6. ¿Cuantas citas antes de enamorarse?
Si había algo en lo que el rey del inframundo era magnifico, eso eran las guerras.
La discordia, el caos, plantar una pequeña semilla que llevase todo a la mierda. Tzuyu no era naturalmente violenta, pero por venganza o aburrimiento podía desatar los peores conflictos. Había tentado a Eva simplemente por molestar a su padre, así que no era difícil de adivinar lo que era capaz de hacer por Sana Minatozaki.
La hora de actuar había llegado antes de lo previsto, y ella era una tipa muy preparada. Siempre diez pasos delante del oponente, adivinando movimientos, calculado su siguiente golpe.
Su ejército era enorme, pero traerlos a la Tierra suponía un peligro para la humanidad, y más importante, para Sana. Si quería ganar, necesitaba algo pequeño pero voraz. Algo que arrasara. Necesitaba a sus jinetes.
—¿No estás exagerando un poco? Aún no han movido piezas arriba —Andras intentaba ser racional por una vez en su eternidad. Llevaba demasiados años al lado de Lucifer, comprendía que era el ser más testarudo del universo, pero aquel plan era descabellado. La Ciudad Dorada no se había pronunciado todavía ¿Cuál era la necesidad de actuar con premura?
—Si los golpeamos desprevenidos, golpeamos dos veces —Tzuyu se puso la chaqueta beige sobre la camisa verde y volteó a ver a la pelirroja mientras insistía con los ojos negros delatando su naturaleza.
—No, Tzuyu, si golpeamos primero nos van a noquear, es tu padre del que hablamos —Andras escupió en el suelo con desdén—. Necesitamos algo más leve primero, esperar a ver sus movimientos y actuar en consecuencia —Tzuyu lo pensó un momento y de a poco los ojos inhumanos comenzaron a volverse verdes. Una sonrisa ladina se formó en sus labios rellenos.
—Por eso tu eres la estratega, Andras, siempre sabes qué hacer —tomó de la mesa su billetera y las llaves del Porsche —. ¡Nos vemos más tarde!
La universidad de Sana era estéticamente agradable, pero no muy prestigiosa. Tzuyu sabía que Sana merecía algo mejor, que podía con algo mejor, pero también sabía que la ojiazul aspiraba a algo diferente. No quería solo un título que dijera que era la mejor historiadora de Estados Unidos, ella quería ser profesora de secundaria; quería influir en los muchachos recién florecientes, quería plantar la semilla de la curiosidad en los adolescentes. Era tan noble y tan utópica... pero Tzuyu no se sorprendía con nada. Conocía tan bien el corazón de su ángel que podía verle el alma. La conocía tan bien...que le aterraba confesarle quien era. ¿Hasta cuándo podía seguir aquella omisión con gusto a mentira?
Las miradas de demasiadas personas estaban posadas en aquel auto negro con vidrios tintados y la escultural mujer apoyado en un costado. Sana escuchaba el rumor de las chicas, comentando lo guapa que era la pelinegra, y de los chicos con los ceños fruncidos y la incógnita pintada en el rictus. Tzuyu había ido a buscarla, lo cual no tendría por qué sorprenderla; se lo había dicho, pero es que todavía se sentía insegura.
Tzuyu era simplemente de otro mundo; amable, graciosa, sarcástica, dulce, guapa y ¿se había fijado justamente en ella? ¿En Sana Minatozaki? No tenía un problema de autoestima, por supuesto que tenía días en los que odiaba su cara como todo el mundo, pero a diario sus padres alimentaban su amor propio, al igual que sus hermanos a quienes adoraba con todo su corazoncito, pero es que ¿no era extraño? Una tipa así en una fiesta de universitarios con un montón de personas alrededor que llamaban mucho más la atención..., y se había fijado en ella.
Media sonrisa ladina se dibujó en aquellos perfectos labios rosados de la pelinegra que lo esperaba en su auto. A Sana se le detuvo el corazón por unos segundos y no pudo evitar el suspiro de enamoramiento que le brotó de lo más profundo de su ser. Mordió su labio con la cara roja. Tenía que comportarse si no quería espantarlo.
El muchacho de ojos cerúleos comenzó a caminar más rápido hasta casi llegar a su destino, pero entonces fue interceptado por dos rostros que conocía infinitamente bien; Jeongyeon y Jihyo.
—¿Dónde vas? —Jihyo sonrió de manera plástica interponiéndose entre los cinco pasos que separaban a Sana de Tzuyu.
—Con... Tzuyu... —respondió ella mientras acomodaba su cabello chocolate con tal de evitar la mirada que le perforaba la frente. Mordió su labio de nuevo y tomó de la mano a Jihyo y Jeongyeon—. Vengan, los voy a presentar —se rio divertida de aquello porque era muy pronto. Apenas se estaban conociendo y ya le iba a presentar a sus amigos más cercanos.
—¡¡¡NO!!! —Sana se detuvo en seco notando que Tzuyu ocultaba una sonrisa que le llegaba a los ojos detrás de aquellas modernas gafas negras, pero lo ignoró. Sus amigos gritaron al unísono y ahora todos los de la universidad los observaban. Sana deseaba ser tragada por la tierra.
—Es que estamos ocupadas —Jeongyeon se aclaró la garganta y acomodó su mochila en el hombro.
—Son dos segundos —Sana intentó razonar con ellas, y vio aquella chispa de rendición en los ojos celestes de Jeongyeon, pero Jihyo se mantenía impasible.
—Tiene cara de asesina serial, Sha —expresó la rubia apretando los dientes.
—Están literalmente a medio metro, puedo oír todo lo que dicen —le voz gruesa y firme de Tzuyu hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. Por un pequeño instante, Sana se perdió en sus propios pensamientos, imaginando como sería tener aquella voz gruñendo cerca de su oído. Soltó un resoplido fuerte y volvió a avanzar hasta acortar la distancia entre sus amigas y la chica con la que estaba saliendo.
—Tzu, ellas son Jihyo y Jeongyeon —Sana se volteó a verlas con una sonrisa impoluta—. Chicas, ella es Tzuyu Chou.
—Un gusto, muchachas —respondió el de ojos verdes con una sonrisa socarrona que claramente ocultaba algo. Sus amigas parecían incómodos.
—¿Se conocen de algo? —Sana no pudo aguantar su curiosidad y tampoco detener su habilidad innata de decir todo lo que estaba pensando.
—No claro que... —comenzó Jihyo.
—¿De dónde nos íbamos a conocer? No —Jeongyeon le cortó la mitad de la frase. Tzuyu se rio divertida.
—¿Seguros no nos conocemos de alguna parte? Oh, vaya, tienen un rostro muy común entonces —Sana frunció el ceño luego de escuchar a Tzuyu. Jihyo y Jeongyeon tenían un semblante tallado por los dioses, no había muchos seres humanos con aquella buena fisionomía. Definitivamente resaltaban.
—Hablas mucho, ¿no? ¿Te gusta hablar tanto siempre? —Jeongyeon comenzó a apretar la mandíbula mientras escupía las palabras con desprecio. Aquello no era buena señal.
—Esto se puso súper raro ¿no? —la vocecita dulce y suave de la menor provocó que los tres centraran sus orbes en ella. El aire se podía cortar con cuchillo.
—Demasiado raro para mi gusto ¿nos vamos? —agregó la pelinegra mientras acomodaba las mangas de su camisa verde luego de haber colgado el saco beige en el respaldar del asiento.
—Sí, mejor, nos vemos en la noche, Sha —Jihyo no quitó nunca los ojos centelleantes de Tzuyu, pero aquello no parecía incomodar en lo absoluto a la mujer.
—Oh, sí, quizás llegue un poco tarde a casa de Mina porque tengo que envolver su regalo —respondió la aludida con entusiasmo, olvidando por completo la anterior escena.
—¿Festejan algo? —Tzuyu parecía cada vez más divertida.
—Es el cumpleaños de Mina —respondió Jeongyeon con seriedad, oliendo las intenciones de aquel ser que conocía tan bien.
—No me digas —Tzuyu se rio cantarinamente mientras subía los lentes negros hasta acomodarlos sobre su cabeza—. ¿Harán una fiesta?
—¿Quieres venir? —Sana parecía extasiada con todo aquello, con sus pequeños orbes azules brillando de emoción sin darse cuenta del terror y el enojo que reflejaban sus amigas. Solo tenía ojos para Tzuyu.
—Yo encantado, ángel —Jeongyeon, quien se encontraba bebiendo un poco de agua de su botella, se atragantó con aquel apodo tan desafortunado e irónico.
—¿No deberíamos consultarlo con Mina primero, Sha? —Jihyo, la voz de la razón, se convirtió en un manojo de ansiedad. Se le estaba saliendo de las manos el asunto.
—Yo lo llamo en un rato y le aviso, no va a tener problema, es Mina —Sana se acercó a Jihyo y le dio un abrazo para luego repetir la acción con Jeongyeon—. Nos vemos en la noche, las quiero.
—Adiós, chicas —se despidió Tzuyu mientras le abría la puerta a la pequeña, guiñándole un ojo a sus amigas quienes se habían quedado de piedra y sin una palabra en la boca.
Cuando la rubia intentó reaccionar, el auto ya había arrancado y comenzaba a alejarse.
—Ay por Dios —exclamó con una mano en su pecho, a punto de tener un ataque de nervios. Jeongyeon le pegó un guantazo detrás de la cabeza.
—No digas su nombre en vano, tarada.
—¡¿No viste lo qué acaba de pasar?! —Jihyo se frotó las sienes—. Otro problema, otro problema, no han pasado ni dos días y ya hay ¡otro problema!
—¿Me estoy perdiendo de algo? —Jihyo miró a Jeongyeon mientras suspiraba.
—¿Recuerdas que hablamos de Mina siempre desapareciendo y comportándose extraño?
—Si... —contestó el castaño con inseguridad.
—Bien... hay algo que no te he contado.
El día estaba precioso. Por alguna razón, casi no hacía frío aunque estaban en Octubre, así que a Sha le había bastado con ponerse un suéter amarillo pastel que tenía el dibujo de un patito pequeño en ambas mangas; se lo había tejido su hermano mayor, Christian, en su cumpleaños pasado cuando todos andaban en una mala racha económica. Sana siempre había admirado a Chris porque sabía hacer de todo, había aprendido mucho quedándose con él y todos sus hermanos cuando su padre y madre salían a trabajar todo el día y llegaban a casa exhaustos. Ahora todo era mejor, él y Dominic trabajaban en una editorial importante en New York y podían darse ciertos lujos. Lujos materiales, por supuesto, pero todos los Minatozaki hubiesen preferido que tuviesen el lujo del tiempo. Aquello le entristecía demasiado. Echaba mucho de menos su familia.
—¿Está todo bien, ángel? —la voz suave de Tzuyu la sacó de sus ensoñaciones. Aún no se acostumbraba a aquellos cambios bruscos en la tonalidad con la que hablaba con ella, como si fuese un cervatillo que podría asustarse si le alzaban la voz.
—Solo estaba pensando... —respondió de pronto, volviendo a poner una sonrisa en su perfecto rostro besado por el sol. Las manos inquietas de Sana pronto se entretuvieron con la gaveta del auto donde Tzuyu tenía un montón de papeles diferentes de colores brillantes.
—¿Quieres hablar al respecto? —la música suave de jazz sonaba muy de fondo acompañando el ambiente.
—Mis hermanos están lejos y los echo de menos —un suspiro se escapó de los labios de la muchachita de ojos azules mientras batía sus largas pestañas con inocencia. Tzuyu despegó una mano del volante y acarició aquel pómulo cincelado con ahínco.
—¿No los ves hace mucho?
—Más o menos...Chris y Dom vienen a casa cada dos o tres meses, pero Levi no ha aparecido en seis, llama seguido y todo, pero no es lo mismo —Sana volvió a guardar las cosas en la gaveta y prosiguió a toquetear el compartimento que estaba cerca del estéreo. Este auto era nuevo, olía a nuevo, así que le sorprendía que tuviera tantas cositas escondidas.
—¿Kenji? —preguntó Tzuyu, provocando que las manos inquietas de Sha se detuvieran al mismo tiempo que estacionaba el auto.
—A Kenji no lo veo hace más tiempo, yo no le agrado mucho así que va a casa de mis padres cuando no estoy —Sana había dejado de prestar atención a la charla, anonadado con el paisaje que los rodeaba. ¿En qué momento se habían salido de la ciudad?
El auto permaneció quieto a la vera de una colina con el pasto de un color extraño, víctima del otoño, y la vista de toda la ciudad al frente de sus ojos.
—¿Por qué dices eso? —pero Sana no contestó. Bajó del auto despacio sin esperar a que Tzuyu la siguiera, y se acercó lo más que pudo para sentir el aire golpeando su rictus, desacomodándole el cabello. Una sonrisa auténtica, con todos los dientes, se apoderó de sus labios. Olía a limpio, a pasto, flores y tierra. Hacía demasiado tiempo que no se escapaba de aquella prisión de asfalto con subidas empinadas y edificios grandes.
—¿Cómo encontraste este lugar? —la muchacha se dio la vuelta encontrándose con una imagen que difícilmente se le borraría de la memoria.
Allí, parado con una posición relajada y las manos en los bolsillos, estaba Tzuyu. El cabello negro bailaba con el viento que parecía acariciarlo con suaves pinceladas, el sol de media tarde que chocaba contra sus ojos increíblemente verdes, un matiz que desconocía y era resaltado aún más por el color de aquella ondulante camisa. Jamás podría volver a ver el verde de la misma manera. Las mejillas de la mujer estaban apenas sonrosadas y se notaba el crecimiento suave y casi imperceptible de su barba.
—Oh vaya... —agregó sin aliento la menor, rompiendo aquel hechizo que posicionaba a Tzuyu como un ser celestial e intocable. Estaba allí, delante suyo, realmente.
—¿Qué? —preguntó moderadamente éste mientras acortaba la distancia entre su cuerpo y el de la pequeña. Las pulsaciones de ambas subieron y el único sonido que los colindaba era el silbido suave de la brisa.
—Eres increíblemente hermosa —murmuró Sana con los ojos puestos en aquella boca que le quitaba el sueño. Tzuyu sonrió ladina y acarició la peca imperceptible en el labio inferior de Sana.
—Gracias, ángel —Tzuyu se inclinó hasta quedar a la altura de los ojos de Sana—. Tú pareces hecho de polvo de estrellas.
—Qué cosas tan raras dices, Tzuyu —Sana rio tontamente sintiéndose cohibida por la cercanía. Sintiéndose cohibida por aquello que tenía tantas de hacer: besarla, y podía jurar que aquel anhelo era reciproco—. Siento que todo esto va a la velocidad de la luz ¿sabes? —puso un paso de distancia entre ambas, provocando que Tzuyu volviera a su posición original—. Pero al mismo tiempo es como si te conociera de toda mi vida.
—Me pasa lo mismo que a ti... —pero aquel murmullo parecía con doble intención, una que Sana no lograba descifrar todavía.
—¿Y no te aterra? —preguntó la menor, dando otro paso atrás. Tzuyu volvió a acercársele.
—No soy alguien se aterra con facilidad, ángel.
—Ya... pareces muy seguro de ti misma siempre —una mano suave viajó por el antebrazo de la ojiazul hasta llegar a su mano. Tzuyu le tomó la mano entrelazando los dedos, sintiendo como el corazón se le desbocaba.
—No siempre —contestó intentando mantener a flote aquella intimidad nueva. Aquella cercanía desconocida por ambos—. Tú me haces sentir vulnerable —agregó, pero a Sana se le escapó otra risilla tonta.
—Esa fue la frase más armada y cliché que escuché en mi vida —Tzuyu se le unió a las risas, pare luego atraerla hacia su cuerpo de un tirón un poco brusco, haciéndolo chocar en su pecho. Sana se quedó sin aire de pronto.
—Tengo un largo repertorio si quieres escuchar más —las mejillas de Sana se encendieron, pero no quiso pensar en aquello. Se sentía indefensa y pequeña. Quería quedarse a vivir entre los brazos de Tzuyu.
—Depende...
—¿Depende de qué? —siguiendo con las caricias, Tzuyu llevó la mano derecha de Sana hasta sus labios y besó cada uno de sus nudillos con dulzura.
—¿Le dices esas cosas a otras personas o...? —la inseguridad se coló entre las palabras de la muchacha, pero Tzuyu le tomó la barbilla e hizo que lo mirara fijamente.
—¿Quieres que se las diga a otras personas? —Sana negó suavemente—. ¿Quieres exclusividad?
—Apenas estamos conociéndonos —la vocecilla chillona de Sana se oía cada vez más baja.
—Podemos continuar conociéndonos y ser exclusivos —había algo que le decía a Sana que aquello no era necesario. Que se conocían de otra vida, de otras vidas...que era el destino, que era...amor. Que eran esas tonterías de adolescentes en novelas románticas y películas de mala calidad. Algo en Tzuyu le hacía sentirse segura, protegida y eterna. Algo que jamás había experimentado con nadie.
—Eso me gustaría mucho —Tzuyu sonrió con aquella respuesta que tanto ansiaba.
—Perfecto —respondió la pelinegra, besando por última vez la mano de Sana—. ¿Te gustan los picnics? —los ojos de la menor se iluminaron como los de una niña pequeña y asintió muchas veces de manera automática.
La tarde pasaba lenta y todo se sentía perfecto. Extraño, nuevo, pero increíble.
Tzuyu había pensado en todo, como en una de esas películas de los ochenta que a Sana le encantaba mirar; un mantel de cuadros extendido sobre la grama apenas crecida, dos copas con champagne sin alcohol y una canasta con sándwiches, frutas, galletas y servilletas dentro. El susurro del viento se oía apenas a sus espaldas, y la charla amena completaba aquella escena con la que la ojiazul solo podría haber soñado. Tzuyu le hablaba de todo un poco, era impresionante lo mucho que sabía de música, cine y arte en general, pero cuando comenzó a comentarle lo mucho que disfrutaba de la historia y le dijo datos exactos y muy detallados de ciertos acontecimientos, fue su perdición.
Por su parte, Sana le contó anécdotas con sus hermanos y sus padres, las cosas que Goliat había roto y la vez que estuvo una semana desaparecido y lo dieron por muerto. Yuta hasta había organizado un funeral con una cajita de zapatos y velas encendidas. Levi había cortado las gardenias de su mamá para hacerle un altar al hámster, algo por lo que Nako los había castigado después, cuando Goliat apareció durmiendo dentro de una bolsa de harina.
Tzuyu también le contó de Andras, pero sin dar demasiados detalles, lo cual no sorprendía en absoluto a la menor. Se había dado cuenta de que a veces la pelinegra omitía detalles personales de su vida, lo cual atribuyó a ser una tipa reservada. Sana deseaba preguntarle sobre su familia, pero luego de un par de comentarios desdeñosos sobre su padre decidió abandonar el tema.
Cuando se dieron cuenta la botella de champagne estaba vacía, la comida casi se terminaba y el sol comenzaba a ocultarse tras un mar de edificios a lo lejos de la colina. Sana no deseaba irse de allí nunca. Fantaseaba con atesorar aquel momento por siempre en una cajita de cristal y poder revivirlo cuantas veces lo desease.
—Deberíamos irnos o llegaremos tarde a la reunión en casa de Mina —dijo Sana. Tzuyu se apoderó de las manos de la muchacha y las acaricio con insistencia.
—No debería ir contigo —susurró incómodamente, dándole un beso suave a sus manos. Sana se sentía en las nubes con tantos mimos, tanto que casi la distrajo de aquella declaración—. A tus amigas no les agrado mucho.
—No es eso —Sana cerró la distancia que las separaba y apoyó su cabeza en el hombro de la pelinegra—. Se preocupan mucho por mí por algo que sucedió cuando yo era más chica.
—¿Qué cosa? —los dientes de Tzuyu se apretaron. Una pausa larga se hizo entre ellas.
—No estoy listo para hablar de ello, pero confía en mi ¿sí? Se van a acostumbrar cuando te conozcan y sepan que eres una buena persona —Tzuyu rio por lo bajo, pero Sana no entendió de qué.
—Bien, en ese caso será mejor irnos ahora, no quiero darles la impresión de ser impuntual —se pararon al mismo tiempo con un poco de modorra, sin querer realmente separarse la una de la otra. A Sana se le cruzó la idea loca de tener a Tzuyu en su cuarto, en su cama, y poder dormir en su pecho mientras ésta le acariciaba el cabello.
—Tzuyu —la llamó mientras terminaban de acomodar las cosas en el auto.
—¿Sí, ángel? —el cielo dejaba de verse anaranjado para pasar a un azul cuasi oscuro.
—Realmente me gustas mucho —Tzuyu paró en seco para dirigirle una mirada significativa a la ojiazul. Se encargó de expresar con sus orbes todo aquello que estaba sintiendo en su cuerpo. Acarició su mejilla tersa y sonrosada para luego dejar escapar un suspiro soñador.
—Tú me haces sentir humana, Sana.
—Eres humana —respondió con una sonrisa en el rostro.
Tzuyu se mordió el labio para no responder. ¿Cómo le hacía entender a la niña lo que sentía sin asustarla? ¿Cómo decirle que no era un humana? Que Sana la transformaba, ponía sangre en sus venas y un palpitar constante en su corazón. Sentía escalofríos cuando la tocaba, su piel se le erizaba con la sola idea de tenerla para siempre.
¿Cómo le explicaba a Sana que había aprendido a respirar oxigeno por ella?, había dejado su helado hogar en el Infierno para pasar los días asegurándose de hacerla feliz.
¿Cómo le hacía entender que la amaba, incluso hasta antes de conocerla?
—Seré lo que tú quieras que sea, cariño —culminó, para no delatarse en ese momento. Primero tenía que preparar el terreno, tenía que enamorar a su Sana y luego podría decirle la verdad. Toda la verdad.
Sana se rio en voz alta con dulzura y negó suavemente con la cabeza.
—Qué cosas tan raras dices, Tzuyu.
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