
𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝟐𝟎 - 𝖒𝖆𝖌𝖓𝖎𝖋𝖎𝖈𝖊𝖓𝖑𝖙𝖞 𝖈𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉
"I'd live and die for moments that we stole"
Ivy conocía ahora su maldición. Aquella a la que Vladimir la había condenado al convertirla. Estaba destinada a ver morir a sus seres queridos sin poder hacer nada por cambiarlo, viviendo para siempre en un mundo donde las personas eran efímeras.
Como Vanessa.
Nunca pudo recuperarse de aquel golpe, a pesar de que Ivy escondía su pesar en lo más profundo de su alma. Debajo de un puñado de piedras, en su corazón que ya no latía, manchado de la sangre que se había derramado por su culpa. Hecho ceniza por el fuego que había quemado su casa y a Vanessa.
Todo era culpa de Lucius Malfoy. Todas las desgracias que la habían rodeado. De solo pensar en su nombre, el malestar se apoderaba de su cuerpo. Ivy recordaba cada palabra que Lucius le había dicho alguna vez en su vida.
Recordaba haberse acostado con él con dieciséis años, uno de sus peores errores. Pero también se acordaba con frecuencia de haberse acostado con su novia y, aunque solamente fuera porque eso irritaba a Lucius Malfoy más que a cualquier otra cosa, Ivy se permitía sonreír con regocijo, burlándose de él.
Pero después recordaba su boda con Narcissa, cómo las pilló, y toda la burla desaparecía. Con todo lo que pasó, con todo lo que Malfoy juró y maldijo.
Habían pasado años desde entonces y, cuando Ivy pensaba que Malfoy no podría hacerle nada más, que su historia con Narcissa tenía un punto final definitivo, que podría vivir felizmente con Badger y su futura hija... Ahora Ivy estaba haciéndolo sin su mejor amiga.
Sabía lo mucho que le habría gustado conocer a Astoria Nessie Greengrass. Cuando nació, Ivy apenas podía creérselo. Tenía unos ojos negros y enormes, era mestiza (no solo en cuanto a la piel, sino también a la sangre, aunque eso no lo supieran los demás) y estaba llena de vida. Todo lo que Ivy había sentido durante el embarazo, el hambre, los dolores, los sentidos humanos... desapareció, porque estaban destinados a Astoria, no a ella.
Era una niña preciosa. Tenía los rizos de Badger.
Y Badger tenía la sonrisa más grande del mundo cada vez que aupaba a su hija, pero también los ojos más brillantes cuando Ivy la cargaba o la paseaba en su carrito. Badger era tan feliz solo viendo a su mujer y a su hija que Ivy, por unos segundos, se permitía olvidar todas sus desgracias.
Porque ella también quería a esa niña, que apenas tenía unos meses, con todo el amor que podía reunir.
—Es igualita a ti, Ivy —le aseguró Badger una noche, mientras la veían dormir tranquilamente en su cuna. La luz de la luna se colaba por la ventana de la nueva casa a la que se habían mudado, después de la tragedia.
—Qué va, se parece mucho más a ti. ¿Cuándo ha sido la última vez que me has visto tan quieta y calmada?
Badger se rio en voz baja y rodeó a Ivy por la cintura, atrayéndola a él para darle un beso en la frente. Ivy sonrió y se apoyó en su cuerpo, dejando que la abrazara mientras escondía su cabeza en su clavícula. Badger olía igual que la casa, la chimenea o el sofá cuando lo limpiaban. Ivy no sabría cómo describirlo mejor, era cómo debería ser el aroma de un hogar cálido.
Siempre abierto a ella. Siempre dispuesto a acogerla, frente a cualquier adversidad.
—Sabes que no me arrepiento de nada, ¿verdad? —murmuró Ivy, trazando figuras con sus dedos sobre la camiseta de Badger.
—¿Ni siquiera de haber pintado la habitación de amarillo? —bromeó Badger, mirando las paredes con la luz apagada.
—No seas tonto —dijo Ivy, sonriendo—. Me refiero a... A ti y a mí. Te quiero. Y a Astoria la quiero un poquito más, pero lo negaré si sacas el tema.
—Siempre es buen momento para escucharlo. Ya te dije en nuestra boda que te querré hasta que no puedas aguantarme más.
Ivy dejó quieta la mano en cuanto Badger mencionó la boda. Le había dicho que no se arrepentía, y era verdad que volvería a casarse con él las veces que hicieran falta. Pero aquel día... Aquel día Ivy había perdido más de lo que había ganado.
Y dolía como el infierno.
Una parte de ella quería dejarlo todo y vengarse de Lucius como se había vengado acabando con a vida de Vladimir. Fantaseaba con la idea de arrancarle la cabeza sin miramientos y esparcir su sangre, que sentía demasiado podrida como para beberla.
No lo hacía porque estaba bien protegido. Porque iniciaría otra guerra más. Porque la Orden se lo había prohibido de manera expresa.
Badger intuyó en lo que estaba pensando por la tensión en la que se había sumido, quedándose rígida de un segundo para otro. Se separó lo justo para poder mirarla a los ojos, en busca de transmitirle algo de seguridad a la que pudiera aferrarse.
—Estoy seguro de que Nessie está muy orgullosa de ti y de Astoria, Ivy.
—Es que no me creo que vaya a estar toda la vida sin ella —susurró Ivy con lástima. Badger no podía comprender lo que significaba la eternidad a la que estaba sujeta.
Ni siquiera Ivy podía entenderlo todavía.
Tampoco sabían qué decir para consolarse el uno al otro, así que se limitaron a quedarse en silencio, abrazados, escuchando de fondo la suave respiración de Astoria.
Por Vanessa, Ivy viviría su no-vida al máximo. Con su marido y su hija, hasta que su farsa no pudiera sostenerse sobre sí misma y tuviera que confesarle a Badger la verdad.
Haría todo lo posible para que, al menos, todos a quien quería se encontrasen bien. Por los que ya no estaban.
Pasó un buen rato hasta que el sonido de alguien llamando a la puerta los interrumpió.
—Voy a ver quién es —se ofreció Badger, llevando una mano a su varita. No sabía quién podía venir a esas horas.
Ivy asintió y se quedó, alerta, junto a la cuna de Astoria. Mantenía un ojo en ella y otro en la apertura de la puerta, igual que cada noche, fruto de la paranoia.
Pero Ivy no tenía de qué preocuparse, porque cuando Badger regresó lo hizo al lado de Narcissa Malfoy, quien traía consigo a un niño adormecido en brazos.
—Narcissa —dijo Ivy, tan sorprendida de verla como ella parecía de estar ahí.
—Perdón por las horas, sé que es muy tarde, pero se me ha ocurrido venir ahora. —Narcissa sonrió algo nerviosa, acunando a su hijo mientras observaba la habitación.
—Vamos al salón, anda, y preparo algo de té —dijo Badger, feliz por la visita, ajeno a la historia de las dos mujeres.
Ivy se quedó sola unos segundos, cuando Narcissa siguió a Badger fuera del dormitorio. Los usó para mentalizarse. Estaba bajo el mismo techo que las únicas dos personas a las que había amado. Llevaba años sin ver a Narcissa tan de cerca.
Ahora ambas tenían un hijo y un marido. Cissy era Narcissa Malfoy y Ivy una Greengrass. Estaban lejos de ser dos adolescentes.
Y aun así, Ivy se sentía como una, sentada en el sofá de su salón con una taza de té entre las manos, con Badger a su izquierda y Narcissa a su derecha. Había dejado a Badger tener en brazos a Draco, porque él se había mostrado entusiasmado.
—Seguro que Astoria y él serán grandes amigos —dijo mientras le acariciaba la naricita—. ¿Los imagináis, yendo juntos a Slytherin como nosotros?
Ambas sonrieron. La idea de que una futura amistad se formara entre ellos era tentadora, pero Ivy no podía evitar pensar en las pegas.
Lucius era la pega más notoria.
—¿Dónde has dejado a tu marido? —le preguntó Ivy inocentemente a Narcissa, llevándose la taza a los labios. Se había desacostumbrado a tratar con ella en persona, y no vía postal.
—Ha invitado a unos amigos a casa y había mucho ruido, así que he salido con Draco a pasear —explicó Narcissa, contando una verdad a medias.
Lucius no había invitado a unos amigos. Había invitado a compañeros mortífagos a su casa, y Narcissa no soportaba pensar en su hijo escuchando todo lo que se hablaba entre esas paredes. Aunque no pudiera comprenderlo.
Narcissa, sin embargo, no se quedó mucho en la casa de los Greengrass. La conversación no dejaba de tener pausas incómodas, a pesar de que para Badger fueran simples silencios normales; para Ivy y Narcissa eran todo un mundo distinto. Narcissa les prometió que no quería abusar de su hospitalidad, que era muy tarde y los "amigos" de Lucius ya se habrían marchado.
Pero le prometió a Ivy que le escribiría cuando ella la despidió en la puerta. Que se verían otra vez. Para que sus hijos se conocieran, añadió, desviando la mirada al interior del hogar de Ivy.
A lo mejor ellos pueden tener el futuro que nosotras no hemos tenido. Eso no se lo dijo, pero pensó en ello hasta que desapareció de la vista de Ivy.
Siempre existirían muchos «A lo mejor» para Cissy y Ivy.
Fue poco a poco.
Volvieron a quedar. Primero fueron visitas más esporádicas de Narcissa en casa de los Greengrass, siempre cuando Badger estaba presente y Ivy se sentía mucho más cómoda y sin que pareciera que le estuviera mintiendo.
Luego, poco a poco, las visitas empezaron a ser sin Badger, solo los niños y ellas. Sentadas en el sofá, viendo como los pequeños jugaban entre ellos o, al menos, lo intentaban porque solo daban pequeños gritos, intentando llamarse mutuamente y quitándose los chupetes.
Ivy se sentía enferma por estar mintiendo así a Badger. Lo intentaba, una y otra vez, contarle lo que había habido entre ellas y que, de alguna forma, eso parase lo que parecía que iba a acabar ocurriendo. Quería resistirse a ello, no quería hacer nada que pudiera herir a Badger y que pudiera dañar su matrimonio.
Pero Narcissa estaba ahí, tan solo al alcance de su mano. Más de un día sus manos se habían rozado en el sofá de la casa de los Greengrass, también cuando cogían las tazas de té o lo preparaban. Cuando cogían a los niños para darles de merendar o cuando los sacaban a pasear en los jardines de la casa. La presencia de Narcissa y, sobre todo, las ideas que aquello le provocaba, hacía que se sintiera enferma por el hecho de reprimir el deseo y por la culpabilidad. Por Badger.
Lo malo fue cuando Astoria empezó a ponerse mala. Las visitas se suspendieron, para evitar que el pequeño Draco también se pusiera enfermo de lo que fuera que Astoria había cogido. Durante meses, lo único que pudieron determinar los medimagos fue que la niña tenía una salud bastante débil y que tenían que cuidarla con un cariño extra, algo que el matrimonio Greengrass no dudó en hacer.
Se volcaban en su hija todos los días. Cuando estaba mejor, quedaban con Narcissa y Draco durante días hasta que la pequeña volvía a recaer y, no era de extrañar, Draco se relacionaba con más niños de su edad y parecía tener una buena salud que resistía a todos los virus, pero no era el caso de la pobre Astoria.
Los niños empezaron a crecer y las conversaciones entre Narcissa y Ivy también lo hicieron. El malestar por ocultar a Badger la verdad no dejaba de estar ahí, incesante, molestando a Ivy durante días, haciéndola sentir completamente enferma. Llegó incluso a pensar en un nuevo embarazo al encontrarse vomitando la sangre de la cena un sábado por la mañana, pero la prueba dio negativo y una parte de Ivy se sintió incluso peor.
No dejaba de pensar en Narcissa a pesar de que seguía con Badger. La veía en todas partes, sobre todo en sus sueños. Unos sueños que escandalizarían a cualquiera que pudiera verlos, pero no a Ivy. Porque beber vino del cuerpo de Narcissa era algo que ya había hecho una vez y que, si pudiera, no dudaría en repetir.
—¿Qué te pasa, Astoria, cielo? —Era una tarde tranquila en la que Astoria no dejaba de protestar por algo que ni Ivy ni Badger entendían.
—¿Puede ser que quiera salir a jugar? —se aventuró a decir Badger, y Ivy chasqueó la lengua.
—Acaba de recuperarse, no sé si es buena idea —Ivy se mordió el labio, a lo que Badger no pudo evitar sonreír.
—Cariño, estará bien fuera, hoy hace un muy buen día —Badger se levantó y le dio un beso en la frente antes de coger a Astoria—. Además, Draco va a venir más tarde para celebrar que ya vuelve a estar recuperada y vamos a ir a por unos helados, ¿a qué sí cariño? Y luego nos iremos a ver a mis padres, les encanta pasar tiempo con Astoria y quieren a Draco como un nieto más.
Astoria rio y Ivy negó, pero también sonrió. Le encantaría otro milagro como Astoria, sabía que a Badger le encantaría tener una familia más grande y por eso se deshacía con Draco cada vez que iba a la casa. Sufría cada vez que se sentía mal y pensaba que era, de nuevo, otro embarazo. Siempre era la culpa que la comía por dentro, sobre todo cuando se despedía de Narcissa en la puerta de la casa con un beso en la mejilla.
Los últimos habían estado más cerca de los labios que de la mejilla, y Ivy juraría que su corazón había vuelto a latir durante los segundos que habían durado esos besos.
—Yo me llevo a los pequeños, seguro que agradecéis un día solo de chicas. Espero que la casa esté hecha un desastre cuando vuelva mañana, si no, tendré que montar yo la fiesta.
Badger fue quien cogió a Draco de los brazos de Narcissa y lo colocó en el carrito de Astoria. Pronto, los niños comenzaron a balbucear una conversación que solo ellos dos parecían comprender. Narcissa se excusó para ir a la cocina, y Ivy miró a Badger con una sonrisa y una mirada que eran una mezcla de agradecimiento y disculpa.
—Te quiero —le prometió. Sonaba más bien a un lo siento.
—Yo más —aseguró él, besando lentamente su frente antes de soltar su mano con una larga caricia.
La puerta se cerró y Ivy sintió que había perdido a Badger para siempre, porque sabía que, cuando regresara, nada sería igual.
Porque estaban solas. Las dos.
Habían pasado años desde la última vez, en la boda de Narcissa, en el baño de la habitación. Ambas habían cambiado desde esa última vez, o al menos es lo que Ivy quería pensar, que no seguía siendo la misma que tenía esos sentimientos tan fuertes por Narcissa.
—¿Un té? —le ofreció, intentando mantener distancia entre ambas, pero era imposible, a pesar de que la mesa estaba entre ellas, sus piernas se rozaron.
Primero fue un roce sin querer, al menos es lo que quería pensar Ivy, pero poco a poco empezaron a ser menos casuales y más claros. No solo por parte de Narcissa, también por su parte. Ivy sentía que se intoxicaba con cada roce de Narcissa, solo quería más y, a la vez, quería que se alejara.
Sabía que pasaría si iban al sofá, uno en el que era mucho más sencillo que estuvieran más cerca, pero fueron. Y junto a la mesa del sofá, estaba Drácula.
—¿Te acuerdas? —Narcissa lo cogió y Ivy asintió, sin decir nada—. Se convirtió en mi libro favorito.
—También el mío —respondió ella, sin poder ocultar lo obvio.
Narcissa Black había dejado una gran marca en ella que nunca iba a poder borrarse, por muchos siglos que pasaran, por mucha gente que Ivy conociera, Narcissa siempre estaría allí, en su mente, presente. Porque después de tanto tiempo no había dejado de quererla ni siquiera un poco.
—¿Me leerías un trozo?
Ivy sabía que era mala idea, pero aun así lo hizo. Buscó el mismo fragmento que le había leído en Hogwarts, cuando ambas estaban desnudas y... la besó. O Narcissa la besó a ella, poco importaba quién estaba besando a quién porque eran besos desesperados que buscaban más, tal y como había pasado siempre que se quedaban solas.
No debían, claro que no, pero todo razonamiento quedó en segundo plano en cuanto empezaron a rozar la piel de la otra. La túnica que llevaba Narcissa en esos momentos fue perfecta para poder empezar un camino de besos que acabaron cuando Narcissa decidió que ya había tenido suficiente tortura.
Fue Ivy la que pasó a estar bajo Narcissa en el sofá, cuando su blusa salió volando por el salón y casi acaba dentro de la chimenea. Iba a decir algo sobre eso, pero pronto se le olvidó cuando notó los labios de Narcissa en sus pechos.
—¿La cama? —le preguntó en cuanto le desabrochó el sujetador y Narcissa arrugó la nariz.
—Es mi turno de hacerte sufrir.
—Hazlo entonces.
Le costó demasiado poder concentrarse para no utilizar toda su fuerza y velocidad mientras caminaba por la casa hasta la habitación de invitados, con Narcissa enganchada en su cintura besándole el cuello e intentando llegar hasta sus pechos.
Lo hizo en cuanto Ivy se sentó en la cama, la empujó hasta que se quedó tumbada y entonces empezó. Parecía que no habían pasado ni un solo día separadas, ya que recorrían el cuerpo de la otra con una familiaridad más propia de unas amantes.
Las manos no paraban con las caricias, sus labios se buscaban constantemente y las prendas de ropa habían quedado más que olvidadas en el suelo de la habitación mientras ellas estaban bajo las sábanas, volviéndose a querer una y otra vez. Recorrían sus cuerpos con la experiencia de mil años, sin necesidad de mapas ni brújulas. Ivy casi tenía el antojo de convertir a Cissy en vampira para poder hacer aquello hasta la eternidad.
Narcissa, por su parte, sentía que Ivy completaba ese vacío que siempre sentía. Que su vida se detenía cuando ella no estaba y era una impostora la que criaba a Draco y esperaba a Lucius por las noches, no ella. Ella era la mujer que amaba a Ivy Greengrass —aunque sentía más suya a Ivy Blestem— y siempre lo sería. Mientras la observaba, con el pelo alborotado alrededor de su perfecto rostro juvenil, sabía que nunca podría hacer nada para olvidar a la persona que le hizo abrir los ojos y no mirar atrás.
Se recostó sobre el pecho de Ivy, sintiendo cómo se reforzaba ese vínculo que las había unido desde el momento en el que había decidido entablar la primera conversación con ella. Nunca unos ojos la habían mirado con tanta devoción y deseo como los de Ivy, y sabía que nunca tendría tanta suerte como para recibir esa mirada de los ojos de nadie más.
El cuerpo de Ivy se envolvía alrededor del suyo como la hiedra que le daba nombre. Hacía años que sentía esa hiedra en su espíritu y sus entrañas, enroscándose en sus huesos como si se tratara de los ladrillos de piedra de una casa antigua. Narcissa jamás comprendería cómo su piel helada le podía hacer sentir tanto calor. Tanta calidez. El mundo se volvía un lugar frío sin el constante recuerdo cargado de luz que era Ivy.
Notaba su respiración pesada bajo ella. Cissy se abrazó aún más a su pecho, incapaz de alzar el rostro para mirarle a los ojos porque sabía que los suyos estarían llenos de arrepentimiento. A Cissy ya no le quedaban disculpas. Sabía que no había regresado inmediatamente a los brazos de Ivy tras perderla solo porque Badger la hacía feliz.
—Quiero sentirme culpable, Ivy, pero no puedo. Querer tanto a una persona y que te quieran de vuelta no debería ser un crimen.
Ivy estaba en silencio. Esforzándose con todas sus ganas por no romper a llorar mientras la angustia de sus palabras llenaba su pecho de desazón. La presencia de Cissy en aquella cama la llenaba de paz e intranquilidad y no sabía cómo soportar toda esa carga y esos sentimientos tan agridulces. Quererla sí era un crimen, en realidad, y ese recuerdo de verlo todo bañado en sangre cuando estaba con ella le recordaba una y otra vez cada uno de sus delitos. Sabía que el mayor de sus crímenes siempre sería romperle el corazón a Badger, y Cissy se había convertido una vez más en su cómplice.
Pero Cissy tenía razón. Su amor lo salpicaba todo de sangre, tragedia y dolor, pero era un amor puro y era un amor de verdad. Algo tan hermoso y ansiado como aquello, cultivado con años y años de separación y anhelo, no tendría por qué hacerlas sentir como las dos ejecutoras de un terrible delito. Las circunstancias las habían empujado a convertirse en criminales.
—Siempre te voy a querer, Cissy —musitó, con la voz enronquecida por el esfuerzo de aguantar el llanto—. Aunque pasen mil años.
—Sé que no te podré tener siempre. Sé que te he causado más daño de lo que uno podría imaginar y...
—Lucius. Lucius nos ha... Nos ha hecho esto —farfulló Ivy. Apenas podía emitir una sola palabra por la opresión sobre el esternón. Acarició el cuero cabelludo de Cissy con sus dedos y notó cómo se removía sobre ella por el escalofrío—. Nos arrebató todo cuando más felices éramos.
—Tú eres feliz, ¿no, Ivy? Dime que lo eres —susurró Cissy. Pestañeó varias veces para intentar ver algo a través de la cortina de lágrimas que nublaban sus ojos—. Estos años han sido como una guerra y me siento cansada y agotada, pero... Lo haría mil veces más. Solo prométeme que eres feliz, porque si no lo eres me veré obligada a fugarme contigo y no miraremos nunca atrás.
—Soy... feliz... ahora —prometió, depositando con poquísimas fuerzas un beso sobre su cabello rubio—. Te tengo aquí.
No sabía cómo decirle todo lo que sentía de verdad. Cerró los ojos mientras abrazaba a Narcissa entre sus brazos y recordaba la joven chica de diecisiete años con el cabello recogido en una trenza que se preocupó por ella aquella noche de septiembre en la que su mundo se desmoronaba. Amar a Narcissa Black siempre sería para Ivy el mejor de sus recuerdos.
Cissy sonrió y acarició su torso con delicadeza. Ivy estaba tan helada que aquel roce era casi doloroso, pero la tranquilidad de su presencia la sumió en un sueño libre de pesadillas. Se prometió a sí misma no volver a despertar en los brazos de Lucius Malfoy nunca más, pues sería un insulto a su amor por Ivy. No quería despertar si no despertaba con ella.
El destino fue cruel aquella madrugada de primavera. Esa calidez que Cissy juraría por siempre que le provocaba la heladísima piel de Ivy le sería arrebatada para siempre y no habría jamás manta, abrigo o abrazo que pudiera devolvérsela. Perdería para siempre la capacidad de sonreír e ilusionarse, de tener una sola esperanza de futuro.
Se despertó en unos brazos que le eran desconocidos; unas extremidades congeladas y rígidas que la envolvían sin afecto alguno. Se incorporó con dificultad para deshacerse de un abrazo que le heló el alma como un témpano, solo para descubrir una tragedia aún mayor.
Ivy reposaba contra el cabecero de la cama con la mirada perdida y el rostro completamente hundido. Su piel había perdido todo su color, y los labios blanquecinos dotaban a su semblante de un aspecto tan atroz que Cissy solo pudo gritar de puro pavor. Dio igual lo mucho que apretó sus brazos para intentar despertarla o las veces que zarandeó su cuerpo inmóvil.
Ivy no parecía haber muerto aquella madrugada, sosteniéndola entre sus brazos. Ivy había muerto mucho antes que eso.
No sabía qué hacer con todas las lágrimas que le caían sin parar o con el temblor incesante que sacudía su cuerpo. Narcissa se arañó las mejillas por el pánico antes de cubrir a Ivy con una sábana para obligarse a dejar de observar aquel horror.
La misma Narcissa que ella juraba no ser, aquella que se encargaba de hacer todas las tareas que ella tanto odiaba, fue la que arrastró con una fuerza de la que carecía el cuerpo de Ivy por su casa. Ni siquiera necesitó usar magia para llevar su cuerpo más allá del jardín, en busca de un lugar en mitad del bosque en el que depositar el cadáver de la persona que más amó y más amaría siempre.
Era un amanecer insultantemente bello. Narcissa aporreó los troncos de los árboles y arrancó todas las hierbas altas que encontró mientras gritaba de dolor, abrumada por lo tranquilo que parecía el mundo a su alrededor y lo poco dispuesto que estaba a sumarse a su pérdida.
Observó sus propias manos, aquellas que horas antes habían recorrido la piel de la espalda de Ivy, cavar la tierra con frenesí. Ni siquiera notaba el dolor de las piedrecitas puntiagudas cuando las apartaba con los dedos o el barro húmedo que se acumulaba bajo sus uñas. Tampoco notaba el peso de su conciencia sobre ella, preguntándole una y otra vez qué demonios se suponía que estaba haciendo y cuál era su plan.
Quería deshacerse de su cuerpo como si fuera la prueba de su crimen. Quería ocultar ante todos la siniestra consecuencia de su intento por ser feliz. Ivy se había marchado para siempre y aquella carga pesaría siempre sobre los hombros de Cissy, que no entendía qué había ocurrido.
Paró a pensarlo cuando llevaba más de la mitad de la tumba excavada. Se volcó sobre el espacio de tierra, hundiendo una vez más las manos, y lloró sin consuelo alguno sobre el fango. No entendía qué había hecho para merecer tal desgracia.
Ni siquiera lo comprendía mientras terminaba de cavar la tumba con una pala que había conjurado, intentando llegar por fin hasta el momento en el que el cuerpo tapado por la sábana de Ivy dejara de parecerle un disparo directo al corazón.
Retiró la tela con manos temblorosas y manchadas de tierra para observarla una vez más. Tal vez fuera su propio delirio, pero le pareció que aquel cuerpo pertenecía a su hermosa y siempre joven Ivy Blestem, sin rastro de ausencia de vida. Besó sus labios, llenando su rostro de lágrimas saladas, y le juró una vez más que la amaba antes de pedir la disculpa más complicada de todas.
Volcó la tierra de nuevo con sus manos, sintiendo que lanzaba pedazos de su alma a la tumba, en realidad. Sabía que su espíritu y su felicidad se quedarían siempre con Ivy, igual que los restos de la hiedra se habían asentado para siempre en su interior.
Se apoyó sobre la pala con los dientes castañeando sin parar antes de lanzar una lluvia de narcisos y hiedra sobre la tierra removida que ahora ocultaba la aterradora verdad. Hizo crecer hierba del verde más puro a su alrededor.
Se quedó sola. Siempre estaría sola, esa sería la maldición que acabaría con su vida. Solo le quedaba Draco.
Así que se hizo una promesa. La más dura de todas.
Cissy se dijo que, ya que Lucius la había convertido en una criminal, sería justo que también la convirtiera en asesina.
Con la pala bien asida entre sus manos llenas de astillas, barro y heridas, Cissy prometió acabar con la vida de Lucius Malfoy del mismo modo que él le había arrebatado su única ilusión para vivir.
"the fatal flaw that makes you long to be magnificently cursed"
aliven't: ¿realmente puede morir algo que ya está muerto?
nos leeremos en el epílogo 🍷
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