
𝓐𝓷𝓽𝓮𝓼 𝓭𝓮 é𝓵: 𝓼𝓮𝓲𝓼
Petunia, mi querida cuidadora, se volvía con el paso de los años un alma más triste. La observaba todos los días, en cada momento que compartíamos. Aunque sonreía, había algo en sus ojos que delataba pena y temor. Pensaba que, al igual que yo, ella recordaba a Jo y que lo extrañaba mucho. O quizás tenía presente en sus pensamientos que, en cualquier momento, cuando los ángeles así lo decidieran, Bimba o Vef se marcharían.
Un día me atreví a preguntarle. Rompí ese cuidado que había decidido mantener para no abrumar a las almas en mi hogar con mis preguntas. Necesitaba saber qué pasaba y cómo podía ayudar.
—¿Cuántas almas has cuidado, Petunia? —estábamos preparando juntas la nueva habitación, que antes era de Jo y que en los próximos días pasaría a ser de una nueva alma. La situación no era nueva para Petunia, pero sí para mí.
—No demasiadas, tú eres la número nueve —respondió con tranquilidad.
—¡Entonces es perfecto! —Petunia no entendió el porqué de mis palabras, pero yo rápidamente lo aclaré, acercando un cuaderno de hojas vacías y un bolígrafo—. Haremos un registro, así podrás revisarlo siempre que desees y disfrutar del sentimiento de nostalgia. Tendrás que describirme a las almas anteriores, y yo las dibujaré.
—¿Un cuaderno de registro? —Petunia dejó a un lado lo que estaba haciendo y me prestó mayor atención—. Los ángeles son quienes llevan registro, Cel. No sé si sea adecuado que haga esto.
—Tranquila, hacer esto no está en contra de las reglas. No lo dice en ninguna parte.
—Ya, pero sabes cómo son...
—Ellos no tienen por qué saberlo, no pueden saberlo todo —dije, notando la falta de cuidado en mis palabras. Me mordí la lengua al recordar mis travesuras; sin querer, siempre terminaba siendo irresponsable y rebelde.
—Es lamentable...
Miré con duda a Petunia. Ella parecía tranquila, como siempre, pero también abrumada. Quizás la estaba incomodando.
—No hay que hacerlo si no quieres, es solo una idea —aclaré.
—Me encanta tu idea, Cel. Sin embargo, no recuerdo a las demás almas... Sé que pasaron por aquí, sé que tú eres la número nueve y la última hasta el momento, pero nada más.
Levanté ambas cejas, sorprendida. No tenía mucho sentido. Petunia había cuidado de almas desde su llegada y eso representaba un tiempo considerable.
—¿Y sus nombres? —insistí. Petunia se mostró acomplejada. Se formaron arrugas en su frente y luego negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no recuerdo nada —luego se encogió de hombros—. Tal vez es porque así lo desean los ángeles.
Pensar en esa probabilidad me hizo sentir enojo. Petunia no era un alma enferma, al contrario, era muy sana. Cuidaba de otros, era fuerte, amable, y muy lista. No tenía sentido que no pudiera recordar, por lo que solo quedaba claridad de que se trataba de las criaturas divinas.
—Como sea —dije—, en tal caso, tendremos que empezar haciendo la diferencia desde ahora. La primera página será sobre Jo. ¿Qué te gustaría que pusiéramos en su descripción?
—¿Jo? —Petunia arrugó todavía más la frente, con los ojos bien abiertos, me miró y se mantuvo pensativa, como si no reconociera a Jo. Eso debía ser una broma.
—Sí, Jo—insistí. Había pasado un año desde su partida. Ella había soportado mis llantos y suplicas porque volviera durante meses.
—Jo...
Petunia se quedó pensativa. No dijo nada. Después continuó con las labores que estaba haciendo. Yo no seguí ayudando; en cambio, me dediqué a hacer un rápido retrato de Jo. No terminaba de creer que ella no lo reconociera, imaginé que solo estaba jugando conmigo.
—Este es Jo, nuestro Jo—le mostré mi retrato, aunque no le hacía demasiada justicia al Jo original. Vef decía que dibujar se me daba bien, pero yo tenía mis dudas.
—Deben querer que lo olvide pronto...—Petunia soltó un suspiro de alivio que no comprendí; su comportamiento me llenaba de preguntas—. Si es la voluntad de los ángeles, debo respetarla.
—¿Por qué querrían que olvidaras a Jo?
Petunia se encogió de hombros—. No lo sé, tal vez desean que mis pensamientos solo se concentren en las almas que cuido ahora.
—Entonces el cuaderno es realmente importante—dije con determinación.
Habíamos estado pasando mucho tiempo juntas esa última semana. Mis prácticas habían terminado y estaba a un mes de ser reconocida oficialmente como cuidadora de almas. Tal vez me quedaría con Petunia, o tal vez no, pero estaba segura de que ese sería mi destino.
Con Bimba y Vef había ocurrido algo extraordinario. Les habían autorizado a conformar un nuevo hogar, solo ellos dos. Probablemente les asignarían una nueva alma también. Serían como una familia humana, lo cual era extraño y asombroso. Yo imaginaba que Jo, de algún modo, había intervenido para que eso fuera posible, al igual que me había salvado del contacto con los ángeles durante todo este tiempo.
Lo de Bimba y Vef aún estaba en fase experimental. Los ángeles estaban probando nuevas formas de organización para las almas, pero la única dificultad era que esos experimentos se llevaban a cabo en la plataforma número tres, por lo que ya no los veríamos más.
—Siento que ya no puedo entender a los ángeles—susurré, mientras continuaba con mis dibujos. Había comenzado a retratar a cada uno de nosotros y a adjuntar una pequeña descripción sobre cada uno.
—No es nuestra tarea entenderles, Celestia. Solo debemos ocuparnos de nuestras responsabilidades.
—Nos ordenan cosas y esperan que sigamos todo al pie de la letra. No piensan en cómo nos sentimos, ni siquiera saben lo que realmente queremos.
Sentía que me volvía infeliz. Mi hogar se estaba desmoronando. Eran cambios que no quería. A mi alrededor, todos intentaban calmarme, decirme que no me preocupara, que todo estaría bien, que todo era normal y que aprendería a continuar en la realidad que me tocaba.
De pronto, más dudas empezaron a invadir mi mente.
—Petunia... ¿Qué crees que ocurriría si Bimba y Vef se negaran a marcharse de nuestro hogar?
Ella me observó con seriedad, parecía no creer lo que le estaba preguntando.
—No está permitido oponerse a los deseos de los ángeles, eso ya lo sabes.
—Sí, lo sé. Pero, ¿qué es exactamente lo que les pasaría?
Petunia bajó la mirada, sus ojos se nublaron con una tristeza que parecía antigua, casi eterna. Su silencio se prolongó, llenando el espacio entre nosotras de una tensión palpable.
—Los ángeles no toleran la desobediencia —respondió finalmente, con voz queda—. Las almas que se resisten a sus designios... bueno, desaparecen. No mueren, porque aquí ya estamos todos muertos, pero se desvanecen, como si nunca hubieran existido.
Mis manos temblaron al escuchar esas palabras. La idea de que Bimba y Vef pudieran desaparecer era insoportable. En el fondo, ya conocía esa respuesta; llevaba casi diecinueve años existiendo en el paraíso. Sin embargo, quería creer que para almas tan obedientes como Bimba y Vef, las cosas podrían ser distintas. Pero los ángeles no tenían ningún tipo de compasión ni consideración.
—Los ángeles tienen poderes que nosotros no entendemos —continuó Petunia—. Su voluntad es ley, y cualquier desafío a esa ley tiene consecuencias severas.
—¿Pero por qué? —insistí, eran más preguntas para mí misma. Sabía que no tenía sentido reflexionar sobre ello, no había algo que yo pudiera hacer para cambiarlo—. ¿Por qué necesitan que nos olvidemos de los demás? ¿Por qué borrar recuerdos y separarnos?
Petunia se acercó a mí y me tomó de las manos, sus dedos eran cálidos y firmes. Sentí un nudo en la garganta. ¿Cómo podía encontrar paz en un sistema tan cruel? ¿Cómo podía aceptar que los recuerdos de aquellos que amaba fueran borrados? Si yo iba a seguir el mismo destino que Petunia, como cuidadora de almas, lo más seguro era que yo también terminara olvidándolo todo en el futuro.
—No quiero olvidarlos —susurré—. No quiero que Bimba y Vef desaparezcan. Ni que Jo sea solo un borrón en mi memoria.
—Lo sé, querida —dijo Petunia con dulzura—. Pero a veces, no tenemos elección. Quizás, Celestia, los ángeles creen que así es como debemos encontrar la paz. Al liberar espacio en nuestros corazones y mentes, tal vez piensan que podremos dedicarnos completamente a nuestras tareas y a las nuevas almas que llegan. Es posible que sea su manera de asegurarse de que el orden se mantenga.
Esa noche, me encerré en mi habitación con el cuaderno y el bolígrafo. Dibujé a Jo con todo el detalle que mi memoria me permitía. Luego, empecé a escribir todo lo que recordaba de él: su risa, sus historias, cómo me hacía sentir segura. Cada trazo y cada palabra eran mi resistencia silenciosa contra el olvido impuesto por los ángeles.
Aquel día me juré a mí misma que no olvidaría de nadie. Mis maestros, mi hogar, Cyra. Lo recordaría todo. Los recuerdos presentes eran mi tesoro más preciado. Un alma sin recuerdos pasados no podía darse el lujo de perder algo como eso.
—Nuevamente está divagando en los recuerdos, ¿no es así?
Volví a la realidad. Con aquel ángel que me acechaba, el mismo que me había robado del cuidado de mi hogar. En su jaula de cristal, mi único consuelo para no perder la cordura eran mis recuerdos.
—Puedo hacer que las cosas sean más sencillas, si está de acuerdo —su sonrisa se hizo más grande y maquiavélica, parecía que tenía solo colmillos y que estaba listo para lanzarse a morderme—. Solo tiene que pedirlo.
—No se atreva a tocarme.
Se largó a reír, una carcajada que resonó como campanas en la habitación. Realmente se divertía mucho conmigo. Cualquier cosa que yo hiciera terminaba complaciéndolo. No entendía cómo haría para que el ángel se hartara de mí.
—Usted es el juguete más difícil que he tenido. Me fascina.—Sus ojos brillaron con un destello travieso, disfrutando de cada segundo—. Regrese a la realidad, señorita. Usted está conmigo a partir de ahora.
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Las actualizaciones serán cada domingo a partir de ahora C:
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