Versículo noveno
El crujido de la puerta abriéndose lentamente resonó por el enorme salón principal, revelando el interior de una casa sorprendentemente bien ordenada y limpia teniendo en cuenta el depravado aspecto con el que se presentaba su exterior. La iluminación era tenue, pero tampoco estaban, ni mucho menos, en una oscuridad absoluta tal y como recordaban la iglesia. La sala de estar era grande, estaba decorada por muebles minimalistas y vasijas antiguas, o armarios repletos de libros que llamaban la atención de Claire.
En algunos sitios podían ver guardados algunos artefactos bastante parecidos a los que les había salvado la vida con anterioridad, pero muchos de ellos eran bastante distintos en muchos aspectos. No eran solo aquellos campos gravitacionales, había decenas de tipos de arma que ninguno de los dos había visto jamás, y que parecían ser de una época avanzada con pocos recursos pero mucha inteligencia. Pistolas funcionales montadas con palos y piedras, espadas de metal afiladas cuya longitud parecía haber sido medida a la perfección con el único objetivo de resultar letales. Definitivamente, era imposible que aquel niño lo hubiera hecho todo él solo.
- Bienvenidos - Dijo el chico a sus espaldas, con una voz calmada pero algo incómoda. - Espero que no os moleste el caos de este lugar... Nuestra casa no es demasiado grande y, bueno, digamos que no hay muchos sitios en los que podamos guardar las creaciones de mamá.
Antes de venir, el chico y los dos protagonistas ya se habían presentado y entablado un mínimo de confianza. No les dijo demasiado, más allá de que, cuando ellos le contaron su objetivo, les mencionó que si le seguían a su casa podría ayudarles a encontrar un nuevo refugio, lejos de Raguel y seguro incluso del Poeta o los demonios. Y aunque Claire no tenía del todo claro si era buena idea, ambos sabían que ya no les quedaba nada que perder, y que si no se ponían en marcha era solo cuestión de tiempo que Rebecca les encontrara.
- Caos aparente... - Mencionó la chica, echándole un vistazo rápido a cada estantería y cada libro buscando algo que ni siquiera ella sabía si existía, algo que le revelara información acerca de Crónicas de los milagros, ese manuscrito que había salvado de milagro y que parecía estar llamando su atención. - ¿Cómo vive un crío de esta manera?
- Claire, córtate un poco - Le susurró Sorin al oído en reprimenda, y luego echó un vistazo a las paredes rasgadas mientras ella se encogía de hombros. Al fin y al cabo, aunque Claire no lo supiera, ese chico vivía mejor que la mayoría de habitantes de todo Raguel. - Antes has mencionado a tu madre, ¿dónde está? Me siento un poco como un intruso, me gustaría hablarle y explicarle la situación.
Justo cuando Sorin termina de hablar, una ráfaga de aire frío atraviesa el salón y el aire se inunda por el sonido metálico de tijeras cortando el viento, una docena que son dirigidas hacia Claire en el momento que se encontraba despistada con los libros del lugar, y las cuales solo logra evitar gracias a la rápida reacción de Sorin en sacar la espada, abalanzarse justo delante de su amiga y desviar todas las tijeras a los lados con un par de cortes en el aire.
- ¡¿Qué coño ha sido eso?! - Exclamó Claire, sobresaltada pero sin tardar en recuperarse y comenzar a concentrar energía en su mano derecha, para luego mirar al frente y encontrarse directamente con su atacante: una figura pequeña y ágil que emerge de las sombras, bastante más alta que el chico y con el rostro totalmente sucio y demacrado, sus ojos brillaban de un rojo intenso que mezclaba odio, desafío y un turbio entretenimiento, a la vez que jugaba grácilmente con otras dos tijeras en sus manos que se preparaba para lanzar de vuelta, riéndose como una completa desquiciada.
- ¡Uhhh, invitados! - Dijo con una voz fría y sin titubeos, pero repleta de ironía y anticipación por lo que estaba por venir. - Alec no suele traer mucho de eso - Menciona con un tono juguetón mientras le da un par de vueltas a las tijeras. - ¡Estáis en mi casa, así que no os atreváis a tocar nada! - De pronto, estira el brazo izquierdo y tensa su mano, lista para lanzar una segunda ráfaga. - Uy, siempre he querido decir eso.
- Oye, ya basta - Interviene Alec rápidamente, aunque no alza la voz y ni siquiera se muestra mínimamente sorprendido por el comportamiento de la chica. - Son buenas personas, vienen conmigo. Se han enfrentado a Rebecca y le han obligado a usar la espada, y ya sabes que mamá siempre nos dice que hemos de ayudar a los necesitados.
Ella no parece impresionada, así que Claire aleja su expresión y pose orgullosa y la cambia por una de incomodidad notoria, y que luego pasa a una de alerta al notar cómo la chica deja tensados sus dedos en los mangos de las tijeras y se prepara para lanzarlas como si no hubiese escuchado nada de lo que decía el joven, aunque este se adelanta de vuelta y, colocando una mano en su hombro, logra hacer que baje sus defensas por u momento.
- Ellos necesitan nuestra ayuda. Les persiguen el Poeta y los demonios, ahora también Rebecca, pero han conseguido librarse de Ira. Quizás, con ellos, podamos hacer lo que siempre quisimos, Verena.
Claire se sacudió el polvo de la ropa al notar que ya no había peligro existente, aunque se mostraba irritada era capaz de mantener una aparente calma. Sorin, aún tenso, no era capaz siquiera de bajar el arma.
- ¿Siempre recibes a tus invitados tirándoles tijeras? - Preguntó la chica, claramente molesta. Aún había una cierta tensión en el aire, y es que la otra joven, aparentemente llamada Verena, no parecía estar dispuesta a dar su brazo a torcer. Sus ojos brillaban con una intensidad que iba más allá del simple resentimiento, había un desquicio palpable en su comportamiento, consecuencia directa de la locura que Raguel había inyectado en sus habitantes.
- ¡Pues qué emoción! - Exclamó Verena, seguido de una risa inquietante mientras se movía de un lado al otro en descompás con el irregular movimiento que hacía el iris de sus ojos. - Dos forasteros cayeron en la ratonera de una encantadora casa, ¡espero que no se asusten y salgan corriendo cuando vean lo que hay detrás de esa puerta! - Dijo, señalando justo arriba de las escaleras donde yacía una puerta cerrada, marcada por cicatrices y manchas de sangre seca, evidencia de una vida bastante más dura a la que Claire está acostumbrada.
- Esto, uh... Disculpad a mi hermana, por favor - Susurró el joven en un tono casi de arrepentimiento y una clara vergüenza mostrada en su rostro. - No es la misma desde que papá murió, eran muy cercanos el uno con el otro y... Bueno, digamos que no está precisamente en sus cabales.
- Genial, ¿tenemos que estar atentos de que a tu hermana no se le crucen los cables e intente matarnos? - Musitó la chica encogiéndose de hombros, sentía que la situación podía descontrolarse en cualquier momento. - ¿Y qué... qué hay detrás de esa puerta? - Preguntó, sintiendo un ligero escalofrío recorrerle la espalda.
- Allí está nuestra madre, ¡o mejor dicho vive allí! - Verena sonrió con una mezcla de locura y arrogancia, señalando a la puerta con una de las tijeras como si se tratase de sus propios dedos. - Se tira noche tras noche creando estas cosas raras que ves por toda la casa, ¡apenas la vemos cuando sale para ir al baño y poco más!
- Lo mejor será que no la molestemos, no le gusta que la distraigan y a veces se pone un poco... agresiva - Susurró Alec por lo bajo, casi como si prefiriera evitar el tema de conversación. - Ella nos da los materiales, Abu nos cuida, y Verena y yo nos dedicamos a robar lo básico para la supervivencia de los cuatro. Sé lo que estáis pensando, pero solo es cuestión de tiempo que todas las familias de Raguel cedan a la locura, y la nuestra por lo menos está bien alimentada, aunque seamos perseguidos por los Cazados.
- Oh, sí, la locura es un tema de conversación muy recurrente por estos lugares, ¡y uno muy divertido! ¿No crees? - Dijo Verena, seguido de una de sus características risas de maniática mientras se acercaba rápidamente a Claire, suspirando con fuerza y mostrando una curiosidad aterradora. - ¿Tú también te has vuelto loca? ¿Estás loca? ¿O estás cuerda? Porque tienes cara de estar loca, y la loca aquí soy yo. ¿Estás loca?
- Ya es suficiente - Protestó Sorin tan pronto como notó la cercanía que Verena trataba de mantener con Claire, luego se puso en medio de ambas y las separó de manera pacífica, gesto que la chica agradeció para sus adentros. De todos modos, la risa de Verena más que apagarse tomó un tono burlón que fue desapareciendo poco a poco. - No pretendemos quedarnos en este lugar, solamente intentamos conocer cuál debería ser nuestro próximo paso. Habéis mencionado a vuestro abuelo, ¿dónde está?
- Ah, el viejo mandón - Mencionó Verena, girándose de repente para mirar a todos los rincones de la casa como si acabara de recordar que no estaba sola. - Siempre está en su rincón, ocupándose de sus cosas, es el único que mantiene un poco de sentido aquí, aunque a veces me pregunto si también se habrá vuelto loco. Supongo que eso es lo normal en Raguel, ¿no? - A pesar de la locura que seguía brotando de su mirada, su voz se tornó casi melancólica.
- Abu nos cuida - Interrumpió Alec antes de que Verena les diera una mala impresión de su abuelo. - No siempre puede, pero hace lo que puede, él se ha encargado de criarnos desde que papá murió. Es quien nos da los mejores consejos a la hora de salir al pueblo a por recursos.
- ¿Podemos conocerlo? - Preguntó Claire sin siquiera pensarlo, no es que buscara constantemente ser intolerante y no mostrar compasión, nunca había crueldad en sus palabras, solo la firmeza de alguien que no quería perder el tiempo y no podía permitirse flaquear ni un poco. - Incluso si solo nos quedamos aquí un par de horas, es de mala educación entrar en una casa sin avisar al dueño.
- Más bien es ilegal, pero no os preocupéis por eso - Dijo una temblorosa y anciana voz a sus espaldas, y cuando se giraron vieron que se trataba de un señor bastante mayor, cuyas arrugas dejaban ver el efecto que el paso del tiempo había dejado en él. No era muy alto, iba encorvado y tenía unas gafas completamente oscuras, por lo que supusieron que era ciego, y además de todo eso, sus piernas temblaban tanto que ni el bastón con el que se apoyaba en el suelo parecía capaz de mantenerlo en pie. Y aun así, ahora mismo estaba bajando las escaleras, como si no fuese algo demasiado difícil para él.
- ¡Abu, espera un momento! - Exclamó Alec, que junto a Sorin ambos corrieron para sujetar los brazos del señor y ayudarlo a bajar las escaleras sin caerse. Este emitió algunos sonidos de dolor por culpa de la debilidad de sus huesos, seguido de algunos estornudos secos justo antes de llegar al suelo, pero luego trató de aclararse la garganta y continuar hablando.
- He escuchado toda la conversación - Empezó, con una clara dificultad para mover sus cuerdas vocales, pero aun así intentando hacer todo lo que pudiese. - Esos cabrones de los Cazados mataron a mi hijo y a mi esposa en una misma noche, a una la quemaron acusándola de bruja y al otro lo apedrearon por intentar defenderla. Hemos vivido en la miseria desde entonces, y ver que dos jóvenes tan dedicados por fin tratan de hacerles frente me llena de justicia.
- Perdone, señor, no creo que deba esforzarse demasiado - Interrumpió Sorin, que se mantenía a su lado incluso cuando el propio anciano le había soltado el brazo y comenzado a caminar, por si se caía y tenía que agarrarle en el aire. - Sus nietos pueden encargarse de continuar la conversación, lo que menos buscamos es ser una molestia.
- No te preocupes por mí, chico - Dijo Abu, agitando una de sus manos temblorosas, restando importancia a las palabras de Sorin. - A mi edad, lo único que me mantiene cuerdo en esta casa es hablar. Además, si de verdad habéis acabado con uno de los demonios, quizás podamos ayudarnos los unos a los otros, ¿no creéis?
Claire miró a Sorin, notando la determinación en la mera mirada del anciano, y también el odio y resentimiento que sentía hacia los demonios y los Cazados. Luego, alejándose de esa compasión que su amigo trataba de tener y buscando información, simplemente continuó ella misma con la conversación.
- Buscamos un refugio. Pero no aquí, no en Raguel, en este sitio ya nos tienen fichados. Buscamos un refugio que ni siquiera los demonios conozcan de su ubicación, o que no vayan demasiado seguido allí, con eso nos basta y nos sobra. Si sois capaces de enseñarnos un lugar así y el camino para llegar, estamos dispuestos a muchas cosas, lo único que buscamos es sobrevivir.
Verena soltó una carcajada estridente desde el otro lado de la sala, aunque no pareciera dirigirse a nadie en particular, pues sus ojos rojizos ni siquiera apuntaban en la dirección de Claire o Sorin.
- ¡Sobrevivir! ¡Ja! ¡Aquí nadie sobrevive, solo nos arrastramos noche tras noche, esperando que la locura no nos atrape o que tenga la clemencia de aparecer más tarde en nosotros que en el resto! - Su tono se volvió sombrío y casi psicótico mientras volvía a juguetear con las tijeras, como si estas fuesen una extensión de su ser. Abu no se inmutó por las palabras de su nieta, parecía ya bastante acostumbrado, y en cambio, se dirigió de nuevo a los protagonistas.
- Si ya os habéis enfrentado a los Cazados una vez y habéis llegado hasta aquí,, ya habéis pasado el punto de no retorno. Lo que venga ahora depende de cuán preparados estéis ambos para enfrentaros, no solo a vuestros enemigos, sino también a vosotros mismos.
- Lo cierto es que os va a resultar imposible escapar de Raguel - Interrumpió Alec de pronto a sus espaldas, Claire estaba tan absorta en la conversación que se había olvidado por completo de la existencia del chico. - Al menos, mientras estéis en busca y captura, pues sois enemigos públicos.
- Y vuestra única solución, por tanto, es de hecho lo que nosotros también necesitamos y anhelamos - Continuó Abu, dejando un ligero espacio y una pesada respiración entre frase y frase que a los protagonistas se les hacía eternos. - Gula es quien ha mandado daros caza, y también quien es el culpable de toda nuestra miseria. Todos los que murieron en Raguel lo han hecho, de una u otra forma, en beneficio de ese canalla, y más encima exige devorar los cadáveres de los recientemente difuntos como ofrenda, por lo que ni en muerte podemos descansar en paz exceptuando a los pecadores que van a la hoguera.
- Tu petición es que acabemos con Gula - Mencionó Sorin casi por instinto, sabiendo que si bien no era una tarea fácil, para ellos tampoco se les terminaba de hacer imposible. - Por mí está bien, pero Claire y yo somos un equipo, así que solo estaré de acuerdo con lo que ella esté de acuerdo.
- No es que tengamos muchas más opciones, y suena bastante razonable teniendo en cuenta que ya hemos demostrado lo que somos capaces de hacer - Se apresuró en responder la chica al sentir las miradas de todos (menos de Verena, que estaba algo ocupada lanzándole tijeras a un maniquí) sobre ella. - Solo hay un problema, ¿cómo vamos a encontrarlo? No lo hemos visto desde que hemos llegado, y tal parece que en lugar de ser él personalmente quien nos busca a nosotros ha preferido emitir la orden de busca y captura y mandar a la Cazadora a por nosotros.
- Creo que podemos organizar algo - Dijo Alec con una sonrisa de oreja a oreja. - Por mucha orden que haya puesto, si le demostramos que los Cazados son inútiles contra vosotros y posteriormente conseguimos que os encuentre él en persona, tened por seguro que va a atacaros. Dejádnoslo a Abu y a mí, pensaremos en algo esta noche y mañana tan pronto como podamos nos pondremos en marcha.
- ¿Qué? ¿Y ya? - Preguntó Sorin de golpe. - Quiero decir, ¿vais a dejar a dos desconocidos quedarse a dormir con vosotros y más encima vais a depositarles vuestras esperanzas de acabar con Gula? No es que vayamos a hacer nada, claro, pero... ¿estáis seguros?
- Hay una habitación arriba a la derecha, solo hay una cama de matrimonio pero supongo que no os importará - Respondió Abu, e inmediatamente los dos jóvenes se pusieron rojos de la vergüenza al saber que tendrían que compartir una misma cama. - Y, además de que parecéis de fiar, no podemos seguir viviendo de este modo por mucho tiempo. La comida es escasa, la higiene mucho más, y cuando yo me vaya de este mundo, que no me queda mucho tiempo, Alec tendrá que tomar las riendas de una casa en la que la locura es el desayuno del día. Si hay una oportunidad, por ínfima que sea, de hacer que Raguel sea libre de una vez por todas, dejar dormir aquí a quienes nos la ofrecen es lo menos que podemos ofrecer.
- ¡Pff! ¿Dormir? ¡No seáis aburridos! - Canturreó Verena, tirándose al sofá y estirando los brazos y las tijeras hacia delante mientras hacía un mohín con los labios.
Claire y Sorin se miraron el uno al otro, sintiendo una mezcla de empatía y tristeza por la situación que los pueblerinos habituales debían vivir en esa clase de pueblos, los cuales más encima estaban repartidos por toda Morgana. La chica empezaba a plantearse si realmente era tan malo el convento, pues allí por lo menos su sufrimiento se limitaba a la falta de libertad. Y entonces, Abu dijo una última frase que les sacó directamente a los dos de sus pensamientos, y sus preocupaciones cambiaron de parecer excesivamente rápido.
- Por cierto, en la habitación hay un baño, os agradecería si compartierais ese. Os traeré toallas y ropa limpia para que podáis ducharos por turnos.
- ¿Baño? ¿Compartido...? - Murmuró Claire, sorprendida y mínimamente enrojecida.
- Eso... no era lo que me esperaba - Dijo Sorin, tratando de ocultar su evidente incomodidad.
Más tarde, en la habitación que les habían asignado, Claire se acomodó en un rincón mientras Sorin se metía en la ducha. La calidez del agua resonaba a través de las paredes, creando un eco relajante que contrastaba con el caos que habían vivido... Aunque, tener a un chico duchándose en el mismo cuarto que se encontraba ella, era algo que no le parecía del todo relajante.
Se sentía idiota, tirada en la cama y tratando de convencerse de que no pasaba nada por compartir baño, o cama... Eran un equipo ahora, era inevitable que esa clase de situaciones no sucedieran, y si su objetivo era encontrar un refugio, nada les aseguraba que no tuvieran que volver a algo similar. Dicho esto, también era cierto que nunca antes había visto a un chico, pues en los conventos solo encerraban chicas, y mucho menos había convivido con uno antes. Sentía su corazón acelerarse, aunque no entendía muy bien por qué... Así que, buscando como objetivo relajarse, sacó el libro rojo de su bolso y comenzó a leerlo por donde se había quedado.
Con una pequeña lámpara iluminando su rincón, pasó las páginas hasta después de la historia de Adán y Eva, y leyó el siguiente capítulo, La Verdadera Historia del Arca de Noé:
Para Dios, la humanidad ya estaba muerta en vida. La maldad, la violencia, la corrupción, todo eso les había vuelto no solo la especie más peligrosa sino también la que estaba destinada a acabar con el mundo que el Señor había creado y a ellos mismos en el proceso. Tal era el error que se había cometido al crearlos y darles vida, que quien a todos ama había comenzado a repudiarlos y arrepentirse de haberlos creado, hasta el punto de decidir que debían ser destruidos.
Sin embargo, entre toda la maldad humana que se había generado, existía un hombre tan alejado del resto del mundo que la corrupción todavía no había llegado a él. Un hombre justo, piadoso, con mujer e hijos y amante de los animales, Noé había hallado gracia ante los ojos de Dios y este se sentía vanagloriado en su presencia, como si Noé fuese lo que desde el principio Dios había pensado para la humanidad. Así que, entre todos los humanos, decidió salvarlo a él, pues quizás aún existiese la redención.
Dios instruyó a Noé para que construyese un arca, un enorme barco, hecha de madera de ciprés y con unas dimensiones específicas, con compartimentos y una cubierta, diseñado para salvarse a él, a su familia, y a un par de cada especie animal que existía en el mundo, y luego le envió el mensaje del gran diluvio universal que estaba a punto de suceder, uno que destruiría toda la vida sobre la tierra, y Noé, como buen amante de la redención que era, decidió avisar a toda la humanidad del incidente que estaba por ocurrir, pero le trataron de loco y nadie le hizo caso.
Cuando el arca estuvo lista, Noé, su esposa, sus tres hijos y sus mujeres entraron al arca junto a los animales que habían recogido, y el propio Diosa fue el responsable de cerrar el arca y advertirles personalmente de que llovería durante 40 días y 40 noches, que se dirigieran a Ararat y así no tendrían ningún percance, pues desviarse del camino marcado les supondría un grave problema.
Y así, durante el gran diluvio, cada ser vivo que no estuviese en el arca habría perecido, y si todo hubiese salido bien, el arcoíris al final del camino habría salido y una nueva humanidad crecería de la familia de Noé, una tan justa y bondadosa como aquel chico. Pero cuarenta días y cuarenta noches dan a mucho que pensar, y durante la noche número 17, cuando Dios no miraba, una de las dos serpientes que Noé y su familia habían acogido se acercó a él y le dijo:
"Me sorprende que aún sigas haciéndole caso al Señor, y que de verdad te estés dirigiendo a esas viejas montañas. ¿Qué vas a hacer después, ofrecerle un sacrificio a la misma persona que ha causado todo esto? Ha asesinado a miles de hombres y mujeres, animales y plantas, solo porque consideraba que no erais dignos de su poder. ¿No es esa la definición perfecta de un egomaníaco? Escúchame, Noé, el arca está fuera de su control divino, y lo que dijo no fue más que una recomendación. Ahora que estamos aquí, ¿por qué no exploramos el mundo que se nos ha dado y va a quedar después de esto? Descubramos de qué tiene tanto miedo."
En otra ocasión, Noé no le habría hecho caso a aquella serpiente, pero ya se había replanteado varias veces por qué Dios le hizo construir el arca y luego acabó con toda la humanidad. Quería descubrirlo, estaba seguro de que había algún motivo oculto, quería creerlo, pero si no era así, ¿acaso era cierto que Dios no es más que un egoísta? Todo esto, ¿acaso se trataba de un mero capricho? Tras un dilema que duró varias horas, Noé giró el timón del arca y se adentraron en una fuerte tormenta, y tan pronto como eso sucedió, La Serpiente que le había aconsejado se había transformado en una bella y tenebrosa mujer que observaba al joven desde la esquina, con dos enormes alas negra que sobresalían de su espalda... Y, de pronto, la tormenta se intensificó y el cielo se abrió en dos, y desde las nubes, una enfadada voz tronó:
"Noé, ¿qué has hecho? Ese camino no lleva a la salvación, ¡has entrado directamente en la boca del lobo! Has condenado, no solo a todos esos animales, sino también a tu propia familia. Te has dejado engañar por el peor de todos los demonios, e incluso si quisiera, poco puedo ayudarte yo ahora en esta situación."
Pero hacía rato que las palabras de Dios dejaron de llegar a sus oídos, y simplemente quedaban ahogadas en el caos. Noé ya no escuchaba, tampoco podía controlarse a sí mismo, sentía un apetito voraz que ni toda la despensa a la vez sería capaz de sanar. Su mente se había tornado oscura, y su alma ahora era retorcida. La mujer, sonriendo e iluminada únicamente por los rayos de la tormenta, se inclinó sobre él y comenzó a acariciar su rostro.
"Ya es tarde" le susurró al oído, mientras Noé, con las manos temblorosas, clavaba un puñal sobre el pecho de uno de sus hijos, llamado Cam, para luego comenzar a desgarrar su carne con sus propias manos y llevársela a la boca, incapaz de detenerse, pues el dulce aroma y delicioso sabor de la sangre que ahora manchaba sus labios era demasiado como para dejarlo escapar, casi como si estuviese hipnotizado.
"Nadie vendrá a salvarte" le dijo la mujer, mientras el arca seguía su curso, perdida en la tormenta, con un destino escrito mucho peor que la muerte misma. "Dios te ha abandonado".
Sorin salió del baño tras un largo rato, secándose el pelo con una toalla y con el vapor aún disipándose detrás de él. Claire estaba tumbada en la cama, leyendo el libro, pero lo apartó y dejó a un lado en cuanto vio que el chico ya había terminado. Apenas levantó la vista cuando él se acercó, pero algo en su pecho se aceleró levemente cuando lo sintió tumbarse al otro lado de la cama.
- ¿Mejor? - Preguntó en un tono casual, aunque sus palabras eran más bien un intento de romper el silencio incómodo que se había instalado en aquella habitación.
- Sí, bastante - Respondió Sorin, dejando caer la toalla sobre una pequeña cesta que la familia les había dejado allí. Se acomodó en la cama, a una distancia bastante prudencial de la chica, ni muy cerca ni muy lejos, aunque ambos sentían cada centímetro que les separaba como un hilo que tiraba de los dos hacia el centro.
El aire entre ellos se volvía denso, como si las palabras que querían decir se amontonaran en sus gargantas, luchando por salir pero sin encontrar la forma adecuada. Claire se removió un poco, consciente de su cercanía, pero no dijo nada más. Sorin, por su parte, miraba directamente hacia el techo con la misma intensidad con la que sentía la presencia de Claire a su lado.
- Es raro - Comentó ella de pronto, rompiendo el silencio que los envolvía con una pequeña risa nerviosa. - No estoy del todo acostumbrada a estar... así de tranquila. Ni siquiera en el convento tenía ningún momento como este.
- Ya, supongo que es lo mismo para mí - Admitió Sorin, desviando por fin la mirada hacia ella. Había un brillo en sus ojos que Claire no pudo descifrar de inmediato, algo entre la confusión y el deseo de decir algo, o de hacer algo... pero se quedó quieto en el sitio, tragó saliva y continuó la conversación por donde le parecía menos incómodo. - Cuando nos conocimos, en la iglesia, estaban a punto de darme el título de Cazador. Era una ceremonia, iba a ser el primer Cazador de todo Morgana que no posee bendiciones, por supuesto que era un honor para mí. Pero me alegro de haberte ayudado, porque esa no era la vida que yo necesitaba, solo con la que me había encaprichado hace años.
- Algún día tienes que contarme toda tu historia - Mencionó por lo bajo en un susurro y soltando una pequeña risa después de ello, podía notar en sus ojos que no era algo de lo que le gustase hablar y quería cambiar de tema lo antes posible. - Pero no se siente mal, ¿no? Tener este momento de calma, solo nosotros dos... Es como si el mundo se paralizase solo para que tú y yo podamos ser felices por unos segundos - Tomó un largo suspiro y luego siguió hablando. - Siento haber intentado huir antes. Es demasiado nuevo para mí todo el sufrimiento de este pueblo, de este mundo en general, no podía aguantarlo. Quiero que sepas que me alegro de tenerte a ti, al menos sé que no estoy sola en esto.
Sorin la escuchó en silencio, sintiendo el peso de sus palabras y también la honestidad que ellas escondían. Por primera vez, Claire estaba siendo vulnerable en frente suya, era algo que debido a la fuerza y determinación que la chica presentaba constantemente no era del todo fácil de ver. Era como si... de verdad confiaran el uno con el otro. No respondió de inmediato, simplemente dejó que el silencio volviera a llenarlos, pero no uno incómodo esta vez, sino algo más cálido, como si ambos compartieran un entendimiento tácito. Y, tras unos segundos, con un tono casi de susurro, Sorin respondió:
- Tampoco tienes que cargar con todo tú sola - Dijo, dándose cuenta de que se habían acercado demasiado el uno al otro y de que sus rostros estaban a escasos centímetros de juntarse, aunque no parecía importarle a ninguno. - Sé que no soy el mejor en esto, pero... - Hizo una pausa, cerrando los ojos y buscando las palabras correctas. - Estoy aquí contigo, así que no sientas que tienes que enfrentarlo todo sin mí. He visto de primera mano lo fuerte que eres, y me enorgullezco de saber que yo no me quedo atrás. Pero ninguno podemos con esto solos, así que, dejaré que me protejas solo si tú te dejas proteger.
Claire parpadeó, algo sorprendida por su franqueza, pero algo en ella le hacía sentir que podía relajarse, como si esas palabras hubieran tocado algo profundo en su interior, en su alma, una parte que trataba de mantener oculta. Asintió lentamente, sin decir nada y tragando saliva, podía incluso sentir el fuego en sus mejillas cuando ambos se acercaron todavía más, con los labios entreabiertos, aunque ninguno se atrevía a pensar en qué estaba sucediendo...
- Déjame ser yo quien te guíe en la oscuridad... - Murmuró Sorin. - Y luego, guíame tú en la luz.
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