16. Salmos 41:9
"Aun mi íntimo amigo en quien yo confiaba,
el que de mi pan comía, contra mí ha levantado su talón"
Salmos 41:9
La ventisca de afuera de la cafetería de la universidad era lo suficientemente fuerte y helada como para mantener a Sana con su gorrito blanco puesto y los mofletes haciendo juego con su nariz roja. Tenía guantes con los dedos cortados y una taza de té de vainilla y caramelo humeando frente a su rostro. Los dientes le castañeteaban, pero se sentía bien. Mejor de lo que se había sentido en semanas.
—¿Quieres compartir una porción de tarta de cereza? —ofreció Jihyo a su izquierda mientras esperaba su batido de chocolate y recorría con sus ojos una y otra vez el menú. Sana sonrió a medias.
—Son las nueve de la mañana, Ji. Apenas y tengo ganas de este té.
—Yo sí quiero —esta vez fue Jeongyeon quien intervino con su voz suave y armoniosa, para luego guiñarle un ojo a Sana.
—Si no fuera porque son ángeles, se indigestarían —la castaña se rio de su propio chiste siendo acompañada por Mina, pero las otras dos todavía se sentían tensas e inseguras. ¿Había pasado el suficiente tiempo para reírse de aquello?
Luego de haber estado con Tzuyu, a Sana se le abrieron los ojos de sobremanera. Figurativamente hablando, por supuesto.
El mundo era un lugar muy pequeño y efímero como para cortar para siempre de su vida a quienes habían estado con ella desde el principio de todo. Le dolía la traición, la mentira, la falta de confianza, pero comprendía por fin el porqué de todo. Y solo le había costado como un mes y una semana. Ja, era una chica lista.
Y muy enojona.
La charla telefónica con Mina había sido bastante breve porque Sana le había pedido que viniera a su casa. Por supuesto no esperaba que Mina apareciera justo delante de ella, con el teléfono todavía pegado a la oreja y usando solo un par de calzones azules con relámpagos. Su excusa, como era de esperarse, es que estaba con Dahyun. Durmiendo. Sí, claro.
Hablaron gran parte de la madrugada y Sana accedió finalmente a ver a Jihyo y Jeongyeon y dejar de ignorar sus mensajes y llamadas.
Las amigas se reunieron al día siguiente en el patio de la casa de Sana, como cuando eran adolescentes con acné y una obsesión insana por los superhéroes. La muchacha les hizo prometer que si las perdonaba no podían volver a guardarle un secreto sobre ellqs, sobre todo si tenía que ver con ella o con Tzuyu. Aquello último también demandaba discreción porque no deseaba que Tzuyu se enterase que preguntaba por ella y se hiciese ilusiones cuando todavía tenía la cabeza revuelta.
Habían sacado todo de su interior y aquello las había hecho avanzar. Perdonarlas.
Así que no había razón para no seguir compartiendo desayunos en la universidad antes de entrar cada uno a su correspondiente clase. Siguieron hablando durante un largo rato sobre cosas humanas y normales, y Sana no podía sacarse de la cabeza que solo hacían eso para seguirle el juego, para mantener las cosas lo más apegadas a la realidad posible. Sin embargo, muy dentro suyo, había una vocecilla que le recriminaba la poca confianza. Sí, sus mejores amigas eran ángeles, pero habían pasado años con los humanos ¿no tenían derecho acaso a querer vivir como ellos? Quizás se habían encariñado con la humanidad... Mina hasta se había enamorado de uno de ellos así que todo era posible ¿no?
—¿Cómo quedaron las cosas con Luci al final? —preguntó Jihyo mientras engullía otro pedazo de la tarta de cereza que le habían traído. Sana acarició con un dejo de nostalgia el borde de su taza de té mientras sus pequeños ojos se perdían en un punto lejano.
—No la llames así. Es Tzuyu, sigue siendo Tzuyu —respondió con firmeza provocando una media sonrisa en Mina. Probablemente Dahyun también tenía ese pensamiento extraño de que ella y Tzuyu eran más humanas que los seres invencibles que eran. Luego de un resoplido cansado volvió a fijar su mirada en la mesa, enfocando sus pequeños ojos azules en los de su mejor amiga—. No lo sé en realidad. Si te soy sincera todos mis sentidos me dicen que vuelva con ella y le de otra oportunidad, pero mi cabeza me restringe susurrando que es mala idea.
—Si te sirve de algo, Tzuyu siempre es mala idea —Jeongyeon le desacomodó el gorro con cariño y sonrió de lado de manera apenas visible. Sana la golpeó en el brazo, pero nadie más comentó nada en la mesa. No hacía falta, ella sabía lo que pensaban de Tzuyu.
La puerta de la cafetería se abrió nuevamente dejando entrar el aire helado, y consigo a la chica de preciosos ojos café que tenía a Mina enroscada en su dedo meñique. Dahyun parecía una muñeca de porcelana fina; boca carnosa y bien proporcionada, nariz respingada con un sutil arito adornándola, barbilla suave y un hermoso cabello negro, el cual envidaba secretamente por lo brillante y sedoso que se veía. Sin mencionar, por supuesto, aquellos grande orbes chocolate rodeados de una capa frondosa de pestañas oscuras y arqueadas. Mina se había sacado la lotería.
Ella no era de sentirse especialmente fea, no se comparaba con otras chicas y en general su autoestima era bastante buena, pero Dahyun era de otro mundo. Nadie era más guapa que ella.
Bueno, sí, alguien: Tzuyu. Pero no contaba. Era completamente diferente. Sana admiraba la belleza de Dahyun y ocasionalmente deseaba verse más como ella, pero en el caso de Tzuyu, solo podía pensar en subírsele a horcajadas y besarla durante horas hasta sentir el calor recorriéndole cada célula del cuerpo. Echaba de menos aquello... cómo Tzuyu la hacía sentir preciosa, deseable, olvidando casi por completo su propio placer.
—¿Sha? —Jihyo lo sacó de su ensoñación justo cuando Dahyun llegó a la mesa y saludó a todos con calidez. Rápidamente tomó lugar al lado de Mina, entrelazando sus dedos y sonriendo de manera burbujeante. Sana sonrió con calidez a modo de saludo y rápidamente volvieron a meterse en otra charla banal y rutinaria.
La rubia y Jeongyeon todavía estaban rígidas, sobre todo sabiendo que tenían que restringir mucho más su charla en cuanto Dahyun había aparecido, pero Sana sabía mejor. Mina le había confesado que Dahyun estaba enterada de todo casi desde el principio. Había intentado ocultarle su verdadero ser para mantenerla a salvo, pero la chiquilla era inquisitiva por naturaleza y tuvo que decirle la verdad para no perderla. Sana también le había dicho a Mina que Jihyo pensaba que solo se estaban divirtiendo y que cuando todo acabara, solo habría que borrarle la memoria a la humana y se habrían solucionado todos sus problemas.
Mina deseó que fuese así de fácil, pero había llegado a un punto en el que estaba dispuesta a perderlo todo por Dahyun. Hasta su última gota de sangre.
Las clases luego de aquella mañana relajada habían pasado volando. Estaba más despierta, con más ganas, se sentía más normal y sabía que tenía finales cerca así que tuvo que esforzarse más aún para mantener los promedios.
Al salir sintió el frio congelándole las facciones. Se acurrucó más dentro de su enorme sudadera y caminó cinco cuadras hasta llegar a la parada del bus. Hoy tenía trabajo en Mr. Sweetness, le tocaba cubrir a Ella ya que ésta se había tomado unas vacaciones prematuras dejando a Ronnie, Lena y ella, solas en temporada alta.
Un mensaje de texto le llegó al celular mientras viajaba. Era Levi quien le decía que mañana iría a cenar a casa de sus padres porque quería presentarles a su novia, acto seguido mandó una foto de ambos sonriendo con ternura a la cámara. Sana sintió su corazón latir con fuerza. La chica era preciosa y su hermano estaba feliz ¿qué más le podía pedir a la vida? Respondió con muchos emoticones de caritas felices y chispitas con corazones diciéndole que no podía esperar para verlos.
Ronnie se mantuvo ocupada limpiando las mesas hasta que Sana cruzó la puerta muy abrigada y con la cara roja.
—Hola —saludó con premura recibiendo una mirada hostil de su compañera. La pelinegra se irguió apenas un poco para observarla.
—Cámbiate rápido, llegas diez minutos tarde, Sana —masticó su molestia mientras cambiaba el semblante a una sonrisa para atender a una clienta después de dejar el trapo de limpieza tirado en el mostrador.
—Lo sé, lo sé, lo siento —se perdió detrás de las puertas del staff y corrió al baño para calzarse los horribles pantalones blancos y la camisa rosada gruesa. Agradecía que el local tuviese calefacción porque si no tendrían que cortarle los dedos de los pies al final de su turno. Salió a las corridas hacia el mostrador y agarró la libreta con un bolígrafo.
—Estaba distraída y el bus me dejó dos paradas más lejos, tuve que correr hasta aquí —Ronnie volvió a poner los ojos en blancos.
—No es mi problema, este es tu trabajo —gruñó, perdiéndose en la cocina mientras gritaba una última cosa—. Atiende la mesa cinco y la nueve.
—¡Hecho! —Sana comenzó su labor, pero se vio ensimismada en sus pensamientos una vez que notó que la mesa nueve era exactamente en la que Tzuyu siempre se sentaba cuando venía. El pecho se le estrujó un poquito, pero le fue fácil ignorarlo ahora que no se sentía tan rota como antes.
Aun así, no podía evitar extrañarla. Recordar sus preciosos hoyuelos cada vez que le sonreía o hacía algún chiste perspicaz. Cómo sus ojos verdes, los humanos, brillaban si se mantenía atenta lo suficiente. Echaba de menos sus brazos sosteniéndola, sus besos por su cuello, sus labios... extrañaba a Tzuyu en general.
El mismísimo diablo la respetaba y la amaba, y aunque fingiera que no, aunque pusiera trabas, aunque estuviera enojada y no supiera cómo afrontarlo... Ella seguía queriendo también. Sana seguía queriendo a Tzuyu con todo su ser.
Sacó el teléfono de su bolsillo y buscó su número para darle una llamada, pero Amelia cruzó la puerta de volada con una sonrisa dulce en el rostro y su panza enorme tapada con una sudadera azul inmensa. Tenía el cabello rubio recogido en una coleta alta, con pequeños cabellos cayéndole al rostro. Se veía radiante.
—¡Sha! ¡Tengo otra ecografía! —la adolescente la abrazó de golpe provocando que la muchacha sintiera el momento exacto en el que el bebé pegaba una patada suave.
—¡Oh! ¡¿Sentiste eso?! ¡Jack me saludó! —Sana le devolvió el abrazo rápido a Amelia y después se arrodilló para besar su panza, esperando volver a sentir las pataditas del pequeño—. Hola, Jack ¿estás feliz? Porque yo lo estoy —susurró, provocando que un par de comensales soltaran un suave "aww" desde donde estaban.
—¡Sana, trabajo! —Ronnie salió de la cocina llevando una bandeja lleva de batidos y sándwiches, parecía estresada. La castaña se irguió con rapidez y miró a la chiquilla.
—Siéntate, te voy a servir y cuando sea mi descanso charlamos ¿okay? —Amelia asintió con rapidez y se dirigió a la mesa del fondo para no molestar al ya alterado staff de Mr. Sweetness.
Sana se mantuvo ocupada durante dos horas más en las que cocinó, sirvió y limpió constantemente. Amelia esperaba con paciencia divina en su mesa, comiendo muffins de a bocados pequeños, llenando su estómago con té con leche y todo lo que Sana le trajera. Casi no se daba cuenta de la cantidad de comida que se llevaba a la boca porque estaba ocupada con el celular de Sana y sus auriculares viendo los nuevos capítulos de una serie.
Pronto, el frío que Sana había sentido al principio desapareció por completo. No sabía desde hacía cuánto Mr. Sweetness se había vuelto tan concurrido, pero a veces deseaba que fuese como al principio, cuando tenían clientela habitual y escasa. Sobre todo porque desde que habían echado a Dimitri, el señor Sweet se había negado a contratar a otra persona más, y ahora con la ausencia de Ella, el trabajo se hacía cada vez más pesado.
Pasado el tiempo, Lena, quien traía una expresión cansada en el rostro y el cabello rojo enmarañado y recogido en un moño bajo, le susurró un ligero pss pss.
—¿Qué pasa? —preguntó la de ojos azules murmurando sin entender por qué.
—Tomate tu descanso ahora, la chiquilla te ha estado esperando un montón de tiempo. No sé qué tan bueno sea que una embarazada esté sentada tanto tiempo.
—Oh, joder, ni siquiera lo había pensado —contestó—. Le voy a preguntar a mi mamá cuando vuelva a casa. Gracias, Lena.
—No hay cuidado, yo te cubro.
Sana se quitó el delantal con rapidez mientras corría hasta la mesa de Amelia y se dejaba caer en los asientos acolchonados. La rubia sonrió ampliamente quitándose los auriculares y devolviéndole a Sana su celular.
—¿Quieres que caminemos un poco? Lena dice que no sabe si es seguro que una embarazada esté tanto tiempo sentada.
—Descuida, estoy bien. No ha pasado tanto tiempo, a lo mucho se me van a hinchar los pies.
—Suena doloroso.
—Lo es —Amelia tomó su mochila vieja y deshilachada, abriéndola en la mesa y sacando un sobre con su nombre impreso en negro—. Mira. Está enorme —Sana tomó los papeles y observó la ecografía con los ojos brillantes. El bebé se veía perfectamente, sus piececitos y sus manitos. Los ojos se le aguaron—. No llores, es un momento feliz.
—Son lágrimas felices, te lo aseguro —secó sus ojos y le devolvió la ecografía—. Escucha, hablé con mi papá y me dijo que él y mamá lo pueden cuidar para que tú y yo trabajemos.
—Sha...
—No, escucha —tomó las manos de Amelia entre las suyas y la miró fijamente a los ojos café —. Es perfecto. Hoy viene el señor Sweet a pagarnos y puedo decirle que te contrate. Despidieron a Dimitri y cuando Ella vuelva iremos rotando vacaciones entre Lena, Ronnie y yo. Es perfecto, tú te puedes incorporar al final y ya habrá pasado el tiempo suficiente como para que Jack se quede con mis padres.
—¿Seguro? Será muy pequeño todavía, Sha... —esta vez fue Amelia quien soltó una lagrimilla traidora. No podía creer que en un mundo lleno de maldad y mala suerte, como a ella le había tocado, tuvo la dicha de encontrarse a una amiga como Sana Minatozaki.
—Sí, será muy pequeño y probablemente tendrás que trabajar menos, pero puedo cubrir la mitad de tus turnos por unos meses hasta que Jack no te necesite tanto. Es un buen plan, Amelia...
—Lo es... —contestó—. ¿Sabes que te quiero mucho, verdad? —Sana sonrió amplio y se levantó para darle un abrazo a su amiga.
—Yo te quiero a ti. A ambos. Con todo mi corazón —besó la cabeza de la adolescente y volvió a su lugar—. Oh, y mi amiga Jihyo dijo que puede conseguirte un préstamo para alquilar un apartamento pequeño, y puedes pagar en cuotas súper accesibles. Obvio que también te ayudaré con eso.
—¿Por qué haces todo esto por nosotros, Sha? —la pregunta la tomó desprevenida, pero su respuesta venía directamente desde el corazón.
—Porque son mi familia —Amelia esbozó una sonrisa sin dientes pero colmada de alegría.
—¿Puedo preguntarte por Tzuyu? —murmuró con inseguridad. La muchacha de ojos azules desvió la mirada de repente llevando sus pensamientos lejos de allí, pero la mueca de tristeza fue evidente.
—Hablé con ella, pero las cosas siguen más o menos igual —resopló.
—Me ocultas cosas, Sha.
—Sí —admitió—. Pero es por tu bien. No me permitiría jamás que tu o Jack llevasen en sus hombros ese peso.
—Okay, entiendo, pero por favor sé cuidadosa ¿está bien? Si estás pasando por una situación de peligro... tienes que decirle a alguien, Sana.
—Amelia te juro que no es lo que estás pensando. Tzuyu jamás me pondría un dedo encima, te lo prometo —ella asintió.
—Te creo —suspiró—. Escucha, el médico me dijo que no es seguro para mi tener un parto natural con Jack, así que programó una cesárea —agarró su mochila de nuevo y buscó un pequeño cuaderno y una lapicera. Anotó un par de cosas y se lo dio a su amiga. Sana observó la fecha, el nombre del hospital y sonrió.
—Dieciocho de noviembre —mordió su labio inferior—. Amelia no falta prácticamente nada.
—Sip, en un par de semanas vamos a conocer a mi pequeño Jack —compartieron una sonrisa fraternal para luego ponerse de pie y abrazarse—. Anda, ve a seguir trabajando. Nos vemos en unos días.
—Como usted ordene, su majestad —rieron.
El día continuó pasando con la cafeladería llena y Sana sin poder dejar de pensar en llamar a Tzuyu a todo momento, pero nunca le daba el tiempo. Estaba decidida a llamarla en cuanto cerraran y estuviese más tranquila. Necesitaba hablar con ella aunque fuese un momento, aunque tuviese que inventar alguna excusa tonta o preguntarle sobre cosas angelicales y del infierno que no quería saber realmente. Quizás así le podía contar lo de Amelia sin levantar sospechas. Podía compartir su felicidad con ella como antes.
El señor Sweet cruzó la puerta del local exactamente a las nueve y treinta y tres de la noche llevando un sombrero elegante y saco café. Tenía una sonrisa amable debajo de aquel bigote pelirrojo. Les pidió a sus empleados que se reunieran al terminar sus labores y esperó pacientemente a que cerraran, sentado en una banqueta de la barra bebiéndose un café y leyendo el diario.
Ronnie fue la primera en terminar porque trabajaba rápido. Lena ayudó a Sana a cerrar las persianas y luego le dio las llaves para que asegurara las puertas al salir. Hoy le tocaba a ella limpiar la barra así que le quedaba al menos media hora más en Mr. Sweetness.
El cheque de pago de cada una les fue entregado en un sobre rosa pálido que parecía sospechosamente elegido por Ella, seguido de un par de anuncios; la muchacha volvía en dos semanas y había que sortear quienes serían los dos elegidos para abrir en noche buena y navidad. Sana esperaba que no fuese ella porque su cumpleaños caía el veinticuatro y ansiaba pasar ese día con sus papás y hermanos.
Cuando las chicas finalmente se fueron, ella tuvo tiempo de hablar a solas con el señor Sweet sobre Amelia y su plan. Por supuesto al tacaño hombre no le encantaba la idea, pero tenía que admitir que luego de que Dimitri se fuera, el lugar había estado demasiado lleno y el personal escaseaba. Terminó aceptando su oferta de trabajo, pero le hizo jurar que si algo no salía como lo planeado, sería ella quien despediría a Amelia. El hombre no tenía corazón para despedir a otra pobre chica perdida del lugar.
La castaña estaba tan eufórica por la respuesta positiva que no supo hacer nada más que abrazar a su jefe y luego disculparse por haberlo abrazado.
Fue mucho más ameno, luego de eso, terminar de limpiar la barra, acomodar las sillas y apagar las luces. Sana tomó su gorrito blanco y su mochila de la universidad para por fin irse, pero entonces notó que en una esquina de la cafeladería todavía había luz. En la misma esquina en la que se encontraba una mujer en sus treinta y tantos años con rasgos asiáticos y un traje de ejecutiva. Parecía impasible, sin una sola expresión en su rostro.
Sana observó alrededor. Todo estaba cerrado correctamente ¿cómo había entrado allí?
—Señorita, lo siento pero debe retirarse, está cerrado —sus manos temblequeaban sin parar. Cómo es que no había oído a nadie ingresar. Ella tenía las llaves. Era imposible.
La mujer no parecía molesta ni amenazante, pero tampoco tenía buena pinta. Su cabello negro caía en cascada, lacio, sobre su chaqueta.
—Por favor toma asiento, Sana —su voz era gélida y altiva, sonaba autoritaria, pero al mismo tiempo pasiva. Tragó duro.
—¿Cómo sabes mi...? Escucha, vas a tener que retirarte o llamaré a la policía.
—Dije que te sentaras —la mujer levantó una mano y luego de un ademán extraño, Sana sintió que no tenía poder sobre sus músculos. Una silla apareció detrás suyo sin previo aviso y la obligó a sentarse, arrastrándola por todo el local hasta que estuvo frente a ella. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y todos los vellos se le erizaron. Estaba frita. Ese iba a ser su fin.
La mujer chasqueó los dedos una vez y delante suyo aparecieron una taza de café humeante con una cucharilla que se movía sola para revolver. El sonido tintineante era aterrador por algún motivo que Sana no pudo descifrar. Ni siquiera se atrevió a abrir la boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas sintiendo que aquellos iban a ser sus últimos minutos.
Iba a morir con un pantalón blanco y camisa rosada en su lugar de trabajo. No iba a poder llamar a Tzuyu y oír su voz por última vez. No iba a poder conocer al pequeño Jack. Jamás vería en persona a la novia de Levi y no iba a terminar su carrera en la universidad.
—Piensas demasiado alto, detente —le ordenó la mujer de ojos rasgados—. No he venido a matarte, Sana. He venido a advertirte.
—¿Quién eres? —la voz le salió amortiguada, como si alguien le apretara la garganta imposibilitándole el habla. Por primera vez en la noche, la pelinegra sonrió.
—Mi nombre es Raphael —sus ojos, anteriormente negros, destellaron en un color celeste intenso como si fuesen dos faros, pero se detuvo al instante. Estaba alardeando. Seguramente Jihyo, Jeongyeon y Mi podían hacer lo mismo con los suyos.
—Eres el hermano de Tzuyu —sentenció. La mujer, perdiendo completamente los estribos, cambió su expresión estoica por una mueca desagradable de repulsión.
—Soy hermano de Michael y Gabriel, no de esa desperdicio codiciosa y corrupta que nos iba a llevar a la ruina —Sana se quedó en silencio escuchando. Mordió el interior de su mejilla hasta sentir el sabor a sangre. Quería defender a Tzuyu, pero temió enojar al arcángel que había planeado su destrucción y la llevaría a cabo fuese como fuese.
—¿Qué viniste a advertirme? —la mujer bebió su café despacio clavando los ojos oscuros en los de Sana, llenos de lágrimas.
—He apoyado a Michael en todas sus decisiones, pero esto ha ido demasiado lejos, Sana. No puedo permitir que desequilibre el balance de manera tan grotesca —Sana frunció el ceño sin comprender a qué se refería. Raphael bebió otro trago de su café para luego volver a dejarlo en la mesa y chasquear los dedos desapareciendo todo rastro suyo del lugar. Se inclinó hacia Sana hasta que su aliento inexistente le rozó los labios finos a la humana—. Deberían pensar dos veces en quien confían —Sana se quedó de piedra sin entender demasiado, sin dimensionar sus palabras.
—¿Por qué no me has matado aun? Eso es lo que quieren después de todo ¿no? —desafió, haciendo las paces consigo misma por si aquello era lo último que decía en su vida. Raphael sonrió siniestramente y acarició con un dedo gélido su rostro, interceptando una de sus lágrimas para luego llevarse el dedo a la boca y chuparlo. Se rio como solo los psicópatas de películas sabían reír. Sana esquivó su mirada.
—Oh, Sana, realmente no lo entiendes ¿verdad? —la mujer se acomodó de nuevo con altura, cruzando las piernas y entrelazando sus dedos—. Vas a morir. Eventualmente. Eres una humana, no tienen ninguna gracia, ningún poder, nada ni nadie que te salve de la perdición en la que Lucifer te ha sumido. Estás manchada con sus asquerosas garras, tu alma ya no es propiedad del cielo, Sana Minatozaki —Raphael se volvió a reír arrancándole a Sana un sonido de angustia del pecho— Estuviste condenado desde que ella puso sus ojos en ti por primera vez.
—N-no lo entiendo... —un sollozo se escapó de sus labios sin que lo pudiera evitar. Raphael volvió a ponerse una máscara estoica.
—Lo entenderás cuando ella se alce desde las entrañas del mismo infierno.
Y, sin otra palabra, desapareció.
Sana fue liberada de aquella prisión de aire que la mantenía cautiva en la silla y se arrodilló en el suelo soltando por fin todo el aire y el llanto que tenía atravesado. Respiró agitadamente entre lágrimas saladas llenas de terror, mientras buscaba entre sus pertenencias el celular. Le temblaban las manos muchísimo. Aquella presencia del arcángel no había sido nada parecida a las del resto de criaturas sobrenaturales que conocía. Fue peor. Absoluta y definitivamente peor.
Se puso el celular en la oreja y esperó luego de que sonara más de tres veces. Tzuyu por fin atendió, pero le costó horrores encontrar su propia voz para expresarle todo.
—T-Tz-Tzuyu —lloró con más fuerza sin poder formular palabra.
—¿Sana? ¿Sana estás bien? Dime qué sucede ¿Dónde estás? —el diablo sonaba desesperado al escuchar a su ángel.
—P-por f-favor ven, por favor, Tzuyu, por favor —la desesperación la inundó de nuevo, pero no lo suficiente como para paralizarla. Sana se levantó a los trompicones hasta donde estaba la puerta y cerró con llave fingiendo que aquello podía proporcionarle algún tipo de protección. No fue hasta que se dio la vuelta que vio a Tzuyu allí parada en medio de la cafeladería con su celular todavía pegado al rostro y una máscara de preocupación inmanejable.
La pelinegra se acercó con rapidez, tirando al suelo el móvil y tomando entre sus manos el pequeño rostro perfecto de su amada.
—¿Estás bien? —preguntó con urgencia. Las lágrimas se derramaron por las mejillas de la muchacha de ojos zafiro, pero logró asentir todavía hipando—. Ángel dime qué sucedió.
—R-Raphael... —murmuró intentando perderse en el calor del diablo, sintiendo por fin que no estaba del todo desprotegida. La mirada normalmente cálida de Tzuyu se transformó de repente en aquellos ojos negros y vacíos que solo había tenido la oportunidad de ver una vez, pero fue un segundo. Casi un parpadeo.
—Voy a hundirle los ojos en el cráneo —Lucifer hizo el intento de separarse, pero Sana se aferró a la chaqueta de su traje anaranjado brillante con todas sus fuerzas.
—No me dejes, no me dejes —rogó, y el interior del diablo se convirtió en manteca. Tomó a su ángel entre los brazos, rodeándola con sobreprotección y dejando que su rostro dulce y asustado se perdiera entre la unión de su cuello y hombro.
—Tranquila, cariño, estoy aquí —aseguró—. ¿Está todo cerrado? ¿Puedo llevarte conmigo?
—Sí...
—Mantén tus ojos cerrados ¿okay? La última vez que nos teletransportamos te desmayaste.
—Bueno...
Sana apretó los ojos con fuerza esperando sentir algo; una ráfaga de viento, una pesadez en el estómago, una sensación de movimiento, pero cuando volvió a abrir sus párpados por pura curiosidad, solo se encontró con la sala de estar de Tzuyu, tan ordenada como siempre y a media luz. Un suspiro de alivio se le escapó desde lo más profundo.
—Cariño... —el tono de voz que Tzuyu estaba empleando era casi una extorsión. Quizás era porque lo echaba de menos demasiado, quizás seguía en shock—. Estoy aquí. Estás segura. Jamás voy a dejar que nada te suceda, Sana —y por un momento, la castaña le creyó. Se permitió a sí misma sentirse en paz entre los brazos de aquella mujer, de aquel ser, que le había destinado una fuerza mayor.
—Él no es como ustedes, Tzuyu... es... siniestro —murmuró.
—Es el mayor, es mucho más autoritario y tiene una presencia amenazante, pero te aseguro que Raphael nunca haría ni la mitad de las cosas que Michael estaría dispuesto a hacer. Y Gabriel no es más que un títere cumpliendo con órdenes. Un buen soldado.
—Tzu... lo que Raphael dijo... —se separó ligeramente observando los ojos de la contraria con intensidad—. Habló de un traidor.
—Cuéntamelo, ángel.
Sana le dijo todo, cada detalle, cada palabra de manera textual, tal cual se la había escupido el arcángel. JC, quien había preferido no entrometerse en el momento, escuchó todo apoyado en el marco de la puerta del cuarto de su hermana con la misma preocupación bañándole las facciones.
Tzuyu pensó en profundidad quién podría estarlas traicionando. Ella no confiaba en absolutamente nadie así que las probabilidades de que fuera uno de sus demonios eran nulas, por otro lado estaban los ángeles. Eran engañosos, eran diferentes, queriendo mostrarse puros, leales y elevados, pero Tzuyu conocía sus interiores. Había vivido con ellos en la Ciudad Dorada. Era hermano de Michael, Gabriel y Raphael ¿qué más pruebas necesitaba?
Dirigió su mirada hacia JC buscando en sus pupilas oscuras aquella misma chispa de duda, pero notó que su hermano no las observaba ni prestaba demasiada atención al relato de Sana. Parecía ensimismado en algún pensamiento. Perdido en sus propias cavilaciones indescifrables.
—Dame tu teléfono —ordenó Lucifer estirando la mano hacia Sana. La muchacha lo sacó del bolsillo de su pantalón sin mucho cuestionamiento y se lo tendió. La pelinegra tardó menos de cinco segundos en adivinar la contraseña y llamar al celular de Azrael.
Sonó un par de veces, demasiadas para la poca paciencia que manejaba en ese momento.
—Hola, Sha —Jihyo sonaba burbujeante y aquello le hizo hervir la sangre; quizás por la tensión del momento o quizás porque si había algo que odiaba más que ser traicionada por los suyos era que traicionaran a su ángel.
—Te quiero en mi casa en cinco minutos. Trae a Dagon y Ramiel —no se molestó siquiera en aclararle que no era Sana porque sabía que reconocía su voz. Colgó el teléfono y lo tiró en el sofá sin reparo.
Sana ni siquiera se movió de su sitio, pegada a Tzuyu como si se le fuera la vida en ello, aferrada todavía a su precioso traje anaranjado. El diablo se atrevió a hundir la nariz en el cabello de la castaña, impregnándose del aroma a shampoo de frambuesas y bebé que tenía.
—Tzuyu —JC se acercó más a su hermana, pero antes de que pudiera decir nada, Jihyo y Mina aparecieron en medio del lugar como quien no quiere la cosa.
—¿Quién cojones te crees que eres para darnos órdenes como si fuésemos tus...
—Cierra la puta boca y respóndeme una cosa, Dagon —la miró fijamente—. ¿Quién de ustedes ha estado trabajando con Michael? —ambos ángeles abrieron los ojos de sobremanera, pero la expresión de Jihyo era una poesía. No solo parecía escandalizada y ofendida, sino también un tanto aterrada.
—¿Qué cojones estás insinuando, Lucifer? —fue Jihyo quien apretó sus dientes y dio un paso certero hacia delante con los puños apretados.
—Oh tú sabes exactamente lo que estoy insinuando, Azrael.
—¡Basta! ¡Así no vamos a lograr nada! —intervino Sana respirando agitadamente y, por fin, soltándose del agarre de Tzuyu.
—¿Tú le crees, Sana? ¿Crees que nosotros te haríamos una cosa así? —la rubia sonaba desesperada porque su amiga le creyera, pero era absurdo. Sana jamás podría desconfiar de ellas, ni aunque el mismísimo diablo le dijera lo contrario.
Entonces, sin previo aviso y llevándose por delante una vitrina gigante de vidrio llena de adornos extraños que Tzuyu y JC habían comprado en el mercado de pulgas, Andas (Nayeon) y Jeongyeon aparecieron haciendo volar puños, patadas, estocadas y puñaladas. Una batalla campal parecía desatarse otra vez en el centro de su casa, pero ahora era diferente.
Jeongyeon se veía imponente, por supuesto, pero Andras la había alcanzado con su cuchillo infernal creando un tajo significativo en el pómulo del ángel. Por su lado, Jeongyeon aparentemente se había ocupado correctamente de sacarle el antebrazo con su espada angelical a Andras (Nayeon), pero ya estaba creciendo nuevamente de una manera asquerosamente desagradable como si fuesen miles de cucarachas y basura reconstruyendo su piel blanquecina.
—¡Traidores! ¡Malditos traidores! —gritó la demonio intentando arremeter de nuevo contra Jeongyeon y recibiendo un puñetazo en el medio del rostro. Sana giró el rostro, evitando ver el enfrentamiento y fue entonces que notó que Tzuyu estaba intentando poner los ojos negros, pero se le desvanecían rápidamente a verde otra vez. ¿Qué estaba pasándole? Era el diablo... y se veía débil.
—¡¿Nosotros?! ¡Ustedes son los traidores! —vociferó el ángel haciendo brillar sus ojos con un celeste intenso por un momento.
—¡Andras! —por fin, Lucifer intervino—. ¡¿Qué cojones está sucediendo?! —ella observó a su ama y mejor amiga con una expresión contrariada.
—¡Alguien hizo un pacto con Michael para traer a Lilith a la Tierra!
Un silencio sepulcral se instaló en la sala y el aire del ambiente se hizo tan denso que podía ser cortado con un cuchillo. Por un minuto eterno todos intercambiaron miradas que oscilaban desde el terror hasta el desconcierto.
Sana tragó con fuerza y dirigió sus ojos hacia los de Tzuyu.
—¿Quién es Lilith? —la pregunta le apretó la garganta con solo pronunciar el nombre, pero Tzuyu no vaciló al contestar.
—Lilith... Lilith es la primera mujer que Dios creó —compartió una mirada longeva y cansina con su hermano. Ambos sabían de memoria la historia y no resultaba para nada agradable—. Antes de Eva, Dios hizo una mujer para Adán pero su espíritu era tan libre y distinto al de él que me fue fácil corromperla y ofrecerle la libertad. Nunca tendría que caminar al lado de ese humano, nunca debería cumplir con las reglas absurdas de Dios... si me seguía.
—Cuando Tzuyu se aburrió de ella la desechó —agregó JC, recibiendo la atención de todos en el lugar—. Lilith estaba furiosa, intentó matar a Tzuyu y destruir todo a su paso.
—Pero fui más rápida y mucho más inteligente. Andras y Atilius, quien en ese momento ocupaba el lugar que luego le legué a Asmodeus, me ayudaron a encerrarla en una jaula en...
—... las entrañas del mismo infierno —culminó Sana, rememorando las exactas palabras del arcángel Raphael. Tzuyu asintió.
—Atilius murió por mí en aquella batalla, él era el guardián de la llave de la jaula y cuando Asmodeus tomó su lugar, también pasó a ser el nuevo guardián.
—Joder... —Andras se río con amargura mirando alrededor y luego a Tzuyu.
—¿Qué sucede? —preguntó Jeongyeon, intuyendo lo que se venía.
—¿Dónde está Asmodeus? —la demonio miró fijamente a su ama con las manos puestas en jarra sobre su cintura. Tzuyu apretó los puños sintiendo un nudo en el estómago.
—T, ¿Cuándo fue que empezaste a perder tus poderes? —JC se acercó a su hermana buscando de alguna forma armar el rompecabezas que había dejado caer pieza por pieza como fichas de un dominó. Todos en el lugar comenzaron a entender.
—Hace un poco más de un mes —contestó Andras al notar que Lucifer había perdido por completo el habla. Se sentía enferma y nauseabunda.
JC corrió hacia el gabinete donde estaba la colección de whiskeys añejos de Tzuyu y destapó uno por uno oliendo el contenido. Mina, sin esperar instrucciones, se acercó al hombre de cabello largo y tomó la misma botella para olerla, terminando por hacer una mueca de asco.
—Esto está alterado —anunció el ángel llamando la atención de Andras (Nayeon) que también necesitaba saber la verdad. Tzuyu empezó a entender por fin. Y no podía creerlo. No podía creer que había sido tan estúpida como para dejarse engañar por un caído de poca calaña a quien había convertido en demonio y le había dado el máximo poder del infierno mientras ella no estaba allí.
—No huelo nada —anunció la mujer, pero JC se le adelantó a la respuesta.
—Es porque está alterado con algo del Cielo, indetectable para ustedes. Yo también le sentí un sabor raro cuando lo bebí, pero supuse que era porque había pasado demasiados años sin beber whiskey.
La mano pequeña de Sana se coló entre caricias suaves hacia la de Tzuyu, entrelazando sus dedos con fuerza, intentando brindarle el apoyo que nadie más en el lugar le estaba dando.
—Tzuyu ¿cuánto has tomado de eso? —Jihyo se acercó a ella con una mueca de preocupación curvándole las cejas. La aludida parecía ida, anonadada, y quizás más amedrentada de lo que se iba a admitir a sí misma.
—Mucho más de la cuenta, casi a diario —la voz monótona denotaba la derrota. Lo estúpida que se sentía no era ni siquiera comparable a lo que probablemente el resto estaba viendo.
El diablo, Lucifer, la reina de los condenados, se había dejado envenenar por uno de sus súbditos de poca monta.
Jeongyeon, sin esperar instrucciones, se acercó a paso firme e hizo un corte profundo en el rostro de Tzuyu con su espada angelical.
—¡Pero qué cojones te sucede, Jeongyeon! —Sana le dio un empujón ínfimo que apenas la movió de su sitio. Tzuyu la agarró de la cintura acercándola a ella y acariciándola para calmarla. No podía entrar en shock ahora, no cuando tenía que proteger a la humana que amaba con locura.
—Tranquila, ángel —Tzuyu la volteó para que observara que estaba bien. La herida de su mejilla cerró con muchísima más lentitud de lo normal, pero pronto no tuvo ni una mísera marca en su piel de marfil—. No quiso hacerme daño, quería probar el punto.
Sana todavía parecía enfurruñada, pero aceptó aquello sin despegarse de Tzuyu. Ansiaba poder cuidarla, poder hacer que todo saliera bien y que nadie la lastimara nunca más, pero sabía que era imposible. Que ella no era nadie.
—Estamos en problemas —anunció con obviedad. Sus ojos verdes recorrieron los de todos los presentes al menos una vez—. Si Asmodeus unió fuerzas con Michael y estoy prácticamente despojada de mi fuerza, es porque lo que se viene es jodido. Muy jodido.
—Lucifer, no hay nada que indique siquiera que lograron su cometido —Nayeon se sujetó el cabello con una liga—. Si Lilith estuviera aquí haría una gran entrada, como siempre, y sabes que eso implicaría catástrofe.
—De todas formas deberíamos actuar, por las dudas, por si estamos equivocados y ella salió del infierno —Jihyo hizo un ademán desesperado. Andras asintió fervientemente, secundándola, pero JC interrumpió la charla antes de que todo se saliera de control.
—Si Lilith realmente escapó y aún no ha hecho nada, es porque está esperando que nosotros actuemos primero, y dar el primer golpe no siempre significa ganar la batalla.
—Y de todas formas tampoco sabríamos por dónde empezar, no tenemos ni un minúsculo indicio —Mina le dio la razón mirando a Tzuyu fijamente, intentando que los apoyara.
Sana, quien se había mantenido en completo silencio dándole a Tzuyu el sostén necesario para aguantar todo aquello, se separó de ella apenas un poco y habló con la voz firme, pero tan dulce como siempre.
—Entonces está decidido —miró a todos a su alrededor y, por último, a Lucifer—. Lo mejor que podemos hacer es mantener un perfil bajo, sin que Asmodeus sospeche que sabemos de la traición y mientras tanto estar atentos a cualquier indicio que indique que Lilith realmente está en la Tierra o quizás intentar rastrearla, pero sin levantar ni la más mínima sospecha.
Con el orgullo inflándole el pecho, Tzuyu no pudo evitar besar con dulzura la frente de su ángel, una sonrisa ladeada adornándole el rostro y dejando al descubierto aquel hoyuelo que volvía loca a Sana.
—Qué lista eres —susurró afectuosamente, causando un sonrojo tierno en las mejillas de la chiquilla—Es una buena idea —anunció para el resto de los presentes. Nayeon observó la manera invisible en la que a Tzuyu parecía haberle vuelto la paz. Como si sus fuerzas hubiesen sido recobradas, pero estaba consciente de que era algo más mental que físico.
—Nosotros podemos barrer la Tierra en busca de Lilith —ofreció Azrael (Jihyo) mirando a sus amigas con seguridad—. Buscaremos más ángeles que estén de nuestro lado, hablaremos con ellos y encontraremos apoyo.
—Nosotros también podemos hacer eso —aportó Andras (Nayeon) mirando a la rubia con un nuevo compañerismo. No le agradaba trabajar con los de arriba, pero por Lucifer haría lo que fuese.
—Yo me quedo —Mina miró a Tzuyu a los ojos—. Estaré con ustedes por si las aguas se ponen turbias aquí y ellos no están para protegerlas —JC negó suavemente.
—Si Asmodeus te ve aquí será sospechoso, ya lo es que Sana haya vuelto.
—Si tiene la más mínima sospecha puede acelerar las cosas y nosotros no estamos preparados para luchar contra ellos —agregó Sana. Mina asintió fervientemente.
—Hay una solución...
—No —Tzuyu se alejó de ella suavemente, indignada.
—¿Estás demente, Mina?
—¿Qué solución? —preguntó Sana, quien parecía ser la única de allí sin entender el ochenta por ciento de las cosas que hablaban.
—Un Lazo Inquebrantable con Tzuyu —murmuró Dagon (Mina) con la barbilla alta y los ojos solemnes. Jihyo se acercó por detrás y puso su mano en el hombro del ángel para conseguir su atención.
—Mina... —su voz sonaba suplicante—. ¿Te volviste loca? El Lazo Inquebrantable es permanente, tendrás la sangre de un condenado corriendo por tus venas. Si formas esa unión jamás serás perdonada en La Ciudad Dorada por tus errores —y Mina, quien sabía perfectamente a lo que la rubia se refería, suspiró con cansancio. Se volteó para poder mirarla a los ojos con la misma firmeza que había tenido desde el primer día en el que supo que era la favorita de Dios, su soldado ideal, el ángel perfecto e incorruptible que se esperaba que sea.
—Lo sé. Pero también sé que van a condenarme de todos modos, jamás permitirían la unión de un ángel y un humano.
—Eso tiene solución, Mina —intervino Jeongyeon con inseguridad, a sabiendas de que la única solución era la que ya tenían contemplada desde un principio; borrar los recuerdos de Dahyun y volver al Cielo a expiarse por sus pecados. Mina río con amargura.
—Ustedes son mis hermanas y las quiero, siempre las querré —su mirada osciló entre aquellas dos ángeles que habían estado junto a ella durante toda su existencia—. Pero entre un Cielo desinteresado y la incertidumbre del futuro, elijo a la humanidad —apretó los labios un segundo dejando que sus orbes castaños se inundaran en lágrimas que se negó a derramar—. Elijo a Dahyun.
Jihyo, imposibilitada de respuesta y con un vacío en el estómago que le hacía replantearse las cosas, abrazó a Dagon con fuerza cerrando los ojos para evitar que su tristeza se evidenciara.
—Mereces lo que elijas —susurró con el mismo cariño de siempre. Jeongyeon, desde atrás y con los ojos igual de cristalizados, asintió una vez con seguridad. Era la decisión correcta. Y era de Mina.
Andras le tendió a Tzuyu su daga del infierno y Mina sacó su espalda angelical. Se pusieron frente a frente, procediendo a cortar en sus palmas una herida en forma de x, sangrante y grotesca. Unieron sus manos, unieron su sangre, y con ello la eternidad.
Se miraron fijamente a los ojos y repitieron al unísono en latín: "sanguine fratres, vita fratribus, fratres usque in sempiternum"; hermanos de sangre, hermanos de vida, hermanos por siempre.
Los ojos de Mina refulgieron con un color celeste intenso mientras que los de Tzuyu se convirtieron en dos brasas sanguinolentas, escarlata. Entre ellas se formó una especie de burbuja energética que poco a poco se fue consumiendo hasta subir por los brazos que tenían unidos. Las marcas, increíblemente parecidas a las raíces de un viejo árbol, se treparon por sus dedos, manos y antebrazos hasta llegar al codo dejando el esbozo de un tatuaje entre ellas dos.
Todo terminó rápidamente, pero cuando se soltaron la sensación era distinta. Mina y Tzuyu sonrieron de lado a sabiendas de que nadie más que ellas dos podrían comprender lo que en ese momento estaba sucediéndoles. El nuevo vínculo que compartían era tan privado y tan profundo, que se había sentido casi familiar.
Lucifer asintió una vez hacia su nueva hermana y, acto seguido, se dirigió con gusto hasta el resto. Jihyo, Jeongyeon y Nayeon parecían contrariadas, pero no le prestó atención.
—Suerte con la búsqueda —deseó, y sin decir nada las tres desaparecieron del lugar.
—Estaré atenta si me necesitas —murmuró Mina poniendo una mano en el hombro de Tzuyu y apretando suavemente. Luego se acercó a Sana y le dio un beso en la cabeza de manera fraternal, para despedirse al último de JC con un leve asentimiento de cabeza—. Voy a preparar las cosas para sacar a Dahyun de la ciudad, conozco la historia de Lilith y si la mitad de lo que dicen es cierto no la quiero cerca de ella ni a un radio de doscientos kilómetros.
—Adiós, Mi —susurró la castaña que parecía apocada ante tanta gracia. Su amiga desapareció de la misma forma que el resto, dejándolos solos a ella, JC y Tzuyu en la sala de aquel piso.
—Bueno... —JC resopló con incomodidad—. ¿Cenamos?
Una sonrisa conjunta se esparció como pólvora en el lugar. Su plan estaba en marcha, solo quedaba esperar.
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