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9. Destellos, champagne y fresas.

Sana decidió que era un buen día para tener la ventana abierta de par en par, a pesar de estar en otoño. Lo cierto es que el clima estaba considerablemente más cálido que otros días, eso sin mencionar lo inexplicablemente tibio que permanecía siempre su cuarto. Nako, su madre, decía que era por ella. Sana era un sol, capaz de volver paradisíaco hasta el más oscuro y gélido lugar.

El nuevo número de Deadpool descansaba sobre sus lánguidos dedos mientras iba pasando las páginas, leyendo sobre su anti-héroe favorito de la forma menos convencional; con la espalda contra el colchón de su cama y los pies estirados en la pared, formando una L. La música de Fergie sonaba de fondo muy suavemente como quien no quiere la cosa, casi murmurando las palabras de Big Girls Don't Cry mientras Sana tarareaba al unísono. Entonces, sin previo aviso y con la electricidad que la caracterizaba, Jihyo entró en su cuarto como un ventarrón rubio vestida todo de blanco, excepto por sus tenis verdes fosforescentes. Sana la observó de cabeza, levantando una ceja.

—Son las diez de la mañana —dijo antes de siquiera saludarla. Jihyo, con su sonrisa chueca y sus mejillas coloradas, chasqueó la lengua.

—Tu mamá dice que estás encerrada con tus comics desde hace una hora y media —contestó, acto seguido se derritió en la cama de forma desordenada mientras tanteaba debajo de la cama para sacar otro cómic. También era de Deadpool, lo cual le hizo rodar los ojos. El ochenta por ciento de los comics de Sha eran sobre el infame Wade Winston Wilson, mejor conocido como el mercenario bocazas —. No entiendo cómo te puede gustar justamente este tipo, es un asesino.

—Okay, no tendremos esta conversación de nuevo —Sana se irguió de golpe y cerró su comic dejándolo a un costado. Jihyo se mantuvo ocupada hojeando algo interesante, pero lo que había allí no le gustaba. Todo era sangre, muerte y chistes de mal gusto—. Wade es uno de los mejores personajes de Marvel, sin mencionar que tiene un gran desarrollo y su película es la mejor de la franquicia de los X-Men —Jihyo se irguió imitándola, con todo el escándalo tatuado en la cara.

—No acabas de decir eso —retó sentándose en flor de loto, probablemente ensuciando con la suela de sus tenis el acolchado lila de su amiga—. Si piensas que hay mejor película que Days of Future Past en el universo de los X-Men, tendremos que dejar de ser amigas —Sana frunció el ceño enfurruñada.

—Tu no insultas a Wade, yo no insulto a los X-Men —ambos pusieron sus manos al medio y se dieron un apretón amistoso.

—Eso no quita que sea un asesino —Jihyo habló entre dientes mientras ambas volvían a su posición relajada. Sana suspiró con cansancio.

—No mata niños, y en realidad es muy dulce, si lo piensas bien es un justiciero.

—Sé que ya te he dicho esto un millón de veces pero...se puede hacer lo correcto de manera incorrecta, Sana —el tono serio de la muchacha desconcertó a la de ojos índigos, pero no quiso indagar más allá de sus palabras. Jihyo, aunque Sana no lo entendiera, no solo hablaba de Deadpool.

La mañana continuó pasando entre risas y charlas animadas con respecto a un montón de cosas. Jihyo era, probablemente, la mejor amiga que Sana había tenido en toda su vida, la única en la que confiaba absolutamente y la que sabía cada pequeño secreto. Por supuesto también amaba a Mina y Jeongyeon, pero jamás tendría con ellas la conexión que existía entre ella y Jihyo.

Luego de que el sol de mediodía iluminara por completo el cuarto del ático, ambas chicas se pararon para ir a almorzar cuando un estruendoso grito llegó desde la sala en la planta baja. A Sana se le erizaron todos los vellos del cuerpo, pero rápidamente se tranquilizó cuando el grito fue sucedido por risas de parte de su madre y otras voces varoniles que mascullaban algo.

Jihyo sonrió ampliamente sabiendo quienes eran, pero Sana no se detuvo a mirarla ya que bajó las escaleras corriendo para encontrarse con dos de sus personas favoritas en el mundo.

—¡¡¡Levi!!! —chilló con la voz tan aguda que casi le rompe los tímpanos a todos, y sin dejar a su hermano contestar nada, saltó desde los últimos tres escalones directo a los brazos del hombre. Ambos rieron con soltura al unísono.

—A mí no me recibiste así —Yuta, quien se mantenía apoyado contra la pared con un bolso en un costado y media sonrisa en el juvenil rostro, se quejó fingiendo estar dolido. Sana lo fulminó con la mirada.

—A ti te veo mucho más que a Lev, así que cierra el pico —contestó la menor de los Minatozaki hablando contra la solapa de la chaqueta de su hermano mayor.

—Ya puedes soltarte si quieres, microbio —Levi, quien hasta ahora no había emitido sonido, decidió liberarse de a poco del cuerpo de su hermanita. Si bien la adoraba con todo el corazón y daría los dos pulmones por Sana, no era muy afán del contacto físico.

—No quiero, pero sé que estás poniéndote tiquismiquis con tanto toqueteo —rio—. Dios, Levi, ¿por qué siempre esperas tanto para venir de visita? Le rompes a mamá el corazón y papá está desolado —Sana batió con ternura sus frondosas pestañas café. Levi rodó los ojos.

—Hablo con mamá y Daiki dos veces por semana, lo sabrías si estuvieras más aquí —contestó. La voz del mayor era grave y acaramelada—. Hola Jihyo, ¿tú no creces o qué? Sigues igual que la última vez.

—Hola, Levi. Resulta que descubrí que mi crecimiento es proporcional a tu madurez ¿no es increíble? Eso explica muchas cosas —respondió sagaz la aludida, recibiendo como respuesta una risa de todos los presentes.

—No te pases de lista —amenazó en broma mientras todos pasaban al comedor.

La casa de los Minatozaki/Smith se llenó de charlas encimadas unas contra otras, risas a destiempo y tan escandalosas como los comentarios de su madre que sacaban chispas. Sana estaba extasiada. Aquel momento le recordaba a su niñez con todos sus hermanos corriendo alrededor de la mesa mientras su mamá intentaba poner orden, servir los platos y ordenar los juguetes; todo al mismo tiempo. Su papá, Daiki, trabajaba todo el día y Sana lo echaba de menos, pero por supuesto, cuando la muchachita alcanzó los diez años, a su padre lo ascendieron en el trabajo y la economía en su casa se estabilizó. Eso sumado a que sus hermanos más grandes ya no vivían con ellos y eran dos gastos menos en casa.

De todas formas, los extrañaba demasiado. A todos. Extrañaba el bullicio, las peleas constantes, el romper los cd's de los demás cuando no le daban algo, jalarse el cabello y llorar hasta quedarse desahuciado porque Kenji no quería prestarle sus figuras de acción de Los Guardianes de la Galaxia. También echaba de menos que Yuta se comiera los vegetales que a Sana no le gustaban sin que su mamá se diera cuenta. Extrañaba que Levi se dejara pintar el cuerpo con marcador indeleble fingiendo que Sana lo tatuaba. Extrañaba que Kenji le hiciera cosquillas hasta que ya no podía respirar de la risa. Extrañaba que Dominic le regalara dulces porque sí, porque lo quería y ya. Extrañaba a Christian revolviéndole el pelo y enseñándole a manejar su auto por algún día necesitaba usarlo de emergencia.

Ahora se dedicaba a atesorar aquellos momentos chiquitos en los que la familia podía estar unida de nuevo, como si otra vez fuesen niños.

Apenas terminaron de almorzar, Jihyo y los hermanos fueron a la sala de estar, no sin antes levantar la mesa, lavar los platos y dejar todo ordenado para que su mamá y su papá no tuvieran que hacer más nada.

Levi le mostró a Sana una caja que había traído desde Chicago para ella, que contenía un montón de pinceles viejos, pero que aún servían, revistas, chucherías de todo tipo, papeles de diario antiguos, acuarelas apenas un poco gastadas y un reloj diminuto, del tamaño de una arveja, que increíblemente funcionaba. Sana lo miró con cariño pensando en que a Tzuyu le gustaría, así que lo guardó dentro de un pañuelo en su bolsillo para regalárselo apenas la viese.

La puerta de su casa fue golpeada de nuevo y salió corriendo a atender encontrándose con Mina y Jeongyeon quienes traían dos cajas con brownies.

Nako y Daiki se sentaron con los muchachos en la sala y comieron en armonía mientras les preguntaban a todos cosas embarazosas y demasiado personales.

—Mina, cariño ¿tú tienes una novia, verdad? —Nako preguntó masticando con cuidado el chocolatoso postre. La joven de pequeños ojos marrones se atragantó en ese momento y comenzó a toser con violencia mientras observaba a Sana con un irrefrenable deseo de romperle la cara. Sana, Levi y Yuta se rieron, al igual que Daiki, pero Jihyo y Jeongyeon fueron cautelosas.

—No, señora Smith —se aclaró la garganta—. No estoy en pareja.

—¿Eres lesbiana? —Yuta sonaba sorprendido, pero también divertido. Mina se sonrojó.

—No.

—Pero sí te gustan las chicas —esta vez fue Levi el increpante. El ambiente comenzaba a tornarse embarazoso.

—Sí —Mina se metió un gigantesco pedazo de brownie a la boca mientras masticaba con nerviosismo. Sana se reía mientras buscaba su vaso para tomar agua, pero entonces fue cruelmente traicionada—. Hey, Levi ¿sabías que Sana está saliendo con una tipa que tiene casi la edad de Dominic? —Sana escupió un poco el agua, ahogándose en el proceso. Los ojos de todos se clavaron en ella.

—¡¿Qué, qué?! —exclamó el muchacho de rizos oscuros, con sus ojos azules muy abiertos.

—¡No tiene treinta, por dios! —aclaró Sana secándose el rostro y la ropa mientras fulminaba a Mina con la mirada—. Tiene veintisiete, y te lo iba a contar en cuanto te viera.

—¿Quién es? La voy a golpear —Levi se levantó del sofá con la risa de sus padres de fondo. La menor de los Minatozaki lo agarró de la ropa y tiró de ella hasta hacerlo sentar de nuevo.

—Tú no vas a hacer nada.

La charla continuó durante un par de minutos más hasta que Nako se excusó para ir a su club de lectura y Daiki se obligó a terminar de desmalezar el jardín. Los tres Minatozaki y los amigos de Sana subieron todos a su cuarto, quedando atrapados como lata de sardinas, rodeado por las cálidas paredes de madera y pequeñas lucecitas de navidad que se mantenían apagadas.

Yuta puso un disco de Nirvana mientras se tiraba al suelo y buscaba debajo de la cama los comics, Jihyo sacó a Goliat de su jaulita e intentó acariciarlo, pero este lo mordió en el dedo y salió corriendo para una esquina, Mina se tiró en un pequeño silloncito, mientras Jeongyeon curioseaba los libros de Sana para ver cual se llevaría esta vez. Levi y Sana se acostaron en su cama de manera desordenada mientras tarareaban la canción de Kurt Cobain.

—Microbio... ¿me cuentas de la susodicha o le pregunto a Mina? —Sana alzó la vista hacia su hermano justo cuando el sol le dio de lleno en el rostro. Levi era muy parecido al señor Minatozaki, o al menos eso era lo que su madre le había mostrado en fotos. Tenía largos rizos entre castaños, dorados y chocolate, un poco extraño ya que su barba era completamente rubia. Sus ojos, iguales a los de Sana, eran aún más expresivos, pero tan enigmáticos que invitaban a cuestionarlo. Al igual que sus otros hermanos, Levi tenía varios tatuajes por el cuerpo, pero no era musculoso como Christian, ni tampoco lánguido como Dominic.

—¿Qué quieres saber? —preguntó entonces volviendo su vista al techo. Yuta había prendido un cigarrillo junto a la ventana abierta mientras hojeaba un número viejo de Spiderman.

—¿Cómo se llama, de dónde es y cómo la conociste?

—Se llama Tzuyu Chou, es de Taiwan, no sé exactamente de dónde porque solo me dijo "muy al sur", y lo conocí en una fiesta en casa de Jeongyeon —una sonrisa surcó los labios del menor—. Oh, y para que sepas, es muy caballerosa.

—Anda ya, microbio, dile lo otro —Yuta se rio a carcajadas mientras tiraba el comic en el escritorio y apagaba el cigarrillo contra la suela de su zapato. Sana rodó los ojos y se apoyó contra sus codos para mirar fijamente a Levi.

—Es adinerada —susurró casi con vergüenza mientras sus mejillas se tintaban de un rojo profundo. Jeongyeon se rio suave.

—Es un poquito más que adinerado —agregó, recibiendo una mirada molesta de Sha.

—Es asquerosamente rica —comentó Yuta mientras volvía con ellos y se tiraba también en la cama.

—Bien, sí, tiene muchísimo dinero, pero no es esa la razón por la cual estoy con ella —Sana se sintió estúpida de repente, preguntándose de nuevo en el fuero interno si estaba en realidad aprovechándose de la hospitalidad de Tzuyu. Después de todo no le había devuelto el teléfono todavía (aunque sí estaba ahorrando para comprarse uno ella solita), aceptaba champagne caro, cenas en lugares que ella misma no pagaría, y vueltas en distintos coches lujosos.

—Así que, en síntesis, eres Anastasia y ella Christian Grey —soltó Levi de sopetón, provocando que todos los presentes se rieran. Sana apretó los labios sintiendo culpa y le dio un empujón a su hermano.

—¡Que no es así, tarado! Al menos yo tengo citas ¿sabes?

—Pues yo tengo trabajo en un bufete de abogados —contratacó, recibiendo una patada de Sana en la espinilla.

—Eso no es cierto y si no dejas de molestar le diré a mamá y papá que dejaste de trabajar de abogado y estás jugando a ser tatuador desde hace meses —Yuta se rio en silencio al igual que los otros, pero Lev le dio un manotazo en la cabeza a su hermanita de todos modos.

—Te van a oír —entonces, de la nada, Goliat salió desde algún agujero de la pared y saltó desde las luces de navidad hasta la cama de Sana, cayendo en su estómago—. Si la traes a cenar un día, tregua —ofreció el rizado con la mano extendida. Sana torció la boca, pensativa, y estrechó la suya.

—Tregua —y Goliat cerró el trato mordiéndoles el dedo.

Un par de horas más tarde, Yuta y Levi se fueron, dejando a Sana y las tres chicos en su cuarto. El sábado de ocio había sido muy divertido, pero comenzaba a extrañar hacer algo productivo.

—¿Y si vamos a La Casita de Terror? —sugirió Jeongyeon jugando con su celular, totalmente absorta de su entorno. Mina chasqueó la lengua.

—Yo no puedo, Dahyun me pidió ayuda con una cosa —respondió cabizbaja y avergonzada, sabiendo que aceptar aquello era aceptar que probablemente ya no era el soldado preferido de su padre. Sana sonrió amplio sin sospechar nada.

—¡Oh! Dahyun es tan linda, deberías invitarlo ¿quieres? Podemos ir todos a La Casita del Terror y después por un café a Starbucks —sugirió, ignorando por completo las miradas que Jeongyeon y Jihyo compartían. Mina apretó los labios.

—Dahyun no puede moverse demasiado por el yeso, Sha.

—Pero podemos hacer otra cosa entonces, podemos simplemente ir por el café y quizás a la tienda de comics —la chiquilla batió sus largas pestañas y fingió un pucherito. La de ojos avellana se lo pensó un momento, ignorando a sus demás amigas.

—Bueno, puedo preguntarle... —accedió con inseguridad mientras miraba de soslayo a Jeongyeon. Sana aplaudió emocionado y se puso de pie.

—Voy por un trozo de brownie ¿alguien quiere? —ofreció la castaño, pero todos se negaron.

Sana estaba extasiada. Si lograba que Mina y Dahyun estén en un mismo lugar con ella, estaba seguro de que podría hacerles de celestina. Era un natural para esas cosas, su papá siempre le decía que dejase de meterse en la vida amorosa de los demás, pero es que no podía.

Sana tomó un pequeño plato lila y acomodó dos porciones de brownie restantes, se sirvió jugo de durazno y volvió a su cuarto.

El problema era que los pasos de Sana eran realmente silenciosos. Ser sigilosa era muy importante cuando querías comer golosinas sin que tus cinco hermanos se enteraran y te pidieran. Fue así que llego hasta la puerta entreabierta de su cuarto y escuchó la conversación casi muda que sus amigas estaban teniendo.

—Pero es que no piensas en las consecuencias que va a traer esto, ¿crees que nadie va a saberlo? —la voz susurrante era la de Jihyo—. Te dijimos que Dahyun...

—¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no le he dado mil y un vueltas al tema preguntándome si seré sancionada? —Sana frunció el ceño ante aquella respuesta. No entendía nada.

—Y aun así eliges a la humana —esta vez fue Jeongyeon quien habló en una voz muy clara, recibiendo un correctivo de Jihyo.

—¿Qué haces? —Yuta habló a sus espaldas provocando que un escalofrío recorriera su columna vertebral y chorreara un poco de jugo en el piso. La puerta se abrió de golpe revelando a la infiltrada con las mejillas sonrojadas.

—Nada, estaba por entrar —respondió Sana a su hermano mientras le propinaba un empujón para que se fuera de allí, lo cual hizo. Mina, Jeongyeon y Jihyo se observaron con miedo en los ojos, pero Sana sonrió amplio tapando el desconcierto que la acechaba—. Entonces... ¿vamos por Hyun?

Los planes terminaron disolviéndose a medias al principio porque los padres de Jihyo le habían mandado mensaje diciéndole que necesitaban ayuda con el trabajo de voluntarios en el asilo de ancianos. Sin desanimarse todavía, todos subieron a la camioneta último modelo de Jeongyeon y condujeron escuchando country hasta la casa de Dahyun.

Pronto, Mina desapareció por el patio trasero de Dahyun para buscarla.

—Sé que escuchaste lo que estábamos hablando —Jeongyeon la observó sin quitar las manos del volante. Sana, quien mantuvo la ventanilla baja y tenía los fanales azules pegados a la puerta maltrecha de la casa de Dahyun, se volteó apenas un poco para confrontar a su amiga.

Las cosas con Jeongyeon siempre habían sido un poco más extrañas que con los demás. La adoraba, por supuesto, pero ninguna de las dos era de hablar mucho cuando estaban juntas al menos que fuera para ir a una fiesta o cuidarse la espalda de algún estúpido matón de secundaria. Jeongyeon era la más reservada, pero también la más sabia.

—Puedes hacer preguntas, pero en cuanto Mina vuelva no hablaremos del tema otra vez —ofreció mientras apretaba los labios e intentaba de alguna forma averiguar que tanto había deducido el pequeño. Sana suspiró largamente y se enderezó para poder verla a la cara con seriedad.

—¿Por qué tú y Jihyo se pusieron así con la cuestión de Dahyun? —frunció el ceño—. Es una buena chica, es buena estudiante, y tiene un montón de problemas, sí, pero esa no es razón para desalentar a Mina a que salga con ella —se calló un momento dándole espacio a Jeongyeon para contestar, pero entonces interrumpió antes de que sucediera—. Además Mina jamás ha salido con nadie, y ahora que lo pienso ninguna de ustedes lo ha hecho.

—Yo tengo citas bastante seguido.

—No, tú dices que tienes citas bastante seguido —Sana se cruzó de brazos— Pero tampoco he conocido a estas supuestas personas con las que sales —Jeongyeon miró hacia otro lado y resopló arduamente sin saber cómo contestar a tantas cosas. Presentía que tenía que apurarse porque su amiga y la otra muchacha iban a volver pronto, y entonces Sana quedaría preocupada.

—Sha, escucha, va más allá de todo eso —sus ojos de hielo se clavaron en los de la menor—. No puedo decirte por qué, pero es mejor si Dahyun se mantiene alejada de Mina o habrá problemas para todos.

—¡¿Qué problemas, Jeongyeon?! ¡¿De qué estás hablando?! —la exasperación de la castaña era palpable, pero la situación en sí también era inmanejable. Jeongyeon estaba en una encrucijada, pero resolvió rápidamente que no iba a ser ella quien explotara la bomba.

—Sana, escucha, es un secreto y lo siento, pero esta vez no podemos decírtelo.

—¿Podemos? ¿Jihyo y Mina también saben de eso?

—Sí —fue su respuesta final. Sana sintió como si el corazón se le estrujara. Hasta hacía cinco minutos pensaba que ella, Jihyo, Mina y Jeongyeon eran las mejores amigas, confidentes. Hermanas de distintas familias. Los ojos se le aguaron.

—¿Puedes llevarme a mi casa?

—Sha... —la aludida se secó rápidamente las traicioneras lágrimas mientras observaba a Mina caminar a toda pasta hasta el auto.

—Hey, chicas, Dahyun no se siente bien así que voy a quedarme con ella ¿sí? Realmente lo lamento, pero prometo que iremos otro día todos juntas, Sha-Sha —Mina le acarició el cabello sin percatarse de los ojos hinchados de su amiga, ni el ambiente tenso de la camioneta.

Se despidieron sin más preámbulo, con la culpa carcomiéndole a Jeongyeon la cabeza, pero sabiendo que no tenía otra opción más que esa.

El viaje a la casa del ojiazul había sido corto y tenso, sin siquiera una vía de escape para retomar la conversación, ni un hilo del cual tirar para pedir disculpas.

—Sana, escucha, no pienses idioteces —la muchacha observó con rencor a quien, hasta ahora, había llamado mejor amiga. Se sentía traicionada y estúpida, después de todo ella no les escondía nada a las chicas.

—Gracias por el aventón, Jeongyeon —respondió de todos modos, porque podía estar triste y enojada, pero jamás sería descortés.

Antes de que hubiera una respuesta, Sana saltó fuera de la camioneta y caminó con premura hacia su casa, finalmente corriendo a su cuarto cuando estuvo dentro. Los ojos le escocían con las lágrimas y los oídos le pitaban; fue entonces que notó la falta de ruido en su hogar.

Probablemente todos se habían ido.

Sana se sintió aún más desdichada.

Abrió la puerta de su cuarto de un tirón esperando poder tirarse en su cama y llorar por lo que restaba del día, pero entonces se dio con su papá poniendo una pequeña repisa al costado de la ventana de la habitación. Daiki se dio vuelta con una gran sonrisa en el rostro, la cual fue disminuyendo cuando notó las lágrimas de la menor de sus hijos.

—¿Estás bien, germen? —Sana se echó a reír mientras lloraba.

—Es microbio, papá —y entonces se alanzó a los brazos del robusto hombre.

—Hey, tranquila, pequeña —Daiki acarició su cabeza con dulzura mientras apoyaba el taladro en el escritorio desordenado de Sana—. Dime qué sucedió —murmuró mientras se despegaba de su hija para verla al rostro. La cara de Sana estaba empapada en llanto y sus mofletes tan rojos que parecía insolada.

—Jihyo, Jeongyeon y Mina me están ocultando cosas y no me quieren decir qué es porque es un secreto de las tres y yo no formo parte de las tres y ahora no podemos volver a ser amigas porque me mienten —Sana habló a las apuradas entre hipidos y quebrajes en su voz. Daiki acarició su cabeza de manera brusca haciendo que le rebotara todo el cuerpo.

—Despacio ¿te has puesto a pensar que quizás no te dicen porque no es importante realmente? —Sana lo pensó por un momento y se secó las lágrimas sin dejar de hipar. Negó suavemente mirando el amigable rostro de su papá—. Pequeña Sana, todos necesitamos tener nuestros secretos y nuestra privacidad, y eso no significa necesariamente algo malo —el hombre se rascó la barriga—. ¿Acaso crees que tu mamá sabe que en el bote de fideos de la alacena en realidad hay gomitas de oso? —Sana abrió grande los ojos y negó suavemente escandalizada. Su mamá era naturalmente una persona dulce y amable, pero se aburría rápido de sus idiosincrasias así que las cambiaba todo el tiempo y obligaba a la familia a seguirle la corriente. Ahora, por ejemplo, estaba totalmente en contra de los azucares en las golosinas industriales.

—¿Y qué pasa si se entera de que comes gomitas a escondidas?

—Bueno, le pediré disculpas, prometeré dejar de comer gomas de osos... —Daiki sonrió amplio—. Y luego cambiaré de escondite —ambos rieron ligeramente durante un momento antes de que el padre de Sana continuara con la perorata—. Pero sabes que esto es un chiste y nada más ¿verdad? Cuando le mientes a las personas que quieres con algo pequeño de lo que después pueden reírse, es...justificable, de algún modo, pero si haces algo malo, prometes cambiar y luego continúas lastimando, es malo —Sana frunció levemente el ceño y lo miró a los ojos.

—Papá ¿esto es algún tipo de eufemismo para hablar de Tzuyu? Porque te prometo que ella no está mintiéndome, ni lastimándome, ni nada por el estilo —Daiki abrazó de lado a la muchachita de ojos azules.

—Eres una chica inteligente, seguro que escoges bien a tus parejas —Sana se sonrojó de sobremanera al recordar lo que había pasado con John hacía tantos años atrás—. Podrías traerlo a cenar para que la conozcamos.

—Querrás decir para que la embosquen —Daiki se rio.

—Un poquito de aquello, un poquito de esto —suspiraron al unísono—. Así que...te sugiero que hables con tus amigas de nuevo, pero no las presiones si no quieren decirte —Sana hizo un adorable puchero, pero luego cambió su expresión.

—Gracias, papá —sonrió—. ¿Qué se supone que estabas haciendo? —Sana observó el taladro, más herramientas que no conocía y una pequeña repisa pintada con lo que parecía ser purpurina plateada.

—Oh, iba a sorprenderte cuando llegaras de La Casita del Terror —Daiki se acercó a la repisa y le hizo señas a Sana de que lo ayudase a ponerla—. Supuse que te iba a gustar tener un lugar bonito en donde poner las macetas de tus plantas.

Luego de agradecerle el gesto a su padre, Sana se dedicó a ayudarlo y luego a acomodar un par de macetas con flores y pequeñas hojitas verdes en la preciosa repisa nueva de su cuarto. Ambos pasaron poco más de una hora entre encastre, limpieza y decoración; entre risas, chistes a media voz y burlarse de sus hermanos un poquitín. Sana amaba aquello que había construido con su padre, tanto así que era el único de los Minatozaki que no lo llamaba por su nombre. Lo cierto era que Minatozaki había muerto cuando ella era apenas un bebé de meses y no lo recordaba en absoluto. La única conexión o asimilación que tenía con ese hombre eran sus ojos de color zafiro intenso, al igual que casi todos sus hermanos. Las relaciones eran distintas, por supuesto. Yuta tenía cuatro años cuando murió, todos sus hermanos eran mayores y habían forjado recuerdos en su precaria mente infantil, lo suficiente como para considerar a Daiki su padrastro, mientras Sana lo consideraba su padre

La tarde acaecía, pero los pensamientos de Sana no dejaban de fluir sin orden, torturándola. De por sí la pequeña muchacha era más curiosidad que persona, y enterarse de que sus tres mejores amigas en todo el mundo tenían un secreto solo para ellas le destrozaba el corazón. No importaba lo que su padre le había dicho, no lograba sacarse la traición de la mente.

Cuando se hubo quedado en completa soledad, con las lucecitas de navidad prendidas, aunque no estuviese lo suficientemente oscuro, observando las plantas que caían en cascada desde la brillante repisa, decidió mandarle un mensaje a Tzuyu.

"¿Estás ocupada?"

Cinco minutos enteros pasaron.

"Un poco. ¿Tienes algo en mente?"

Sana sonrió, extasiada. Sabía que Tzuyu no le decía que no.

"¿Puedes venir por mí? No quiero estar solita en mi casa o voy a volverme loca"

"¿Pasó algo?"

"No. Sí. Más o menos. Si vienes, te cuento"

"Astuta"

Sana se quedó mirando la respuesta mientras mordía su labio. Otro mensaje llegó casi al instante.

"Paso en cinco"

Sana se levantó a toda prisa de su cama y se quitó la camiseta de vagabunda que llevaba para colocarse otra color celeste. Por alguna razón decidió también ponerse perfume insoportablemente dulce y crema hidratante en los labios para que se vieran más bonitos. Acomodó desordenadamente su cabello en el espejo, y agarró a la volada su mochila metiendo dentro la billetera, dos libros que estaba leyendo y el pequeño reloj que planeaba regalarle a Tzuyu. Fue entonces que escuchó una charla indistinta afuera y se le subieron todos los colores al rostro. Al abrir la puerta estaba su miedo más grande, probablemente: ahuyentar a Tzuyu.

—¿Y cuantos años dices que tienes? —Levi tenía los dientes ligeramente apretados al hablar, pero no había perdido la compostura todavía a pesar de verse como si quisiera masticar a Tzuyu y escupirla en Alaska.

—Veintisiete —respondió con media sonrisa mientras terminaba de darle un apretón de manos a Nako, quien parecía encantada.

—Vaya —Levi levantó la mirada para clavarla directamente en su hermanita menor quien hiperventilaba—. Yo ni siquiera tengo veintisiete, Yuta tampoco tiene veintisiete —Tzuyu no perdió la sonrisa socarrona, haciendo hasta lo imposible para no perderse el sonrojo sobrehumano de las mejillas de Sana— Ni siquiera mi hermano mayor Kenji tiene veintisiete.

—Sí, bueno, la noticia genial es que todos somos adultos ¿no? —Sana intervino agarrando la mano de Tzuyu y caminando hacia su auto. Esta vez era un descapotable plateado.

—¡Oh, Tzuyu, debes venir a cenar a casa! —Nako habló alto para que la pelinegra oyera.

—Con gusto, señora Smith —los hoyuelos se le marcaron en la cara mientras Yuta reía entre dientes y Levi la fulminaba con la mirada.

—¡Adiós mamá, adiós chicos! —la caminata se hizo aún más exagerada y rápida mientras la familia se despedía y Sana era acogida por los cálidos asientos de cuero del Porsche de Tzuyu.

Los grandes ojos sagaces de la pelinegra se clavaron en la diminuta figura de Sana, apreciando a contraluz la manera en la que su tersa piel besada por el sol brillaba casi con luz propia.

—Te ves adorable cuando te sonrojas —susurró claramente seductor mientras encendía el motor del auto. Sana, quien no podía sentirse más mortificado por la escena anterior, escondió su rostro entre las manos.

—Te juro que no son una manada de lunáticos —la voz salió aplastada por sus propias palmas, provocándole a Tzuyu una risa floja—. Excepto Yuta, él sí es un poco lunático.

—Parecen buenas personas —contestó la de los ojos esmeralda mientras avanzaba en su camino. No había demasiado tráfico, y las luces de los semáforos siempre estaban en verde para el amo del inframundo.

—Lo son —Sana se irguió para poder observar atentamente a Tzuyu. El mujer estaba vestido con un pantalón formal en color negro y llevaba una camisa casi obscena; de color gris claro con detalles bordados en azul muy sutilmente, y casi transparente. Sana mordió su labio inferior mientras se obligaba a no suspirar enamoradizamente—. Te ves muy guapa —expresó de todos modos como quien no quiere la cosa. Tzuyu la observó de soslayo estirando levemente la mano para entrelazar sus dedos con los de Sana. La mayor, esta vez, no llevaba sus múltiples anillos.

—Tú te ves como de un millón de dólares —Sana se rio sin dejar de temblar por aquel agarre. Esperaba que su mano no estuviese sudando.

—No seas mentirosa, es sábado y estoy de entrecasa.

—Eso no importa —respondió Tzuyu con el semblante totalmente pacifico—. Tú siempre te ves como si sostuvieras cada estrella en el cielo —y los latidos del desbocado corazón de Sana se volvieron más intensos.

Todo se sentía tan cómo en la casa de Tzuyu que Sana no había podido evitar ponerse a gusto en su nueva alfombra. El salón principal era casi del tamaño de toda la planta baja de su casa, y los ventanales enormes dejaban espiar la ciudad que desaparecía entre los borrones de noche.

Nayeon había aparecido de ningún lado con un par de botas negras que le llegaban a media pierna y una gran fuente de frutos rojos. Anuqué había saludado con cordialidad a Sana, y ella a ella, su expresión era indistinta, vacía, prácticamente desinteresada, y la menor no tardó en darse cuenta que Tzuyu no se sentía incómoda con aquello así que probablemente esa era la manera de ser de Nayeon en la cotidianeidad.

Los minutos fueron pasando hasta que se convirtieron en horas y la luna brillante alumbraba el lugar en el que se encontraban. De un momento a otro, ambas se habían deshecho de sus zapatos y, aunque seguían engullendo frambuesas, cerezas y moras, y bebiendo un champagne que superaba con creces el valor que Sana se imaginaba en su mente, estaban acostadas disfrutando de la suavidad de aquella alfombra. Parecía un peluche. Era de color marfil y olía a nueva; tan suave como la pancita de un cachorrito. Impoluta.

Tzuyu no lograba despegar sus orbes de lo despampanante que su pequeña ángel se veía recostada desordenadamente entre las fibras de la tela, con una sonrisa en el rostro destilando inocencia y relajada como sabía que lo necesitaba.

—Por favor, no te creo nada —comentó Tzuyu mientras terminaba de servirse otra copa de champagne. Sana se rio a las carcajadas y metió otra frambuesa en su boca.

—Te lo juro —prometió con seguridad—. No tengo cosquillas en ninguna parte de mi cuerpo.

—Todos los humanos tienen cosquillas de alguna forma —refutó Tzuyu volviendo a recostarse frente a la ojiazul.

—Entonces no soy humana.

—Qué coincidencia —Tzuyu rio de su chiste personal, y Sana se contagió sin entender el significado.

De un momento a otro, Tzuyu se acercó a la chiquilla para molestarla picándole el estómago obteniendo nada más que burlas de su parte. Tzuyu se rio abalanzándose al cuerpo de Sana provocando que ambas rodaran por la alfombra a las risotadas limpias hasta quedar tan cerca de su rostro que respirar el mismo aire fue ineludible.

Los ojos de ambas se encontraron encajando como piezas de rompecabezas y, por tan solo un instante, Sana juró que fueron eternos.

Sin esperar a que la pelinegra tomara acción, sabiendo que no querría presionarla, Sana fue la que terminó de cerrar aquel espacio ínfimo entre ambas, sellándolos con un beso.

Tzuyu Chou, a pesar de lo que Sana hubiese imaginado antes, besaba de manera apasionada y meticulosa, como si fuese una fuente de agua y ella estuviese inmensamente sedienta. Sabía a champagne con un dejo de fresas y a oxígeno. Sus manos, que previamente estaban apenas apoyadas en el rostro impoluto de Sana, ahora se encontraban apretándola contra la alfombra mientras se aseguraba de no dejar espacio sin acariciar en el cuerpo de la menor. Los dedos suaves de la mujer con ojos esmeralda se encargaron de probar apenas el tacto de los costados del curvilíneo cuerpo de Sana, sintiendo aquella ansiedad, aquella desesperación teñida de anhelo que le quitaba la respiración. En todos sus años de vida, y sabiendo que era el segundo ser más poderoso de la existencia, Tzuyu jamás se había sentido tan poderoso como en aquel momento; hechizada por la textura de porcelana de la piel de Sana, por sus labios que sabían a infinito y por aquel corazón que le contagiaba los latidos.

Desde hacía eones, Lucifer había odiado todo aquello que tuviese que ver con los humanos, pero en ese momento sintió que ser uno y poder sentir aquellas cosas todo el tiempo, eran una bendición.

El momento fue interrumpido prematuramente por tacones que arañaban la superficie de manera urgente. Tzuyu se separó apenas un poco, sabiendo que no tendría el tiempo suficiente para ver aquel brillo extasiado de los preciosos ojos zafiro de su acompañante. Sana sonrió, aún sin notar que el momento estaba a punto de ser roto.

—Desearía que pudieras verte a ti misma en este momento —susurró con voz tranquila y gruesa la pelinegra, admirando aquel rostro impoluto que le devolvía la mirada; ojos enormes color cian, la boca húmeda y roja, invitándola a besarla de nuevo, el cabello chocolate desordenado y con un poco de estática al haberse estado revolcando en la alfombra—. Eres el sueño húmedo de cualquiera, ángel —y entonces le guiñó un ojo. Sana se rio tontamente, irguiéndose para volver a unir sus labios, pero entonces Nayeon carraspeó parada a escasos metros de las dos. Su rostro era duro e inexpresivo.

—Tenemos visitas —anunció entre dientes, dándole tan solo una minúscula mirada curiosa a la humana que tenía frente a ella en el suelo. Era la primera vez que lograba verla tan de cerca.

Ambas se levantaron del sueño sin mucho espamento, acomodando sus ropas e intentando no lucir desbocadas como estaban.

—Hola de nuevo —la muchachita extendió la mano para darle un apretón a la mujer, pero ella elevó una ceja aun con los brazos cruzados. Tzuyu gruñó por lo bajo.

—Nayeon, sé gentil —ordenó firmemente mientras Sana se sonrojaba más aun y desistía de su saludo.

Antes de que ninguna pudiese seguir hablando, un hombre de más o menos la edad de Tzuyu, cruzó la puerta luciendo una expresión que causaba miedo y angustia. Tzuyu se había quedado sin habla y con los rasgos completamente diferentes. Sana notó su mandíbula tensa y los puños apretados a los costados de su cuerpo. Aquello no aseguraba nada bueno.

—¿Tú qué coño estás haciendo aquí? —la pelinegra prácticamente escupió la pregunta mientras el otro muchacho avanzaba hasta quedar frente a frente. Sana observó sus ojos marrones, casi negros, y la piel tan oscura como el ébano brillaba casi con luz propia—. Te hice una pregunta y espero una respuesta —Tzuyu lo presionó subiendo más la voz. Era la primera vez que Sana la veía tan molesto y actuando en consecuencia. El moreno dejo de observarlo y entonces clavó sus ojos, vacíos de expresión, en el aniñado rostro de Sana, provocándole sonrojo.

—¿No nos vas presentar? —la voz del recién llegado era grave, muy parecida a la de Tzuyu, pero con un tinte de sorna insoportable. Nayeon se mantuvo en un costado, a sabiendas de que lo mejor era no incluirse. Tzuyu suspiró largamente intentando relajarse para que Sana no se sintiera más incómoda. Qué poco oportuna había sido aquella visita.

—Sana, este es Gabriel —Tzuyu lo observó de soslayo haciéndolo sentir aún más inadecuada—. Mi hermano —entonces, aún sin prestarle demasiada atención, le sonrió falsamente al hombre de piel oscura—. Listo, ya los presenté. Nayeon te atenderá en lo que vuelvo.

Y sin poner una sola palabra más en su boca, salieron del lugar.

El viaje en auto de vuelta a la casa de Sana había sido completamente en silencio, con Tzuyu apretando el volante hasta que sus nudillos estuvieron blancos y Sana escondiendo sus ojos llenos de lágrimas fingiendo que observaba hacia afuera por la ventanilla.

Ninguna se dio cuenta de lo que la otra estaba sintiendo porque ninguna estaba mentalmente allí realmente.

Tzuyu no dejaba de darle vueltas a la visita de su hermano; uno de los cuatro arcángeles más poderosos de La Ciudad Dorada, y justamente Gabriel, con quien no había tenido contacto en milenios.

Por otro lado, Sana no podía construir ni un buen pensamiento sobre por qué Tzuyu se había puesto así con la visita de un familiar cercano en su presencia. ¿Acaso la avergonzaba? ¿No estaría fuera del closet? ¿Había algo mal con Sana?

La radio continuaba de fondo con la estática, señalando que allí no había nada que escuchar, pero ninguna de las dos hizo el amague de apagarla.

Tzuyu aparcó el auto con una fluidez impresionante frente a la bonita casa de su ángel, y solo entonces notó que Sana había pasado los puños de su abrigo por sus ojos, dejando como evidencia sus parpados hinchados y una leve irritación. La mayor frunció el ceño confundida, pero antes de que pudiese preguntar nada, Sana habló:

—Eso fue completamente incómodo —la frase, como el resto de lo que diría, parecía un desplante normal y razonable para Tzuyu, pero la voz de Sana continuaba siendo tranquila y pequeña, como si temiera reclamarle algo—. Y de todas formas aquella no es manera de actuar si estás avergonzada de mi —la chiquillo dijo aquella última palabra sintiéndose ínfima y estúpida, como una adolescente haciéndole un berrinche a su pareja, y lo último que deseaba era que Tzuyu la viera de aquella forma, aun cuando lo único que deseaba era irse corriendo a su cuarto y llorar mientras maldecía el haber sido tan tonta.

Sana abrió la puerta del auto para irse, pero entonces Tzuyu se desabrochó el cinturón con rapidez y se estiró sobre ella para cerrarla de nuevo. La ojiazul esperó pacientemente luego de oír el largo resoplido que Tzuyu había dado, aun sin poder mirarlo a los ojos.

—Jamás me avergonzaría de ti, ángel, te lo prometo —susurró apocada, esta vez dirigiéndole una fugaz mirada a su pequeña con ojos de cielo—. No esperaba que Gabriel se presentara así de repente y arruinara nuestra cita —Sana se mordió el labio inferior—. Lo cierto es, Sana, que no tengo una buena relación con mi familia, a excepción de mi medio hermano, y no los he visto en...demasiado tiempo, más del que puedo recordar.

—Oh, Tzuyu...

—No quiero involucrarte en esa mierda, ángel —admitió a media voz, aceptando la mano que Sana le tendía para acariciar la suya.

—Lamento oír eso, Tzu —susurró de la misma manera dándole un beso en los nudillos a la mayor—. Sabes que puedes contar conmigo si quieres hablar al respecto ¿verdad?

—Y lo agradezco, cariño.

—Yo lamento haber actuado así —los ojos de Sana se centraron de nuevo en Tzuyu, quien parecía un poco más animada—. Supongo que hoy estoy sensible —se rio sin gracia recibiendo una caricia suave de la pelinegra—. Mis amigas tienen un secreto entre ellas del que no puedo ser parte, aparentemente y...

—¿Un secreto? —Tzuyu pareció por demás interesada de un momento a otro, pero Sana le restó importancia.

—Sí —suspiró con molestia—. Escuché a Jihyo y Jeongyeon darle lata a Mina por estar con Dahyun, o lo que sea, y luego hablé con Jeongyeon en privado y me dijo que sí, que tenían un secreto, pero no podían decirme —la muchacha se enfurruñó más todavía, haciendo una pequeña mueca de fastidio con su boquita roja torcida y el ceño levemente fruncido. Tzuyu quería devorarla en ese mismo instante.

—¿Por qué te preocupa tanto, ángel? Son tus mejores amigas, si fuese importante realmente entonces te lo dirían ¿no crees?

—Ese no es el punto, simplemente no me gusta que me oculten cosas —Sana miró a los ojos a la humana más hermosa que había visto en su corta vida—. Yo no miento nunca y espero que las personas que me rodean tengan la misma cordialidad conmigo.

—Todos necesitamos tener secretos, cariño —Tzuyu comenzaba a ponerse más y más tensa.

—Sí, mi papá dijo lo mismo —otro suspiro se escapó de las fauces entreabiertas de la menor—. No lo sé.

—Deja de pensarlo tanto, probablemente no es nada —Sana se rio entre dientes con un sonido raro y le dirigió una mirada de sospecha a su acompañante.

—Quizás tengas razón.

—Siempre tengo razón —Sana volvió a reír, más abiertamente y Tzuyu lo observó como si fuese la dueña de cada una ellas. Apenas el momento fue apagándose, la pelinegra se acercó nuevamente a la chica de ojos bonitos y unió sus bocas fundiéndose en un beso profundo que les quitaría la respiración.

Sana sintió que todas sus terminaciones nerviosas estaban bajo el mando de la mismísima Tzuyu Chou, siendo alborotada por unos labios que lo embriagaban como el alcohol más fino, provocándole un calor que se extendía desde el rostro hasta la punta de sus dedos. Le ardía la pasión y el deseo que sentía por Tzuyu, anhelando que la tocara más allá, que la acariciara por debajo de la ropa mientras le quitaba la respiración con sus besos una y otra, y otra vez...

Un golpe algo salvaje en la ventanilla del auto las obligó a separase y Tzuyu se rio al notar quien estaba fuera, pero Sana se puso pálida como un papel.

—Ay por Dios —susurró bajando la ventanilla para encontrarse con la cara roja de Levi quien parecía a punto de echar gasolina en el auto y prenderle un cerillo apenas Sana se bajara—. ¡¿Estás demente?!

—¡Es hora de la cena! ¡La comida está servida! —gritó su hermano rojo de furia, pero controlándose lo suficiente como para saber que Sana tenía todo el derecho del mundo a tener una noviecita o lo que fuera. Tzuyu sonrió de lado y se inclinó para ver mejor el rostro de su futuro cuñado.

—Yo ya estaba comiendo —bromeó provocando que a Sana se le escapara un siseo, apretando rápidamente los labios para no dejar escapar la risa. Levi parecía todavía más enojado, si es que aquello era posible, pero antes de que respondiera, Sana abrió la puerta del auto y se bajó a toda velocidad, agarrando a su hermano del brazo con fuerza.

—Vete antes de que mastique una de tus llantas, graciosilla —sugirió la menor con una sonrisa soñadora plasmada en los labios.

—¡Y no vuelvas, degenerada! —Levi volvió a gritar provocándole la risa suelta a ambas. Tzuyu saludó con una sonrisa gigante y los preciosos hoyuelos marcados en las mejillas.

—Un gusto verte de nuevo, Levi, nos vemos pronto —arrancó el auto y se fue dejando atrás las groserías que uno de los hermanos mayores de Sana le decía.

Lo cierto es que aquello le causaba una gracia tremenda; esa familia loca y disfuncional en donde todos cuidaban de su ángel, aun cuando este no necesitara cuidados. Era lindo.

Sana era linda. Joder, no podía esperar para verla de nuevo, comerle la boca y robar de sus labios los gemidos más deliciosos.

Puto Gabriel de mierda. Si no fuera por él, en este momento podría estar todavía en la alfombra con una Sana de poca ropa, labios húmedos y ojos brillantes, jadeando y pidiendo por más.

Se las iba a pagar. Gabriel y toda la tropa de mierdas celestiales iban a pagárselas; una por una.

Quizás finalmente era hora de poner su plan en marcha.


Una disculpita por la tardanza, ya saben que no ando muy bien en cuanto a mi corazoncito.

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