3. La intervención
Tzuyu podía conservar su fachada de humana sonriente y socarrona delante de los ángeles, pero sus ojos siempre la delataban. Simplemente no lograba controlarlo. La ira se apoderaba de cada célula demoniaca en su cuerpo provocando que los orbes usualmente verdes de la pelinegra se transformaran en dos pozos negros, abismales. Se concentró en no irradiar emociones que delataran su verdadero estado de ánimo. Sentir era una desventaja, pero no poder controlar lo que sentía, era aún peor.
Jihyo se acercó a paso apresurado, como siempre, teniendo una confianza diferente a la de Mina y Jeongyeon quienes también le guardaban rencor. Por eso odiaba un poco menos a la rubia, no era una hipócrita como todos en el Cielo.
—Luci —una mueca frustrada cruzó por el semblante níveo de Jihyo—. Sabes que ella todavía no tiene veintiuno.
—¿Y según la ley del Cielo solo puedo tocarlo cuando tenga veintiuno? —Jihyo hizo el amague de contestar cuando fue interrumpida descortésmente por Mina. Joder cómo detestaba a Mina. En serio, esa tipa era la peor de las tres chifladas, la más hipócrita, mentirosa. Y, por supuesto, de los favoritos de su padre.
—No, según la ley de los humanos en el estado de San Francisco, y Sana es una de ellos —Tzuyu rodó los ojos con dramatismo mientras procedía a acercarse a una amenazante Nayeon que se mantenía en un costado, a la espera de la orden que la haría intervenir.
—No estoy rompiendo las reglas, Dagon —contestó directamente, observando como el pecho de Mina se inflaba con ira—. Y no pienso hacerlo de todas formas, simplemente era el momento adecuado para acercarme a ella —le dio un trago largo al whiskey que descansaba en su mano derecha, llena de anillos de oro y rubí.
—Sabes que a nuestro padre no le agradará que te acerques a ella —esta vez el interventor fue Jeongyeon, con sus ojos azules desbordando fiereza. Le gustaba cuando Nayeon jugaba con ella. Al menos se la podía sacar de encima con facilidad.
—En primer lugar, no es nuestro padre, es mi padre, sinceramente no tengo idea por qué todos ustedes se empeñan en llamarse hermanos y ver a Dios como el maldito padre de todos, no lo es —se arremangó la camisa y desabrochó los botones para comenzar a desvestirse. Tenía una reunión en unas horas y el diablo jamás llegaba tarde—. Y en segundo lugar, me tiene sin cuidado lo que mi padre piense —dejó caer la tela suave en el piso del salón y esperó a que Nayeon le alcanzara su camisa formal.
—Evidentemente te interesa, Lucifer, por algo has pasado la mayor parte de tu existencia intentando obtener su aprobación aun cuando te condenó a pasar tu eternidad en el infierno —las palabras de Jeongyeon le calaron tan profundo a Tzuyu, que la ira hizo de las suyas, causando que reaccionara antes de poder siquiera masticar aquello.
Subió una mano al aire haciendo un ademán grácil que se transformó en una bestia de aire, la cual tiró del cuerpo de aquella ángel contra una opulenta pared de cristales que se hicieron añicos en un instante.
Jeongyeon no sangró. Ninguno de ellos lo hacía, de todas formas. Pero, aun así, se quedó en el suelo tendido entre miles de cristales que se incrustaron en su saco de piel humana.
Tzuyu, sin decir una sola palabra, se acercó hacia el gabinete secreto de alcohol y se sirvió una copa de vino tinto para calmar el ruido en su cabeza. Odiaba que le faltaran el respeto, ella no lo hacía, ¿entonces por qué cojones lo hacían con ella?
—Agradezco no estar en el puto cielo lidiando con mierdas como tú, tontín y tontón —contestó señalando a Jihyo y Mina que se mantuvieron atónitas por un par de segundos más. El tiempo comenzó a correr igual de rápido que siempre y entonces la rubia se acercó a pasos agigantados hacia Jeongyeon para ayudarla a levantarse. Una risita se escapó de la boca grande de Nayeon cuando Mina tropezó con los cristales y se enterró un par de manera profunda, en las palmas de las manos. Ella soltó un gruñido y finalmente, estuvo dispuesta a irse.
Pero es en ese preciso momento, que Lucifer notó algo extraño entre la pila de cristales rotos. Un líquido bermellón manchaba apenas la alfombra egipcia.
—Tzuyu —fue sacado de su perplejidad cuando Jihyo se detuvo demasiado cerca de su cara—. Ten cuidado con ella, Tzuyu —susurró con voz desesperada—. Sana es mucho más frágil de lo que aparenta.
—He estado con ella durante toda su vida, Azrael, la conozco bien —apretó los dientes deseando que aquella ángel se fuera de ahí para analizar aquello que manchaba la alfombra y los cristales.
—Sé que tus intenciones no son malas, Luci, pero tus métodos siempre terminan haciéndole daño —le dijo. Así la pelinegra se quedó pensativa durante un momento, logrando asentir un par de veces para tranquilizar a Jihyo. En unos segundos el salón principal se queda vacío y el único ruido restante fue el de los pesados pasos de Nayeon.
Tzuyu deseaba realmente poder empatizar más con Jihyo y sus preocupaciones infundadas, pero lo cierto es que ella sabía lo que hacía. Sabía cómo cuidar a Sana, no podía sentirse preocupada.
El ruido del demonio con cabello verde sirviéndose un gin-tonic interrumpió su línea de pensamientos, así que se volteó para verla. La expresión de la pelinegra cambió a una más relajada al momento de hacer señas con su cabeza para que Nayeon tuviera la amabilidad de servirle otro vaso de whiskey.
—Deberías deshacerte de ellas —murmuró mientras hacía lo que le ordenaron—. Tarde o temprano irán corriendo a contarle todo a tu papi —Nayeon mantuvo la expresión estoica, pero le pasó la bebida a Lucifer con tranquilidad.
—Jihyo sabe que heriría a Sana si dan un paso en falso —aseguró la reina del inframundo mientras terminaba su bebida de un solo trago, adorando aquella sensación adictiva de ardor detrás de la garganta—. La única problemática es Jeongyeon.
—¿Qué hay de Mina? —la muchacha frunció el ceño con la confusión nublándole la vista.
—No le conviene.
—¿A qué te refieres? —Tzuyu sonrió de oreja a oreja con un cinismo que Nayeon ya extrañaba. Echaba de menos a aquella diabla despreocupada que la había acogido como su mano derecha.
—La imbécil de mierda se enamoró de una humana... —los ojos grandes de Nayeon se convirtieron en dos pozos negros de pura emoción contenida. Era inaudito. Una ángel enamorada de un humana. El ángel favorito de Dios; una paria.
—¿Los demás lo saben? —Tzuyu se calzó nuevos mocasines a mitad de camino, dejando regadas las botas marrones en cualquier lado. Observó el reloj una vez más. Quizás tendría tiempo de darse una vuelta por la casa de su pequeña ángel si la reunión terminaba rápido. Ansiaba ver de nuevo aquellos preciosos ojos azules.
—¿Crees que la señora rectitud sería tan descuidada? No, nadie más que yo lo sabe —Tzuyu se posicionó frente al espejo de su cuarto para arreglar los últimos detalles. Se veía bien, sí, pero no se sentía como ella mismo usando aquel traje negro azabache y camisa color vino. Los humanos esperaban que el diablo fuese un tipo formal, así que usualmente cumplía con las expectativas—. Hace un tiempo comencé a notar que Mina se ausentaba demasiadas veces y demasiado tiempo, así que decidí averiguar a dónde iba.
—¿Y? —Nayeon se encontraba cada vez más interesada. Aquello que tenían era una ventaja. El peso de la jodida balanza por fin se inclinaba a su favor. La peliverde vació en su estómago otro vaso de gin.
—Hay una chiquilla en la universidad de Sana —comentó Lucifer como quien no quiere la cosa.
—Oh, esto es jugoso —exclamó ella al tiempo que la pelinegra tomaba asiento en una de las banquetas altas del desayunador.
—Ajá —Tzuyu subió las cejas con media sonrisa incrustada en la cara—. Lo típico, ya sabes, familia disfuncional, padre alcohólico y violento, madre drogadicta y desequilibrada, aunque la joyita de la familia es su hermano mayor —Tzuyu hizo una mueca de repulsión tan notoria que era imposible de ignorar. Los humanos eran desagradables en sí todo el tiempo, pero aquel tipo de humanos era su menos favorito. Los que ella elegiría exterminar de una sola vez si estuviera permitido—. Al hijo de puta lo acusaron de abuso sexual tres humanas, pero todas las denuncias fueron desestimadas porque el padre era de un alto rango militar, le perdonan todo —un resoplido molesto se escapó de la demonio quien negaba con la cabeza incansablemente como si aquello de verdad le molestara—. Una familia de mierda ¿no? —se encogió de hombros para luego acomodar sus cabellos de una manera formal—. La chiquilla iba a la misma escuela que Sana pero no eran compañeras, creo que tiene como dos años menos o algo así, es realmente inteligente, de hecho está becada en la universidad.
—¿Y la señora perfección no ha hecho nada por ella sabiendo todas estas cosas? ¿Qué clase de romance de mierda es ese? —la demonio tenía que coincidir con Nayeon, pero entendía por qué Mina no se había inmiscuido. Quizás ella debería haber sido más sutil a la hora de meterse en la vida de Sana para salvarla.
—Dagon es el soldado perfecto de papá, no se atrevería a romper las reglas jamás.
—Voy a suponer que por eso te odia con tanto fervor —Nayeon se acercó a Tzuyu con gracilidad—. Tú te animaste a hacer aquello que ella anhela —una sonrisa socarrona surcó los labios de la demonio de cabello verde.
—Los ángeles se parecen mucho a los humanos, en realidad —Lucifer enfocó sus orbes en los de su apreciada mano derecha—. Envidian la libertad, pero jamás se atreverían a luchar por ella y sus convicciones, tienen miedo y están llenos de hipocresía, no están dispuestos a hacerse cargo de sus propias decisiones y por eso me usan de chivo expiatorio cada vez que algo se les va a la mierda —una risa sin gracia se escapó de lo más profundo de la garganta del diablo—. Soy una excusa para justificar su libertad, pero en realidad disfrutan de ser unas bolsas de mierda.
—¿Incluso Sana? —Tzuyu observó a Nayeon como si estuviese chiflada.
—Nunca Sana ¿Acaso no la has visto, querida Nayeon? Sana Minatozaki es una ángel. Literalmente.
—Ya no —ella rio con verdadera gracia mientras se ponía de pie, dispuesta a irse—. Hace mucho tiempo que no.
—Sabes a lo que me refiero —Tzuyu rodó los ojos exasperados, jurando en su interior que, si pudiese sonrojarse, probablemente lo hubiese hecho en aquel preciso momento.
Nayeon negó suavemente imitando el gesto de cansancio de su jefa para luego dirigirse a la puerta de salida con las botas resonando por toda la habitación.
—La diabla enamorada, qué puto cliché.
Tzuyu rompió a reír en ese instante dándose cuenta de lo estúpido que sonaba aquello.
Pero, de todas formas, no le importaba sonar estúpida por Sana.
El cuarto de Sana estaba en el ático y dejaba pasar toda la luz cuando el sol estaba muy alto en el cielo, pero de noche era aún más hermoso. Podía entretenerse por horas y horas viendo las estrellas titilar al compás de alguna canción lenta de los ochenta.
Esta noche era diferente. No se encontraba tranquila y melancólica, sino más bien feliz y burbujeante.
No podía quitarse a Tzuyu de la cabeza, aunque lo intentara una y mil veces. Saltaba de un lado a otro en su piso de madera mientras escuchaba a todo volumen una de las canciones más conocidas de los Backstreet Boys, su grupo predilecto de pop, mientras se calzaba el pijama celeste con pequeñas estrellas blancas desparramadas por doquier. La voz en cada estrofa le salía a los gritos, quebrándose por aquí y desafinando por allá. Le explotaba el corazón y le picaba la piel. Le encantaba.
Luego de un rato, cuando la canción culminó dando paso a otro éxito pero esta vez de N'Sync, la muchacha de ojos cian procedió a cepillar sus dientes frente el pequeño espejo que había en su baño privado. La verdad era que no tenían mucho dinero, pero desde que era la única de sus hermanos que quedaba en casa, sus padres podían darse un par de lujos en cuanto a la remodelación del espacio; además de que Sana aportaba siempre con el dinero de su trabajo.
—¡Sana! —un grito se escuchaba amortiguado por el incesante ruido de la voz de Justin Timberlake en el coro de la canción. La de cabello chocolate se limpió la boca con la manga de su pijama y bajó corriendo las escaleras intentando no resbalarse, ya que traía puestos los calcetines de Bob Esponja.
—¿Ma? —sonrió ampliamente con la inocencia dibujada en el rostro aniñado.
—Cielito, llegó un paquete para ti —la ojiazul frunció el ceño ligeramente mientras se acercaba a su madre quien le tendía una cajita mediana, cuadrada, envuelta en papel blanco con un gran moño rosa arriba. Sana lo acercó a su oído y lo agitó, pero no sono nada, aunque sí distinguió que el contenido era pesado para ser de ese tamaño.
—Cariño son las once de la noche ¿Quién te mandó eso? —su madre lucía preocupada mientras se abrazaba más a su bata de dormir.
—No lo sé, ma, quizás es una broma o algo así.
—¿Segura? —su padre le hizo notar que había una tarjetita colgando del costado del moño. Sana la abrió mordiéndose el labio inferior con algo de miedo. No le gustaban las bromas y tampoco las sorpresas.
"Ahora se que tengo tu numero real". CT
A Sana se le cortó la respiración de golpe mientras rompía el papel sin cuidado y notaba su contenido. Un teléfono. Las manos le temblaron y todos los colores se le subieron al rostro.
Mira de nuevo la caja. No era cualquier teléfono. Era un iPhone, uno que ni siquiera había salido aún al mercado.
—Sana —su madre tenía marcado el ceño y la boca apretada—. ¡¿Quién te mandó eso y por qué?! —la muchacha abrió la boca para responder pero la verdad es que no supo que decir exactamente.
Demonios, apenas aparecía y Tzuyu ya le estaba creando problemas.
¿Cómo iba a explicarles esto a sus padres?
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