22. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
La nieve caía blanca y parsimoniosa a través de los grandes ventanales de Mr. Sweetness. Las personas caminaban rápido con sus maletines, mochilas y papeles de trabajo, completamente ajenos a lo rápido que el mundo entero había sido sacudido.
Habían pasado tan solo treinta días desde aquella victoria con gusto a derrota, sin embargo, Sana lo sentía debajo de la piel, reviviéndolo una y otra vez.
Apretó la taza de café con más fuerza de la necesaria y cruzó las piernas en el banquito alto mientras sus ojos tristes, y aún así esperanzados, se mantenían pegados a la televisión que descansaba en un soporte aéreo de la esquina del local. Las imágenes eran de destrucción, aquella de la que su novia y sus amigas habían sido partícipes, pero el titular rezaba: "A un mes del fatídico terremoto de San Francisco" mientras transeúntes con los ojos cristalizados rememoraban erróneamente los hechos de aquel día. Por el costado de la pantalla rodaban los nombres de los fallecidos, tantos nombres que el corazón se le estrujó. El de Amelia seguramente estaba entre ellos, pero no el de JC.
—¿Es un problema monetario? ¿Necesitas un aumento? —sin mediaciones, Sana fue interrumpida en sus cavilaciones por la voz afligida de su jefe quien estaba sentado frente suyo con un cigarrillo prendido en la mano y el periódico descansando debajo de la otra. Sana negó suavemente, dándole un trago a su café.
—No, señor Sweet —le aseguró regalándole media sonrisa triste—. No es por el dinero. Usted sabe que amo la cafeladería, pero mi novia y yo vamos a mudarnos —el hombre de cabello pelirrojo y expresión mortificada detrás de su extraño bigote, suspiró resignado.
—¿Taiwán? —Sana frunció el ceño. Su jefe se encogió de hombros—. Oí que es taiwanesa—ambos rieron quedito.
—No —contestó, pero no agregó más información al respecto—. Gracias por haber sido un jefe fenomenal.
—Espero que seas feliz, muchacha. Te lo mereces —y le palmeó el hombro un par de veces de manera paternal.
La castaña se puso de pie luego de beber el ultimo trago de café y recibir su último cheque de pago. Iba a echar tanto de menos el aroma a pastelillos, el frio de la heladería entrecruzándose con el vapor de las cafeteras. Iba a echar de menos las paredes rosas y las estrellas brillantes que Ella había colgado por el lugar.
Fue hasta su locker en la parte de atrás de la cocina y vació todas sus pertenencias en la mochila que había llevado específicamente para eso, pero su actividad se vio interrumpida cuando oyó unos pasos firmes detrás suyo.
Allí, con el cabello largo y negro recogido en una coleta pretenciosa, estaba Ronnie. La expresión contrariada de su rostro la confundía, pero no se atrevió a decir nada. Era la primera vez que la veía con la guardia baja, y debía admitir que se sentía extraño.
—Oí lo que le pasó a tu amiga —susurró cruzándose de brazos y haciendo un gesto extraño con los finos labios—. Lo siento mucho.
—Gracias —contestó, totalmente desconcertada. Su compañera no era amable, hacía comentarios de mierda el ochenta por ciento de las veces y tenía una ética y moral, cuando menos, cuestionable. Sin embargo, allí estaba, presentándole su pésame.
—Así que...por fin te vas a ir de esta pocilga.
—Oye.
—Me alegra —Sana frunció el ceño. Ronnie rodó los ojos, volviendo a levantar todas esas murallas que rogaban ser derrumbadas—. No, de verdad, porque eres una mocosa insoportable que siempre llegaba tarde y se comía las frutas cuando pensaba que nadie estaba viendo —se quedaron en silencio con una sonrisa socarrona en sus rostros—. Buena suerte en tu vida, Sana.
—Gracias. Igual a ti —Ronnie apretó los labios y asintió un par de veces antes de dar media vuelta e irse a pasos agigantados.
El viaje en autobús se sentía irreal. Era la última vez que haría aquel recorrido desde Mr. Sweetness hasta su propia casa, y nunca había notado la cantidad de tiempo que aquello daba para pensar.
Apoyó su cabeza en el cristal, rebotándola irremediablemente por los baches y el movimiento brusco, pero no le importó. Desde el sacrificio de JC no había podido dejar de pensar en él ni un minuto, sintiéndose culpable y agradecida al mismo tiempo, aun cuando no lo había hecho por ella sino por su hermana.
Tzuyu le había contado qué significaba todo aquello de ser la acreedora de la eternidad de un Dum Vixiti. Seguía siendo humana y no tenía los poderes de JC porque él era el mesías, pero era prácticamente inmortal. No quiso decirlo en voz alta, pero aquello le brindaba una tranquilidad nueva. Significaba que iba a poder estar con Tzuyu sin renunciar a su alma, sin ser un demonio, pero también quería decir que con el paso de los años iba a ver morir a todas las personas que alguna vez había conocido. Y aquello le provocaba tal dolor, que no quería siquiera pensarlo todavía.
Tzuyu se comunicaba con JC a veces de maneras remotas gracias a Jihyo. Ella y Jeongyeon habían tenido que volver a la Ciudad Dorada para exponer a Michael, Gabriel y Raphael, y ordenar todo el caos que habían dejado detrás suyo. En esos momentos, cuando nadie la estaba viendo, Jihyo se escabullía al Cielo de los humanos y hacia una videollamada con JC. A Sana le encantaba saber que su novia todavía podía tener contacto con el único familiar que la amaba y a ella le importaba, pero también le hería saber cuánto lo echaba de menos Tzuyu. No era lo mismo. Jamás volvería a ser lo mismo.
Por otro lado, también sentía un pinchazo de celos al saber que ella no podía tener eso con Amelia. No podía verla, comunicarse, hablar con ella, porque estaba enfrentando un juicio que solo Dios sabía cuánto iba a durar. Después de todo ella había sido un ángel, un ángel renegado que se había enamorado de un demonio y había pasado siglos vagando por la Tierra, escondiéndose de todos y cambiando de cuerpos. Había procreado con un humano. Había hecho todo lo que un ángel nunca debe hacer.
Luego de llorar, de todas las pérdidas, de los funerales, del dolor y el volver a adaptarse a que la vida seguía, Tzuyu le contó la historia entera de Amelia tal cual ella la recordaba.
El ángel Anael y Atilius, el demonio, habían sido la primera pareja entre el Cielo y el Infierno enlazadas por el destino, y también los únicos no humanos que poseían almas gemelas, al menos hasta Tzuyu y Sana. También les habían prohibido estar juntos, pero lucharon de todas formas, hasta llegar al punto en el que Anael pactó con Lucifer para mantenerse ajena al mundo celestial, escondida de sus superiores y sus iguales. Anael había vivido en el Infierno con ellos muchísimos años, fue entonces que la tragedia la golpeó y Atilius murió defendiendo la vida de Tzuyu en el último enfrentamiento con Lilith antes de encerrarla en la jaula.
Anael estaba destrozada, tanto así que decidió dejar el Infierno y vagar sola por el resto de la eternidad.
Tzuyu la había buscado por todos lados, había barrido la Tierra por Anael, por la lealtad que todavía le debía a Atilius, pero jamás la encontró. Ahora sabía que era porque el ángel había estado cambiando de envase humano durante muchísimo tiempo, hasta encontrar hacía casi dieciocho años a la familia Kline. Y el resto... Sana ya lo sabía.
Amelia siempre había sabido que Tzuyu era el Diablo y quizás por eso le había brindado todo su apoyo.
Quizás por eso le había encargado a su bebé.
Al llegar a su casa se dirigió directamente a la cocina donde su mamá y su papá estaban cocinando y leyendo el periódico respectivamente. Sin previo aviso, Sana abrazó a Daiki por la espalda y suspiró largamente, con todo el peso de las decisiones que estaba tomando.
—¿Cómo te fue? —preguntó el hombre bonachón con una sonrisa triste en el rostro, pero dispuesta a apoyar a su hija pasase lo que pasase.
—Bien. El señor Sweet se lo tomó genial —apretó los labios disconforme, entonces su madre dejó de lado el plato que secaba y se volteó, revelando sus cejas juntas y el llanto en sus ojos iguales a los de Sana—. Oh, mamá... —la muchacha se acercó a paso rápido y la rodeó con sus brazos intentando que se sintiera acompañada. Nako sollozó un momento con su hija, pero se recompuso rápidamente.
—Es que no puedo creer que te vas a ir tan lejos, bebé —Sana se mordió el labio inferior sintiendo la culpa recorrerle el cuerpo. No quería ni siquiera pensar en el dolor que vivir lejos de su familia significaba.
—Todo es culpa de esa chica —agrego Daiki, fingiendo que no lloraba y sonriendo con melancolía—. Sabía que nada bueno podía traer una taiwanesa—los tres rieron quedito, sintiendo cada instante como si fuese el ultimo.
—Oh, vamos, aman a Tzuyu.
—La amábamos hasta que decidió que iba a llevarse a mi hijita a la otra punta del mundo —bromeó Daiki. Nako mordió su labio inferior.
—Voy a venir a visitarlos seguido y estaré en contacto de otras formas todo el tiempo —Nako suspiró largamente y revolvió el cabello castaño de Sana.
—No será lo mismo... no lo será —aseguró, y aunque Sana no deseaba admitirlo, lo sabía.
Salió de ducharse luego de más de veinte minutos que le supieron a escasos. Tenía los músculos agarrotados por el frio y estaba más exhausta de lo que había estado en toda su vida. No podía creer lo que estaba por hacer. Lo que ella y Tzuyu iban a hacer.
Miró a su alrededor con melancolía. Su cuarto ya no parecía suyo.
Todo estaba guardado y etiquetado en cajas. Las plantas que todavía reposaban en la repisa de madera que su padre le había puesto, habían muerto. Las lucecitas de Navidad permanecían enredadas, y esperando a ser guardadas, junto a sus libros de la universidad y la bolsa llena de abrigos de media estación tirados en la cama.
Los posters de los Backsteet Boys, Madonna y N'Sync que antes adornaban la pared frente a su cama, ahora estaban en un archivador, en la casa que Tzuyu había comprado para cuando volvieran de vacaciones, junto con su tocadiscos y las cartas de póker.
Miró hacia donde estaba su mesita de noche, completamente vacía, como si estuviera desnuda. Allí ya ni siquiera estaba el álbum con las fotos de sus hermanos y padres, de sus amigas, y de su novia; a esas las había clasificado en folios transparentes en un carpetin que Andras (Nayeon) había terminado seleccionando para su mudanza.
Recordó los bailes frente al espejo con las Spice Girls de fondo, y también el llanto desconsolado luego de un corazón roto sobre su cama con Taylor Swift retumbándole en los oídos.
Recordó a Yuta chismoseando con ella y Jihyo en su cama diminuta para tres personas.
Christian y Dominic leyéndole comics antes de irse a dormir.
Levi comiéndose sus galletas preferidas y dejando las migas por todo el suelo para que luego su hámster se las comiera.
La jaulita de Goliat, vacía, pues Tzuyu había comprado una mucho más grande y llena de jueguitos para que se divirtiera. Para agradecerle el gesto, Goliat se escapó y se comió todos los cables de la televisión de Tzuyu y el cargador de su celular, acto seguido hizo pipi en su alfombra italiana carísima.
Una lagrima solitaria se escapó de su ojo, siendo secada con rapidez. No podía permitirse llorar demasiado, ya había descargado todo durante más de dos semanas. Estaba seca y agotada. Pero también se sentía lista.
Sonrió dándole un último vistazo a su vieja habitación luego de vestirse para la cena. Apagó la luz y cerró la puerta.
Lo mejor estaba por llegar.
Al bajar a la sala principal se encontró con todos sus hermanos, algunos con las manos en los bolsillos, otros fumando. Kenji la miraba desde un costado, reticente.
Los ojos se le llenaron de lágrimas en cuanto Chris lo rodeó con sus brazos y le besó el cabello, susurrándole microbio y cerrando los ojos con fuerza para que la tristeza no se le notara. ¿Cómo haría para vivir tan desapegada de aquellos cinco hombres que la habían cuidado y acompañado durante toda su vida? No lo sabía, pero Tzuyu tendría las respuestas. Ella siempre las tenía.
Yuta, quien todavía no podía creer lo mucho que la vida de su hermanita había cambiado en menos de un año, le dio un puñetazo suave en el brazo y le hizo jurar que iba a venir para todas las fiestas importantes, incluyendo cumpleaños.
—Tu novia es rica, se puede costear el viaje —agregó, provocándole la risa a todos. Nako masticaba una zanahoria cruda mientras le pasaba a Levi un vaso colmado de cerveza.
—Eso es pasarse. Sana no le hagas gastar miles de dólares a tu novia solo porque puede pagarlo —agregó Dominic echando humo por la boca. Kenji mostró apenas una media sonrisa.
—Oh, descuida, no le haré gastar nada. Puede teletransportarse de un lugar a otro en un parpadeo —respondió la castaña con una sonrisa refulgente. Todos se rieron y ahora comenzaba a entender lo bien que la pasaba Tzuyu al decir esas barrabasadas sin ton ni son sabiendo que el resto las tomaría como chiste. Era hilarante.
—¿Se van a llevar a Goliat también? —Kenji, quien se escondía detrás de ese estúpido gorrito de lana negro, le hablo directamente a ella con un tono tan poco amenazante y enfadado, que le resultó extraño, pero al mismo tiempo la hacía feliz.
—Sí, no podemos dejar a Goliat aquí. Lo extrañaría mucho.
—¿Y no puedes llevarnos a todos nosotros? —preguntó Levi abrazándola por el costado. Sana se mordió el labio inferior y los ojos se le cristalizaron nuevamente.
—La vas a hacer llorar, jodido idiota —Chris le dio un manotazo en la nuca—. Microbio, eres una adulta y tienes que seguir con tu vida. Múdate, cásate, ten hijos...
—Ya tengo un hijo —cortó, haciendo que su hermano rodara los ojos.
—Ten más hijos. Termina de estudiar. Vive, Sana. Nosotros estaremos siempre aquí, a tu lado, aún en la distancia —la muchacha sonrió con confianza y el orgullo digno de un hermano que casi la había criado.
—Joder, Christian —los ojos de Sana finalmente rebalsaron soltando todas las lágrimas que venía acumulando—. Menos mal que no querías hacerme llorar —rieron quedito durante un rato y todos procedieron a abrazarse.
Aquella calidez de su familia jamás podría ser reemplazada con nada. Y estaba bien, porque los tendría por muchísimos años más.
El timbre sonó por primera vez en la noche, pero ciertamente no la última.
La cena originalmente iba a ser en el patio de los Minatozaki, pero con la nevada habían tenido que trasladar todo a su cocina, que no era muy grande, pero al menos estaba todavía adornada con lucecitas y demás cosas navideñas además de las guirnaldas de su cumpleaños. Su papá había cocinado, su mamá había limpiado junto con Sana y sus hermanos se habían encargado de traer la bebida y el postre. Todo se veía hermoso.
Observó a su alrededor, el ambiente atestado de sus amigos; Stacy, quien había traído champagne del más caro y un juego de doce copas de cristal fino, mantenía su mano firmemente agarrada a la del inocuo Chad, portador de una sonrisa radiante y ojitos adormilados pero amables. También habían asistido Ella con el señor Sweet, al que finalmente sí estaba frecuentando y mantenían una relación amorosa a pesar de la abismal diferencia de edad, Ronnie usando un tapado de piel blanca, la cual esperaba que fuese sintética pero honestamente lo dudaba, Lena con su novia, Jihyo, quien reía de algún chiste absurdo de Yuta, Jeongyeon, quien se mantuvo casi la mitad de la noche charlando de política con Dominic y Christian y finalmente Dahyun en un costado mientras le contaban a Nako y Daiki sus planes para el futuro, cómo estaba su mamá, lo bien que le iba en la universidad y lo enamorada que estaba: de su carrera, de Mina y de su vida.
Sana se abrazó a sí misma deseando más que nunca poder compartir todo aquello con Amelia y JC. Imaginó poder verlos a su lado, parloteando sobre especismo, medio ambiente, el pequeño Jack y la familia. Detuvo sus pensamientos al instante, sabiendo que aquello solo podía terminar de nuevo en llanto.
El timbre sonó por última vez en la noche, iluminando los ojos cerúleos de Sana, quien corrió a abrir la puerta con una sonrisa gigantesca pintada en el semblante. Del otro lado, como lo supuso, estaban Mina, Andras (Nayeon) y Tzuyu, quien sostenía en sus brazos a un pequeño bebé vestido con un abrigo marrón de peluche que probablemente había costado lo que ganaban en sueldo su papá y su mamá juntos.
—Hola, ángel —saludó sonriendo con los hoyuelos formados en los costados de su boca. Sana mordió su labio inferior y se puso de puntitas de pie para besarla en los labios.
—¿Pueden dejar las mariconadas para después? Nako hizo zanahorias en soya y sésamo —se quejó Andras (Nayeon), empujándolas levemente para ir a la cocina con los brazos extendidos y gritando el nombre de su madre. Sana se rio. Le sorprendía lo bien que las dos mujeres habían congeniado a pesar del poco tiempo que llevaban conociéndose. Esperaba que su mamá nunca se enterara que Andras (Nayeon) era un demonio.
—Sí, permiso, Dahyun se ve preciosa y se lo tengo que decir —Mina fue la segunda en pasar con los orbes brillantes y fijos en la única persona que existía para ella en ese momento.
—Niñas —se quejó Tzuyu a modo de broma, dejando que Sana le besara la carita al pequeño bebé que tenía en brazos.
—Hola mi amor ¿cómo estás? —saludó con una vocecilla aguda y distorsionada, la cual había llegado a encantar a la pelinegra. Nunca se había imaginado lo maternal que podía ser Sana—. Ven, vamos, mi papá casi me come la cabeza porque no hemos traído a Jack en tres días.
—No me gusta que lo estén toqueteando todo el tiempo, es chiquito.
—Lo sé, amor, pero es nuestra familia, obviamente van a querer darle cariño al bebé.
Luego de todo lo que había significado la muerte de Amelia, Sana había llamado a sus hermanos para que se juntaran el fin de semana porque tenía que dar una noticia importante. La intriga les carcomía, pero al menos Nako y Daiki ya sabían por dónde venía la mano. Ese mismo fin de semana, Tzuyu había llegado con Sana y Jack en brazos para tener la que sería
La charla más importante y difícil de sus vidas.
Al principio, cuando explicaron el último deseo de Amelia, Dominic y Levi se escandalizaron haciéndole saber que era muy joven e inexperta para cuidar de un bebé. Yuta no podía creerlo y se mantuvo casi toda la velada en silencio intentando asimilar que su hermanita menor, el microbio, la mocosa, estaba completamente dispuesta a formar una familia con esa mujer que había conocido hacía menos de un año y el hijo de su mejor amiga muerta. Christian les dijo que no estaban preparadas para tanta responsabilidad, ni siquiera sabían si Tzuyu se quedaría a su lado el tiempo suficiente como para hacerse cargo de un bebé. No tenía un trabajo bueno, no había terminado sus estudios, no había vivido su vida en absoluto y quería quedarse a cargo de una criatura. Tzuyu se rio, indignada, y discutieron acaloradamente durante una buena hora hasta que las aguas finalmente se calmaron. Increíblemente, el único que salió en defensa, había sido Kenji, asegurándole que aunque fuera chica y aunque Tzuyu se borrara del mapa, siempre los tendría a ellos y siempre la ayudarían porque eran una familia. Sana había llorado durante toda esa noche replanteándose su vida completamente. No fue sino hasta la mañana siguiente que se encontró con Tzuyu en la cocina tomando café con sus hermanos mientras Daiki le daba biberón a Jack y Nako los observaba con adoración.
—No puedo creer que el primero en hacerme abuela sea mi hija la más pequeña —murmuró en cuanto la vio. Sana lloró de nuevo abrazando a sus padres y luego cargando a su hijo.
Jack era especial.
Luego de aquello habían tenido que pasar por un montón de trámites burocráticos y judiciales de los que Tzuyu se había encargado cobrándose los favores de los corruptos humanos que alguna vez le habían pedido algo, hasta que una tarde, fue oficial. Nunca supieron nada de la familia de Amelia, que ni siquiera se había molestado en asistir al funeral, y del progenitor de Jack no sabían nada.
El pequeño estaba finalmente asentado como Jack Kline Minatozaki, y se mantendría aquello incluso si se casaba con Tzuyu.
—No entiendo por qué tiene que tomar tu apellido y no el mío —se había quejado en ese entonces su novia. A lo que Sana respondió enfurruñada:
—¡Porque mi apellido sí es real, Tzuyu!
En el transcurso de la noche se mantuvieron muchas charlas, sus hermanos alimentando a Jack, su madre dándole todo lo que pudiese comer a Andras (Nayeon), sus amigas bastante alegres por la cantidad de alcohol ingerido, y su alma gemela, el amor de su vida, nunca soltándole la mano en la que algún día, pondría un anillo.
Brindaron luego de las dos de la mañana, satisfechos y felices, deseándoles a la nueva familia prosperidad en su futuro.
Cuando el reloj marcó las cuatro menos diez de la madrugada, todos comenzaron a irse y los que quedaron ayudaron a limpiar la cocina, excepto Dahyun, quien estaba sentada en el sofá con Jack durmiendo en sus brazos. A Mina se le iluminaron los ojos con aquella imagen, la esperanza escondida en su corazón ansioso.
—¿Les parece si vamos a mi casa a seguir con la fiesta? —ofreció Tzuyu luego de que Nako y Daiki subieron las escaleras a su cuarto, y con un chasquido simple, aparecieron en el lugar.
La nueva casa de Tzuyu era enorme. Tenía mucha menos cristalería y las bebidas alcohólicas estaban en un gabinete de madera cerrado con llave porque irían allí cuando estuviesen de vacaciones o visitaran a la familia, y no quería correr riesgos con Jack lastimándose cuando fuese más grande.
Sana se había mantenido en el sofá hablando con Andras (Nayeon), Jeongyeon y Jihyo, luego de acostar al bebé en su cuarto monstruosamente equipado con conejos de peluche, juguetes que todavía no podía ni usar, y lucecitas tenues por doquier para hacerlo sentir seguro.
Mientras tanto, en la isla de mármol con dos botellines de cerveza y un vaso de jugo de piña, Tzuyu, Mina y Dahyun hablaban en voz baja.
—¿Ya encontraron casa? —preguntó Dahyun mientras limpiaba de sus labios rellenos los restos de pulpa de piña. Tzuyu sonrió de lado dándole un trago a su botellín.
—Sí, Sana eligió una casa en Ambrose, una isla de Grecia —admitió. Mina se rio con un bufido.
—No me jodas, por supuesto que escogió Grecia —Tzuyu se mordió los labios para no reír de su novia. Mina miró a Dahyun—. Mamma Mia es su musical favorito —Dahyun sonrió.
—¿Y ya saben hablar griego?
—Kim, soy el Diablo —se vanaglorio—. Sé hablar todos los idiomas que existieron, existen y existirán —Mina rodó los ojos con exasperación, pero no dejó de sonreír.
—¿Y qué harás con el Infierno ahora que piensas quedarte en la Tierra con Sana y Jack? —preguntó la caída. Tzuyu suspiró pesadamente y dejó el botellín de cerveza a un lado.
—Justamente por eso quería hablar con ustedes en privado —Mina frunció el ceño.
—No —contestó antes de que su hermana de lazo pudiera explicar nada.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —Dahyun se sentía completamente perdida.
—Ni siquiera escuchaste todavía mi propuesta.
—Pero sé que es lo que vas a ofrecer, Tzuyu, y no puedo aceptar.
—¿Alguien me quiere explicar de qué están hablando, por favor? —pidió Dahyun con la delicadeza que la caracterizaba.
—Quiere que me haga cargo del Infierno —respondió Mina provocando que su novia tragara duro. Los vellos de los brazos se le erizaron.
—No es tan así...
—Pero es algo así.
—Mina, escucha, te estoy ofreciendo ser una especie de subjefe del Infierno junto con Andras (Nayeon), puedo darte much-
—Tzuyu, no.
—¿Qué harás cuando Dahyun muera? —el aire se tornó pesado y cortante. Las facciones de Mina se endurecieron y apretó los puños sin quitar sus ojos avellana de los de Lucifer.
—Lidiaré con ello. Es el ciclo de la vida humana, Tzuyu.
—Tu sabes que ella irá arriba y tu eres una caída, no van a dejarte volver allí. No volverás a verla, Mina —presionó—. Yo tengo la solución, puedo ofrecerte una eternidad con Dahyun, puedo convertirla en un demonio.
—No —contestó tajantemente—. No estoy dispuesta a poner en juego el alma de la persona que amo por egoísmo.
—Pero Mina-
—¿Lo harías tu con Sana? ¿Quemarías su alma por mantenerla a tu lado? —el diablo lo sopesó por un instante, apretando los dientes y evadiendo su mirada, llevándola hacia donde su novia reía con sus amigas. Jamás. Jamás podría hacerle una cosa así.
—No...
—Entonces entiendes por qué no puedo hacerlo con Dubu.
—¿Puedo opinar al respecto? —la vocecilla dulce y rasposa de la chiquilla resaltó, por fin, de entre aquellos dos seres superiores. No iba a admitirlo, pero le indignaba un poco que se hubiesen puesto a discutir sobre su mortalidad, sobre su vida y sus decisiones frente suyo sin siquiera considerar lo que ella quería.
—Sí, lo siento, bebé —Mina la rodeó con uno de sus brazos y le besó la sien tranquilamente, ansiosa por sentir el calor de su cuerpo.
—Calliope dijo algo cuando la fuimos a visitar para que nos ayudara a ocultarnos —comenzó. Tzuyu frunció el ceño, confundida e inclinó la cabeza ligeramente—. Me pidió que volviese para que ella me enseñara a hacer las cosas que ella hace...
—Calliope es un ángel, Dahyun, no es lo mismo —Tzuyu chasqueó la lengua, pero la humana levantó ambas manos para que la siguiera escuchando.
—¿Qué hay de Rowena MacLeold?
—¿Cómo sabes de-
—Investigué —respondió rápidamente. Mina levantó una ceja en incógnita—. Vamos, un ángel me dijo que tenía algo que me hacía especial y que podía enseñarme magia, por supuesto que investigué. Estuvimos más de una semana en Nowhere, ustedes estaban ocupadas y me aburría —Tzuyu hizo un ademan para que siguiera—. Rowena tiene miles de años y es joven, es fuerte. Es una bruja —Dahyun sonrió—. Y más importante aún, es humana.
—¿Piensas que puedes igualar a la mismísima Rowena MacLeold? —bufó el Diablo, recibiendo una mirada encolerizada de su hermana de lazo.
—No, pero un ángel se ofreció a ser mi tutora —Dahyun estiró la mano agarrándole a Tzuyu la muñeca para que le prestara total atención, para que se tomara sus palabras en serio—. Te prometo, Tzuyu, que voy a practicar tan duro que Rowena vendrá pidiéndome de rodillas que le enseñe mis trucos —las sonrisas se expandieron como pólvora entre las tres amigas.
—Estás arruinando todos mis planes, humana —contestó—. Y estoy orgullosa de ello —le dio unas palmadas fuertes en la espalda y se puso de pie—. Entonces... ¿definitivamente no puedo contar con la idiota en la que más confío para ayudar a Andras (Nayeon) a gobernar el Infierno?
—Hagamos un trato —ofreció Mina. Tzuyu sonrió ladina con una ceja alzada y la chispa y astucia brillándole en los ojos.
—Me encantan los tratos.
—Tu y yo sabemos que Andras (Nayeon) puede gobernar el Infierno completamente sola, lo más probable es que yo le estorbe allí de todos modos, pero puedo ser el nexo en la Tierra. Tu no tendrías que ocuparte de absolutamente nada más que de hacer feliz a tu familia.
—Uhm... —lo sopesó—. La Reina y la Princesa del Infierno.
—Le queda el título —susurró Dahyun, sonrojada, imaginando cosas indebidas.
—Me agrada —Tzuyu estiró su brazo, tatuado hasta la punta de los dedos, hasta que Mina la imitó. Ambas marcas inquebrantables brillaron al cerrar el trato casi al mismo tiempo que los ojos de Mina pasaban de iluminarse celestes a ser dos brasas rojas, iguales a las de Tzuyu—. Es un trato, Princesa.
—Es un trato, Reina.
Cuando se dieron vuelta para volver a juntarse con el otro grupo, notaron cómo Andras (Nayeon), Jihyo, Jeongyeon y Sana las miraban en silencio, boquiabiertas y con la confusión grabada en las facciones.
—¿Qué cojones acaba de pasar? —preguntó Sana, pero Lucifer se limitó a sonreír mientras caminaba hacia su amada.
—Ahora te explico —ofreció.
Pasaron dos horas más entre cocteles, jugos, cervezas y frituras, riéndose a las carcajadas, celebrando los nuevos títulos de sus amigas, comentando planes a futuro y todo sobre el nuevo hogar de Sana y Tzuyu. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, pero no importaba. Todas ellas sabían que aquella sería una de las ultimas veces que podrían estar todas juntas en un mismo lugar al mismo tiempo, porque la vida era así; complicada y fugaz. A Sana todo aquello le recordaba a sus amigos de la escuela, con quienes había prometido mantener el contacto y llamarse para reuniones especiales, pero pronto los meses fueron años, y los rostros se le desdibujaban al igual que sus apellidos, hasta ser nada más que un recuerdo dulce del pasado al que ya ni siquiera evocaba.
—¿Y ustedes? ¿Qué piensan hacer? —preguntó observando a Jeongyeon y Jihyo, quienes se mantenían serenas y apacibles, jugando a balancear sus vasos más que beber su contenido.
—La Ciudad Dorada es un caos ahora que todos saben lo que Michael, Gabriel y Raphael hicieron —respondió la rubia para luego apretar los labios.
—Alguien tiene que ayudar a restaurar el orden, y nos hemos ganado una reputación por la batalla en la Tierra —ofreció Jeongyeon recelosa, pero con media sonrisa oculta.
—¿Y mi padre? —Jihyo negó mirando a Tzuyu.
—Ya sabes cómo es —agregó—. Obra de maneras misteriosas... —Tzuyu suspiró con pesadez recibiendo gustosa la mano que Sana le ofrecía como apoyo.
—¿Volveré a verlas? —preguntó, finalmente animándose a sacar de su pecho aquella duda que le aquejaba. Ambas sonrieron ampliamente.
—Obvio ¿acaso crees que te libraras de tus mejores amigas tan fácil, Minatozaki? —respondió Jeongyeon con soltura.
—Aunque quizás nos veremos menos ahora que tienes una familia —Jihyo levantó el vaso para hacer un ademán de brindis. Sana rio con melancolía.
—Ustedes también son mi familia. Solo que ahora tenemos una adición pequeñita —y como si hubiese sido llamado, Jack comenzó a llorar en su cuarto demandando atención. Tzuyu se levantó antes que nadie.
—Yo voy —ofreció mientras se perdía detrás del pasillo. Sana jugueteó con sus dedos sin saber exactamente qué más decir.
—Vamos a echarlas de menos... —la voz de Mina, siempre baja y sosegada, estaba colmada de congoja, casi quebradiza, pero no se permitió caer.
—Nosotras a ustedes. A todas ustedes —y posó los ojos en Andras (Nayeon) más tiempo que en el resto porque sabía que ella sería a quien menos verían por sus responsabilidades como nueva Reina—. Pero esto no es una despedida, nos volveremos a ver.
La demonio alzó el vaso con una sonrisa de labios apretados y garganta obstruida, siendo seguida por todos los presentes. Sana, con los ojos gentiles que la marcaban y la nariz roja por el alcohol, les correspondió chocando los cristales con un sonido tintineante y ligeramente molesto justo cuando Tzuyu volvía a ingresar en la sala con un bebé pequeñito y regordete de cabellos rubios y grandes ojos azules, gorgoteando.
Apenas tomó asiento al lado de su amada, Sana le quitó a Jack, acunándola con dulzura y besando su pequeña carita nívea y tersa.
Tenía miedo, estaba aterrada realmente por todo lo que el futuro, tan lejano como incierto, les tenía preparado, pero se sentía lista. Podía decir con total seguridad que sus pies se mantenían en la tierra aún cuando su cabeza estuviera casi siempre en el cielo.
Amaba a Jack desde que se enteró de su existencia, y sabía que sería una madre fabulosa porque tenía a su lado a una compañera fabulosa; aquella mujer que le había robado los suspiros más ensoñadores, las risas más sinceras y el llanto más amargo. Aquel ser ilustre e inmortal que estaba dispuesta a entregar su propia vida por ella. Tenía a su lado un par de ojos esmeralda deseosos de acompañarla en el viaje en el que estaban a punto de encaminarse.
Sí, era tan solo una cria de veintiún años que no había terminado la carrera y había dejado el trabajo, pero también era una mujer que se le había plantado a Lilith, a Gabriel, a Michael, a Raphael y hasta al mismísimo Diablo.
Sana miró a su alrededor una última vez, sus amigas de toda la vida, una aliada inesperada que con su semblante inexpresivo había logrado ganarse su corazón, una muchacha que había vivido el mismo infierno y había salido de allí viva, y su novia, el amor de su vida; su alma gemela. Una sonrisa gigantesca le cruzó el rostro perdiéndose en el abrazo cálido que le ofrecía.
No podía esperar para comenzar el primer día del resto de su vida con Tzuyu.
Tan solo queda el epílogo, que es muy corto comparado a los capítulos normales.
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