Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

21. El monstruo al final del libro

Sana estaba cansada. Se había pasado la última hora y media intentando actualizar su Instagram, Facebook y páginas de noticias en Internet, pero nada funcionaba. Tzuyu se había encargado de bloquear todas y cada una de las maneras en las que Sana y Dahyun podían llegar a enterarse qué estaba sucediendo con la batalla. La preocupación le carcomía la piel y no podía evitar sentir una pesadez de mal augurio en el fondo de su estómago.

—Detente, me estás preocupando y Mi dijo que no había razón para ello —se quejó la morena quien todavía permanecía sentada en la arena junto a Sana intentando masticar pedacitos de mango y sandía para ocultar que ella también estaba imposiblemente nerviosa. La ojiazul suspiró con resignación estirando por fin las piernas y arrojando su teléfono a su lado.

—Lo sé, lo sé. Probablemente todo está saliendo bien pero no puedo evitar preocuparme, Dubu—apenas terminó aquella frase, el teléfono sonó con un número desconocido en pantalla. Sana atendió con las manos temblorosas—. ¿Sí?

—¿Sana? —el corazón se le subió a la garganta.

—¿Amelia? —Dahyun la observaba con las manos enterradas en la arena y el ceño fruncido sin comprender qué pasaba.

—Sana, estoy de labor de parto.

—Pero la cesárea está programada para dentro de una semana —la mujer sonaba desesperada del otro lado de la línea y aquello no ayudaba a Sana a sentirse más tranquila.

—Se adelantó, no sé qué sucedió, no sé qué está pasando, Sana. Estoy muy asustada —un sollozo suave le cortó la perorata, fue entonces que notó el sonido de la sirena de ambulancia de fondo y susurros bajos que claramente eran de enfermeros—. Me están llevando al hospital, por favor ven, te necesito, no puedo hacer esto sola.

—Está bien, está bien, tranquila, voy en camino —Sana se puso de pie con rapidez sin cortar el teléfono. La muchacha sonaba terriblemente pequeña, como lo que era; una niña de diecisiete años. Dahyun se paró a su lado negando con la cabeza firmemente. Aquello no estaba permitido—. ¿Cuál es el hospital?

—Northwestern Memorial, en el centro de la ciudad. Oh Dios, eso es tan caro, Sana...

—No te preocupes por eso ahora, te prometo que lo solucionaremos.

—Tengo que colgar, llegamos —ella no se despidió, pero Sana escuchó claramente cómo le agradecía a quien fuera por haberle prestado el celular, seguido de eso la línea murió.

—Tengo que irme —anunció buscando en su bolsillo el relicario de Papa LaRoux, pero Dahyun la agarró del brazo con una fuerza que no sabía que tenía.

—Sana, por favor, no estás pensando claramente. Nos dijeron que teníamos que quedarnos aquí.

—Dahyun —se zafó con violencia provocándole a la morena un sobresalto que la hizo retroceder un paso. Se había sentido horrible desencadenar malos recuerdos para la pobre chica, pero necesitaba que la dejase en paz—. Es mi amiga y me necesita. Soy la única familia que ella y Jack tienen.
                                   
—N-no puedo dejarte ir... —volvió a agarrarla del brazo a regañadientes, todavía temblando por la reacción anterior. La ojiazul comenzó a forcejear el relicario que Dahyun intentaba quitarle.

—¡Dahyun basta! ¡Amelia ni siquiera está en el mismo lugar que la pelea!

—¡Sana! —siguieron forcejeando un poco más, con tanta mala suerte que ambas estuvieron perfectamente agarradas y alineados al talismán en el momento en el que Sana visualizó la plaza que estaba apenas a unas cinco o siete calles del Northwestern Memorial.

El viaje se sintió como estar atrapadas en un agujero de gusano, lleno de colores, galaxias, explosiones y cosas distorsionadas que no lograban entender. Se sentía descompuesta y no podía evitar aquel horrible ruido que le perforaba los oídos. Probablemente eran los gritos aterrados de Dahyun, pero no tenía la cabeza para sobrepensarlo.

Cayeron al suelo con fuerza, muchísima, quizás demasiada, hasta el punto de que sus articulaciones se sintieron quebradas y el peso del mundo estuvo en sus hombros por un microsegundo. Tosieron al unísono intentando recomponerse tirados en el suelo. Fue entonces que Sana miró hacia adelante prestando verdadera atención.

A su alrededor todo era caos y destrucción. Había edificios completos en ruinas, fuego por todos lados, escombros que le impedían a la gente poder escaparse mientras lloraban y gritaban por auxilio. La muchacho solo atinó a taparse la boca con ambas manos dejando que los ojos se le llenaran de lágrimas. Notó también que la plaza en la que estaban, compartía lugar con la batalla que Tzuyu había prometido llevar lo más lejos posible de los humanos para evitar daños. Había gente, que suponía que eran demonios, arrancándose extremidades, sangrando negro y con los ojos vacíos de alguna emoción. A lo lejos pudo vislumbrar a Mina peleando con alguien. Nadie notó que ellas dos estaban allí. Estaban demasiado ensimismados en sus propias luchas.

Fue momento de tomar cartas en el asunto y reaccionar.

Sana se paró con velocidad y tiro a Dahyun del brazo para que la siguiera.

—¡Corre! —ordenó mientras ella también comenzaba la carrera calle abajo. Rogaba poder llegar en una pieza al hospital donde Amelia lo esperaba. El sudor le corría por la cara y la espalda. Justo cuando se dio apenas vuelta para vigilar que nadie los siguiera, vio que Lilith (Momo) sonreía clavando sus ojos de fuego específicamente en ella. De pronto comenzó a flotar hasta donde ellos estaban, canturreando con soltura y gracia su nombre una y otra vez.

—¡Saaaaanaaaaaaa! —la muchacha comenzó a ir más fuerte intentando no dejar atrás a la morena, pero sabía que si iban juntas corrían aún más peligro.

—Mierda —los pulmones le ardían al doblar la esquina y sujetarle la mano a Dahyun para que la siguiera. Tenía que sacársela de encima si no quería que la lastimaran. Tenía que perder de vista a la demonio también. Tenía que hacer muchas cosas, pero no podía pensar más que en sus pies adoloridos, el sudor de su frente y la quemazón de sus pulmones.

Mientras tanto, en la plaza, Michael golpeaba a Tzuyu con puñetazos limpios y certeros en el rostro, rogando hacerla sangrar y desesperada porque no estaba ocurriendo. Sabía que la hija de perra debía tener sus alas de vuelta, sino no se explicaba tanto poder.

—¡Ríndete, Lucifer! ¡Vuelve a tu reino o perece! —Tzuyu sonrió amplio devolviéndole los golpes, pateándolo en el abdomen y haciéndolo volar contra un árbol, dejándolo hecho trizas. Las astillas saltaron por todas partes pero no opacaron el sonido metálico de las espadas de sus aliados y sus enemigos.

—Muérdeme, Mikey —dio un salto en el aire, tan alto como nunca, y embocó uno de sus puños cerrados en la mandíbula perfecta de su hermano. Un gruñido escapó de sus fauces entreabiertas y se sacó a Tzuyu de encima envolviendo ambas manos en su garganta. La apretó con fuerza, subiéndosele a horcajadas y mostrando sus dientes como una bestia salvaje. Notó que Tzuyu perdía fuerzas de a poco, y esa fue suficiente distracción para que Mina se acercara sigilosamente por detrás con la espada de San Miguel entre sus manos.
        
—No eres nadie, Lucifer. No mereces el amor que pretendes obtener, no mereces ni siquiera la aprobación de nuestro padre. Siempre has sido una escoria con aires de superioridad, por eso nunca te permitimos volver al Cielo y le arrancamos las alas a Sana —se rio como un desquiciado mirando el rostro rojo de Tzuyu con las venas marcadas en la frente.

—¿Q-qu-qué? —intentó articular, perdiendo todavía más la fuerza.

—Oh, pobre imbécil ¿en serio crees que padre hubiese tomado las decisiones correctas? —aflojó un poco el agarre para que su hermana pudiese concentrarse en escucharlo fuerte y claro—. Hemos pasado toda nuestra eternidad echándote la culpa de los peores males de la Tierra para que padre nunca te dejara volver allí arriba y aun así nos costó jodidamente mucho. Cuando se enteró de que le arrancamos las alas a Sana y la mandamos a este planeta podrido hizo todo lo posible para que estuviera a salvo, por eso mandó a tres ángeles a vigilarla hasta que tú la encontraras —los ojos de Tzuyu segregaban una cantidad de odio y desconcierto incalculables—. Por supuesto pensábamos matarla antes de que pusieras tus garras en ella, pero fue condenadamente difícil. Papá tenía un ojo puesto en nosotros incluso desde su lugar privado.

—¿Fueron ustedes? ¿Ustedes, hijos de puta, son los que provocaron toda la mierda que hemos sufrido durante tantos años? —Mina, quien había escuchado todo, tenía los ojos llenos de una furia ciega. Michael lo observó sobre su hombro con la sonrisa psicótica aun intacta.

—Joder, ahora también tendré que matarte a ti. Pensé que con el exilio era suficiente, maldito caído —Michael elevó una de sus manos, la que no agarraba el cuello de Tzuyu, y apuntó los dedos hacia Mina quien se iluminó como si fuese el sol.

Gritó de manera desgarradora al mismo tiempo que Tzuyu, quien estaba sintiendo todo el dolor que su hermano de lazo, y cayó de rodillas desplegando sus alas blancas, las cuales fueron lamidas por llamas celestiales y, de a poco, se convirtieron en ceniza que se volaron con una ráfaga de viento huracanado.

Estaba hecho. Michael le había destrozado las alas, lo había convertido oficialmente en una exiliada, una desterrada. Una caída que estaba vinculado al Diablo.

Mina miró a Tzuyu deshecho, con los ojos llenos de lágrimas y lleno de hollín en los hombros y la espalda. Negó suavemente susurrando "lo siento", sintiendo que no podía salvarla. Ya no.

Aquello fue suficiente para recargar las fuerzas de Lucifer quien puso sus ojos de un color rojo sangriento y plagado de fuego. Sus manos se convirtieron en dos bolas de lava y pezuñas que se las ingeniaron para tomar a su hermano desde el rostro y hundirle la cara sacándole alaridos desgarradores.

La muerte se sentía tan cercana...

A Michael se le iluminaron los ojos de un color celeste intenso, pero antes de partirle en dos la cabeza, Rapahel llegó desde ninguna parte y le pateó la cara con tanta fuerza que lo envió hacia donde Mina todavía intentaba recuperarse.

—Lucifer, detente, es suficiente —ordenó su hermano mayor, pero estaba harta. Habían prendido un fuego que no lograrían apagar tan fácilmente.

—Me jodieron. Arruinaron la vida de mi Sana. Todo el mundo me odia por culpa de ustedes —se puso de pie siendo seguido por su hermana de lazo quien respiraba fuerte, como un toro a punto de arremeter contra su objetivo—. No merecen mi perdón.

—No lo buscamos. Tú no eres nadie —Michael escupió en el piso con desdén y Raphael apretó los puños. Mina, que se encontraba más compuesta, sonrió de lado tomando de nuevo la espada de San Miguel y pasándosela a Tzuyu. El Diablo inclinó la cabeza ligeramente con diversión manchada de locura.

—Soy la puta reina del Infierno, cariño —y la bomba explotó. Una nueva batalla, más ensañada e intrincada se desató entre ellos, pero esta vez tenían todas las de ganar.
        
Jihyo observó a su alrededor sintiéndose más exhausta que jamás en toda su existencia. Iban perdiendo por goleada. Quienes seguían a Lilith (Momo) eran muchísimos más que los que se habían mantenido fieles a Tzuyu. Jeongyeon estaba apoyado contra los escombros, muy malherida y agarrándose con fuerza el costado donde uno de los demonios le había clavado una espada infernal. Andras (Nayeon) intentaba que su pierna y su mano volviesen a crecer entre un montón de sangre viscosa y negra. La mitad de su cara había desaparecido dejando el esqueleto de insectos que apenas comenzaba a regenerarse. JC tenía sangre en las manos y el rostro, pero al menos se lo veía más entero que el resto.

Lilith (Momo) no estaba por ninguna parte.

Iban a morir. Aquella sería su última batalla y no había conocido nada de la vida.

Le gustaba este mundo, le gustaban sus humanos y por fin estaba cerca la fecha en la que no tendrían que cuidar más a Sana y podrían volver al Cielo, quizás mandarse mensajes de vez en cuando o llamadas sin que nadie se enterara.

Al final ninguno de ellos tenían hogar en ninguna parte.

—¡Jihyo! —Andras (Nayeon) gritó por ella desde su lugar, rogando por ayuda y a estas alturas estaba completamente dispuesta a curarla. Eran un equipo, ya no enemigos. Aun cuando no le agradara. Comenzó a caminar hacia ella para también ayudar a Jeongyeon, pero entre su cojera y el cansancio, no podía caminar muy rápido.

—Oh por Dios —esta vez fue la voz de Jeongyeon que lo hizo seguir su mirada hacia atrás y observar lo que pensó que nunca vería.

Mina tenía a Michael agarrado por los brazos, restringiéndolo y, sin previo aviso, con el rostro desencajado y un brillo colosal saliendo de él, Tzuyu clavó en el pecho de su hermano la espada de San Miguel.

Una onda expansiva de energía provocó que todos los presentes cayeran al suelo por la fuerza y los árboles terminaran de destrozarse. Había escombros volando por doquier y tierra desprendiéndose de todos lados.

El arcángel Michael estaba muerto.

—¡Noooooo! —Raphael, quien estaba a pocos pasos con el cabello negro en el rostro y su pequeña fisionomía aletargada, se puso de pie dispuesto a vengar a su hermano, pero antes que pudiera siquiera pensar en dar el primer golpe, Tzuyu atizó su puño cerrado en la tierra de la misma manera que Lilith (Momo) lo había hecho antes, y de una grieta enorme salieron cuatro jinetes con sus caballos negros, luciendo alrededor de su cuello gigantescas cadenas que culminaban en la mano de Lucifer; eran sus mascotas.

Jihyo jamás los había visto y el silencio que se había producido era ensordecedor.

Muerte, Hambre, Guerra y Pestilencia se habían erguido con sus túnicas rojas y negras y armas nunca antes vistas por nadie que no perteneciera al Inframundo.

Se veían imponentes y amenazadores, tanto así que Raphael dio un paso hacia atrás.

—Vas a pagar por tus pecados, Lucifer —y sin decir otra palabra, desapareció.

—Es hora de terminar con esto —ordenó Tzuyu, y subió ambas manos hacia el frente liberando a sus jinetes.

Andras (Nayeon), Jeongyeon, JC y Jihyo se levantaron con poca agilidad y comenzaron a caminar hacia Mina y Lucifer quienes buscaban recobrarse de la horrible batalla. Se pararon todos juntos, reponiéndose, ayudándose, mientras observaban cómo a su alrededor los jinetes arrasaban con todos.

Pronto, las almas condenadas volvieron a la grieta abierta, siendo succionadas por el vacío y la oscuridad.

Joder... tendrían mucha limpieza para hacer en la Tierra después de esto.  

Sana continuó corriendo con Dahyun a su lado, vislumbrado a su alrededor alguna salida, algo que pudiese utilizar para escapar y salvarlas a ambas del canturreo constante y aterrador de la rubia que flotaba detrás de ellas. Fue entonces que notó la entrada al subterráneo que estaba apenas a unos metros, y sin esperar a avisarle el plan a Dahyun, la empujó con todas sus fuerzas hasta que la morena cayó rodando hacia el subsuelo y Sana fue capaz de correr en dirección contraria. Observó por encima de su hombro. Lilith (Momo) todavía la seguía. Sonrió; Dahyun estaba a salvo.

Las lágrimas calientes y desesperadas le bañaban el rostro, lo cual también le dificultaba el escape. Tenía que alejarse del hospital ahora antes de que Lilith (Momo) actuara.

Entonces se frenó en seco al notar a la demonio parada justo en frente de ella con una sonrisa socarrona en el perfecto rostro marfileño.

—Hola, bomboncito —gruñó gatunamente. Acto seguido dirigió su mirada hacia el hospital que estaba apenas a una cuadra y media detrás de Sana. Subió su mano y apretó el puño, causando que se derrumbara casi por completo.

—¡¡¡Nooooooooooo!!! —Sana gritó con desesperación al observar como grandes pedazos de cemento caían al suelo con un sonido estruendoso, y se echó a correr hacia allá sin que nada le importara entre llantos desesperados y sollozos desgarradores que le hubiesen roto el corazón a cualquiera. A sus espaldas todavía escuchaba las carcajadas de Lilith (Momo).

Al ingresar a lo que quedaba del hospital, entre una nube de polvo y destrucción, todo lo que podía escuchar eran alaridos desesperados y las alarmas sonando sin cesar. A su alrededor la gente moría, gemía de dolor y se lamentaban pidiendo ayuda con la poca fuerza que les quedaba. Apenas lograba distinguir algo entre los escombros.

Comenzó a adentrarse más hacia el ala que se veía menos destruida, rogando encontrarse con la sala de maternidad intacta, pero era en vano. Todo estaba destruido. Todos estaban muertos.

—¡¡¡Amelia!!! —gritó con desesperación arrancando con sus propias manos pedazos grandes de piedras de un montón de cuerpos aplastados. Jamás iba a poder sacarse esas imágenes de la cabeza—. ¡¡¡Amelia!!! —llamó de nuevo, y entonces escuchó un gemido con su nombre. Una mano se elevó entre los escombros, pequeña y ensangrentada, manchada con el polvillo que cubría todo el lugar.

Sana corrió hacia ella y logró sacar una de las rocas que le aplastaban el cuerpo, pero el resto era imposible. Amelia estaba atrapada debajo de una pila de piedras con el rostro ensangrentado.

—S-Sana... —susurró ya sin fuerzas, moribunda. La ojiazul se limpió las lágrimas con ahínco e hizo lo posible para sacar de allí a la pobre adolescente, pero no pudo ni siquiera mover algo.

—Oh Dios, oh Dios, Amelia resiste, buscaré ayuda, te voy a sacar de a-

—No... —gimió de dolor al sentir un fierro enorme enterrado en su estómago vacío—. Jack... cuida... a... Jack...

—No, no, no, no —rogó—. Tú vas a cuidar a tu hijo, vamos a sacarte de allí, Tzuyu puede arreglarte, te lo juro.

—Sana... escucha —la respiración se le hizo más pesada y los parpados comenzaban a cerrársele—. Solo tú... puedes cuidar... de él...

—Amelia, ¿a qué te refieres? —lloró con fuerza, sintiendo la vida de su amiga escapársele de los dedos. Le acarició el rostro con dulzura sabiendo, entendiendo, que aquellos eran sus últimos momentos. Amelia, sin responder verbalmente, sonrió con dulzura para inspirarle confianza y entonces sus ojos brillaron de un azul intenso y luminoso. Exactamente igual que los de sus amigas ángeles.

—¿Qué...?

—Dile que lo amo —gimió sin fuerza—. Que siempre... lo amaré —y sin previo aviso el cuello de Amelia se torció de una manera tan grotesca e inhumana que Sana se cayó de espaldas al suelo profiriendo un grito desgarrador. Entre llantos desconsolados giró la cabeza para encontrarse a Lilith (Momo) con la mano extendida. Acababa de matar a su querida amiga. A un ángel.

—Uggg —la rubia rodó los ojos—. Anael —dijo con desprecio—. ¿Te contó Lucifer que ella era el alma gemela de Atilius, el hijo de puta que murió por encerrarme?

Sana, quien todavía seguía shockeada por todo, solo atinó a ponerse de pie rápidamente y correr hacia unas escaleras que apenas se mantenían en pie e iban hacia arriba. Llegó rápido a la sala de neonatología gritando a las enfermeras que la ayudaran, pero nadie podía prestarle atención. Las cosas se seguían destrozando y la gente continuaba muriéndose. Tendría que resolverlo sola. En su mente había una sola cosa; salvar al pequeño Jack.

Finalmente dio con el único cuarto que todavía parecía impecable. Había un par de doctoras allí sacando a los recién nacidos, gritándole que se fuera, intentando detenerla. Pero ella las empujó a todas y comenzó a leer la información pegada en cada cuna hasta que por fin encontró su nombre; Jack Kline.

Sana observó al precioso bebé de cabello finito y rubio, mejillas rosadas y regordetas, llorando con todas sus fuerzas. La muchacha sollozó ante aquella imagen, pero se apresuró a levantar al bebé entre sus brazos, pegándolo a su pecho y besando su pequeña cabecita.

—Hola bebé, hola mi amor. Voy a sacarte de aquí ¿sí? Todo estará bien —la voz se le quebró en la última frase pero suprimió el sollozó que tenía atragantado. Jack la necesitaba compuesta. Miró a su alrededor buscando alternativas, pero la salida era una sola.

Corrió con Jack en brazos de nuevo, recorriendo los pasillos que no quería volver a ver en toda su vida, pero antes de llegar a la sala principal, Lilith (Momo) se le plantó en medio con una sonrisa ladeada en el rostro.

—No tienes escapatoria —amenazó. Sin pensarlo ni dos segundos, Sana frunció el ceño con desagrado contenido y se echó a correr en sentido contrario directamente hacia las escaleras otra vez, pero esta vez iría hasta el final. Iría a la terraza.

Y que pasara lo que tenía que pasar.

Tzuyu miró a su alrededor con una sonrisa triunfante. Habían ganado. Ellos eran los vencedores. Aún con las muertes, aún con la destrucción, aún con las heridas... habían ganado.

Mina vitoreó, y acto seguido todos se empezaron a abrazar. Había terminado, aun si Lilith (Momo) y Raphael habían escapado, no importaba. Ellos estaban vivos. Por fin estaban a salvo, sin embargo, Tzuyu no podía quitarse la sensación de malestar del cuerpo.

—Joder, la puta madre, no quiero volver a verle la cara a ningún maldito demonio jamás en mi existencia —expresó Mina respirando agitado. Miró a Andras (Nayeon) subiendo sus manos en redención—. Sin ofender.

—Que te den —respondió—. Pero tienes razón, esta fue una jodida locura.

—¿Alguien quiere pasta? Conozco un restaurante malditamente genial en Mesina, Italia —ofreció el Diablo con la cara manchada de polvillo y sangre negra que no era suya.

—Primero tenemos que ordenar este desastre —dijo Jeongyeon.

—Ordenar todo, borrar memorias e implantar un chivo expiatorio en las mentes de los humanos para que olviden lo que pasó —siguió Jihyo. JC suspiró con cansancio.

—Después de esto necesitaré un retiro espiritual y al menos ocho sesiones de reiki —se sujetó el cabello marrón en un moño bajo y sonrió con tranquilidad.

—Bien vam- —pero antes de que Tzuyu terminara la frase, observó el rostro de Mina convirtiéndose en una mueca de terror descomunal. Siguió el campo de visión notando a la pequeña humana de cabello negro corriendo hacia ellos con lágrimas en los ojos y sangre en su nariz.

—Dahyun —murmuró sin dar crédito a lo que miraba. Oh no. Aquello solo podía significar una cosa.

—¿Dónde está Sana? —preguntó Lucifer en general, sin esperar una respuesta. Mina corrió a su encuentro y la sostuvo en sus brazos intentando contenerla, pero Dahyun se separó de un empujón fuerte para poder pedir ayuda.

—¡Tzuyu! —gritó aterrada.

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! ¡¿Dónde está Sana?! —se desesperó tomando de los brazos a la humana y sacudiéndola. Mina la agarró con el ceño fruncido evitando que lastimara a su novia.

—¡Sana está con Lilith (Momo)! ¡No sé dónde, desaparecieron las dos!

—¡¿Dahyun que cojones estaban haciendo aquí?!

—¡Buscábamos a Amelia porque estaba por tener a su bebé! ¡En el Northwestern Memorial!

—¡Joder! —gritó Tzuyu, desesperada. Aquello era lo que sentía en las tripas. Su mal presentimiento. Volteó para ver a sus aliados—. Arreglen todo por aquí y vayan conmigo al terminar, puede que necesite de su ayuda —acto seguido desapareció.

—¡Tzuyu! ¡Joder! —vociferó Mina con urgencia—. ¡Vamos todos, manos a la obra, tenemos que terminar rápido!

Tzuyu apareció en medio de una nube de polvo y hollín. Miró a su alrededor sin esperanzas en los ojos vacíos. Todos los que todavía existían allí estaban muertos o desmayados. El silencio era enloquecedor. Apenas podía ver lo que tenía en frente.

La alarma de emergencia hacía eco reventándole los tímpanos.

—¡Sana! —gritó con los vellos erizados y el corazón latiéndole con fuerza. Comenzaba a cerrársele el estómago—. ¡Sana! —intento de nuevo, comenzando a correr por todo el lugar, revisando cada cuarto que estaba en pie, cada escombro caído—. Por favor, por favor no... —susurró para sí misma. Encaró las escaleras y buscó en el piso siguiente, pero todo estaba tan roto que le era imposible distinguir algo. Volvió a subir, esta vez hacia la azotea. Tenía un nudo en la garganta, pero aun así gritó con fuerza—. ¡¡¡Sana!!! —miró a su al redor con lágrimas escociéndole los ojos. Entonces, la luz. La esperanza.
         
Su pequeña humana salió detrás de un escondite con un bebé en brazos y la cara manchada de mugre y polvillo blanco.

—Tzuu... —murmuró.

—Oh por mi padre, joder, gracias, gracias —corrió hacia donde estaban y la tomó en brazos enterrando la nariz en su cabello y encerrándola en un abrazo asfixiante. Sana lloraba a cantaros, hipando cada dos segundos y cuidando que su novia no aplastara al bebé.

—Tzuyu... —lloró más fuerte pero se dejó besar en los labios. Sabía que estaba desesperada y aterrada, porque así era exactamente como Sana también se sentía—. Amelia...

—Lo sé, lo sé, mi amor, lo siento tanto —murmuró. Se imaginaba lo que había sucedido, porque no había otra razón para que Sana estuviese allí con el bebé Jack.

—Tzuyu, Amelia era un ángel —confesó.

—¿Qué?

—Sus ojos brillaron como los de Jihyo y las chicas. Lilith (Momo)... Lilith (Momo) la llamó Anael.

—No —negó suavemente recordando aquel nombre de memoria porque lo había escuchado miles de veces de los labios de Atilius—. No, Sana yo conozco a Anael, no es ella.

—No importa, eso no importa ahora, Tzuyu. Nos tienes que sacar de aquí, tenemos que irnos. No sé dónde se metió Lilith (Momo), estaba persiguiéndome y de repente desapareció —Tzuyu tomó al humano de la cintura y le besó la frente.

—Bien, tranquila. Tenemos que darles el bebé a Jihyo y Jeongyeon, ellas se encargaran.

—¿Qué? —Sana dio un paso para atrás, alejándose del Diablo—. No, Amelia me lo encargó a mí, dijo que solo yo podía cuidar de ella.

—Sana, escucha, si Amelia de verdad era un ángel entonces Jack es producto de ella y un humano. Es un nefilim —intentó acercarse de nuevo, pero Sana siguió retrocediendo—. Jamás he oído de uno, es único en el mundo y es peligroso, no sabes cuánto. Es sabido que la unión de un ángel y un humano nunca es buena —Sana achinó los ojos sin dar crédito a lo que estaba oyendo salir de los labios de Tzuyu.

—¿No es exactamente eso lo que te dijeron para que no te acercaras a mí? —por primera vez en milenios, Tzuyu se quedó sin habla. Tragó duro y apretó los puños.

—Es distinto.

—No lo es —retrucó—. Jack es tan solo un bebé, Tzuyu, y su mamá acaba de mo... y Amelia... —no fue capaz de terminar la frase, interrumpido por un sollozo propio. Tragó duro y se sorbió la nariz, plantándosele de frente al Diablo—. Nosotras somos lo único que tiene.

Tzuyu suspiró pesadamente y observó aquella imagen de Sana con un bebé en brazos. Sí, era tentadora, pero tan jodidamente errónea...

Le hizo señas para que le entregara a la criatura, lo cual su novia hizo con plena confianza. Sabía que Tzuyu era incapaz de lastimarlo.

Lucifer lo miró fijamente. Era chiquitito y rubio, como su mamá, tenía nariz de botón y ojos grandotes y azules. Destilaban la misma bondad y abnegación que Amelia siempre había demostrado en vida.

—Joder, está bien, pero tenemos que irnos ya, Sana —la humana aplaudió con alegría autentica y momentánea, sonriendo como Tzuyu la quería ver sonreír durante el resto de la vida. Rodó los ojos sopesando la posibilidad de una familia y le tendió el bebé a Sana, pero antes de que éste con su sonrisa impecable y preciosa lo alzara, una daga de tamaño enorme le atravesó el cuerpo sagazmente. Lilith (Momo) estaba detrás de Sana, sonriéndole a Tzuyu a media asta. Sacó la daga de la espalda de la humana con un movimiento lento que casi hizo sonar la sangre que escurría y el metal que la atravesaba.

El mundo como lo conocía, se detuvo para siempre.

Sana cayó de rodillas al suelo, escupiendo sangre y con los ojos perdidos, desorbitados.

Pasó tan rápido que el pitido de los oídos del Diablo la paralizaron por completo. La sangre que podía llegar a correrle por las venas se congeló y miró como lentamente la vida de Sana se escapaba hasta quedar como un cascaron vacío tendido en el suelo, llevándose todo ápice de amor y felicidad que Tzuyu pudo haber experimentado alguna vez.

Estaba muerta.

Sana Minatozaki, su alma gemela, estaba muerta.

Imposibilitada de cualquier reacción, ni siquiera notó cuando todos se hicieron presentes en la terraza, siendo público en primera fila para ver su perdida más reciente.

Habían perdido a una amiga, a una hermana, a una aliada. Habían perdido a aquella persona que las había unido en un principio.

A Tzuyu se le partía el corazón en mil pedazos, pero no pudo emitir palabra. No pudo soltar una lágrima.

Dahyun se acercó corriendo hacia donde el Diablo permanecía, ignorando los gritos de Mina de que se detuviera. Le sacó al bebé de los brazos y volvió a esconderse con el resto, incapaz de mirar a Lilith (Momo) a los ojos. Esa víbora venenosa que les había arrebatado el punto de partida.

Entonces todo pasó demasiado rápido.

Tzuyu comenzó a distorsionarse quebrando cada uno de sus huesos y agregando otros, empezó a hacerse enorme, sobrepasando los tres metros; la piel se le transformó en un ente rojo, sangriento, lastimado, lleno de quemaduras y laceraciones supurantes. Era asqueroso y terrorífico. Se estaba mostrando delante de todos de la misma forma que lo había hecho con Sana, pero esta vez... esta vez lo único que le corría por las venas era venganza.

Desató todo su poder. En ella no había más que ira, rencor y sed de muerte. Apretó los puños con fuerza y observó relajadamente como Lilith (Momo) comenzaba a retorcerse y contorsionarse de maneras extrañas. Los gritos de dolor se le escapaban de las fauces casi al mismo tiempo que todos y cada uno de sus huesos se convertía en un manojo de palos rotos y astillosos. La sangre negra y viscosa le manchaba el vestido blanco, la piel marfileña y los pies descalzos. Todos los órganos del interior de su cuerpo fueron reventando uno a uno provocando también la explosión de sus ojos y que vomitara viseras por la boca. Le partió los dientes, le arrancó las uñas y despegó con una lentitud deliberante el cuero cabelludo del cráneo.

Mina abrazó a Dahyun con fuerza para que no viera lo que estaba sucediendo porque jamás había sido ella misma participe pasiva de un acto tan violento y horrible.

Tzuyu apretó las palmas juntas y entonces, Lilith (Momo) murió. Aplastada, explotada, vejada y con tanto dolor que era imposible de describir.

Pero nada podía saciar su sed.

Nada nunca podría jamás llenar el vacío que acababan de dejar en su interior.

Poco a poco, Tzuyu volvió a su forma humana. Se veía demacrada. Se veía muerta en vida. Y quizás lo estaba.

Cuando todo hubo terminado, Lucifer se acercó despacio hacia el cuerpo vacío del amor de su vida. Tenía la ropa manchada con sangre y el corazón hecho trizas. Cayó de rodillas frente a Sana y la tomó en brazos por fin llorando como jamás lo había hecho. Los gritos eran tan desgarradores y colmados de luto que era hasta incomodo de ver. El Diablo lloraba por haber perdido su alma gemela, por haber perdido junto a ella su voluntad de vivir.

—¡Por favor sálvala! —gritó hacia el Cielo, rogando que su padre la oyera una última vez—. ¡No me quites lo único que me hace feliz! —la cara se le empapó en llanto mientras se aferraba al cuerpo inerte y sin vida de Sana, cada vez más frio.
        
Sus amigas se juntaron a su alrededor, aguantando las ganas de quebrarse junto a Tzuyu. Jack sollozaba a los gritos y Dahyun, quien estaba igual, intentaba calmarla de alguna forma. Jihyo tenía la cara roja y empapada, Mina y Jeongyeon intentaban fingir compostura, pero ambas estaban hechas triza. Andras (Nayeon), por su parte, nunca había deseado tanto poder tener la mitad de los poderes que su ama tenía para quizás ayudar en algo. Quizás para poder revivirla.

—¡Por favor, papá, por favor! —intentó una última vez. Pero era claro que no iba a acudir.

JC, quien hasta ahora se había mantenido neutral por su hermana, se acercó hacia donde yacía Sana, justo frente a Tzuyu. Se arrodilló poniendo una mano en la nuca de Tzuyu y juntando sus frentes con los ojos cerrados, intentando acompañar su dolor de alguna manera. Intentando decirle que iba a estar bien.

—¿Qué voy a hacer ahora, Jesús? ¿Qué haré sin mi Sana? —sollozó con la cara roja y con vestigios del llanto que no cesaba.

—Tranquila... —los ojos se le inundaron al hombre cuando clavó los orbes en los de su hermana—. Estaremos bien...

JC posó la palma de su mano sobre la herida de Sana y una luz cegadora salió de ellos dos mientras su cuerpo se iluminaba de manera iridiscente. Parecía como si pequeñas partículas de polvo de oro se despegaran de la piel de JC a cada segundo que pasaba. Tzuyu lo miró con preocupación, cortando el llanto.

—¡¿Qué pasa?! ¡JC! ¡¿Qué estás haciendo?!

—Esta es mi mayor prueba de amor hacia ti, hermana —la voz de JC sonaba distorsionada y lejana, como si de a poco se fuese apagando—. Te regalo mi eternidad...

Y sin decir otra palabra más, JC desapareció en miles de millones de partículas doradas y brillantes que se fueron elevando al cielo con el viento, perdiéndose entre las nubes y finalmente desapareciendo, como polvo de estrellas.

Nadie había entendido muy bien qué cojones había sucedido y se miraron extrañados entre todas, tratando de encontrar las respuestas. Entonces, sin previo aviso, Sana se sentó de golpe con la respiración agitada y los ojos azules tan brillantes como dos zafiros.

Tzuyu la observó sin dar crédito a lo que veía realmente. Una risotada de alivio se escapó de sus fauces y abrazó a Sana como si la vida se le fuera en ello, porque literalmente lo hacía. Se secó las lágrimas con las mangas de la ropa y besó con premura los labios de la contrario, sintiéndose profundamente agradecida por aquel milagro que acababa de presenciar. Su hermano había dado la vida por su alma gemela. Pero más importante; su hermano le había dejado a Sana como muestra de lo mucho que la amaba.

—¿Y Jack? —fue lo primero que preguntó la castaña mirando alrededor sin comprender todavía por qué todas estaban llorando y paradas alrededor suyo. Dahyun, sin contestar nada por la emoción que cargaba, se arrodilló a su lado para dejarle al bebé en los brazos. Sana sonrió ampliamente y besó la frente de Jack con amor—. ¿Qué pasó? —volvió a preguntar. Todos los presentes se miraron sin saber qué responder exactamente. Sana observó a todos haciendo un recuento imaginario en su cabeza hasta que finalmente frunció el ceño y miró a Tzuyu a los ojos—. ¿Dónde está JC?

El pecho se le contrajo a todos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro