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18. Del Edén al Infierno (II)

El sol de La Toscana estaba en su punto culmine. El calor era insoportable y Sana estaba sudando como un cerdo.

La casa de la amiga de JC, difícilmente podía llamarse casa. Más bien era una mansión opulenta e imponente ubicada en una colina donde la luz parecía jamás terminarse. Todo estaba lleno de plantas y adornos de mármol, madera tallada, oro sólido y piedras preciosas.

Maggie había estado encantada de recibirlos en su casa vacacional con su esposa, quien acababa de festejar su cumpleaños número setenta y dos. La mujer llevaba zapatos blancos de punta negra, tan altos y finos que Sana estaba sorprendido de que no se hubiera ido de boca al suelo. Ambas hablaban italiano fluido, al igual que Tzuyu y JC, lo cual la tenía maravillada. Había oído el acento de Tzuyu en francés porque los restaurantes a los que lo llevaba a veces eran de estirpe, pero el italiano, joder, era toda una belleza.

En un cuarto gigantesco donde había varias piezas de colección, estaban aquellas alas que nunca había visto, pero recordaba a la perfección las cicatrices de la espalda de la pelinegra. JC y Tzuyu se mantuvieron ocupados observándolas y discutiendo entre ellos de quien sabía qué cosa, pero Sana se había quedado retraída en un costado, al lado de Maggie y su esposa quienes bebían vino tinto de la misma copa.

—Entonces... ¿tú eres María Magdalena? ¿la verdadera? —preguntó con inseguridad intentando ver detrás de sus grandes gafas negras de marco blanco. La mujer parecía inalterable y respondió sin mirarla.

—Sí —su esposa, que parecía bastante desinteresada a pesar de su rostro amable, rio por lo bajo.

—Lamento todo lo que te hicieron... —expresó. Maggie se volteó para enfrentar a la muchacha, se quitó los lentes y la miró fijo a los ojos.

—Cariño —su voz, suave y calma, contrarrestaba la abrumadora seriedad de su rictus—. Que se jodan los hombres —se puso las gafas nuevamente y dejó de prestarle atención. Sana sonrió ampliamente, suprimiendo su emoción. Maggie era tal cual JC la había descrito; no aguantaba la mierda de nadie.

Caminaron hacia donde la pelinegra y su hermano estaban.

—Espero que no acaben con la humanidad —ella abrió la vitrina de cristal y oro donde las alas de Tzuyu, blancas como la nieve, estaban.

—Descuida, podrás seguir teniendo tu cómoda vida luego de que todo esto acabe —el Diablo se quitó la camisa dejando al descubierto cada uno de los tatuajes que decoraban sus brazos, hombros y vientre bajo. Las alas se movieron, como reconociendo a su dueña.

En principio, las alas de Tzuyu habían sido las más magnificas de la Ciudad Dorada; pálidas, níveas y con un brillo natural que era digno de admiración de muchos ángeles. En ellas descansaba un poder y divinidad que nadie más poseía en el Cielo, ni siquiera sus tres hermanos. Dios, lleno de amor por su hijo favorito, le había concedido una fuerza y una conexión con él que el resto envidaba.

Cuando todo fue dicho y hecho, luego de Michael la derrotara y su exilio, luego de que le negaran el amor más puro que iba a conocer en su existencia, fue cuando decidió que no quería nada que la arraigara a ese lugar horrible y sus seres despreciables. Nada que la uniera a su padre. Nunca más.

Fue Andras (Nayeon), su mano derecha y más grande amiga, la encargada de cortar los vestigios de piel y plumas sueltas. Había sido grotesco, sangriento y más doloroso de lo que cualquiera podría imaginarse, sin mencionar que aquel acto de rebelión en contra de su padre le había costado el castigo de convertirse en un horrible ser rojo, gigantesco, lastimado y sangrante con grandes cuernos, pero estaba dispuesto a sufrir y a renunciar al cincuenta por ciento de su poder si con eso lograba sesgar las raíces que la ataban a un lugar del que nunca había sido parte. De regalo, un par de cicatrices estaban impresas para el resto de su eternidad casi a la altura de sus omoplatos, aún en su forma humana. A veces dolían, pero lo ignoraba. A veces Sana lo acariciaba allí por arriba de la camiseta, y entonces sentía que todo había valido la pena. Que ella era su lugar seguro. Que era, por fin, libre.
               
Por Sana estaba dispuesta a renunciar a su poder.

Pero era tiempo.

Debía recuperar aquello que una vez la había hecho tan infeliz. Aquel objeto que la había convertido en dueña de miradas desdeñosas y celosas de sus pares. Pero también le habían ayudado a salir viva del enfrentamiento contra su hermano más fuerte.

Las alas se extendieron de par en par, abarcando la mayoría de la habitación, como si estuvieran desperezándose. Un halo de luz cegó a todos los presentes por un breve instante, provocando que la humana de ojos cerúleos se cubriera el rostro con las manos, encandilada. Cuando Sana volvió a observar a Tzuyu, sus alas estaban acomodadas en su espalda; majestuosas e imponentes.

Poco a poco se fueron tiñendo y perdieron ese brillo dorado que las bañaba, reemplazando el blanco inmaculado de antes por un suave gris cenizo. Era obvio que sucedería, claro, porque aquel blanco significaba que en un principio era un ángel puro y devoto a su padre, en contraste con quien era ahora; un ser libre y predicador del libre albedrio. Un ángel caído, la reina del Infierno; Chou Tzuyu.

Sana, sin poder evitarlo, recorrió con admiración el cuerpo torneado de Tzuyu, la piel ligeramente tostada por el sol, la mandíbula tan afilada que podía cortar diamante y sus ojos, verdes y preciosos, por fin poniéndose completamente negros. Se veía majestuosa, capaz de partir el mundo al medio con un chasquido de dedos.

Una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios rosados, dirigiendo su mirada a la humana y guiñándole un ojo con vehemencia. Sana se sonrojó de sobremanera, pero atinó a bajar la mirada y sonreír para sí misma. Estaba extrañamente orgullosa.

Luego de pavonearse ligeramente recibiendo miradas de admiración de JC, desinterés de la esposa de Maggie y una sonrisa ladina de aquella mujer, Tzuyu se tronó suavemente el cuello mientras las alas se convertían en un borrón transparente, retrayéndose contra el cuerpo del Diablo y finalmente desapareciendo. De un momento a otro, los ojos de la pelinegra fueron verdes y gentiles otra vez.

—Gracias por haber guardado esto por mí, cielo —JC abrazó a Maggie con melancolía. Ella sonrió.

—Para ti lo que quieras, siempre, lo sabes —se separaron, pero no dejaron de verse—. Espero una visita de placer cuando terminen con sus cosas ¿bien? Aquí, en Paris, Bali o New York, donde sea. Puedes traer a tu hermana y su pequeña humana.

—Lo prometo.

Se despidieron de ambas mujeres sin mucho ademán pues era seguro que se verían nuevamente. Tzuyu le dio un apretón de manos a Maggie, cansada de la admiración que exudaba, pero al mismo tiempo sintiendo una profunda admiración. Sana recibió con una sonrisa y un asentimiento cordial la planta de albahaca que le habían regalado y se sonrojó ante los dos besos que le habían dado al despedirse.

Los tres se juntaron en un mismo lugar y la muchacha cerro los ojos esperando no marearse con la teletransportación. La siguiente vez que Sana los abrió, se encontraban en el departamento de Tzuyu nuevamente. 

Apenas llegaron, JC se perdió en el cuarto de invitados donde tenía su propio baño, anunciando que necesitaba una ducha y un cambio de ropa rápido. Por fin, luego de tanto ajetreo, Lucifer y Sana volvían a quedarse solas.

La pelinegra había preparado dos tazas de café humeante y tarta de cereza con crema batida, dispuesta a desayunar con la muchacha de ojos azules. Parecía contrariada, como si esperase que la burbuja de anoche reventara y Sana le dijera que había sido un error aquel casi beso que se daban, pero no pasó. Estaba tan tranquila que ni siquiera le molestaba el sonido de fondo que dejaba JC cantando en otro idioma a los gritos en la ducha.

—Lamento haber reaccionado como lo hice cuando me mostraste como te veías realmente —Tzuyu observó a Sana sin dar crédito a lo que estaba escuchando. Esperaba muchas cosas, pero no eso.

—Fue una reacción normal, cariño. Sé que no soy precisamente un descanso para los ojos humanos.

—No, no voy a mentirte —hizo una pausa para probar la crema de la tarta—. Pero tú eres tú, y así eres perfecta. Aunque tengas... cuernos y cosas que hubiese deseado que se quedaran en mi imaginación —admitió. Tzuyu apretó los labios comprendiendo exactamente a lo que se refería.

—No es solo eso. He hecho cosas atroces a lo largo de mi existencia, no solo a la humanidad... sino a ti indirectamente —su tono de voz había bajado una décima, mostrándose más arrepentida todavía.

—Lo sé, Tzuyu, no soy tan idiota como para no sacar mis propias conclusiones —suspiró—. Pero más allá de eso, no sé si quiero saber realmente de qué manera has influido en mi vida sin yo saberlo. No creo estar preparada para oírlo, al menos no todavía.

—Si lo supieras, me odiarías —admitió. Sana dejó escapar un resoplido parecido a una risa amarga.

—No puedes estar segura de eso.

—Lo estoy —respondió tajantemente. El silencio volvió a sentirse incómodo en lo que Sana pensaba en su fuero interno la cantidad de cosas horribles que habían sucedido a lo largo de su vida. Las muertes, los heridos, ¿había gente que había sido castigada por su culpa, aun siendo inocente? Negó suavemente para sí misma y volvió sus orbes cerúleos hacia los de Tzuyu, llenos de pesar.

—¿Hiciste algo para lastimarme? —el rostro de Tzuyu era de puro escandalo, como si no pudiese creer lo tonto de esa pregunta.

—Absolutamente no, es justamente eso lo que siempre he tratado de evitar, solamente que antes no sabía tanto de autocontrol como ahora.

—Okay —Sana y ella volvieron a sumirse en un silencio profundo, pero esta vez el aire se sentía más liviano. No pasó mucho hasta que escucharon a Jesús cantar Baby Shark mientras se vestía en la habitación contigua—. Tengo que ir a almorzar con mis padres. Levi viene de visita para presentarnos a su novia.

—Pensé que era gay.

—Sí, él también, pero después de ese chico Scott no ha vuelto a salir con nadie así que supongo que es bisexual. Yuta dice que es heterocurioso.

—Pff, todos sabemos lo que eso significa —ambas rieron—. Bien, escucha, quiero que estés atenta a tu celular ¿sí? Por si hay noticias o si te sientes insegura, lo que sea, pero te quiero atenta.

—No te preocupes, está bien, seguramente Jihyo me llame de inmediato si algo sucede.

—Oh, y otra cosa —la voz del Diablo flaqueó por un momento, pero recobró la compostura como siempre lo hacía—. Creo que sería mejor si fingieras delante de tus padres que hemos vuelto. Es probable que me vean seguido cerca de ti por lo que está pasando y mejor no levantar sospechas ¿verdad, ángel? —Sana miró primero a Tzuyu, con sus mejillas sonrojadas y los ojos verdes brillantes. Acto seguido observó su taza, jugando con la cucharita de plata y prestándole atención como si fuese la cosa más interesante del mundo.

—Y... ¿y si no fingiéramos? —Tzuyu se quedó estática en su lugar, pero la burbujeante felicidad que estaba arañando en el fondo de su estómago, comenzaba a ser inmanejable. De repente, los profundos ojos de la humana fueron capaces de vislumbrar los suyos fijamente.

—O sea... ¿o sea que quieres... volver... conmigo? —ambas se sentían como si estuviesen caminando entre cáscaras de huevos. Sana mordió su labio inferior sin poder ignorar aquella sonrisa brillante e inmaculada en el Diablo. Y la había logrado ella solita.

Asintió varias veces con rapidez, correspondiéndole el sentimiento. Tzuyu se levantó de golpe y se acercó a ella, acunando su rostro con las manos y dejando un beso suave sobre sus labios. Joder, cómo había echado de menos aquellos labios rosados.

—No creas que esto significa que todo está bien, Tzuyu —Sana se separó apenas un poquito, pero se dejó besar con ahínco de todas formas—. Porque nada lo está —enredó sus brazos alrededor del cuello de Tzuyu, colgándose suavemente mientras profundizaba el beso.

—Lo sé, pero al menos tengo toda una vida para redimirme contigo —se rieron suavemente entre besos, susurrándose palabras dulces y de anhelo—. Me has hecho tanta falta, Sha, joder... sentía como si me hubiesen arrancado un pedazo del cuerpo.

—Me costó mucho mantenerme enojada contigo ¿sabes? Amelia me decía que te hablara, Stacy que quería contratar un sicario para deshacerse de ti, Ella llamándome idiota... hasta mi papá me preguntaba si en serio era imposible de arreglar —la pelinegra abrazó a Sana despacio y enterró su nariz en el cabello de la contraria.

—Andras (Nayeon) estaba harta de que le hablara de ti. JC me aplicaba su psicología barata y justificaba que esto me pasaba porque tenía mi venus en capricornio y sol en acuario.

—Oh Dios —se rio quedito—. Tzuyu, ¿sí sabes que te quiero verdad? —sus miradas se entrecruzaron.

—Sí, lo sé —compartieron otro beso suave, lánguido y colmado de todo aquello que les había faltado durante semanas.

Lucifer no podía evitar pensar en cuanto la amaba, cuan agradecida estaba de tenerla de vuelta y de que en su corazón hubiese espacio para el perdón, aun cuando iba a tener que trabajar por ello, pero no se permitió expresarle todo aquello. No quería abrumarla con tantos sentimientos.

—¿Te llevo?

Aparecieron de repente en el pequeño cuarto del altillo de Sana, todavía adornado con las lucecitas de navidad y las plantas que más le gustaban, a las que había agregado ahora la albahaca que Maggie le había obsequiado.

—Desde que sé que te puedes teletransportar ya no conduces a ningún lado —se quejó mientras hacía un gracioso puchero. Tzuyu la tomó por la cintura y besó tiernamente sus labios finos.

—No necesito hacerlo.

—Lo sé, pero me gustan tus autos...

—Mmm... podemos hacer más cosas que solo conducir en ellos, ángel —Tzuyu mordió el labio de la contraria y bajo sus manos hasta poder apretarle el trasero.

—Oye, oye, manos fuera, acabamos de volver —se rio con tranquilidad—. Y ahora vete, que mis padres todavía no saben que estamos juntas otra vez.

—Como ordenes, preciosa —y desapareció.

Sana quedó sola en medio de la habitación con una sonrisa.

Corrió escaleras abajo luego de ver la hora. Era tarde y aún ni siquiera se había dado una ducha. Su madre se extrañó al verla, pero cuando preguntó de dónde había salido, Sana tuvo la inteligencia de responder que había llegado hacía un rato, pero no la vio porque estaba distraída con la comida.

Se duchó con rapidez y se puso los calzoncillos lila teñidos y un brasier de la misma tonalidad, solo para recibir un mensaje de texto de Tzuyu en ese mismo momento.

"Bonita ropa interior. Modela un poco para mi"

Un sonrojo violento se trepó por el rosto de la humana, mirando hacia todas partes para encontrar al Diablo, pero no aparecía. Miró hacia su ventana abierta.

"Me estás espiando?"

Cerró las cortinas riéndose de la situación hasta que Tzuyu respondió:

"Estoy cuidándote, ángel"

Sana se rio una vez más para luego tirar el celular en la cama y proceder a vestirse.

Rebuscó entre su armario el pantalón de jean claro que su mamá le había comprado en una tienda de rebajas; estaba roto en las rodillas y desgastado en la cintura y dobladillo. Se notaba el paso del tiempo, pero le encantaba. Era su favorito.

También procedió a ponerse un sweater verde agua que Tzuyu le había regalado hacía un tiempo atrás. Se miró en el espejo con una sonrisa. Se veía bien. Se tomó una selfie y la posteó en su Instagram con una expresión inocente en el rostro.

Diez minutos después, en los que se mantuvo absorta de la realidad respondiendo mensajes y revisando su Facebook, oyó la puerta de abajo abrirse y a sus padres recibiendo a su hermano. Sana se levantó con rapidez y bajó corriendo las escaleras hasta llegar a los últimos tres escalones. Levi estaba allí parado, sabiendo lo que su hermanita haría, con sus brazos extendidos y una sonrisa jovial en el semblante sereno. La muchacha a su lado se rio cuando la castaña saltó a los brazos a Levi y la saludó con efusividad.

—¡Microbio, por Dios, nos vimos hace poco! —pero la queja no iba en serio. Le encantaba lo pura de corazón y demostrativa que era Sana a pesar de todas las cosas que le habían sucedido en la vida.

—Ya, sí, como dos meses, pero ni siquiera llamas, estúpido —se separaron y le pegó un manotazo en el pecho recibiendo una risa como respuesta. Giró su cabeza y se encontró con la mirada atenta y gentil de la muchacha que lo acompañaba. Parecía más grande que su hermano, con ojos verdes brillantes y el cabello teñido de un rubio platinado, los labios carnosos y sonrientes; un estilo impecable. Llevaba tacones altos de un diseño floreado que nunca había visto y un vestido blanco pegado al cuerpo.

—Hola —saludó con firmeza a la chiquilla. Sana sonrió ampliamente. Era preciosa y tenía la misma expresión dulce de Amelia—. Soy Momo.

—Mucho gusto, soy Sana, la hermana favorita de Levi —se vanaglorió, arrancando una risa de todos los presentes, pero nadie la contradijo. Sana era la favorita de todos sus hermanos porque era la más pequeña y daba la sensación de ser, también, la más frágil.

—Oh, escuché muchísimo de ti. Yuta fue a visitarnos la semana pasada y no hacía más que amenazar con romperle la cara a tu ex novia por romperte el corazón —la familia rio suavemente, pero Sana se puso del color de un tomate.

—Uhm... de hecho —comentó haciéndose chiquita—. Tzuyu y yo como que volvimos...

—Sana... —comenzó Levi, pero la aludida la detuvo.

—Ya sé, ya sé, pero te juro que fue menos grave de lo que lo hice parecer, ya sabes que por todo lloro —Levi torció el gesto sin tragarse por completo la historia.
             
—Lo que sé es que Yuta dijo que estabas destruida y para mi esa es suficiente razón para ponerle mis nudillos de tatuaje en la cara a la idiota, que encima es mucho más grande que tú.

—Como yo —susurró Momo. Nako se rio bajito y Daiki apretó los labios para contenerse. La cara de Levi era un poema—. Nos llevamos como cinco años —agregó con dulzura. Sana mordió su labio inferior con una sonrisa divertida.

—No me digas —contestó con falsa sorpresa—. Tu y yo seremos grandes amigas —decretó. Momo sonrió con dulzura.

—Eso espero.

Durante más de una hora se dedicaron a parlotear sobre cualquier cosa que se les cruzara por la cabeza mientras ayudaban a su padre con la comida y a su madre con la mesa. Levi les contaba que había conocido a Momo en la tienda de tatuajes. La muchacha había ido a hacerse un tigre en el muslo y Levi la había atendido ya que estaba de comodín en sus tiempos libres. Sana sabía que aquello era una mentira, Levi llevaba más de cinco meses trabajando de tatuador porque se había cansado de su monótono y rutinario empleo.

Momo se reía mientras aderezaba las ensaladas y le preguntaba a Sana cosas sobre su vida personal. Ella, como era de esperarse, le retribuyó aquello con información propia. Era artista, tenía su propia galería en New York así que Levi ya le había presentado a sus hermanos: Christian y Dominic, quienes vivían allí. También le comentó que se habían visto con Kenji hacía un mes porque fue a tatuarse con Levi. Sana sintió su corazón estrujarse.

—No tengo la mejor relación con Ken —admitió. Momo apretó los labios en una línea recta y le dio palmaditas en el hombro.

—Sí, Levi me comentó un poco al respecto —susurró lo suficientemente bajo como para que el resto, absortos en sus propios quehaceres, no las oyeran—. Dijo que Kenji estaba celoso.

—No lo sé, no lo creo —suspiró—. Siempre he sentido que es algo más ¿sabes? Desde que éramos niños.

—No te preocupes, se arreglará. Yo tampoco tengo la mejor de las relaciones con mi hermana mayor.

El celular de Sana comenzó a vibrar repetidas veces en su bolsillo, pero no tenía tiempo de prestarle atención. Si era algo importante, la llamarían, pero la vibración era claramente de mensajes.

La familia se sentó en la mesa con un plato de pastas frescas y dos botellas de vino; tinto y blanco, a cada lado.

—Así que ¿Cómo se llama tu novia al que mi novio quiere estamparle los nudillos como un preadolescente hormonal? —Juliette se rio frágilmente a lo que Sana correspondió.

—Tzuyu. Y descuida, ella puede ser madura por ambos —le dirigió una mirada cautelosa a Levi quien rodó los ojos y comenzó a servir el vino. Nako y Daiki se mantuvieron tomados de la mano, como la pareja preciosa que eran, mientras observaban la interacción y comentaban lo justo y necesario.

—¿Tinto o blanco, microbio? —preguntó el castaño con su copa en la mano. Sana se incomodó más todavía ante la insistencia de mensajes, sacando el celular, pero sin mirarlo todavía.

—Blanco, gracias —desbloqueó el celular. Cincuenta y ocho mensajes de Tzuyu. Frunció el ceño, y un poco preocupada, pero no tuvo tiempo de leer nada.

—Propongo un brindis —Levi alzó su copa siendo seguido por todos los comensales. El aroma de la uva y los frutos rojos mezclado con los sorrentinos y la salsa roja, le inundaron las fosas nasales con agrado—. Por la familia. Y el amor —sus mejillas tapadas por una fina barba, se sonrojaron. Momo hizo un gesto suave y adorador, inclinándose para besar al muchacho en los labios. A Sana se le llenó el alma de algodón de azúcar y arcoíris.

—¡Salud! —embochinó Daiki chocando copas con todos. Sana dio un trago largo con la sonrisa todavía plasmada en el rictus, dirigiendo sutilmente la mirada hacia los mensajes en su celular.

El cuerpo, como reacción del miedo, se le congeló. La garganta se le había cerrado de golpe y la respiración parecía no ser manejada de manera automática.

Miró hacia donde estaba su hermano y luego de nuevo el celular.

ES ELLA.

SAL DE AHÍ.

SANA.

ES LILITH.

Sus ojos que comenzaron a aguarse, se enfocaron finalmente en la mujer de cabello platinado y grandes pestañas negras. De pronto el mundo se le derrumbó de una estocada al mismo tiempo que una sonrisa maquiavélica se posaba en aquellos labios rellenos y malditos con los que había estado más de una hora platicando.

Ella lo sabía. Sabia quién era ella y sabía que estaba segura de quien era ella.

Momo... Lilith, volvió a alzar la copa medio llena hacia Sana.

—Por un próspero futuro —y con un silencio devastador y sordo, se bebió el vino de un solo trago largo.

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