
𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝟏𝟗 - 𝖇𝖑𝖔𝖔𝖉𝖞 𝖍𝖊𝖑𝖑
Al principio, pensó que era efecto placebo.
Que esa languidez en sus brazos y el cosquilleo en las puntas de los pies eran causados por su mente, que se obligaba a sentir algo después de la amenaza de Lucius. Su maldición, que le había puesto los pelos de punta, seguramente tendría que hacer que sintiera algo en su interior. Malestar estomacal, dolor de cabeza o entumecimiento muscular.
Se sintió muy humana ese primer mes después de la boda de Narcissa. El sentimiento de angustia y arrepentimiento por haber vuelto a caer en sus brazos parecía representarse en su cuerpo. Quería dormir para intentar hacer que se pasara ese malestar y esa sensación de que le ardía el cuerpo, pero, por supuesto, dormir era un lujo del que ya no disponía.
Esa certeza de que no podía dormir porque no era humana la convenció de que tampoco podía sentir dolor ni enfermedad y que, por lo tanto, la indisposición sí era placebo y se la estaba creando ella misma. Cuando se le pasó por fin la aflicción, todo volvió a la normalidad. Casi, justo, cuando se cumplió un mes desde la última vez que vio a Cissy.
Y como si eso fuera una prueba de que estar lejos de ella le hacía bien, pasó meses sin acercarse, centrándose tanto como podía en su relación con Badger. Al ver que ella se recuperaba, Badger le regaló una cámara de vídeo nueva y la llevó de viaje en coche —aprendió a conducir para la ocasión— por toda Irlanda para que pudiera estrenarla de verdad.
Ivy tenía ahora una preciosa película de los dos perdidos por Dublín, bailando hasta la madrugada encima de una mesa de un pub. Había minuto tras minuto de grabación de la cara de Badger cuando él no miraba. Su parte favorita de la película era una imagen de Badger en las montañas de Derryveagh, con el viento agitando su gabardina tras él mientras gritaba de pura euforia ante las vistas.
Cuando regresaron del viaje, una carta de Narcissa aguardaba en el buzón. Quería hacer las paces. Pedirle que mantuvieran las distancias pero no perdieran la amistad. Ivy leyó aquellas palabras con un gesto de incredulidad. Ellas nunca habían sido amigas. Pasaron de dos compañeras de clase a amantes demasiado rápido. Tal vez, fue eso lo que terminó de romper lo suyo.
Pero por mucha lógica con la que intentara pensar en su relación con Narcissa, sabía, en el fondo, que prefería tener una escasa carta al mes que no tener nada de ella. Esa letra en cursiva que escribía su nombre en el sobre le hacía recordar que todo había sido real. Le hacía pensar que podía acariciar sus mayúsculas igual que solía acariciar su piel en el dormitorio del colegio.
Nunca se olvidaría. Nunca se perdonaría por haberla besado mientras juraba amar a Badger, pero no podía evitarlo. Al menos, solo eran cartas. Nunca escribían lo que sentían de verdad en ellas. Nunca demostraban lo mucho que se echaban de menos porque ya tenían pánico a volver a sentirlo o a que, peor aún, alguien las descubriera. ¿Qué harían si las descubrieran?
Badger la perdonaría, seguro. Lucius la mataría.
Esas cartas mensuales marcaron el paso de los años. Narcissa se vio metida de lleno en un matrimonio violento sin rastro alguno de amor y Ivy continuó sintiéndose egoísta por ser tan feliz junto a Badger. Llevaban cinco años juntos y Ivy lo quería como a nadie.
No lo amaba, pero lo quería.
Fue esa falsa estabilidad, esa certeza de que lo que había sentido cinco años atrás que era muy similar a una enfermedad había sido imaginado, la que la hizo sorprenderse cuando vomitó una mañana de julio.
No sabía si estaba más agitada por el esfuerzo de expulsar el contenido rojizo por su boca o por el hecho de que acababa de hacerlo. Vomitar.
Las náuseas la obligaron a quedarse arrodillada sobre la taza, con miedo a continuar devolviendo lo último que le quedaba en el estómago. El temblor en sus rodillas cuando se levantó hizo que se desestabilizara y se quedara apoyada contra la pared del cuarto de baño.
Ivy no sabía demasiado sobre vampiros más allá de lo que había aprendido por sí misma durante todos esos años siendo una y de lo que había investigado junto a Nessie tras convertirse. Lo que sí sabía era que los vampiros, igual que no envejecían, no se enfermaban. Algo extraño ocurría.
Llamó a Vanessa porque todavía no le había contado a Badger lo que era. De nuevo, si lo había vuelto a descubrir, se lo había guardado para sí mismo. Al parecer, no estaba sorprendido por el hecho de que su novia tuviera el mismo rostro con veintitrés que con diecisiete. Seguramente, pensó que Ivy no cambiaba demasiado con los años.
—He buscado en todas partes, Ivy, y no sale nada. Los vampiros no se enferman. —Vanessa dejó un enorme libro desgastado sobre la mesa de la cocina y miró a Ivy con seriedad.
—Pues explícame qué demonios ha sido eso que me ha pasado esta mañana.
—¿Tomaste sangre en mal estado?
—Eso es lo mismo que enfermarse.
Vanessa se llevó la mano hacia el cabello y lo peinó hacia atrás.
—He leído que no se enferman, pero si beben sangre humana después de mucho tiempo sin hacerlo, es posible que no reaccionen bien...
—¡No he mordido a nadie! —respondió Ivy, claramente ofendida—. ¡No he mordido a nadie en años!
—Ya, ya, te creo... ¿Ivy?
La mención de la sangre humana había hecho que se sintiera hambrienta. Ahora que lo pensaba, le apetecía sangre, pero también le apetecía un buen bollo con chocolate o una tarta de manzana. Hacía años que no tenía un hambre como aquella.
—Me muero de hambre.
Ivy apartó a Nessie con casi demasiada brusquedad para que la dejara pasar. Se disculpó distraídamente mientras se dirigía con determinación a la nevera. No guardaba demasiadas cosas en ella porque, al fin y al cabo, no le hacían falta. Tenía algún que otro alimento solo por si venía Badger. Sacó restos de una pizza de jamón y queso y atacó trozo tras trozo, apenas deteniéndose a masticar. Vanessa la observaba con estupefacción desde el pasillo.
—Ahora vuelvo.
Cuando regresó, le tendió a Ivy una caja de color rosa. Ella, que también había devorado media barra de pan y una tarrina de queso de untar, tomó la caja entre sus manos y la miró con desconfianza.
—Saldremos de dudas.
—¿Cómo voy a estar embarazada, Nessie? ¡Estoy muerta! ¡No puedo crear vida!
—Háztelo.
Salió positivo. También salieron positivos los siguientes seis que se hizo. Habría ido a un médico solo para comprobar que verdaderamente había algo gestándose en su interior, pero no tendría forma de explicar la ausencia de latidos de la madre. Ni todo lo demás.
—Debe ser un error...
—Si no podemos ir a un médico, entonces, tenemos que buscar si a otra vampira le ha pasado esto —propuso Nessie, que estaba igual de nerviosa—. Si no, podemos esperar a que pasen los meses y...
—¿Pero cómo va a vivir eso dentro de mí? Si no respiro, no tengo sangre de verdad, mi cuerpo no cambia...
No había documentada ninguna otra vampira que se hubiera quedado embarazada de un humano, así que decidieron que, de momento, esperarían a ver qué ocurría. Vanessa, después de regañarla por tener sexo sin protección, le propuso lo evidente. Si tenía miedo y si no lo deseaba, siempre podía deshacerse del bebé.
Pero Ivy sentía una inquietud que fácilmente se mezclaba con la alegría. Después del miedo que le daba la noticia, se descubrió mirándose al espejo, levantándose la camiseta, e imaginándose cómo se vería estando embarazada. Se imaginó a Badger siendo el padre de la criatura. Lo feliz que sería. Ivy había pensado durante cinco años que nunca podría darle a Badger lo que más ansiaba, y ahora todo apuntaba a que sí que podría hacerlo.
—Estoy embarazada.
Badger se atragantó. Tal vez, Ivy tendría que haber esperado a que él dejara de beber, pero había aprovechado que su rostro se escondía detrás de la copa de vino para soltarlo.
—¿Estás segura?
—Siete test de embarazo muggles. Los siete han dado positivo.
—¡Siete!
Badger se levantó de su asiento. Se limpió las gotas rojizas de vino de la barbilla y comenzó a andar por la habitación, cavilando lo que acababa de escuchar. Ivy lo miraba desde su asiento, arrugando la servilleta sobre su regazo.
—¿De cuánto?
—No lo sé.
No podía saberlo. No menstruaba desde hacía seis años.
—¡Embarazada!
Badger la arrolló en un fuertísimo abrazo, tanto, que casi lo sintió en los huesos. Si tenía dudas de tener a aquel bebé, las lágrimas de felicidad de Badger terminaron por convencerla.
Y entonces, Badger hizo lo propio. Sacó un bonito anillo de color rojo —el color favorito de Ivy— y lo extendió sobre su dedo.
—No te pido que te cases conmigo por el bebé. Este anillo lleva dos años en mi bolsillo —le contó, acariciando su rostro con cariño—. Te lo pido porque te quiero y porque... Nada me haría más feliz que pasar el resto de mi vida contigo.
Ivy le dijo que sí a sabiendas de que el resto de sus vidas no era comparable en duración. Que ella le vería morir y que, ahora que estaba embarazada, también vería morir a su hijo. Le dijo que sí a sabiendas de que se moría de ganas de contarle la noticia a Narcissa, también, quien siempre fue la tercera en la relación sin que Badger lo supiera. Le dijo que sí porque no tenía tampoco más opción. Tener un bebé fuera del matrimonio habría sido visto con el mayor de los rechazos por la sociedad.
Finalmente, le dijo que sí porque estar casada con Badger la haría sentirse segura y querida, y entregarle a Badger su corazón y prometerle que siempre le haría feliz era algo que podía hacer sin pensarlo dos veces.
—Sí.
Habían pasado un par de meses, nada más. A Ivy no se le notaba la tripa todavía, y lo agradecía infinitamente porque si no, no cabría en su vestido de novia.
Iba a casarse. Ese mismo día.
—No sé por qué no te casas de rojo. Que les jodan a las fiestas tradicionales. —Era la tercera vez que Nessie se lo repetía en lo que llevaban de mañana.
Ivy no había salido de su habitación. Llevaba horas preparándose para entrar radiante a la ceremonia. A su ceremonia de bodas.
—Deja a la chica en paz, Vanessa —le reprochó Elizabeth Blestem, sin dejar de sonreír al ver a su hija con su vestido de novia—. Estás espectacular, Ivy, cariño.
—¡Claro que lo está! Si me da ganas de casarme y todo.
Ivy se miró en el espejo, a ella y a su madre. Se parecían en lo esencial: el tono de piel marrón, los ojos oscuros, el porte y la forma del rostro. Elizabeth tenía el pelo negro y Ivy casi castaño, que venía de parte de su padre, Razvan. Él se había empeñado en quedarse con Badger porque «Tengo que asegurarme de que este no vaya a darse el piro», pero eso era lo último que Badger haría.
Sonrió. Ivy quería a Badger y cada vez que recordaba cuánto la quería él se ponía contenta. Era un amor sin complicaciones. Badger era la mejor persona que había conocido, e iba a casarse con él en cuestión de horas.
No podía tener más suerte, se decía a sí misma. Y Vanessa también lo repetía. Y su madre, aunque ella aseguraba que Badger era el suertudo de la relación por tener una mujer tan guapa y maravillosa como Ivy.
El día había amanecido nublado. A pesar de que podría haberse considerado un mal presagio, a Ivy le encantaban las nubes que tapaban el sol. Se llevó una mano al colgante, el cual se había asegurado que conjuntara con el vestido —uno bastante sencillo— y las demás joyas. Llevaba sin separarse de él tantos años que casi le resultaba raro verse el cuello desnudo por las mañanas. Y, aunque no hiciera sol, sabía que estaba preparado para protegerla en aquella u otra circunstancia. Gracias a él podía estar viendo su reflejo en el espejo en ese mismo instante.
Todo saldría bien.
El momento de la verdad llegó antes de lo que esperaba. Le costó abandonar su habitación, pero su padre había llegado tocando la puerta, indicando que era la hora de que la llevara hasta el altar.
No habían querido invitar a mucha gente y tampoco se habían alejado demasiado, puesto que habían elegido como lugar de la celebración el bosque detrás de la casa de Ivy y Badger. Era una zona tranquila donde el muggle más cercano vivía a cinco kilómetros, por lo que no tenían que preocuparse por la magia.
A medida que Ivy caminaba del brazo de su padre, unas lucecitas plateadas se iban iluminando a sus pies, como si fueran confeti que le guiaban hasta el altar. Algunas se escondían entre las hojas del bosque, otras resplandecían como el fuego.
—¿Estás preparada? —murmuró su padre, antes de cruzar el arco de hiedra que decoraba la entrada.
—Sí.
Ivy no había dejado de sonreír, pero su expresión se ensanchó en cuanto avanzó los pasos hasta que Badger quedó en su campo de visión. Nunca lo había visto tan apuesto, y eso que le había visto en traje en incontables ocasiones. Pero aquel día... Badger era lo único que Ivy podía ver. No apartó la vista de su rostro, tan jovial que irradiaba luz por sus ojos marrones. Tenía tantas ganas de hundir sus manos con la manicura recién hecha entre los rizos de Badger que le costó controlarse cuando llegó a su lado.
—Damas y caballeros... Hoy nos hemos reunido para celebrar la unión de dos almas nobles...
Vanessa era su dama de honor. Levantó un pulgar en su dirección para mostrarle apoyo y les guiñó un ojo, mientras el mago que iba a causarles recitaba el discurso. Ivy, extrañamente, se relajó ante ese simple gesto.
¿Por qué ponerse nerviosa cuando estaba rodeada de personas que la querían, e iba a unirse en matrimonio con la que más la amaba, por encima de todo lo demás? Badger, Vanessa, sus padres, el resto de su familia... Todo estaría bien porque los tenía a ellos, a pesar de la guerra, a pesar de las pérdidas.
Quiso llevarse una mano al vientre. Dentro de unos meses podría sumar una cara más a la lista de personas importantes.
—Ivy. —La chica alzó la vista de los labios de Badger, que habían pronunciado su nombre, a sus ojos—. Haría lo que fuera por ti. Te veo en frente tan preciosa que se me olvida el discurso que tenía preparado. —Ivy escondió una risa apretando los labios—. Llevo tantos años enamorado de ti que no sabría decir cuándo empezó. Pero sé que no va a acabar, no hasta que seamos viejos y te canses de aguantarme porque se me habrá ido un poco la cabeza... Porque yo sé que no podría cansarme de ti. Te quiero, y prometo hacerlo por el resto de mi vida, ocurra lo que ocurra. Siempre vas a ocupar un espacio en mi corazón, Ivy.
Tuvo que aguantar las lágrimas. Ahora que estaba embarazada era mucho más fácil dejarse llevar por el llanto.
—Te has llevado todas las palabras bonitas —dijo en voz baja, y Badger se rio por la nariz—. Badger, has sido mi compañero de crímenes todos estos años, escapándonos al lago en el colegio o de nuestros problemas de adultos. —O cuando me salvaste de la ruina, cuando todos descubrieron que yo era vampira. Ivy no pudo añadir aquello en voz alta, pero deseaba que el Badger de dieciocho años lo supiera. Que le estaría eternamente agradecida—. Sé que eres quien vendría a salvarme al final del día, y la persona que mejor me conoce, porque siempre sabes en lo que estoy pensando. Y yo también quiero serlo para ti. Porque mereces mil años de felicidad, y yo te daré todos los que tenga. Te quiero.
No escuchaba ni los llantos de emoción ni los aplausos de los invitados. Solo veía la sonrisa de Badger.
Lo quería.
—Badger Anthony, ¿aceptas a Ivy Denever como tu esposa?
—Sí, acepto.
—Ivy Denever, ¿aceptas a Badger Anthony como tu esposo?
—Sí, acepto.
—Entonces, yo os declaro marido y mujer.
El bosque estalló en aplausos. Ivy y Badger se fundieron en el beso más mágico que Ivy recordaba haber vivido nunca. Él la agarró de la cintura y cuando separó sus labios no pudo evitar susurrarle de nuevo cuánto la quería.
Era perfecto.
Tanto como para querer grabar en vídeo ella misma unos cuantos recuerdos, pensó Ivy con el paso de los minutos, cuando todos los familiares y amigos los atosigaban a felicitaciones y "¿Para cuándo el primer hijo?"
Los dos se reían, pero no respondían a las preguntas, al menos no todavía. Ivy no dejaba de tener miedo por si acaso todo salía mal y el embarazo no acababa en buen término. Se iban a esperar a que ya no hubiera peligro para anunciarlo a todo el mundo, mientras tanto solo compartían miradas cómplices.
—¿Has visto mi cámara? —le preguntó a Badger cuando se sentaron en la mesa para el banquete y el chico, su marido, palideció.
—Cariño, lo siento —empezó a decir, levantándose rápidamente de la mesa, dejando la servilleta justo al lado de Ivy—. Con los nervios de la boda se me ha olvidado, voy ahora mismo a por ella.
A Ivy no le dio tiempo a responder porque Badger salió prácticamente corriendo de la mesa en dirección a la salida. No debería tardar mucho en recoger la cámara y volver ya que estaban cerca de la casa que compartían. Al paso que había salido estaría de vuelta en diez minutos como mucho, con la cámara en mano e Ivy podría empezar a grabar la fiesta.
Pero Badger volvió a los cinco minutos, sonriendo a su ahora esposa y se inclinó sobre ella para darle un beso suave.
—Nessie me ha dicho que se encargaba de todo, he discutido un poco con ella porque quería asegurarme de coger la cámara yo mismo, pero ha insistido —le explicó Badger al oído e Ivy sonrió—. Decía que si no iba a parecer que había huido.
—Que no te oiga mi padre —le respondió Ivy, sin borrar la sonrisa.
No pudo evitar volver a besarle de nuevo porque todo estaba saliendo perfecto. El banquete comenzó e Ivy no pudo evitar gemir de placer al ver toda la comida que tenía delante. Esperaba que todo lo que comiera fuera apto para el bebé y que no le causara ningún mal, pero tenía que probarlo todo. Había desde la comida más típica de Inglaterra para los magos hasta la comida muggle rumana que Ivy tantas veces había comido de pequeña.
Con cada bocado de ciulama Ivy retrocedía a cuando tenía nueve años, no sabía que era bruja y estaba en casa de sus tíos, comiendo el estofado rodeada de su familia, todos riendo y hablando a la vez, con sus primos más pequeños gateando por el suelo y los más mayores sentados junto a ella mientras que hablaban y se enseñaban mutuamente las pronunciaciones más difíciles del inglés y del rumano.
—Creo que nunca te había oído gemir así —le dijo Badger al oído y luego empezó a reírse cuando Ivy le dio un golpe suave en la pierna.
—Y yo creo que he gemido bastante las últimas veces —le respondió ella y se llevó la mano a su tripa—. Estoy segura de que, cuando hicimos a nuestro bebé, también gemí bastante.
—Pero no como con ese estofado.
—Entonces tendrás que esforzarte más —le respondió antes de volver a meterse otro trozo en la boca.
Ese lo estaba robando del plato de Badger, que no dudó en moverlo para que Ivy pudiera comer todo lo que quisiera.
—Te prometo que esta noche vas a gemir como nunca, señora Greengrass.
Al estar tan cerca y los dos solos en la mesa principal, Badger pudo levantar el vestido, con cuidado para que no se notará, y buscó la liga que Ivy llevaba en el muslo. La bajó hasta que llegó a la rodilla, acariciándole suavemente la parte interior del muslo mientras que tiraba de ella e Ivy suspiró.
—Estás jugando sucio —le respondió, pero Badger solo sonrió y la besó suavemente.
—Estoy preparándote para esta noche.
Fue Ivy quien le besó esa vez. Se sentía feliz, querida, le dolían las mejillas de tanto sonreír y casi no recordaba la última vez que había estado tan contenta, sin nada de miedo, solo feliz. Llegó el postre y con ello el momento de cortar la tarta y los dos sujetaron la espada que les tendieron con las manos entrelazadas. Ivy aprovechó un poco de la nata que cayó sobre el mantel para manchar la nariz de Badger con ella y él, en venganza, rozó sus narices hasta que los dos tenían nata por las mejillas.
Lo siguiente en la lista, una vez terminado el postre, fue el baile. El primero de ambos como pareja recién casada y Ivy buscó a Vanessa con la mirada. Debía estar ya por allí, grabando todo, pero no la encontraba, por más que miraba todas las caras una y otra vez con cada giro que daban en la pista de baile.
—¿Ves a Nessie? —le susurró a Badger y él también se puso a mirar.
—A lo mejor está en el baño —dijo él, pero Ivy negó.
—No se hubiera perdido el baile, no teniendo ella la cámara.
Se miraron durante unos segundos, sin dejar de bailar. En cuanto acabó la canción, los dos fueron directos a la puerta de salida. Ivy se disculpó rápidamente con su padre, diciéndole que volvería en tan solo unos minutos. No quería preocuparle, no cuando había tratado a Vanessa siempre como a una hija más y seguro que era algo que tenía fácil explicación.
En cuanto pusieron un pie en el exterior y vieron los reflejos anaranjados en el ambiente, buscó instintivamente la mano de Badger.. Solo tuvo que respirar una vez para notar el olor a quemado y estuvo tentada de no respirar más, pero pensó en el bebé. El bebé necesitaba el oxígeno, aunque fuera con olor a quemado. No podía correr porque no podía arriesgarse a hacerle daño, así que siguió a Badger, caminando rápidamente hacia la fuente de luz y olor.
Su casa, su casa se estaba quemando.
—¡Nessie! —gritó Ivy, con todas sus fuerzas e intentó meterse en la casa.
Todo estaba dentro, sus recuerdos, sus cosas. Toda su vida con Badger se encontraba en esa casa en la que pensaban criar a su bebé. A la que iban a volver una vez la boda terminase. Se estaba quemando y Vanessa no aparecía por ninguna parte.
—¡No puedes entrar ahí, Ivy! —le gritó de vuelta Badger, tirando de ella con fuerza para apartarla de la entrada.
Ambos empezaron a toser por el humo que iba aumentando cada vez más, pero sacaron las varitas. Iban a salvar lo que pudieran, al menos esa era la idea que tenía Badger. Sin él, Ivy se habría metido a las llamas y habría acabado muerta, no era inmune a ellas por mucho que pensara que sí.
Les llevó demasiado tiempo, siendo solo dos, pero consiguieron apagar el incendio. Con un encantamiento casco-burbuja y la varita en la mano, entraron a la casa. Quedaban llamas dentro, unas que iban apagando según recorrían las habitaciones, juntos.
Así fue como la encontraron, en el suelo, con la cámara de Ivy intacta a tan solo unos centímetros de ella y la varita todavía en la mano.
Vanessa Macmillan estaba irreconocible, pero Ivy reconocería a su amiga en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia. Se arrodilló en el suelo y gritó, empezando a llorar mientras cogía los restos de su amiga en brazos. No podía ser real, su boda no podía haber acabado en eso.
—Nessie, por favor, esta broma no es divertida —empezó a decir Ivy, sin dejar de llorar en ningún momento. Notó la mano de Badger en su hombro, luego en su cintura mientras que la abraza por la espalda y Ivy no puede dejar de llorar—. Eres su madrina, Nessie, por favor, no nos hagas esto.
No fue la única que lloró esa noche, Badger también lo hizo, apoyado en el hombro de Ivy mientras que no podía dejar de mirar el cadáver de su amiga. Una mezcla de alivio y culpa empezó a recorrerle porque podría haber sido él y a la vez era su culpa. Él había dejado que Vanessa fuera sola a por la cámara, no había insistido en que tenía que haber ido él. ¿Y cómo había pasado? ¿Cómo había pillado el fuego a una bruja experimentada?
La cámara.
Badger soltó a Ivy y se giró rápidamente para ir a por la cámara, intacta entre tanta ceniza.
—Ivy, ¿con qué hacen las cámaras muggles? Está como nueva —le dijo y volvió a acercarse a ella.
Ivy dejó de susurrar a Vanessa que la necesitaba para poder continuar su no vida y se giró para mirar a su esposo, que sujetaba su cámara en las manos.
—No es posible, debería haberse quemado —respondió ella, con la voz completamente rota, y Badger volvió a acercarse a ella.
—Tenemos que salir de aquí, no sé si es bueno el aire del encantamiento para el bebé.
Ivy se retorció, protestó y gritó que no iba a dejar a Vanessa sola. Así que sacaron su cuerpo, volando detrás de ellos hasta que llegaron a una zona más apartada, una en la que el aire era más puro y ambos respiraron.
Fue Badger el que se sentó en el suelo y movió a Ivy para que se sentase sobre él. Poco importaba ya que el vestido ya estaba destrozado por la ceniza que había caído del cuerpo de Vanessa, pero aunque fuera una tontería, no quería verlo manchado con el verde de la hierba.
Juntos cogieron la cámara y Ivy apretó el botón para rebobinar la cinta y luego empezarla. Al principio Ivy no entendía qué estaba mirando, pero pronto entendió que Vanessa había encendido la cámara y había apuntado a su cara.
—¿Pero tú eres idiota? —la voz de Vanessa sonó alta en la grabación y Ivy se llevó las manos a la boca para intentar tapar los sollozos—. ¡Nos vas a quemar vivos!
A Ivy le dió vueltas la cabeza cuando oyó la voz de Lucius Malfoy. Llevaba sin oírla desde que lanzó su maldición en el baño de la mansión Malfoy, antes de que se llevara a Narcissa con él para sellar su unión. Oyó los gritos de Malfoy a Vanessa, que le decía que no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Oyó el hechizo que dejó paralizada a su amiga en el sitio.
Luego llegó la explicación, que Narcissa se iba a fugar porque estaba embarazada y se iría con Ivy. En la grabación se vio cómo le dio un bofetón a Vanessa que la tiró al suelo y la cámara salió volando por los aires hasta caer en el suelo, justo en un punto donde se veía a Vanessa de fondo y, justo delante, una carta con la firma de Narcissa.
Malfoy dejó allí a Vanessa, oyeron los pasos apresurados para salir corriendo y luego el silencio hasta que llegó el crepitar de las llamas. Lo primero fue la carta, que desapareció en cuestión de segundos. Luego fue Vanessa.
Los gritos de la chica resonaron en el campo en el que Ivy y Badger se habían refugiado. No pudieron apartar la mirada de la grabación, sin dejar de llorar. Los gritos eran cada vez más agónicos, hasta que cesaron de manera repentina. Después, solo hubo silencio por parte de Vanessa, a pesar de que las llamas sonaban con cada vez más fuerza mientras devoraban su cuerpo.
El naranja llenó la grabación durante minutos hasta que todo se volvió negro. Y entonces sonó el grito de Ivy, el llanto.
Badger no aguantó más y cerró la cámara, incapaz de ver cómo habían encontrado a Vanessa. Abrazó a Ivy, que lloraba sin parar en sus brazos, e intentó calmarla.
Pero lo único que podía calmar a Ivy en esos momentos era su mejor amiga, y ella no iba a volver.
What would he do if he found us out?
He's gonna burn this house to the ground.
Lo sentimos, Vanessa. Nos duele más a nosotras que a nadie, os lo aseguramos.
Nos leemos la próxima semana, con el último capítulo de Magnificently Cursed.
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