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↳ 𝐞𝐬𝐭𝐫𝐞𝐜𝐡𝐞𝐳 𝐝𝐞 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨́𝐧 ▎𝗔𝗧𝗧𝗨𝗠𝗔

𝘼𝙏𝙏𝙐𝙈𝘼

𝘦𝘴𝘵𝘳𝘦𝘤𝘩𝘦𝘻 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 — 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘳𝘪𝘴𝘪𝘰𝘯𝘦𝘳𝘰𝘴

“ ⁿᵒ ᵗᵉ ᵖᵃʳᵉˢ ᶠʳᵉⁿᵗᵉ ᵃ ᵐⁱ

ᶜᵒⁿ ᵉˢᵃ ᵐⁱʳᵃᵈᵃ ᵗᵃⁿ ʰⁱʳⁱᵉⁿᵗᵉ ”

𝐍unca fuiste la mayor fan de Namor. Entendías perfectamente las razones del rey de Talokan y sobre todo entendías su manera de pensar, porque la compartias. Tú también creías fielmente en proteger a Talokan sobre todas las cosas, también pensabas que la ciudad y su gente eran lo más importante... Pero no podías, bajo ninguna circunstancia, apoyar las acciones de Namor.

¿Declarar una guerra a la superficie? Si algo te había enseñado la historia es que en las guerras mueren todos. Los bueno, los malos y los inocentes. No era ético ni moral ir e iniciar una guerra a seres que ni siquiera sabían de su existencia. Te negabas a poner en riesgo a personas inocentes en las tierras de la superficie y te negabas aún más a poner en riesgo a la gente de Talokan, a tu gente. A tu familia, a tus amigos, a Attuma...

Oh, Attuma.

Si había una razón para que siguieses en las filas de Namor, era Attuma. Aquel general de corazón frío por el que pondrías las manos en fuego sin ni siquiera pensarlo. Te uniste al ejército de Talokan persiguiendo los ideales con los que fuiste criada, pero tu único motivo actual era él; aquel que no veía más allá de las órdenes de un líder cegado y peligros inexistentes.

Aquel que en ese preciso momento te miraba con suma molestia en sus ojos.

—¿Cómo puedes pensar siquiera en traicionar de esa forma a Talokan? —Preguntó, con amargura y hasta un poco de desprecio en su rasposa voz.

Tu estabilidad flaqueó. Solías olvidar con facilidad lo tremendamente imponente que era Attuma. Todo su cuerpo tenso en señal de rechazo y esa mirada que conseguiría romper a cualquiera. Si no estuvieses tan segura de tu posición, ya habrías abandonado la postura y desistido.

—No es una traición a Talokan —Conseguiste encontrar tu voz y sorprendentemente, hacerla oír—. Me conoces, me conoces desde que soy tu alumna y sabes que jamás haría algo así. Mi vida es Talokan y precisamente por eso te digo que todo eso que Namor planea es una locura. Una locura que pone en riesgo esta ciudad.

Te miró con incluso más desprecio que antes. Había una sorpresa alojada en esos oscuros iris, como confusión y dolor. Parecía que lo que oía le sonaba a locura, a técnicamente deserción y traición. No era una sorpresa, Namor podía ser muy convincente y tú pudiste ver de primera mano como Attuma absorbió sus ideas.

Ahí, en la profundidad del mar, entre las piedras marinas y el inmenso azul, Attuma logró verse incluso más imponente que el mismísimo mar. Se acercó minimamente a ti, conservando la distancia que una conversación de ese tipo requería, transmitiendo quizá más de lo que hubieses querido.

—Talokan está escondido, sin contar que tiene los mejores guerreros. Tú lo sabes porque eres parte de esos guerreros. —Argumentó, dejando en claro su disgusto.

No supiste por qué, pero de pronto la necesidad de que él te entendiese se volvió gigante. Tenías ideales tan claros y fijos, que el no defenderlos sería una verdadera traición a ti misma, incluso si eso significaba enfrentarte a Attuma.

—¡Son inteligentes, Attuma! Tienen recursos, tienen personas que podrían, si quisieran, encontrar nuestra ciudad. Te recuerdo que no somos los únicos que saben pelear, y no importa que tan bien lo hagamos, la gente de la superficie también tiene un ejército. —Explicaste.

Él seguía sin entenderte.

—Namor no haría algo que nos pusiese en peligro, pedirá ayuda a Wakanda... —Intentó hablar, pero no lo dejaste continuar.

—¡Namor está cegado! —Elevaste la voz —Y tú también. Eres un tonto si piensas que algo bueno saldrá de una guerra.

Eso pareció ofenderle en extremo.

—No te pases de la raya, niña. —Te apuntó con el dedo.

Te mordiste la lengua. A pesar de todo, seguía siendo tu general. Mayor que tú, con más rango que tú y sobre todo, más importante -en todos los sentidos- que tú.

Attuma giró la cabeza, observando Talokan brillar. Se veía enfadado, muy enfadado. Tardó varios segundos en devolverte la mirada, y cuando lo hizo, hallaste en ella una dolorosa decepción hacia tu persona que dolió más que cualquier guerra posible.

—Al final eres solo eso, una niña. Una niña que no entiende nada y sobre todo, no tiene lealtad.

Esas palabras dolieron. Dolieron profundamente. Llegaron hasta lo más hondo de tu corazón y te apuñalaron. Te dijo, en pocas palabras, que no valias nada.

Y quizá dolieron más porque sabías que lo decía viniendo de su postura cegada. Dolió porque antes de elegir escucharte, prefirió seguir órdenes.

—Tú quieres apoyar una guerra, una guerra donde gente que no tiene ningún tipo de mala intención, morirá. Tú quieres poner en peligro a Talokan y a ti mismo, ¿pero yo soy la que no entiende nada? —Reclamaste, dejando que todo dolor absoluto se oyese en tu voz.

Él, por un segundo, pareció empatizar contigo. No era reacio a tu dolor, nunca lo había sido del todo.

—No pondremos en peligro a Talokan... —Por segunda vez en toda esa conversación, Attuma fue interrumpido por ti.

—¡Si lo harán! ¡Lo harás! Te pondrás en peligro a ti mismo, te expondrás pelear con un enemigo que no conocemos —Tu voz amenazó con romperse —... Es que tú no entiendes Attuma, ¿Cómo te hago comprender que si algo te ocurre... —No pudiste continuar, no fuiste capaz de decir lo demás.

Habías luchado días por no tener esa imagen en la cabeza, pero el mencionarlo frente a él lo hizo tan real y palpable que fue aterrador. Conocías a esos tales superheroes de la superficie, ahora también conocías a los wakandianos, imaginar la sangre de Attuma en alguna de esas manos te lastimaba a niveles que él nunca podría comprender.

Una guerra sin sentido no valía la muerte del hombre que tenías en frente.

Terminaste escondiendote, negandote a mostrar lo mucho que dolía la imagen mental que ahora no podías sacar de tu mente.

Finalmente, tu general entendió todo. O por lo menos una gran parte. Y eso solo lo hizo verse, en su propia perspectiva, como un verdadero patán.

Quizá no lo demostrase, pero cualquier sentimiento que tuvieses por él, era correspondido. No era una persona que pudiese permitirse cosas tan personales como el amor, al final este mismo era un peligro y una debilidad. Sin embargo, si algo tan puro como el amor podía llevar a existir en un hombre como él, era seguro que tú eras la dueña y responsable.

Inseguro, se acercó a ti, al pequeño desastre de emociones que eras. Escondida en la palma de tus manos, en cuclillas. Attuma bajó a tu altura, tomando tus manos y dejando ver la cara que en la soledad de sus pensamientos permitió admirar muchas veces.

Sus ojos se encontraron, ambos pares compartiendo sentimientos parecidos.

—¿Desapruebas las ideas de Namor por miedo a que algo me suceda? —Preguntó, sin poder evitar ser directo.

Evitaste mirarlo, girando tu cara. Esa fue la respuesta a tu pregunta.

Soltó tus manos y llevo las suyas a tu cara, obligandote a mirarlo. Sus manos, grandes y ásperas, pero extrañamente cómodas. Sus ojos, oscuros, pero llenos de devoción.

Ese contacto tan personal consiguió calar profundo en ti.

—Mi niña... Mi preciosa niña.

No se atrevió a decir nada más, porque su postura no había cambiado. De hecho, nada más allá de la empatia creciente en él había cambiado. Aún así, sus últimas palabras estuvieron cargadas de emociones que jamás pensaste él podría transmitir.

Te besó, te besó como única manera de comunicarse sin seguir peleando por sus diferentes ideas. Un beso que inició suave, reflejando sus ganas de cuidarte, pero conforme fue avanzando se llenó de la pasión que ambos deseaban tan profundamente. Años de conocerse, de guardar sentimientos que salieron tan fácilmente luego de pelear por cosas que ni siquiera parecía tan relevantes ahora que sólo podías pensar en lo bien que sus labios se sentían sobre los tuyos.

Nunca estarían de acuerdo. Él, terco y leal a Namor. Tú, fiel a tus ideales y a ti misma. Solo les quedaba ese beso, no tenían nada más.


t amo Attuma y t amo Alex Livinalli, por supuesto que el primer shot le pertenecía.

—𝙸𝚜𝚛𝚡𝚓𝚒

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