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18. Del Edén al Infierno

Advertencia de contenido ofensivo: el siguiente capítulo puede contener material religioso que resulte ofensivo a los creyentes. Se sugiere leer con una mente abierta y teniendo en cuenta que esto es una simbiosis entre mis creencias, lo que dice la biblia y lo que dice el folklore. Los pasajes bíblicos están ligeramente alterados en su sintaxis o terminología para alcanzar el entendimiento del público lector.

Advertencia de contenido delicado: el siguiente capítulo puede contener material implícito sobre intento de abuso sexual a uno de los personajes. Se recomienda leer bajo la propia responsabilidad y discreción del lector.

Génesis 1:27 - "Y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza;
lo creó a la imagen de Dios, los creó varón y mujer, y los bendijo"


Cuenta la leyenda que antes de Eva, Dios construyó otra mujer. Estaba hecha de arcilla del suelo al igual que Adán y poseía una belleza inigualable. Era intrépida, inquisitiva, vital y, por sobre todas las cosas, libre.

Adán, al ser tan novato como ella en el Paraíso, se equivocaba constantemente y sentía su ego herido cada vez que Lilith reía de sus errores. Pensaba para sí mismo: "¿Cómo puede ella burlarse de mí, si estoy hecho a imagen y semejanza de Dios, quien es perfecto y todo lo hace bien?".

Al principio, Adán estaba entusiasmado por el desafío que aquella mujer presentaba, pero comenzaba a molestarle el hecho de que fuese insubordinable. Incluso durante el acto sexual, Lilith se negaba a estar siempre abajo: "Estamos hechos del mismo barro, la misma arcilla. Tú y yo somos iguales, con los mismos derechos y los mismos deberes".

Adán, cansado de la lucha constante, pidió ayuda a Dios, quien acudió de inmediato. Ordenó a Lilith que obedeciera a Adán, pues era un buen muchacho, único en su especie.

¿Subordinarse ante ese hombre que era incapaz de entender que eran diferentes y que eso no significaba ser mejor o peor? ¿Agachar la cabeza frente a ese hombre, reacio a compartir una convivencia sin jerarquías, en un plano de igualdad? No. Decididamente no.

Fue entonces que apareció ella; Lucifer. Susurrando palabras de desobediencia, sembrando en ella la semilla de la discordia y aumentando sus ansias de libertad.

Lucifer le prometió la liberación eterna y reinar en un mundo que todavía no empezaba, pero que sería eterno.

Entonces, un día cualquiera, cansada de los lloriqueos de Adán y las presiones constantes de Dios, Lilith abandonó el Jardín del Edén acompañada de Lucifer.

No destruyó árbol alguno ni se robó una sola hoja de parra. Vestida únicamente con su desnudez que la hacía sentir empoderada, siguió los pasos de su nueva reina.

Dios, feliz de haberse deshecho del problema que Lilith significaba, decidió crearle a Adán una compañera menos independiente.

Génesis 1:18 - "Después dijo el Señor Dios: No conviene que el hombre esté solo.
Voy a hacerle una ayuda adecuada, con la costilla que había sacado del hombre,
el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó: ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre"

Entonces, apareció Eva.

Y el resto... es historia conocida.

Mina se sentía ligeramente desesperada, pero puso en sí misma una mascara de estoicismo para no alterar en lo absoluto a Dahyun. Le había contado todo, cada parte de las ultimas horas de su existencia y le había rogado que la acompañara porque necesitaba ponerla en un lugar seguro.

Dahyun, quien no era conocida por su especial confianza en otras personas, aceptó sin rechistar pero todavía preocupado por el destino de su madre, aunque Mina le hubiese asegurado que la mantendría a salvo cuando el caos se desatara.

El ángel no dijo nada, pero le era imposible no observar como Dahyun no despegaba los ojos de la nueva marca en su brazo, preguntándose a sí misma lo que significaba, y probablemente fallando en sus respuestas.

La chiquilla sentía que el corazón le latía en la garganta mientras ponía toda la ropa que tenía en las valijas que Mina le había regalado. Eran de color amarillo, su favorito, y tenían un montón de letras artísticas y dibujos abstractos. La ropa que guardaba también era nueva; Mina le regalaba cosas todo el tiempo, que no sabía de dónde sacaba, pero la consentía constantemente. Dahyun comenzó a sentirse ligeramente incómoda, sabiendo que no se merecía nada de esas cosas, pero Mina le callaba la boca a besos profundos y caricias prohibidas.

Se sonrojó ligeramente al recordar la noche anterior. Todavía sentía sus manos en su cuerpo.

—¿En qué piensas? —Mina cortó el hilo de sus pensamientos provocándole todavía más sonrojo. Dahyun negó suavemente deseando guardárselo, pero el ángel la agarró de la cinturilla del pantalón y la acercó a ella sin mucho esfuerzo. Dahyun quedó a centímetros de su rostro haciendo que fuese muy fácil robarle un beso profundo de los labios. Dahyun gimió suavemente mientras sus brazos se enredaban en el cuello de la contraria y se ponía en puntitas de pie. Eran aquellos roces los que la hacían querer fundirse en Mina constantemente.

Se separaron lento y la castaña acarició suavemente la nariz de Dahyun con la suya, admirando aquel bonito piercing con un brillante, adornándole la nariz. No podía creer lo precioso que era la humana, y era toda suya.

—Tengo que ir a ver a una mujer —anunció, pinchando la burbuja. Dahyun frunció el ceño.

—No creo que eso sea lo mejor que puedes decir luego de un beso —se despegó del cuerpo contrario, pero Mina la tomó de nuevo rápidamente y se rio dándole un beso suave en la frente.

—No de esa forma —aseguró—. Es una amiga de Tzuyu que puede ayudarnos antes de llevarte a la casa segura. Solo me tomará unos minutos, mientras tanto tu puedes terminar de armar las valijas.

—Okay...

—Vendré por ti en un rato —le dio un ultimo beso y desapareció, dejando a Dahyun sola en su cuarto con la mitad de sus valijas armadas.   
            
Tzuyu, siendo el buen Diablo que era, e impulsada por el lazo inquebrantable, sugirió sutilmente a Dagon que lo más sensato que podía hacer si quería mantener a su humana a salvo, era visitar a Calliope.

Calliope era un ángel de alto rango de la Ciudad Dorada que se había exiliado a la Tierra en el siglo V, atraída por el apogeo de la lírica griega y manteniéndose siempre en los ambientes artísticos prestigiados durante siglos enteros. El problema había recaído en que el Cielo la quería de vuelta, considerando que ya habían permitido demasiado desacato con los humanos. Calliope, habiendo pasado tanto tiempo con ellos que había aprendido a amarlos y a prescindir de sus poderes para vivir una vida humana, pero no dejaba de estar en los radares de los ángeles. La perseguían para que volviese a su puesto. Entonces buscó a Tzuyu, a quien pidió protección, algo que fuera tan seguro que ni el mismísimo Dios fuese capaz de encontrarla.

Lucifer, en conjunto con la bruja Rowena, crearon una serie de sigilos demoniacos y angelicales para proteger a Calliope, borrándola completamente del radar.

El ángel quedó agradecida con Lucifer, tanto, que le prometió aprender magia con los mejores del mundo para serle útil cuando ella lo necesitara. Y así lo hizo.

Se instruyó durante el resto de su vida, y cumplió a rajatabla con cada pequeño favor que Tzuyu le pedía, aunque realmente nunca la molestaba. ¡Era el maldito Diablo, por el amor de su padre! Tenia el suficiente poder como para manejar todo.

Pasados los años, Calliope desapareció también del radar de Tzuyu, pero ella sabía cómo dar con su presencia, sin embargo, respetaba su solitud como para no buscarla.

Pero ahora la necesitaba. Era tiempo.

Tzuyu le había advertido a Mina que tenía que pedirle ayuda de manera respetuosa y si ella declinaba, retirarse sin rogar y sin hacer una escena porque la mayor virtud de Calliope no era precisamente la paciencia.

Se apareció en medio de una selva, rodeado del sonido del agua y el aroma a toda la vegetación que había a su alrededor. Caminó relativamente poco, apenas medio kilometro por debajo de una cascada y a través de enredaderas verdes llenas de insectos que desconocía, hasta finalmente dar con una choza estructurada con barro seco, palos y hojas. El ángel parecía haberla estado esperando; parada en la precaria entrada con sus largas rastas negras envueltas en un pañuelo rojo, usando pantalones cargo y una camiseta sin mangas beige. No sonreía, pero tampoco parecía hostil.

—¿Tú eres Calliope? —preguntó ella dando pasos tentativos hacia la mujer. El sol que se colaba entre la flora hacía brillar su piel oscura, como caribeña, resaltando así unos grandes ojos pardos.

—Qué sagaz —respondió sin sonreír—. Lucifer me dijo que vendrías. No comentó que también eres un ángel —la muchacha se veía reacia a entablar mucho dialogo, por lo que Mina se mantuvo estática en su lugar sin hacer movimientos bruscos.

—Mi nombre es Dagon —anunció, y aquello fue suficiente para que una mueca de desprecio cambiara por completo el rictus de ella.

—El soldado perfecto de Él.

—No. Soy como tú, no pertenezco a ese lugar.

—No eres ni el atisbo de-

—Sí, lo soy —le mostró la marca de su brazo—. Estoy vinculado a Lucifer, la Ciudad Dorada ya no es mi hogar —la mujer suavizó sus facciones y volvió a mirarla, apenas sonriendo imperceptiblemente.

—Pasa —la invitó a su choza con un gesto cordial que Mina aceptó.

Era el comienzo.

Dahyun estaba ansiosa. Sentía una pesadez extraña en su estomago, como cuando tenía que hacer una presentación en sus clases de arte y no encontraba la voz para defender su trabajo, o como cuando su padre pasaba cerca de sus cuadernos y rogaba, aterrada, que no abriera alguno en los que tenía sus trabajos de desnudos.

Lentamente, y esperando que Mina volviera, terminó de armar su valija, procediendo a llenar el otro bolso con cosas un poco menos indispensables. Se acercó a su mesita de noche y tomó dos de sus libros favoritos, dudoso sobre si debería llevarlos o no. Esperaba que a Mina no le importara, porque también estaba llevando sus acuarelas y lápices por si se aburría. No sabía cuánto tiempo iba a estar alejada.

—Hola, hermanita —un escalofrío potente le recorrió la espina dorsal al oír aquella voz a la que se había desacostumbrado. Tragó duro, volteándose para encontrarse con los ojos celestes y fríos de su hermano mayor.

—Yeonwo —murmuró casi sin voz. Sentía como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Observó hacia la puerta, detrás de su hermano, solo para comprobar que su padre estaba allí mirando con media sonrisa maliciosa. Pronto, desapareció por el pasillo sin hacer ningún comentario.

—Te ves bien —notó recorriendo lascivamente su anatomía de arriba abajo. Dahyun tenía nauseas del asco que toda la situación le estaba provocando—. ¿Estás comiendo mejor? ¿Dejaste esa mierda veg-vegetariana? Te ves... carnosa —cerró la puerta de golpe poniendo la traba de manera sutil. Dahyun se alejó caminando de espaldas luego de sobresaltarse por el sonido.

—Estás ebria —notó recién cuando el ambiente se hubo concentrado por el olor asqueroso a vodka barato. Yeonwo se rio con los ojos brillantes de una maldad que Dahyun no lograba comprender.

—Papá me dijo que estás portándote mal —como una gacela, la morena comenzó a sentirse acorralada contra una de las paredes del cuarto. Le temblaban las manos a cada paso nuevo que Yeonwo daba en su dirección—. Que te dejas follar por una tipa más grande que tú —las lágrimas se acumularon en los ojos grandes de la muchachita mientras Yeonwo la enfrentaba finalmente, acariciando con malas intenciones su rostro suave—. Papá dice que eres su ramera. Y, mierda, lo entiendo... estás jodidamente buena, Dahyun. Una maldita muñeca —su voz se iba convirtiendo paulatinamente en algo mucho más siniestro de lo que había empezado. Un siseo desagradable, grotesco y nauseabundo.

—¡No me toques! —Dahyun empujó a Yeonwo con toda su fuerza, pero lamentablemente el tipo era enorme, y le sacaba varios kilos de musculo

Los gritos comenzaron en ese mismo instante mientras las manos sucias de Yeonwo la tocaban en partes que lo hacían sentir deplorable. Dahyun sollozaba sin rendirse un minuto tratando de sacarse a Yeonwo quien la tenia apretada contra la pared, besando con su asquerosa boca, su cuello y dándole manotazos duros en la cara cada vez que le decía que se calle y no la obedecía. La puerta comenzó a hacer ruido como si alguien quisiera tumbarla, y pronto se dio cuenta de que era su madre la que rogaba a Yeonwo desde el otro lado que se detuviera mientras Minho vociferaba que no se metiese.

Sin previo aviso, Yeonwo le dio la vuelta dejándole la cara aplastada contra la pared mientras intentaba con éxito desprenderla de su ropa. Dahyun gritó más fuerte, desde el centro de su pecho, desde el fondo de su cuerpo, al igual que su madre a quien, luego de un golpe seco y fuerte, no volvió a oír. Las lagrimas le bañaban la cara roja de tanto luchar. Su garganta se sentía arañada y caliente.

Era el fin.

Pero entonces todo acabó.

Cayó al suelo de rodillas, con su ropa en girones, pero todavía vestida. Yeonwo no había logrado hacerle nada, no había logrado cometer aquel acto cruel por el cual se le había acusado en diferentes ocasiones por distintas víctimas.

La morena se dio la vuelta con miedo, encontrándose a Mina con las venas del cuello y los brazos marcados cada vez que le daba un nuevo golpe a Yeonwo. La tenía en el suelo, reventándole la cara a puñetazos, rompiendo sus huesos en cada oportunidad. Las fauces entreabiertas del ángel escupían palabras que ella nunca había oído decirle y no podía creer que su Mina, el ángel que siempre tenía el temperamento y el cariño para tratarla como si de seda se tratase, fuese la misma mujer que se encontraba matando golpe a golpe a aquel hijo de puta que se hacía llamar su hermano.

—Necesito que me des tu permiso, Dahyun —la muchacha se dio cuenta en ese momento que estaba hablándole. Se miraron fijamente a los ojos, Mina tenía manchas de sangre salpicándole la ropa, las manos y el rostro. Entonces vio la espada angelical plateada y brillante en su mano. Le estaba pidiendo permiso para matar a su hermano.

Dahyun se quedó estupefacta con millones de imágenes en su cabeza. Sabía que Yeonwo había cometido todos los crímenes contra los que había sido acusado. Sabía que no se arrepentía y que nunca sería juzgado. Sabía que era una mala persona y no iba a cambiar jamás. Otro sollozo seco se desprendió de la garganta de la chiquilla. Los ojos aguados, el cuerpo temblante. Miro a Mina fijamente y asintió una sola vez.

—No mires —la morena escondió el rostro entre sus manos, encogiendo sus piernas y haciéndose bolita contra la pared. No escuchó nada más que un sonido ahogado en los últimos minutos de vida de su hermano.

No se atrevió a voltearse ni siquiera cuando oyó los pasos de Mina cerca suyo, y cuando finalmente lo hizo, el cuerpo de Yeonwo estaba tapado con el cobertor de su cama y el ángel estaba arrodillada a su lado.

—Bebé... —la llamó con la dulzura y la desesperación plasmada en su voz gutural. Dahyun miró su rostro secando sus lágrimas. Se sentía segura de nuevo. Se sentía segura para siempre.

—Mi mamá... —susurró. Mina asintió una vez y actuó con rapidez parándose y yendo hacia donde la mujer estaba.

Al abrir la puerta se encontró con el cuerpo tendido de Leigh Ann. De su cabeza salía una cantidad alarmante de sangre, pero cuando tocó su pulso supo que todavía estaba viva.

Se agachó y puso sus dedos sobre la frente de la mujer, curándola y devolviéndole la consciencia. Agradecía al Cielo que la madre de su novia tuviese signos vitales para empezar porque si había algo que los ángeles no podían hacer, era revivir a los muertos.

Leigh Ann se sentó despacio en el suelo, mirando a Mina con sus ojos avellana tan gentiles, y luego la sangre del suelo. Se tocó la cabeza, pero allí no había ninguna herida.

—¿Qué sucedió? —preguntó temblorosamente intentando recuperar memorias de los últimos minutos, pero la evocación era infructífera.

—Minho escapó y Yeonwo está muerto —anunció sin siquiera una pizca de remordimiento. La mujer sintió un profundo alivio por un momento, pero entonces sus ojos se aguaron de sobremanera y el tembleque de sus manos era imposible de cesar.

—¿D-Dahyun? —preguntó casi sin voz, aterrada de la respuesta. Dahyun era su pequeña, a la que no había podido proteger nunca de los reiterados abusos físicos de su padre, pero por ella que estaba dispuesta a morir siempre. La única alma pura que tenía en su vida, el que ella había concebido con gran alegría. Su bebé que no la había dejado morir aún en su punto más bajo de vida.

Mina apretó los labios.

—Ella está bien —Leigh Ann rompió en un llanto de alivio que hubiese emocionado a cualquiera.

—Gracias, gracias, por Dios, gracias...

—Me la voy a llevar —sentenció—. Voy a llevarla a un lugar seguro porque si alguien le vuelve a poner los dedos encima lo destrozaré con mis propios dientes —amenazó. La rubia asintió con efusividad—. Te sugiero que llames a la policía y denuncies esto cuanto antes. Te prometo que la culpa recaerá en Minho y jamás saldrá de la cárcel. Un amigo mío se encargará de que cumpla su condena incluso después de su muerte —Mina pensó en Tzuyu.

La mujer asintió una vez más, todavía desconcertada y con miedo, pero eso no detuvo a Mina. Se puso de pie, dejándola sola sentada en el suelo, y volvió al cuarto con Dahyun que estaba parada al lado de la cama, esperándola.

Su rostro perfecto estaba marcado con las manos asquerosas de Yeonwo quien la había golpeado. Un pequeño hilo de sangre le adornaba la comisura de los labios y su ropa evidenciaba el forcejeo que había sufrido.

El ángel acunó la cara de su amada y besó su frente con suavidad.

—Dime qué te hizo —preguntó con los dientes apretados y la rabia carcomiéndole el cuerpo. Dahyun se sorbió la nariz un poco y negó suave con la cabeza.

—No me hizo nada, te lo prometo —susurró—. Llegaste antes de que pasara a mayores —Mina la acarició con dulzura.

—Solo quisiera que esté vivo para volver a matarlo y arrancar su corazón con mis manos —admitió, quizás hasta un poco asustada de su razonamiento, pero era la verdad. Por Dahyun, haría lo que fuera. Por Dahyun montaría el puto apocalipsis—. Deja que te cure —la morena asintió con parsimonia y dejó que Mina pusiera sus dedos en su frente. Luego de un fulgor suave, el rostro ya no le dolía y su ropa había vuelto al estado previo del ataque.

—¿Puedo despedirme de mi mamá?

—No. Ella estará bien, te lo prometo. La buscaremos cuando todo esto acabe.

Dahyun suspiró con tristeza, pero aceptaba aquello. Mina no le mentiría y era algo que tenía muy claro.

Rápidamente terminaron de armar el bolso con lo poquísimo que faltaba, tomaron las valijas y entrelazaron sus dedos. De un momento a otro, sin previo aviso, aparecieron dentro de la choza de la mujer de aspecto caribeño.

Dahyun frunció el ceño pero ella le devolvió una sonrisa con la cabeza inclinada.

—Así que tu eres la humana especial —comentó acercándose con lentitud y mirándola de arriba abajo. Puso sus palmas hacia arriba, sintiendo el aura de Dahyun. Los ojos se le pusieron en blanco un momento, pero volvió rápidamente a la normalidad—. Mi nombre es Calliope.

—Mucho gusto, señorita, yo soy D-

—Dahyun Kim, lo sé —sonrió ampliamente a través de sus gruesos labios oscuros—. Tienes en tus manos el corazón del soldado favorito de Dios. Créeme, no es poco —Calliope miró sin cariño a Mina, pero con solemnidad. Pronto, volvió sus orbes hacia la humana que tenía en frente—. Voy a otorgarte una protección absoluta en contra de todo lo inhumano.

—¿Eso qué significa?

—Que serás irrastreable, como yo, excepto por Lucifer. Ella es la única que puede verlo todo —se rio—. Bueno... casi.

Sin mediar más palabras apoyó su delicada mano contra el pecho de Dahyun. Sus ojos brillaron de un color violeta intenso. De un segundo al siguiente, en la piel expuesta del chico comenzaron a formarse sigilos de un color blanco brillante e iluminado, con miles de formas distintas y significados más allá del entendimiento humano.

Cuando hubo acabado, Calliope sonrió con candidez y abrazó a Dahyun, quien ya no tenía visibles las marcas de protección, pero allí estaban.

—Gracias —murmuró sin entender mucho de todo lo que estaba sucediendo. La muchacha asintió una vez para luego dirigirse a Mina.

—Bien, muchachota, es tu turno —puso de nuevo su mano en el pecho del ángel y sus ojos se volvieron violeta, pero se apagaron rápidamente. Calliope frunció el ceño consternada y volvió a intentarlo, pero falló por segunda vez. 

—¿Qué pasa? ¿Por qué no aparecieron los simbolitos? —preguntó Dahyun con un tinte de miedo en su voz. Calliope resopló molesta y negó suavemente con la cabeza mirando al ángel.

—Lo siento, no puedo —anunció—. Es imposible poner algo en ti porque estás enlazado a una entidad demasiado poderosa.

—¿Hay chances de que a Dahyun la descubran por mi culpa? —el corazón de la aludida se comprimió al oír que a Mina no le interesaba en absoluto estar en peligro siempre y cuando Dahyun no saliera lastimada.

—No. A partir de ahora Dahyun siempre permanecerá oculto al menos que ella elija lo contrario —dirigió sus sagaces ojos hacia la pelinegra.

—Bien. Gracias —estuvieron a punto de desaparecer, pero Calliope los detuvo.

—Espera —se dirigió a Dahyun—. Quiero volver a verte. Tienes una energía muy poderosa en tu interior como para desperdiciarla en nada que no sea magia —Calliope apretó con cariño las manos de Dahyun y luego se alejó—. Prosperidad para ambas —deseó con tranquilidad.

Acto seguido, desaparecieron.

Cuando Dahyun vio el lugar en el que habían aparecido, una sonrisa sincera y dulce se expandió por su rostro. En el horizonte no había más que mar cristalino y precioso perdiéndose hasta los confines de lo que parecía ser el fin del mundo. Todo estaba adornado a lo lejos por imponentes palmeras que ondeaban con la suave brisa marítima.

Se agachó a la altura del suelo y hundió sus manos en la arena blanca y limpia sintiendo su calidez. Nunca había visto una playa y pensó que nunca lo haría. El aroma a mar le inundaba las fosas nasales y la lavaba como expiando todo mal de su interior.

Mina, embelesada por la inocencia de la imagen frente a ella, se le unió con una sonrisa en el rostro.

—Esta es la isla Nowhere, es de Tzuyu —comentó—. Está básicamente en ninguna parte, un limbo entre la Tierra y otros lados. Es indetectable, como tú.

—Es preciosa... —susurró poniéndose de pie de nuevo para tomar la mano de Mina y entrelazar sus dedos.

—Ven, vamos a la casa —tomaron las valijas y caminaron hasta aquella cabaña lejana que se mantenía con palos firmes sobre el agua.

Por dentro, la casita era muy rustica y hogareña. Todo estaba hecho de madera excepto por el techo que parecía ser paja. También estaba bien equipada para vivir en comodidad, pero alejado de ser ostentoso como el edificio en el que Tzuyu vivía.

Dejaron las valijas en la puerta y Mina se entretuvo observando a Dahyun admirar todo el lugar. Le llenaba el cuerpo de un sentimiento inexplicable ver a aquella humana que exudaba agradecimiento por las pequeñas cosas y se anonadaba al ver las comodidades a las que debería estar acostumbrada. Dahyun la llenaba de esperanza en el futuro y no podía imaginar qué iba a ser de su existencia cuando la vida humana del chiquillo culminara y éste se fuera al Cielo. Pensó por un momento en las palabras de Calliope sobre la magia y Dahyun, pero decidió no ahondar en ello todavía. No cuando tenían más en su plato de lo que podían masticar.

Esperando que su cuerpo se relajara, Mina decidió tomar una ducha rápida para deshacerse de los restos de sangre que le pintaban la piel mientras Dahyun se aclimataba al lugar, convirtiéndolo en temporalmente suyo.

Al salir, con la toalla envuelta en su cuerpo y unas gotitas traviesas escurriéndosele del cabello todavía húmedo, el ángel se encontró con su humana predilecta acomodando sus acuarelas y pinceles en la mesada de la cocina.

Sin poder evitarlo, Mina se acercó por detrás y envolvió sus brazos alrededor de su cintura, apoyando la barbilla en su hombro. Dahyun se volteó con lentitud para poder enredar sus manos en la nuca de la contraria y ponerse en puntitas de pie para fundirse en un beso suave y dulce. Se mantuvieron así durante un rato, probando sus labios, recorriendo la boca de la contraria con sus lenguas al mismo tiempo que las manos de Dahyun bajaban por la ropa manchada de Mina y se colaban por debajo, acariciando su abdomen duro y bien trabajado. Un gemido suave de la chiquilla hizo que Mina se separase apenas un centímetro, embriagada por su aliento y la calidez de su piel. 

—No puedo, tengo que volver a San Francisco... —lamentó sin dejar de tocarla suavemente por encima de su sweater gris. Dahyun formó un morrito dulce con sus labios y rápidamente volvió a fundirse en un beso tan persuasivo que estaba a punto de romper el autocontrol del ángel.

—¿Un ratito? —susurró contra sus labios dejando que la yema de los dedos de Mina se adueñaran de sus caderas—. No quiero sentir sus manos en mi... no quiero sentirlo a él —pidió con tranquilidad sin dejar de mirar los ojos avellana de la contraria. Un sentimiento de posesión invadió a Mina de una forma que nunca antes lo había hecho, desesperada por hacer sentir bien a su novia, por hacerla feliz de la forma que ella decidiera. Solo quería complacerla y despojarla de esa sensación de intrusión.

—Amor, no creo que sea una buena idea con lo que te acaba de pasar —murmuró, pero sus labios no dejaron de besar el cuello de la pelinegra con ahínco. Dahyun agarró la cara de Mina con sus manos y la obligó a mirarla a los ojos.

—Estoy bien, está bien, te lo prometo —besó sus labios con tranquilidad y mordió suavemente su labio inferior—. Además... llevamos un tiempo sin hacer nada...

—Oh, sí, como unas diez horas completas —se burló con una risa ahogada por otro beso. Dahyun mordió su labio inferior y movió sus pestañas como si fuese una caricatura, cosa que siempre había vuelto loca a Mina. No podía resistirse a esos grandes ojos café plagados de inocencia, rogándole que le hiciera el amor.

—¿Porfi? Seguro que Tzuyu puede prescindir de ti un rato más...

—Joder ¿qué has hecho conmigo? ¿en qué me has convertido? —se rieron en medio de un ultimo beso apasionado mientras Mina la levantaba por los muslos haciendo que rodeara su cintura con las piernas y mojándola en el proceso.

Caminó hasta el cuarto principal donde los esperaba una cama enorme con sábanas blancas perfectamente acomodadas. El sol de media mañana entraba por una pequeña ventana y de fondo podían oír la marea jugando con su propia espuma.

Desvestir a Dahyun se había convertido en una de sus actividades favoritas del ultimo tiempo. Disfrutaba de ver como la vergüenza le tintaba las mejillas mientras ella la despojaba de una prenda a otra parsimoniosamente, preguntándole a cada paso si se sentía bien y si estaba segura, recibiendo siempre una respuesta positiva seguida de una sonrisa a media asta. Adoraba sentir el estremecimiento de su cuerpo cuando besaba su estómago, su vientre bajo, cuando mordisqueaba sus muslos y dejaba marcas suaves en su cuello. Le extasiaba oír los gemidos que la morena intentaba ahogar mientras acariciaba su intimidad por encima de su ropa interior hasta dejarla palpitante, mojada y desesperada. Pero lo que más le gustaba, era observar la expresión en su rostro cuando estaba dentro suyo; pura dicha y deseo reflejados en sus pupilas dilatadas. Los jadeos de ambas inundaban la habitación solitaria y privada, y Mina no podía evitar pensar que aquello era la felicidad pura. Dahyun había sido la primera persona con la que Mina se había acostado, y Mina había sido también la primera en hacer sentir lo suficientemente segura a Dahyun como para que ésta se entregara completamente. Estaban tan en sintonía y la conexión era tan grande, que cada vez que hacían el amor se sentía tan orgánica como la primera. Conocían todos sus puntos de placer, sabían dónde besar, donde lamer, donde tocar, para que la otra perdiera completamente la cordura.

Terminaron prácticamente al mismo tiempo, porque Mina siempre se aseguraba de que su novia se corriera primero para por fin entregarse al punto más cumbre de su clímax.

Descansaron un rato, cubiertas por una fina capa de sudor y el aroma penetrante a sexo todavía inundando la habitación. Dahyun se mantenía echada delicadamente sobre el pecho de su amada trazando formas abstractas sobre sus pechos, sincronizando sus respiraciones hasta recobrar la compostura.
               
Los dedos traviesos de la morena bajaron hasta el antebrazo de Mina, acariciando aquella marca nueva que tenía, resultado de una unión que no llegaba a comprender.

—¿Es permanente? —preguntó con tranquilidad, apaciguada por el tamborileo calmo del corazón del ángel. Mina acarició su cabello negro.

—Sí, es una marca de unión —aclaró—. Se llama Lazo Inquebrantable. Es una especie de pacto de sangre que se hace entre dos seres que los vincula por el resto de la eternidad. Estoy condenada a sentir todas las necesidades que Tzuyu siente y ella a sentir las mías de igual forma. Es como el equivalente de los gemelos en los humanos, supongo, pero más sobrenatural —ambas rieron—. Si una de las dos muere, la marca se transforma en un manchón rojizo y descolorido, y jamás volveremos a sentirnos completas.

—¿Eso significa que la quieres más a ella que a mí? —dijo medio en broma, medio en serio. Mina besó sus labios con rapidez.

—No, bebé, no se trata de algo así —sus miradas se perdieron en ambas—. No es un vinculo de amor romántico, es más una cosa fraternal ¿sabes? Un beneficio mutuo que además de conexión, nos brinda más poder.

—Mmm... o sea que eres más fuerte ahora —Dahyun sonrió subiéndose encima de Mina y sentándose justo encima de su miembro, comenzando un vaivén lento. El ángel bajó sus manos hasta las caderas de su amada para guiar los movimientos mientras se erguía un poco para volver a besarla profundamente—. Y... ¿qué más puedes hacer muy fuerte? —preguntó sugerentemente, despertando de nuevo aquella hambre carnal que le quemaba las venas.

Rodaron por la cama una vez más, encendiendo el fuego entre ambas, pero antes de siquiera pensar en otra ronda, el celular del ángel sonó en su pantalón que descansaba en el piso.

—Mierda —Mina se separó a regañadientes y alcanzó el teléfono, atendiendo sin muchas ganas luego de ver el remitente. Era Tzuyu—. ¿Qué quieres? Estoy ocupada.

—¿Puedes dejar de coger y venir? JC tiene un buen plan de ataque y tienes que oírlo si quieres participar —Dahyun escuchó aquello y se rio, roja como un tomate, escondiendo la cara en la almohada.

—Jodete —respondió sin querer admitir que ella también se había sonrojado—. Dame diez minutos y estaré ahí —Tzuyu se rio del otro lado.

—Diez minutos, Dagon.

—Sí, sí, bye —cortó la llamada de sopetón y tiró el teléfono en la mesita de noche—. Tengo que irme —anunció mientras se levantaba de la cama y caminaba rápido a la cocina para buscar su bolso donde tenía ropa limpia.

—¿Cuándo vas a volver? —la chiquilla se quedó tirada boca abajo, apenas tapadq con las sábanas, admirando la belleza de su novia a contraluz. Los músculos marcados, los tatuajes en diferentes lados del cuerpo pero tan sutiles que lo hacían ver aún más caliente.

—No lo sé, espero que pronto —terminó de vestirse y Dahyun se arrodilló en la cama para poder besarla de despedida.

—Vuelve en una sola pieza ¿sí? —rogó suavemente acariciando el cabello de su novia. Mina, perdido en aquellas dos gemas preciosas que la morena tenía por orbes, sonrió ante la preocupación y besó sus labios una ultima vez. Sopesó sus siguientes palabras detenidamente, pero decidió decirlas de todos modos.

—Te amo, Dubu —la humana se quedó impactada, con la boca apenas entreabierta y tan sorprendida que no pudo responder en ese momento. Mina, siendo el ser pensante y racional que era, decidió que lo mejor era no agobiar más a la chica exigiéndole que le correspondiese en ese instante, entonces desapareció.

Dahyun quedó sola, arrodillada en la cama con la consistencia de un fideo cocido y el corazón latiéndole como un tambor en el pecho con una felicidad inexplicable e indescriptible.

Esta historia está a nada de su final.

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