4. Altruismo demoniaco
Sana había pasado la noche en vela, con sus ojos abiertos y cansados mirando un punto fijo en el techo. Las lucecitas de navidad titilaban alrededor de las cuatro esquinas de la habitación mientras en su cabeza revoloteaba la idea de llamar a Tzuyu. Su número estaba allí, en el carísimo celular que le había regalado. No se sentía bien. En lo absoluto. ¿Por qué le regalaba algo así una mujer que ni siquiera la conocía? ¿En qué clase de mundo aquel comportamiento era normal?
Sana giró la cabeza en cuanto notó los rayos de sol entrando por las rendijas de la persiana. Se inclinó hasta su mesita de noche; el reloj marcaba las ocho de la mañana en punto. No había notado la luz del día hasta ahora.
Decidió tomar una ducha rápida. El desvelo la hacía sentir extraño, como si estuviera sucia. Probablemente solo necesitaba relajarse un poco.
Antes de poder girar la llave del agua, como si lo hubiera invocado con el pensamiento, el nombre de Tzuyu Chou brilló en la pantalla del celular que reposaba cómodamente en los pies de su cama. Las manos de Sana comenzaron a sudar y su labio inferior se estaba poniendo realmente rojo por la presión hecha por sus dientes.
—Oh, Dios...—las lucecitas de su cuarto se apagaron de golpe. La castaña observó alrededor sin entender qué pasaba. La canción predeterminada del celular continuó sonando un rato más hasta que decidió contestar—. ¿Hola? —susurró con voz temblorosa.
—Buen día, ángel ¿qué tal dormiste? —la respuesta acaramelada le acariciaba los oídos.
—Bien... —mintió aclarándose la garganta. No le gustaba mentir para nada y jamás tenía que hacerlo de todos modos porque tenía confianza con sus seres queridos—. Estaba por llamarte, de hecho —agregó luego de una breve pausa.
—Oh, dime más.
—Tzuyu, escucha, no puedo aceptar el celular, es muchísimo...
—Está bien —la pelinegra respondió con una rapidez inconcebible. Sana frunció el ceño confundida. Estaba convencida de que iba a costarle muchísimo que aceptara la devolución.
—¿En serio? ¿No estás enojada? —se sentó en su cama mientras jugaba con una hilacha que se le desprendía del pijama.
—Claro que no, Sana ¿por qué habría de enojarme? —la risa ronca de Tzuyu la hizo tranquilizarse. Su voz en general la tranquilizaba; tan baja como un gruñido y tan suave como la seda—. En realidad... ¿Puedo pedirte algo?
—Lo que quieras —respondió demasiado rápido—. Digo, sí, claro —las mejillas se le tintaron de un rosa pálido.
—Estoy muy ocupada con cosas de mi trabajo ¿te molestaría acercarme el celular a mi casa? —Sana se mordió el labio con inseguridad. Así que allí estaba la trampa...ya le había parecido muy extraño que le aceptara el regalo de vuelta, así como así.
—No lo sé...apenas te conozco, podrías ser una psicópata o una depravada —respondió con firmeza recibiendo una risa ronca del otro lado de la línea. Decidió acostarse de nuevo en su cama mirando el techo mientras hablaba. El estómago le hacía ruido, pero no sabía si era por Tzuyu o porque no había desayunado y tenía hambre.
—Eres una chica inteligente, Sana Minatozaki —hizo una pausa—. Bien, te diré qué haremos, vamos a juntarnos en un lugar neutral...puedo pasar a buscarte y cenamos juntas, de paso tendremos tiempo para...conocernos un poco mejor ¿qué tal suena? —Sana se rio por lo bajo mientras rodaba en la cama. Se sentía estúpida y aniñada, pero es que hacía años que una chica no la invitaba a cenar. Hacía años que ella no se permitía disfrutar de aquel tipo de atención.
—Suena bien —dijo sin pensárselo demasiado. Oh, Dios. A Jihyo no le iba a gustar nada la idea.
—Perfecto, voy a mandarte un mensaje para confirmar la hora, ángel.
—Okay...nos vemos en la noche entonces, Tzuyu —su voz se iba empequeñeciendo a medida que pasaban los minutos. Estaba tan amedrentada por aquella situación nueva, pero al mismo tiempo la adrenalina le crispaba cada nervio y aquello era refrescante. Se sentía arriesgado.
—Hasta luego, Sana Minatozaki —se despidió con el nombre deslizándosele entre los dientes y, sin esperar una respuesta, cortó la llamada.
El desayuno había estado algo tenso. Nako no dejaba de preguntarle cosas sobre "CT" y Daiki, aunque parecía más relajado al respecto, se mantenía increíblemente atento a cada palabra que la pequeña Sana decía.
El café sabía demasiado amargo para su gusto y el pan estaba seco. Por supuesto la charla con sus padres no ayudaba en lo más mínimo.
La ojiazul fue en bus a la universidad como cada día, excepto cuando sus hermanos; Yuta, Chris o Dom aparecían esporádicamente en casa. Ariana Grande sonaba a volumen máximo en los auriculares de su viejo reproductor, refiriéndose a Dios como una mujer.
El día estaba increíblemente hermoso, con un sol que apenas se dejaba entrever en grandes nubes de algodón. Apenas una brisa recorría su piel dorada mientras descendía a unas cuadras de su universidad.
Realmente no deseaba encontrarse a sus amigas porque ninguna de ellas parecía extasiada con la idea de que Sana saliera con Tzuyu, pero para su mala suerte, otra vez y casi como si lo hubiese estado llamando, Jihyo se le apareció cerca del aula de historia de la literatura, una materia opcional que Sana tomaba.
—Hola Ji —la saludó con una sonrisa plasmada en su rostro perfilado, pero la rubia no le devolvió el gesto. De hecho, parecía molesta por algo—. ¿Estás bien?
—Perfecta ¿Qué tal tu mañana? —preguntó con gesto sospechoso, pero la ojiazul estaba demasiado distraída para notarlo.
—Bueno... es largo de explicar —intentó evadir, pero Jihyo se mantenía impasible.
—Tengo tiempo —contestó con simplicidad logrando que Sana, cohibida, le contara todo; hasta el más mínimo detalle. No le llevó demasiado tiempo, pero a Jihyo le estaba costando algo procesarlo. Al culminar la historia de Tzuyu, Sana se quedó en silencio absoluto esperando que su mejor amiga reaccionara.
—¿Ji? —intentó, pero la rubia parecía petrificada.
—¿Entonces irás a una cita con la tipa ésta que ni siquiera sabes quién es? —la castaña lo pensó un momento y asintió fervientemente mordiéndose el labio. Allí estaban de nuevo esas molestias en su estómago.
Jihyo alzó la mano con rapidez y le dio un golpe suave y seco en la nuca a Sana. Sus perfectos labios permanecían en una línea recta.
—¡Es una extraña! ¿Tus papás no te enseñaron que no debes hablar con extraños? ¡Mucho menos aceptar invitaciones! ¡Es una tipa más grande que tú! —en contra de todo pronóstico, aquella declaración tan aireada de su mejor amiga no le había dolido a Sana, más bien comenzaba a molestarse, realmente molestarse muchísimo. ¿Por qué no podía Jihyo apoyarla como una buena amiga tenía que hacer? ¿Por qué de pronto odiaba tanto a Tzuyu?
—¡Es más grande solo por siete años, eso no es mucha diferencia! —aplastó con fuerza el pie en el suelo como cuando tenía cinco años y su padre no quería comprarle algún dulce. Jihyo suavizó el rictus.
—Sha...
—¡No! —se ajustó más la mochila al hombro haciendo un mohín—. ¡No me voy a quedar aquí parada escuchándote acusarme de cosas que claramente hice! —a Jihyo le dieron ganas de reír, pero se abstuvo. Algo le decía que el ambiente no estaba para chistes.
Tampoco intentó detener a Sana cuando entró a su clase, pero sí se quedó allí parada un momento pensando en lo mal que iba a salir todo aquello. Estaba demasiado preocupada. Más de lo que podía soportar.
Dentro de la clase de historia de la literatura, continuaban hablando de George Orwell; uno de los autores favoritos de Sana, pero no encontraba paz en su mente como para prestar atención y debatir con sus compañeros.
No dejaba de pensar en Jihyo y preguntarse si ésta tendría razón. ¿Era demasiada la brecha de siete años? ¿Estaba mal que saliera con una extraña? ¿Acaso no era así como se conocían dos personas? ¿Y si todo salía mal?
Pero...
¿Y si todo salía bien?
¿Y si Jihyo se estaba preocupando demasiado? Sana sabía que no lo hacía malintencionadamente, quería lo mejor para ella, pero es que no podía protegerla de todo. No podía inmiscuirse en cada aspecto de su vida.
Salió de su ensoñación cuando notó que todos en la clase comenzaban a levantar sus cosas y salir por la puerta. Se fijó en su reloj de mano; habían pasado tres horas y no recordaba absolutamente nada de toda la clase.
El estómago le rugió. Probablemente no estaba de más tomar un descanso para comer algo.
La cafetería de la universidad estaba atestada de gente, pero no le fue difícil encontrar entre todos ellos a su amiga Mina. Era inconfundible con su cuerpo robusto. La muchacha se mantenía impasible con la mirada fija en un punto específico mientras daba ligeros sorbos a su té de miel y jengibre sin siquiera tocar la gigantesca galleta de avena y banana que descansaba en un plato gris a su derecha. Sana se percató rápidamente de qué era lo que mantenía a la mujer tan distraída, o más bien quién.
En una mesa lo suficientemente alejada como para leer un libro de Grandes Artistas de la Historia, se encontraba Dahyun Kim con una taza de café humeante entre los extremadamente delgados dedos, y un nuevo moretón en el pómulo. Sana frunció el ceño, pero la verdad es que no se sentía tan valiente como para acercarse a la morena y preguntarle qué le había sucedido, así que emprendió marcha hacia Mina sin dejar de pensar en el perfecto rostro de Dahyun, magullado por doquier.
Mina se mantenía perdida en sus propios pensamientos cuando Sana se sentó de sopetón en la silla al lado de la suya con una sonrisa gigante en el semblante.
—¿Qué ves? —preguntó para molestarla, causando que la mayor se sobresaltara y rompiera el contacto visual con el objeto de su interés. Tosió un par de veces para luego darle una mirada molesta a Sana.
—Nada, solo estoy haciendo tiempo antes de sociología —mintió a medias mientras rompía el primer pedazo de su galleta de avena y banana y se lo llevaba a la boca masticando deliberadamente lento. Estaba abochornada.
—Deberías acercarte e invitarle otro café —murmuró la ojiazul con voz sugerente. Mina parecía escandalizada, lo cual hacía todo diez veces más divertido.
—No seas ridícula.
—Vamos, nunca sales con nadie y no es porque no hayas tenido ofertas.
—La conversación termina aquí —y como si fuera por arte de magia, la muchacha que atendía las mesas se acercó a ellas. Sana pidió una taza de té de frambuesa y dos muffins de chocolate.
—Solo decía, pero como desees —respondió con un suspiro enfurruñado. No entendía porqué Mina siempre se estaba alejada de todo el mundo que quería ser su amigo o estaba interesado en ella románticamente. Era guapa, carismática y muy dulce cuando nadie la estaba viendo.
—Jihyo dice que saldrás con la tal... ¿Tsuru?
—Tzuyu —corrigió con delicadeza—. Y sí, iremos a cenar, pero no es nada serio, solo quiero devolverle una cosa, beber soda, comer spaguetti y casarme con ella —Mina suprimió la risa que se le escapaba a borbotones mientras Sana mordía su labio con media sonrisa—. No entiendo por qué están tan en contra de que salga con ella, ustedes siempre me han incentivado a que conociera a quien yo quisiera —la mesera llegó y dejó su pedido con una sonrisa cordial en el rostro de porcelana—. Han pasado años desde...desde lo de Lin —no hablaban demasiado al respecto porque aún era un tema delicado en la vida de la más pequeña, pero siempre estaba presente. Jihyo, Jeongyeon y Mina siempre sabrían que había sido Lucifer la responsable de la muerte de la ex novia de Sana (y aunque no lo pudieran decir en voz alta, no estaban tan en desacuerdo con las medidas tomadas) —. En serio me gusta Tzuyu —un suspiro enamoradizo se escapó de los labios finos de la ojiazul mientras pellizcaba pedazos de muffin para comérselo.
Mina estuvo a punto de responderle, de hacerle ver que salir con la pelinegra era un error sin tener que revelarle que era la reina del infierno, pero entonces la puerta de la cafetería se abrió de nuevo revelando a tres muchachas que Mina conocía demasiado bien.
Las dos que precedían a la líder eran irrelevantes en realidad porque siempre las estaban cambiando, pero su atención se centró en la muchacha del medio con una blusa blanca que se transparentaba y una falda de mezclilla demasiado corta como para no notarla. Los tacones altos y sobrios retumbaban sobre el ruido de las personas que estaban charlando, y pronto notó como los pasos se dirigían hacia ellas. Mina se inquietó.
—Hola, perdedora —el cabello rubio platinado de Stacy Ferguson estaba recogido en una coleta alta.
—Stacy —saludó entre dientes la mayor por cordialidad. No estaba en ella responder a provocaciones.
Stacy volvió sus grandes ojos celestes rodeados de largas pestañas negras y tupidas, hacia Sana. Se inclinó hasta llegar a ver su rostro bien de cerca y le regaló una sonrisa enorme y honesta mientras se dedicaba a apretarle con cariño una mejilla.
—Hola, cariño —saludó la rubia con dulzura. Mina la odiaba y desconfiaba de ella completamente.
—Hola, Stace ¿cómo estás? Hace semanas no te veo en el campus —Sana sonrió ampliamente mientras le ofrecía a la rubia uno de sus muffins, pero ella negó suavemente con la cabeza.
—He estado en Maldivas, la universidad me estresa demasiado —giró los ojos dramáticamente mientras sacaba de su bolso un gloss color chicle—. ¿Cómo has estado tú? —preguntó con interés mientras decidía sentarse en otra de las sillas libres de la pequeña mesa. Las otras dos muchachas genéricas se quedaron de pie detrás de ella.
—Estresada, pero sin dinero para Maldivas —ambas rieron. Stacy apoyó su mano delgada con las perfectas uñas de acrílico sobre el antebrazo de Sana.
—La próxima te llevo, lo primero —la muchacha lo soltó con suavidad para poder pasarse el gloss sobre los labios claramente inyectados de botox—. Escucha —procedió a guardar todo en su cartera para continuar hablando—. Chadwick y yo haremos una fiesta en mi casa de fin de semana, dile a tu amiga la divertida que tú y ella están invitadas —de pronto Stacy dirigió una mirada sucia y aburrida a Mina, cambiando completamente aquel rictus de amabilidad previo—. Tú y la rubia también pueden ir, pero solo porque me agrada Sana —volvió sus enormes ojos hacia Sana mientras se ponía de pie y arreglaba su falda—. En fin, adiós bebé, Chad te manda saludos y espera verte pronto, ambos te hemos echado mucho de menos —le dio otro apretón a su mejilla sin esperar una respuesta y giró con sus amigas para ir a la barra a pedir algo.
Mina y Sana se quedaron en silencio hasta que ellas salieron del local.
—Te juro que no sé de dónde sacas a esta gente —Mina masticó la galleta con un poco de enojo, aunque sabía que no era culpa de Sana caerle bien a la imbécil de Stacy Ferguson.
—Es amable, tu solo no le das la oportunidad.
—Sí, sí, como sea —Mina tiró en la mesa un poco de propina mientras se levantaba para retirarse—. Nos vemos luego —y luego de darle un último vistazo a la mesa de Dahyun, se fue de la cafetería.
El resto del día había pasado con una lentitud exagerada. Las dos clases que le restaban a la castaña fueron aburridas y no pudo parar de darle vueltas en la cabeza a Tzuyu, Jihyo y Mina. Buscaba ser objetiva, pensar con claridad, pero no podía evitar seguir su propio impulso. Algo dentro de ella le decía que Tzuyu era buena idea.
El trabajo no fue mucho mejor; Ella había faltado y no tenía con quien discutir sobre el color verdadero de las nubes o si Godzilla podría ser real en un universo alternativo. Además, Ronnie había pasado toda la tarde hablando de cómo había conseguido el número de teléfono del "Adonis del otro día" y hablaban constantemente. Sana sabía que era mentira, pero eso no le impidió picarse ligeramente con las palabras de la pelinegra.
Al volver a su casa se dio con que el transporte público estaba atrasado, y además de eso también venía superpoblado. Se sentía pegajosa de sudor y olor a donas y café, así que fue bastante su dicha al poner un pie dentro de su casa para poder bañarse.
Subió a su cuarto luego de saludar a su papá y abrió la llave de la ducha para después encender unas velas aromáticas de vainilla y poner de fondo a Britney Spears.
El agua se sentía relajante descendiendo por sus omóplatos, brazos y rostro. Por fin los músculos se le volvían menos tensos y la piel más suave, besando cada gota del cristalino líquido.
Se secó bien las orejas mientras tarareaba una canción y, acto seguido, lavó sus dientes.
Agarró el teléfono que permanecía en la mesita de noche y entró directamente al contacto de Tzuyu para mandarle un mensaje: "¿Sigue en pie lo de esta noche?". Mordió su labio inferior, preparado para una respuesta negativa que nunca vino.
"Voy por ti a las ocho, ángel".
Sana observó la pantalla del teléfono. Eran las siete. ¡Las siete!, ¡tenía tan solo una hora para prepararse!
Taylor Swift sonaba a todo volumen en el viejo estéreo incrustado en uno de los mueblecitos de madera del cuarto de la muchacha de ojos cian. Las camisetas y playeras volaban por los costados hasta caer en el suelo impoluto. Sana odiaba desordenar y odiaba la suciedad, así que realmente esperaba que le quedase tiempo para volver a guardar su ropa antes de ir a la cita con Tzuyu, cosa que no parecía prometedora puesto que no encontraba nada que combinara con sus pantalones marrones. ¿Debería usar una camisa? ¿Era demasiado formal usar una camisa? ¿Por qué se había decidido por los pantalones marrones? Ni siquiera eran tan lindos. Tampoco nuevos. Dios, estaba cometiendo un error.
Sexto cambio de ropa. No estaba convencida. Quizás el rosa no era la mejor opción. Su uniforme de trabajo era rosa, claramente no era la mejor opción, ¿en qué demonios estaba pensando?
Décimo segundo cambio de ropa.
Era este.
Perfecto.
Un pantalón negro simple, zapatos combinando y un bonito suéter lila que le quedaba apenas un poco grande, pero parecía hecho totalmente a propósito.
Observó su reloj pulsera esta vez, le sobraban cinco minutos, pero no podía utilizarlos ordenando...tendría que hacer eso cuando volviera. Mientras tanto, la castaña se acercó al espejo de su baño y sacó del botiquín un pequeño envase de brillo labial transparente. Lo usaba en muy pocas ocasiones porque era bastante costoso, pero estaba seguro de que el momento lo ameritaba.
Acomodó una vez más su cabello hasta que quedó desarregladamente perfecto, y entonces el celular le sonó de nuevo. La cara se le puso caliente y respiró profundo un par de veces para intentar calmarse. Era hora.
"Estoy abajo".
—Ok, estoy lista —se dijo a si misma mientras daba un último vistazo en el espejo. Modestia aparte, se veía relativamente bien. Quizás incluso mejor de lo que se había visto nunca.
Con el corazón latiéndole a mil por hora y una sonrisa especialmente feliz en el semblante de porcelana, Sana bajó las escaleras corriendo a todo dar, pero entonces fue interceptada por Daiki.
—Sana.
—¡Papá! —bufó la muchacha mientras se preparaba para abrir la puerta. Su padre tenía una taza de chocomilk entre los dedos regordetes.
—¿Dónde ibas?
—Fuera —intentó evadir.
—¿Con quién?
—Tzuyu —mordió su labio inferior sintiéndose aún más inquieta. Esperaba que a Tzuyu no le molestaran unos segundos de tardanza.
—¿Y quién es Tzuyu?
—¡Papá! —se quejó la muchacha. Tenía veinte años, por el amor de cristo.
—Tzuyu no es tu papá, yo soy tu papá —bromeó Daiki mientras daba otro sorbo al chocomilk. A Sana se le subieron todos los colores al rostro.
—Eso fue tan oscuro, por favor no vuelvas a decir una cosa así —se rio forzadamente mientras cubría su rostro—. En serio me tengo que ir, pa.
—Anda, ve, cuídate mucho y no vuelvas muy tarde ¿bien? Sabes que tu mamá se preocupa muchísimo por ti.
—Oh, sí claro, porque tú te lo estas tomando de maravilla —Sana abrió la puerta aun riéndose.
—Ya, ya, no te pases de lista —Daiki le dio una suave caricia en el cabello y la dejó irse, por fin.
Al salir por la puerta, Sana notó primero que el cielo estaba de un precioso color azul oscuro, con apenas un par de estrellas adornándolo. Lo segundo que notó fue al pelinegra con pantalones negros, una camisa volátil de cinco colores diferentes y una sonrisa ladina y maquiavélica plantada en su perfecto rostro marfileño. Los ojos de Tzuyu brillaban con anticipación a medida que la ojiazul se acercaba a ella con paso lento. Se irguió del capot de su lujoso auto y dio apenas dos pasos hasta quedar frente al menor.
—Eres una visión —murmuró con la voz tan gruesa que le erizó los vellos del brazo a Sana. Apenas la conocía y ya se sentía en el cielo.
—Tu tampoco te ves tan mal —bromeó en respuesta. El sonrojo le tintó las mejillas de rubí.
El viaje en el auto de Tzuyu había sido bastante incómodo. Intentaban hablar de banalidades para no quedar calladas, pero a Sana le costaba horrores concentrarse cuando había tantas cosas que quería tocar. ¿Qué hacía aquel botón? ¿Qué tenía ese compartimento? ¿Aquello eran luces?
Para su buena suerte, Tzuyu no era una completa imbécil, aunque supuso que tenía que ver con que intentaba conquistarla. Sana conocía la rutina de ser pacientes hasta que agarraban confianza. Le había pasado con Lin que al principio no le molestaba que hiciera mil preguntas o que siempre estuviese tocando los libros de su cuarto, pero casi al final de la relación...le gritaba que se detuviera todo el tiempo. No quería pensar más en ello porque entonces recordaba aquella fatídica noche en la que su novia había muerto.
Los últimos minutos de viaje, Sana estaba tan absorta en sus propios pensamientos que ni siquiera había notado que habían llegado.
Tzuyu salió del auto grácilmente y le tendió las llaves y un billete de bastante valor al valet. Aquella fue la pista de Sana para bajar también.
El restaurante tenía un nombre francés que la castaña no podía pronunciar, pero pronto se dio cuenta de que no era lujoso como supuso al principio. Tzuyu vestía con marcas reconocidas, conducía un auto último modelo y se notaba a leguas que manejaba muchísimo dinero, y aun así había decidido llevar a Sana a cenar a un restaurante pequeño, con meseros amigables y de grandes sonrisas, nada ostentoso. Aquello tenía la ojiazul encantada, tan cómodo como ir a beber un café con amigos a Mr. Sweetness.
Apenas cruzaron la puerta fueron recibidas por una mujer de grandes ojos café y cabello rubio, que los acomodó en una sección privada donde la música suave era claramente de los ochenta.
—¿Puedes traernos una botella de rosé? —pidió el pelinegra de manera autoritaria pero amable.
—¿Alguna marca en específico? —ofreció la mesera quien se mostraba realmente interesada en atenderlas bien. Sana intuyó que esperaba recibir una buena propina, y la muchacha era realmente amable.
—Sorpréndeme —ella salió pitando del lugar para darles privacidad. Sana estaba ofuscada de solo ver los precios de la carta.
—El rosé es mi favorito —murmuró con media sonrisa la castaña mientras observaba directo en los ojos verdes de Tzuyu. Estaba embelesada.
—Qué coincidencia —contestó éste con sonrisa maquiavélica.
—Así que... —finalmente, cuando se decidió por un plato simple de ensalada caesar, Sana sacó de su bolsillo la caja del celular y lo puso sobre la mesa, justo al lado del brazo de Tzuyu.
—Es un regalo —respondió Tzuyu, pero no parecía en absoluto molesto. Más bien se estaba divirtiendo con todo aquello—. Quiero que lo tengas.
—Sabía que no me dejarías devolvértelo tan fácilmente —Sana rio escondiéndose detrás de la gran manga de su suéter. La ojiverde la devoraba solo con la mirada—. Gracias, Tzuyu, pero es demasiado caro y no puedo aceptarlo, no es correcto.
—Mi padre tiene muchas opiniones con respecto a qué es correcto...yo tengo otras —la pelinegra no dejaba caer su sonrisa, y aquello no solo le provocaba a Sana molestas mariposas en el estómago, sino que también lo tranquilizaba. Nunca se había sentido tan a gusto con una persona que conocía hacía tan poco tiempo.
—¿En serio? Cuéntame más —sugirió al mismo tiempo que la mesera volvía con dos copas y una preciosa botella llena de detales hechos de vidrio. Todo el lugar olía maravillosamente, como una mezcolanza de aromatizantes y comida. Sana le dio un sorbo suave a su vino. Definitivamente era costoso.
—Quizás en otra ocasión, ángel —Tzuyu la imitó y se bebió todo de un solo trago para volver a servirse la misma cantidad—. Acepta el celular, por favor.
—Tzuyu... —Sana se quejó ante la insistencia, pero no podía decir que estaba realmente molesta.
—¿Qué tal si te propongo un trato? Me encantan los tratos —ofreció de manera que parecía sospechosa, pero Sana no le dio muchas vueltas al asunto—. El celular a cambio de cinco citas más.
—Cinco es un número muy específico —Sana rió dulcemente—. Y eso se llama prostitución, la cual es ilegal.
—Me gusta lo ilegal.
—A mí no tanto —la noche se sentía fresca y renovada. La comida no tardó nada en llegar, pero Sana y Tzuyu estaban aún muy divertidos en su charla como para notarlo realmente.
—¿Qué tal si te quedas con el teléfono hasta que puedas comprarte uno nuevo? Tómalo como un préstamo amistoso —insistió la muchacha agudizando la mirada.
—Muy altruista de tu parte —Sana agarró su tenedor y le dio un bocado cuantioso y lento a su ensalada. Sabía deliciosa.
—Oh, no, mis motivos son completamente egoístas —aclaró mientras también probaba su comida, aunque no parecía disfrutarla del todo—. Solo quiero poder contactarte de nuevo, ángel.
Un sonrojo suave y extremadamente adorable se posó sobre las mejillas de la menor mientras intentaba ocultar lo increíblemente atraída que se sentía por aquella mujer sentada frente a ella. El corazón le latía con fuerza y sintió ganas de suspirar enamoradizamente, pero se abstuvo.
Luego de darle un trago largo a su copa de vino, habló de nuevo.
—Así que...cuéntame más de ti —sugirió en voz parsimoniosa. Aquella noche, no podía ir mejor.
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