𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 1 - 𝖙𝖍𝖊 𝖙𝖗𝖆𝖎𝖓 𝖆𝖈𝖈𝖎𝖉𝖊𝖓𝖙
Los ojos le pesaban como si estuvieran pegados y le costó un esfuerzo sobrehumano abrirlos. Ivy se llevó una mano al frente, tapando la luz que la golpeaba, y comenzó a sentirse mareada. En cuanto levantó la cabeza del suelo, la sed la invadió, como si no hubiera probado gota en años. ¿Cuánto tiempo llevaba dormida?
La desesperación por conseguir algo que beber era cada vez mayor. Pero no podía beber cualquier cosa, no saciaría su sed.
Necesitaba sangre.
Se llevó una mano a la garganta y se puso de pie con dificultad, trastabillando. No comprendía qué le pasaba. Sus recuerdos de las horas anteriores estaban borrosos y daban tumbos por su cabeza. Había una casa en un bosque. Había un cuerpo tirado en el suelo. Había...
Una risa se comenzó a escuchar por lo bajo, como si los susurros se burlaran de sus lagunas. Ivy miró en todas direcciones. Veía el paisaje moviéndose a alta velocidad por el cristal, sentía los traqueteos de un tren, pero no recordaba haberse subido. La risotada se hizo más clara y grave, como si una presencia se acercara a ella. Divisó dos puntos rojos entre la oscuridad que se había instaurado entre unas grandes cajas de mercancía. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y, mientras la figura de un hombre alto comenzaba a ser visible, su vista se nubló.
No solo eso, sino que sintió cómo iba perdiendo el control de su cuerpo en cuanto el olor de la sangre llegó a sus fosas nasales. Reconocía al hombre. Era el mismo que la había atacado. Ahora lo recordaba todo con claridad.
Pero la claridad desapareció cuando sus ojos se toparon con la pequeña niña al lado del hombre. Temblaba, pálida como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Una expresión de horror plasmada en la cara como un grito mudo. Ivy sintió sus colmillos aumentando de tamaño en su boca, obligándole a abrirla, cuando vislumbró la herida sangrante en su hombro, manchando su túnica.
Lo último que vio antes de abalanzarse sobre la pequeña niña fue la sonrisa diabólica del hombre. Perdió por completo el control y no escuchó ni un solo grito cuando atacó su cuello en busca de saciar su sed.
Después se apartó. Observó con pánico el cuerpo de la niña sacudiendo las piernas antes de frenar en seco, para siempre. Se quedó tan quieta como un maniquí. Como el cuerpo que había encontrado en la casa, con la misma expresión de terror. La boca le sabía a metal y, cuando se llevó la manga a ella, esta acabó teñida de color carmesí. Ivy ahogó un grito y se arrastró hacia atrás, alejándose todo lo posible del cuerpo.
Pronto, un par de delgadas piernas bloquearon su vista. Cerró los ojos. Aquel hombre permaneció de pie durante unos segundos, antes de echar un pie hacia atrás y empujar fuera del tren las evidencias. Ivy temblaba, abrazándose las piernas. Debía de haber muerto y estaba en el infierno, por eso la obligaban a cometer actos atroces. Pero se sentía tan real que daba miedo. Podía notar su cabeza aplastándose en cuestión de segundos y haciéndose grande, como si fuera un globo hinchándose y desinflándose. Podía oler la sangre que se quedaba debajo de sus uñas al tratar de arrancársela de la cara.
—Bienvenida a tu nueva vida.
La voz raspada del hombre la sacó de su martirio. Hablaba con burla. Le hacía gracia la situación. Ivy sintió la furia aglomerarse en su interior. ¿Cómo se atrevía?
Se puso en pie. La cabeza dejaba de dolerle por momentos y su respiración ya no se entrecortaba. De pronto, nada le molestaba. Solo veía la pobre e indefensa niña y al hombre que la había obligado a hacerle daño. Su sed dejó de ser de sangre y se convirtió en venganza.
Así que se abalanzó sobre él, gritando, y lo tumbó en el suelo antes de que pudiera darse cuenta. No se paró a pensar en lo ágiles que eran sus movimientos cuando lo único que le importaba era hacerle daño. Quería desgarrarle como él había roto su vida. Forcejeó, arañó, le llegó a morder en algún momento. Y él no se quedaba atrás. La empujó contra el montón de cajas como si pesara menos que una pluma.
—¿Qué es lo que quieres? —la voz de Ivy sonó gutural. Rota. Con desesperación.
El hombre aprisionó su cuello entre su gran mano, acercó su cuerpo al de Ivy y dejó entrever sus afilados colmillos.
—¿Qué es lo que quiero? —dijo, con un gruñido—. Te estoy salvando la vida.
Cada segundo apretaba más. Ivy sintió que le partiría el cuello en cuestión de segundos, pero el hombre la soltó y acabó tosiendo para liberarse de la horrible sensación. En un último arrebato de ira e incomprensión, se tiró sobre él y llevó su mano al cuello tal y como él había hecho. Tenía una cadena colgando. Ivy tiró con fuerza, con deseos de ahogarle. Cerró los ojos sin dejar de tirar, hasta que, en el lugar donde había estado el hombre, había ahora un murciélago que no tardó más de dos segundos en salir corriendo.
Ivy se quedó sentada sobre sus rodillas, sujetando la cadena del hombre en el aire y mirando el punto exacto por donde había desaparecido. Por unos segundos, casi parecía irreal. La marca alrededor de su garganta dejó de doler con tanta rapidez que Ivy se llevó la mano hacia ella, incrédula, en busca de alguna señal, pero parecía que se había curado por completo.
Se miró en el reflejo de la ventana del tren con estupefacción para confirmar sus sospechas, y lo que vio terminó por llenar sus pulmones de aire para que comenzara a gritar. Tenía la camisa completamente empapada de sangre, que procedía de dos hileras carmesíes que salían de las comisuras de sus labios.
Un monstruo. En el reflejo hay un monstruo.
Yo soy el monstruo.
Quiso gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. Fue completamente opacado por el alboroto que percibía a su alrededor. Era muy consciente de que el tren estaba plagado de alumnos, y más allá de sus voces y sus risas, mucho más allá del ruido del tren sobre las vías y de la locomotora que expulsaba humo sin cesar, Ivy podía escuchar el latido de cientos de corazones.
Sangre. Más sangre.
El deseo por obtener aún más satisfacción para su sed quedó de lado cuando Ivy se inclinó con rapidez hacia delante para vaciar su estómago frente a ella. Las lágrimas terminaron mezclándose con la sangre bajo sus labios y, cuando pegó la frente a la pared para buscar estabilidad, se vio obligada a cerrar los ojos para dejar de observar algo que no fuera de color rojo.
Sangre.
Gente. Si había sangre había mucha gente. ¿Qué pasaría si la veían? ¿Si la encontraban con la camisa teñida de rojo y la cara plagada de pruebas?
Había matado a esa niña y pronto la buscarían. Sin duda, la alumna de séptimo bañada en sangre sería la culpable.
Así que tanteó en su chaqueta, buscando desesperadamente su varita, y cuando la encontró suspiró de puro alivio antes de tratar de ponerse en pie. Ni siquiera se preguntó si seguiría funcionando su magia ahora que, definitivamente, no era una simple bruja. Apuntó en dirección a su ropa y susurró un hechizo para limpiarse las manchas.
En cuanto desaparecieron y el compartimento quedó inmaculado, Ivy se apresuró a largarse lo más rápido que pudo del lugar en busca de un rostro familiar. Se repetía a sí misma una y otra vez que tenía que dejar de escuchar los latidos de los corazones y pensar en lo que aquello implicaba. Solo quería encontrar a alguien, cerrar los ojos y suplicar por que, cuando los abriera, todo aquello hubiera terminado. Debía ser una pesadilla, pero el temblor de su cuerpo hacía que todo pareciera demasiado real.
—¡Ivy Blestem! ¿Se puede saber dónde demonios te habías metido?
La voz cargada de autoridad de su amiga Vanessa la sacó de su trance. Sintió que la agarraban de la manga de la chaqueta y la lanzaban contra el asiento de un compartimento.
Vanessa Macmillan había sido su mejor amiga desde el primer año. Habían compartido asiento en el tren y, desde ese momento, por mucho que hubieran terminado en casas separadas, su amistad había perdurado, inalterable. Vanessa se preocupaba por Ivy y Ivy se aseguraba de que Vanessa dejara de preocuparse tanto por todo.
Pero ahora no le sorprendía que estuviera preocupada. Su amiga, de cabello oscuro a la altura de los hombros y ojos color café, la observaba tratando de averiguar con su mirada qué era lo que había ocurrido para que Ivy apareciera de la nada en el tren.
—¿Sabes qué le he dicho a mi madre esta mañana cuando no has bajado a desayunar? —le gritó Vanessa, demasiado cerca del rostro de Ivy como para que ella pudiera ponerse a refugio de su mirada inquisitiva—. ¡Le he dicho que te habías ido a correr al campo!
—Bueno, una excusa tan creíble como cualquier otra —respondió Ivy con una sonrisa nerviosa. Temió tener todavía sangre entre los dientes al hablar, así que cerró la boca e intentó pasarse la lengua por si acaso.
—¡Ni siquiera estabas presente para subir al tren, Ivy! ¡He subido yo con los dos baúles!
—Así haces músculo...
—¡Déjate de tonterías! —exclamó Vanessa, zarandeándola sobre el asiento—. ¿Dónde estabas?
Ivy se planteó durante medio segundo decir la verdad. Contarle que un vampiro la había atacado sin razón aparente en mitad de la noche y ahora ella también se había convertido. Le pareció que sería una buena idea tener una coartada por si alguien venía preguntando por la niña que, desafortunadamente, había desaparecido por la ventana.
Pero miró a su amiga a los ojos y no se vio con el valor suficiente como para confesar que había matado a alguien. Con sus propias manos.
Vanessa nunca volvería a mirarla igual. Y si no tenía a Vanessa, no tenía a nadie.
—Estaba con un chico.
La expresión de Vanessa se relajó al instante. Sus hombros se destensaron y sus cejas dejaron de curvarse exageradamente hacia arriba.
—Uno del pueblo, ese que vimos con la moto el otro día, ¿recuerdas?
—¿El pelirrojo?
—Ese, ese —mintió Ivy, asintiendo—. He tenido que venir corriendo esta mañana o si no perdía el tren, pero ha valido la pena.
Vanessa se dejó caer en el asiento de enfrente, se acomodó el cabello detrás de sus orejas y sonrió de lado con picardía. Ivy tuvo que inventarse una verdadera película sobre lo que había ocurrido aquella noche, olvidando por unos segundos lo que había ocurrido de verdad.
Solo cuando su amiga decidió comenzar a cantar para hacer que pasara el tiempo más rápido, Ivy se sentó de lado y abrió, por fin, su puño, donde había guardado durante más de una hora la cadena que le había arrebatado al vampiro por accidente.
De la cadena colgaba un rubí del tamaño de una moneda pequeña. Se lo escondió rápidamente en el bolsillo de la chaqueta y decidió no apartar la mano del bolsillo en todo el viaje. Además de sus recuerdos, aquel collar era una prueba definitiva de que lo que había vivido era real.
¿Cómo iba a sobrevivir a ese nuevo estado? Lo había estudiado: los vampiros necesitaban la sangre para poder vivir esa vida maldita que tenían. En cualquier otro momento eso no hubiera sido un problema, los vampiros tenían habilidades sobrenaturales y podría entrar a robar un banco de sangre muggle si hacía falta, pero en Hogwarts lo único que había eran humanos.
Humanos llenos de sangre, con el corazón latiendo con fuerza. Ivy empezó a notar como la boca se le hacía agua al oír tantos corazones bombeando sangre a la vez. Seguía teniendo hambre y quería más, porque la niña no había sido suficiente.
Fue una suerte que el tren parara, por fin, en Hogsmeade, y el ruido de los corazones fuera sustituido por los ruidos de las pisadas, los gritos entre alumnos que no se habían cruzado en el tren y las primeras peleas.
—¿Estás esperando a que el pelirrojo de la moto te lleve en brazos o qué? ¡Vamos, Ivy, que parece que va a llover!
Era lo que necesitaba para reaccionar. No iba a ser nada fácil pasar ese curso en Hogwarts y necesitaba, con urgencia, resolver todo el asunto sobre la sangre. ¿Cómo iba a alimentarse? ¿Podría comer siquiera comida humana? Bueno, lo sabría pronto porque el banquete empezaría en nada, justo después de la selección de los nuevos estudiantes.
Lo que la dejaba pensando en que ese era su último año antes de salir al mundo mágico como una adulta más. ¿Cambiaban ahora todos sus planes solo porque se había convertido en una vampira? ¿Significaba eso que tenía que dejarlo todo, incluida a su familia? No, seguro que no, podría aprender a controlarse, los vampiros lo hacían, ¿no? Por algo existían esas piruletas de sangre en Honeydukes, compraría suficientes y podría mantenerse sin ningún problema.
Pero seguía habiendo más problemas y, el principal de todos ellos, era volver a sentarse en la mesa de Slytherin. No tenía ningún tipo de problema con sus compañeras de habitación ni con la mayoría de alumnos de la casa, solo uno de ellos era el que le causaba repulsión.
Quizá haberse acostado con él durante la última fiesta que organizaron en la sala común antes de las vacaciones de verano no había sido muy buena idea, sobre todo cuando Lucius había ido diciendo por ahí todas esas cosas sobre ella, como que era fácil. La gente no tardó en enterarse de que, lo único que Lucius Malfoy tenía largo era el pelo. Así que la guerra comenzó entre ellos e Ivy no tenía ningunas ganas de aguantarle ahora con todo lo que había pasado, por lo que decidió centrarse en la selección.
Los niños parecían asustados, como siempre, pero al ver el sombrero se tranquilizaron, ya que no había pruebas ni nada por el estilo. La mesa de Gryffindor era, como siempre, la más ruidosa al recibir a sus nuevos miembros y con eso lo único que conseguían era asustar a los más tímidos.
—Drake, Luna —la profesora McGonagall llamó a otra alumna más, pero nadie subió—. ¡Drake, Luna! ¿Dónde está Luna Drake?
Los niños empezaron a mirarse entre ellos, por si alguno de ellos estaba gastando una broma a la profesora McGonagall mientras que en las mesas los alumnos se ponían a cuchichear. Ivy cogió aire, a pesar de que ya no lo necesitaba, porque estaba temiéndose lo peor.
La profesora McGonagall empezó a contar a los alumnos y, entonces, se giró hacia el director Dumbledore, que ni siquiera se había molestado en levantarse para ver qué estaba pasando.
—Falta uno.
Si el corazón de Ivy siguiera latiendo se hubiera parado en aquel instante porque lo único que podía recordar era a la niña del tren. Ahora esa pequeña e inocente niña ya no solo tenía una cara que perseguiría las pesadillas de Ivy toda la eternidad, también tenía nombre: Luna Drake. Tenía tan solo once años, la había matado cuando solo tenía once años, se había bebido su sangre y había dejado que aquel vampiro la tirara a las vías del tren. No solo eso: había tenido la suficiente sangre fría —si es que de verdad seguía teniendo sangre en las venas—, como para limpiarse a ella y al vagón del tren y salir de allí como si nada. Se estaba poniendo mala.
La reacción de Ivy no pasó desapercibida para el grupo de Slytherin liderado por Malfoy. Alguien se burló de cómo estaba reaccionando Ivy y, por supuesto, no tardaron en sacar el tema de que era una sangre sucia.
—Seguro que esa niña era otra sangre sucia como ella —declaró Malfoy y apartó la mirada de ella para volver a mirar a todo su grupo y bajar la voz—. Definitivamente están haciendo bien su trabajo.
Le dieron la razón, por supuesto. Todos sabían lo que estaba pasando con los sangre sucia: habían ayudado a dar los nombres de todos aquellos que iban al colegio y, si bien se habían sorprendido al ver a Ivy por allí, supusieron que todavía no había llegado su turno. La lista era larga y siempre era mucho más sencillo ir primero a por los más pequeños. Quizá para las vacaciones, Blestem no volvía y todos se librarían de ella en la sala común. Sin duda alguna que El Señor Tenebroso estuviera utilizando a los vampiros para acabar con los sangre sucia era lo mejor que podía hacer, ellos tenían la sangre y la sociedad mágica se libraba de la gran plaga que eran.
Aunque no dejaba de ser curioso, al menos para Malfoy, ver cómo Ivy Blestem no se acercaba a la comida en toda la cena.
¡Fin del primer capítulo!
Nuestra niña está hambrienta y sedienta y el colegio está lleno de alumnos llenos de sangre hasta los topes. Va a ser un curso interesante :)
Dejemos una F en el chat por Luna Drake, la niña voladora que soñaba con ser como Peter Pan---
Lo sentimos (no del todo porque ha sido un meme recurrente para nosotras desde hace meses y estuvimos tentadas de titular este capítulo de maneras muuuucho más crueles jajsjsjs).
¡Nos leemos el lunes siguiente! Recordad votar u os jalaremos las patas <3
aliven't: 3
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