dirección a Tzuyu.
—Deja de ser una imbécil.
—No lo soy. Simplemente no sé cuánto tiempo pueda aguantar bajo tierra con un hoyo en mi abdomen.
—No te quejes, en Camp Alderson te hicieron cosas peores.
—Seguro dices eso porque Momo pasa clavándote el puñal en el agujero de la vagina.
—Aleluya por eso. —Sonrieron levemente antes de recuperar la compostura—. Escucha, no serán más de diez minutos. Es todo lo que necesito que aguantes. Te sacaré de la tierra y nos largamos.
—¿Y Momo?
—Debe volver a Camp Alderson o Yi Cheng podría sospechar. No pienso arriesgarme.
—¿Cómo estás segura de que no intentará hacerle nada?
—No lo estoy, pero no puedo retroceder. Reynolds tiene algunas de sus mujeres dentro y ellas se encargarán de que a Momo no le ocurra nada, por otro lado... El nuevo director tiene algunas deudas con Reynolds.
Tzuyu miró al mecenas, quien dio un leve asentimiento con la cabeza.
—Bien...
—Entonces... Eso sería todo.
—Cabrona hija de puta, cuando esto termine voy a patear tu vagina con tanta fuerza que Momo no tendrá donde cogerte. Lo juro.
—. Zorra.
Dahyun sonrió, pero solo duró unos segundos antes de que su rostro cayera y mirara en dirección a la puerta.
—Ahora salgan y díganle a Momo que pase...
Tzuyu se colocó de pie y le dio la mano a la rubia antes de girar sobre sus talones. Reynolds abrió la puerta, Momo de inmediato se despegó de la pared en la que estaba apoyada. Miró con recelo a su mecenas y su rostro se alivió al ver que Tzuyu estaba bien.
—¿Todo bien?
—Imposible —gruñó la taiwanesa. Reynolds había cerrado la puerta—. Allá dentro, hay alguien que muere por tener tus dedos en su vagina. —Señaló la habitación tras la puerta cerrada.
—¿Qué?
—Solo entra de una vez y no grites... Solo no, no lo hagas.
La morena frunció el ceño, pero obedeció a Tzuyu. Su mano colocándose sobre el pomo de la puerta, tanto Reynolds como Tzuyu, sabían lo que ocurriría. Al abrir la puerta el rostro de Momo palideció. Tantas emociones en su rostro en tan poco tiempo. Abrió la boca para decir algo, seguramente gritar, sin embargo, un par de labios se estrellaron contra los de ella. La morena fue jalada al interior de la oficina de Dahyun por unas manos ansiosas, con la puerta cerrándose a su espalda gracias a la ayuda del mecenas.
—¿Esperamos? —preguntó Tzuyu con una mueca de asco en el rostro. Reynolds negó con la cabeza—. Perfecto.
Reynolds volvió a esposar las manos de Tzuyu y bajaron las escaleras. Ignorando los gritos al interior de la habitación. Unos hombres armados impedían que alguien más pasara el umbral que daba a la oficina donde Dahyun estaba con Momo. Tzuyu en un punto perdió la noción de la hora. ¿Cuánto tiempo habría sido? Dos horas o quizá tres. Todos los capos demasiado drogados y ebrios como para notar la ausencia de la morena, quien finalmente se dignó a aparecer. Tenía los ojos rojos y sus labios hinchados. Su cabello era un caos y su cuello presentaba inmensos cardenales de besos. Tzuyu rodó los ojos al ver que Momo sonreía.
—Linda noche, ¿no? —preguntó la morena parándose a su lado.
Reynolds conversaba con uno de los mecenas a gusto, con guapas mujeres bailándoles.
—Omíteme detalles.
—Estaba tan malditamente apretada, joder.
—Imbécil.
—Y sus besos, mierda. Había olvidado lo bien que se siente besarla.
—¿No estás molesta? Nos mintió. —Momo negó con la cabeza y luego se encogió de hombros.
—Dahyun puede hacer lo que quiera conmigo, Tzuyu... No me importaría si me traiciona, estoy loca por ella.
—Maldita loca.
Ambas permanecieron en silencio y se miraron de reojo. No querían sonreír, no querían demostrar que una pequeña chispa de esperanza se había instalado en ellas.
—Lo haré bien, Tzuyu. Lo prometo.
—Lo sé.
—Tienes que decirme dónde debo hacerlo para no tocar algún órgano vital.
—Después.
—Bien... Lo haré bien. Te daré la mejor puñalada de tu vida y terminaremos con esta mierda. Lo prometo.
—Ya cállate, pareces hasta emocionada. Maldita demente.
—¿Qué puedo decir? Siempre quise enterrártelos.
—Lo mismo le dices a todas.
Nunca cambiarían. Tzuyu estaba segura de eso. Y la fiesta llegó a su final, con los hombres felices y las mujeres con los bolsillos llenos. Con Tzuyu bebiendo una copa de champagne, su sabor burbujeante haciéndole recordar la sensación de sus labios cuando dejó un último beso sobre la piel de Sana antes de marchar.
Fue cuando la fosa comenzó que Tzuyu sintió miedo. Porque podía cometer un error y poner en peligro la vida de Sana. Porque podía morir en lo que cometía cada asesinato de la lista que Dahyun le había entregado. Porque Momo podía realmente arrebatar su vida en la pelea final. Pero todos sus miedos desaparecieron cuando sintió la daga enterrarse en su abdomen, cuando vio el cielo azul y su cuerpo se desplomó en el suelo. El miedo desapareció cuando murió. Cuando Tzuyu Chou dejó de existir y el título de emperadora recayó en Momo. Ya era de noche y en la casona la música resonaba sobre las paredes. Los hombres de Reynolds custodiaban que nadie saliera, dándole paso libre a Dahyun, quien llegó hasta la fosa común de cadáveres. Su cuerpo mimetizándose con la noche gracias a su ropa negra. Una pala en sus manos. Cavó con rapidez, con gotas de sudor en su frente y manos temblorosas. Nada le aseguraba que todo fuera a salir bien.
—Venga, hija de puta... —susurró. Sus manos hundidas en la tierra. Removiendo cuerpos en busca de Tzuyu; hasta que la encontró.
El corazón latía con fuerza desmesurada. La adrenalina recorriendo su torrente sanguíneo. Todo el peso recaía en Dahyun, en que hiciera bien su parte. Se apresuró a sacar a la taiwanesa de la tierra, comprobando que su corazón aún latiera, que respirara. El labio inferior de Dahyun temblaba, sus ojos irritados debido a las lágrimas que rogaban por salir y humedecer sus mejillas. Tzuyu demoró en reaccionar, desesperada a Dahyun, quien susurraba a la noche cientos de "por favor, despierta". Y finalmente despertó, tosiendo levemente y sintiendo un lacerante dolor en su abdomen. No sentía el cuerpo y su corazón apenas si bombeaba sangre. Tzuyu lo sabía, la muerte esa noche había ido por ella.
—Eres una maldita inmortal —reía Dahyun entre lágrimas. Vendando el abdomen de Tzuyu—. Vale, ya está... Vamos.
Ayudó a Tzuyu a colocarse de pie. La taiwanesa apenas si se podía las piernas. No iba a hablar; no podía gastar energías innecesariamente. Cada respiración dada era una lucha por permanecer con vida. Estaban nerviosas, las manos de Dahyun llenas de tierra y la herida de Tzuyu punzando en su abdomen, imposibilitándole el moverse con facilidad.
—Momo dice que meterte la daga fue la mejor sensación del mundo. —Dejó a Tzuyu apoyada sobre un árbol cercano antes de caminar a la fosa de los cadáveres y devolver la tierra removida a su lugar.
—¿Ce-celosa? —jadeó únicamente. Con una mueca de dolor en su rostro.
—Casi —respondió. Aplanando con su pie la tierra que hubo removido para sacar a Tzuyu. Preocupada de no dejar ninguna pista.
Tzuyu apenas si podía sonreír, mareada y finalmente recuperando el aire que tanta falta le hizo. Lo que en su cabeza se sintió como horas, no habían sido más de unos cuantos minutos desde que fue enterrada hasta que Dahyun pudo comenzar a escarbar en la tierra para sacarla. Con los mecenas ya apartados en su celebración, vigilados por Reynolds y Momo en la fiesta para que nadie saliese al lugar donde yacían los cuerpos de las combatientes caídas. La rubia tenía todo magistralmente planeado para que pudieran salir de la casona sin ser vistas, traspasando una conveniente abertura en el muro que rodeaba la casona. Ocultas tras el velo de la noche. Tzuyu dejándose guiar por Dahyun, ya que ella misma no se encontraba en condición de tomar decisiones.
—Ya casi, perra. Casi lo logramos —musitó en un susurro, Dahyun. Prácticamente arrastrando a Tzuyu con ella.
Tzuyu quiso sonreír por la altanería de la rubia; mas no pudo. Su boca estaba demasiado seca y su lengua se sentía pesada. Su cabeza dolía y el frío estaba acrecentándose en su cuerpo.
—Nos están esperando cerca. Solo un poco más, Tzuyu. Lo juro, aguanta un poco más y toda esta mierda pasará.
Tzuyu apenas si asintió. Demasiada ida para hacer algo más. Fue cuando sintieron el aire cambiar, cuando finalmente pudieron respirar tranquilas, arriba del todo terreno blindado que las llevaba al lugar donde Tzuyu se recuperaría de su dolorosa herida, que sonrieron victoriosas. Lo habían logrado. Y la cacería comenzaba.
—Estás oficialmente muerta. Tu padre incluso pagó una lápida con tu nombre en un cementerio para militares —dijo Reynolds llegando al lado de una vendada Tzuyu en recuperación.
Después de todo, Momo no lo había hecho tan bien y esa maldita puñalada casi le costó la vida.
—Quien diría que se siente tan bien estar muerta —respondió. Una lata de cerveza en una mano y un trozo de pizza en la otra. Sentada en un viejo y blando sofá. La noticia de su muerte se esparció rápido. Todos lo sabían; Yi Cheng incluido. Según Reynolds, Yi Cheng había sido pillado de sorpresa con la noticia de la muerte de Tzuyu. No lo había creído en un comienzo, sin embargo, muchos fueron los testigos que vieron a Tzuyu ser apuñalada y enterrada.
—El imbécil prácticamente me culpó por tu muerte.
—No me sorprende. ¿Cuánto ha pasado ya? Debería aceptarlo de una maldita vez. Que se compre otra perra y ya.
Habían transcurrido algunas semanas desde el final de la fosa; Yi Cheng no tuvo más opción que aceptar que había perdido a su mejor peona. Reynolds carraspeó, llamando la atención de Tzuyu, quien alzó ambas cejas, curiosa por lo que el mafioso tenía que decir.
—¿Qué? —preguntó al ver como Reynolds rascaba sus rodillas con ambas manos, ansioso—. Dime por qué luces como mierda vomitada. —Reynolds gruñó, frotándose la desprolija barba que le había crecido los últimos días.
—Tu, tu padre le envió una... —Se aclaró la garganta—. Una carta a Sana...
El rostro de Tzuyu palideció.
—No.
—En ella le informó de tu muerte.
—Reynolds... Di-dime... —Buscó aferrarse a la camisa del hombre; casi con desesperación—. Dime que mi corderita está bien.
—Sí, lo está. Es decir... —Mierda, esa era la parte difícil—. No muy bien, ¿de acuerdo? Ella.... —Tomó una bocanada de aire—. Sana intentó quitarse la vida.
Tzuyu no dijo nada, dejó que sus manos cayeran a sus costados y fijó su vista en el techo. Reynolds balbuceó algo, pero Tzuyu no pudo prestarle atención. ¿Por qué su padre había hecho eso? Quizá sabiendo que solo Sana y él lamentarían la muerte de la emperadora, por motivos distintos, sin embargo, Tzuyu les haría falta a ambos. Y ahora su ángel estaba sufriendo. Por su culpa; al parecer Sana siempre iba a sufrir por su culpa. Porque Tzuyu no podía ser lo que ella necesitaba.
—¿Tzuyu? Hey... ¡Tzuyu! —La taiwanesa parpadeó. Dahyun se encontraba frente a ella—. Maldición. Ya me estabas asustando, mierda maricona.
—A-Sana... —No pudo decir más.
—Está bien —la tranquilizó la rubia—. Es difícil para ella, pero estará bien. Te lo prometo, ¿sí? No te preocupes por eso ahora.
—¿Qué no me preocupe? —Preguntó con ironía. La rabia pincelando sus palabras—. ¡Estoy haciendo toda esta mierda por ella! ¡Para protegerla a ella! ¡¿Y dices que no me preocupe?! —Se colocó de pie. La herida punzando en su abdomen. Dio un paso hacia Dahyun, sin embargo, Reynolds se interpuso—. ¡Si algo le pasa por tu mierda de plan, juro que voy a matarte, Dahyun!
El labio inferior de Dahyun tiritaba y sus ojos estaban vidriosos. Había dolor en su rostro. Quizá era la culpa, quizá el miedo.
—¡No le pasará nada! —Gritó, secándose las lágrimas con rabia—. Conozco a mi amiga y será fuerte. Voy a confiar en ella, Tzuyu.
Tzuyu golpeó una pared cercana por la frustración; reiteradas veces. Sus puños moliéndose contra la madera. Sana lo era todo para ella, todo. Y si algo le pasaba, Tzuyu ni siquiera encontraría consuelo en la muerte. Así transcurrieron días, semanas y meses. Cada día más cerca de su objetivo, tachando uno a uno los nombres de la lista. Ahogándose con cada noticia que le llegaba sobre Sana; queriendo correr a su lado cuando se enteró de que el amor de su vida había intentado dejar de vivir. Volviéndose loca cuando Dahyun le contó que Sana lo había vuelto a hacer. Que las muñecas de Sana quedarían marcadas para siempre con los estigmas de su intento por descender al infierno. Ambas marcadas por distintos motivos. El cuerpo de Tzuyu con medallas de cada batalla ganada. El único consuelo que obtenía era saber que Sana las besaría como prometió hacerlo. Como lo haría. Porque en ese momento, con sus manos presionándose sobre la garganta de aquel hombre, Dahyun sonriendo a su espalda, se acababa la cacería. Lo vio botar su último aliento y apartó sus manos, llevando una hasta su espalda baja para sacar del borde de su pantalón su arma. Disparó dos veces en la frente del hombre para asegurarse de que no quedara vivo. Una sola vez había cometido el error de no asegurarse que el hombre estuviera muerto, y tuvo que perseguirlo durante una hora. Limpió con una manga de su camiseta la salpicadura de sangre que había en su rostro y al levantarse, al sentir la mano de Dahyun en su hombro, supo que el final estaba por llegar.
—Ahora déjamelo todo a mí, Tzuyu. — Asintió.
—¿Cuánto tiempo te tomará arruinar a Yi Cheng?
—No lo sé. Será poco, lo prometo...
—De acuerdo.
Tzuyu tomó el bidón de gasolina y lo esparció sobre el cadáver del hombre. Fue Dahyun quien le prendió fuego. Ambas saliendo de aquella mansión, dejando a su paso cadáveres de los hombres que habían sido contratados para proteger al último mafioso de la lista.
—Nos veremos pronto, Tzuyu.
—Puedes apostar que sí.
Se dieron un abrazo, dando por sellado su pacto. Aquella noche la luna les sonreía, porque ella lo había presenciado todo. Ella había visto como Tzuyu quitaba cada vida y en su mudez, la envalentonaba a continuar. Le recordaba el motivo por el cual lo hacía; le recordaba a Sana. Y ya había terminado, ahora solo debía esperar... Lo haría, esperaría en aquel paraíso terrenal, en el lugar donde Sana recuperaría sus alas.
Sana bajó del avión. Apretando con demasiada fuerza aquel papel en sus manos temblorosas. No había dormido en todo el viaje, no había dormido antes del viaje. No sabía que encontraría ahí, no sabía si quería saber... Tenía una dirección y una esperanza. Tenía un hogar al cual volver. El clima de La Digue era cálido, su brisa era fresca y el cielo era tan brillante que dolía mirarlo. Las personas la saludaban amablemente mientras esperaba su maleta. Sentía hormigas recorrerle todo el cuerpo. Quizá debería haberle hecho caso a Minari y haber dejado que su mejor amiga la acompañara, porque realmente le estaba costando mantenerse de pie.A punto de sufrir un colapso mental, por el tiempo que estaban demorando sus maletas en aparecer, recordó que debía llamar a Minari y decirle que había llegado bien. Finalmente vio aquellas valijas color rosa que le pertenecían. Una parte de ella quería dejar ahí mismo todo su equipaje, tomar el primer taxi y correr al lugar que salía escrito con tinta en el papel; una dirección que había memorizado. Por otro lado necesitaba aplazar ese momento, necesitaba comprender que no estaba soñando, que era real.
Tomó sus maletas y al salir del aeropuerto vio un servicio de taxis para turistas. En ese momento agradeció las clases de francés que su madre la obligó a tomar, puesto que en La Digue se hablaba aquel idioma más que el inglés o coreano. Saludó a un conductor y le mostró la dirección, diciéndole que no tenía problemas con pagar el precio que el hombre pedía.El viaje a Grand Anse pasó lento, fue doloroso y Sana tuvo que mantenerse con la vista fija en sus manos para no pellizcar sus dedos. Había prometido no volver a hacerlo. El conductor intentó comenzar una plática con ella, sin embargo, Sana no encontraba suficientes palabras para responderle. El paisaje pasó casi inadvertido para sus ojos y poca atención prestó al hombre que le hablaba sobre los puntos turísticos de la isla. A Sana no le importaba, no era el clima ni la playa lo que convertiría aquel lugar en su paraíso. Era ella, Tzuyu. La velocidad del taxi lentamente disminuyó y cuando el vehículo frenó frente a una casa, Sana sintió que vomitaría. ¿Cómo iba a vomitar? No había probado bocado alguno hacía más de un día. Cerró los ojos e intentó regular la respiración que salía ajetreada por su pecho. Sus manos estaban entumidas y su labio inferior temblaba. El hombre le indicó que ya habían llegado y se bajó del taxi para ayudar a Sana con las maletas. La japonesa, sin poder controlar el movimiento trémulo de sus manos, le pagó la cantidad acordada al bajar. Agarró sus maletas y dio un paso, sintiendo sus ojos aguarse tras cada segundo transcurrido.
Su piel estaba erizada, sus oídos escuchaban el piar de algunas aves y el sonido de las hojas al bailar con el viento. Su cabello revoloteaba por la brisa. Y la lluvia cayó sobre ella. Tropical, cubriendo la tierra caliente. Cada gota cristalina mojando su piel, pegando las ropas que vestía a su cuerpo. Fue repentina, mas no le importó. Ni siquiera se habría percatado de ella de no ser porque la tinta en el papel frente a sus ojos comenzó a borrarse. Sus pies avanzaban sobre la tierra mojada. Sus ojos clavados en la pequeña casa frente a ella. Las maletas yacían a su espalda, ya no podían importarle menos. Su mano trastabilló cuando quiso golpear la puerta con sus nudillos. Finalmente lo hizo, golpeó la puerta, sin embargo, el latido de su corazón era lo único que hacía eco en sus oídos. Y golpeó. Una, dos y tres veces. Sin embargo, nadie salía a su encuentro. Siguió golpeando la puerta. Ahogándose con cada vez que sus nudillos tocaban la madera. ¿En qué momento las lágrimas se habían fusionado con la lluvia? Desesperada. Hipando entre ruegos miserables porque Tzuyu apareciera frente a ella. Ambas manos daban golpes en la madera. Boqueaba para gritar aquel nombre... Para que fuera verdad. Debía ser verdad, ella había vuelto a su hogar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué? Tiempo incierto siguió golpeando la puerta. Hasta que sus nudillos se amorataron con cardenales, más nadie abrió para ella. Y fueron sus piernas las traicioneras que la hicieron caer al suelo, indignas y sin fuerzas. Se llevó ambas manos a la boca para ahogar sus gritos. ¿Por qué? ¿Entonces era verdad? Ya no había ningún hogar al que regresar. Aferrándose a la puerta, luego de un tiempo inexacto, logró ponerse de pie. Caminó hasta sus maletas y giró para salir de ahí. ¿Por qué Tzuyu la había hecho viajar a esa playa? Ese lugar no sería su hogar si Tzuyu no estaba en él. No sería el paraíso.
—P-por favor —rogó a la nada. Caminando bajo la lluvia de manera miserable. Las ruedas de sus maletas haciendo eco contra el suelo de tierra empapada—. De-devuélvanmela. Por... Por favor.
Y quizá alguien escuchó su ruego, porque ese lugar sí era el paraíso y en ese preciso momento, como si alguien le hubiese prendido fuego a su cuerpo, incluso bajo la lluvia, se sintió quemar. Fue encerrada por unos brazos y fue hecha prisionera; una vez más.
—Soy yo —llegó a su oído. Suave, mágico e irreal. Como un hechizo. Su voz. Quedó congelada unos segundos, aquellas dos palabras haciendo un bucle en su cabeza. Giró, sin salir de su encierro, y vio su rostro. Sus ojos.
—E-eres tú —susurró apenas. Tragándose cada hipido.
Su boca. Estaba sonriendo.
—Mírame, corderita —le pidió al ver la mirada perdida de Sana—. Mírame. Somos nosotras, tú y yo. Como debe ser...
Con vacilación levantó las manos, acunando entre ellas el mojado rostro de la mujer frente a ella.
—¿E-eres real?
¿No era un sueño? Por favor, que fuera un sueño y que nadie la despertara jamás.
—Lo soy.
—Mi dueña.
Era Tzuyu. Era su Tzuyu, su dueña, su amor. Era su emperadora. Las nubes parecían gritar por Sana desde lo alto del cielo. Llorando como ella, empapándolas con sus lágrimas. Tenía tanto que decirle y simplemente no podía hacerlo. Porque dolía demasiado, porque finalmente volvía a vivir. Porque su cuerpo comenzaba a sanar en ese preciso instante y dolía como cada herida era abierta para que pudiera curarse.
—Voy a decirlo ahora —dijo la mujer con cicatriz en su labio.
Levantó a Sana del suelo, tomándola por la parte baja de sus glúteos y haciéndola enredar sus muslos en su cadera.
—Dilo.
—Te amo.
—Dilo de nuevo.
—¡Te amo! —gritó Tzuyu.
—¡De nuevo! ¡Dímelo! —Sana se aferró a la taiwanesa por su cuello, pegando sus frentes.
—¡Que te amo, te amo Sana Minatozaki! —gritaba con los ojos cerrados, girando sobre sus talones.
Sana ya no podía sonreír.
Y fue horrible, fue melancólico como se hundió en el más dulce llanto, demandándole a Tzuyu que le gritara al mundo una y otra vez que la amaba. Fue caótica la colisión entre sus bocas y como cayeron al suelo en un beso que exigía el todo de la otra.
—Te amo, te amo. Maldita infeliz, te amo —sollozó en el beso. Tzuyu sonreía, podía sentirla—. Mi rosa.
La verdadera, la única rosa cuyas espinas podían clavarse en su piel.
—Mi daga, la única que puede lastimarme.
Sus cuerpos ardiendo febriles mientras se aferraban entre sí, con sus corazones latiendo desbocados. Viéndose como si fuera la primera vez que lo hacían, enamorándose de lo que se reflejaba en sus ojos. Comenzaba una nueva historia, dejando atrás las anteriores. Dejando en el pasado al ángel que había olvidado como volar al enamorarse de la emperadora del infierno. El sucio alquitrán y la alquimista codiciosa. La prisionera y su dueña.
Y eso eran ellas dos, esa era su historia.
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