
𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝟗 - 𝖍𝖊𝖆𝖉 𝖔𝖛𝖊𝖗 𝖍𝖊𝖊𝖑𝖘
El sol salió como cada día, pero nadie lo pudo ver gracias a las nubes que lo cubrían. Ivy pensó que el día acompañaba a su estado de ánimo, que se encontraba por los suelos.
En el Gran Comedor abundaban las caras largas y la gente durmiendo sobre sus desayunos: típico del primer día de clase tras las vacaciones. Nadie tenía ganas de ir a clase ni de abandonar la comodidad de sus camas, tan calentitas en comparación con el frío que se adhería a sus cuerpos.
—¿Por qué tanto revuelo por ahí?
A Ivy le sorprendió más ver a un grupo de unas diez chicas congregadas alrededor de otra, dando pequeños chillidos y hablando demasiado alto para ser las ocho de la mañana. Incluso se extrañó aún más al ponerse de puntillas y distinguir a Narcissa en el centro del grupo.
Se sentó al lado de Badger, esperando una respuesta, y él se encogió de hombros como si fuera una obviedad.
—Narcissa y Lucius se han prometido oficialmente, todos hablan de lo mismo. ¿Me pasas esa caja de cereales?
Ivy se quedó tan rígida que se olvidó de fingir que debía pestañear, respirar y, en general, no ser una estatua. Badger acababa de soltarle una bomba como quien cuenta que va a llover. ¿Había escuchado bien?
Asomó rápidamente la cabeza por detrás de la espalda del chico, asustándolo por el repentino movimiento. Definitivamente, podía observar un brillante anillo en el dedo anular de Cissy.
No podía creer que, después de los nervios que había pasado todas las fiestas debido a las amenazas del vampiro y no haber podido ver a sus padres, ese fuera el recibimiento que le esperaba al inicio de las clases. No comprendía la naturalidad con la que todos se lo tomaban y menos comprendía cómo sentía que su corazón latía a mil por hora cuando este ni siquiera estaba funcionando desde hacía meses.
—Ah.
—¿Me pasas los cereales o no, Ivy?
La chica asintió. Cogió la caja de Cheeri Owls más cercana y se la pasó a su amigo, todavía mirando la escenita que estaban montando. Demasiada alegría para ser un lunes. Demasiadas exclamaciones para un matrimonio concertado. Demasiadas emociones positivas cuando todo lo que Ivy sentía en su interior era el negro más negativo.
Vio a Lucius acercándose sigilosamente a Cissy, agarrándola de la cintura. Ella dio un saltito y se rio, pero se notaba a leguas que era una risa falsa.
O, quizás, Ivy deseaba que lo fuera.
No, seguro que era una risa falsa. Igual que la mueca de incomodidad que se le quedó en el rostro cuando Lucius comenzó a hablar. Ivy dejó de escuchar para no ponerse mala. Aunque no sintiera la necesidad de vomitar, lo haría gustosamente.
Pero todo pasó a un segundo plano en cuestión de segundos.
—¡¿Qué llevan las lechuzas?!
—¿Es una escoba?
—¿¡Cómo va a ser una escoba!?
Los gritos llegaban desde la esquina del fondo de la mesa de Slytherin hasta la más próxima a la puerta de la de Gryffindor. Ivy entrecerró los ojos, dirigiendo su atención a las seis lechuzas que cargaban con...
—¡No!
De un golpe sordo, el cuerpo de una chica cayó a peso muerto sobre toda la comida. Fue lo más horripilante que Ivy había visto nunca, y el listón estaba alto. Pero nada superaría la imagen del cuello fracturado y la cabeza acabando metida de lleno en el cuenco de cereales que se había servido Badger, a al menos a un metro de distancia del resto del cuerpo.
Era Eliana Cheeri. La presidenta del club que pretendía cazar a los vampiros.
No podía ser una coincidencia.
Badger se puso en pie, se tropezó con el banco y se desmayó.
Los gritos de horror se extendieron por toda la estancia y Ivy quedó sepultada por la marabunta de alumnos que se habían acercado para ver de quién se trataba. Su mente iba a mil por hora, repitiendo cada una de las palabras que la carta del vampiro recitaba. Cada una de las gotas de sangre que había extraído de su cuerpo antes de arrebatarle la vida y condenarla a lo que ahora estaba viviendo.
Eliana Cheeri se unía a la lista de nombres que sufría en una guerra que no era la suya y Ivy quería prometerse que haría algo al respecto. Que encontraría al vampiro y acabaría con él con sus propias manos.
Pero no sabía cómo hacerlo.
No sabía cómo lidiar con esa situación sin condenarse a sí misma.
Entre los gritos de los demás, Ivy podía escuchar la voz del fantasma Nick Casi Decapitado acercándose a la mesa de Slytherin.
—¿Pero está del todo o solo casi? ¿Seguro que no hay un colgajo sujetando la cabeza? ¿Está completamente separada del cuerpo? —gritaba el fantasma, haciendo que el pánico se extendiera todavía más.
Se levantó y salió corriendo del Gran Comedor. No era la única que huía despavorida del lugar. La fuga en masa del lugar la llevó hasta el vestíbulo como si la moviera la corriente de un río. Tenía que pensar con claridad. No podía seguir dejando un rastro de cadáveres allá donde fuera.
Miraba a su alrededor y le parecía que todos estaban ya muertos; que daba igual lo que hiciera que aquel vampiro iba a acabar con todos si ella no se entregaba. Estaba intentando con todas sus fuerzas no comenzar a gritar la verdad para que todos la escucharan y se pusieran a salvo, cuando alguien la tomó de la mano.
Sintió primero el calor de sus diminutos dedos enroscándose en su muñeca antes de notar el frío de la alianza en su anular.
Cissy la aferraba con fuerza y tiraba de ella para alejarla del gentío.
—Vamos, ¡ahora que no miran!
Ivy intentó quedarse quieta, sintiendo que necesitaba sumergirse en esa vorágine de dolor y llantos y gritos, pero Cissy tiraba de su brazo con tanta insistencia que al final decidió dejarse llevar.
Cuando comenzaron a bajar las escaleras en dirección de las mazmorras y los gritos quedaron muy lejanos, Ivy volvió a fingir que respiraba para ver si así se calmaba su ansiedad. Cissy la miró con una mezcla de preocupación e incomprensión sin soltarla en ningún momento.
—¿La conocías?
Ivy negó rápidamente. No quería que nadie tuviera ninguna forma de conectarla con su muerte.
Pero aquello hizo que se sintiera todavía peor. Era el mismo sentimiento que tuvo tras limpiar toda la sangre del compartimento después de matar a Luna Drake o tras observar el cuerpo casi moribundo de Rayen Castle en el baño.
Pensaba como una asesina. Pensaba con demasiada facilidad en formas de deshacerse del cuerpo y de negar todas las evidencias que pudieran surgir en torno a ella. Ya no sabía si aquella rapidez se debía a su nueva condición o al hecho de que había visto demasiadas películas de terror, pero era tan fácil pensar en matar como solía ser para ella respirar.
Y no quería ser así.
—¿Me estás escuchando, Ivy? ¿Estás bien?
—Sí... ¡Sí!
Se dio cuenta de que Cissy la zarandeaba porque el mundo empezó a moverse bruscamente frente a sus ojos. Cuando por fin volvió en sí se vio en su habitación, justo delante de la chimenea. Ni siquiera recordaba haber llegado a los dormitorios o haber pasado la puerta de la sala común.
—¿No has dicho que no conocías a la niña?
—¡Su cabeza ha aterrizado dentro del cuenco de Badger! —gritó, antes de taparse la boca con nerviosismo—. Estaba...
Sus ojos no tenían vida. Sus labios eran muy, muy pálidos.
—¿Desangrada?
Ivy asintió frenéticamente al escuchar la voz de Cissy. Pensó que iba a comenzar a echarle la culpa al supuesto vampiro que rondaba el colegio, pero, en su lugar, Cissy rodeó a Ivy con sus brazos y dejó que escondiera la cabeza en su cuello para tratar de consolarla.
Ivy se apretó con fuerza el labio inferior entre los colmillos para aguantar las ganas de pedirle que se alejara de ella. No había matado a Eliana, pero se sentía como su asesina.
—Ha sido aterrador. No creo que tarden en enviarnos a todos a casa, esto no puede seguir así —masculló Cissy por encima de su hombro, acariciándole el cabello.
Ivy cerró los ojos y se dejó consolar. Hacía tiempo que nadie la consolaba así.
Los abrazos de Vanessa siempre venían acompañados de zarandeos y bailecitos y susurros inesperados al oído que nunca eran del todo consoladores. Los de su madre venían con apretones en los brazos acompañados de un: "¡qué delgaducha estás!".
Pero los de Cissy eran silenciosos y llenos de calma. Estaba callada, ejerciendo la presión necesaria para que Ivy se sintiera protegida sin llegar a notarse atrapada.
—¿Quién te ha enseñado a abrazar así?
—Te aseguro que no ha sido mi madre —bromeó ella con un siseo.
Se apartó ligeramente y la miró a los ojos con una sonrisa de lado.
—Andy, mi hermana. Ella da unos abrazos geniales.
Ivy sonrió con ternura al verla recordar a su hermana.
—Bueno, los daba.
Y la ternura dio paso a la amargura, porque de los ojos de Cissy comenzaron a brotar unas incesantes lágrimas que explicaban por qué había estado tan callada segundos antes. Quizás había sido ella quien necesitaba más el abrazo y no Ivy.
—¿Qué pasa, Cissy? ¿Le ha pasado algo a tu hermana o a su bebé?
—¡No! —se lastimó ella, levantando su mano izquierda—. ¿Es que no te has enterado, Ivy? ¡Me voy a casar!
No había ni un rastro de la fingida emoción que Ivy había atisbado desde su asiento en la mesa del desayuno. Cissy mostraba su anillo como si se tratara de una cadena alrededor de su cuello.
—Pero...
—Fue horrible —continuó Cissy. Ivy comprendió que llevaba varios días guardándose su opinión y ella era la primera persona con la que se atrevía a confesarse—. Yo ya sabía que estábamos prometidos, pero... ¡Invitaron a toda la familia! ¡Invitaron a...!
Ivy frunció el ceño, porque no comprendía por qué Cissy tenía miedo de decir lo siguiente. Por supuesto, en su cabeza no cabía imaginar que lo que Cissy contó fuera siquiera posible.
—Estaba Lord Voldemort —confesó en un susurro—. Me felicitó, Ivy. Me felicitó por casarme con Lucius Malfoy. Dice que somos un ejemplo y que nuestra descendencia será el futuro de la sangre pura.
—Permíteme vomitar.
Ivy lo dijo a modo de broma para liberar algo de tensión, pero ninguna de las dos se rio. Se quedaron mirándose la una a la otra en un absoluto silencio manteniendo una conversación de pupila a pupila.
—Lucius es horrible.
—Y no sabes ni la mitad —musitó Cissy, limpiándose una lágrima y mirando hacia el techo para que no cayeran más—. Es asqueroso. Odio la persona que es y odio... Odio la persona que soy a su lado.
Fue Ivy quien abrió los brazos en aquella ocasión para que Cissy se perdiera en ellos. Le susurró al oído que ella jamás podría ser una persona digna de odiar y que Lucius jamás cambiaría aquello.
Según iba hablando Ivy podía notar como odiaba más y más y más a Lucius Malfoy. ¿Cómo se atrevía a hacerle eso a Cissy? ¿Cómo podía coger y creer que eso era lo mejor para ella cuando se notaba a leguas que la chica ni siquiera le apreciaba? ¿Que le molestaba que la tocase? ¿Que le pesaba ese anillo que llevaba en la mano?
No lo pensó dos veces cuando se lo quitó, suavemente. Ivy lo hizo con cariño, con el que Lucius no había puesto cuando deslizó el anillo en el dedo anular de Cissy y, durante unos segundos, la liberó de esa carga tan pesada, de ese futuro tan maldito.
—Siento que tengas que llevarlo —murmuró Ivy una vez dejó el anillo sobre la palma de Narcissa, que cerró la mano sobre él, queriendo ocultarlo.
—¿Cómo puedes estar aquí conmigo sabiendo que me voy a casar con él, Ivy? ¿Que tengo que fingir que me desagradas por ser hija de muggles y que me gustaría que estuvieras muerta? —Cissy no intentó alejarse, a pesar de lo que estaba diciendo se acercó más a Ivy—. ¿Cómo puedes estar aquí consolándome?
—Sé que no eres así, Cissy. Sé que en realidad no eres como ellos —Ivy lo dijo segura de sí misma, levantando un poco más la voz—. Sé que no dudarías en defender a tu hermana si estuviera en peligro y...
Quiso decirle que también creía que la defendería a ella.
No, no quería decirlo, quería gritarlo. Todavía recordaba a la perfección el beso en el baile de Navidad, era imposible que besara a alguien así y luego no hiciera nada por ella. Que no hiciera todo. No estaría al mismo nivel que su hermana, claro que no, Ivy tampoco esperaría eso.
—No sé, Cissy, creo que solo quieres sobrevivir a lo que te están haciendo —terminó diciendo Ivy, después del momento de silencio.
—Pero lo acepto todo, acepto a Lucius, acepto que mi hermana se vaya y acepto...
—Regañaste a Lucius cuando me clavó el tenedor en la mano —Ivy la interrumpió—. Defendiste a una sangre sucia delante de él, Cissy, no eres como ellos.
—Sí que lo soy —murmuró ella y empezó a girar el pesado anillo en su mano—. ¿Recuerdas el baile de Navidad?
¿Iba a decir lo que estaba pensando? ¿Iba a confesarlo? ¿Ahora mismo? Ivy solo pudo asentir. Le costaba tragar y se le había olvidado completamente que tenía que fingir que estaba respirando. Su corazón estaba completamente calmado, pero sus pensamientos, que ahora sustituían a los latidos alocados, iban por todas partes.
—Soy una infiel como lo será él en unos cuantos años. Que digo años, seguramente meses después de casarnos, si es que no son semanas —Narcissa dejó caer el anillo en la cama y ni siquiera se molestó en cogerlo, solo lo miró con desagrado—. ¿Puedo contártelo?
—Sí —a todo lo que había experimentado antes, ahora Ivy tenía que sumar también la boca seca, la voz ronca y carraspeó—. Claro, Cissy.
—No se lo puedes contar a nadie, ¿lo prometes?
—Te lo prometo.
—¿Por tu vida?
Tenía gracia, porque ella ya no la tenía. Y, si es que quedaba algo, bueno, no se puede morir dos veces. Aunque tampoco deberías poder revivir. Pero asintió y Narcissa se acercó hasta su oído.
—Besé a una chica en el baile de Navidad.
Lo acababa de decir. Sin más. Narcissa se alejó lentamente, sin dejar de mirar a Ivy a los ojos. Ella quería pensar que no la delataba nada, pero la última poción de sangre definitivamente se estaba subiendo a sus mejillas.
—Me gustan las chicas, Ivy, muchísimo.
Tenía oportunidad. Con Cissy. Tenía una oportunidad cuando había pensado que nunca podría tenerla. Se inclinó sobre ella, como había hecho antes Narcissa y, sinceramente, le importaba una mierda en esos momentos que Narcissa estuviera prometida.
—A mi también —le susurró, esperando que entendiera lo que intentaba decirle.
Que era ella. Que le gustaba, muchísimo, que quería volver a besarla. Ahora mismo. Ivy se alejó lentamente, pero no lo suficiente como para estar lejos de Narcissa. Podía ver perfectamente los ojos ópalo de la chica, la boca ligeramente abierta y...
Se lanzó a besarla. O Narcissa se lanzó a besarla, no lo sabía, quizá habían decidido lo mismo en el mismo momento en el tiempo. Era como volver al baile de Navidad, pero esta vez sin los grandes vestidos, sin la música de fondo y, sobre todo, solas, las dos en la habitación, en la cama de Narcissa.
No se separaron ni un solo segundo, no perdieron el tiempo y pronto las dos estaban tumbadas sobre la cama de Narcissa. Ivy no podía negar que estaba en el cielo y que todas las preocupaciones anteriores habían desaparecido de su cabeza, como la cabeza de Eliana Cheeri se había despegado de su cuerpo. No se acordaba del asesinato reciente ni de que Narcissa estaba prometida porque lo único que le importaba eran los labios de Narcissa.
Pronto las túnicas empezaron a molestar y no tardaron en caer, arrugadas, cada una a un lado de la cama. Las corbatas empezaron a ser también molestas y las faldas se subieron de más. A ninguna de las dos chicas pareció importarle mucho, ya que buscaban un poco más. Los jerseys de lana acompañaron a las túnicas con rapidez y Ivy pudo ver a la perfección los labios hinchados de Narcissa antes de volver a besarla una vez la hubo ayudado a lanzar lejos el jersey y ella le hubo ayudado con el suyo. Volvió a atacar sus labios, sintiéndose más humana que nunca y subió los brazos para desabrochar, poco a poco, los botones de la camisa de Cissy.
Las ganas de más la pudieron y no pudo evitar moverse más rápido de lo normal cuando desabrochaba los botones, haciendo que saltara alguno por la habitación. Quizá luego Narcissa le dijera algo, pero en esos momentos dudaba que lo hiciera porque Ivy se lanzó al cuello de la chica. Suavemente, sin dejar que los colmillos salieran, empezó a besarla suavemente y Narcissa empezó a gemir de placer, así que Ivy siguió.
Acabó bajando hasta la clavícula de Narcissa y no pudo evitarlo, empezó a succionar con suavidad. Al menos hasta que Narcissa volvió a gemir y eso la volvió loca. Iba a dejarle una preciosa marca en la clavícula y Ivy no tenía ningún problema con ello, y parecía que Narcissa tampoco por cómo se arqueaba bajo ella.
Cuando Ivy estuvo satisfecha con su trabajo volvió a subir por el cuello de Narcissa hasta sus labios, dejando un rastro de besos. Entonces fue su turno de sentir el placer y joder, joder, joder. Las pequeñas manos de Narcissa sabían lo que habían cuando la acariciaban el estómago suavemente y subían entre sus pechos hasta la mejilla mientras que ella disfrutaba de torturarla besándola el cuello.
Se fueron turnando, toda la mañana, sin parar. La comida fue totalmente irrelevante, al igual que las clases y lo que había pasado. Ivy no sentía ninguna sed de sangre, sino de deseo por la rubia que estaba a su lado en la cama. Quería más, mucho más, pero no quería apresurarlo, así que siguieron con los besos, las caricias y las marcas hasta bien entrada la noche, cuando decidieron parar, tan solo unos minutos para poder ducharse —Ivy quiso pedirle que se duchara con ella, pero necesitaba los minutos para tomar la sangre porque ahora sí notaba el hambre— y fue el momento perfecto. Cuando volvieron a la habitación, sus compañeras de habitación ya estaban allí, pidiendo explicaciones a Narcissa de por qué no había aparecido por clase en todo el día. Ivy las esquivó, ocultando la sonrisa como pudo y se metió en la cama, cerrando las cortinas.
Entonces se permitió sonreír de oreja a oreja por lo que acababa de pasar.
We were just giving the gays what they want un poco de Civy que hacía mucho que no había nada y ya tocaba.
Aliven't: 11 ups
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