
𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓭𝓲𝓮𝓬𝓲𝓼𝓲𝓮𝓽𝓮
Nos habían arrestado.
En un principio, la idea era separarnos en distintas celdas, dividiendo a las almas divinas y a los ángeles. Sin embargo, Caelus hizo un escándalo en cuanto detectó la más mínima insinuación de dicha separación.
Al final, me colocaron en su misma celda, mientras que mi nuevo amigo, Elian, fue llevado a otro lugar. Apenas pude sostenerle la mirada por la vergüenza de haberle fallado, pero él, me dedicó una sonrisa comprensiva antes de que los guardias se lo llevaran.
—Maldición... —murmuró Caelus, visiblemente molesto.
Sin embargo, la "celda" en la que nos encontrábamos distaba mucho de parecerlo. Era más bien una habitación, con una alfombra gruesa en tonos morados y azules que cubría todo el suelo. Había cojines de todos los tamaños y formas, distribuidos alrededor, dando la impresión de un cuarto de descanso en lugar de un lugar de castigo.
—Pensé que los ángeles no podían maldecir, pero ya te he escuchado hacerlo dos veces hoy —comenté, dejándome caer sobre el suelo y recostando mi espalda contra la pared. Tenía las muñecas esposadas, pero Caelus no. Él caminaba de un lado a otro, fastidiado.
—Tú das por hecho muchas cosas equivocadas sobre los ángeles —replicó sin mirarme—. Aunque sí es cierto que no solemos maldecir.
—Oh, qué impresionante —suspiré resignada. No tenía sentido discutir, pero quizá necesitábamos una distracción para aliviar la tensión del momento—. Gracias por sacarnos de allí, por cierto.
Mi agradecimiento fue genuino, aunque a juzgar por su expresión, Caelus parecía desconcertado.
—Está bien... —respondió al cabo de unos incómodos segundos—. Por cierto, ¿quién es tu nuevo amigo?
—Maldición... Elian... —murmuré maldiciendo esta vez yo, sintiendo cómo la decepción y la vergüenza se apoderaban de mí. Había sobrestimado mis capacidades y ahora me encontraba en un completo fracaso.
—Supongo que querrás que te ayude a sacarlo del problema también, ¿no? —dijo, deteniéndose en seco y mirándome con una sonrisa enigmática.
Mis ojos se abrieron con esperanza y le dirigí una mirada expectante.
—¿Puedes hacerlo? —pregunté.
Caelus asintió, casi con desdén.
—Solo tienes que pedírmelo. Su situación es más fácil que la de tu amiga. A juzgar por el sitio en que se encontraba, es probable que sea un alma desechada.
El término me sorprendió. Nunca antes había escuchado algo así, del mismo modo en que desconocía muchas otras cosas de esta extraña parte del paraíso.
—Lo encontré después de que esos guardias me llevaran a una habitación oscura. Él me desató y lo convencí para que escapáramos juntos. Necesito sacarlo de aquí —expliqué.
—Tus deseos son mis órdenes, Celestia —respondió en un tono suave, casi angelical, lo cual me desconcertaba viniendo de alguien a quien tanto detestaba.
—El plan no salió como esperabas, lo siento —dije, recordando los últimos hechos acontecidos.
—Oh, te equivocas. Ha salido mejor de lo que pensaba —replicó, con una chispa de suficiencia brillando en sus ojos.
Le miré, absolutamente incrédula ante su respuesta.
—No entiendo.
—Hemos dado un espectáculo frente a la cúpula divina. Estoy seguro de que ahora tenemos algunos nuevos seguidores.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que los ángeles han visto cómo injustamente me separaban de mi prometida; cómo ella luchó con todas sus fuerzas para volver a mi lado; y cómo yo me enfrenté a los guardias para seguir con ella. Hemos vendido el romance perfecto.
—Bueno, bajo esa lógica, supongo que has conseguido tu objetivo... aunque...
—¿Aunque? —replicó, con curiosidad.
—Solo vi miradas de juicio, parecía que aborrecían la idea de que estemos juntos.
Caelus soltó una risa suave.
—Oh, mi querida Celestia, no has prestado suficiente atención. Sí, hubo miradas de juicio, pero también miradas curiosas, algunas empáticas, otras escépticas por la aparente injusticia. Debes mirar más allá de tus prejuicios, mi hermosa prometida.
Le observé con cautela, tratando de discernir si hablaba en serio o simplemente disfrutaba viendo mis dudas. Quizás tenía razón. Tal vez había estado tan enfocada en sobrevivir que los detalles a mi alrededor habían pasado desapercibidos.
—¿Cuánto tiempo estaremos aquí? —pregunté, intentando ocultar el nerviosismo que sentía.
—Alrededor de una hora —respondió con calma, cruzando los brazos—. Hasta que Lucius venga a liberarnos. Aunque es probable que ese cabeza de ala rota quiera imponerme algún castigo insignificante solo para fastidiar.
—Hablas de aquel ángel de seguridad, ¿verdad? Noté la tensión entre ustedes... —dije, estudiando su expresión—. ¿Quién es él exactamente?
—Ya te lo he dicho, un cabeza de ala rota —respondió con desdén, y su tono burlón me hizo fruncir el ceño.
—Es candidato al Ministerio de Seguridad —agregó finalmente, sin quitar de su rostro la sonrisa sarcástica—. Tiene bastante influencia y muchas posibilidades de ganar. Lo conozco de toda la vida, y aunque nunca hemos sido amigos, me ha declarado la guerra desde que rompí mi alianza con su familia.
Fruncí el entrecejo, sorprendida.
—No sabía que entre ángeles se hicieran alianzas...
—Claro que sí. Esto es algo que también se hacía en el mundo humano, ¿no? Alianzas por matrimonio, por intereses mutuos... todo ese tipo de cosas.
Asentí lentamente, procesando la información. Caelus no sabía que carecía de mis recuerdos en vida humana, y mucho de lo que él daba por sentado jamás me fue enseñado en la academia. Mi conocimiento provenía de libros que, claramente, no reflejaban la realidad con exactitud.
—Entonces, tenías una alianza con su familia... ¿y qué pasó? —le insté a continuar.
—Todo se vino abajo cuando intentaron casarme con la hermana mayor del necio plumífero ese —dijo, rodando los ojos con una mezcla de hastío y burla.
—Así que te odia porque la rechazaste... —aventuré, observando su reacción.
—Me odia porque la dejé plantada... justo cuando estábamos a punto de intercambiar las coronas —aclaró con una sonrisa burlona que me indicaba que no lamentaba ni un segundo de su decisión—. Es decir, durante la boda, o algo así.
Mis ojos se abrieron con incredulidad.
—¿Quieres decir que estabas a punto de dar el "sí" y decidiste salir corriendo? —pregunté, aún asimilando la audacia de la situación.
—No corrí. Tengo alas —me corrigió con suficiencia.
—Es una forma de decirlo —bufé, aguantando la risa ante su innecesaria aclaración.
—Simplemente no quería casarme. No era el tipo de vida que me interesaba.
—Vaya... Entonces, ese guardia debe estar aún más furioso, considerando que rechazaste a su hermana para casarte conmigo —dije, recordando la hostilidad que había percibido en la mirada de aquel guardia.
Caelus inclinó la cabeza levemente, pensativo.
—Ahora que lo pones así... bueno, no lo había considerado —admitió, con una sonrisa ladina que sugería que, de alguna manera, disfrutaba del caos que había desatado.
El frío empezaba a filtrarse por la fina tela de mi vestido desgarrado, haciéndome estremecer. Mientras yo me abrazaba a mí misma en un intento de conservar calor, Caelus parecía completamente ajeno a la temperatura, como si el aire helado no pudiera afectarlo. Lo miré de reojo, envidiando su aparente inmunidad, mientras sentía que cada segundo en ese lugar me volvía más vulnerable.
Intenté apilar algunos cojines para cubrirme, esperando conseguir algo de alivio. Caelus, que observaba desde su posición reclinada, se sentó al notar mis movimientos. Una leve sonrisa apareció en su rostro mientras me miraba con una curiosidad juguetona.
—¿Por qué te construyes una fortaleza de cojines? —dijo, con un tono casi burlón—. ¿Tanto me detestas que prefieres esconderte de mí?
Levanté la cabeza, sorprendida. No era mi intención crear esa impresión, y por un momento no supe cómo responder. Mi incomodidad no tenía nada que ver con él... al menos no directamente.
—Este lugar está diseñado para la comodidad de los ángeles —dije finalmente, tratando de no sonar demasiado quejumbrosa—. Es demasiado frío para las almas divinas como yo.
—Ah, ya veo, cariño. Solo tenías que decirlo —murmuró con un toque de diversión en su voz.
Con un movimiento apenas perceptible, Caelus extendió ligeramente sus alas. En ese instante, el aire a mi alrededor se calentó de forma repentina, como si una ráfaga invisible me envolviera, creando un abrigo inesperado que disipó el frío por unos breves pero reconfortantes segundos.
Sin embargo, antes de que pudiera sentir un alivio completo, lo vi quitarse la parte superior de su traje con una calma alarmante.
—El vestido sigue luciéndote increíble, a pesar de las... modificaciones que le has hecho. Le has dado un toque más atrevido —comentó con un guiño exagerado.
Mis ojos se abrieron de par en par cuando extendió la prenda que se había quitado hacia mí.
—Vístete con esto. Yo podría estar desnudo y no sentiría frío.
Vacilé por un instante, la situación era más que incómoda. Pero el frío que calaba en mis huesos me convenció de que aceptar su oferta era lo más sensato. Me envolví en la tela de su traje, que, aunque no era lo más cálido del mundo, me proporcionó una protección considerable.
Decidí darle la espalda, tanto para evitar más contacto visual innecesario como para evitar que el hecho de que él estuviera medio desnudo se volviera más raro de lo que ya era. Siempre había pensado que los ángeles eran quisquillosos respecto a la desnudez, pero, al parecer, también en eso estaba equivocada.
Antes de que pudiera formular una respuesta, un estruendo rompió el silencio, resonando en la habitación. La pared frente a nosotros se deslizó con un crujido metálico, revelando una puerta que no había notado hasta ese momento.
La tensión se hizo palpable en el aire cuando Lucius entró, acompañado de una figura encapuchada, cubierta con un manto de color terroso.
—Nuestra amistad pende de un hilo, Caelus. Me estás agotando al límite de mi paciencia —declaró Lucius, su tono era cargado de evidente reproche—. Este absurdo capricho del enamoramiento... ¿Cuánto más va a durar? A este paso, habría preferido que siguieras siendo el ermitaño retorcido que los rumores pintaban.
—Mi querido amigo —replicó Caelus con una sonrisa, levantándose lentamente y extendiendo los brazos para un abrazo que Lucius rechazó sin vacilar—. Gracias por venir tan pronto, no esperaba que hicieras otro hueco en tu agenda para mí.
—Ni siquiera hemos tenido tiempo de sentarnos en nuestros escritorios antes de recibir tu llamado. De nada, por cierto —gruñó el ángel, dirigiendo lo último hacia mí con un leve desdén que no pasó desapercibido. Lo comprendí mejor cuando la figura encapuchada levantó apenas la mirada, revelando un destello familiar: Jo.
—¿Podemos irnos ya? —preguntó Caelus con fingida inocencia.
—Cinco horas, un comunicado público y una disculpa al oficial que ofendiste —respondió Lucius con frialdad. Mis cejas se fruncieron en confusión; ¿disculpa por qué?—. Con ella ha sido un poco más complicado, pero nos hemos respaldado en la solicitud matrimonial que has presentado. Solo tendrás que pagar una multa considerable, y podrá marcharse en dieciséis horas.
Mi ceño fruncido pronto se transformó en una expresión de desesperación.
—Han dicho que el tiempo que ha pasado recluida aquí no cuenta —intervino la voz del alma encapuchada, y la confirmación de que era Jo se asentó en mi pecho como una certeza absoluta—. Celestia debe ser trasladada a la sección asignada para almas divinas.
Caelus soltó una carcajada sarcástica.
—Ese miserable querubín—espetó con desprecio—. Le advertí explícitamente que no debía separarme de ella.
—Tiene sus razones para irritarse contigo —comentó Lucius con cansancio—. ¿En qué estabas pensando al traerla aquí?
—Serán veintiun horas, entonces —sentenció de pronto Caelus, provocando miradas de confusión y asombro entre los presentes—. Cinco horas aquí, dieciséis horas allá. No voy a dejarla sola.
Lucius lo miró como si hubiese perdido por completo la razón.
—¿Has perdido el juicio?
—No confío en este lugar —repitió Caelus, con tono firme—. No la dejaré sola.
—Caelus...
—Ya está decidido, Lucius. Informa lo que te he dicho. Cumpliré con todo lo demás, incluida esa ridícula disculpa. Y una cosa más: necesito que liberes al alma pelirroja con que mi prometida escapó. Paga lo que pidan y luego tráelo a mi territorio. Celestia ¿Cómo me dijiste que se llamaba?
—Elian —respondí, sintiendo cómo la emoción me invadía.
—¿Elian? —repitió Lucius, parecía sorprendido con la repentina solicitud—. Está bien, me ocuparé de ello. Buena suerte con su espera. Los veo dentro de veintiún horas.
Mientras transcurría la conversación, mis ojos buscaron con urgencia los de Jo. Él también parecía querer encontrarme entre la confusión, y cuando nuestras miradas finalmente se cruzaron, una oleada de desesperación recorrió mi cuerpo. No podía soportar que él creyera que realmente me casaría con Caelus. De cualquier forma, eso no era algo de lo que podía ocuparme en aquel momento, por lo pronto tenía otros problemas presentes que atender.
—¿No vas a protestar? —preguntó Caelus, rompiendo el incómodo silencio una vez que nuestros visitantes se hubieron marchado.
—En realidad, tampoco quiero quedarme sola con esos ángeles.
Esa fue la conclusión de nuestra conversación. Noté cómo, tras las indicaciones dadas por Lucius, Caelus parecía abrumado. Era la primera vez que lo veía preocupado, casi triste. Intuí que esta situación no era algo común para los ángeles, y mucho menos el hecho de que, como él había insinuado antes, tendría que acompañarme al cuarto destinado a las almas divinas. Seguramente, se trataría de una humillación significativa para cualquier ángel.
Me acurruqué entre los cojines, y las siguientes cuatro horas pasaron con sorprendente rapidez, gracias al sueño que me invadió. Desperté al sentir que estaba siendo trasladada. Al abrir los ojos, me di cuenta de que Caelus me llevaba en brazos, aunque aún tenía las incómodas esposas aprisionando mis muñecas.
—Sé que he roto nuestro acuerdo de no tocarte, pero —murmuró en voz baja, mientras notaba que nos acompañaban otros ángeles de seguridad, uno adelante y otros dos detrás, manteniendo una distancia prudente—, no iba a permitir que uno de esos estúpidos ángeles te volviera a poner una mano encima.
Me aferré a Caelus para no perder el equilibrio ni marearme, aunque su agarre era firme y seguro. Entre los guardias, reconocí al enemigo declarado de Caelus, quien caminaba al final del grupo. Su expresión era seria, tranquila, sin un rastro del tono burlesco que había mostrado antes en la arena. Al descubrirme observándolo, aparté la vista rápidamente.
El trayecto fue corto, unos pocos pasos considerables, hasta llegar a nuestro destino.
—Ya has cumplido parte de tu condena. ¿De verdad vas a quedarte aquí otras dieciséis horas? —dijo el guardia cuyo nombre seguía siendo un misterio para mí. Caelus no le respondió.
Frente a nosotros había unas estructuras luminosas e independientes, cada una con una silla vacía en su interior. Imaginé que eran las celdas, pequeñas y austeras. No había otras almas además de mí, lo que me llevó a preguntarme si Elian ya habría sido liberado.
—Lucius movió los hilos para que tu prometida fuera enviada a las cárceles de luz y sombra, en lugar del Espejo del Juicio —añadió el guardia con un tono que reflejaba su postura desfavorecida hacia aquella opción.
Caelus seguía sin hablar, con la mirada perdida y un gesto serio.
—En fin, como no estás obligado a permanecer encerrado, te dejaremos quedarte fuera —continuó el guardia, esbozando una sonrisa maliciosa—. Pero si intentas algo para liberarla, la sombra se activará. No querrás causarle sufrimiento a tu amada, ¿verdad?
Caelus me dejó en el suelo, y una de las guardias me condujo hacia una de las pequeñas celdas de luz. El espacio era tan estrecho que apenas cabía de pie junto a la silla. Nada que ver con el cuarto anterior, donde Caelus y yo habríamos tenido más espacio para movernos. Me quedé de pie, observando cómo cerraban mi celda con rejas de luz brillante, invisibles pero claramente impenetrables. No había duda de que, si intentaba hacer algo o moverme más allá de lo permitido, me vería atacada por una oleada de dolor. Tendría que soportar dieciséis horas encerrada en ese diminuto espacio. Al menos, intentando ver el lado positivo, no sentía necesidad de ir al baño y el estrés me había quitado por completo el apetito.
Mi corazón dio un vuelco cuando vi a Caelus entrar a la celda conmigo, antes de que los guardias terminaran de cerrarla por completo. El espacio era tan pequeño que ambos estábamos frente a frente, tan cerca que podía sentir su respiración cálida rozando mi piel. Mi mirada, inevitablemente, se dirigió a su pecho desnudo, y un nerviosismo intenso me recorrió. Estábamos tan cerca que tuve la certeza de que Caelus podía escuchar el leve sonido de mi garganta al tragar saliva.
Antes de que pudiera reaccionar, una risa estruendosa distrajo mi atención. Era el guardia de seguridad, al que Caelus llamaba "ala rota".
—¡Esto es increíble! —dijo entre carcajadas—. ¡No puedo creerlo, Caelus, tú, aquí!
—Espero que te tragues tus malditas disculpas con esto, ¿es suficiente, Rheus? —dijo mientras me sujetaba por los hombros. Mis manos esposadas hicieron que apenas pudiera mantener el equilibrio ante la sorpresa.
Definitivamente, era una idea terrible que estuviéramos los dos metidos en esa celda diminuta.
—Me doy por pagado —respondió Rheus, con una sonrisa burlona—. La celda y sus esposas se abrirán automáticamente cuando el contador llegue a cero. Considérenlo un adelanto de luna de miel, tortolitos.
En mi mente imaginé que asignarían algún guardia para vigilarnos, pero sorprendentemente, no fue así. Todos los ángeles de seguridad, incluido el mismo Rheus, simplemente abandonaron la habitación tras unas cuantas risas y burlas.
—Ven aquí —dijo Caelus, su tono era suave, pero demandante. Se acomodó en el centro de la pequeña celda, sentándose con naturalidad. Extendió una pierna y dobló la otra, creando un espacio entre ellas. Su mirada fija y penetrante, no dejaba lugar a dudas; quería que me acercara.
Al principio, dudé. Verlo allí, tan relajado mientras me ofrecía ese espacio entre sus piernas, me desconcertaba y me incomodaba. El silencio de la celda, la situación tan íntima, todo parecía un mal sueño del que no podía despertar. Mis piernas no se movían, y el corazón me martillaba en el pecho.
—Solo accedo porque básicamente no hay otra alternativa en este caso —murmuré, intentando mantener una fachada de indiferencia, aunque la surrealidad de la escena era cada vez más asfixiante.
—Lo sé —respondió con voz suave haciendo que mi piel se erizara.
Con una lentitud calculada, me senté en el hueco entre sus piernas. Las esposas en mis muñecas hicieron que la posición fuera aún más incómoda de lo que ya era. La proximidad entre nuestros cuerpos me dejó sin aliento, y el calor que emanaba de él contrastaba con la frialdad del lugar.
El calor que me envolvía en ese momento era sofocante, pero no de manera física; era la tensión entre nosotros, la proximidad de su cuerpo y el peso abrumador de su presencia lo que me hacía sentir atrapada. Su respiración, lenta y constante, rozaba mi cuello con cada exhalación. Aunque apenas era un susurro de aire, lo sentí profundamente, como si intentara colarse en cada uno de mis pensamientos.
—¿Tienes frío? —preguntó en un murmullo que resonó demasiado cerca de mi oído.
Antes de que pudiera responder, sentí su nariz rozando la base de mi cuello. Un toque ligero, casi accidental, pero suficiente para que mi cuerpo se tensara. Cada músculo se volvió rígido ante la invasión de mi espacio personal, pero Caelus no se movió. Permanecía cerca, sus alas continuaban rodeándome, sin dejarme escapatoria.
—Nos están observando a través de una esfera de recuerdos —susurró en un tono que casi era un ronroneo contra mi oído—. Si miras en esa dirección, verás una luz verde parpadeando. Ellos están atentos.
—Ahora entiendo por qué no dejaron guardias...
—Nunca los dejan. Las celdas son lo suficientemente seguras para garantizar una muerte dolorosa si intentas escapar. Pero hoy... hoy nos observan por puro morbo. Quieren ver qué hace una "pareja" como nosotros.
La idea de estar bajo constante vigilancia me hizo sentir aún más vulnerable
—Pensé que los ángeles eran más... castos—. Dije intentando ocultar mi nerviosismo.
Caelus dejó escapar una risa baja, cargada de ironía.
—Te sorprenderías, cariño. Vamos a darles un espectáculo que no olvidarán. Gírate —me indicó—, te cubriré lo suficiente para que no vean lo que realmente hacemos.
Con torpeza y una oleada de nerviosismo, intenté girar de nuevo, pero las esposas dificultaban el movimiento. Me mordí el labio, frustrada por lo ridícula que me sentía en esa situación. Finalmente, logré cambiar de posición, sentándome a horcajadas entre sus piernas, viéndonos frente a frente. Caelus, que tenía sus manos apoyadas en el suelo, las llevó a mi cintura, atrayéndome hacia él mientras extendía sus alas, creando una especia de capullo cálido a nuestro alrededor.
—Pon tus manos alrededor de mi cuello —me dijo en voz baja—. Finge que me acaricias. Así daremos la impresión de estar besándonos. Prometo que no haré nada.
Mi corazón latía con fuerza. Con las manos temblorosas, seguí sus indicaciones, colocándolas torpemente alrededor de su cuello. Me estremecí al sentir la suavidad de su piel, preguntándome si realmente estaba haciendo esto por voluntad propia o si de alguna manera él me estaba controlando. Pero no, era yo. Era yo quien, por alguna razón, lo obedecía. Mis dedos encontraron su cabello y comencé a acariciarlo lentamente. Para mi sorpresa, era más suave de lo que había imaginado. Caelus, en silencio, se mantenía fiel a su promesa, sus manos permanecían quietas en mi cintura. Mientras mis dedos exploraban las ondas suaves de su cabello, sentí que él, por un momento, se tensaba.
—Por más que repaso tu plan, no logro entender tus verdaderas intenciones. ¿Qué es lo que realmente esperas obtener a cambio? —murmuré.
Caelus sonrió, aunque sus ojos se entrecerraron con una mezcla de diversión y misterio.
—Me muero de curiosidad por saber qué idea te has hecho de mí. ¿Qué crees que busco obtener?
Tomé un momento antes de responder.
—Solo veo que estás provocando caos... ¿es eso lo que quieres?
Él soltó una risilla.
—El caos es un ingrediente importante —concedió.
—¿Y cómo ese caos te acercará a la justicia?
Mientras hablábamos, mis manos, casi sin darme cuenta, comenzaron a deslizarse por sus alas. El suave plumaje era cálido y agradable al tacto, y mis dedos se movieron con delicadeza, explorando y saciando mi curiosidad. Noté cómo su cuerpo se tensaba sutilmente bajo mi toque, y no pude evitar sentir una leve satisfacción al pensar que, por una vez, él también podía sentirse vulnerable. No dijo nada, así que continué acariciándolo en silencio.
—Justicia...—murmuró.
—Sí, mencionaste algo sobre eso antes. ¿Recuerdas?
—Claro... lo... lo recuerdo...
—¿Y bien?
—Celestia... — Caelus bajó la voz, su tono fue más serio esta vez— No tienes por qué saberlo, pero... las alas de un ángel son una zona extremadamente sensible. ¿Comprendes a lo que me refiero, no?
Me sobresalté, retirando mis manos de golpe, llevándolas a mi pecho. Cuando miré su rostro, lo encontré ligeramente sonrojado. ¿Por qué había tardado tanto en advertírmelo?
—Lo siento. Deberías haberme avisado de inmediato —le reproché, aún algo aturdida.
—Lo lamento, fui descarado. Aunque lo disfruté, no era justo si tú no lo sabías.
Sentí cómo el calor subía hasta mi rostro, incapaz de soportar la creciente temperatura, me quité la prenda que me había dado. Mi vestido rasgado volvió a quedar expuesto, y Caelus, siempre oportuno, lanzó visiblemente la vestimenta al suelo, asegurándose de que los observadores invisibles no se perdieran ni un solo detalle. Podía imaginar lo que estarían pensando al otro lado, alimentándose de la narrativa que el ángel tan cuidadosamente había construido.
—Parece que no soy el único que se ha acalorado —se burló con una sonrisa maliciosa.
—Ojalá pudiera siquiera intentar dormir... —murmuré.
—Mis brazos y mi cuerpo están a tu disposición —respondió Caelus, sin asomo de vergüenza en su voz.
Ya no podía soportar más la incomodidad de estar tan cerca de él, así que le indiqué con un leve movimiento que quería girarme nuevamente. Esta vez, no protestó. Me acomodé de manera que mi cabeza descansara en sus muslos, buscando al menos un poco de privacidad. Sabía que estaba tomando una postura más discreta, más cómoda, pero seguía sintiéndome expuesta. Caelus me cubrió con sus alas de nuevo, y aunque su toque no me resultaba tan invasivo como antes, su presencia seguía pesando en mis pensamientos. Las horas pasaban lentamente mientras permanecía allí.
De las siguientes horas que transcurrieron no supe mucho, más allá de perderme en pensamientos abrumadores sobre Cyra y mis queridas almas. Sin embargo, en algún momento desperté y descubrí a Caelus dormido. Su respiración era agitada y entrecortada, parecía profundamente inmerso en una pesadilla, con su entrecejo fruncido y su cuerpo removiéndose inquieto. Tras observarlo durante un rato, abrió los ojos bruscamente. Tenía la mirada perdida, bajo una mezcla de confusión y rabia. No dijo nada, pero sus ojos se clavaron en los míos, encendidos por una furia inexplicable.
Al principio no comprendí qué lo había alterado, ya que no había hecho nada para provocarlo. Inclusive había sido más complaciente de lo que jamás habría pensado ser. Lo vi pasarse una mano por la sien, presionando como si el simple acto de estar despierto lo abrumara. Parecía molesto, incluso irritado, y aunque no entendía la razón, su malestar parecía dirigido hacia mí.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté, con cautela.
No respondió. Seguía mirándome, pero no parecía estar verdaderamente en el lugar. Era como si algo más lo estuviera consumiendo desde dentro, algo que yo no lograba comprender. Su mirada vacilaba, mientras sus dedos temblaban ligeramente. Su silencio, tan distinto de su usual seguridad, me dejó en un estado de inquietud, pero no sabía qué hacer más allá de observarlo en ese extraño trance, aguardando con cautela alguna señal que me indicara que había regresado a la normalidad.
Durante aquel incómodo lapso, el tiempo pareció transcurrir con una lentitud insoportable. Cada segundo se estiraba, como si la celda misma quisiera que el sufrimiento de la espera se alargara eternamente. Desde mi posición, no tenía acceso al contador de la celda, así que no podía saber cuánto faltaba. Lo único que me quedaba era observar a Caelus, aún envuelto en ese extraño estado, sin decir una palabra más. Sus manos no cesaban aquel temblor y su respiración continuaba siendo irregular.
Finalmente, tras lo que me parecieron siglos, el mecanismo de la celda se desactivó, liberándonos.
* * *
Muchas gracias por leer. Si votan y comentan sería muy feliz :)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro