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Epilogo

Era de esas mañanas, cuando tanteaba la cama y estaba demasiado frío, aquello indicaba que llevaba bastante tiempo sola entre las sábanas. Lo odiaba. Se levantó maldiciendo por lo bajo, frotando sus ojos con los dedos pulgar e índice de una mano. Sentía la garganta seca y un leve dolor de cabeza. Buscó con la mirada sus zapatillas de dormir, aquellas que Sana la obligaba a tener para que no caminara descalza por la casa. Sí, a veces Sana podía ser un grano en la vagina, y por a veces era prácticamente la mayor parte del tiempo. Lo cual, de acuerdo, podía hacer que Tzuyu quisiera ponerle un tapón en la boca; no lo hacía, pero la idea parecía cada vez más tentadora, como cuando Sana la sermoneó durante tres horas por haber manchado su sofá color cappuccino con salsa barbacoa

Abrió las cortinas y tuvo que parpadear reiteradas veces para acostumbrarse a la luz ya que era un día malditamente soleado. Siendo honesta, ya se había acostumbrado. Ni siquiera podía imaginarse viviendo nuevamente bajo un cielo gris y pisando tierra húmeda por el frío. Tzuyu había aprendido a odiar el frío. Respiró profundamente al abrir la ventana, el aroma de las malditas gardenias que debía regar cada tarde a las seis con treinta minutos, por órdenes de Sana, llegó gratamente a sus fosas nasales. Jamás admitiría que le gustaba el aroma de aquellas diabólicas flores.

Salió de la habitación principal, de aquel aposento que tenía el perfume de Sana en las sábanas de la cama, que tenía una chueca repisa de pared con algunas fotos enmarcadas. De paredes que Tzuyu insistía eran blancas y Sana gritaba, como si fuera la peor ofensa, que eran de color crema de nieve. Buscó rápidamente en la pequeña y rústica cocina, frunciendo el ceño al ver la cafetera encendida. Se suponía que Sana dejaría de beber café, se lo había prometido. Salió al jardín trasero, a ese pequeño paraíso de árboles frutales donde Tzuyu había armado un magnífico set campestre, a sus ojos, para que pudieran pasar sus tardes recostadas en cómodos y grandes sofás de exterior bajo la sombra de los árboles. Vio a Sana acurrucada en sí misma, con la mirada perdida y una taza cerca de sus labios. Tenía sus piernas recogidas y los labios levemente morados, lo que implicaba, llevaba demasiado tiempo en el jardín, seguramente desde la madrugada. Curvas suaves, pies descalzos y su piel reflejando con soberbia los rayos del sol. Sus ojos vagaban en algún punto del suelo. Llevaba una de las sudaderas de Tzuyu y una simple braga, sin ser consciente de cuan vulnerable se veía al usar la ropa de la taiwanesa.

Tzuyu caminó pausadamente hacía Sana, no dijo nada. Algunas veces era así, no había sido todo un cuento de hadas desde su reencuentro, distaba bastante de serlo. La libertad tuvo un enorme precio, uno que no pagó solamente Tzuyu, y había días malos, días donde Sana no podía con los recuerdos de aquellos meses donde pensó que Tzuyu estaba muerta. Y despertaba, sintiéndose perdida, temiendo del mundo. Buscando apartarse, sin percatarse de cuanto lastimaba a Tzuyu con eso. Por lo general estaban bien, debían estarlo. Ya había pasado un año desde que se hubieron reencontrado en La Digue, un año que llevaban viviendo en aquella isla de clima y paisaje soñado. No había sido tan difícil para Sana lograr aquel cambio en su vida sin levantar sospechas, no con Dahyun cubriéndole la espalda. Oh sí, la maldita rubia hija de puta. Dahyun a quien Tzuyu no había vuelto a ver desde que mataron al último socio de Yi Cheng. En realidad, Reynolds mencionó algo de caipiriñas en el caribe junto a Momo. ¿Cómo era que la puta de su hermana había salido de prisión? Tzuyu no tenía idea y Reynolds se negaba a darle detalles. Algunas veces ocultar cosas de quienes amas es la única manera de protegerlos. Y con ellas ocultas, protegidas, todo transcurría con una deliciosa y peligrosa calma, con el conocimiento de que en cualquier momento su teléfono sonaría y le avisaría que el momento del último golpe había llegado. La consumación del plan maestro de Ivanov contra Yi Cheng Chou; aquel designio que llevaba a Tzuyu a disparar una última vez.

Sana ya no debía tener miedo, ni Sana ni nadie cercano a ella, puesto que de su padre ya no quedaba más que una sombra en un registro militar. Yi Cheng había caído, lentamente cada día durante los meses que Tzuyu y Dahyun se dedicaron a dejarlo desprotegido y vulnerable. Y finalmente, luego de un maldito año, con la certeza de que su padre ya no tenía jurisdicción ni protección de las fuerzas militares del Reino Unido y, por el contrario, solo era un coronel jubilado y con múltiples cargos imputándosele en los tribunales de justicia; Tzuyu era libre. Podía dormir tranquila, con unas cuantas armas guardadas estratégicamente en la casa donde pasaba sus días con Sana. Aquel acogedor y fausto paraíso llamado hogar, porque era donde ambas debían estar. Donde había leños mal cortados en el pórtico junto a un par de zapatos con barro, donde había juegos de cortinas que no combinaban porque Tzuyu se negaba a que Sana fuera la única que tuviera voz y voto en la decoración; orgullo de macho alfa al estilo Tzuyu. Eran ellas quienes convertían aquella casa en un hogar. Era Sana con sus suaves bailes en las mañanas mientras preparaba el desayuno al ritmo de la música. Era Tzuyu, maldiciendo cuando alguna de las lluvias espontaneas de la isla se dejaba caer a los pocos minutos de que hubiese tendido la ropa en los cordeles. Y la amaba malditamente demasiado. Incluidos los días malos, los días donde su Sana no era suya, sino una sombra presa del dolor de su pasado. Y era una rutina, una donde la taiwanesa, cuyos cabellos ya se apreciaban mucho más largos, llegaba hasta Sana; besaba sus fríos labios y acunaba su rostro con ambas manos. Se miraban en silencio durante minutos, hasta que Sana finalmente parecía recuperar la noción de sí misma, del lugar donde se encontraba.

—Hey, hola —suspiró Tzuyu sobre los labios de Sana.

—... Tzuyu.

—Me dejaste sola en la cama. Sabes que odio cuando lo haces.

—Lo siento. —Su voz estaba cargada de culpabilidad.

—Y estás bebiendo café, prometiste no hacerlo.

—Y-yo... —Tzuyu besó sus labios, haciéndola callar.

—Vuelve, ¿sí? Vamos, corderita. Te necesito.

Tzuyu se sentó frente a Sana, a poca distancia. Llevó su nariz al cuello de la castaña y olisqueó su piel. Sana siempre olía como el sol; como el verano. Dejó unos pocos besos en la barbilla de la japonesa, cepillando con sus labios la piel caramelizada de la chica, quien gemía bajito, casi avergonzada. No mentía. La necesitaba para respirar, para seguir viviendo. Quizá por ese motivo podía entender el sufrimiento de su compañera, del amor de su vida. Del único amor que había tenido en su vida. Escucho a Sana tragar y se apartó.

—De verdad estás aquí —murmuró con mejillas ruborizadas, mirando a Tzuyu.

—Siempre. Tú y yo. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí. Tú y yo.

—¿Dónde estamos, mamona?

Sana parpadeó y giró levemente su rostro. Parecía desconcertada, como si no pudiese creer que todo eso fuera real. Tzuyu vio las muñecas de la japonesa y tragó sintiendo un nudo en la garganta. Una asesina que se había enamorado de una suicida. Que dulce es el veneno de la estupidez llamada amor.

—En casa.

—Sí, estamos en casa. ¿Me ves?

—Te veo.

—Estoy aquí. —Quitó el café de Sana de sus manos y dejó la taza sobre el suelo. Sonrió y picoteó los fríos labios de la castaña. Las manos de Sana estaban frías, las sintió cuando las tomó entre las propias y le besó el tatuaje de su dedo anular—. Tócame.

Sana arrulló el rostro de Tzuyu, acariciando los suaves pómulos de su dueña con las yemas de sus pulgares.

—No vuelvas a dejarme, Tzuyu.

—No lo haré, lo sabes.

—No lo sé, pero por favor no vuelvas... —Negó con la cabeza, tristeza y resignación en sus orbes—. No vuelvas a hacerlo.

Tzuyu sabía que Sana jamás podría perdonar que la hubiese dejado. Ella misma no podía perdonarse y a menudo se cuestionaba el proceder del plan de Dahyun. Quizá debería haberle dicho a Sana sobre el plan, quizá debería haber matado a su padre mucho antes; apenas salió de la fosa. Quizá nunca debió morir y hacer que Sana intentara seguirla. Había tantos quizá. Puso un dedo sobre elceño fruncido de Sana.

—Ya. Mira que fea te ves. Venga, corderita... Regálame una sonrisa. Solo una, de esas donde tus ojos sonríen —coqueteó, cepillando las mejillas de Sana con sus dedos.

Y cuando Sana atrapó su labio inferior, intentando contener una de esas risitas que hacían al corazón de Tzuyu comenzar una orquesta, supo que todo estababien.

—Maldita tramposa—suspiró Sana dejando escapar aquella sonrisa traicionera. Pequeñas sonrisas se formaban en sus ojos.

—Hm. Venga, grúñeme ahora, sabes que me calienta.

Sana rodó sus ojos yse estiró para llegar al oído de Tzuyu. Pellizcó el lóbulo desu oreja y dio un suave lametón antes de susurrar:

—Grrr. —Arrugó la nariz, mostrando sus pequeños dientes.

—Joder. —Tzuyu soltó un pequeño espasmo y comenzó a reírse al igual que la castaña, quien golpeó su hombro, juguetona—. Ven, vamos a tomar el desayuno.

Se levantó y estiró su mano la cual fue tomada por Sana. Amaba lo pequeña que lucía la mano de Sana en la suya. La ayudó a colocarse de pie.

—¿Dónde te quieres sentar? —preguntó Sana una vez en la cocina. Colocando cuatro rebanadas de pan en la tostadora.

—A tu lado.

—Como siempre.—Sonrió—. Me refiero a si quieres desayunar en el comedor o en la cama.

—En la cama.

—Siempre quieres estar en la cama, Tzuyu. Ni siquiera sé para que compramos un comedor—se quejó con una falsa molestia.

—Porque te encanta cuando te follo en él —se burló, colocándose tras de Sana,quien vertía hojas de té y bergamota en una tetera.

Besó la nuca de la japonesa y gruñó cuando escuchó el sonido del timbre. Besó tres veces más la piel de Sana y rascándose, muy poco atractivamente, la entrepierna, llegó hasta la puerta de entrada. Observó por la mirilla y su ceño se frunció al no ver a nadie. Podría haber sido una broma, por supuesto, pero eso nunca era una opción cuando se trataba de ella, por lo que tomó el revólver que descansaba en una funda de cuero, enganchada a la parte posterior de una mesita de adorno; al lado de la puerta de entrada. Fue una cosa de segundos, con su ritmo cardiaco más bajo de lo normal; todos sus sentidos alertas. Abrió la puerta apuntando el arma. Con el pensamiento de disparar y luego ir por Sana. Tenía un bolso con dinero oculto no muy lejos de ahí, solo debían ir por ella y...

—¡Hola señora!¿Quisiera ayudar a las niñas exploradoras comprando una caja de galletas?

Tzuyu, con su brazo en alto y su dedo índice en el gatillo, bajó la vista. Una sonriente niña de trencitas que vestía de verde y llevaba una boina, cargaba un carrito lleno de cajas de galletas.

—¿Qué? —Parpadeó.

—¿Galletitas?—preguntó la niña, entornando los ojos y mirando con recelo el arma que Tzuyu sostenía aún en su mano. La taiwanesa inmediatamente escondió su mano tras su espalda y se aclaró la garganta con un carraspeo—. Diez cajas.

—¿Disculpa? ¿Diez...?

—No le diré a nadie lo que vi, si me compras diez cajas de galletas.

Decir que Tzuyu estaba estupefacta, con su cerebro haciendo corto circuito era poco. Le mantuvo la mirada a la niña, quien en ningún momento se mostró intimidada.

—Es-espera. Maldita mocosa ¿Me estás extorsionando?

—Este es un mundo muy difícil, señora. Y uno a veces debe aprender a romper ciertos códigos para sobrevivir en él. —Se encogió de hombros—.Además, quiero ganar la medalla a la mejor vendedora

Tzuyu bufó y se agachó, negando con la cabeza.

—Mira, pequeña perra, así no es cómo funcionan las cosas. ¿No sabes quién soy yo?—gruñó, imitando un animal feroz y mostrando los dientes.

La maldita mocosa ni siquiera parpadeó.

—¿Tzuyu? —Escuchó la voz de Sana y de inmediato se colocó de pie, guardando el arma en la funda bajo la mesita—. Oh. Hola, pequeña —saludó Sana, apoyando su cabeza en el hombro de Tzuyu.

—¡Buenos días, señora! —respondió la niña, con una enorme sonrisa de ángel, que no cometía un solo pecado.

—¿Andas vendiendo galletitas? Eso es adorable.

Tzuyu vio la luz en los ojos de Sana. Estaba realmente seducida a desbaratar el plan maligno de la mocosa, quien asentía con tanta energía que Tzuyu esperaba, se desnucara.

—¡Sí! Y su esposa dijo que me compraría diez cajas.

Sana arqueó ambas cejas y luego miró a Tzuyu.

—¿Diez cajas?

La taiwanesa miró a la mocosa, quien con su mano simulando un revólver, fingía que se disparaba a sí misma.

—Uh. Ehm. Bueno, sí.¿El acto bueno del día?

Sana entornó los ojos y la miró con recelo unos cuantos segundos.

—Tú nunca tienes un buen acto del día.

—¡Puedo empezar desde ahora!

—Hm. Bien, fingiré que te creo. —Volvió a mirar a la pequeña y sonrió—. Dame un segundo, iré por el dinero.

Cuando Sana desapareció de la vista de Tzuyu, quien le había regalado una enorme sonrisa, Tzuyu volvió a agacharse frente a la niña.

—Escúchame, zorra manipuladora... Esta será la primera y última vez que quiero ver tucara. —La apuntó con su dedo índice. La niña cruzó los brazos alrededor de su pecho y rodó los ojos—. No me interesan tus medallas ni que...

Se detuvo al ver una medalla de color café miel, del mismo color de los ojos de Sana.

—¿De qué es esa cosa?

—¿Qué cosa?

—Esa, la más linda. La café.

—Es la medalla de la valentía. Me la gané cuando...

—No me interesa tu historia —la calló—. ¿Cuánto quieres por ella?

—¡¿Qué?! ¡No! No está a la venta.

—Oh, sí que lo está—le dijo intentando sonar amenazadora. Estiró la palma de su mano y dobló sus dedos— Dámela, mocosa.

—No le voy a dar mi medalla de valor. Por. Ningún. Motivo.

—¿Me estás desafiando, pequeña perra?

La pequeña iba a responder pero guardó silencio y sonrió al ver a Sana aparecer con su cartera en mano.

—Lo siento, cielo. No encontraba mi cartera. Dime cuanto es por las galletitas.

—Son setecientas rupias.

Sana parpadeó y asintió levemente sacando el dinero de la cartera. Puesto que la isla de La Digue pertenecía al estado de Seychelles, tenían su propia moneda. El nivel de vida en La Digue era simple, basado en el turismo y con sus contras al igual que todos los países. La niña aceptó feliz el pago, guardando el dinero en un bolsito cruzado de cuero, que hacía juego con el resto de su vestimenta.

—Bien, llevaré cinco de estas cajas. Tú lleva el resto, Tzuyu. —La taiwanesa asintió sin dejar de ver a la menor.

—¿Haremos esto por las buenas o por las malas? —preguntó Tzuyu con una voz tranquila y lenta. Más ronca de lo usual.

—Inténtelo.

Las comisuras de la boca de Tzuyu se estiraron en una sonrisa. Hoyuelos y todo.

.

Sana se encontraba untando mantequilla en las tostadas cuando Tzuyu apareció en la cocina. Sonreía orgullosa y llevaba una camiseta blanca de mangas cortas. La castaña frunció el ceño al ver la pequeña medalla enganchada en el pecho de Tzuyu.

—¿Y eso?

Tzuyu la palmeó con las puntas de los dedos de su mano izquierda.

—Medalla de valentía. Me la gané.

Y si Sana no conociera tan bien a Tzuyu, quizá le habría creído, pero era esa sonrisa tan encantadora la que la delataba.

—Oh por Dios, dime que no se la quitaste a la niña —rogó, sin esperanzas. Tzuyu sacudió su cabeza en negación.

—No, no... —Frunció el ceño y mordió su labio inferior—. Define quitar.

—Mierda.

—¡No la va a extrañar!—protestó infantilmente—. Además seguro ni le importan las medallas. ¡Yo la merezco!

Sana soltó un suspiro y se frotó el rostro. Reprochándose a sí misma por quere sonreír.

—Anda, ven a desayunar.Que después debemos ir a la playa.

Tzuyu asintió y se sentó al lado de Sana, besando su mejilla y tomando su taza de té caliente. Aún era temprano, pero Sana amaba dar largos paseos cada mañana por Grand Anse y Tzuyu amaba acompañarla. No había mucho que hacer en aquella isla, no tenían necesidad económica ya que sus cuentas bancarias en La Digue estaban deliciosamente llenas, gracias a cierta empresa irlandesa que pagó con intereses los servicios de Tzuyu. Y la vida era tranquila. Olía a mar y sol. Consistía en ellas dos haciendo el amor a todas horas, plantando semillas que nunca germinaban y que hacían a Tzuyu maldecir, insultada por la jodida madre naturaleza que parecía tener preferencia por Sana y sus malditas gardenias. Era Sana, comprando insumos médicos cada viernes para salir en su todo terreno a los campamentos pobres durante los fines de semana y ayudar a quienes no poseían los recursos para tener atención médica. Era Tzuyu, sintiéndose orgullosa de Sana, de todo lo que ella daba sin esperar nada a cambio. Al final, todo se resumía a ellas dos, a lo que aprendían de la otra día a día. Y para Sana, Tzuyu era una caja de pandora que había sido abierta sin miedos ni dudas. Completamente entregada a ella, su dueña se mostraba honesta e inexperta; ansiosa de aprender sobre aquella vida que le fue denegada desde su infancia. Por eso no era de sorprender que tuvieran una colección de películas Disney en la estantería del salón. Películas que veían cada domingo por las noches mientras comían palomitas. Sana jamás olvidaría el rostro de Tzuyu la primera vez que vio "El rey león" o las miles de amenazas que le hizo a "Scar". Naturalmente algunas cosas no cambiaban, pero ya no eran sino los condimentos que servían como excusas para terminar teniendo sexo desenfrenado y bestial. Y esas "cosas", aludían estrictamente a Sana siendo una maldita coqueta y Tzuyu siendo una dueña celosa. Como la vez que Sana llegó contando con un orgullo desbordante en el pecho, como una chica de dieciocho años había intentado ligar con ella en la playa y que más de tres mujeres habían alabado las curvas de su cuerpo; el resultado fue exactamente el que Sana había esperado y decir que al día siguiente no podía mover las caderas, no era mentira.

Y ahí estaban, Tzuyu gruñendo como mejor sabía hacer al haber perdido el juego de "piedra papel o tijera", por lo que le tocaba lavar los platos del desayuno mientras Sana se daba una rápida ducha. Quizá aquello era lo que más les costaba balancear y no era que Tzuyu no quisiera ayudar a Sana, era que... que no quería ayudar a Sana. ¡Odiaba limpiar! Era en definitiva la maldita cosa más tediosa del mundo y para su gran suerte, su abusadora corderita tenía una jodida obsesión con que todo estuviera reluciente la mayor parte del tiempo. Tzuyu iba a pedir el divorcio. Algún día... Quizá. Nunca. Jamás para ser exactos. Porque preferiría recibir un tiro en la vagina y que le rompieran cada hueso del cuerpo antes de separarse de Sana; y porque no estaban realmente casadas, no lo necesitaban. Ningún papel de un juzgado iba a decirle si podía o no tomar a Sana como suya por el resto de su vida. Así que como ella era "Tzuyu soy la emperadora del mundo Chou", hubo tomado a Sana una tarde cualquiera y la llevó de paseo a un arrecife poco conocido, oculto entre rocas y corales. Había sido uno de los días muy malos, de esos donde sin importar cuantos besos compartieran, Sana parecía estar lejos de ella, tan lejos que le carcomía las entrañas. Y sí, el lugar era hermoso, pero Tzuyu nada más tuvo ojos para la chica que mojaba sus pies a la orilla de las cristalinas aguas, su piel dorada opacando el brillo del sol. Fue ahí, donde entre besos, mientras devoraba su cuerpo y le hacía el amor como nunca antes lo había hecho, que le juró amor eterno, fidelidad y cuidarla en la salud y la enfermedad.

"Eres mía. Eres Sana Minatozaki, el único amor de mi vida y ya. Eso es todo, mamona. Naciste para mí, para que pueda amarte, cuidarte siempre, ¿entiendes? Siempre".

Sana la miraba, abrumada y con sus mejillas ruborizadas de manera violenta. Ojos vidriosos y labios hinchados, húmedos. Respiraba apenas audible entre útiles hipidos y Tzuyu no encontraba la forma de protegerla en ese momento. ¿Cómo proteger a Sana de sí misma? Nadie nunca le había enseñado, no sabía cómo.

"Mírame, amor. ¿Me ves? Estoy aquí, contigo. Eres la única que respetaré y a la que le seré fiel. No hubo otro antes, no habrá otro después. Eres mía y te tomo ahora y te digo que a mis ojos ya eres mi esposa. Naciste para serlo, solo tú. Y como se le ocurra a la muerte intentar separarnos, le meteré su guillotina por la vagina."

Su japonesa no había tardado mucho en encontrarle el sentido a las palabras de Tzuyu y con una sonrisa, no había dejado de sollozar mientras le besaba el rostro y recitaba sus propios votos matrimoniales. Sus pieles calientes a causa del sol, tan calientes. Tzuyu sentía que Sana se derretía en sus brazos. Sentía que la tenía ahí, finalmente la tenía. Desmoronada y temblorosa, con su cuerpo perlado por el sudor y trazos de piel teñidos de rojos debido al sol.

"Y tú eres mía. Eres Tzuyu Chou, la persona por la que soy capaz de bajar a linfierno una y mil veces con tal de estar a su lado".

Intentaba acunar el rostro de Tzuyu y sus manos lucían tan pequeñas y frágiles; Tzuyu no pudo evitar girar su rostro para besarlas.

"He tomado tanto de ti, que te siento parte de mí. Eres parte de mí porque eso somos, piezas de repuesto que al juntarlas forman un todo. ¿No lo ves así? ¿No sientes como muero para volverme aquello que necesitas? Porque sé que soy la única que puede hacerlo. Porque lo que el mundo busca en el amor, es aquello que jamás será suficiente para nosotras y voy a hacerlo siempre, a amarte de la única forma que puedo hacerlo, a mirarte solo a ti porque si no eres tú, no lo merece. A mis ojos te volviste mi esposa cuando pusiste aquel anillo en mi dedo y hoy te digo que te acepto como tal y que esto es lo que somos."

Escribían su propia historia, tenían su propio mundo sobre la tierra y eso lo era todo.Era suficiente el solo poder despertar juntas, daba igual donde fuese. Prisión o un paraíso, el lugar se resumía a nada para ellas. Sana salió de la ducha y caminó hasta la cocina, con una pequeña toalla húmeda amarrada a sus pronunciadas caderas. Se apreciaba una pequeña pancita, una con la cual Tzuyu tenía una leve, enorme, obsesión. Su largo cabello mojado, dejando gotas de agua caer por sus pechos y perlar su cuerpo. Vio a Tzuyu, quien se secaba las manos con el paño de la cocina y la miraba de soslayo, sonriendo coqueta. Esa era, sin lugar a dudas, Sana buscando atención. Sana buscando atención era el preludio al sexo.

—... Tzuyu —Susurró. Acariciando con su dedo índice una de las manzanas que se encontraba en la fuente de la fruta, sobre la mesa de centro de la cocina.

—¿Hm? —respondió, fingiendo desinterés y sin mirar a Sana.

—Oh, que interesante era leer el etiquetado de la caja de jugo de naranjas, ¿verdad, Tzuyu?

Sana caminó hasta quedar frente a Tzuyu, quien agitó sus pestañas con lentitud, sacando su vista del cartón de jugo. Una mano traviesa comenzó a jugar en el dobladillo de la camiseta de Tzuyu.

—Creo que tenemos un problema —murmuró levemente sonrojada, con la cabeza inclinada hacia abajo y levantando la mirada.

—¿Un problema?—Sana asintió y tomó las manos de Tzuyu, retrocediendo de espaldas. Paso a paso hasta salir de la cocina, sin tropezar gracias a Tzuyu, quien miraba por ella. Llegaron hasta el salón principal donde Sana empujó a Tzuyu sobre el mullido sofá. La brisa fresca de la mañana entraba por los ventanales abiertos cuyas cortinas de muselina blanca ondeaban—. ¿Un problema muy serio?

El lugar olía a incienso de cacao y calidez. Olía a hogar. Las pupilas de Tzuyu estaban dilatadas. Se humedeció las comisuras de la boca con la punta de la lengua.

—Sí. Se perdio el dildo con arnés que teníamos en la ducha.

—¿En serio?, pero si ayer estaba justo ahí —preguntó con una ceja arqueada. Sana mordió con fuerza su labio inferior y soltó la toalla que se ceñía a su cintura.

—Pues ya no está, asi que, tomé este otros—se lo mostro sacudiendolo de un lado a otro

—Oh.

No alcanzó a decir nada más ya que Sana, en un movimiento rápido y certero, se encontraba sentada a horcajadas suyo, comiéndole la boca en un beso hambriento, mientras sentía su humedad bajo los pantalones que llevaba puestos. Se besaron con avidez, Tzuyu recorriendo la cavidad bucal de Sana con su lengua, mordisqueándole los labios. La piel de su amante se sentía suave y olía a jabón perfumada. Sana gemía el nombre de Tzuyu en el beso, agónica e implorante. Comenzó a serpentear su espalda en un duro vaivén que hizo a Tzuyu soltar un ronco jadeo.

—Espera. Espera, mamona—intentó con una sonrisa, sin dejar de darle cortos besos aSana, quien intentaba desesperadamente intensificarlos. Peleó con las demandantes manos de la castaña para poder sacarse su sudadera y quedar con los pechos descubiertos. Cicatrices se apreciaban en sus hombros y abdomen.

—Quiero sentirme llena.Tan llena de ti —lloriqueó Sana.

Las manos de la japonesa recorrieron sus pechos, rasguñando con deliciosa crueldad, tomo el dildo con una de sus manos y antes de poder entender qué demonios estaba ocurriendo, la japonesa había dejado expuesta su vagina y se había penetrado con el dildo a sí misma encima de ella, ahogando un gemido de dolor y placer. Sí, esa era su Sana. Quien algunas veces gustaba de ver a Tzuyu como un objeto sexual. ¡Y la amaba por eso! Sana se mordía el punto de articulación de un dedo índice, con los labios húmedos debido a la saliva que dejaba escapar. Tzuyu acercó su rostro ycon los dientes pellizcó la piel del dedo que Sana mordía.

—Vas a... vas a acabar conmigo —jadeó con dificultad, sin apartarse. Presionando sus manos en los huesos de las caderas de Sana, quien echó hacia atrás la cabeza y gimoteó suave.

Tzuyu se ajusto la correa en su cintura y se dejó caer, apoyó su cabeza en el reposabrazos del sofá, entreabriendo los labios y disfrutando de la increíble vista. La castaña no demoró en comenzar a mover las caderas con maestría. Con sus manos aplanadas sobre los pechos de Tzuyu, gimoteando de placer mientras sus rodillas se presionaban sobre el sofá en una búsqueda por darse impulso.

—¿Te sientes llena, corderita?

—Mu-mucho.

—¿Quieres más? Vamos, sé que quieres más.

Tzuyu disfrutaba viéndola cabalgar encima de el miembro falso, como sus pechos saltaban llena de jadeos y gemidos. Con mejillas afiebradas y un rostro azorado.

—Quiero... a ti.Mierda. —Tzuyu dio un lametón a sus dedos y la llevó a el clítoris de Sana estaba tan caliente y humeda. Comenzó a masturbarla lento; torturador.

Tzuyu presionó su pulgar sobre la punta de ese pequeño trocito de carne haciendo que Sana soltara un suave y agudo sollozo.

—Mírate, mi putita. Montas tan bien, tan perfecta. —Su abdomen se tensaba cada vez que Sana se dejaba caer en ella.

Llevó sus manos hasta el culo de Sana y apretó sus mejillas con fuerza, sintiendo sus dedos calar en la caliente piel.

—Beso —rogó una desarmada Sana, y Tzuyu se irguió para someterse al pedido de su japonesa.

La taiwanesa besó los labios de Sana con delicadeza, contrastando las animales penetraciones que forzaba en Sana con sus manos, al hacerla subir y descender; rápido y profundo.

—Voy a sacarlo. Acuestate y abre las piernas, corderita —demandó antes de atacarla con un beso crudo y salvaje. Sana se dejó devorar, bebiendo gemidos de placer y sintiendo su boca derretirse. Se separaron cuando la necesidad de aire se hizo impostergable. Sana respiraba agitadamente entre gimoteos, sin inhibición alguna.

Tzuyu levantó a Sana, cambiando de posiciones, colocando la parte posterior de su cabeza en un almohadón del sofá, con sus piernas totalmente abiertas, dejando su abusada y febril entrada completamente expuesta.

—Vas a mantener tus manos así, amor. —Sana consintió con un leve movimiento de cabeza y miró a Tzuyu, quien la sujetó con ambas manos por encima de su cabeza antes de hundirse en ella una vez más.

—Ta-Tzuyu... Mierda. A-así, quiero. Tan profundo.

—Tú quieres lo que yo voy a darte.

—P-por favor.

—¿Quieres rogar? Deberías habérmelo dicho antes, puta masoquista. —Una mano deTzuyu descendió hasta la entrepierna de Sana y envolvió sus dedos sobre el clitoris de esta, apretando fuerte con sus dedos.

—N-no, Tzuyu.

—¿No qué, amor? Pensé que quieras rogar. Vamos, mamona... —Aumentó el ritmo de las penetraciones y Sana dejó escapar un sollozo que hizo a Tzuyu sonreír ladinamente.

Sudor cubría sus cuerpos y ambas respiraban jadeantes, con la extenuación comenzando a hacerse presente.

—V-voy... Mierda, bebé.Tzuyu, me corro...

—No, no aún.

—Por fa-favor. Por favor, bebé. Tzuyu... Me estás llenando y en-necesito...

Tzuyu apretó con más fuerza el clitoris de Sana, quien soltó un hipido y negó con la cabeza; desesperada por poder liberarse. Se inclinó hacia adelante y lamiendo los pezones de Sana provocándole un escalofrío.

—No te vas a correr, ¿de acuerdo?

—No puedo.

—Venga, sí puedes. Prométeme que no te vas a correr. Quiero que lo hagas en mi boca.

Sana sollozó pequeños ruegos y finalmente aceptó. Tzuyu soltó su clítoris y se enfocó en su propio placer, cerrando los ojos y disfrutando la sensación de Sana debajo de ella, no necesitaba ser tocada, con solo ver a su japonesa jadeando con sus labios entre abiertos y sus gemidos amenazandola con correrse, nunca iba tener suficiente. El calor se formó en su vientre bajo, haciéndola tensar los dedos de sus manos y su vientre. Gruñó y se corrió, dejando caer su frente, perlada por el sudor, en los pechos de Sana. Tzuyu respiró unos cuantos segundos, intentando calmar las pulsaciones de su corazón. Sacando el miembro falso del interior de Sana. La castaña lucía perdida y eróticamente destrozada. Era un manojo de respiraciones erráticas, ojos rojos y labios temblorosos. Se tapó la boca con el dorso de su mano, intentando no hipar. Tzuyu no dijo nada, simplemente se agachó, dejando un camino de besos desde el vientre hasta llegar a su centro; Colocó las piernas de Sana sobre sus hombros y llevó tres de sus dedos hasta la entrada de Sana, penetrándola con sus dígitos al mismo tiempo que abría laboca y se introducía toda la humedad de esta, deslizándola por sus afiebrados labios y recorriéndole la punta de el clitoris con la lengua. Sana arqueó su espalda y enroscó los dedos de los pies. Se corrió en ese preciso instante. Con los dedos de Tzuyu cepillando su entrada y su clitoris en la boca de la taiwanesa. Tzuyu tragó. Ojos cerrados, respirando pausadamente por la nariz. Continuó jugando unos cuantos segundos con la vagina de Sana en su boca, provocándole espasmos a la japonesa, quien le rogaba para que la soltara. Finalmente se apartó, sin sacar sus dedos los cuales comenzó a serpentear con lentitud. Besó varias veces, pellizcando con sus dientes la piel de Sana.

—Quiero meterte el consolador de nuevo, corderita. ¿Me dejas?

—N-no puedo.

—Sí puedes.

—Necesito... necesito aire —jadeó entre respiraciones profundas.

—Necesitas ese juguete llenándote. Reclamándote como mía. —Sacó sus dedos del interior de Sana, lamiendolos.

—Solo dos, tres minutos—pidió con los ojos cerrados.

Tzuyu tomó sus tobillos y levantó sus piernas.

—Ahora.

—... Tzuyu yo... ¡Ah!—gimoteó al sentir como Tzuyu la penetraba nuevamente.

—Lo haré lento—prometió, girando el rostro y mordiendo un tobillo de Sana.

—Sí, sí. Lento, solo... Beso. —Tzuyu acomodó las piernas de Sana a los costados de sus caderas y se inclinó sobre los labios de esta, comenzando a besarla sin moverse aún; dándole algo de tiempo para recuperarse—. Te amo —susurró Sana.

—Y yo te amo a ti. Amo tu cuerpo. —Deslizó una mano por un muslo de Sana—. Amo tus besos, tu aroma, tus gemidos de putita escandalosa. —Picoteó sus labios—. Amo que seas tú.

Sana sonrió, dejando escapar un suspiro antes de esconderse en la curvatura del cuello de Tzuyu; respirando el aroma de su piel.

—Estás aquí —susurró, sin poder creerlo. Después de tantas lunas, todavía sin poder creerlo.

—Siempre.

.

Sana estaba en cama, quizá un poco molesta y es que las caderas le dolían como un puto infierno, y su paseo a la playa había quedado pospuesto. Todo por la bestia que tenía por esposa. Leía un libro, acomodándose el marco de los lentes sobre la nariz y mirando de soslayo a Tzuyu, quien dormía una siesta al lado suyo; acurrucada. Sana bufó con cariño, estirando una mano para acomodar un mechón que le caía a Tzuyu sobre los ojos. Respiraba tranquila, completamente desnuda a excepción de unas bragas. Buscó los pies de Tzuyu y cepilló los talones de esta con sus pequeños deditos. La brisa de la tarde entraba por la ventana abierta y si se ponía atención, se podía escuchar los zumbidos de pequeñas abejas recolectoras de polen a las afueras, seguramente degustando el néctar de sus amadas gardenias. Finalmente lo tenía, aquello que tanto anheló durante su estancia en Camp Alderson. Tenía a su dueña y una vida con ella. Días llenos de alegrías, a veces peleas y lágrimas. Noches de besos y caricias suaves. Y la amaba tanto, literalmente tanto que a veces dolía. Le era imposible no recordarlas veces que estuvo a punto de perder todo eso, las veces que intentó quitarse la vida. Nunca podría agradecerle lo suficiente a su madre y Minari, aquella familia que dejó en Los Ángeles cuando volvió a los brazos de Tzuyu. Algún día volvería a ellas, con Tzuyu tomando su mano. Cuando fuera el momento. Cuando se sintiera bien. Cuando los días malos dejaran de aparecer...

Ni siquiera entendía porqué le ocurría. Investigó al respecto y pensó en ver a un psicólogo, sin embargo, no se sentía preparada para hablar de eso tampoco. No podía hablar de cómo algunas mañanas despertaba desorientada, sin ser consciente de lo que la rodeaba... Y ella solo se sentía tan ligera, tan adormilada. Era como un sueño, uno frío que no le permitía pensar con claridad. Y entonces todo volvía a ella, recuerdos dolorosos. Su época en Camp Alderson, las cosas que vio ahí, los bramidos de las reclusas, el frío, el hambre, las peleas, la separación con Tzuyu, la carta de Yi Cheng. Sus manos cubiertas de sangre... Ella hundiéndose. Sombras y voces que le gritaban "¡Esto no es real, Sana! Tzuyu te dejó, ¿recuerdas? Ella se fue y murió". De esa forma todo se volvía borroso y espeso. Le costaba hablar y respirar, su piel picaba y solo podía pensar en alejarse, en correr, sin embargo, sus piernas apenas si podían mantenerla en pie. Pero Tzuyu siempre la sacaba de aquel submundo que la atrapaba. Tzuyu siempre estaba ahí para ella, para llevarla de vuelta y besar sus labios; prometiéndole que todo estaría bien. Sana creía en ella, no podía ser de otra forma. Por eso estaba esperando, estaba aprendiendo a lidiar con su pasado, para disfrutar el glorioso presente.

Esa era la razón por la cual no había vuelto a ejercer como médico de manera permanente. Porque necesitaba ese tiempo para ella, para conocer a Tzuyu y conocer lo que ambas estaban formando. Su vocación prevalecería férrea al paso del tiempo, de eso estaba segura. Así que podía hacerlo, podía ser egoísta una vez más. Cerró el libro y se acomodó de costado, con su cabeza reposando sobre sus manos aplanadas entre ellas. Miraba a Tzuyu, los detalles de su rostro. ¿Quién lo diría? Todavía podía recordar la primera vez que vio a Tzuyu dormir a su lado. Estaba tan nerviosa que apenas si podía respirar. Sonrió y se acercó concuidado para besar la punta de su nariz. Tan ensimismada se encontraba, deleitándose con cada respiración de Tzuyu, que dio un brinco al escuchar una conocida melodía. Giró su rostro y antes de que pudiera sentarse para buscar la fuente de aquella canción, Tzuyu tomó su brazo y la detuvo.

—Es para mí —le dijo, sin amago alguno de calidez.

Sana vio la tensión en el rostro de la taiwanesa. Sus facciones contraídas con amargura.

—Bien.

Observó en silencio como Tzuyu se levantaba de la cama y caminaba hasta la cómoda donde guardaba aquel móvil, el único nexo que mantenían con su pasado. El corazón le pulsaba con fuerza y sus manos se apretaban al edredón de la cama. Tzuyu se aclaró la garganta y llevó el móvil a su oreja.

—... Dahyun. Bien, gracias. Sí, está aquí.... De acuerdo, comprendo. Sí, todo bien. No te preocupes... Está bien. Te avisaré cuando viajemos.

Tzuyu colgó el llamado y miró a Sana, quien se levantó con rapidez y corrió a su lado, levantando sus brazos y envolviéndola con estos. Tzuyu no necesitaba hablar, solo su mirada melancólica y aterrada bastó para que Sana supiera que ocurría. Había llegado el momento. Había que ponerle final a la tiranía del hombre que jugó a ser Dios y arrastró a su pequeña hija en aquel pérfido juego.

—Todo estará bien, bebé. Lo prometo —susurró, Sana.

—Llegó la hora, amor.Finalmente. —Había miedo en la melodía de la voz de Tzuyu.

—Yo estaré a tu lado, Tzuyu. No tendrás que volver a pasar por esto sola, ya no estás sola. Estoy yo.

—Sí, lo sé. Es solo que... Mierda. Nunca pensé en este momento, que idiota.

—No. No, amor. Está bien. —Se separó y acunó el rostro de Tzuyu, dejando varios besos ligeros y castos sobre sus labios. Todo su ser gritaba y arañaba en necesidad de proteger a la taiwanesa.

—Te amo, te amo tanto, Sana. No puedo estar sin ti, no puedo.

—Nunca tendrás que estar sin mí, te lo prometo. Y te amo también. Te amo a ti, solo a ti. Todo estará bien, confía en mí.

Tzuyu asintió ocultando su rostro en el cuello de Sana.

—No quiero tener que volver a matar a nadie, corderita. Ni siquiera a Yi Cheng —susurró con vacilación.

Una mano de Sana se posó en la nuca de Tzuyu y comenzó a dejar suaves caricias.

—No, mi dueña. No entiendes... No tendrás que matar a nadie. Ya no es tu deber hacerlo.

—Sí lo es, debo acabar con esto.

—Tzuyu, mírame.

Tzuyu obedeció y se apartó para poder mirar a Sana, quien sonreía forzosamente.

—Amo a tus demonios y amo la sangre con la que has manchado tus manos.

—Satang...

—Y amaré tener las mías manchadas por ti. Ya no estás sola, ¿no ves?

—No te dejaré hacerlo.

Sana pegó su frente a la de Tzuyu y cerró los ojos.

—Solo debes confiar en mí, Tzuyu. Vamos a ir y tomaremos al mundo como nuestro patio de juegos.

—Tú eres mi mundo.

—Y tú mi emperadora.

Incierta melancolía. Había llegado la hora en que debían volver y enfrentar a Yi Cheng; terminar con él. No sabían si estarían bien, solo les quedaba confiar. Al igual que tiempo atrás cuando la parca se detuvo ante los ojos de la emperadora, quien yacía en el suelo con sangre saliendo de su abdomen y el rostro cubierto de tierra; y la muerte, subyugada y atemorizada, decidió que no era momento para llevarse su vida.

.

El viaje a Corea ocurrió una noche de nubes cubriendo las estrellas del firmamento. De viento cruel y demonios ocultos tras las sombras de los árboles. En el aeropuerto de La Digue, donde poco personal se encontraba. Todos silenciados por cuantiosas sumas de dinero en sus cuentas bancarias. Con un avión privado esperando por Tzuyu y Sana para llevarlas a su destino. No fue fácil para ambas separarse de su hogar. Aquella casa escondida que había atestiguado lo mejor de ellas; lo mejor de su amor. Cada rincón encerraba cientos de recuerdos, ternura, pasión, risas y peleas. Y ahora debían dejarlo todo; debían enfrentar aquel pasado que las destrozó.

—Tus... Tus dedos están fríos —dijo Tzuyu. Una sonrisa lastimada en su rostro.

—¿Lo están? —preguntó Sana con voz rota y rasposa. La prueba de su incesable llanto estaba pincelada en su rostro; en sus mejillas aún húmedas y sus ojos rojos.

Tomadas de las manos, apretándose con fuerza la una a la otra, mientras eran llevadas al aeropuerto en un todo terreno que Dahyun había dispuesto para ellas;manejado por uno de sus hombres de confianza. Aún no dejaban la isla y ya la extrañaban.

—Sí —susurró Tzuyu, su rostro fijo en la ventana. No había mucho que ver en aquella oscuridad, sin embargo, no quería voltear el rostro. No soportaba el dolor y el miedo en el rostro de su amante.

El ruido sordo de las ruedas sobre el camino de tierra zumbaba en sus oídos. Todo sintiéndose demasiado; doliendo demasiado. ¿En qué momento se había vuelto tan vulnerable? ¿Qué había hecho Sana con ella? Era imposible para Tzuyu comprender cómo había cambiado tanto; cómo había pasado de ser un demonio salvaje e invencible a una miserable humana asustada. ¿Cómo podía volver a ser ella? Lo necesitaba. Debía recuperar el veneno que solía correr por su torrente sanguíneo para enfrentar a su padre.

—Tzuyu...

—¿Sí?

—Gracias. —La taiwanesa tragó y se armó de valor para girar el rostro. Sana, con sus marcadas ojeras, le sonreía—. Por ser valiente.

—Corderita, no...—Negó, cerrando los ojos—. No lo soy.

—Lo eres. Tan valiente, mi dueña. Lo eres todo, ahora. Y no necesitas volver a ser la mujer que tu padre quería que fueras.

—¿Qué mierda sabes tú? No tienes idea de lo que siento.... No digas que soy valiente cuando estoy... —"asustada" pensó. No pudo decirlo.

—Bebé, no. —Sana ahuecó la palma de su mano izquierda para arrullar una mejilla deTzuyu—. No hagas eso. No odies de ti lo que yo más amo.

—¿Y qué es lo que amas? ¿Que sea una hija de puta asustada? ¿Que sea débil? ¿Qué es, Sana? —Sus palabras eran duras; carentes de calidez. Había tanta impotencia acrecentándose en ella. Ganas de gritar, de detener el maldito vehículo y salir corriendo.

—Todo. Lo amo todo,Tzuyu. ¿No te sientes así conmigo? ¿Hay algo de mí que no ames?¿Qué odies? —La taiwanesa frunció los labios. No, no había nada de Sana que no amara—. Amo que te sientas asustada, débil... Ya pesar de eso, estés aquí. Dispuesta a toda esta mierda, sólo por mí. Por nosotras.

—... Mierda. —Sonrió, negando y soltando un movimiento ligero de hombros—. Eres tan malditamente buena con las palabras, corderita. La mejor, lo juro.

Sana relajó sus tensas facciones y apoyó un costado de su cabeza en el hombro deTzuyu, acurrucándose en ella.

—Solo... quiero ser lo que necesitas.

—Ya lo eres. —Giró su rostro para besar sobre los cabellos miel de su preciosa amante—.Eres más de lo que necesito. Más de lo que esta mierda de mundo merece.

Tzuyu se acomodó para rodear los hombros de Sana con sus brazos, atrayéndola más hacia sí misma. Necesitaba de ella, de su calor, del aroma de su piel. Sana no era únicamente el amor de su vida; era su otra mitad. Tzuyu era cadenas, Sana era la libertad. El resto del viaje, ambas permanecieron en silencio, deleitándose con la respiración acompasada que tenían. Con un único consuelo; estaban juntas. Llegaron al aeropuerto donde los hombres de Dahyun estaban esperándolas. Diestros en sus labores, cargaron las maletas de Tzuyu y Sana mientras estas, sin soltarse en ningún momento, subían al avión. No pasaron por el procedimiento común, no había forma en que lo hicieran. Tzuyu estaba legalmente muerta; no tenía papeles ni una identidad falsa. Era una sombra que se movía a escondidas del marco legal. Sería demasiado riesgoso tener un documento que acreditara su existencia; sin importar el cambio de nombres, una identidad era una soga al cuello. Al igual que los asesinos a sueldo, que los narcotraficantes buscados por la policía internacional, que los hombres cuya existencia debía ser borrada de la faz de la tierra; Tzuyu se movía de otras formas. Ocultando su presencia con dinero, cerrando bocas con balas de plomo, escudándose tras la muralla que Ivanov había puesto para protegerlas a ella ySana.

—Cuanto lujo —se burló Tzuyu al entrar al avión.

Enormes asientos de cuero en color beige, suelo alfombrado y luces suaves. Ostentosos adornos por todos lados y una rubia sonriente en un formal traje de dos piezas.

—Bienvenidas. Señora Chou, señora Minatozaki.

—Hola —saludó Sana, agitando su delicada mano.

Tzuyu simplemente hizo un movimiento de cabeza; lo suyo no era la amabilidad.

—Mi nombre es Lizbeth y me complace decir que estaré a cargo de sus necesidades durante el viaje. —Señaló un par de asientos—. Pueden tomar asiento cuando deseen.

Sana fue la primera en sentarse, sin quitar los ojos de Tzuyu, quien silbó al ver el minibar surtido de costosos licores.

—Tzuyu... —se reía.

La taiwanesa arrugó la nariz intentando contener una sonrisa. Caminó hasta donde estaba la japonesa y se sentó a su lado, abrochando su cinturón de seguridad.

—¿Podemos ver una película? Esta será una mierda de viaje largo y si no puedo meterle mano a mi mamona, necesitaré una distracción... Ya sabes.

Sana rodó los ojos, ruborizándose contra su voluntad.

—Por supuesto—respondió la rubia, con una enorme sonrisa que seguramente debía doler—. Tenemos una gran cartelera de películas. Una vez despeguemos podrán encender el proyector.

Señaló el techo donde un moderno proyector de películas se dejaba ver. Tzuyu asintió y ambas escucharon en silencio el procedimiento a seguir. Ya que era un vuelo de índole confidencial, no aterrizarían en el aeropuerto de Corea, sino en las afueras de Corea; donde al parecer, Ivanov tenía su propio aeropuerto privado.

—¿Dahyun irá por nosotras? —le preguntó Sana a Lizbeth.

Extrañaba a la rubia alocada y, por otro lado, quizá todo dejaría de sentirse tan amargo con su presencia. Dahyun de alguna forma lograba que todo se sintiera mejor.

—Lamentablemente no estoy en conocimiento del itinerario de la señora Jung.

—Oh, sí. Está bien...—Se acomodó un mechón de cabello tras la oreja.

—Tranquila, corderita. Seguro Dahyun ya está esperando por nosotras.

Sana exhaló por la nariz, esbozando una mueca que intentaba pasar por sonrisa. No podía estar tranquila; realmente no podía. Todo en ella rogaba por quedarse en la isla, en su hogar.

—¿Puedo tener algo para beber? —preguntó cambiando el tema.

—Sí, por supuesto. Inmediatamente les traigo bebestibles.

Cuando la rubia desapareció, la castaña pudo soltar un poco la tensión de su rostro. Acurrucándose al lado de Tzuyu, olisqueando su cuello en profundas respiraciones.

—Venga, mi amor. No te pongas como fiera en celo. Te dijeron que no podemos follar arriba del avión —bromeó la peleadora.

Sana pinchó su brazo en venganza, sonriendo. Idiotizada de amor. Finalmente, con tres escoltas sentados tras ellas, un carro de bebidas preparadas a su disposición y una enorme cartelera de películas en sus manos, el avión despegó.

.

El clima gris y frío de Corea les dio la bienvenida. Y ellas solo querían decirle adiós. Con densa neblina y una brisa gélida que lograba meterse dentro de la ropa de Sana, provocando que sus dientes castañearan y que sus labios adquirieran un color apagado. Llevaba encima la chaqueta de Tzuyu, sin embargo, el frío no amenguaba.

—Esto me trae recuerdos—susurró la taiwanesa en su oído. Tocando con sus dedos, los labios tiritones de la japonesa—. ¿Te acuerdas?

Tzuyu rodeó con un brazo a Sana, por encima de sus hombros. Mirando con ojos asesinosa cualquiera que se acercara a hablar con ellas; se sentía amenazada. No importaba que estuvieran rodeadas de los hombres de Ivanov, todos estos armados hasta los huesos; no se sentían seguras estando en Corea.

—S-sí —balbuceó Sana en respuesta. Sin aguantar una sonrisa nostálgica al pensar en su primera noche en Camp Alderson. Como tiritaba de frío y de miedo—. Que tiempos...

—Eras una coqueta atrevida. Lo recuerdo bien. Bueno, aún lo eres.

Un despliegue de tres hombres llegó hasta ellas y Tzuyu alzó su mirada, esperando que ese circo terminase pronto.

—Por aquí, por favor—solicitó uno de los desconocidos. Vestía un traje negro y llevaba lentes de aviador. Les señaló el camino, con palabras lacónicas y firmes.

El aeropuerto era pequeño y estaba rodeado por pastizales verdes; se encontraba en medio de la nada. Con galpones de metal y un estrecho centro de aterrizaje. Tzuyu avanzó por el camino señalado, Sana aferrándose a ella en todo momento. Se adentraron en uno de los galpones de metal donde varios vehículos blindados se encontraban estacionados. Había poca luz y todo olía a humedad; a musgo. El piso de cemento agrietado sonaba bajo las suelas de los zapatos y Sana estaba segura de que podía escuchar las respiraciones de todos los presentes puesto que nadie hablaba. El hombre que les indicó el camino, se acercó hasta uno de los vehículos y abrió la puerta. Los ojos de Sana se agrandaron con exageración al ver bajar de este, a su vieja amiga Dahyun. La reina de Camp Alderson. Lucía mejor que nunca, con un vestido gris opaco, ceñido a su delgado cuerpo, no dejaba nada a imaginación, no llevaba sostén y su vestido estraple mostraba sus perfectos pechos y sus clavículas. Tzuyu se burló de su aspecto pomposo y de su nuevo color de cabello, el cual había pasado de un rubio platinado a un castaño claro. Dahyun no dijo nada, simplemente caminó apresuradamente hasta Sana y estiró sus brazos, siendo cariñosamente recibida por Sana en un abrazo apretado.

—Maldita perra suicida.Te extrañé —lloriqueó Dahyun con voz temblorosa. Sana no pudo aguantarla desbordante sensación de nostalgia y cariño, permitiendo que algunas lágrimas escaparan de sus ojos. No sabía cuanta falta le había hecho Dahyun hasta ese momento. Hasta que sintió un nudo tirante en su vientre y un peso de plomo en el pecho. Respiró sobre el hombro de la castaña, frunciendo los labios para acallar cualquier lloriqueo traidor.

—Venga, golfas mamonas.Dejemos eso para después. Se me están congelando las tetas aquí—gruñó Tzuyu, al ver que ni Sana ni Dahyun tenían intención de terminar su abrazo.

La rubia se carcajeó y separó de Sana, tomando su rostro con ambas manos y limpiando las lágrimas de sus mejillas con las puntas de sus pulgares.

—Mírate, estás hecha un dulce —alagó Dahyun, pellizcando las mejillas de Sana con fuerza.

—Vale, vale. El lesbianismo no me pone —siguió entrometiéndose la taiwanesa.Resentida porque no estaban tomándola en cuenta.

—Te extrañé tanto, Satang. Y ahora estás aquí... Mierda, de verdad estás aquí.—Tzuyu resoplo. Un mohín de cejas fruncidas y labios apretados—.Luciendo toda guapa, con tu vestido de diseñador. Joder, rubia.

—¡Ay, maricona! ¡Me avergüenzas! —gritó, recuperando aquel tono de voz que usaba en Camp Alderson—. Además, tú sí estás de muerte, hija de puta.Toda bronceada y sexy...

—Joder. —Tzuyu miró al hombre que las condujo hasta Dahyun y se encogió de hombros—.¿Puedes creer que aguanté un año de esto en prisión?

Dahyun gruñó y estiró su mano, aporreando en bruto a Tzuyu por su comentario.

—¡Hey! —se quejó la taiwanesa, sobando su hombro con exageración—. ¡¿Viste eso,corderita?! ¡Me golpeó!

Sana rodó los ojos, sonriendo con cariño a Tzuyu. Se separó de Dahyun para ver la horrible y lacerante herida que esta dejó en su dueña.

—Sobrevivirás—diagnosticó. Dejando un beso en el hombro de Tzuyu y volviendo su atención a Dahyun—. ¿Y Momo?

—Nos está esperando en nuestra casa—dijo con orgullo. Pechos llenos y ojos brillantes—.Hemos estado algo ocupadas últimamente... Ya podré contarles todo, pero vamos. No es bueno que estemos mucho tiempo aquí.

La castaña les hizo un gesto para que entraran al vehículo tras ella. Sana y Tzuyu no demoraron en seguirla, dejando que aquella sensación de incomodidad lentamente comenzara a desaparecer. El viaje fue todo, menos silencioso. Dahyun y Sana no lograban dialogar sin interrumpirse constantemente; cada una teniendo demasiado que contar. Sana mostró orgullosa a Dahyun, la sortija nupcial de oro blanco que Tzuyu llevaba colgando de su cuello con una cadena; oculta de miradas indiscretas.

—¡Pero si es hermosa!

—Lo sé. Yo la escogí—dijo orgullosa Sana.

—La que te di yo es mejor —jugueteó Tzuyu sobre el oído de Sana, tironeando el lóbulo de su oreja.

—¡Ya! ¿Es que nunca dejarán de estar calientes?... Un año follando en una isla paradisíaca y todavía no se calman.

—¿Celosa? —inquirió la japonesa con una sonrisa mordaz, acurrucándose en Tzuyu, quien besó un costado de su cabeza.

—Sí, por supuesto—ironizó—. Como Momo no me come la vagina todas las noches...

—¡De acuerdo! Demasiados detalles, Dubu —exclamó Sana. Horror en su rostro. Nunca, jamás, se acostumbraría a Dahyun hablando de su vida sexual. Quizá ya estaba traumada.

Tzuyu soltó una risa ronca. De esas que nacían en su vientre y crecían hasta salir por sus llenos labios sandía. Una risa de las que enamoraban a Sana. Dahyun siguió molestando a Sana con detalles de su condimentada vida sexual junto a Momo durante el resto del viaje. Chillando orgullosamente sobre la morena y su gran aguante. Tanto Sana como Tzuyu estaban absortas en la conversación con Dahyun, por lo que no se percataron cuando el vehículo se adentró en la propiedad de la japonesa.

—Ya estamos llegando—se percató Dahyun al reconocer la entrada de arbustos pulcramente podados y rosales pertenecientes a su hogar—. ¡Van a amar mi hogar!

—Mientras no sea una mansión de paredes rosadas y con un lago de cisnes, me conformo—murmuró Tzuyu.

—¿Quién tendría un lago de cisnes, imbécil? —preguntó Dahyun con altanería.

—Menos mal...

—Eso ya pasó de moda.Yo tengo un centro de equitación personalizado.

Y por alguna razón a Sana no le sorprendía. Se estacionaron en la entrada de la enorme residencia. La mansión de Dahyun era impresionante. Como un museo clásico. De enormes paredes blancas, con una monumental escalinata de piedra; adornada con arbustos y rosales a sus costados. Una serie de pilares con enredaderas decorando la fachada. Todo rodeado de un cuidado jardín con pastizales verdes y árboles exóticos.

—Maldita rica bastarda—se quejó Tzuyu, cabeceando de un lado a otro. Dahyun ladeó su cadera hacia un lado, de manera exagerada. Atenazando las manos en su cintura.

—¿Qué esperabas? Soy la puta reina de la mafia japonesa.

—Por supuesto que lo eres —sonrió Sana, condescendiente.

—¡Lo soy!

—Eso dije, amor.

Los hombres de Dahyun no demoraron en bajar las pertenencias de la pareja. A espera de nuevas instrucciones.

—Lo que sea. Vamos, vengan por aquí... —Caminó unos cuantos pasos y gracias a dosporteros, la enorme puerta doble se abrió para ella.

—¿Es en serio?

—Lo es —respondió la ex rubia al ver la expresión apabullada de Tzuyu—. Y esta ni siquiera es la casa principal.

—El infierno me libre de conocer la casa principal.

—Le diré a mi padre que dijiste esto.

Tzuyu refunfuñó y enredó los dedos de una mano junto con los de Sana, ambas entrando al mismo tiempo, a paso lento. Algo cohibidas por el lujo y es que ya estaban acostumbradas a lo simple. A su casa de cortinas descambiadas y silvestres árboles frutales.

—¿Y mi mujer?—preguntó Dahyun a un señor de avanzada edad, quien lucía un rostro serio e inexpresivo.

—La señora Kwon está al teléfono con su padre. Bajará de inmediato.

—Vale. Avísale que estaremos en el jardín. —Digirió su mirada a la pareja—. Vamos por unas bebidas mientras.

—En realidad...—Sana carraspeó—. Me gustaría tomar un baño. ¿Es posible?

—Oh, sí. Claro, sí.Mierda, soy un asco de anfitriona.

Dahyun se disculpó diez veces, antes de guiar a Tzuyu y Sana a la que sería su habitación. Amplia, de paredes beige, con enormes ventanales y un balcón con un juego de terraza que invitaba a desayunar en él.

—Joder. Que buen dineral te has ganado vendiendo la vagina, eh rubia.

—Ya sabrás tú de eso,¿no? —respondió con cejas alzadas. Lento y un acento exagerado.

Sana sonrió.

—¿Hay toallas?

Tzuyu se dejó caer en la cama. Hombros relajados y una expresión fatigada.

—Sí. Aquí, ven.—Dahyun caminó hacía la puerta que conducía al baño de la habitación.

—Voy con Dahyun.

—Ve. —Le lanzó un beso a Sana.

Dahyun volvió a los minutos, y el sonido de la lluvia artificial bajo el grifo era la prueba de que su corderita ya se encontraba bajo el agua.

—Le dije a Sana que iremos por Momo. Luego nos alcanza. —Tzuyu arrugó el gesto—.Tranquila, bestia. No le pasará nada. Tendrían que matar cien hombres para llegar a esta habitación.

—Bien. —Se colocó de pie. Acomodando su cabello que ya le llegaba a la cintura—.Llévame con tu dueña.

Dahyun sonrió, cálido.Aquella palabra era todo para ellas; para las sobrevivientes del leviatán.

—Vale, emperadora.

Salieron de la habitación sin decir mucho. Tzuyu estaba cansada; una vez se relajó, pudo notar el cansancio que la hacía arrastrar los pies. Mas no dijo nada al respecto; ya habría tiempo para descansar, toda una vida.

—¿Cómo es lo de tu padre con Momo?

Dahyun resopló, acomodándose el cabello.

—Demasiado tercos, los dos. Siempre están peleando, pero en el fondo se adoran.

—Tu padre es...

—.Complicado.

Tzuyu conoció al padre de Dahyun durante la época en que se encargó de aplastar a los insectos que rodeaban a Yi Cheng. Era sin lugar a dudas un hombre de pocas palabras; pero letales. De rostro melancólico y ojos escudriñadores. Para el hombre, Momo había llegado en el momento justo. Leal y conocedora del mercado, asquerosamente enamorada de su única hija; Momo no demoró en convertirse en la mano derecha de Ivanov.

—Ugh. Dímelo a mí.Estar rodeada de hombres es agotador. —Hizo ondear su dedo en un círculo imaginario—. Necesito más amigas.

Llegaron a un despacho, donde cierta morena de cabello negro, se encontraba con una carpeta abierta entre sus manos.

—¡Momo, mira a quien te traje!

Momo levantó la vista y lanzó la carpeta al escritorio sobre el cual tenía apoyada su espalda baja.

—Hey —dijo a Tzuyu. Con mirada afligida, nostálgica. Con una sonrisa suave que escondía tantos años de camarería.

Tzuyu caminó hasta Momo. Dahyun resopló, mirándose las uñas.

—Hey... —Estiró su mano. Momo la estrecho.

—¿Van a besarse o algo? —bufó la castaña al ver un aura rosada envolviendo al par.

—¿Me extrañaste,narco?

—Tanto como tú a mí...

Se miraron sin decir más.Simplemente sonriéndose mutuamente. Añorando más tiempo para hablar de sus vidas.

—¡Ay, basta! No lo soporto —Dahyun se colocó entremedio. Separando a la antigua emperadora y a la princesa de Camp Alderson. Sus manos curvadas sobre los pechos de ambas mujeres—. No me obliguen a tomar medidas extremas. No quiero darte con la botella en la cabeza de nuevo—amenazó a la emperadora.

—Ya, rubia. —Momo le pellizcó una mejilla—. Me ponen los celos, pero necesitamos que Tzuyu mantenga su cabeza sobre el cuello.

Dahyun gruñó.

—Vale.

Tzuyu llevó los ojos al techo y se apartó, dejándose caer sin mucha clase sobre un sofá.Piernas extendidas y hombros relajados, su cabeza apoyada en el respaldo.

—¿Cuándo vamos por Yi Cheng? —preguntó, concisa.

—Aún no —murmuró Momo. Sentándose al frente de Tzuyu—. Ivanov quiere estar presente cuando todo termine.

—¿Y dónde está?—Miró a Dahyun, quien mordisqueaba su labio inferior, nerviosa. —Se encuentra en Brasil... Ha ido a cerrar un negocio allá. —Tragó lento.

—¿Brasil?

—Sí. Está tomando el control del sur de las Favelas. Es peligroso, pero un buen negocio, ¿sabes? —Se encogió de hombros—. Además, Momo está ayudando a que se haga con el control y todo; aún tiene algunos contactos de antes de caer en prisión.

Tzuyu no lucía feliz con la información. No entendía el motivo por el cual sus amigas se metían en esa mierda; pero tampoco las cuestionaba. No era nadie para juzgar.

—Solo cuídense de la mierda, ¿de acuerdo?

Momo sonrió cálida. Sabía que esa era la manera en que Tzuyu mostraba su preocupación.

—Tranquila, que esta tigresa tiene nueve vidas —dijo, intentando aligerar el ambiente—.Y mi gatita es inmortal. —Le guiñó un ojo a Dahyun, quien se mordisqueó el labio inferior, sonriendo con coquetería.

—Como te metan plomo en el pecho, veremos qué tan inmortal eres. —Momo soltó un resoplido, escondiendo una risa al mismo tiempo que le daba un sorbo a su vaso de whisky—. ¿Cómo fue que saliste de prisión?

La pareja frente a Tzuyu sonrió con complicidad.

—Tzuyu, mejor muere de anciana y no de curiosa.

—Hijas de puta...

La puerta se abrió y una recién bañada Sana entró en la habitación. Sus ojos estaban levemente vidriosos y su cabello aún húmedo. Todo su cuerpo tibio perfumaba el lugar. Con mejillas rojas y labios hinchados.

—Fuiste a tomar un baño y pareciera que vienes saliendo de una orgía en el mismísimo paraíso.

—Tu jacuzzi es un sueño—suspiró Sana, ignorando el comentario de Momo. Caminó hasta Tzuyu y se sentó en su regazo. Su dueña prácticamente ronroneó al tenerla de vuelta.

—¡Lo sé! No te imaginas la diversión que se puede tener ahí.

—Nunca entenderé cómo conviertes toda tu vida en simples anécdotas sexuales.

—Simple. —Apuntó a Momo sin dejar de mirar a Sana—. Ella convierte mi vida en una película porno Lesbica. Muy Lesbica.

—¿Cuándo dejamos de hablar sobre la boca de Momo en tu vagina me dices, que ocurrirá con Yi Cheng?

—Por eso nunca fuiste popular en Camp Alderson —se quejó la castaña—. Ya te dije. Esperamos a que llegue mi padre y vamos por él.

—¿Cuándo será eso?—preguntó mirando a Momo. La morena se aclaró la garganta, con un puño cerrado sobre sus labios.

—Tomará un vuelo hoy en la noche, así que volverá mañana...

Sana jadeó por la respuesta. No esperaba que fuese tan pronto.

—¿Y Yi Cheng? ¿Dónde se encuentra?

—Hace un mes aproximadamente que reside en Jeonju.—Tzuyu tragó, sintiendo el calor abandonar su cuerpo. Se aferró a Sana, barriendo con sus dedos sobre el vientre de la japonesa—.Tengo una carpeta con toda la información al respecto, te la pasaré cuando... ¿Ocurre algo?

Tzuyu negó.

—No, es solo... Creo que estoy cansada.

Tzuyu permaneció en silencio el resto de la conversación, sintiéndose aliviada cuando Sana sugirió que fueran a descansar hasta el mediodía, muy a regañadientes de Dahyun, quien quería pasar todo el día junto a Sana. En ese momento, la japonesa no podía pensar en otra cosa que no fuese la manera en que Tzuyu se había tensado ante la mención de Jeonju. Volvieron a su habitación, con la promesa de ser despertadas para el almuerzo. Recostadas en la cama, los dedos de los pies de Sana acariciando los tobillos de Tzuyu, se miraban en silencio. Una mano de Tzuyu acariciaba la mejilla de Sana; su pulgar trazando líneas imaginarias.

—¿Qué ocurrió en Jeonju?

Tzuyu resopló con amargura. Parecía imposible ocultarle algo a Sana.

—Yo nací ahí. En...esa ciudad, ¿sabes? Y, como que aún lo recuerdo.

—¿Quieres hablarme de eso?

—No lo sé.

—Está bien. —Frotó la punta de su nariz contra la de Tzuyu—. No tenemos que hablar si no quieres.

—Mi madre era una buena mujer, corderita —susurró, ojos cerrados. El recuerdo de las tardes buenas, esas donde su madre no necesitaba sumirse en fármacos para dormir, bailaba en su cabeza—. Ella... tenía problemas, pero era buena. Ya sabes, sus demonios no la soltaban pero quizá...—Tragó—. ¿Quizá me quería?

Sana asintió, casi con desesperación. Los dedos de sus manos enroscándose en el suéter de Tzuyu.

—L-lo hizo. Ella te quería y por eso te dio un corazón tan hermoso, bebé. Por eso ella... —Ahogó su impotencia.

—Hey, amor. Ya, está bien, ¿sí? Está bien. —Estiró un poco el rostro y besó la boca de la japonesa; lento y suave. Sana respondió a su tacto, relajándose instintivamente—. Tú, me amas.

—Te amo.

—Y eso es lo único que necesito.

—Lo único —repitió,Sana.

—¿Y tú, corderita?—Sana se sacudió de hombros, sin comprender a que se refería su dueña—. ¿Estás segura que no quieres ver a tu mamá? ¿A Minari?

Sana tragó, negando con un gesto vago de cabeza. Ya habían hablado de eso antes de viajar. Tzuyu le había propuesto hacer una visita corta a su familia. Sana se negó.

—No es el momento para eso.

—Podemos hacer que sea el momento.

—Tzuyu, no. Solo...ahora no, por favor.

—Bien —resopló. Intentando apartarse de Sana, pero fallando debido al fuerte agarre de esta.

—No te alejes, hace frío.

—No entiendo por qué no quieres verlas —insistió.

—No lo sé —reconoció la japonesa. Con voz trémula y cargada de culpa—. No estoy lista, quizá. Y-yo... No puedo, ¿bien?

—Amor... —Tzuyu suspiró sobre el cabello de Sana, enredando sus brazos en la curvilínea espalda de la castaña—. No quería presionarte.

—Lo sé... Y sé que quieres, ya sabes, conocer a mi familia y todo, pero... No ahora. Lo siento.

—Vale. Como tú quieras.

Sana no pudo decir nada más. La culpa pesaba demasiado en su boca y es que sabía que para Tzuyu era importante conocer a su familia, conocer lo que era una familia; algo que ella nunca tuvo, pero Sana simplemente no estaba lista para enfrentarlas. Para verlas y revivir esos seis meses que pasó alejada de Tzuyu. Ellas eran el recordatorio de su relación con la muerte.

—Te amo —susurró a los minutos. La única expiación que podía encontrar a su egoísmo.

—Ya duérmete...

—¿Me amas?

—Sí.

—¿Incluso si hago esto? ¿Si te hago daño? P-porque lo estoy haciendo... —Quería llorar.

—Incluso si me haces daño —respondió, repitiendo las palabras de Sana.

Y quizá era el cansancio, pero Sana sintió su voz tajante, tan distante que comprimió su pecho.

—Vale.

No hablaron después de eso. El cansancio emocional las abatió y no tuvieron otra opción sino dormir. En lazadas tanto como les era posible, respirando el aliento de la otra. Sana escuchando los lentos latidos del corazón de su dueña. El tictac del reloj recordándoles que en solo unas horas más, todo terminaría.

.

Conocer a Ivanov fue algo que Sana solo podría describir como escalofriante. El hombre no habló directamente con ella; con nadie en realidad. Simplemente entró al enorme salón donde todas se encontraban y besó a Dahyun en la mejilla para luego sentarse en el imponente sofá individual que a ojos de Sana, perfectamente podía asemejarse a un trono. Escuchó en silencio, al igual que todas, la información sobre Yi Cheng que Momo estaba otorgando. Desde la muerte en cadena de sus socios, Yi Cheng perdió su inquebrantable muralla de protección. El rumor de la muerte de sus amigos se expandió rápido y quienes podrían haberlo ayudado, prefirieron cerrarle la puerta por miedo. No más ministros, ni jueces, no más mafia ni fuerzas gubernamentales; Yi Cheng estaba solo. Ya no habría manera de sacarlo de prisión si Ivanov mostraba todas las pruebas incriminatorias de las fechorías de Yi Cheng. Sin embargo, no era una condena en prisión lo que buscaban para él. Era la muerte.

—Su casa suele estar resguardada. —Momo miró a Tzuyu—. Nada de lo que no puedas encargarte.

Tzuyu asintió.

—¿Entonces, cuando partimos? —preguntó Dahyun colocándose de pie—. Necesito hacer mis maletas y...

—No vas. —Todos giraron su rostro. Ivanov había hablado—. Te quedas fuera desde ahora. Tú y Momo.

—¡¿Qué?¡ ¡No puedes estar hablando en serio! —Dahyun caminó hasta su padre.Lucía horrorizada con lo que Ivanov había demandado; la rabia se filtraba por sus bonitas facciones—. ¡¿Sabes cuánto he esperado por esto?!

Ivanov respiraba lento y no movía ni un músculo facial.

—No me importa,Dahyun. No vas a ir.

—¡No me harás esto! No puedes... —las últimas dos palabras salieron ahogadas. Sana buscó con la mirada a Tzuyu, quien le dijo con un dedo índice sobre los labios que permaneciera en silencio.

—Rubia...—intentó Momo. Parándose tras Dahyun y sujetándola con suavidad de los hombros.

—¡Suéltame! —Se removió—. ¡Fue mi hermano quien murió por su culpa! No me dejarás fuera de esto.

Ivanov no dijo más. Se colocó de pie y dirigió su mirada a Tzuyu.

—Partimos en una hora.—Tzuyu inclinó su cabeza en ratificación y presenció como el mafioso dejaba el gran salón.

Dahyun ahogaba un llanto en el pecho de Momo y Sana tenía su vista fija en el suelo, sintiéndose completamente enajenada a lo que ahí ocurría. Todas eran parte en eso y aun así, ella no parecía tener nada que ofrecer.

—Corderita. —Sana levantó la mirada. Los ojos de Tzuyu estaban fijos en ella—. Tú también te quedarás aquí.

—No —respondió con calma—. Y si te vas sin mí, Tzuyu... —Tragó amargo—. Juro que no me encontrarás cuando vuelvas.

Se enfrentaron con la mirada. Los orbes de Sana peleando con los ónices de Tzuyu, poniendo todo de sí para no quebrarse. No sabía si podría cumplir su amenazada y dejar a Tzuyu; seguramente no. Sin embargo, Tzuyu no estaba dispuesta a arriesgarse.

—De acuerdo —concedió—.Irás conmigo... —"Solo, no me dejes, moriría si lo haces".No pudo terminar la frase, pero Sana vio el miedo en sus ojos.

—No es justo —hipó Dahyun—. Hi-hice todo esto... —sus hombros se sacudían debido al llanto—. Y no podré... No tendré mi venganza.

—La tendrás —Aseguró Sana, colocándose de pie. Dahyun giró sobre sus talones para verla—. Yo tomaré tu venganza, Dubu. Lo juro.

—Siempre... —Tomó aire, limpiándose las lágrimas—. Siempre supe que eras... una maldita perra sádica.

Sana sonrió. Sus labios picando por responderle que no, ella no era una sádica; era una maldita masoquista enamorada y eso... eso era mil veces más peligroso.

.

Jeonju era increíble. Como sacado de un cuento de hadas y Sana no podía creer que Tzuyu, su esposa, hubiera nacido ahí. En aquel lugar de pintorescas calles despoblabas y abundantes árboles. La calma podía respirarse en el aire a través de sus llanuras verdes; el cielo gris no mitigaba la magia de la hermosa ciudad. Sana quería más tiempo para recorrer las calles, para tomar la mano de Tzuyu y pasear durante las noches mientras el olor a tierra mojada se impregnaba en sus ropas. Sabía que no era posible, no mientras se encontraran ahí con el único propósito de mancharse las manos con sangre. Estacionadas a tan solo unas pocas cuadras de la casa donde Yi Cheng vivía junto a su familia. Los hombres de Ivanov junto a Tzuyu, habían entrado para desarmar al personal de seguridad. No importó cuantas veces Sana insistió en entrar con ellos, Tzuyu se negó tajantemente. Por lo que ahí estaba, a la espera de un maldito llamado telefónico.

—¿No le temes?—preguntó de repente el jefe de la mafia.

Sana volvió el rostro hacia él, entornando los ojos.

—¿A quién?

—A Tzuyu... —La japonesa bajó la mirada hasta sus dedos los cuales frotaba entre sí con nerviosismo—. No debería haber preguntado eso. Lo siento.

—No más de lo que ella me teme a mí —respondió con sinceridad. Ivanov no dijo nada más, simplemente se mantuvo con su vista fija en la ventana—. Así es como funciona para nosotras.

—Hmmm —tarareó Ivanov. Frotándose la mandíbula—. Ya veo...

El teléfono sonó en ese preciso momento. La melodía aguda martillando en Sana.

—Es hora de ir, señor—dijo el conductor del vehículo poniéndolo en marcha.

El capo asintió y apenas llegaron, bajó del auto junto a Sana y dos de sus hombres, quienes iban con sus armas desfundadas y alertas para disparar ante el más mínimo movimiento. Sana se encogía en sí misma con cada paso dado. Contando los segundos para ver a Tzuyu; para meterse bajo su piel. Se adentraron en la enorme propiedad, Ivanov pasando sobre los cadáveres sin siquiera inmutarse. Sana sintiendo profundas arcadas formándose en su estómago; estaba aterrada. Fueron guiados hasta el salón principal, donde un hombre, que bien Sana reconocía, se encontraba atado y amordazado sobre una silla. Tzuyu estaba tras el hombre, limpiándose una mancha sangre de su mejilla izquierda con el dorso de una mano.

—Finalmente te tengo—murmuró en un susurro, Ivanov—. Después de tantos años, te tengo justo donde quería.

Sana quiso caminar hasta Tzuyu, pero esta la detuvo con una mirada de advertencia. "Aléjate" gritaba Tzuyu sin palabras; Sana atrapó su labio inferior con los dientes y se mantuvo en su lugar.

—Ya mátalo y termina con esto de una vez —exigió Tzuyu sin mirar al hombre; a Yi Cheng, su padre. Ivanov asintió y sacó su arma.

—Voy a terminar con esto, pero será a mi manera. —Apuntó con el arma a Tzuyu.

Sana se sintió desmayar en ese momento.

—Qu... —Sana se llevó una mano al pecho. Su respiración entrecortada no enviaba suficiente oxígeno a sus pulmones. Una presión en sus sienes la hacía ver manchas negras.

—Siempre pensé en tomar mi venganza con tu hija —dijo el capo. Una sonrisa agria le oscurecía el rostro—. Luego me enteré de que es solo una pobre diabla a tus órdenes, pero... —La puerta se abrió. Uno de los hombres de Ivanov cargaba un pequeño niño sollozante—. Este sí es tu hijo, ¿verdad? Uno que amas... Quizá tanto como yo amaba al mío, al hijo que tú me mataste.

El mafioso cambió la dirección del arma en su mano, llevándola al pequeño, quien lloraba intentando soltarse. Tzuyu permanecía en silencio, su rostro empalidecido y sus ojos desmesuradamente abiertos, enfocados en el menor. Apenas si respiraba. ¿Ese era el hijo de Yi Cheng? Su hermano... Yi Cheng negaba con la cabeza, removiéndose de su silla con desesperación, sin embargo, las cuerdas le impedían colocarse de pie. La mordaza en su boca ahogaba sus gritos.

—Ivanov... —advirtió Tzuyu. Su voz sonó ronca y feroz; animal. Sus pupilas dilatas y el aire saliendo pastoso por sus fosas nasales—. No te atrevas.

—Quédate fuera de esto, Tzuyu... Solo te traje para que Yi Cheng vea cómo acabará todo. Su primera hija a mis órdenes y el segundo... Muerto. —Hizo bailar el arma sobre su mandíbula, sonriendo jactancioso—. Aunque no estarás mucho tiempo separado del mocoso, te lo aseguro. Yo mismo te enviaré con él.

Tzuyu miró al niño y luego a Ivanov, quien volvió a apuntarle al menor. Sana temblaba en silencio, sin saber qué hacer en esa situación; cómo salvar la vida del niño sin poner la de ellas en riesgo.

—No dejaré que mates aun niño inocente. —Tzuyu, con pisadas toscas se acercó a Ivanov y agarró el revólver que este tenía, presionando sus dedos con fuerza sobre el metal. Sus ojos mirando fijamente al mafioso— Considéralo un favor.

—Tzuyu, apártate.

La taiwanesa hizo caso omiso de las palabras de Ivanov y tomó su arma por la fuerza. Miró de soslayo a Sana, quien parecía haber dejado de respirar horas atrás. Su piel estaba pálida y sus ojos, opacos.

—No mires, Sana. —La nombrada asintió y cerró los ojos ligeramente, sin dejar de temblar cual hoja en el viento. Tzuyu caminó hasta posicionarse tras su padre—. ¿Recuerdas esto, Yi Cheng? ¿Lo recuerdas? Porque yo jamás pude olvidarlo. —Sana abrió sus orbes. No podía hacer lo que Tzuyu le había pedido, aun cuando quería. Su dueña empezó a maniobrar con el arma en su mano. La atenta mirada de Sana e Ivanov estaba en ella, en lo que hacía con el revólver—. Tú hiciste algo similar conmigo... Ya sabes, toda esa mierda de jugar a ser Dios. ¿Lo recuerdas?

—¿Qué estás haciendo, Tzuyu? —demandó saber el capo. Puños cerrados y todo su rostro contraído en ira.

—Estoy dándole la oportunidad a Yi Cheng de salvar la vida de su hijo —respondió mirando a Ivanov—. Ya sabes cómo va esto, ¿no, Yi Cheng? —Esbozó una sonrisa forzada. Tan falsa como su aparentada calma—. Por supuesto que lo sabes. Yo te apunto y tú apuntas a tu hijo. Te doy tres segundos y le dispararás o lo haré yo. —Colocó el arma sobre las piernas de Yi Cheng—. Es hora de... ser Dios, padre.

Soltó las cuerdas de las manos de Yi Cheng, las cuales temblaban.

—Apúntale Tzuyu—ordenó Ivanov al ver que Yi Cheng iba a tomar el arma—. Desvía tu objetivo del crio y les llenaré el pecho de plomo a ambos.

Los ojos de Yi Cheng estaban aguados. Balbuceaba palabras incomprensibles bajo la mordaza. Sin quitar la vista del menor, quien no dejaba de llorar, de llamar a su "papá".

—Uno... —contó la emperadora. Su mano sosteniendo un revólver. Esta temblaba notoriamente.

Tzuyu estaba mal; asustada. Sana podía verla... Como su sombra parecía querer tragársela.

—Dos... —Sacó el seguro del arma y cerró los ojos.

Sana jadeó y sus pies se movieron por cuenta propia... No le importó la advertencia de su dueña. Necesitaba estar ahí para ella, salvarla de sus demonios. Tzuyu lo había dicho... Que solo dijera dos palabras y ellas se calmarían. Pegó sus pechos a la espalda de Tzuyu y la rodeó con sus brazos. Olvidándose de cómo el aire se había tornado tóxico, de cómo los lamentos perforaban su pecho. Sus dedos encadenándose en el abdomen de su dueña. Su frente pegada a la nuca de esta.

—Te amo —suspiró a su única, a Tzuyu. La taiwanesa tragó su dolor, su culpa y relamió sus labios, el último número encontrándose en la punta de su lengua.

—T-tre... —Yi Cheng disparó y Sana dejó morir en sus labios un grito; ojos firmemente cerrados.

La risa sádica de Tzuyu llenó la habitación. El arma no estaba cargada; había sido una trampa. Tzuyu le había quitado las balas ante la vista de Sana e Ivanov.

—Hi-hijo de puta...Realmente ibas a dispararle a tu hijo solo para vivir. —Lágrimas comenzaron a caer violentamente por sus mejillas. Temblaba de ira, con sangre amarga corriendo por sus venas—. A ese niño que no pidió nacer como tu hijo, que no merece nada de esta mierda. Ibas a matarlo.

Ivanov negó con un movimiento de cabeza, sin poder creer tal nivel de inhumanidad, de maldad.

—Llévense al niño—demandó el capo. Tomando asiento en una silla de esquina y destensándose los hombros—. ¿Y ahora qué? Este infeliz me ha cagado la venganza—. Su voz era una mezcla de decepción y profunda tristeza—. Matar a tu propio hijo... Un niño inocente. Que pedazo de mierda, ¿no? Sácale la mordaza.

Uno de sus hombres obedeció y sacó la cinta adhesiva de la boca de Yi Cheng. Tzuyu se paró frente a Yi Cheng. Sana se encontraba a su lado, siempre a su lado; sus menudos dedos apretando con fuerza el suéter de la taiwanesa.

—Tzuyu, hija —suplicó de manera inmediata. Prácticamente afónico.

—¿Cómo me dijiste?

—Tzu...

—¿Hija? —se burló—.No, Yi Cheng. Yo dejé de ser tu hija mucho tiempo atrás.

—N-no, Tzuyu. Vamos... E-res mi hija.... —imploró—. No puedes hacer esto. Soy... Somos la misma sangre. Familia.

Sana negó, agitando su cabeza de lado a lado. El descaro de Yi Cheng irritaba en su piel. Era como estar frente a una vertiente de odio y maldad; una mezcla de ruidos torturadores para el alma. Sucio, tan sucio... Destilando su mierda por cada poro de piel. Y Sana solo quería sacar a Tzuyu de ahí. Tomar a su dueña y protegerla de esa abominación que tanto daño le hubo causado; que la rompió.

—No eres nada mío. Solo la mierda que me usó en el pasado.

—Yo soy tu familia. Yo, yo...

—Ella n-no es nada tuyo—dijo Sana con voz rota.

—¿Es que no lo entiendes, Tzuyu? E-eres como yo. El diablo, ¿te acuerdas? Quien hace el mal en el mundo. Somos iguales, no puedes...

Tzuyu ladeó una sonrisa, la boquilla del revólver acariciando sus labios. Yi Cheng cerró los ojos con fuerza, una gota de sudor cayendo por su sien izquierda.

—Oh no, padre. Te equivocas, siempre quise decírtelo... El trabajo del diablo nunca ha sido hacer el mal. Eso lo hacen los humanos, ellos aman la maldad— Deslizó el dorso de su mano libre por el costado del rostro de Sana, quien no apartaba la vista de Yi Cheng.

Sana se acurrucó al lado de Tzuyu, sus dedos deslizándose lentamente por el brazo de su dueña, hasta llegar a la mano con la que esta sostenía el revólver. Besó la marcada mandíbula de Tzuyu, sin apartar la vista de Yi Cheng. Condujo la mano de Tzuyu para que esta apuntase a su padre.

—El diablo no es quien hace el mal. Ella es... —Sana se lamió los labios y posicionó su dedo índice sobre el de Tzuyu. Ambas con la posibilidad de apretar el gatillo. Los labios de Sana se curvaron con vesania—.El trabajo del diablo es castigar a quienes hacen el mal. A quienes juegan a ser Dios.

Tzuyu tragó. Su mano temblando y sus ojos onices, acentuados por el rojo a su alrededor, llenos de lágrimas. Sana se hundió en ella, respirando suave sobre el oído de Tzuyu. Murmuró unas palabras y sin más, presionó el gatillo, tomando la venganza de las manos de Tzuyu y el titulo de emperadora. La sangre salpicó sobre ellas, quemándoles la piel. Cambiando el mundo que conocían, porque Sana había demostrado que no solo estaba dispuesta a morir por Tzuyu, sino que también a matar por ella.

—Se acabó... —Jadeó Ivanov. Ocultando su rostro tras ambas manos—. Finalmente...

No fueron capaces de prestar atención a las palabras del capo y simplemente salieron de aquella casa maldita. Con sus manos tomadas y la vista fija en el frente. No volverían jamás. El viento chocaba en sus rostros, secándoles los labios y haciendo bailar las hojas caídas de los árboles.

—Corderita...

—¿Sí? —Giró su rostro. El perfil de Tzuyu se apreciaba majestuosa ante sus orbes. Su dueña; siempre su dueña.

—Quiero un hijo contigo—declaro con convicción. Sana sintió su corazón detenerse y todo el flujo sanguíneo de su cuerpo congelarse.

—¿U-un hi-hijo?—preguntó con voz suave y aguda. Completamente sobrecogida en sentimientos cálidos—. ¿U-uno real? Un con... Ya sabes... Un mo-mocoso con mis ojos y tu mal carácter.

—Sí.

—V-vale. Un hijo...—repitió para sí misma. Voz quebrada y tartamuda—. Tendremos un hijo —susurró sin poder creérselo.

La idea era tan mágica como beber de un manantial sagrado, pero al mismo tiempo, era aterrador. ¿Ellas? ¿Un hijo? Un pequeño que dependería completamente de ellas. ¿Podrían hacerlo? Con la vida que llevaban, estando ocultas. Sus manos temblaban, mas no era consciente.

—No te asustes, corderita. Vamos a estar bien... Lo sé.

—Pero... —Sacudió su cabeza. No se sentía merecedora de aquella felicidad. No ella, quien tantos pecados cargaba.

Su corazón latía a un ritmo frenético, podía sentirlo en su pecho. Dolía.

—Nada nos separará. Te lo juro. —Ahuecó sus manos teñidas de sangre sobre las mejillas filosas de Sana y besó sus labios—. ¿Sabes por qué? —Sana negó apenas—. Porque esa hija de puta me tiene miedo.

—¿Quién?

—La muerte.

Sana suspiró y cerró los ojos. Sin poder negar las palabras de su dueña, porque en ese final; en el de ellas...

—Solo tú podrías hacerlo, mi dueña.

—¿Qué cosa?

—Hacer de la muerte...tu prisionera.

Temed a la muerte, pero temed más a la emperadora que la controla.    

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