Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5. La renegada del cielo

Un trazo de color verde vibrante rasgó la tela que la muchacha de cabello azabache tenía en frente. Su rostro con cincelada mandíbula y suaves labios pálidos estaba lleno de pintura. Un par de manchas color blanco, color rosa, celeste y hasta un parche de dorado sobre su pómulo izquierdo, bastante cerca de la imperceptible cicatriz de un corte, tapando el moretón que comenzaba a formarse encima del mismo.

Las manos de Dahyun trabajaban expertas en aquel nuevo proyecto para la universidad. Ella, escondida en un viejo estudio abandonado a más de quince cuadras de su hogar, trabajaba sin parar. Para no perder la beca, para que su vida tuviera un sentido, para no morir ahogada en aquella casa destartalada donde la esperaba su madre, tan golpeada como ella, y con una jeringa a medio enganchar en el antebrazo. Una casa en dónde se encontraba el culpable de cada una de las desgracias en la vida de Dahyun, de cada marca; desde la más minúscula, hasta aquellos puntos que le cruzaban las costillas de cuando su padre la había empujado al sótano, provocando que quedara enredada entre los vidrios rotos de una vitrina que guardaban allí. Casi se desangra aquel día, cuando tenía tan solo quince años.

Dahyun era la menor de la familia Kim, pero con la ausencia de su hermano Yeonwo en casa, se sentía como si fuese la única. Aquello no le molestaba de todas formas, Yeonwo le daba miedo. Mucho más que su padre.

Su cabello azabache brillaba, por fin, luego de no poder lavarlo por más de cinco días. Se había sentido asquerosa, pero no quería arriesgarse. Yeonwo había estado de visita, así que tampoco había pegado el ojo por más de treinta minutos seguidos. Era mejor así.

Miró por la ventana cómo el sol se escondía lentamente. El clima había cambiado y comenzaba a hacer frío, pero por suerte no había olvidado su suéter gris.

Entró al pequeño baño descuidado de aquel galpón y lavó sus manos con ahínco hasta quitar la última gota de pintura de sus uñas. Hasta que la piel le quedó ardiendo y roja. Su padre odiaba que estudiara arte, prefería no ponerla a prueba. Estuvo a punto de darse la vuelta e irse, pero una suave brisa sobre el rostro le hizo dar cuenta del manchón amarillo sobre su parpado izquierdo.

Llevaba en su espalda una mochila extra, pesada, llena de pinceles en sus cajas perfectas y seguras, al igual que las pinturas más caras que pudo costearse...lo cual era bastante barato, al decir verdad. El último vestigio de sol le bañaba la piel morena mientras pedaleaba cada vez más rápido su vieja bicicleta azul. Se le estaba haciendo tarde para preparar la cena y todavía tenía muchísima teoría que resolver para clases, además del nuevo material de lectura que había aparecido como por arte de magia en su casillero hacía una semana. Estaban envueltos en papel metálico de animales de granja y enlazados con un moño purpura. Dahyun amaba los colores, y también los animales. Amaba un poco menos su vida, pero no era importante.

Intentó no hacer ruido al llegar, pero su madre la oyó de todos modos. Una sonrisa fugaz se dibujó en el rostro de la mujer con los ojos tan idos que ni siquiera parecía del todo viva. Dahyun se acercó despacio y le acomodó el cabello para comenzar con la misma rutina de todos los días; levantar los vasos y platos desparramados por cualquier superficie, tirar a la basura las latas y botellines de cerveza, deshacerse de las jeringas cuidadosamente, desaparecer huesos de pollo y restos de comida tirados por la alfombra, vaciar los ceniceros, lavar todos los platos, pelar verduras y, si tenía un poco de suerte, picar algo de carne para hacer una sopa o un estofado, y finalmente revisar el correo del día. Todas cuentas acumuladas.

Mientras esperaba que el estofado se hiciera, se dispuso a leer un poco de Teoría del Color y entonces, sin previo aviso...la puerta se abrió. Era él otra vez.

Min ho Kim era un tipo robusto de piel muy oscura y abundante barba negra. Tenía el rictus siempre duro y con una expresión de desprecio en sus pobladas cejas. Usaba camisas rayadas todo el tiempo y pantalones color caqui con unos zapatos más costosos que su viejo Ford Mustang reconstruido. Olía a whiskey barato y cigarrillos. Y tenía una templanza muy corta, casi inexistente.

—Dahyun —parecía un saludo, pero era una demanda. Dahyun, ven para aquí en este instante. Dahyun conocía todos los tonos de voz de su padre.

—¿Sí? —preguntó suavemente mientras secaba sus manos ajadas y se disponía a ir hasta la sala.

—Esto es tu puta culpa, Leigh Ann —los murmullos que escuchaba desde la cocina se convirtieron en gruñidos. No tardó en ver a su madre parada abrazando su raquítico cuerpo con la bata de dormir y los ojos hinchados con el maquillaje corrido.

—Yo no lo sabía, Min —intentó defenderse de alguna acusación que Dahyun no comprendía, pero fue rápidamente acallada con un manotazo duro y seco en el medio de su rostro marfileño. El cabello rubio de su madre se desacomodó por completo cuando giró la cara para intentar atajar otro golpe. Dahyun paró en seco en cuanto vio entre los dedos gruesos de su padre, su cuaderno marrón. Tragó duro.

—¿Qué es esto? —la voz de Min era tan rasposa que daba la impresión de haberse fumado una cajetilla completa de cigarrillos en media hora. Dahyun temblaba de pies a cabeza.

—Es una tarea para... —pero fue cortada con el cuaderno dándole un medio del rostro. Una decena de papeles con una misma modelo femenina dibujada se desparramó por los aires. No encontró la voz para terminar su mentira.

De dos zancadas largas, Min la alcanzó al vuelo para agarrarla del cabello y tirarla al piso polvoriento de la sala. Leigh Ann se cubrió la boca con las dos manos para acallar los sollozos, y giró la cabeza para no ser testigo de nada. Estaba tan aterrada como Dahyun.

La morena cerró los ojos porque ya sabía lo que se venía, y un poco se lo merecía. No podía creer que había sido tan descuidada como para dejar su cuaderno marrón a la vista. No podía creer que fuese tan estúpida a estas alturas de su vida.

La paliza fue leve al principio; un par de puñetazos en dirección general a su cara, un zamarroneo que le desacomodó el suéter y rompió los hilos que lo unían. Dahyun procuraba pensar en otra cosa mientras enfocaba sus ojos en aquellos dibujos esparcidos por la sala. ¿La dejaría conservarlos? ¿Pediría más explicaciones? Esperaba que no. ¿Cómo le diría a su padre? ¿Cómo pondría en palabras su desliz? ¿Cómo le confesaba que la modelo de aquellos dibujos era con quien llevaba meses soñando despierta?

Una patada en las costillas la dejó sin aire en los pulmones y comenzó a toser violentamente mientras intentaba hacerse más pequeña.

No sabía el nombre de aquella muchacha con pequeños ojos marrones de cachorro, pero sabía el de su amiga; Sana.

El eco sordo de un hueso roto, probablemente de su pierna derecha, fue ahogado por el grito que profirió consecuencia del dolor inhumano que experimentaba.

Parecía tener bastantes años más que ella, pero ¿a quién le importaba? De todas formas, no iba a pasar nada entre ellas. Dahyun conocía sus limitaciones.

La cara le ardía y el gusto a sangre en su boca ya era insoportable. No podía abrir demasiado los ojos, pero se dio cuenta de que su mamá ya no estaba en la sala. Probablemente estaba escondida en el sótano.

No importaba, era lo mejor. No quería que la lastimara a ella también.

Tenía el cabello dorado y estaba construida como si fuese una estatua esculpida por Miguel Ángel. Casi no sonreía, pero no parecía un mal tipo. Quizás algo cerrado, pero ¿Quién era ella para juzgar nada? ¿Siquiera tendría una opinión válida?

No aguantaba más. Ni un segundo más. Sentía como se le escurría la vida entre los dedos. Ya no le dolía nada, ya no sentía los golpes y tampoco oía los insultos. Estaba tan cansada...deseaba tanto rendirse...

Pero entonces una luz, tan potente como un rayo en medio de un pastizal, se hizo presente en la sala y dejó como saldo una tipa con cuerpo robusto y furia tintada en las perfectas expresiones faciales. Conocía aquel rostro porque lo había dibujado un centenar de veces en distintos materiales. Supo en ese momento que estaba muerta.

Y el cielo era precioso.

Con el último suspiro de consciencia que le quedó, fue testigo de su padre perdiendo la razón, aterrado por aquella extraña en su sala. Acto seguido, una mano en su cabeza la hizo desmayarse. Dahyun no daba crédito a lo que estaba viendo. Aquella era la muerte más extraña que había experimentado. Bueno, no es que hubiese experimentado muchas, pero creía que había sido lo suficientemente buena como para ir al cielo o lo que fuera que hubiese después. Si su padre se enterara que hablaba con el Dios de otra religión, la cosa se iba a poner muy fea, pero es que Dahyun todavía tenía muchas preguntas con respecto al más allá.

—¿Dios? —preguntó con el sabor metálico de la sangre provocándole arcadas. La misma mano que había desmayado a su padre se posó con un cuidado extraordinario sobre su mejilla.

—No puedo decir que Él vaya a estar muy contento con esto... —el murmullo se oía como si estuviese hablando debajo del agua. ¿Su padre le había explotado un tímpano? Esperaba que no, le gustaba mucho la música y el cine.

—¿Estoy muerta? —volvió a preguntar, pero esta vez los ojos se le cerraron antes de oír una respuesta.

La resolana del día siguiente se colaba por la rendija de las persianas de su cuarto. Apenas fue capaz de abrir sus ojos grandes, rodeados de unas espesas pestañas azabache. Su cuarto olía a café y pan recién hecho, pero no tuvo tiempo de disfrutarlo por la discusión acalorada y a media voz que se oía de fondo, como si fuese una radio vieja.

—No, es que esto es inaudito, Dagon —unas hebras doradas de cabello se cruzaron en el campo visual de la diminuta morena tendida en el viejo colchón de su cuarto—. Me lo espero de Lucifer porque es, bueno, tu sabes, Lucifer ¿pero tú? Es que todavía estoy en shock.

—¿Qué se suponía que hiciera, Azrael? ¿Dejarla morir? —la siguiente voz fue de su salvadora. Aquella alucinación que creyó tener mientras caía en la inconciencia. ¿Estaría muerta? ¿El cielo era su cuarto? No estaba entendiendo del todo el más allá. Pero aquella tipa, Dagon, hablaba de haberla salvado de la muerte. Entonces... ¿estaba viva?

—No es eso lo que quise decir.

—Es exactamente lo que quisiste decir.

—Escucha...eres tú la que siempre se le tira a la yugular a Luci cuándo...

—Cállate, creo que está despierta —los susurros cesaron momentáneamente, siendo reemplazados por pasos firmes. El costado de su colchón se hundió de repente y una mano grande y pesada le acarició el rostro desde la sien hasta la barbilla—. ¿Dahyun? —la pelinegra profirió un gemido de molestia pues aún le dolía el cuerpo, pero no fue capaz de abrir la boca todavía.

—Ya, está viva, mejor desaparecemos de aquí antes de que recobre la conciencia completamente y no haya vuelta atrás —Dahyun intentó enfocar más la vista, pero era terriblemente difícil.

—Lo siento, Dubu... —la otra tipa, más robusta, susurró cerca del oído y posó sus labios sobre la frente caliente de Dahyun con la angustia apretándole la garganta. No deseaba dejar allí a la humana, pero tampoco podía hacer mucho más al respecto sin develar su verdadera naturaleza.

La morena se volvió a dormir.

Cuando los ojos pardos de Dahyun volvieron a abrirse supo que estaba realmente viva, y realmente despierta. Su cuarto parecía más pequeño que nunca, con las paredes celestes desvaídas llenas de manchas de humedad y un par de dibujos. Ya no había luz entrando por la ventana, y tampoco había nada de ruido fuera de su puerta. Observó el reloj; eran las dos de la mañana.

Se sentó con delicadeza en la cama cuando notó que su pierna derecha pesaba mucho más de lo normal. Tenía un yeso cubriéndola desde el pie hasta la rodilla. Comenzó a desesperarse, pero respiró profundo un par de veces. Okay, entonces Min sí le había hecho daño, todo eso había pasado ¿no? Se puso de pie con muchísima dificultad y encontró al costado de su cama un par de muletas que jamás en su vida había visto. Las utilizó para caminar hasta el espejo de cuerpo completo que tenía en una esquina, ennegrecido en las puntas y bastante sucio por el tiempo y lo viejo que era. Su rostro parecía un lienzo amoratado e hinchado, pero no estaba tan mal como se lo imaginaba...el labio inferior partido, tres cortes; uno en la ceja, otro en el pómulo y el último en la nariz, pero esta última no se sentía rota. El moretón de su ojo era inocultable, aún si usaba sus dotes artísticos con el maquillaje, así que probablemente iba a tener que perder el resto de la semana de clases. Eso era lo que más le dolía. Podían romperlo de muchas maneras físicas, pero lo que realmente lo mataba era que le quitaran su arte; aquella vida como un lienzo en blanco donde Dahyun se esmeraba por salpicar colores con pinceladas suaves y certeras. Tal vez, algún día, podría ver un arcoíris.

Un par de lágrimas se le escaparon de sus ojos dulces, pero se encargó de secarlas antes de que se pusiera sentimental. Todavía tenía que ir a ver como estaba su mamá, limpiar la casa, cocinar, ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se desmayó? Y, lo más importante, ¿su padre recordaría a la mujer que la había desmayado con solo tocarla?

No quería salir del cuarto, pero le preocupaba su madre. Probablemente lo mejor era no ir a despertar a Min a las dos de la madrugada.

Se acostó de nuevo en su cama sintiendo el colchón mucho más mullido que antes, las sábanas y el edredón olían a suavizante de tela. Hacía más de tres meses que no compraba suavizante porque no le alcanzaba el dinero que Min le daba.

Giró su cabeza hacia la mesa de noche y se encontró con tres cajas diferentes de analgésicos, una botellita de jugo de naranja y un plato blanco, que definitivamente no era suyo, con tres sándwiches de queso y tomate.

—¿Pero qué...? —susurró, buscando en algún lugar una nota que explicara algo, pero solo encontró indicaciones de cada cuanto tomar los analgésicos. Agarró el plato con sándwiches mientras le rugía el estómago y se dedicó a masticar más y pensar menos. Nada tenía sentido.

Tzuyu Chou era, probablemente, el ser más afortunado de todo el maldito universo.

No podía siquiera concebir el sentirse desdichada desde la cita que había tenido con Sana. No cuando se había abierto una puerta nueva en la que Sana y ella mensajeaban constantemente y se mandaban fotos de cosas cotidianas. Había perdido la cuenta de la cantidad de imágenes que tenía de su mascota y de pastelillos de Mr. Sweetness. Aunque las mejores eran aquellas tomadas a media luz en las que Sana le mostraba el nuevo libro que leía sobre la Guerra Civil con una sonrisa impecable en el rostro trigueño. ¿Cómo podía una humana ser tan increíblemente hermosa? No había explicación. O bueno, probablemente era porque había sido un ángel.

—¿Sigues jugando a la casita feliz con la niña? —Nayeon entró con las botas militares manchadas de barro y lo que parecía ser sangre. Llevaba también un estilo nuevo en el cabello; corto hasta los hombros y de color rojo fuego.

—No puedo evitarlo, sabes que no puedo evitarlo —Tzuyu se acomodó el traje amarillo pastel frente al espejo y puso la camisa lila dentro de sus pantalones—. Mañana es nuestra segunda cita, tengo que superar la primera.

—Lo llevaste a un restaurant de mierda, dudo que sea difícil de superar —Nayeon se recostó sobre la barra de tragos haciendo sonar su espalda. Se la notaba cansada, pero Tzuyu no le preguntó el por qué—. Un McDonald's sería más sofisticado.

—Es una chica sencilla, sus padres la criaron bien —Tzuyu tomó dos vasos y preparó gin-tonic—. ¿Sabías que su libro favorito es El Retrato de Dorian Gray?

—Sí, lo sabía —gruñó la pelirroja mientras se tomaba de un solo trago el gin-tonic—. Llevo años vigilándola porque vives ocupada.

—¿No es divertido? Sana conserva sus gustos en muchos universos alternativos —Tzuyu parecía ignorar completamente lo que Nayeon tenía para decir, pero ella estaba acostumbrada. Sonrió a medias mientras la reina del Inframundo continuaba soñando despierta—. Pensar que hay una Sana en otro mundo amando a Oscar Wilde —Nayeon se puso de pie y sacudió su ropa.

—Cortemos la cháchara, tengo que decirte algo, Lu.

—¿Imaginas que se enterasen que Oscar era un joven pretencioso y aburrido hasta límites insospechables? Rompería el corazón de mi Sana —Tzuyu subió las cejas conmocionada—. ¡De todos las Sana!

—¡Tzuyu! —Nayeon la tomó por los brazos con fuerza pero, en lo que pareció un cuarto de segundo, los ojos de Tzuyu se pusieron tan negros como el abismo y las manos gruesas del demonio ardieron como si las hubiese metido en brasas, provocando que las quitara con rapidez.

—No tienes permiso de tocarme sin mi consentimiento, Nayeon —ella bajó la cabeza, apenada por primera vez en milenios. Esperó pacientemente a que los ánimos se calmasen y subió las manos a modo de redención.

—Es importante —bajó la voz hasta notar que los ojos de Lucifer volvían a su color humano, blancos y con iris verde esmeralda. Había una especie de humo que se desprendía del traje amarillo de la pelinegra.

—Habla —gruñó volviéndose al espejo para sacudir marcas que hubiesen podido quedar luego del exabrupto.

—Hay rumores... vienen de arriba —Nayeon caminó despacio hacia donde se encontraba Tzuyu, quién fingía no prestar demasiada atención al asunto. El celular le vibró en el bolsillo y lo sacó rápidamente viendo el nombre de Sana en la pantalla. Era una foto otra vez—. Dicen que... dicen que Dios sabe que te has acercado a la humana y no está nada contenta.

—Cuéntame algo que no sepa, Nayeon, estás aburriéndome —abrió el archivo encontrándose la sonrisa ladina de su ángel, con los dos ojos cerúleos y brillantes, llenos de inocencia junto a la cara extraña y peluda de su hamster: "Goliat te manda saludos y quiere verte".

—Mi contacto dice que han llamado a Mina, Jihyo y Jeongyeon —Tzuyu comenzó a tipear, todavía sin escuchar demasiado a Nayeon: "Dile a Goliat que hola, pero estoy más interesada en ver a su dueña" —. Tzuyu...

—¿Mhm? —continuó tipeando, imaginando a su pequeña Sana acostada en la cama, con las luces de navidad prendidas y Madonna sonando de fondo mientras buscaba deshacerse de la modorra.

—He oído que van a mandar a Cheng —y aquel nombre hizo prender todos sus censores de peligro. Tzuyu subió la mirada hasta su discípula y amiga mientras dejaba el celular olvidado en el costado de la mesa de vidrio.

—¿Por qué habrían de mandar a Cheng?

—No lo sé, pero seguramente sean ordenes de tu padre —Nayeon escupió en el suelo luego de referirse a Dios, como todos los demonios hacían.

—¿Ese hijo de perra piensa que puede atacarme con la misma arma dos veces? —una sonrisa maquiavélica se dibujó en los labios rosados del diablo mientras prendía los botones de su saco y acomodaba su cabello pelinegro como si fuese un modelo de Vogue.

—¿Quieres que comience a reclutar? —sugirió firmemente la demonio mientras imitaba su sonrisa. Había extrañado estos conflictos, demasiados años viviendo entre humanos sin hacer más que maldades pequeñas e insulsas. Una buena guerra nunca venía mal.

—No todavía, deja que me encargue yo mismo de un par de asuntos —tomó su celular de nuevo y marcó el número de su ángel sin mirar la nueva foto del desayuno de Sana.

—¿No trabajas? Es muy temprano para que me estés llamando, Tzu —la risita aniñada y dulce de la chiquilla le hacía sentir que tenía un corazón humano.

—Buenos días, cariño ¿Qué te parece si paso por ti a la universidad hoy?

—¿Sería como nuestra segunda cita? —Sana sonaba entusiasmada y a Tzuyu le fascinaba.

—Así es ¿Qué dices?

—Bien...te espero entonces.

—Perfecto, adiós, ángel —estuvo a punto de cortar cuando Sana carraspeo.

—¿No vas a preguntarme a qué hora salgo o donde es mi universidad? —Tzuyu sintió sus mejillas arder. Los conflictos le nublaban la razón.

—Me contaste a qué universidad ibas la otra noche —mintió con rapidez, pero tan fluidamente que solo podría notarse el cambio de tono si se prestaba atención específica—. Y prácticamente todas terminan a la misma hora ¿no?

—Oh...tiene sentido —la ojiazul no parecía muy convencida, pero lo dejó pasar—. Entonces nos vemos.

—Pronto, ángel —prometió Lucifer para luego colgar la llamada. Nayeon se mantenía expectante frente a ella, dispuesta a seguir las ordenes que se le asignaran—. Bien...hora del show.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro