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14. Girls, Girls, Girls

Una semana. Había pasado una semana desde la última vez que vio a Tzuyu regenerándose una y otra vez luego de ser herida en batalla. Una semana desde que a Jihyo le rompieron el cuello y, sin demasiado inconveniente, volvió a la vida. Una semana desde que había ido a la universidad o al trabajo por última vez.

La ojiazul se sentía drenada. Ya había llorando todo lo que tenía para llorar, ya había gritado, había pasado un par de días bañándose tres veces y frotando su piel hasta que estuvo roja. Ya había ignorado llamados al teléfono de su casa, había ignorado mensajes que le mandaban al teléfono de su madre. Ya había ordenado todo lo que había que ordenar y limpiado todo lo que había que limpiar. Y finalmente… la nada misma.

Estaba agotada emocionalmente, con el corazón roto, perdida, insignificante y tenía la sensación aquella de que jamás volvería a estar segura. No había nadie que la protegiera si Dios, el Diablo, los ángeles, arcángeles o demonios, decidían que hoy iba a ser su fin o el de su familia, y aún así, no encontraba la forma de terminar de resignarse. Era como el último suspiro humano de la vida, esa fuerza con la que el cuerpo obligaba al ser humano a sobrevivir. Un manotazo al aire, desesperado, esperando un milagro. Irónico era lo menos que se podía decir de la situación.

Su madre golpeó la puerta del cuarto que permanecía abierta. Tenía terror de cerrarla y quedarse sola y aislada allí.

—¿Cielito? ¿Seguro no quieres que te acompañemos al médico? —Sana rodó por su cama hasta darle la cara a su madre. Nako se veía preciosa con el cabello recogido en una cola de caballo y los parpados pintados de azul.

—No, mamá, estoy bien —mintió con una sonrisa ladeada y el rostro relajado—. Solo estoy muy agotada, te prometo que volveré el lunes a la universidad y a Mr. Sweetness —Nako chasqueó la lengua y levantó una ceja.

—Voy a fingir que te creo porque sé que no quieres hablar al respecto —su madre le guiñó un ojo—. La cena estará en diez minutos —Sana asintió para luego observar como la mujer se alejaba. Acto seguido, cerro sus ojos y volvió a dormir.

La siguiente vez que estuvo despierta, podía oír las voces en el pasillo. Su padre sonaba bastante preocupado, pero Sana no encontraba la fuerza para ponerse de pie y asegurarle que todo estaba bien, porque no lo estaba. No sabía si alguna vez volvería a estarlo.

—Solo habla con ella ¿sí? Intenta que te cuente qué pasó porque no quiere hablar con nosotros —la voz del hombre se escuchaba como un susurro suave y cariñoso.

—Tranquilo, Daiki, haré lo que pueda —contestó su hermano de igual forma.

—Se que contigo tiene una relación especial, quizás puedas llegar a ella —culminó. Sana casi pudo sentir la sonrisa de Yuta con aquella afirmación tan cierta.

Los pasos de Daiki se perdieron por las escaleras mientras los de Yuta entraban a su cuarto. La castaña ni siquiera se tomó el trabajo de levantar la cabeza para mirar a su hermano. Se quedó de espaldas completamente quieto esperando el peso del rubio en su cama. Yuta se acostó a su lado abrazándola por la espalda fuertemente, provocando que Sana soltara apenas un par de lágrimas.

—¿Cómo te encuentras, microbio? —preguntó. Los hermanos siguieron acurrucados. Sana se alzó de hombros intentando restarle importancia pero sus ojos azules se llenaron de lágrimas, sin embargo no se permitió llorar. Dejó que lo invadiera de nuevo aquel terror a estar desprotegida y solo en un mundo más vasto del que conocía, pero muy dentro sabía que era algo más. Algo que no debería preocuparle tanto ya que se había enterado de que era un insecto microscópico en el universo; echaba de menos a Tzuyu. Aún con el miedo, con el terror, la extrañaba.
               
—Estás temblando, Sana —susurró Yuta mientras acariciaba el cabello de su hermanita menor. Acto seguido se levantó y buscó una de las frazadas de plumas para cubrirla, pero cuando volvió, la muchacha estaba sentada mirándolo fijo con sus ojos hinchados, un poco de llanto y un poco de insomnio. El rubio se sentó frente a Sana con la preocupación plasmada en las cejas fruncidas—. Microbio… ¿Qué pasó con Tzuyu?

—Es complicado —susurró ella, con una vocecilla tan suave y quebradiza que hizo que el corazón de Yuta se estrujara.

—Okay… ¿siguen juntas? —intentó presionar lo menos posible, pero se le dificultaba con la preocupación que cargaba encima. Sana negó con la cabeza mientras mordía su labio inferior aguantándose las lágrimas.

—Sient- siento que no tengo aire, Yuta. Cada vez que pienso de nuevo en Tzuyu y en todo lo que ha sucedido, siento como si mi corazón tuviese miles de espinas —intentó explicar, pero no sabía cómo. Ni siquiera se había detenido el tiempo suficiente como para pensarlo—. ¿Recuerdas cuando éramos niños y subimos a la vitrina de vidrio de la tía Perl?

—Recuerdo que mamá casi me mata porque te dejé caer —el rubio sonrió de lado sin gracia recordando que su hermanita había necesitado siete puntos en el brazo por la profundidad de la laceración.

—Así se siente aquí —tocó su pecho—. Puedo sentir como si las esquirlas de vidrio estuvieran incrustadas en mi corazón y que cada vez que intento respirar algo se mueve y me lastima más y más —una lágrima solitaria cayó por su mejilla sonrosada—. Cada vez que respiro siento que me muero, Yuta.

—Microbio… —el rubio la abrazó con fuerza y dejó un beso en su cabello—. ¿No hay manera de arreglarlo? —Sana se separó despacio. Si con alguien podía hablar del tema era con su hermano Yuta, nadie la entendería como él. Solo tenía que ser clara, concisa y verse lo suficientemente cuerda como para que no la encerraran en un psiquiátrico.

—Yuta —lo miró fijamente a los ojos—. Tzuyu es el Diablo —admitió atragantándose con sus palabras, esperando el revuelo de su hermano.

—¿Te hizo daño? —sus facciones se endurecieron, pero Sana no llegaba a captar su reacción. Quizás estaba en shock, como ella. Entonces decidió pensar su respuesta.

No, claro que no, Tzuyu jamás la había herido. Todo lo que había sido era amable, atenta, dulce, cariñosa, divertida. Siempre la hacía sentir querida y protegida, la escuchaba con cada pequeño detalle insignificante de su aburrida vida humana.

—No —contestó con firmeza—. Pero no es el punto, Yuta, ella es el Diablo —puso sus manos en los hombros de su hermano y lo apretó para llamar su atención—. ¡Me acosté con el Diablo! —Yuta evitó reírse.

—Créeme, te entiendo, me han tocado un par de esos y esas en mi vida —Sana aplastó su mano en la cara y suspiró frustrada.

—No, Yuta, no estás entendiendo —se presionó el puente de la nariz con impaciencia—. Tzuyu es el Diablo, Satanás, el rey del infierno y las tinieblas, literalmente.

—Te prometo que va a pasar, microbio —Yuta la abrazo reconfortantemente y Sana se resignó—. Vas a estar bien, que se joda Tzuyu —Sana lo abrazó de vuelta.

No iba a insistir, no importaba de todos modos. Era mejor si Yuta no lo comprendía.

Era mejor si se olvidaba de Tzuyu y seguía con su vida.

Le había prometido a su madre volver al trabajo y a la universidad el lunes, así que pensaba aprovechar su ultimo fin de semana de lamentarse por sí misma y la existencia. Su último fin de semana para echar de menos a Tzuyu.

Eran apenas las ocho de la mañana del sábado, su mamá ya se había ido al trabajo, su papá estaba en el jardín plantando margaritas y zanahorias, y Yuta seguía durmiendo. El sol era suave y la brisa otoñal fresca entraba por la ventana abierta de la cocina. Sana observó el florero donde se marchitaban las flores que Tzuyu le había regalado a su mamá el día de su cumpleaños. Suspiró con suavidad y se acercó para tirarlas a la basura, pero se arrepintió a ultimo momento al notar la pequeña mariquita apoyada sobre uno de los pétalos marchitos.
               
Decidió olvidarlo por el momento, las tiraría más tarde cuando su mamá volviera.

Se sentó en el sofá luego de servirse un cuenco de cereales con leche y puso los dibujitos en el televisor, pero luego de masticar apenas la primera cucharada, tocaron la puerta.

Sana frunció el ceño y se levantó para atender sin siquiera fijarse por la mirilla, así que su sorpresa fue grande cuando vio que detrás, estaba Jihyo. No pudo evitar recordar el sonido de su cuello quebrándose, tampoco sus enormes alas blancas e inmaculadas.

Su rostro angelical y de grandes ojos celestes reflejaban un arrepentimiento profundo, la incertidumbre hecha espejo.

—¿Puedo pasar? —preguntó con la voz suave de siempre, pero también con una nueva inseguridad. Sana mantenía su rostro estoico y una postura imperturbable. Subió los hombros restándole importancia, pero dejó el espacio abierto para que la muchacha entrara.

—No es como si pudiera detenerte de todos modos ¿no? Seguro traspasas paredes —la castaña se negó a mirarla, volviendo a sentarse en el sofá y concentrándose en masticar con violencia el cereal con leche. Jihyo rodó los ojos, exasperada, acercándose a ella y sentándose en uno de los sillones individuales.

—Nunca invadiría tu privacidad de esa manera, Sana —la aludida se rio amargamente sin dejar de masticar con fuerza.

—Oh, claro, fingir ser mi amiga y escuchar años y años de secretos no es invadir mi privacidad para nada, Jihyo ¿siquiera te llamas así? ¿alguna de ustedes fue minúsculamente sincera conmigo en algún momento? —Jihyo apretó los labios observando a Sana hablar con la boca llena. Era desagradable, Sana jamás en la vida se había alterado tanto como para olvidar sus modales.

—Ninguna fingió ser tu amiga, Sha. Somos tus amigas.

—¡Jodete, Jihyo! —Sana tiró el cuenco sin cuidado en la mesita de café y se puso de pie para enfrentar a aquella tipa que había conocido casi toda su vida, pero no conocía en absoluto—. ¡Jodete tú, que se jodan tus alas, Jeongyeon, Mina y los once años de amistad falsa que hemos tenido!

—¿Te puedes calmar y sentar dos minutos? Sé que estás molesta pero solo quisimos evitar que sucediera todo lo que sucedió. La culpa de todo en realidad la tiene Tzuyu —sentenció, pero Sana no daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Cómo puedes ser tan cínica? ¡Haz puta introspección y asume tus culpas! ¡Al menos Tzuyu no me mintió, fue sincera, solo que pensé que estaba siendo sarcástica! —los ojos de Sana se llenaron de lágrimas, pero se restregó el rostro con fuerza para disiparlas.

—¡Sana ¿está todo bien?! —su padre gritó desde el jardín al oír la riña.

—Estoy tan enojada contigo —susurró con voz gutural—. ¡Sí, papá, solo es Jihyo! —mintió gritando para que Daiki oyera.

—Déjame que te explique, Sana —contestó en un susurro suplicante. La ojiazul lo pensó un momento. ¿Qué podía malir sal? No había nada que fuera peor que lo que ya sabía, lo mínimo que podía hacer era oír el resto de la historia.

—Bien. Explica —concedió. Acto seguido se sentó de nuevo en el sofá a escuchar.

Jihyo soltó un suspiro pesado y largo, a sabiendas de que aquella podía llegar a ser una de sus últimas charlas con su mejor amiga de toda la existencia, sin embargo, tenía que ser valiente y hacer lo correcto. Sana merecía saber la verdad. Su verdad.

—Antes de venir a la Tierra, eras un ángel —sentenció, observando los grandes fanales cerúleos de la chica abrirse descomunalmente—. Tu nombre era Galadriel y siempre fuimos amigas. Por cierto, si es que vale de algo, Mina, Jeongyeon y yo tenemos otros nombres, pero elegimos llamarnos como nos conoces tú. Soy más Jihyo que Azrael.
               
—¿Y Mina y Jeongyeon? —la voz de Sana se escuchaba estrangulada y sin fuerza.

—El verdadero nombre de Mina es Dagon y el de Jeongyeon es Ramiel —Jihyo bajó la mirada—. Vivíamos todos en La Ciudad Dorada, pero por culpa de Lucifer te convirtieron en una humana y te mandaron aquí.

—¿Por qué por culpa de Tzuyu? —Sana se negaba a llamarla de aquella manera porque no es eso lo que ella conocía. Solo conocía a Tzuyu.

—Porque te quería con ella y presionó y presionó a su padre para que te entregara —Jihyo resopló, enojada—. Tú y Lucifer no tienen que estar juntos ¿comprendes? —Sana se puso de pie lentamente y se abrazó así misma buscando algún tipo de contención.

—No recuerdo nada de lo que estás hablando, Jihyo, nosotros nos conocimos a los nueve años.

—No recuerdas nada porque Dios lo decidió así, Sana —la muchacha de ojos azules soltó un par de lágrimas, pensando en las mil preguntas que tenía para hacerle a aquel ser que tenía en frente, pero no pudo formular ni una. Necesitaba oír el resto, necesitaba oírlo todo.

—Cuéntamelo todo, de corrido, claramente para que mi cerebro humano lo entienda —escupió con tono pasivo-agresivo—. Luego haré preguntas —sentenció dándole la espalda momentáneamente a la rubia. Necesitaba buscar un centro que la mantuviese entera, pero sentía que se estaba por desmigajar como una galletita. Jihyo lo sopesó por un minuto, pero no tenía otra opción más que acceder.

—Todo comenzó en el principio de los tiempos cuando Dios creó el-

—¡Ay, por favor, Jihyo! —la castaña se volteó exasperada—. ¡Al punto de lo que me importa! Ya sé que Dios creó el mundo en siete días, Lucifer malo, ustedes buenos, Jesús murió por nosotros, ¡eso ya lo sé!

—Bien, bien, joder. Mira, los hijos de Dios, los verdaderos, son Michael, Lucifer, Gabriel y Raphael, el resto de nosotros somos ángeles creados de la misma manera que crearon a los humanos, nacimos de la nada misma, somos como robots con alas y mucha fuerza, ni siquiera tuvimos libre albedrío como ustedes. En fin, cuando te crearon a ti, se venía hablando en La Ciudad Dorada sobre una profecía que los incluía a ti y a Lucifer, y al parecer Dios estaba ligeramente asustado con que se cumpliera. Viviste poco tiempo en el cielo, no más que un par de siglos, pero Tzuyu empezó a ser un mierdas como siempre e hizo lo que siempre hace para llamar la atención de su padre; romper sus cosas. Entonces Dios decidió que sí ibas a ser entregada a Tzuyu, pero lo más sensato era convertirte en una humana para que la profecía no se cumpliera en absoluto. Así fue que te quitó las alas, te quitó los recuerdos y cualquier cosa que te arraigara a tu vida antes de nacer —Jihyo hablaba a las corridas, como Sana se lo había pedido, casi sin tomar aire—. El problema es que Tzuyu empezó a asecharte cuando eras una bebé, entonces Dios nos mandó a Mina, Jeongyeon y a mí para que te cuidásemos. Michael estaba preocupado de todas formas porque aunque no puedas embarazarte en este mundo, Tzuyu siempre encuentra la forma de hacer que las cosas se vayan al carajo, pero cuando los arcángeles le pidieron ayuda a Dios, los ignoró, lo cual hace muy seguido en realidad. Entonces Raphael se complotó con sus hermanos y buscaron un plan para alejarte de Tzuyu sin mucho trauma, pero las cosas no salieron como lo planeado así que recurrieron al plan dos; enviar a Michael a encargarse de ti. Nosotras hicimos lo posible para que eso no sucediera, protegimos con símbolos angelicales a tu casa, tu universidad, tu familia entera, pero la presencia de Tzuyu es demasiado fuerte. Cuando tú y ella hicieron… ya sabes qué, la otra noche, los símbolos angelicales que habíamos puesto en ti se rompieron. Por eso Michael te encontró tan rápido. La buena noticia es que está muy malherido por la pelea del otro día, así que no vendrá por ti durante un tiempo, lo cual nos da el tiempo suficiente como para preparar un contraataque.

Sana observó a su amiga con los ojos abiertos como plato y la mandíbula floja, colgante. No había entendido ni la mitad de las cosas que Jihyo había dicho, y la mitad que sí entendía le aterraba. Estaba confundida y asustada.

—Y eso es básicamente todo… más o menos.

—Pero- es que-¿cómo-¿ —las palabras se trabaron en su garganta hasta que por fin logró alisar los hilos enredados de su cerebro—. ¡¿Cómo que era un ángel?! ¡¿Qué cojones es La Ciudad Dorada, cual profecía de qué?! ¡¿Por qué Tzuyu me quería tan desesperadamente como para torturar a un planeta entero?! ¡¿Cómo es eso de que hay otros universos?! ¡¿Dios me torturó y nadie dijo nada?!

—Sana…

—¡No! ¡Renuncio! Esto es una maldita locura insana de mierda —lagrimas cayeron por sus mejillas rojas de calor e ira, rompiendo el corazón de Jihyo en el proceso. Jamás hubiese querido que todo aquello pasara, no quería romper el corazón de su mejor amiga de esa forma.

—Sana, sé que es muchísima información, pero necesitas saberlo para estar segura.

—¿Y no te parecía que necesitaba saberlo desde el principio? —la de ojos azules se tiró de sopetón en el sofá como si fuera peso muerto—. Toda mi vida ha sido una mentira, Jihyo.

—Escucha —la rubia se levantó de su lugar dirigiéndose hacia donde la chiquilla estaba. Decidió arrodillarse en frente de ella y tomar sus manos, intentando en vano brindarle algún tipo de contención—. Somos amigas. Mina, Jeongyeon y yo te amamos. Y, aunque me joda decirlo porque sé que es un error, Tzuyu también te ama. Ha hecho cosas por ti que jamás había hecho en toda la historia del universo ¿entiendes? Sé que tienes muchas más dudas, pero es demasiado para digerir y no quiero explotarte la cabeza en una sola mañana, pero te prometo que voy a responder todo a su debido tiempo, intentaré ser lo más sincera posible a partir de ahora, y créeme que Mina y Jeongyeon opinan lo mismo —la voz de Jihyo era suave y agradable, por un minuto Sana logró engañarse a sí misma con que las cosas podían volver a ser iguales. Que aquella era su amiga, su mejor amiga. Pero sabía demasiado.

—La ignorancia realmente es una bendición ¿eh? —preguntó retóricamente, recibiendo de respuesta los labios apretados de la rubia, imposibilitada de responder aquello. Fue entonces que a Sana se le cruzó por la cabeza la morena que estaba saliendo con Mina—. ¿Dahyun sabe todo eso? ¿Ella es como ustedes?

—No, ella no es como nosotros y tampoco como tú, siempre ha sido humana —admitió con recelo—. Dahyun no sabe nada de esto, solo es un error que debe ser corregido —agregó con liviandad, pero Sana frunció el ceño, preocupada.

—¿A qué te refieres con eso? —Jihyo se encogió de hombros una vez.

—Hay que borrarle un par de recuerdos y evitar que cualquier cosa la involucre con nosotras, Mina no puede salir con una humana, ni siquiera entiendo cómo es que siente algo por una —Sana no daba crédito a lo que estaba oyendo. Se sentía decepcionada, pero no sorprendida, y aquello era lo que más le dolía.

—Eres un monstruo —susurró con la voz estrangulada—. Todos ustedes son unos monstruos. Sabían lo que el papá de Dahyun le hacía y jamás intervinieron… ¿y ahora quieres quitarle los recuerdos de lo único bueno que le ha ocurrido en quien sabe cuánto tiempo? —la castaña negó con la cabeza un par de veces—. ¿Eso es lo que es el cielo? ¿Un lugar horrible lleno de hijos de puta que hacen la vista gorda? —los ojos de Sana se llenaron de lágrimas otra vez—. ¿Dónde estabas cuando Lin puso sus manos sobre mí, Jihyo? ¿Dónde estaban tú, Jeongyeon y Mina cuando me golpeó en el rostro e intentó abusar de mí? —la rubia se quedó en silencio observando a Sana. Sus ojos, rojos e hinchados, por fin derramaron aquellas lagrimas que nada de la charla le había provocado. Era cierto lo que Sana le planteaba. Ellas sabían que Lin tenía intenciones horribles y sabían lo que sucedía, pero no pudieron hacer nada.

—No podemos intervenir en la vida de los humanos, Sana —la muchacho secó sus ojos con las mangas de la camiseta y respiró profundamente—. Perdóname, lo siento tanto.
               
—Quiero que te vayas, Jihyo —susurró, acto seguido la miró fijo a los ojos con una intensidad que jamás había previsto—. Tu y yo no somos amigas, no te conozco, y si alguna vez lo fuimos en ese cielo del que tu hablas, no me interesa. No lo recuerdo y esa no es mi vida, y agradezco profundamente no ser un imbécil ángel como ustedes, agradezco tener mi humanidad y la empatía necesaria para preocuparme verdaderamente por el resto de los de mi clase.

—Sana… —Jihyo parecía destrozaday temblorosa, tan alejada de lo que se imaginaba como un ser superior, que casi sintió lastima.

—Vete —insistió—. Ahora.

La rubia asintió suavemente asumiéndose derrotada. Todo el trabajo de años y años se había ido a la mierda, la amistad con aquella chica, la vida en la Tierra, las nimiedades de la humanidad que los hacía esos seres perfectos e inocentes que Dios amaba… se había esfumado para siempre.

Jihyo salió de la casa, dejando a una Sana rota pero consciente de todo, clavada en la sala, mirando la puerta. No fue sino hasta que escuchó el click del cierre, que se dio la vuelta para correr a su habitación, pero tuvo la suerte de encontrarse con Yuta a los pies de la escalera.

—¿Microbio? —preguntó poco locuaz, pero Sana no pudo evitar echarse en los brazos de su hermano y llorar desconsoladamente sobre su pijama viejo—. Oh, microbio… —Yuta la encerró entre sus brazos y besó su cabello con amor. Daiki entró en ese momento y preguntó a su hijo más grande que sucedía, en un intercambio de miradas y labios apenas gesticulando, pero Yuta no sabía. Honestamente no tenía idea.

Daiki acarició la espalda de Sana intentando contenerla, pero nada parecía mejorar.

Sana mismo sentía que nada jamás volvería a estar mejor.

Por fin era lunes, y Sana nunca había sentido tantas ganas de ir al trabajo, a la universidad y llenarse de diez millones de cosas para hacer. Se había pasado todo el fin de semana destinada a extrañar a Tzuyu, llorando porque la vida en general era una mentira horrible y mal hecha por Dios; a quien literalmente le importaba un comino su creación.

En sus auriculares sonaba Big Girls Don’t Cry de Fergie, camino al trabajo. El transporte publico olía a desodorante de pino y axila, pero por suerte no había tanta gente amontonada así que podía mirar por la ventanilla tranquila fingiendo que estaba en un video musical.

Al llegar al trabajo se topó con Ella de mal humor con Lena, Dimitri había discutido con el señor Sweet, lo cual había culminado en su renuncia, y Ronnie estaba insoportable.

El lugar era un hervidero de gente. Sana corría de aquí para allá con la bandeja y un montón de pedidos, despreocupada de fingir una sonrisa porque sinceramente no tenía ni las ganas ni la fuerza. A la mierda la propina, tenía más días para volver a ser ella misma.

Luego de un par de horas se sentía sucia, pegajosa y estresada. Su boca era una línea recta sin expresión y sus ojos parecían vacíos. Fue entonces que Lena le preguntó qué le sucedía y si estaba bien, a lo que Sana respondió con sinceridad que había roto con Tzuyu. Luego de aquello continuó su trabajo, ocupándose de limpiar los pisos y vidrios cuando se quedaron sin clientes que atender, y notando como Ella y Lena la ayudaban más de lo necesario. Hasta Ronnie había dado un paso al costado, decidiéndose a molestar a las otras chicas.

Cuando casi era hora de cerrar, y el lugar se llenó de nuevo, Amelia cruzó por la puerta portando una hermosa sonrisa prístina y emocionada. Sana intentó corresponderle lo mejor que pudo dándole medio abrazo de saludo.

—¿Tienes tiempo? —preguntó la muchacha con su cabello rizado y corto sujeto en un moño bajo. Sana miró a su alrededor sintiéndose afortunada de tener trabajo. Hoy no tenía ganas de lidiar con los problemas de nadie más que los suyos.
               
—Hoy no, cielo, está lleno —señaló a su alrededor con la boca torcida. No le gustaba decirle que no a Amelia.

—No hay problema, podemos hablar después —aseguró—. ¿Puedo pedir un té de hierbas y un muffin de frambuesa?

—Claro, ahora te lo traigo —le acarició el cabello fraternalmente y se dispuso a preparar su pedido.

Amelia se entretuvo leyendo un libro que parecía viejo y roto en varios lados, comiendo su muffin y bebiendo el té mientras Sana saltaba de un lado a otro atendiendo a los clientes nuevos que llegaban. No fue hasta quince minutos antes de salir del trabajo que notó que su amiga ya no estaba en la mesa. Sintió lastima por no tener fuerzas de hablar con ella, sabía que Amelia no tenía a nadie más. Aquello había sido egoísta, pero al fin y al cabo era humana… cometía errores y había veces en las que se preocupaba mucho más por sí misma que por el resto.

Se lo iba a compensar, por supuesto.

Cuando se acercó a limpiar la mesa, se topó con el pago de la consumición y un sobre blanco con el nombre de la muchacha: Amelia Kline. Nunca había visto el apellido de la chica, ella nunca lo mencionaba. No estaba segura siquiera de conocer a alguien con ese apellido.

Tomó el sobre entre sus manos y lo abrió, encontrándose con otro papel pequeño escrito con una letra muy estilizada, y una ecografía. Los ojos de Sana se llenaron de lágrimas al ver aquel pequeño destello de vida dentro de su amiga. Agarró el papel y lo leyó:

Sana, se que estás ocupada, pero necesito que sepas esto ahora o la emoción me va a matar. Es un niño. Ya decidí cuál será su nombre. Jack.
Mi pequeño Jack.


Con amor Amelia.


Una seguidilla de lagrimas pícaras se resbalaron por su rostro suave leyendo una y otra vez aquellas palabras. Amelia iba a tener un niño. Un bebé chiquitito y dulce, con el nombre más lindo que pudo haber imaginado.

Se arrepentía tanto de no haberse sentado cinco minutos con su amiga para charlarlo. Para mostrarle lo emocionada que estaba.

Tenía que ahorrar dinero para comprarle a Jack ropita y juguetes, y tenía que hablar con sus padres para que lo cuidaran cuando ella y Amelia estuviesen trabajando. También iba a tener que prestarle dinero para que rente un cuarto hasta que se estabilizara económicamente. ¡Y tenían que buscar el kínder al que Jack asistiría!

—¿Sha, todo bien? —esta vez fue Ella quien se acercó por detrás intentando no violar su intimidad, pero su amiga sonreía ampliamente mostrándole la ecografía.

—Amelia va a tener un niño —Ella sonrió ampliamente observando la imagen.

—¡Genial! Creo que deberíamos empezar a hablarle de Iron Man desde ahora para que cuando crezca no termine siendo fan del Capitán América o de Batman. Oh por Dios ¿imaginas que le guste más DC que Marvel? ¡No podemos permitir eso, Sana! Hay que armar un plan, iré a trazarlo con Lena y te lo comentaremos mañana ¿bien? —Ella abrazó a Sana con fuerza—. Nos vemos, ahora ve y descansa. También deberíamos hablar de por qué pareces un trapo usado ¿okay? —Sana rodó los ojos y asintió varias veces sin poder quitar la sonrisa tonta del rostro.

—Cuando lo procese, lo hablamos —prometió.

Se ocupó de guardar todas las cosas y dejar las llaves en manos de Ronnie para que cerrara, dispuesta a irse.

Apenas llegó a su casa, le mostró a su madre y a su padre la ecografía de Jack, deseando todavía tener un celular con cámara decente para poder tomarle una foto y mandársela a sus hermanos, pero era imposible con el cacharro del 2009 que poseía ahora. Yuta se lo había dejado antes de irse, le había costado como cincuenta dólares y la ultima barra de chocolate de la heladera, pero al menos servía para comunicarse.

Enganchó la ecografía de Jack en su espejo y se desvistió para darse una ducha rápida, agradecida de que esta vez fuera porque necesitaba limpiar la suciedad de su piel y no la de su alma. El problema era que no dejaba de pensar en todo. Todo lo que Jihyo le había dicho, los ojos verdes de Tzuyu, los ojos negros de Tzuyu, los ángeles no querían a los humanos, a Dios le importaba una mierda todo y Amelia iba a tener un varón. Sentía una necesidad imperiosa de hablarlo con alguien, alguien como ella, humana y sencilla, que se espantara tanto como ella y estuviera en shock y la acompañara en aquel viaje horrible y desesperanzador que era conocer la verdad.

Al salir de la ducha y vestirse, buscó entre los contactos de su celular alguien con quien hablar, quizás beber una cerveza, aunque todavía no tenía veintiún años, salir de su casa y su rutina. Dejar de sentirse mal.

El problema era que su lista de amigos era bastante reducida. No podía llamar a sus hermanos porque no lo entenderían, como Yuta, no podía hablar con sus padres porque se negaba a echarles encima semejante enigma, Jihyo, Jeongyeon y Mina ya no contaban más porque no solo eran mentirosas sino que también eran crueles y desalmadas. Y Tzuyu… Tzuyu jamás volvería a ser suya. Tzuyu también era un mentirosa.

Fue entonces que dio con el contacto de Stacy Ferguson. Decidió llamarla y probar suerte. La verdad Stacy tenía muy mala reputación y estaba bien fundada, pero con ella era buena y con eso le bastaba. Sabía que no era moral tenerle cierto cariño porque no era una buena persona per sé, pero no podía evitarlo. Ella y su novio habían estado con Sana en un montón de momentos clave y la habían apoyado siempre con un montón de cosas.

La rubia contestó al quinto timbrazo con un bullicio insoportable de fondo, risas de un montón de chicas, música alta y palabrotas dichas a media voz.

—¿Quién habla? —su voz había sonado helada y desdeñosa, con una maldad desconocida.

—Uhm… ¿Stace? Soy Sana Minatozaki —susurró ella mientras observaba de nuevo la ecografía pegada en su espejo.

—Hola, dulzura, no sabía que eras tú ¿por qué tienes otro número? —su tono distante había cambiado a aquella calidez que ocultaba de todos.

—Larga historia —admitió—. Stace, ¿estás ocupada?

—No ¿quieres venir? —ofreció sin dudarlo ni un minuto.

—Sí, porfa, dame una hora porque tengo que tomar dos buses para ir a tu casa.

—No, prepara tus cosas y te quedas a dormir, Chad pasará por ti en veinte —sentenció con la misma seriedad de siempre.

—Oh, Stacy, no lo molestes, en ser-

—No, no —le cortó la frase—. A él no le molesta.

—Bueno, nos vemos en un rato entonces —murmuró mordiéndose el labio.

—Bye —contestó ella y le cortó sin esperar respuesta. No parecía estar de muy buen humor, pero con Stacy nunca se sabía a ciencia cierta.

Sin perder mucho tiempo, Sana guardó en un bolso viejo su pijama, cepillo de dientes y media botella de tequila barato que le había sobrado de la última vez que Jeongyeon le había ofrecido embriagarse con ella. Ahora entendía por qué la tipa se había bajado un cuarto de botella sin sentir nada y ella había vomitado al cuarto vasito.

Le dejó una nota a sus padres de que se iba a lo de Stacy y volvía mañana y corrió a esperar a Chad afuera de su casa.

El chico llegó en un Jaguar gris descapotable y vestido con una camiseta deportiva. Su cabello rubio estaba más corto, mucho más corto que la ultima vez que lo había visto. Lo cual Sana no pudo evitar comentar apenas se subió a aquellos impecables asientos de cuero importado.

—¡Tu cabello! —se emocionó. Chad sonrió tontamente, como siempre, porque esa era exactamente la cara que tenía: de estúpido.

—Hola, chiquitína—saludó, para luego revolverle a Sana la mata de cabello chocolate—. Stacy dijo que debía cortármelo si quería que siguiéramos estando públicamente juntos porque parecía miembro de una Boy Band de los noventa.

—Sí, te pareces un poquitito a Nick Carter de joven —se rio esperando no haberlo ofendido, pero por supuesto no era el caso. Chad también era muy amable con ella. En realidad era amable casi con todo el mundo, pero gracias a Stacy tenía también la reputación del atleta descerebrado y matón. Es decir… no era el lápiz más afilado del lapicero, pero tampoco era un tonto rematado.

Cuando al fin llegaron a la mansión de Stacy, Chadwick se despidió con una sonrisa amable. Sana había preguntado por qué no se quedaba, a lo que él había respondido simplemente que Stacy le advirtió que esta noche no lo necesitaba para nada.

Sana sintió un poco de lástima, pero a Chad parecía no importarle en absoluto. Estaba tan enamorado de ella… pobre.

La mansión de Stacy tenía un jardín más grande que cinco casas de Sana. Había árboles, flores, tres fuentes de agua de un tamaño considerable y cuatro autos deportivos estacionados en un garaje al descubierto que había en la entrada.

El frente de la mansión estaba decorado con paredes blancas demasiado altas, al igual que las puertas con diseños rebuscados y las enormes columnas inmaculadas. Un hombre de esmoquin negro y bigote de película de los cincuenta esperaba en la entrada mientras una mujer vestida con traje de ama de llaves correteaba detrás de dos grandes perros doberman, gritando que se detuvieran. Sana llegó hasta la entrada, recibiendo una mirada desinteresada del mayordomo.

—Buenas noches, señorita Minatozaki.

—Hola, Beezus. Stacy me espera —el muchacho sonrió sutilmente, recibiendo un asentimiento de respuesta.

—Por supuesto, señor Minatozaki, permítame ayudarle con sus pertenen-

—¡Juliette, Pepper! —la voz entre gruesa y chillona de su rubia amiga retumbó en sus oídos desde la puerta de entrada. Stacy estaba vestida con un pijama corto de seda, tacones con plumas rosa y un desabillé translucido. Sana la observó durante un momento con todo el poder que parecía emanar.

Los dos perros doberman se acercaron corriendo hacia su dueña y se sentaron. La ama de llaves se acercó jadeante y sudada, con una expresión de resignación y cansancio en su cara.

—¿No puedes hacer tu trabajo bien? —se quejó Stacy acercándose con los tacones rayando el piso y quitándole de las manos las correas de los perros a la mujer.

—Lo siento, señorita Ferguson, las perras son muy hiperactivas —su voz sonaba distante. Stacy rodó los ojos con exasperación mientras le ponía las correas a sus doberman; Juliette y Pepper.

—Sana, preciosa, sígueme —ordenó, todavía con aquel tono lejano y frívolo con el que le hablaba a todo el mundo.

Al llegar a la sala se encontró con botellas de champagne en sus fraperas y copas medio llenas, almohadones tirados por el suelo y la risa histérica y escandalosa de cinco chicas más. Las conocía de vista porque siempre andaban cerca de Stacy y Chad, pero jamás había entablado conversación con ninguna de ellas, razón por la cual se sintió incómoda hasta la médula. Estuvo a punto de decirle a Stace que su mamá la había llamado o inventarse alguna emergencia para poder escapar de aquella situación incómoda, pero no fue necesario.
               
Las chicas hicieron silencio cuando Stacy se paró en frente de ellas.

—Fuera. Vino Sana —anunció autoritariamente, pero las chicas parecían anonadadas con aquella decisión abrupta. También parecían algo ebrias.

—Pero Stace, es noche de chicas —se quejó la pelirroja. Su amiga le lanzó una mirada asesina.

—Cambio de planes. Bye —Stacy se dio la vuelta tomando a Sana de la mano para comenzar a subir las escaleras hasta su cuarto—. Beezus las llevará a sus casas.

Lo bueno de Stacy es que con Sana se permitía ser ella misma. Bebía tequila barato directo de la botella y fumaba mota mientras Sana lloraba sobre sus pantaloncillos cortos acerca de tener el corazón roto. Ella escuchaba, siempre escuchaba, y le ofrecía viajes a Europa, autos de colección y ropa de Dior, porque eso es lo que ella conocía como cariño. No entendía muy bien los abrazos, las caricias o las palabras de apoyo, pero intentaba demostrarle de alguna forma que sí le importaba. Sana había considerado inconveniente aquello al principio porque tenía arraigado en su cabeza que para demostrar cariño había que saber hablar el idioma del amor de la otra persona, pero en realidad a veces bastaba con entenderlo para leer entre líneas. Sana, por ejemplo, sabía que cuando Stacy le ofrecía ir a las Maldivas, en realidad estaba diciéndole “no quiero que estés triste, me importas y te quiero”.

Clueless sonaba de fondo en la pantalla plana mientras Sana desparramaba sus sentimientos en Stacy. Se había asegurado muy bien de no revelar nada extraño como que Tzuyu era Lucifer o que sus amigas eran ángeles del señor o que ella antes solía vivir en el cielo, así que estuvo limitado para descargarse por completo. Pero le dijo a Stacy lo importante; que ella y Tzuyu habían terminado porque Tzuyu era una mentirosa de mierda y ahora su corazón estaba roto así que odiaba el amor y odiaba a todos. Una exageración, por supuesto, pero Sana tendía a ser exagerada cuando todo se derrumbaba.

La muchacha le dio un sorbo prologando al tequila y luego suspiró profundamente. Sus enormes ojos con pestañas postizas la observaron, escrutándola.

—A veces el amor es una mierda, Sha —decretó—. Y las mentiras son una mierda, pero otras veces son la única salida. Tienes que hacer las pases con el mundo en general porque de nada sirve odiar constantemente.

—A ti parece servirte —el chiquillo se sorbió la nariz y le dio una pitada al porro. Ella sonrió ampliamente y con tristeza, desviando por un momento sus ojos de su amiga.

—No, cielo —se sentó con las piernas cruzadas—. Solo mírame. Trato mal a todo el mundo, aun cuando los quiero de verdad. No dejo que nadie se acerque a mi porque es mejor romper tu propio corazón a que te lo rompan los demás…

—Oh, Stace… —los ojos azules de la contraria se llenaron de lágrimas de empatía.

—Pero tú no eres así —le cortó ella, lo suficientemente rápido como para no oír su lastima—. Tu eres fuerte, Sana, y estás llena de una energía y estás llena de amor. Te admiro por ser capaz de ver más allá de ti misma y espero que nunca dejes de emanar la luz que tienes —Sana secó sus lagrimas con una sonrisa enorme en la cara para luego acercarse a su amiga y abrazarla con toda sus fuerzas. Cuando se separaron, los ojos de Stacy también estaban húmedos.

—No puedo esperar para decirle a todo el mundo que en realidad eres un terrón de azúcar —la molestó. Stacy subió una ceja, desafiante.

—No te atrevas.

La noche continuó entre risotadas estúpidas, otra botella pero esta vez de whiskey y una maratón de Legalmente Rubia. Se durmieron pasadas las cuatro de la madrugada y todo se sentía correcto y arreglado.

El problema surgió, por supuesto, con la resaca rimbombante del otro día. Sana sentía que su cabeza iba a estallar y Stacy se había pasado veinte minutos encerrada en el baño vomitando.
               
Ni siquiera habían sido capaces de disfrutar correctamente el gigantesco desayuno que la chef había preparado.

Al volver a su casa, su madre la recibió con un abrazo enorme y su padre le besó la cabeza como siempre hacía. Por alguna razón se sentía más liviana, más protegida y menos sola. Se lavó los dientes otra vez mirándose fijo en el espejo. Tenía ojeras de tanto dormir o no dormir en absoluto y tenía bolsas hinchadas por el llanto de la ultima semana y media, pero se sentía entera.

Sí, quizás ya no tenía a Jihyo, ni a Mina, ni a Jeongyeon. Quizás ya no tenía a Tzuyu, ni tampoco paz mental. Pero tenía a sus padres que la amaban, sus hermanos que siempre estaban con ella sin importar nada. Tenía a Ella y Lena, siempre dispuestas a hacerle chistes para levantarle el ánimo y ayudarla con las tareas de Mr. Sweetness cuando no se sentía al cien por ciento. Tenía a Amelia con su inocencia y su sonrisa pura, compartiendo su vida con ella, sabiendo que por delante tenían proyectos en los que iban a trabajar para el bebé Jack. Tenía a Stacy con quien siempre podía contar, aunque no supiera manejar el cariño.

Tenía personas que la amaban y que ella amaba. Jamás iba a estar sola, sin importar que los hubiese perdido a ellos.

Sana sonrió ampliamente en el espejo para luego dirigirse hacia su reproductor de discos. Sacó la canción exacta, la adecuada, y subió a tope el volumen de I will survive de Gloria Gaynor. Comenzó a cantar a todo volumen mientras buscaba sus productos de limpieza facial. Puso dos mascarillas de pepino en sus ojeras para lograr disminuirlas.

Al terminar buscó su ropa favorita en el closet, los calcetines peluditos de color rosa y un sweater lila que dejaba su hombro al descubierto. También se puso los calzoncillos de Hello Kitty que Levi le había regalado en broma para su cumpleaños pasado y al terminar su rutina facial, colocó el gloss de cereza en sus finos labios.

La lista de reproducción de Power Ladies siguió sonando durante una hora.

Se sentía lista.

Estaba preparada para asumir la perdida de sus amigas y Tzuyu.

Estaba preparada para afrontar el nuevo conocimiento que le había sido otorgado.

Y estaba preparada para seguir con su vida.
 

Tzuyu apestaba. Olía a whiskey y a no haberse dado una ducha en cinco días. En su rostro descansaban una grandes ojeras junto a sus ojos hinchados. Se sentía humana, asquerosamente humana.

Andras (Nayeon) observaba desde lejos sin poder decir nada. Se sentía decepcionada y un tanto repelente a la condición de su ama. La maldita reina del infierno ahogándose en alcohol como una bolsa de carne cualquiera. Y lo peor es que le hacía efecto.

—Mi señora —Asmodeus apareció con mocasines rojos y un traje a rayas azul eléctrico y blanco. Sus labios llevaban lápiz labial color carmín y en sus ojos había anteojos gigantescos y cuadrados.
               
—¿Qué? —preguntó la aludida sin dirigirle ni media mirada. Sus orbes negros y abismales se mantuvieron fijos en el ventanal que Andras había mandado a reemplazar. El piso principal se veía impoluto, como si nada hubiese ocurrido allí, pero dentro de Tzuyu todo estaba roto.

—Traigo noticias —respondió con una sonrisa ladina y perversa Tzuyu se volteó mirándolo con interés y apenas una pizca de esperanza. Ansiaba escuchar noticias de su ángel.

—¿De Sana?

—Lucifer —Andras se acercó a ella para que dimitiera de su curiosidad, pero Asmodeus la detuvo con la mirada para luego servirle otro vaso de whiskey a su ama. Ella se lo tomó de una vez.

—De Sana y del Infierno, mi señora —aclaró el demonio, apresurándose a llenar de nuevo el vaso. Tzuyu cambió a sus ojos humanos, tan verdes como la grama.

—Quiero oír primero de mi ángel —susurró, y volvió a desviar la mirada. Asmodeus volvió a contraer una mueca.

—La joven Sana ha vuelto al trabajo y a la universidad, habló con el ángel Azrael, estuvo pasando mucho tiempo con sus amigas de la insulsa cafetería don-

—Cafeladería —interrumpió el Diablo. Asmodeus frunció el ceño.

—¿Disculpe, señora?

—Es una cafeladería, no una cafetería —Andras se mordió la mejilla desde adentro suprimiendo una risa.

—Oh… claro… mi señora —el demonio se aclaró la garganta y continuó hablando—. Como decía, estuvo pasando mucho tiempo con sus amigas de la insulsa cafeladería donde trabaja y el día de ayer fue a lo de su amiga millonaria; Stacy Ferguson, resultando en una resaca. Le perdí el rastro luego de que entró a su propia casa, pero si quiere puedo poseer a alguno de sus padres para espiarla.

Tzuyu lo pensó apenas un poco. Asmodeus se la había pasado la mitad de la vida de Sana poseyendo a personas cercanas a ella para poder espiarla, traer información y mantenerla medianamente segura. Tenía “envases” humanos a los que siempre acudía. En el trabajo era Ronnie, ya que la muchacha era insoportablemente odiosa, no levantaría sospechas y Asmodeus se colaba en su cuerpo. En la universidad era su profesor y dos compañeros en distintas clases, pero Tzuyu jamás se había animado a mandar a Asmodeus a poseer a la familia de su ángel. Eso era ir demasiado lejos, y el demonio lo sabía, por lo tanto su casa y su intimidad eran un punto ciego constante. Tzuyu también le había pedido a su subordinado que no le contara nada que no fuese necesario, quería que Sana confiara en ella y le dijera lo que quisiera decirle. Asmodeus solo tenía permitido hablarle de la privacidad de su ángel si esta estaba en peligro directo e inminente.

—No, no… —respondió dejando que los ojos se le llenaran de lágrimas, pero no miró a sus demonios. No podía mostrar debilidad ni siquiera a sus más confiables y cercanos. Asmodeus torció el gesto con tristeza y volvió a verter aquel liquido ámbar en el vaso de vidrio—. No es apropiado.

—¿No crees que es suficiente alcohol, Lucifer? —Andras se acercó e intentó quitarle el vaso, pero Tzuyu subió una de sus manos impulsando una fuerza invisible que tiró a la demonio al suelo. Los tres observaron con asombro. Aquel gesto minúsculo debió haberla tirado hasta otra habitación, debería haber traspasado una pared y roto todo a su alrededor. Pero tan solo provocó un empujón, uno que podría haber hecho con sus propias manos y su propia fuerza y hubiese sido igual de impotente.

—Mmm —susurró el Diablo observando sus dedos anillados—. Quizás sí fue demasiado alcohol.

—Esto se tiene que detener, Lucifer —Andras puso sus ojos negros en Asmodeus—. Tu. Vete.

—Aún no he dado mi reporte del Infierno —discutió, pero la mujer se impuso frente a él.

—Eres el maldito Marqués del lugar. Encárgate de lo que te tienes que encargar y deja de ser un jodido inútil lame culos —vociferó con los dientes apretados. El demonio la observó con molestia, pero obedeció. Aun siendo él tan importante, tenía en cuenta su lugar. Tenía bien aprendido que Andras era la mano derecha de Lucifer, entonces desapareció—. Tú —se dio la vuelta para enfrentar a su ama, quien se veía destruida—. Ponte los pantalones de niña grande y supéralo, Lucifer.

—No lo entiendes —se quejó chasqueando la lengua—. ¿Cómo podrías? La existencia no tiene sentido, Andras, no realmente. Soy una chiva expiatoria para los humanos, una traidora para mi familia y una reina para mis súbditos, pero cuando Sana estuvo conmigo… solo en ese momento me sentí relevante.

—Tzuyu… —ella la llamó por su nombre humano, lo cual casi nunca hacía.

—Andras… —contestó ella mirándola fijamente a los ojos. Los de ella estaban tan vacíos y negros como siempre, pero los de Tzuyu se mantuvieron llamativamente verdes, empapados en lágrimas—. Ya no siento que haya ningún hilo uniéndome a Sana… no puedo sentirlo aquí dentro —se tocó el pecho.

—Lo sé, pero tienes que volver a ser la tú de antes, Lucifer —anunció en voz baja pero firme—. Si los demonios se enteran de todo esto, de cómo estás, van a haber rezagados. Habrán guerras, fugas del Infierno y ¿sabes donde van a venir? Aquí. A la Tierra —la amenaza comenzaba a picarle en las palmas de las manos al Diablo. Comprendía hacia donde iba aquello, sabía que no podía permitir que sus súbditos subieran porque allí porque en ese insulso y horrible mundo, vivía su Sana—. Así que supéralo, mejora esas ojeras de la cara, date una ducha porque apestas a humano y vuelve a ser tú misma, porque lo que necesitas es volver a reinar.

Tzuyu estuvo a punto de responder, pero entonces una voz potente y amigable hizo eco en la gigantesca sala del piso del Diablo.

—Lo que necesita es transitar su duelo, hacer terapia y comenzar clases de yoga —ambas dirigieron sus ojos hacia la esquina donde un hombre de no más de veintitrés años, el cabello largo recogido en un moño alto e imponentes ojos chocolate, les sonreía. Tzuyu frunció el ceño confundida mientras Andras no pudo evitar que su boca se abriera con sorpresa.

—Jesucristo… —susurró ella. El aludido sonrió ampliamente mostrando todas sus perlas blancas.

—Solo JC, por favor —pidió en tono de burla—. Hola, hermanita.

Una sonrisa surcó su rostro lívido, aliviada de por fin haber coincidido con el único miembro de su familia al que honestamente quería. Quizás las cosas podían mejorar después de todo.

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