7. Dahyun descubre la verdad (I)
Sabía que no era exactamente una chica observadora, quizás hasta un poco distraída e ingenua, pero había cosas que no podía ignorar.
Habían pasado tres días desde el incidente en su casa en el que su padre se había ensañado con ella más de la cuenta. No había vuelto a tocarlo desde entonces, pero Dahyun también había procurado no cruzársele en el camino a el. Se aseguraba de limpiar y hacer la comida cuando su mamá veía la tele o estaba drogada en el sofá y luego corría a su habitación a encerrarse durante lo que quedaba de tiempo para volver a clases. Lamentablemente aquello también había interferido con sus comidas diarias. No tenía dinero para ir a la cafetería de la universidad, y no tenía agallas para ir a su propia cocina, así que lo único que había en su estómago era agua y un par de naranjas que había podido robar del árbol de un vecino, pero al menos había sacado información de todo aquello. Si bien el hambre no la dejaba concentrarse, era difícil no ver a aquel tipo que medía una cabeza más que ella y pesaba probablemente el doble en músculos. Su nombre, supuestamente, era Mina Myoi; pero Dahyun recordaba claramente a otra persona llamándolo Dagon.
Al principio apareció en su mente la idea de que se había imaginado todo, pero no podía desterrar de su cabeza la convicción de que existía más verdad atrás de todo. El plato blanco que no combinaba con ninguno de los de su casa, seguía posado en su mesita de noche. No había imaginado aquello, recordaba comer los sándwiches, recordaba los labios fríos del tipo posándose en su sien antes de irse. Recordaba haber escuchado: "Lo siento Da..."
Así que hora tocaba otra tarea; descubrir quién era realmente Mina...o Dagon.
Dahyun no tenía exactamente un plan, pero necesitaba la verdad. Necesitaba saber...qué era Mina. No tenía muchos recuerdos de aquella noche, pero los que tenía no cabían en una explicación real. La paliza que Minho le había dado debería haberlo matado... lo peor de todo es que lo merecía por haber sido tan estúpida y descuidada de dejar los dibujos de Mina al descubierto.
—¿Estás bien? —una voz suave lo sacó de sus cavilaciones, pero al voltearse para ver quién hablaba se le nubló la vista y todo parecía dar vueltas. Probablemente debería conseguir algo para llenar su estómago antes de que fuese a desmayarse—. Dahyun ¿estás bien? —la morena frunció el ceño dándose cuenta de que no conocía a la persona que hablaba. Alta, ojos entre azules y grises, y el cabello en punta de color castaño.
—Sí, gracias —pero al terminar de contestar volvió a marearse y tuvo que sujetarse de la extraña, dejando caer al suelo las muletas y el peso de su cuerpo sobre ella.
—Joder, ven conmigo —la castaña se las arregló para sujetar el cuerpo esquelético de Dahyun y las muletas que habían caído.
—Disculpa pero ¿Quién eres? —al instante, Dahyun se vio resguardada contra la pared y sentada en una banqueta afuera de la universidad.
—Jeongyeon, soy tu compañera en la opcional de Francés —Dahyun no reconocía aquel rostro ni aquella voz de ningún lado.
—¿Jeongyeon qué? —se sentía muy insegura de pronto. Aquella tipa estaba demasiado cerca de ella.
—Jeongyeon a secas.
—Okay... —decidió que lo mejor era no presionar, sobre todo cuando notó el cambio de tono en la antes pacífica voz de la muchacha de ojos grises.
—Estás muy pálida, deberías ir a la enfermería —Dahyun pensó en aquella posibilidad, pero entonces recordó los cortes de su rostro y los innumerables moretones del resto de su cuerpo.
—No, estoy bien, es que no tuve tiempo de desayunar hoy —mintió con el rostro impasible. Se había vuelto un experto en aquello, tanto que había conseguido que nadie le preguntara nada cuando estaba marcada.
—Ah —respondió aquella muchacha con el ceño semi-fruncido. Tenía la boca inexpresiva en una sola línea. La mandíbula cuadrada era perfecta para hacer una escultura. A Dahyun le picaban las manos por tomar medidas y dibujar el contorno de su silueta.
—Gracias por no dejar que me diera la cara contra el piso —la morena intentó sonreír, pero solo había logrado una mueca extraña.
—No parece que necesites ayuda con eso —respondió la otra señalando los claros guijarros violetaceos de su semblante. Las mejillas de Dahyun se tiñeron de un rojo casi bordó, pero estaba segura de que no se le notaba. Jeongyeon sonrió de lado con amabilidad—. Lo siento, no pretendía hacerte sentir incómoda.
—No, está bien, no pasa nada —Dahyun agarró las muletas y comenzó a pararse con toda la rapidez que le fue posible, en un movimiento poco fluido—. Soy bastante torpe al decir verdad.
—¿Necesitas ayuda?
—No, puedo sola —pero cuando estaba por largarse del lugar a su próxima clase, el perfil de Jeongyeon la tomó por sorpresa. La había visto, muchísimas veces, ¿cómo no lo había notado antes? Era uno de los del grupo de Sana Minatozaki. Por lo tanto, conocía a Mina. Dagon. Como se llamase en realidad.
—Bueno, nos vemos.
—¡Espera! —Dahyun estiró la mano dejando caer accidentalmente una muleta. Jeongyeon parecía desconcertada—. En realidad sí necesito ayuda, tengo que llevar mis libros de geometría —las pestañas largas y voluminosas de la morena se batieron con dulzura haciendo que sus ojos chocolate se vieran aún más adorables. Jeongyeon se rio por lo bajo y asintió un par de veces.
—No hay problema —comenzaron a caminar a paso muy lento pues Dahyun apenas estaba acostumbrándose a las muletas sin parecer idiota y sin sentirse incómoda.
—¿Qué estudias?
—Relaciones internacionales ¿tú haces arte, no? —Dahyun frunció el ceño. Le molestaba que esta tipa supiera de ella varias cosas sin que se las hubiera dicho.
—Sí, ¿eres amiga de...la chica esa alta con ojos marrones? —intentó no decir su nombre en caso de que se equivocase.
—Tengo muchas amigas altas con ojos marrones —contestó socarrona. Un suspiro se escapó de los labios de Dahyun. No podía creer que había tenido tantas agallas como para hablarle a una desconocida y hacerle preguntas. Todo aquel coraje, de pronto se le desvaneció convirtiéndola otra vez en un ser indefenso e inseguro.
—Claro —respondió sin interés en indagar más en el tema. Jeongyeon se notaba divertida y aquello la molestó un poquitito, pero se quedó en silencio hasta que llegaron al salón—. Gracias por acompañarme —Jeongyeon dejó los libros en un pupitre vacío y sonrió de manera automática.
—No hay de qué, un gusto Dahyun —respondió, y acto seguido desapareció tras sus pasos.
—Eso salió de maravilla —susurró la morena para sí misma mientras se hundía con dificultad en el asiento. Conseguir información de Mina era más difícil de lo que había supuesto al principio. Iba a ser un largo día.
Tzuyu ni siquiera pudo sentirse ofendida cuando Sana le pidió que se quedara en el auto hasta que envolviera el regalo de Mina para la fiesta. Sabía que era demasiado pronto para que sus padres la conocieran, para invitarla a entrar en su espacio personal.
Pasaron apenas unos minutos cuando Sana volvió al auto corriendo con apremio, regalo en mano y una chaqueta gris oscura completamente distinta al anterior suéter amarillo con patitos, tan adorable, que había tenido a la tarde.
—Siento haber tardado, me olvidé de darle de comer a mi hámster —una risita cantarina rompió el silencio en el que Tzuyu se había sumido. Sana olía a duraznos maduros y suavizante de tela.
—No hay prisa, ángel, dudo que Mina vaya a sentirse ofendida por la glotonería del minúsculo Goliat —encendió la calefacción mientras arrancaba el auto. Hacía algo de frío para la humana, y Tzuyu lo sabía a pesar de no sentir ella misma la temperatura.
—Uf no conoces a Mi, es súper intensa con la puntualidad —la chica escondió sus manos delicadas en el interior del saco y se mantuvo apenas inclinado hacia el lado de Tzuyu para poder fijar sus orbes en cada detalle de éste, cosa que no pasó desapercibida por Lucifer.
—La puntualidad es importante, cariño —agregó sin saber exactamente qué decir. Estaba bastante segura de que: "Sí, lo sé, es una imbécil de mierda intachable que está desesperado por la aprobación de todo el mundo, incluido mi padre", no era la respuesta más acertada.
—Sí, ya sé —contestó—. Levi me mandó un mensaje de texto hace un ratito, me dijo que venía de visita el fin de semana, y Yuta viene mañana.
—Pensé que Yuta vendría recién para Navidad —Tzuyu sonrió suave para que la pequeña no notara la picardía que ocultaban sus facciones. Era tan fácil manipular a los humanos para que hicieran algo. Además su ángel los echaba de menos ¿qué podía ella hacer? ¿Ignorarla?
—Yo igual, pero dijo que tuvo problemas en el trabajo y va a quedarse un tiempo aquí, hasta pidió licencia en el instituto de fotografía, creo que es grave —la niña se veía preocupada en exceso, así que Tzuyu decidió, por un minúsculo momento, dejar de ser Tzuyu y seguir siendo Lucifer: estiró su mano hasta la mejilla del de cabello chocolate y con una desapercibida caricia provocó que se calmara de manera antinatural.
—Va a estar bien —susurró, a sabiendas de que sus palabras traspasarían las barreras de lo consciente y se instalarían directamente en su cerebro.
—Va a estar bien —repitió Sana como autómata mientras sus ojos se cerraban y abrían incontables veces en un parpadeo que lo único que buscaba era despertarla de aquel hipnótico viaje.
Tzuyu quitó su mano de la cara de la menor y continuó manejando a una velocidad tan humana que le incomodaba hasta límites insospechados.
—¿Te molesta si pasamos un momento por mi casa? No quiero llegar con las manos vacías.
—Tzu, no tienes que llevar nada, en serio —Sana se inclinó ligeramente para cambiar la canción que sonaba en el estéreo, pero no se detuvo en ninguna parte y siguió tocando botones aleatorios—. Es una reunión chiquita, Mi no se junta con muchas personas.
—Con mayor razón, ángel —Lucifer sonrió ampliamente mientras se dedicaba a cambiar a verde todos los semáforos que se le cruzaban. Dio un giro al tomar la calle Delaware y siguió con las diez cuadras que los separaban de su hogar. Le emocionaba en demasía tener a su pequeña Sha en su espacio, llenándola todo de sus dedos curiosos, cambiando de lugar las cosas como solía hacer y dejando un haz de perfume de durazno por la casa—. Así que...Mina no tiene muchos amigos —declaró. Sana la miró de soslayo y sonrió suavemente.
—No, pero no lo mal pienses, no es que sea asocial ni nada, solo que es algo tímida —a Tzuyu se le iluminó el rostro. Dagon era la imbécil más pagada de sí misma que había conocido en su existencia. Escuchaba los rumores que venían de La Ciudad Dorada y para nada hablaban de una Dagon tímida.
—¿Sí? No lo aparenta —respondió con los dientes apenas apretados. Detestaba no poder soltarle todo a Sana. Eran almas gemelas, se suponía que podían decirse cualquier cosa sin temor, pero claro...aquella concepción cambiaba bastante cuando se trataba de una humana y el diablo.
—Oh, sí, no sabes —Tzuyu comenzó a programar el portón automático de la cochera para guardar el Porsche, prefería usar el Camaro si la reunión no era muy grande—. De hecho, creo que le gusta una chica, ella piensa que no me he dado cuenta pero todo el tiempo la está mirando cuando coinciden en alguna parte ¡¿ésta es tu casa?! —Sana perdió el hilo de la conversación al observar la imponente construcción que se erguía delate de sus ojos, pero no tuvo tiempo de apreciar demasiado ya que habían ingresado a un garaje donde, al parecer, todos los vecinos guardaban sus autos. Tzuyu volvió a reírse y un hoyuelo se le dibujó en el costado de la boca.
—Cuéntame más de eso — la pelinegra hizo que la conversación volviera hacia su tema anterior. Le interesaba enterarse más sobre Dagon y su pequeño desliz; sabía que iba a servirle para futuros chantajes.
—¿Tus vecinos también tienen mucho dinero como tú? —Sana seguía con sus pequeños ojos clavados en los casi quince autos que estaban allí—. Sé que es de mal gusto hablar de dinero, lo lamento, pero nunca había visto tantos coches de lujo en un solo lugar, excepto por la vez que Dominic me llevó a una exposición de autos en New York, fue increíble.
—Son míos —respondió con simplicidad Tzuyu mientras aparcaba al lado de un Lamborghini azul eléctrico. La boca de Sana colgó con sorpresa con una expresión tan divertida que hizo reír a Tzuyu—. Y por cierto, no tienes que disculparte conmigo por hablar de lo que te apetezca, me gusta oírte y no te juzgaría por algo tan trivial como la mención de dinero, cariño —Tzuyu abrió la puerta para salir, perdiéndose por completo el rubor carmín que le trepaba a la humana por las suaves mejillas, pero para su disfrute, aún estaba allí el sonrojo cuando procedió a abrirle la puerta del auto para que bajase. Sana se mantenía quieta, anonadada y tan complacida que un calor le recorrió la espalda completa.
—Ay Tzuyu... —suspiró sin poder contenerse.
—¿Qué?
—Nada, nada, es que a Dios se le rompió el molde luego de hacerte a ti —contestó, pero la respuesta no fue la esperada. Tzuyu torció el gesto y se aclaró la garganta sin entusiasmo. La acritud de las palabras dichas por la muchacha fueron visiblemente incómodas, pero intentó disimularlo para no herir sus sentimientos. Lamentablemente no había nada que pudiera hacer por el momento hasta encontrar la situación adecuada para decirle la verdad de todo a Sana.
—¿Subimos? —optó por contestar mientras le ofrecía la mano a la chiquilla. Había estado tantas veces tan cerca de su piel besada por el sol, sin poder tocarla, sin poder sentirla, y ahora estaba allí tomando su mano, acariciándole el dorso con el pulgar, acunando su mejilla cuando tenía oportunidad. Tanta cercanía parecía irreal y tan satisfactoria que no creía ser merecedor de semejante recompensa.
Lucifer no pudo evitar notar que las manos de su ángel estaban heladas, siempre estaban heladas, y aquello le recordaba al inframundo. Se preguntó por un momento si tendría algo que ver su presencia o su tacto, si ella estaba dándole tanto frío a la menor; pero al no poder responder aquello se limitó a hacer todo lo posible para mantenerlo caliente. Cualquier lugar al que entraban, Tzuyu se encargaba de manipular el ambiente hasta lograr calidez.
Subieron por el ascensor con una musiquita de fondo bastante irritante, pero lo mejor fue ver a Sana jugando con los botones y preguntando qué hacía cada uno ya que no solo marcaban los pisos, sino también que prendían el aire acondicionado, la luz, manejaban la música y la calefacción de ahí.
Una vez dentro de la casa, en el piso que Lucifer realmente estaba interesada en que Sana conociera, se dispuso a buscar entre sus botellas de bebida algún buen vino tinto para llevar. Sabía que Mina odiaba el vino tinto, y suponía que tontín y tontón tampoco eran muy afines con él.
—¿No te da miedo que se rompan las ventanas y caer al vacío? —Sana estaba pegado al gigantesco ventanal lateral que daba directamente a la calle, divisando las luces de todo el lugar. Tzuyu se acercó por detrás y posó su barbilla en el hombro de la menor observando hacia el vacío, pero realmente solo ansiaba el calor del cuerpo de su ángel y el aroma de su piel penetrando en su nariz. Quería besarle todo el cuerpo, lento, suave, hasta tenerla jadeando extasiada.
—Son solo cuatro pisos, aparte si yo me caigo desde aquí, ni siquiera podría hacerme un raspón —Sana se rio cantarinamente y se volteó dándole la cara a Tzuyu.
—Ay, sí, tú la indestructible —una caricia suave le borró a Sana la sonrisa del rostro, intercambiándola por un gesto de devoción que pocas veces había visto Tzuyu. Comenzaba a pensar que enamorarla no iba a ser tan difícil como se lo planteaba al principio. Quizás era algo inherente a las almas gemelas; no podías no amar a quien te había tocado. Quizás Sana ni siquiera comprendía por qué con nadie más había sido así, por qué de pronto lo invadía el desasosiego por aquella mujer que había aparecido en su vida hacía tan solo dos semanas—. Tzuyu... ¿crees que esté bien si...? —pero no se animó a culminar la frase. No, no, se estaba equivocando, estaba yendo demasiado rápido. No quería parecer fácil. No quería que Tzuyu pensara que ella era fácil.
—¿Sí? —Sana mordió su labio inferior para detener la pregunta, pero era Sana; no podía mantener su boca cerrada.
—¿Crees que esté bien si nos besamos? —todos los colores se le subieron al rostro de repente y sintió un calor interno recorrerle las extremidades hasta colarse por su cuello y treparse en su cuero cabelludo. Una sonrisa socarrona se le dibujó a Tzuyu en el cincelado rostro perfecto.
—¿Por qué no iba a estarlo, ángel?
—Es que no quiero parecer increíblemente accesible, pero la verdad es que...deseo mucho ser besada por ti —a Tzuyu se le escapó un resoplido desconforme mientras subía su mano y acomodaba el cabello revoltoso de la niña. No podía concebir que hubiese alguien tan perfecto.
—No hay un tiempo correcto para cuando besar o hacer lo que sea con otra persona, ángel, cada quien disfruta de su sexualidad y sensualidad como más le guste, y eso no debería ser un parámetro de medida sobre lo accesible o no que pueda un ser humano parecer —Tzuyu habló con seriedad y un poco de mal humor. Los humanos y sus prejuicios la exacerbaban—. Tienes veinte años, cariño, puedes hacer lo que tú quieras y que se joda el que te juzgue —un beso suave fue posado sobre la frente de Sana a quien se le llenó el pecho de algo demasiado parecido al amor—. Y si alguien te dice fácil puedo matarlos, tu solo da la orden, reventar cabezas es más sencillo de lo que piensas —aseguró con firmeza, pero Sana se limitó a reír con entusiasmo por aquellas ocurrencias de la ojiverde.
—Me alegra saber qué piensas eso, creo que tengo mucho que analizar —declaró finalizando la charla, pero ninguno de los dos se atrevió a moverse. Tzuyu deseaba besar a Sana y Sana deseaba ser besada por Tzuyu, pero había inseguridades más fuertes que el anhelo; aquellas que se sumían en incertidumbre, preguntándose cuando sería el siguiente paso.
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