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11. 28 de Septiembre (I)

Aquello no podía augurar nada bueno, estaba segura. No conocía otro caso parecido, excepto el de su medio hermano, y ni siquiera se acercaba a lo que le estaba pasando a Lucifer. Ella no podría creer que estaba teniendo los síntomas de un humano.

—¿Crees que esto tenga que ver con Sana? —preguntó con la voz ronca y extrañada el arcángel mientras mantenía sus ojos negros fijos en su propio reflejo. No tenía la boca hinchada, no sentía dolor, ningún rastro quedaba ya del golpe propinado por Azrael, pero conservaba todavía el gusto metálico en la lengua.

—En absoluto —Nayeon tenía el ceño fruncido y una cerveza en la mano—. Si fuera así ¿por qué esperar veinte años para que pase algo distinto? No tiene sentido —la muchacha de piel gruesa e impenetrable le dio otro sorbo a su bebida—. Esto tiene que ver con Gabriel, estoy convencida.

—Joder —susurró dándose la vuelta para encarar a la demonio de ojos vacíos. Esta vez tenía el cabello teñido de un violeta oscuro y extensiones negras que le llegaban hasta la cadera—. ¿Crees que mi padre lo mandó para hacerme débil? —Tzuyu apretó los dientes con fuerza, al igual que sus puños. Nayeon blanqueó los ojos y elevó los hombros con desinterés.

—Con tu padre nunca se sabe —y escupió en el suelo luego de referirse al todopoderoso—. Lo que sí sé es que no vale la pena preocuparse en exceso por esto ahora mismo, no sientes dolor y no pueden herirte, la sangre no significa nada, estás a salvo —le aseguró, pero Lucifer no parecía convencida—. Por cierto, todavía tienes una de mis dagas clavada en la espalda, deberías quitártela.

—Si esto no tiene nada que ver, entonces ¿Qué está haciendo Gabriel en la Tierra? —arrancó el cuchillo de su carne notando que la hoja estaba empapada en sangre, pero aun así no se sentía lastimada.

—Es Gabriel. Tú sabes lo que está haciendo aquí.

El arcángel Gabriel tendía a ser el más razonable de sus hermanos, incluso más que Raphael y eso era mucho decir. Solía calmar las aguas cuando Michael se ponía insoportable y Lucifer le tendía trampas para reírse de él. También era el mensajero del cielo y la mano izquierda de su padre. Todo lo anterior no le quitaba lo antipático y correcto, como si le fuesen a dar un premio por ser tan bien encaminado.

—Entonces está para darme un mensaje.

—Y creo que tú sabes cuál es —Nayeon miró fijamente a Tzuyu mientras ésta se limpiaba la sangre haciendo lo posible por no tocar aquellas dos horribles cicatrices donde antes habían estado sus alas.

—¿Crees que deba preguntarles a mis hermanos sobre la sangre? —Lucifer cambió de tema de manera mecánica y tensa, evitando aquel tema del cual no deseaba hablar. Nayeon se acercó a ella.

—Si con hermanos te refieres a uno de ellos en específico desde ya te digo que te olvides —Tzuyu sonrió de lado mirándola—. No, Lucifer, él está ocupado en Perú, haciéndose el hippie, fumando mota y escuchando música independiente de humanos sin talento.

—Oh, vamos, sabes que lo echas de menos.

—No, tú lo echas de menos, pero te dijo que "te relajaras y soltaras el timón de tu vida" la última vez que lo llamaste y tú sabes que esa es la filosofía de un humano con problemas de drogadicción que lee a Marx e idolatra al Che Guevara mientras twittea "abajo el capitalismo" desde su iPhone —la demonio rodó los ojos con exasperación, deseando que su rey no insistiera más, pero sabía que era un caso perdido.

—Mira, no puedo decir que esté del todo a gusto con lo que sea que JC haga en la Tierra, pero es el único en el que confío de mi familia, y si es feliz haciendo lo que hace... —Tzuyu subió los hombros restándole importancia, y Nayeon casi vio la partida perdida, pero lo intentó una vez más. Se acercó a Lucifer con sigilo y suspiró pesadamente mirándola a los ojos a través del espejo.

—Escucha, no pensemos en ello por ahora —Nayeon torció el gesto ligeramente—. Guardemos el secreto y más adelante, si se complica, vemos cómo arreglarlo.

Tzuyu asintió con inseguridad, pero siendo consciente de que no deseaba pensar demasiado las cosas por ahora. Faltaba poco para el cumpleaños de la madre de Sana y tenía que estar en su mejor forma. Todos los niños Minatozaki iban a estar allí, y para Sana era muy importante que Tzuyu les agradara, así que sería un diablo bueno.

O algo así.

La noche acaecía incómodamente para Lucifer mientras éste bebía whiskey directamente de la botella. No era su estilo, por supuesto, pero se sentía un tanto desesperada. No lo suficiente como para hacérselo notar a Nayeon, pero sí lo suficiente como para perder todo sentido de educación.

La ropa interior negra le andaba ligeramente suelta porque era vieja y el elástico estaba un tanto vencido, pero era su favorita. Otra vez sintió aquella vulnerabilidad que sentía cuando estaba con Sana, pero esta vez lo encontraba sola. Completamente sola.

Lucifer dirigió sus ojos grandes y negros al cielo mientras le daba un último trago a la botella para dejarla abandonada en el suelo donde se encontraba sentada.

Un par de estrellas titilaban en clave morse, como burlándose de ella.

—¿Siquiera sabes cuál es tu plan? —preguntó dirigiéndose directamente a su padre. Aunque no quisiera admitirlo, albergaba en su pecho la pequeña esperanza de que éste la estuviera oyendo—. Porque tengo la sensación de que estás tan jodidamente perdido como todos nosotros ¿sabes? Pegando volantazo tras volantazo, rogando que ningún árbol se te cruce en el camino y te mate —Tzuyu rio sin gracia alguna, sintiendo un desconocido escozor en sus orbes—. ¿Qué cojones es lo que quieres de mí? ¡¿Por qué no puedes dejarme vivir en paz?! —Tzuyu volvió a agarrar la botella de whiskey, pero esta vez la reventó contra una de sus paredes—. ¡Te burlas en mi rostro todo el puto tiempo! ¡Me humillaste en la Ciudad Dorada, me desterraste de mi propio hogar luego de todo lo que hice por ti! ¡Me convertiste en el villano de la película! ¡En el ser más odiado del maldito universo! —la pelinegra se puso de pie, tambaleándose de sobremanera. Se sentía más débil de lo normal. Ni siquiera aquel brebaje alcohólico, finamente alterado por Nayeon para que surtiera efecto en demonios, debería hacerla sentir como una borracha común y corriente—. Pero esto... esto no voy a permitírtelo, no vas a convertir a Sana, es mi punto débil, no vas a usarla en mi contra —observó desde el balcón como todas las estrellas se apagaban y prendían sin ton ni son. Él no lo estaba escuchando. Él nunca estaba escuchando—. Si te metes con Sana... voy a quemar toda tu maldita Tierra hasta los cimientos —susurró para sí misma, dando por finalizada la perorata.

Acto seguido, cayó con un golpe seco en el suelo quedando completamente inconsciente.

Como un ser fuera de este mundo, Lucifer solía tener ciertos privilegios. Detalles que le jugaban a favor; no se emborrachaba con el alcohol humano normal, no podía enfermarse, tampoco morir, pero el que más le gustaba era no sufrir resacas. Fue por ello que se sintió completamente desconcertada al despertar al día siguiente y descubrir que le dolía la cabeza como si se desarrollara un juego de bádminton dentro de ella, pero en vez de plumas había cuchillos.

Se quitó la camisa y la tiró al suelo mientras esperaba que el café se hiciera, pero antes de siquiera pensar en sacarse el pantalón, la puerta de la gran habitación sonó tres veces, y sin esperar respuesta, un hombre se adentró en ella.

Tzuyu apretó los ojos con fuerza, consciente de que apestaba a alcohol y cigarrillos, pero no podía simplemente echar a Asmodeus del lugar. Sobre todo si el demonio traía noticias.

—Mi reina —saludó con el rostro en blanco, completamente inexpresivo. Tzuyu lo observó sin emitir palabra.

Asmodeus tenía el rostro afilado, los pómulos altos y una complexión andrógina a la cual le sacaba provecho usando maquillajes estrafalarios. Llevaba un traje blanco y zapatos con tacón aguja. Tzuyu suspiró con cansancio.

—Es muy temprano para esta mierda, Asmodeus, espero que vengas con buenas nuevas.

—Todo lo contrario, señor —el demonio se quitó de encima una especie de tapado de piel de zorro blanco a juego con el resto de su ropa, y lo dejó colgado en el respaldo del sofá gigante que adornaba el centro del salón—Corren rumores.

—Rumores, rumores —Tzuyu se sirvió el café caliente en una taza que Sana le había regalado. Era estúpida e infantil, con el rostro de una ardilla demasiado sonriente deseándole un buen día—. Me aburren los rumores, Asmodeus.

—Mi señora, han comenzado a hablar de nuevo sobre la profecía en la Ciudad Dorada —la expresión del pelinegro no había cambiado en lo más mínimo. Parecía, quizás, hasta hastiado de traer recados.

—Asmodeus, en serio, no escuches la profecía, es completamente imposible que se cumpla en este mundo. Aquí no existen los alfas, betas ni omegas, no es posible.

—Reina... —el pelinegro se acercó más al diablo, esta vez mostrando el mínimo de empatía en sus vacíos ojos negros—. Tzuyu, Sé que no quieres que nos preocupemos, pero allá abajo las cosas no están mejor, y ahora salen de nuevo los rumores de la profecía y tus súbditos están impacientes. En el cielo están impacientes...

—No tengo tiempo de encargarme de los rezagados, Asmodeus, para eso estás tú a cargo del infierno mientras yo estoy aquí —los ojos de Tzuyu se volvieron negros como dos pozos sin alma—. Te ruego que desistas del tema, y te límites a actualizarme sobre la situación en mi reino —de pronto el ambiente se volvió tenso y eléctrico, tanto que ni siquiera Nayeon, quien acababa de entrar al lugar, fue capaz de alivianarlo. Asmodeus bajó la cabeza, derrotado.

—Como usted ordene, amo —contestó apretando los dientes, pero cerciorándose de que Tzuyu no lo notara. Pocos conocían su verdadera furia, y Asmodeus no deseaba ser uno de ellos.

El marqués del infierno le comentó sobre todo lo que estaba pasando en su ausencia, y la verdad lo tenía bien controlado. Tzuyu estaba muy satisfecha con el desenvolvimiento de Asmodeus como reemplazo hasta que ella volviera eventualmente, y sentía una especie de orgullo casi maternal al oír de cómo se encargaba de aquellas ovejas descarriadas que querían suplantarla o crear rebeliones.

El problema era que también le aburría.

Estaba cansada de escuchar sobre el caos, la destrucción, y tortura. Sobre todo, porque no era ella quien la causaba. Tzuyu extrañaba su hogar, pero no podía ni imaginarse a Sana en aquel frío y distópico lugar.

El infierno no era lugar para un ángel.

Pasados un par de minutos, con la segunda taza de café terminada y una lista de deberes en las manos del marqués, Tzuyu decidió darle una última tarea pequeña.

—¿Disculpe? —Asmodeus lo observó incrédulo mientras Nayeon se carcajeaba a sus espaldas.

—Lo que oíste —repitió Tzuyu—. Necesito que busques un regalo adecuado para la madre de mi Sana, algo que la impresione, pero no tan grande como para pecar de presuntuoso.

—Un... regalo —Asmodeus se sentía estúpido, totalmente incrédulo. ¡Era el puto marqués del infierno!

—Si —Tzuyu parecía no darse cuenta de la ira que recorría el cuerpo físico de su súbdito—. Sabes qué es un regalo, ¿no?

—Por supuesto que sé lo que es un regalo —respondió escandalizado.

—Bien —una sonrisa cínica se dibujó en el rostro perfecto del diablo—. A trabajar —y sin esperar confirmación o respuesta, desapareció tras las puertas de su lujoso baño.

Necesitaba una larga y tendida ducha para quitarse los rastros de humanidad de su ser.

El día pasaba lentísimo. A Lucifer le quedaban más de mil tratos que cerrar, y no podía dejar de pensar en su propia sangre. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces había pasado el abrecartas por la yema de sus dedos y el dorso de su mano provocando que el líquido bermellón se derramara. La herida cerraba casi instantáneamente, pero aun así era extraño.

Por su mente pasó aquella imagen de Dagon sangrando en uno de sus encuentros luego de que resbalara y clavara un vidrio en la palma de su mano. Quizás Dagon sabía lo que estaba sucediendo.

Tomó el celular y rebuscó entre sus contactos el rostro estúpido y serio del ángel, deseando poder zafarse de aquella charla de alguna manera, pero si alguien tenía respuestas, era ella.

—¿Hola? —contestó del otro lado una voz que claramente no era la de Dagon. Tzuyu rodó los ojos.

—¿Crees que tomar el celular de un ángel es prudente, Dahyun Kim? —un silencio sepulcral se formó en la otra línea.

—Oh por Dios, eres tú —respondió la moreno con terror en la voz. Tzuyu rodó los ojos al oír, una vez más, el nombre de su padre—. Eres... eres... el...

—Sí, hola, mucho gusto, pásame con Dagon.

—No, espera, tengo muchas preguntas —dijo suplicante la pequeña humana con la voz temblorosa. Tzuyu se golpeó la frente suspirando con hastío.

—No sé cómo la imbécil te aguanta —murmuró contra sus nudillos. Dio un gran suspiro y procedió a pegar su frente al escritorio, derrotada.

—¿Voy a ir al...

—Ay, vamos —Tzuyu se levantó de golpe de su sillón de trabajo y procedió a mirar el cielo, aún de un celeste intenso—. Tu repulsivo padre y la bolsa de enfermedades venéreas que es tu hermano se irán al infierno, tú probablemente al cielo, aunque aún tienes tiempo de cometer algún delito imperdonable e injustificado si quieres visitarme, y tu madre también irá al cielo. De hecho, muy pronto si sigue usando sus brazos de alfiletero para la heroína —Tzuyu habló con rapidez y exasperación recibiendo del otro lado un sollozo triste.

—¿Hyun? ¿Hyun cariño, qué sucede? —a lo lejos podía oír la voz despintada de Dagon y sus apresurados pasos hasta llegar a la humana para tomar el teléfono y acercárselo al oído—. ¿Quién cojones es? —contestó con los dientes apretados mientras el llanto opacado de Dahyun se oía como lejano.

—Mina, hola, soy Tzuyu.

—¿Cómo cojones tienes mi número? ¿Qué mierda le dijiste a Dahyun?

—La verdad. Escucha, tengo una duda.

—¡¿Estás mal de la puta cabeza?!

—¿Yo? Tú eres el que está gritando —afirmó Tzuyu mientras miraba la hora en el reloj. Asmodeus aún no volvía con el regalo y ya estaba estresándose— Entonces... ¿todavía sangras? —la otra línea quedó en silencio apenas un rato, pero entonces Tzuyu escuchó que Mina le hablaba a Dahyun.

—Hey, bebé, escucha, tengo que tomar esta llamada en privado ¿está bien? Volveré en un momento —una pequeña respuesta se oyó de a susurros y luego el indefectible sonido de besos. Tzuyu arrugó el rostro. No podía creer lo bajo que el ángel favorito de su padre había caído—. ¿Cómo sabes que...?

—Te vi —contestó antes de tiempo—. Cuando te clavaste un vidrio en la mano. Manchaste mi alfombra importada, por cierto.

—¿Vas a decirle a alguien?

—No. No por ahora al menos —admitió con una sonrisa maquiavélica—. Tengo un par de preguntas.

—¿Entonces es cierto lo que Jihyo dijo? ¿Sangraste?

—Oh, sí —aseguró con el ceño fruncido y los labios apretados—. Ese pequeño bastardo con alas me pegó un puñetazo en el rostro. Ahora, volviendo al tema, ¿Cuándo empezaste a sangrar y por qué? —la respuesta tardó demasiado en llegar, pero no importaba. Tzuyu tenía toda la paciencia del mundo.

—Cuando toqué a Dahyun por primera vez —admitió con derrota, bajando más la voz, como si temiera que la aludida lo escuchara—. Pasé años admirándola desde lejos, decidida a no acercarme nunca, pero bueno... a veces las cosas no salen como uno las planea.

—Eso no tiene ningún sentido, yo he tocado a Sana incontables veces antes de conocernos formalmente.

—¡¿Disculpa?!

—Oh, sí, cuando tú y tu tropa de inútiles se iban de su cuarto y Sana dormía, solía quedarme toda la madrugada acariciando su bonito rostro de ángel.

—Pervertida —respondió Mina, pero Tzuyu solo soltó una carcajada.

—Claro, porque tú nunca te has quedado como una estatua en la esquina del cuarto de tu humana durante toda la noche.

—¿Cómo sabes...?

—Sé muchas cosas, Mina. Soy el diablo.

—Okay... ¿eso era todo?

—Para nada. ¿Cuánto tardas en sanar cuando te lastimas?

—No lo sé, un par de días, quizás una semana dependiendo de la gravedad de la herida —Tzuyu frunció el ceño de nuevo. No tenía ningún sentido, ella tardaba apenas segundos en sanar. ¿Qué tenían de diferente?

Pero antes de que pudiera seguir con el interrogatorio, una presencia se hizo visible en su oficina. Tzuyu rezongó en voz baja y observó a su hermano con seriedad.

—Tendremos que seguir luego con nuestra charlita, Mina —anunció el diablo mientras acomodaba su saco—. Tengo un intruso en mi casa —y sin esperar respuesta, colgó.

Gabriel lo observó con una ceja alzada y los brazos cruzados. La piel del color del ébano brillaba a la luz del sol de media tarde, y un aura celestial lo rodeaba como si estuviera cubierto por un halo de sol.

—Luci —saludó con un asentimiento suave de cabeza. La aludida lo observó con recelo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Gabriel?

—Advirtiéndote —respondió sin rodeos, acercándose más al escritorio del diablo—. Deja en paz al humano y vuelve a tu hogar.

—Sana es mi hogar.

—No me obligues a llamar a Michael, Luci —volvió a amenazar, pero esta vez provocó la rabia del diablo. Sus ojos se volvieron negros nuevamente, y los tatuajes de su cuerpo parecían resaltar más a través de su ropa.

—No me gustan las amenazas, Gabriel, cuidado —contraatacó, pero aquello solo enardeció las ganas de pelear de su hermano. Un par de alas blancas, inmaculadas, aparecieron en la espalda de Gabriel, quien sonreía con sorna. Ahí estaba la superioridad digna de los arcángeles, esa que Tzuyu tanto despreciaba—. Oh, vaya ¿jugamos a quien la tiene más grande?

—Sería aburrido considerando que decidiste deshacerte de tus alas, hermanita —la habitación comenzó a temblar de arriba abajo, pero aquello no asustó ni un ápice a Lucifer. Era tan obvia toda la situación. Los ángeles en general eran tan obvios, tan predecibles...

—No necesito alas para romperte la puta cara, Gabe, soy mejor que todos ustedes.

—Estás fuera de práctica, Luci —la aludida se rio ampliamente mientras se quitaba el saco y lo tiraba en el sillón de trabajo.

—¿Quieres comprobarlo?

Y entonces el infierno se desató. 

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