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Versículo undécimo

Iluminados únicamente por la luz de la luna en plena noche y en los tejados de los edificios de Raguel, se desplazaban con ligereza, saltando entre edificios sin esfuerzo alguno y corriendo a una velocidad de infarto, cuatro figuras encapuchadas y rodeadas de lo que parecía ser un aura oscura y voluminosa. Dos chicas y dos chicos, era lo único que lograba apreciarse gracias a sus figuras, aunque no era algo que resaltase a simple vista, pues tal era la poca luz que sus ropajes negros se camuflaban con el cielo.

Una de las chicas, la más alta, bajó de un salto desde uno de los tejados a la cornisa de ese mismo edificio y lo usó para propulsarse a la torre una estructura bastante más alta, que si bien no tenían muy claro qué clase de lugar era, poseía una forma de iglesia tan reconocible que no dudaron ni un momento en que se tratase de eso. Daba igual de todos modos, pues su objetivo se encontraba mucho más adelante.

- El alcantarillado no queda demasiado lejos - Mencionó uno de los chicos, llegando al lado de la otra figura y levantándose la capucha para respirar un poco de aire fresco, pues sabía muy bien que sus siguientes movimientos serían más que decisivos. De todos modos, el pelo castaño de Sorin no resaltaba demasiado en tal plena oscuridad. - Así que, no solo es allí donde le tenderemos la emboscada a Gula, sino que también es el lugar de transición más rápido y seguro entre Raguel y el refugio al que nos dirigimos, ¿me equivoco?

- Pues sí, eso es bastante acertado - Dijo otro chico más joven, otra de las siluetas, que había aparecido allí de un salto junto a la última figura que faltaba. Eran Alec y Verena, que aunque los más jóvenes e inestables del grupo, eran una pieza clave en el plan de Abu para acabar con el gobernante del pueblo. - Ahora mismo se debería estar llevando a cabo una quema de brujas en la plaza, por lo que la seguridad estará incrementada pero también muy concentrada por allí. Nuestro único desafío es que tenemos que pasar por medio sin ser descubiertos, una vez hecho eso nos separamos en grupos de dos y podremos empezar a movernos.

- ¡Ay, menuda aventura que nos espera! - Exclamó Verena para luego echarse a reír como una completa desquiciada. Era la única de todo el grupo que tenía las armas listas para atacar, pues las tijeras llegaban a parecer más una extensión de su brazo que un arma en sí. Tampoco importaba tanto como si Sorin desenvainase la espada, pues unas tijeras son casi invisibles a esa altura. - ¡No sabéis cuántas ganas tengo de saborear la roja sangre de esos asesinos!

- No sé si me dan más miedo los Cazados o ella... - Pronunció Claire mientras Sorin sonreía y se volvía a colocar la máscara. - Por cierto, estos trajes son muy útiles, ¿es lo que llevabas cuando nos vimos por primera vez? - Dirigiéndose al menor de todos.

- Esos trajes y este transmisor de audio que lleváis pegado al oído son de los mejores inventos de su madre - Se escuchó de pronto la arrugada voz de Abu en el oído del grupo de cuatro integrantes, algo distorsionada pero no lo suficiente como para llegar a ser incomprensible, y tan baja y pegada a sus oídos que nadie más podía llegar a escucharlo salvo ellos mismos. - Reducen el peso gravitacional y te envuelven en un aura negra perfecta para esconderse, es solo uno de los muchos inventos que ella ha creado a lo largo de su vida. Se pasa todas las noches encerrada en su habitación, fabricando copias mejoradas y nuevas invenciones que puedan ayudar a los pequeñajos a seguir trayendo alimento a casa.

Una pequeña mueca de compasión se formó en el rostro de Sorin, aunque Alec y Verena parecían tener tan asimilada la situación con su madre que ni siquiera se inmutaron cuando fue mencionada, y en su lugar continuaron avanzando como si nada, saltando de un tejado a otro, perdiéndose rápidamente en el espesor de las sombras... Claire, por su lado, se quedó quieta, en silencio, pensativa, mirando el oscuro horizonte.

- ¿Qué es la quema de brujas? - Preguntó de repente, ahora fijando su atención en Sorin, quien tragó saliva. Debería haberse imaginado que preguntaría algo como eso, al fin y al cabo, la curiosidad de la chica nunca podía ser satisfecha. No lo veía como algo malo, pero no quería que eso afectase en la misión. Su expresión se endureció levemente, aunque tras tragar un poco se saliva, decidió que lo mejor era responder, ya que tenían que pasar por el lugar de todas formas.

- Es un ritual... - Comenzó Sorin con una voz grave y tranquila. - No se lleva a cabo solo en Raguel, sino también en todos los pueblos exceptuando los que pertenecen al anillo de la Lujuria. Como ya sabes, una buena parte de las chicas que se convierten en Sobras acaban vendiendo sus cuerpos por una miseria de monedas de oro. También ocurre con otras personas, casi siempre mujeres, como Siervas o Amantes ilegales o Sirvientas que comercian con ellas. Se las consideran impuras, no merecedoras de la gracia de Dios, y sirviendo tanto como castigo como espectáculo, las queman vivas en una cruz durante las quemas de brujas.

Claire tragó saliva, el horror podría reflejarse en sus ojos si la capucha que llevaba puesta no los tapara. Ella estuvo a punto de convertirse en una Sobra, esa misma semana habría sido el Evento y si ella no salía elegida, muy posiblemente su futuro se hubiese visto limitado por aquella cruz y aquel fuego. Siempre supieron en el convento que era pecado que una mujer se prostituyera, pero quemarlas vivas... le parecía algo demasiado atroz.

A pesar del nudo que había en su garganta, estaba dispuesta a hablar y a gritar si era necesario por lo que ella consideraba una injusticia, pero la voz de Alec les llamó la atención primero, cortando el tenso silencio que se había formado entre ellos.

- ¿Qué hacéis allí parados? - Preguntó agarrado a la ventana de una de las casas del frente. - ¡No hay tiempo que perder, la quema de brujas no va a durar demasiado!

Verena también apareció en la esquina del edificio, y aunque su figura era apenas visible en la oscuridad, su risa psicótica siempre hacía acto de presencia y, sin duda, era irreconocible.

- ¡¿Ya vais a poneros dramáticos?! ¡Vamos, vamos, que quiero ver ya la cara de esos cabrones cuando mis tijeras derramen la sangre que esconden las venas de sus cuellos!

Sorin le lanzó a Claire una rápida mirada con una ligera sonrisa, manteniendo un poco de diversión, pero también de compasión y advertencia sobre lo que estaban a punto de vivir.

- Lo sé, es mucho - Dijo antes de que ella pudiese articular palabra. - Y créeme, quemar personas vivas no es lo peor que son capaces de hacer, así de crueles son los humanos cuando se les da libre albedrío. Pero no podemos detenernos - Dio un ligero suspiro y luego volvió a ponerse la capucha, girándose de nuevo para mirar al oscuro horizonte y extendiendo la mano hacia la chica. - Esto es por lo que estamos luchando, Claire. Cuando todo esto acabe, cuando tú y yo estemos a salvo en un refugio, podremos llorar todo lo que queramos por quienes mueren para que nosotros vivamos. Pero mientras tengamos una oportunidad, pararnos a lamentar pérdidas es lo peor que podemos hacer.

Claire lo miró, y aunque sus ojos todavía mantenían algo de conflicto interno, la determinación en su rostro se vio fortalecida tan pronto agarró la mano de Sorin y ambos miraron directamente al vacío. Solo un par de calles más y llegarían a la plaza, y ella lo sabía perfectamente. No había vuelta atrás, dejó de haberla cuando murieron sus amigas.

- Tienes razón. Vamos.

Con el viento helado rozando sus rostros y el eco lejano de las antorchas crujiendo, el grupo de cuatro siguió moviéndose rápido pero en silencio, evitando llamar la atención con cualquier ruido innecesario. Varias luces parpadeantes emergían entre las callejuelas y los murmullos de la multitud comenzaban a hacerse más intensos, pues según se acercaban a la plaza más gente había siguiendo el mismo camino desde abajo. El olor acre a humo y madera quemada de las antorchas de cada habitante impregnaba el aire, y Claire no podía evitar preguntarse si toda esa gente estaban de acuerdo en quemar a una de los suyos.

Podía sentir cómo el pulso le retumbaba en los oídos, cada latido se sincronizaba con el temblor de la lejana hoguera que ni siquiera llegaban a ver en la lejanía. Todos avanzaban con decisión, pero el peso que cargaban en sus hombros era suficiente como para aterrarles cualquier mísero fallo. Exceptuando a Verena, claro, que saltaba de un tejado a otro con una sonrisa perversa y con sus ojos brillando al ver las sombras de los soldados que rondaban el perímetro de la plaza.

Alec avanzaba con pasos rápidos pero seguros, conocía bien las alturas desde hace tiempo y aun así mantenía los ojos bien abiertos para asegurarse de no posar un pie donde no debía. A pocos metros detrás, Sorin se movía con cautela al lado de Claire, manteniéndose cerca de ella, y aunque lo estaba haciendo más que bien, dejaba la mano lista para sujetarla en caso de perder el equilibrio al deslizarse por alguna de las cornisas. No porque no confiara en ella, sino porque prefería ser precavido con los demás que con él mismo.

- Hemos llegado a la plaza - Murmuró Alec, tirándose por el faldón de uno de los tejados y apoyándose en la cornisa con cuidado, quedándose quieto en ese sitio mientras observaba al fondo. Los demás, uno a uno, hicieron lo mismo al darse cuenta de que aquella cornisa estaba situada en un punto ciego para los que se encontraban debajo, y aun así les permitía mirar lo que ocurría. - Parece que todavía no han empezado. Eso nos dará más tiempo.

Debajo, el fuego reflejaba sus sombras en los rostros de la multitud. Un escalofrío recorrió a Claire al ver cómo precisamente el resplandor de las antorchas iluminaba el rostro de una chica joven que yacía en el centro de la plaza, atada de pies y manos a una rústica cruz de madera que se sostenía en el suelo gracias a una gran cantidad de materiales inflamables. Su rostro era inexpresivo, se mantenía en silencio mientras algunos pueblerinos, los más cercanos, le tiraban piedras y palos. Y aun así, pese a todo el dolor que sentía, era incapaz de soltar ni un solo grito.

Su piel estaba desnuda frente a la vista de todos, teñida del rojo de todas las heridas abiertas que estaba sufriendo en ese mismo momento. Sus pechos habían sido cortados y los músculos dejados a la intemperie. Claire no sabía de qué sorprenderse más, si de la crueldad con la que todos se ponían de acuerdo en que esa pobre chica se lo merecía, algo que se notaba en los cánticos e insultos gritados al aire que escuchaban en los alrededores, o si de que siguiera viva después de todo lo que estaba pasando, o siquiera consciente. Alguien que lo único que había hecho mal en la vida fue tener mala suerte...

Le entraron ganas de llorar, de vomitar, sobre todo porque eso le hizo recordar a las ejecuciones públicas que de vez en cuando se llevaban a cabo en el convento cuando alguna de las chicas presentaba bendiciones en su cuerpo. Pero no eran ni por asomo tan crueles como lo era la quema de brujas, pues el momento de quemarla llegó a parecerle misericordioso después de tanta tortura. Ella tendría que haber acabado así. Si no se hubiera escapado del convento, le habrían cortado la cabeza. Si no se hubiera encontrado con Sorin, la habrían quemado viva.

Dicho chico agarró la mano de Claire y la apretó al notar su temblor. No podía leer su rostro por completo bajo la capucha, pero el estremecimiento que percibía en su hombro hablaba con una claridad que casi dolía. No hicieron falta palabras, ni siquiera una mirada, solo con ese mero gesto ella pudo volver a la realidad y alejarse de sus fantasías, respiró hondo y siguió contemplando la escena, aunque odiaba no poder intervenir.

Mientras el grupo mantenía la vista fija en la plaza, esperando el momento exacto para avanzar hacia el siguiente edificio sin ser vistos, una figura delgada vestida con el uniforme de los Cazados se subió a una gran caja de madera y, con un silbido llamó la atención de todo el pueblo, quienes se mantuvieron en silencio al instante. Claire se compadeció de la joven a la que tenían atada, pues al fin tenía unos pequeños segundos de descanso, aunque sabía que no durarían mucho.

- El que faltaba... - Dijo Alec por lo bajo, susurrando y observando detenidamente al chico que estaba subido en la caja. Su pelo era castaño, sus ojos marrones y su complexión física era muy similar a la de Sorin. De hecho, lo único que parecía diferenciar a uno de otro era la mirada de maniático que él tenía. - Ese es Halstein, la mano derecha de Rebecca. Es un completo sádico, se encarga de todas las cosas que ella no está dispuesta a hacer, como por ejemplo, las quemas de brujas.

- ¡Aquí, en el nombre de nuestros antepasados y de Dios, purificaremos a los corruptos, a los traidores y a las impuras! - Exclamó Halstein con una voz desgastada y robusta, pero emocionada al mismo tiempo, a la vez que levantaba los brazos al ritmo de los gritos de impaciencia de los pueblerinos. - Esta noche nos desharemos de lo que no merece la gracia del Señor ni la piedad de los hombres, una furcia que pensó que podía aprovecharse de nosotros por más tiempo. ¡Nosotros, los fieles, mantendremos la pureza en Raguel y en Morgana!

Sus palabras fueron recibidas con aplausos y vítores, pero eso no iba a durar demasiado tiempo. Todas esas voces se apagaron casi instantáneamente en cuanto se sintió un fuerte temblor que retumbó por todo el lugar, seguido de un hedor denso y dulzón que llenó el aire, empalagando los pulmones de los allí presentes y provocando una escena digna de película, con gente tapándose las bocas y narices con cualquier cosa que tuvieran a mano y vomitando unos encima de otros.

Claire y los demás estaban más o menos a salvo de aquel horrible olor debido a la altura que se encontraban y las capuchas que cubrían por completo sus rostros, y aun así Sorin llegó a tener arcadas con tan solo el pequeño atisbo de putrefacción que les llegó. Debajo de ellos, un vaho espeso comenzó a deslizarse por los suelos y, seguido de otro temblor mucho más fuerte, una figura masiva y deformada apareció entre la niebla a una velocidad terrible y agarró a Halstein por el pescuezo, levantándolo varios metros en el aire e incluso más alto que la propia cruz. Y entonces, al fin vieron la cara de a quién se enfrentaban.

- ¡Tú...! - El gruñido de la criatura, dirigiéndose a aquel chico que era ya incapaz de soportar el olor, resonó en todos las calles de Raguel, mientras que los pocos pueblerinos que no habían salido huyendo ya empezaban ahora a alejarse rápidamente del escenario. - ¿Una caza de brujas...? - Su voz era raspada, profunda y gutural, como si desgarrase su garganta con cada palabra. - Creo que los dos sabemos que no es el momento ahora para una caza de brujas... ¿No es así?

La niebla se terminó de disipar por los alrededores y al fin el grupo pudo ver la cara de aquel que amenazaba a su propio aliado. Era una criatura grotesca, su piel parecía hinchada y estirada hasta el límite, de un color grisáceo y con venas azules marcadas por todo su voluminoso cuerpo desnudo. Su rostro era una máscara de avidez, sus ojos casi desaparecían entre tanta carne, aunque su boca sí que destacaba bastante más, pues ocupaba una buena parte de su cara una sonrisa estirada y llena de afilados dientes ensalivados dispuestos a masticar a su próxima presa.

- ¡L-Lo siento, lo siento muchísimo, escúcheme por favor! - Comenzó a hablar Halstein con el corazón en un puño. - ¡Hemos tenido algunos contratiempos, pero ya sabemos que esos dos chicos están en esta ciudad! ¡Tenemos información, solo necesitamos tiempo para manejarlas! - Zwei, el demonio representante de la Gula, levantó la lengua por encima de sus dientes y se acercó a Halstein, que intentó alejar el rostro con los ojos cerrados y sin poder moverse. - ¡Eran más fuertes de lo que creíamos! ¡No puede hacerme esto, yo ni siquiera estuve presente en la batalla! ¡Le prometo que los encontraremos lo antes posible!

- Así que a eso nos enfrentamos... - Mencionó Sorin desde las alturas, tragando saliva y sabiendo desde ya que no iba a ser trabajo fácil.

Zwei miró a Halstein disfrutando de su sufrimiento y con deseo de devorarlo reflejándose en sus ojos. La saliva de su boca se derramaba entre sus dientes e inundaba por completo el suelo que yacía bajo sus pies, todo eso mientras el hombre seguía intentando resistirse al agarre, aunque cada vez le resultaba más complicado y sentía que le faltaba el aire. Pero, a pesar de eso y cuando más cerca parecía el demonio de comerse a su víctima, comenzó a hablar de nuevo:

- Ya he oído suficiente - Dijo con su voz rasposa, y acto seguido tiró con todas sus fuerzas a Halstein contra el gran charco de saliva que se había formado justo debajo de ellos, salpicándola por todos lados y llenando al chico de esta, además de herirlo severamente. - Tus promesas son solo palabras vacías, triste desgraciado. Si te mantengo con vida es porque estoy desesperado por saborear la sangre de esos dos humanos que tantos problemas están causando, pero lo que yo a ti sí que te prometo, es que como vuelvas a fallar una sola vez más, te parecerá piadosa una quema de brujas.

Halstein intentó balbucear algo, pero el golpe había tocado directamente en sus pulmones y todavía estaba intentando recobrar el sentido de dónde estaba. Y aun así, el demonio lo ignoró, comenzando a caminar en dirección contraria y haciendo temblar el suelo a cada paso que daba, todo eso mientras en su mirada todavía yacía un hambre insaciable. Desde arriba, la pareja notó inmediatamente una cosa. Gula no iba a ser ni la mitad de fácil de derrotar que Ira, por muy irónico que eso sonase.

- Vuestros sacrificios a fuego lento no me terminan de interesar - Dijo Zwei, agarrando la cruz con una sola mano y arrancándola de cuajo del suelo como si la fuerza no le fuese necesaria. Y, por primera vez, Claire pudo escuchar un grito, una reacción, de aquella chica a la que estaban torturando minutos antes, mientras ahora el demonio la acercaba a su boca, aguardándole un destino mucho peor. - Pecas de suertudo, Halstein, pues prefiero la carne muy hecha. Pero dudo que haya más brujas a la próxima - Y entonces, devoró la madera y a la joven de un solo bocado, solo para luego desaparecer entre la niebla.

Halstein pudo, a duras penas, levantar su mirada del suelo y luego sus piernas. Le temblaban, y el asqueroso olor corporal que desprendía Zwei había quedado impregnado en su ropa y en su carne junto a toda la saliva que se le había pegado. Se limpió los ojos, hasta ahí había llegado, y más o menos pudo empezar a ver un poco más allá que antes, aunque su vista aún seguía nublada. Pero se dio cuenta de un pequeño detalle, incluso con su visibilidad reducida; cuatro sombras que no parecían formar parte del edificio estaban subidas en una de las cornisas. Y, en cuanto vio esto, se dio prisa en quitarse la saliva que quedaba de sus ojos y mirar mejor, para luego comenzar a gritar y dar la voz de alarma.

- ¡Bandidos, bandidos en los tejados! - Su voz resonó a través de las calles y, como una mancha negra, los Cazados comenzaron a desplegarse por los tejados, deslizándose entre las sombras con una rapidez mortal y escalando ayudándose unos a otros sin mayor dificultad. El caos se desató en un instante, los pocos pueblerinos que se habían quedado rezagados a ver la escena con Gula también salieron corriendo por temor a ser confundidos como cómplices de los "bandidos", y los los chicos no tenían más opción que ponerse en marcha tan pronto como pudieran.

Claire y Sorin compartieron una mirada de complicidad, no fueron necesarias las palabras. Saltaron de un tejado a otro, con el viento cortando sus rostros mientras esquivaban las primeras flechas y disparos que llegaban a sus pies. Alec y Verena les seguían sin mayor problema, e incluso la emoción de la chica era palpable detrás de su capucha, pero para los demás, la desesperación y la presión no hacían más que incrementar.

Algunos Cazados les alcanzaron y luchar dejó de ser una opción a convertirse en prioridad. Verena rápidamente tomó la delantera, riéndose como una maníaca y en un completo estado de frenesí. Tijeras en mano, se movió rápidamente lanzándose contra uno de los Cazados a una velocidad inhumana, sin control alguno de lo que hacía y dispuesta a derramar su sangre. Sin embargo, cuando la hoja se aproximó al cuello del enemigo, Sorin actuó con rapidez, tirando la aguja contra la tijera para desviar el golpe con destreza, aunque luego golpeó con su espada al Cazado para dejarlo fuera de combate. Su intención no era matar, aunque eso a Verena no le importaba, quien ahora fruncía el ceño frustrada por no haber podido actuar como ella quería.

Claire, por su lado, conjuraba con su mano derecha una gran cantidad de llamas que iluminaron la oscuridad de la noche y las hacía bailar alrededor de su cuerpo. Un Cazado intentó atacarla con una espada desde el lateral, pero antes de que pudiera siquiera acercarse, ella lanzó un enorme torrente de fuego que no llegó a darle pero sí le hizo retroceder y caer del tejado. Fue en ese momento que sintió un súbito destello de frío en la misma mano con la que había invocado el fuego, como si algo intentara ahogar sus llamas. No fue suficiente para detenerla, pero sí le hizo dudar un instante, aunque por suerte Sorin intervino y atacó con destreza a otro de los Cazados que intentaban acercarse a Claire. Juntos eran una unidad perfecta, y así era como mantenían a raya a sus enemigos.

Alec luchaba sin armas, pero eso no le volvía indefenso. Le bastaba con tirar al suelo aquellas máquinas antigravitacionales que su madre había inventado para él, usándolas de una manera más ingeniosa sobre él mismo, de modo que le permitía flotar a través del aire y golpear a los Cazados con la fuerza de su propio peso. Cada salto que daba era preciso y devastador, y en ningún momento detuvo su marcha. Cuando uno de los Cazados lo alcanzó, Alec usó una de sus máquinas para elevarlo en el aire y dejarlo caer con fuerza contra el suelo, no fatal, pero suficiente como para dejarlo fuera de combate.

La batalla en los tejados continuaba con furia, con cada uno luchando con lo que tenía a su disposición pero sin retroceder o dejar de apoyarse entre ellos. Pero en medio del caos, una figura alta y delgada observaba detenidamente sobre una de las torres más altas de Raguel. Rebecca estaba acostumbrada a leer a sus enemigos más fuertes antes de actuar, descifrar sus movimientos, ataques y debilidades y entrar en el momento justo, pero había algo en aquellos bandidos que no encajaba. La velocidad, la agilidad, la coordinación de aquellos bandidos, sabía que uno de ellos era bastante fuerte de tantas veces que había intentado darle caza, pero era la primera vez que veía más de dos juntos.

Fue cuando las llamas de Claire comenzaron a brillar con todavía más intensidad, cuando Rebecca vio la espada de Sorin alzarse contra los de su grupo y cuando los artefactos de Alec comenzaron a hacer efecto que se dejó claro que ellos eran a quien buscaban realmente. Porque esa forma de manejar esas armas, esa forma de luchar sin matar, y esa fuerza tan descomunal que presentaba el grupo al completo, solo podía pertenecer a los criminales más buscados de todo el pueblo. No, no había nadie con el mismo poder que aquellos a quienes Gula había mandado capturar.

Miró la batalla que se estaba llevando a cabo bajo sus pies y decidió que era el momento de actuar. Cargó la escopeta, desenvainó su espada y la rodeó de un agua fría y casi congelada, y después, saltó.

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