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𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓬𝓪𝓽𝓸𝓻𝓬𝓮

Desde la última vez que había visto a Jo, todo parecía haber cambiado. Nuestro hogar, que alguna vez fue un refugio seguro, ahora estaba disperso en fragmentos por diferentes sitios en el Paraíso.  Aún así, la calidez que sentía ante la presencia de Jo seguía intacta. Al fin y al cabo, yo estaba enamorada de él. 

Cuando Vef me enseñó sobre las emociones y los sentimientos, no tardé en unir las piezas. Jo me hacía sentir de una manera especial, y, aunque intenté desprenderme de esos sentimientos con el paso de los años, nunca pude. Incluso cuando me trataba con indiferencia, seguía aferrada a lo que sentía por él, y el dolor de no poder cambiar nuestra situación me pesaba como una carga constante. Hubo un tiempo en el que creí que él sabía lo que yo sentía y que lo rechazaba, pero su comportamiento ambivalente hacia mí me dejaba llena de dudas. A veces parecía que me quería, y otras, que prefería mantenerme a distancia.

En más de una ocasión, insinuó que hacía todo lo posible por protegerme, aunque nunca me explicó claramente por qué.

Yo lo entendía, hasta cierto punto, pero eso no hacía que doliera menos.

—No sé qué relación o intenciones tiene ese ángel contigo, pero por favor, cuida de ti —advirtió Jo mientras volvía a abrazarme. Me sorprendía lo mucho que buscaba mi contacto físico después de todos esos años de distancia.

—Prometo que volveremos a vernos y que estaré bien. Tú también cuida de ti.

—Estoy seguro aquí, Celestia —aclaró, tomando distancia nuevamente—. Lucius es el ángel al que estoy subordinado. No puedo decir que confíe ciegamente en él, pero me trata con dignidad.

Fruncí el ceño mientras examinaba su aspecto cansado, notando las sombras bajo sus ojos y el peso que parecía llevar en sus hombros.

—Pues parece que te está explotando laboralmente.

Jo soltó una pequeña risilla, y luego, con un gesto tierno, acarició mi mejilla con una de sus manos.

—En realidad sí, pero también es lo que quiero. No habría sobrevivido todo este tiempo si hubiera tenido tiempo para discutir conmigo mismo.

Me intrigaba entender por qué Jo estaba tan atormentado. Siempre había sido alguien que guardaba sus preocupaciones para sí mismo, buscando resolver los problemas sin molestar a los demás. Admiraba su capacidad, pero también sabía que sufría mucho por no pedir ayuda.

—¿Cómo has dicho que se llama ese ángel?

—Oh... es... Caelus. Realmente llevo pocos días conociéndolo, así que no he podido averiguar mucho. —De repente, recordé aquella pastilla que había tomado del frasco que Caelus usaba con frecuencia. No la llevaba conmigo, pero quizás Jo pudiera comprender algo al respecto, así que se lo comenté.

—La administración de píldoras en ángeles no es algo habitual. En almas es más frecuente, porque somos más inestables y aún conservamos un poco de la fragilidad de la salud humana. Sin embargo... tampoco puedo pensar en ninguna píldora con esas características que conozca.

Jugueteé con los dedos, sintiéndome un poco nerviosa. La próxima vez que viera a Jo, tendría que traer esa pastilla.

—Celestia —dijo Jo de repente—, ¿cómo conseguiste que ese ángel accediera a traerte aquí?

Precisamente esa era una pregunta que no podía responder con facilidad. Al menos, no sin inventarme algo.

—Oh, pues...

—Suficiente, debemos volver al trabajo —dijo Lucius al entrar en la habitación con una expresión tan seria que no dejaba espacio para dudas: quería que nos largáramos ya de su lugar de trabajo. Caelus, por otro lado, contrastaba con su actitud, mostrando una sonrisa afable. Una sonrisa en la que no podía confiar y que estaba segura ocultaba intenciones mucho más oscuras.

—Jo es un alma proveniente del hogar de Celestia —explicó Caelus, lanzando una mirada calculada hacia Jo. Sentí un escalofrío al escuchar sus palabras. Debía haber supuesto que Caelus ya había investigado en cuanto mencioné su nombre—. Ella tiene una fuerte conexión con quienes compartieron su pasado. Y tú sabes lo sensible que soy ante los deseos de criaturas tan hermosas.

La expresión de Lucius se transformó en un gesto de confusión, sus cejas fruncidas lo delataban, pero optó por no decir nada. Estaba claro que deseaba deshacerse de nosotros lo antes posible.

—Nos volveremos a ver, mi querido amigo. Necesitaré tu ayuda muy pronto —añadió Caelus con una falsa camaradería antes de que saliéramos de la habitación.

Agradecí que esta vez el ángel eligiera caminar en lugar de volar, pero ese alivio se desvaneció rápidamente cuando volvió a dirigirme la palabra mientras caminabamos en los amplios y luminosos pasillos de las dependencias del Consejo Divino.

—Se aproxima tu primera misión. Mantente atenta.

Sentí que el estómago se me revolvía. ¿Qué me haría hacer? No me sentía preparada para enfrentar nada. Quería pensar que sus comentarios anteriores eran un juego o una especie de prueba. Después de todo, un alma como yo, incluso con mi "don" de resistir la manipulación de los ángeles, no tenía nada que hacer contra ellos. Pero mi esperanza de escapar había renacido al ver a Jo.

—Vamos a casarnos —anunció Caelus de repente, y mis pasos se detuvieron en seco. ¿Era una broma?

—No puede estar hablando en serio...

Caelus puso mala cara, como si le hubiera ofendido mi duda.

—Otra vez con la formalidad —dijo, entrecerrando los ojos—. Te dije que vamos a casarnos.

—¿Pero por qué?

—Es parte de mi plan.

—Si tan solo me lo explicara... Podría entenderlo o, al menos, intentarlo.

—Me siento realmente herido. Cuando estabas con él, tus ojos brillaban, pero conmigo...

—¿Se está burlando de mí? —protesté. Él había retomado la marcha, y yo me apresuré para alcanzarlo.

—Es solo un espectáculo, Celestia. No vamos a casarnos de verdad. Solo haremos enfurecer a unas viejas criaturas divinas. Debes seguirme el juego.

Las palabras de Caelus resonaban en mi mente mientras luchaba por mantener la compostura. Me costaba demasiado aparentar docilidad. Cada vez que hablaba, tenía que recordarme la promesa que me había hecho a mí misma: mantener la calma, jugar su juego, ganarme su confianza. O al menos hacerle creer que no me atrevería a traicionarlo.

—¿Qué quieres que haga exactamente? —pregunté, sin poder ocultar del todo mi nerviosismo.

Caelus me miró con esa sonrisa que siempre me resultaba desconcertante.

—¿Te has enamorado alguna vez, Celestia? —Su pregunta me tomó por sorpresa, y vacilé antes de responder con un asentimiento de cabeza—. Entonces evoca esos sentimientos y actúa como si estuvieras loca de amor por mí. Entraremos tomados de la mano; eso los irritará aún más.

Sentí un nudo formarse en mi estómago ante su plan. No podía evitar pensar en las posibles consecuencias.

—¿No hará esto que quieran acabar conmigo? Tú eres un ángel, yo solo soy un alma divina. Si los molestamos, es evidente a quién atacarán primero.

Caelus se detuvo y, con un tono sorprendentemente suave, respondió:

—Cualquiera que se atreva a tocarte tendrá que enfrentarse conmigo primero. No permitiré que nadie te haga daño. Tienes mi palabra.

Sin dejar de caminar, extendió su mano hacia mí. Dudé por un instante, pero al final la tomé.

—Hagámoslo, pero cuando esto termine, debemos seguir con mi plan.

—Lo tengo presente, mi querida Celestia. Ahora ven conmigo.

Me guió a través de los pasillos, que se extendían interminables y vacíos. No había rastro de otros ángeles ni almas, solo un eco distante que resonaba con cada paso. Pasamos junto a varias puertas, cada una de ellas cerrada y enigmática. Finalmente, llegamos a una puerta dorada, adornada con intrincadas inscripciones que rezaban "Solicitudes Excepcionales". La superficie dorada parecía irradiar una luz propia, un resplandor cálido que contrastaba con la frialdad del lugar.

Caelus, con un gesto inesperadamente tierno, acarició mi mano entrelazada con la suya, acercándose para susurrarme al oído:

—Vas a ver cosas que jamás has visto antes. Necesito que finjas no saber nada. Actúa con naturalidad, como si nada fuera anormal.

Sus palabras me dejaron confundida, pero asentí, mientras mis pensamientos intentaban darle sentido a todo aquello.

Al cruzar el umbral, la sala nos envolvió en penumbra. Solo una luz flotante de origen incierto iluminaba el espacio, proyectando sombras que parecían cobrar vida en las paredes. Fue en ese instante cuando vi lo que Caelus me había advertido: criaturas monstruosas, sentadas en enormes sillas, con alas extendidas que parecían tocar el techo. El terror me golpeó como una ola fría. Apreté con fuerza la mano de Caelus, sintiendo cómo mi corazón martilleaba en mi pecho. Tenía que mantener la calma, fingir que no veía aquellos horrores, tal como él me había pedido.

—Caelux Fero —tronaron las voces de las criaturas al unísono, un sonido tan profundo y reverberante que sentí que el suelo temblaba bajo mis pies. Aquellas bestias aladas, cuya existencia desconocía hasta ese momento, hablaban mi lengua. Fijé mi mirada en un punto más allá de ellas, tratando de ignorar el miedo que amenazaba con consumir cada fibra de mi ser.

—Divinos primeros consejeros, agradezco que hayan aceptado mi audiencia —dijo Caelus, inclinándose levemente en señal de respeto. Siguiendo su ejemplo, hice lo mismo, aunque el movimiento fue torpe debido a que aún manteníamos nuestras manos entrelazadas.

—No bromee ante el primer consejo—respondió una de las voces, con evidente irritación—. No pudimos declinar su solicitud, lamentablemente.

—No les quitaré mucho tiempo —replicó Caelus con una sonrisa suave—, si es que aceptan mi propuesta.

Caelus se enderezó, su sonrisa se desvanecía mientras sus ojos escudriñaban a las figuras monstruosas que nos rodeaban. Ya entendía que aquellas bestias no eran sino otra cosa más que ángeles, y suponiendo que mis ideas estaban en lo cierto, se trataría probablemente de la verdadera forma de los ángeles. Era terrorífico.

Los ángeles consejeros, con sus alas gigantescas y cuerpos deformados, se mantenían en silencio. La luz flotante, que apenas iluminaba la sala, proyectaba sombras grotescas en las paredes, haciendo que las figuras de las criaturas divinas parecieran aún más amenazantes.

—Como han de suponer—comenzó Caelus con voz firme—, no he venido aquí solo para pedir una solicitud trivial. Lo que deseo tiene que ver con algo mucho más profundo... algo que toca el corazón mismo de nuestra existencia. —Hizo una pausa, dirigiendo una mirada significativa hacia mí antes de continuar—. Se trata de amor.

Un murmullo sibilante recorrió la sala, como si las criaturas que nos rodeaban discutieran entre sí en un idioma incomprensible. Las alas de los ángeles se agitaron ligeramente, haciendo que el aire en la sala se volviera denso y pesado. La tensión era palpable, pero Caelus no parecía intimidado en lo más mínimo.

—¿Amor? —la voz de uno de los consejeros resonó, cargada de escepticismo. Sus ojos brillaban con una intensidad feroz, como si intentara desentrañar las verdaderas intenciones de Caelus—. Hablas de un sentimiento reservado para seres inferiores, ¿por qué nos interesa?

—Porque es precisamente ese amor el que ha cambiado todo para mí —respondió Caelus—. He encontrado en esta alma divina algo que jamás había experimentado en mi existencia inmortal. Me ha tocado de una manera que ningún otro ser ha logrado, y es por eso que deseo unir mi destino con el suyo.

Apreté más fuerte la mano de Caelus, mientras mi mente se debatía entre el desconcierto y el miedo. Sabía que todo esto era parte de su plan, pero la convicción en su voz y la seriedad con la que hablaba me inquietaban enormemente. ¿Si era capaz de mentir de esa forma frente a Ángeles poderosos, cómo no iba a ser capaz de hacerlo conmigo?

—Y para consumar este amor —continuó Caelus—, deseo casarme con Celestia. Tal como piden las costumbres de su especie original humana, y las mías propias, de ángel.

Las criaturas aladas se miraron entre sí, sus rostros monstruosos expresaban una mezcla de incredulidad y desdén. Uno de ellos, más imponente que los otros, se inclinó hacia adelante, su voz retumbó llenando la sala.

—Caelux Fero, ¿crees que puedes burlarte de nosotros con esta ridícula historia de amor entre un ángel y un alma divina? —la criatura chasqueó la lengua, emitiendo un sonido áspero que reverberó en mis oídos—. Hemos oído los rumores que circulan sobre la reciente pérdida de cordura que sufres... Es una enorme pena, tratándose de un ángel como tú. 

Caelus mantuvo la compostura, aunque sus ojos se oscurecieron por un momento, dejando entrever su impaciencia. Se suponía que yo también tenía que actuar, pero estaba helada y expectante a la discusión que él mantenía con los ángeles.

—Basta, por favor—susurré, quería salir pronto de allí, estaba en verdad aterrada—por favor, Caelus, ya basta. 

Caelus notó mi creciente nerviosismo, y por un momento, su expresión se suavizó. Sin decir una palabra, me tomó delicadamente por los hombros, acercándose con una ternura inesperada. Sentí el calor de su aliento antes de que depositara un beso suave y lento en mi cuello. El contacto fue tan sorpresivo que, por un instante, el mundo a nuestro alrededor pareció desvanecerse. Mi corazón latía con fuerza, y una corriente de emociones contradictorias se arremolinaba en mi interior.

Este gesto, tan íntimo y fuera de lugar en aquel entorno, se llevó a cabo bajo las miradas escrutadoras de los ángeles del Primer Consejo. Sus ojos, llenos de juicio, seguían cada uno de nuestros movimientos. No eran simplemente seres divinos; eran abominaciones cuya apariencia desafiaba cualquier noción de belleza o lógica. Uno en particular capturó mi atención. Tenía un rostro con múltiples ojos de tamaños desiguales, parpadeando al unísono, mientras su cuerpo se retorcía en espirales de carne y plumas negras. Sus alas, con huesos expuestos, se extendían de manera amenazante, rozando el suelo con puntas afiladas.

—Mi amada se siente razonablemente abrumada con esta conversación. Así que dejaremos esto hasta aquí por hoy —anunció Caelus, su tono fue firme y severo.

Una de las criaturas, que había estado en silencio hasta entonces, se pronunció, y su voz resonó con una autoridad que superaba a la de las demás. Su presencia era aún más terrorífica que la de cualquiera de los otros. Su rostro parecía una amalgama de formas distorsionadas, con una boca en forma de rendija que se extendía hacia los lados, revelando filas de dientes afilados. Sus ojos, ardientes como brasas, se clavaron en nosotros, mientras su cuerpo se componía de extremidades serpentinas que se agitaban sin descanso.

—Consideraremos tu solicitud, Caelux Fero —dijo con una voz profunda, que parecía vibrar en el aire—. Pero no te equivoques. Si descubrimos que tus intenciones son menos puras de lo que afirmas, las consecuencias serán graves. Y créeme, no dudaremos en castigar a tu querida alma si es necesario.

Sentí un escalofrío recorrer mi columna, y por un instante, me costó mantener la expresión neutra que Caelus me había pedido. Sin embargo, la presión de su mano sobre la mía me brindó la fortaleza necesaria para seguir adelante.

—¿¡Cómo es posible!? —interrumpió otra voz, llena de rabia y desprecio. Era gutural, absolutamente inhumana—. ¡Qué sacrilegio! Algo así jamás debe permitirse. Ni siquiera debería ser considerado. Me opongo tajantemente.

—Baltazar... —intervino otro ángel con un tono de advertencia—. No decidiremos nada todavía. Retírense.

Sin más palabras, Caelus me condujo fuera de la sala, sus dedos nunca habían dejado de estar entrelazados con los míos. Aún sentía el peso de las miradas inquisitivas de los ángeles monstruosos sobre nosotros, y las amenazas que habían dejado en el aire seguían pendiendo como una espada sobre nuestras cabezas.

No entendía cuál había sido el propósito real de Caeulus con todo esto, pero algo en su expresión me decía que había resultado exitoso en sus objetivos. 

***

Nota: 

La semana pasada no actualicé. Estaba con dudas sobre qué camino seguir en la historia, pero weno, creo que va bien. Gracias por quien sea q esté leyendo, de verdad lo aprecio mucho <3 

Por favor comenta, un emoji o lo q sea, me hace feliz saber q hay gente interesada. 

XOXO 

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