13. Juan 8:32 (I)
Sana se sintió mareada, como si hubiese estado toda una tarde subido a los juegos de esos que dan vueltas y girones interminables en la feria estatal. Como si hubiera comido algo en mal estado. Estaba tambaleándose de un lado a otro por lo que parecía ser la nada absoluta. Un vórtice de espacio vacío y tiempo perdido.
Las náuseas aumentaron.
La siguiente vez que abrió los ojos fue en un lugar en ruinas. Todo estaba deshecho, como si un huracán hubiese pasado por allí. Había grandes pedazos de estructura regados por todas partes, incluso muebles reducidos casi a astillas y pedazos deformados. Fue entonces que notó que entre los vidrios rotos había etiquetas de alcohol. Subió sus ojos y echó otro vistazo a su alrededor. No podía creerlo, no daba crédito a aquello que veía. Aquellas ruinas eran el departamento de Tzuyu.
Por su cabeza pasó la conversación de la noche anterior; "Tuve un pequeño altercado con Gabriel", "No tengo una muy buena relación con mi familia".
La cabeza no dejaba de palpitarle con un dolor intenso y la confusión haciendo meollo de sus más profundos miedos.
—¿Sha? ¿Ángel? —la voz de Tzuyu sonaba completamente igual que siempre, pero en aquellas circunstancias, logró metérsele hasta el tuétano de los huesos, provocando un escalofrío profundo. No quería enfrentarla. No quería volver a ver los ojos de... lo que sea que fuese Tzuyu—. Sana, escucha, sé que estás en shock, pero necesito que actuemos rápido —todo alrededor de la menor se sentía como bajo el agua. Como si estuvieran hablándole mientras masticaban algodón. Fue entonces que la pelinegra decidió tomar a la humana del brazo, provocando una reacción.
Sana clavó sus orbes azules zafiro, tan filosos y fríos como un témpano, al tiempo que escuchaba su propia respiración agitada. Se deshizo del agarre con brusquedad y retrocedió un par de pasos hasta encontrar estabilidad en un pedazo de madera que parecía haber sido una cómoda antes de convertirse en basura.
—¿Quién eres? ¿Qué eres? —las palabras le salían amortiguadas, estrangulándose en su garganta. Tzuyu no sabía cómo empezar. No sabía ni qué decir, aun cuando había tenido veinte años de preparación para aquel momento, aun cuando lo había practicado miles de veces en su cabeza en distintos escenarios. Nunca se estaba preparado para los momentos decisivos, aquello era una utopía.
—Sana... —susurró derrotada, pero sin poder relajarse a sabiendas de que Michael podría entrar por su ángel en cualquier momento—. ¿Recuerdas que estaba por decirte algo en el balcón? Sobre las cicatrices en mi espalda —la menor asintió una sola vez con más miedo que intriga—. Soy el diablo —susurró la pelinegra con inseguridad, pero contrario a lo que esperaba de reacción, recibió a Sana tirándole un ladrillo roto del suelo con todas sus fuerzas.
—¡¿Pero qué cojones te crees, eh?! ¡Esto es serio, Tzuyu! ¡¿Por qué sales con una estupidez así?!
—¡Sana te estoy diciendo la verdad! ¡Soy el diablo!
—¡Y una mierda! ¡Me largo de aquí, voy a llamar a la policía! —la muchacha comenzó a hacer su camino hacia el ascensor dando pisotones mientras marcaba un numero en el celular, pero entonces este salió disparado de sus manos y voló por el aire a través del salón hasta aterrizar en la mano de Tzuyu. Sana se detuvo en seco mirando hacia aquella tipa que pensó que conocía. Su rostro denotaba inseguridad y arrepentimiento, pero no podía compadecerse de ella ahora. No cuando cada célula de su cuerpo le advertía que se fuese. Que no estaba segura.
—Sana... por favor, solo no te asustes... voy a... voy a demostrarte que soy quien digo ser ¿está bien? Pero necesito de verdad que mantengas una mente abierta... —sin poder hacer nada, petrificada por lo que acababa de ocurrir, Sana se limitó a asentir.
En ese mismo instante, aquella mujer perfecta con la que había compartido sus secretos, su confianza y hasta su cuerpo, había desaparecido, y fue otra cosa lo que tomó su lugar. Sana no daba crédito a lo que veía. Solo podía pensar en los dibujitos animados que veía cuando era pequeña con sus hermanos. La única diferencia, es que esto no era nada divertido.
Tzuyu se había convertido en una cosa enorme, más del doble de alto de su tamaño, con un ímpetu que asustaba. De su cabeza salían grandes cuernos color negro y sus ojos verdes se habían convertido en dos pozos negros que no reflejaban la luz. Su piel parecía cuero curtido y era de un color borgoña antinatural, pero lo que más le había desagradado a Sana era que estaba lleno de laceraciones sangrantes, abiertas y algunas mal cicatrizadas. Un líquido negro escurría de ellas, pero también parecía haber sangre, aunque era difícil decir con todo lo que estaba digiriendo.
No conocía a aquella cosa. Y no quería volver a verla.
Tzuyu dio un paso tentativo hacia Sana intentando ignorar la expresión en su rostro. Estaba desencajada y tan aterrada que le había recordado a cuando su ángel era tan solo una niña y su hermano Dominic la había asustado con una horrible mascara de Freddy Krueger.
Pero Sana ya no era una niña, y todo aquello era muy real.
La chiquilla no podía dejar de ver las garras y los colmillos de quien le había hecho el amor con tanta suavidad la noche anterior. No podía omitir que su piel extraña y roja también parecía estar quemada y había un poco de humo saliendo de cualquier parte en general.
Sana quiso correr, escaparse de aquel ser que estaba en las pesadillas de todo el mundo, pero las piernas no le respondían. Estaba estática, imposibilitada frente a quien podría matarla con tan solo un chasquido.
Y así como apareció, se fue. Tzuyu volvió de a poco a ser Tzuyu, con sus mismo cabello pelinegro y ojos verdes. Con los mismos tatuajes en todo el cuerpo y los labios rosados y apetecibles.
Pero algo había cambiado. Ya no podía verla de la misma forma.
—¿Me crees ahora? —preguntó en un susurro intentando no asustar más a su ángel, quien parecía a punto de desmayarse. La muchachita asintió varias veces, completamente fuera de sí misma y con una rigidez imposible.
—¿Qué... qué está... sucediendo? —preguntó con la voz amortiguada por el terror, intentando conservar la calma y no hacer movimientos bruscos. Tzuyu intentó, una vez más, acercarse a Sana, pero ésta retrocedió instintivamente.
—Te lo voy a explicar todo ¿sí, ángel? Pero primero necesito ponerte a salvo de Michael.
—No entiendo quién es Michael ¿qué quiere conmigo? —la voz de Sana comenzaba a temblar, pero aun no reaccionaba. Tzuyu estaba demasiado preocupada para notarlo, pero su ángel estaba en estado de shock todavía.
—Sana... —y antes de que pudiese decir una sola palabra más de aliento, los ojos de ambas se dirigieron hacia las ventanas rotas por donde un tipo enorme y alado había entrado volando. La boca de la humana se sentía pesada y adormecida. Quería gritar y salir corriendo. ¿Qué mierda era esa cosa? No tardó nada en darse cuenta de que quien entraba era el mismísimo Gabriel. El supuesto hermano de Tzuyu. Tenía los ojos iluminados como dos faros y la piel oscura como el ébano brillaba por cuenta propia. Por un brevísimo segundo, Sana no pudo evitar pensar en la estúpida película de Crepúsculo y Edward Cullen lleno de destellos a la luz del sol.
Gabriel comenzó a acercarse a Sana con media sonrisa, y ésta no podía escapar. ¿A dónde iría? ¿Con Tzuyu? ¿Con el Diablo? No. Ni de broma. Así que se quedó allí, clavada al piso, esperando por su inevitable final.
El lado positivo es que había vivido una buena vida. No larga, pero algo es algo. Solo esperaba que le dieran de comer a su hámster y no dejaran morir las plantas de su cuarto.
Cerró los ojos esperando el impacto, pero no sintió nada al oírlo.
Fue entonces que abrió los ojos de nuevo y se encontró con Tzuyu y sus orbes completamente negros, las venas del cuello marcadas y un gruñido escapándosele de lo más profundo de su garganta mientras esperaba el contrataque de Gabriel quien había quedado tirado en la esquina contraria en la que Sana estaba. La muchachita comenzó a retroceder hasta quedar casi escondida entre escombros y vidrios rotos, observando con terror la pelea que se desarrollaba frente a sus narices. Las alas de Gabriel eran increíblemente grandes y tan blancas que destilaban pureza inmaculada. El ruido que hacían los golpes de ambos eran ensordecedores. Sana sentía que toda la ciudad temblaba, pero probablemente solo estaba en su cabeza.
Cuando Gabriel intentó volver a acercársele, Tzuyu se interpuso otra vez provocando que los huesos de su brazo se rompieran con un sonido estridente. Un alarido salió de los labios entreabiertos de la pelinegra y fue ese el momento en el que Gabriel aprovechó para atacar con más fuerza. No tardó mucho en doblegarla y tenerla a sus pies. Apretó el cuello de Tzuyu con fuerza, quien parecía tener laceraciones repartidas por todos lados. Sangraba.
Tzuyu sangraba. Pero Gabriel no.
—¡Detente! ¡Detente! —Sana salió de su escondite sin preocuparse por los pequeños vidrios y astillas incrustándose en su piel. Solo quería que Gabriel no matara a Tzuyu, nada más. Los ojos del arcángel se posaron en Sana, distrayéndolo, lo que Tzuyu aprovechó para soltarse y contraatacar. La boca del diablo estaba llena de sangre y su brazo de a poco iba dejando de parecer gelatinoso y roto, hasta que por fin volvió a la normalidad. Fue entonces que otros tres seres alados cruzaron las ventanas rotas para ayudar a Tzuyu.
Sana sintió imperiosas ganas de vomitar y sus piernas flaquearon hasta caer arrodillado al suelo.
Jihyo, Mina y Jeongyeon ocultaron sus alas apenas pusieron un pie en el suelo, y mientras sus amigas más musculosas se dedicaban a pelear contra Gabriel, Jihyo corrió hacia donde ella estaba.
—¡Sana! ¡Sana! —la rubia cayó de rodillas frente a la ojiazul quien se sentía más y más enferma a cada minuto que pasaba—. ¡¿Estás bien?! —Sana asintió lentamente de manera automática, rehuyéndole a la mirada celeste de aquella tipa, aquella ángel, que parecía ser su amiga de toda la vida.
Lo único que Sana podía escuchar con claridad eran las cosas que se quebraban y rompían, cada puñetazo dado, cada mala palabra escupida de las bocas de aquella gente que en algún momento pensó que conocía.
Estaba tan apaleada emocionalmente que ni siquiera notó en qué momento había entrado Nayeon (Andarás) a ayudarlas, y en qué momento había aparecido el tal Michael.
Sana se tomó el tiempo de verlo fijamente. No parecía un arcángel. Parecía un muchacho normal de dieciséis o diecisiete años, con el rostro afilado, pero con los ojos de la niñez. Tenía el cabello muy rubio y la tez tan blanca como el papel. No era amigable, lo cual se podía apreciar a simple vista, pero tampoco parecía una amenaza.
Una sonrisa a medias, incluso hasta extraña, le surcó el rostro al arcángel mientras se acercaba a Sana con la templanza de un viejo sabio. Todo el mundo a su alrededor pareció desaparecer mientras observaba al arcángel y se ponía de pie.
—No debes temerme, Sana —aseguró el arcángel, con la desconfianza escondida muy atrás de sus palabras. Estiró la mano hacia Sana intentando atraerlo de alguna forma. Él también brillaba con luz propia, antinaturalmente—. Ven conmigo y te prometo que todo estará bien.
—¡Sana! ¡Sana, no lo escuches! —la voz de Tzuyu sonaba desesperada, pero no lograba centrarse en ella del todo. No cuando tenía la paz al alcance de sus dedos.
La muchacha de cabello chocolate se puso de pie despacio ignorando las punzadas de dolor de sus manos y piernas que habían permanecido demasiado tiempo entumidas en una misma posición.
—¡Sana! ¡Ángel! ¡Por favor! —finalmente, la aludida observó atrás de donde Michael se paraba, viendo a Tzuyu, su Tzuyu, con el rostro bañado en sangre y heridas que se cerraban casi al momento de abrirse. Sus ojos verdes seguían pareciendo una laguna de confianza en la que ella podía sumergirse.
Cuando Sana volvió sus ojos a Michael notó que en sus manos brillaba una daga de plata que parecía ser embebida en una especie de halo azul celeste. Frunció el ceño confundida, pero no fue difícil adivinar que no era nada bueno a juzgar por la desesperación en los gritos de sus amigas y de Tzuyu.
Sana se mantuvo estática, entregada a lo que le esperaba. Preparado para perecer, pero entonces... todo pasó muy rápido.
Jihyo se acercó corriendo hacia donde ellos estaban, dispuesta a matar al arcángel si de eso se trataba, pero en cuanto saltó por los aires alzando una daga idéntica a la de Michael, éste se dio la vuelta y agarró de la garganta a la pequeña ángel rubia en el aire. Sana estaba impávida.
Escuchó con una nitidez escalofriante el crujido de sus huesos. Entonces el cuerpo sin vida de su mejor amiga fue arrojado por el ventanal roto hacia afuera.
Todo el aire se escapó de los pulmones de Sana recordando todas y cada una de las veces en las que la rubia la había ayudado. En las que la había salvado. Parecía una película vieja a velocidad ultra rápida, por más cliché que aquello sonara.
Y de pronto, nada. El adiós permanente.
Sana tragó con fuerza y quitó sus ojos de aquel lugar, dirigiéndolos hacia donde aún se desarrollaba la batalla.
Jeongyeon estaba tirada en el suelo, tan malherida que era imposible que se salvase. Mina y Andras intentaban ayudar a Tzuyu con Gabriel, pero cada vez que el arcángel de alas inmaculadas atacaba, los hacía sangrar más y más. Mina no estaba curándose, aunque Tzuyu sí, y Andras, quien presumía era un demonio, no sangraba en absoluto. Más bien cada herida parecía convertirse en carne podrida y oscura que se regeneraba apenas era lastimada.
Las peleas continuaron cuando Asmodeus, otro de los amigos de Tzuyu, entró al lugar directamente a atacar a Michael.
Sana se sentía perdida, sola y muerta. Quería morir. Honestamente quería morirse en ese momento.
Jeongyeon estaba moribunda, Tzuyu y Mina en un estado deplorable, Andras y Asmodeus parecían carne en la picadora. Y los arcángeles intactos. Ni siquiera tenían una gota de sudor.
Sana cerró los ojos. Estaba lista para recibir lo que viniese. Ella quería rendirse desde el principio.
Michael tiró a Andras hacia un costado y a Asmodeus hacia otro. Se acercó a la ojiazul corriendo con la daga en la mano, preparada para eliminarla, pero entonces un halo imposible de luz se acercó por el ventanal roto. Sana abrió los ojos encontrándose con la gloriosa imagen de Jihyo con las alas extendidas y los ojos convertidos en faros blancos. Jamás en toda su vida había visto nada similar. Tanto poder centrado en una sola persona. O bueno... casi persona.
—Sabes que es de mala educación romper el envase de un ángel, Michael —murmuró con alevosía, y entonces atacó a diestra y siniestra con todo su poder y magnificencia.
Con las fuerzas renovadas, Jeongyeon se levantó para ayudar a Jihyo. Tzuyu, Mina y Andras se encargaban de Gabriel y Asmodeus le ofrecía a Sana algo para tomar. Sana lo miró como si tuviera ratas en la cara y tomó una decisión.
Había sido suficiente.
No más.
Salir caminando de aquel edificio había sido, cuanto menos, una aventura. Aún podía escuchar a los... seres aquellos, maldiciendo, gritando, golpeando y rompiendo todo a su alrededor. La travesía fue bajar por las escaleras interminables y para el caso deshechas, con miedo de caer al vacío y morir. Vaya. Morir. Interesante. ¿No era eso lo que quería desde que toda aquella locura había comenzado?
Cuando por fin estuvo fuera del lugar, el aire le golpeó la cara de una manera totalmente diferente. No había cambiado el aire, por supuesto que no, había cambiado ella. Había dejado de ser ignorante sobre lo que muchos humanos lo serían para el resto de sus vidas. Y no le sentaba bien.
Observó a su alrededor como desorientada y grogui, sin saber muy bien qué camino tomar, aunque estaba claro que la parada de buses estaba a tres cuadras y dentro de diez minutos pasaba el que la llevaba directo a su casa. Necesitaba aquello, el hogar, la familiaridad. Necesitaba volver a vivir en el desconcierto que la motivaba a seguir adelante. Necesitaba sentirse menos traicionada por las personas que conocía. Necesitaba dejar de sentir que su vida completa había sido una mentira estrafalaria y de mal gusto.
—¡Sana! —gritaron a su espalda, y se estremeció como siempre con la voz de Tzuyu, pero esta vez no había sido agradable sino todo lo contrario. No se volteó, no la esperó, no quería seguir allí ni cerca de eso—. ¡Sana, espera! —no aminoró el paso, pero tampoco lo apuró. Siguió su camino como quien no quiere la cosa, viendo cada vez más cerca la parada del bus, pero antes de que pudiese llegar, la mano pesada de Tzuyu se apretó en su lánguido brazo izquierdo. Sintió como si un choque eléctrico le hubiese puesto de nuevo en funcionamiento las neuronas, pero solo atinó a mirar los ojos verdes, aquellos que sabía que no eran reales, quienes lo escrudiñaban con recelo—. ¿Estás bien, ángel?
—Sí —la respuesta fue automática y rápida, como toda mentira, pero Tzuyu no le creyó.
—Michael escapó —anunció como si aquello tuviera la más mínima relevancia en la vida de Sana. Ni siquiera sabía quién era exactamente Michael o qué quería.
—Okay —respondió como autómata, provocando que Tzuyu frunciera el ceño confundida. Sana estaba en shock, era evidente.
—Permíteme llevarte a algún lugar tranquilo, prometo que puedo explicar todo esto, todo lo que necesites saber —la voz de Tzuyu comenzaba a hacerse más acaramelada con un tinte de desesperación, pero Sana no dejaba de ver en su mente los ojos negros, los grandes cuernos y la piel lacerada y quemada de quien había sido la "mujer" que le quitaba el sueño.
Aquel sueño, se había convertido en una pesadilla.
—No quiero volver a verte —susurró con un nudo en la garganta y sudor en la frente. ¿Cómo podía haber sido tan descarada de decirle aquello al mismísimo Diablo?
—Ángel, escucha —la aludida se estremeció más, contorsionando el rostro en una mueca de asco y dolor—. Estás asustada y lo entiendo, pero puedo...
—Escúchame —le cortó de pronto, con el corazón latiéndole desbocado y las manos entumidas, ya no sabía si de terror o frio—. No. Quiero. Volver. A. Verte. ¿Comprendes?
—Pero Sana yo... te amo —y aquellas palabras dichas en un mal momento, se deslizaron fuera de Sana como arena entre los dedos.
—Ni siquiera te conozco —contestó con frialdad, dando un paso lejos del ser malévolo que se encontraba frente suyo. Se veía vulnerable, rota, a punto de perder toda la esperanza, pero Sana no podía dejarse engañar por aquel saco de piel humana que Lucifer estaba utilizando para engatusarla—. Nunca podría amarte —culminó.
En ese momento, Tzuyu sintió como si en su pecho hubiese un corazón latiente, destrozado y sangrante. Deshecho. Sintió como si su cuerpo magnificente se desintegrara de a poco con aquellas simples palabras que habían salido de los finos labios dulces de su ángel. De su Sana.
Ya no era suya. Quizás nunca lo había sido.
Quizás el Diablo no merecía amor.
Quizás no merecía redención.
Sana se alejó caminando desconcertada, siendo vigilada por Tzuyu quien estaba estática en el mismo lugar, intentando asimilar que el amor de su existencia se le escapaba como aquel pájaro que se tenía enjaulado y lograba huir luego de años de encierro contra su voluntad.
Se quedó allí, intentando no derrumbarse. Tenía que ser fuerte. Todavía tenía que asegurarse de que Michael no lastimara a la humana.
Sacó el celular de su bolsillo y marcó un número, tieso, escuchando solo su respiración tan cortada como innecesaria para vivir. Alguien contestó del otro lado.
—Lucifer.
—Andras —dijo con firmeza—. Triplica la custodia de Sana, no podré protegerla yo misma.
—Hecho —contestó la demonio—. ¿Estás bien? —preguntó preocupada por el cambio de actitud en su ama y amiga, pero sin deseos de indagar hasta el punto de molestarla y provocar una catástrofe.
—Perfectamente —mintió sin una sonrisa en su rostro, ni un musculo moviéndose para acompañar la mentira. Acto seguido, Tzuyu desapareció.
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