iris.
Para los vecinos de aquel pequeño pueblo de la muralla Rose, la cabaña colocada de manera casual en plena explanada a una distancia perfecta del río y Trost era la perfecta simbolización de todo aquello de lo que se hablaba pero jamás se había logrado. Las flores decoraban el exterior como si hubieran sido plantadas a propósito de esa manera, además de que un hermoso y gran manzano solía ser la alegría de los vecinos por los postres preparados a partir de los rojizos frutos que daba.
Acompañando a su preciosa apariencia exterior, las personas que vivían en ella no podían ser más ideales y perfectos para ese hogareño ambiente. Un soldado de la Legión y una mujer que solía trabajar en la Muralla María como panadera. No conocían demasiado de la preciosa mujer, solo que su panadería en Shinganshina fue la primera en ser destruida por el ataque del titán colosal pokr su proximidad con la muralla. Una desgracia, señalaban todo aquel que había llegado a probar los postres de la mujer, entre ellos todo soldado que hubiera pasado por Shinganshina alguna vez de servicio.
La anécdota más tierna que conocían del joven matrimonio era su primer encuentro. Ella lo señalaba como casual, él como un milagro, todos los cercanos como el destino que ya los deseaba juntos como estaban predestinados a estar.
- Disculpe, señorita - levantó la mirada cuando la fuerte voz de una mujer la sacó de sus pensamientos, sonriendo amablemente y algo avergonzada por haber vuelto a perder el hilo de su concentración. La mujer no parecía enfadada, es más, sonreía ampliamente y un brillo travieso se veía tras sus curiosas gafas-. ¿Tiene una tartaleta de manzana y una tarde libre para una salida con mi compañero?
- ¡Hange-san! - el muchacho tras ella, del cual no se había percatado hasta el momento, se sonrojó por completo. Ella debía estar de igual manera mientras trataba de recordar sobre las tartaletas de manzana para ahorrarse un momento vergonzoso-. N-No la haga caso, a-aunque si quiere...
Tragó saliva dudando. Frente a ella, toda la Legion de Reconocimiento comía en pequeñas mesitas tartaletas, panes y galletas que les ofrecía siempre antes de cada exploración al exterior. El comandante, Keith Shadis, era el único que no estaba la mayoría del tiempo presente, pero el capitán de escuadrón Erwin Smith la había ofrecido en más de una ocasión pagarla por todo lo que hacía por ellos. No entendía a lo que se refería el hombre, ¡ella solo vendía pasteles! No entendía nada, hasta que escuchó de unos soldados que comer cada día esos dulces les daban más ánimos de salir al exterior para buscar la libertad de personas como ella.
- Claro - aceptó finalmente, agachadose para coger una tartaleta-. Vuelve con vida, y tendremos esa salida...
-M-Moblit Berner, señorita.
Ella sonrió, pasando a un lado su cabello oscuro.
- Iris Lewis.
Las vecinas que suspiraban ante su historia de amor comentaban que ella le salvó aquel día, cuando la Legión llegó tan derrotada y sin resultados, pero el soldado parecía estar buscándola entre la multitud con una flor recién cortada en las afueras del muro, donde había una mayor variedad de todo tipo de colores y formas preciosas. Iris y Moblit eran demasiado tímidos, pero no fue excusa para que cada semana él la fuera a visitar aunque sólo fueran unos minutos.
Incluso cada vez que él debía salir por los muros y arriesgar su vida por la humanidad, siempre volvía con una flor nueva en sus manos para entregársela como promesa de su regreso. Hange, capitana de su escuadrón, respaldaba y cuidaba de que no cometiera errores en esa relación que florecía con cada sonrisa, y fue ella quién le obligó a quedarse en Shinganshina con ella ese fatídico día de 845.
Un milagro, señalado por ambos, porque ese día Moblit Berner salvó la vida de Iris Lewis, y juró frente a ella protegerla y cuidarla hasta su muerte.
Tres años después, toda la Legión acudió a una iglesia de Trost para presenciar la unión de ambos, tan sonrientes y sonrojados que más de un curioso acabó felicitando a la pareja y deseándoles una vida próspera y relajada por la ternura que desprendían.
Dos años de matrimonio, y la casita donde los Berner residían parecía ser el hogar de una familia de décadas de amor y calidez. Fue el refugio de los fugitivos cuando eran perseguidos por la Policía Militar, y las paredes eran testigos de como cada mañana el hogar se llenaba de vida con la presencia de ambos. Cada una de las flores que Moblit la había entregado estaban en el jardín y las ventanas, dando un ambiente iluminado y natural, además de exótico por esas misteriosas plantas del exterior de las murallas que habían logrado florecer en el interior con el cuidado de un querido matrimonio joven.
- ¿De verdad no conoces el nombre? - preguntó, regando con cuidado unas de preciosos pétalos rojos. Agachado y cuidando de la tierra para plantar una especie misteriosa de afiladas púas y color verde, Moblit negó-. Entonces podremos nombrarlas nosotros antes que Hange.
- ¿Nombrarlas? - se levantó, sacudiendo la tierra de sus manos y mirando con una sonrisita a su esposa cuidarlas-. ¿Se te ocurre algún nombre?
- Amapola -señaló a las que regaba con tanto cuidado, mirándole de igual manera-. Aunque mis favoritas son esas - señaló unas color anaranjado, las cuales estaban en mayor cantidad y mejor distribuidas-. No tengo un nombre para unas flores tan bonitas.
Moblit las miró con atención, pensando en un nombre que hiciera justicia a las flores favoritas de su mujer. Pensando, su mirada se desvió al rostro concentrado y algo manchado de tierra de su compañera de vida, y decidió que había encontrado un nombre perfecto.
- Iris - ella le miró, confundida por su llamado repentino. Dejó la regadera a un lado, limpiando sus manos húmedas en el delantal-. Las flores, son iris.
Sonrió, brillando tanto como las flores amarillas que giraban junto al sol, y la recibió en un abrazo. Su trabajo junto a Hange Zoe era de lo más agobiante y movido, pero lo adoraba, y adoraba aún más saber que a unos minutos a caballo su bonita esposa estaba esperando en casa rodeada de bonitas flores que le recordaban a ella y un plato de comida caliente. Quería verla feliz en aquel lugar que había escuchado de los nuevos reclutas llamado mar, quería que fuera libre y no tuviera que preocuparse de que su hogar fuera nuevamente destruido por esas bestias, quería con todo su alma verla libre y feliz. Hange a veces bromeaba que era un bobo enamorado, y reía poniéndole nervioso cuando la pidió consejos para pedirla matrimonio definitivamente. Igualmente, ella terminó siendo la madrina de bodas, y ambas mujeres eran mejores amigas.
Tal vez por eso no temió cuando anunciaron el inicio del plan de la recuperación del Muro María. Si podían recuperar Shinganshina, entonces Iris recuperaría su pastelería, donde volvería a verse tan deslumbrante con los brazos llenos de harina y dando ánimos a los soldados con sus postres. Si recuperaban Shinganshina, podrían llenar su hogar de más flores nuevas, la carne no faltaría en la mesa, y podrían vivir una vida más tranquila.
- Moblit - llamó, cuando él ya estaba en ese cómodo pijama que ella le había regalado. Hizo un ruidito indicando que estaba escuchándola, mientras doblaba con cuidado su uniforme para ir a la mañana siguiente a la reunión con el comandante Smith para tratar la reconquista-. Tengo una sorpresa.
Moblit dejó su chaqueta con las alas de la libertad en el perchero, mirando interesado a su mujer. No era su aniversario, tampoco su cumpleaños o alguna fecha especial, ¿era un regalo casual como los que se daban sin previo aviso? La última vez, él la había regalado un bonito vestido azul, a juego con sus ojos.
La camisa cayó de sus manos cuando vio lo que ella le enseñaba con una gran sonrisa, y viéndose contagiado de ella, la abrazó con cuidado elevando su cuerpo apenas unos centímetros del suelo.
- Me enteré la semana pasada -río, dejando un beso en su frente con cariño-. ¿Estás contento?
- ¿P-Podemos llamarle Gunther?
En ocasiones podría decirse que Iris Berner cambió por completo a Moblit, pero ella lo negaba por completo. ¡Ella fue quien le dio la confianza que mostraba en su hogar! Desde que se enteró de su embarazo, toda la Legion se enteró al mismo tiempo al haber sido Hange la que abrió la boca al grito de la futura paternidad del co-capitán, lo que hizo que varios de los soldados se presentaran en su hogar con regalos y felicitaciones bastante sorprendidos de que el nervioso soldado que cuidaba las espaldas de la co-comandante fuera ahora a grandes pasos para ser padre. Erwin Smith felicitó a la pareja con sinceridad, aunque en sus ojos brillaba la duda cuando escuchó que el bebé nacería después de la misión.
- Debes prometerme que volverás - suspiró, negándose a dejar ir a su marido con Hange. Su enorme vientre dificultaba que pudieran abrazarse con fuerza, pero era cálida la sensación de estar despidiéndose también de su hijo-. Te estaremos esperando, ni se te ocurra dejarnos solos.
Sonaba firme, pero Moblit y Hange, a unos metros con dos caballos, sabían que estaba completamente destrozada y perdiendo los nervios poco a poco.
- Te traeré flores - prometió-. De tus favoritas.
- ¿Iris?
- Y tulipanes.
No supo cuánto tiempo estuvo sentada en esa hamaca que él había construido con ayuda de Hange en cuanto su vientre comenzó a ser tan pesado y agotador que apenas podía regar las flores, tampoco las lágrimas que derramó cada vez que su bebé pateaba, como si de esa manera estuviera preguntando por la extensa ausencia de su padre. La misión debió haber acabado al amanecer del segundo día, pero todo estaba tan silencioso y vacío como la mañana anterior, como el lado de la cama de Moblit, o el plato de comida que había preparado para su regreso. ¿Y si todos habían muerto? ¿Y si se había alargado la expedición y tan sólo estaba siendo paranoica? Hange no dejaría morir a su mano derecha, y tampoco sería tan cruel de dejarla a la espera de noticias tanto tiempo, sabiendo de su estado.
Como si estuviera llamándolo, el trote suave de unos caballos acercándose la despertó por completo tras dos noches de mal sueño y pesadillas. Habia memorizado el trote del caballo de Moblit, al igual que el de Hange, y se extrañó cuando no era ninguno de esos dos, además de que había un tercer caballo. Se incorporó despacio, atenta a cómo los caballos se detenían y los pasos de tres personas se acercaban despacio. Sus piernas temblaban, y algo dentro de ella suplicaba por creer que eran Hange, Moblit y el comandante Smith, pero que sus caballos había padecido en combate, como solía ocurrir con los caballos de la Legión.
Uno, dos, tres toques, y ella ya estaba casi cien por cien segura de que Moblit no estaba tras esa puerta. Su Moblit no llamaba, simplemente entraba con una bonita flor y la sonreía con su cabello despeinado y ojeras tras horas de papeleo persiguiendo a la investigadora apasionada de los titanes.
Abrió la puerta con los ojos cerrados fuertemente y una mano aferrada a su vientre, y tan solo escuchó un pesado suspiro de Hange. Una mano se posó sobre la suya, apoyada en su vientre con fuerza, y abrió los ojos. Frente a ella, Hange, el capitán Levi y un soldado de no más de quince años la miraban con lástima, pena, como estaba evitando ser observada tras lo que acababa de ocurrir.
- Iris...
Hange llevaba en sus manos unas flores.
- Pasad, no puedo estar mucho tiempo en pie - susurró, volviendo a paso suave a la mecedora y escuchando tras ella a los tres exploradores cerrar y tomar asiento en el sofá de mullidos cojines de colores alegres cosidos por ella misma-. Disculpad mis modales, pero este pequeño apenas me deja dormir - sonrió, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas mientras miraba su evidente embarazo de nueve meses-. Iris Berner - se presentó, extendiendo una mano hacia el joven soldado.
- Armin Arlet, señora Berner - dijo, sonriendo de manera incómoda.
- Iris, por favor... - llamó Hange, con su único ojo no dañado tras esa venda fijo en ella, en su manera tan tensa de actuar.
- ¿Le dolió?
Levi agachó la cabeza, mientras que Hange se sentó a su lado despacio y la abrazó ocultando su rostro cerca de su clavícula, dejándola comenzar a derramar gruesas lágrimas mientras temblaba como un perrito asustado. El dolor la consumía el pecho, y las patadas habían comenzado con mayor fuerza, como si ese bebé en su vientre supiera que su padre no iba a volver a hablarle sobre flores, su futuro nombre o como jugarían en ese lugar llamado mar del que un cadete no dejaba de hablar.
- Él me salvó la vida, Iris - susurró, acariciando su espalda con cariño. Oh, su pobre amiga Hange, cuánto peso debía de estar cargando sobre su espalda-. La explosión arrasó todo, pero él me empujó a tiempo a un pozo. Murió como un héroe, Iris; siempre lo ha sido.
- M-Me alegra que estés viva, H-Hange - balbuceó, con un temblor demasiado fuerte en sus manos. El doctor la había pedido que debía mantenerse alejada de emociones fuertes por el bien de ese bebé que pronto nacería, pero era Incapaz de pensar en otra cosa que no fuera en su amado Moblit sacrificandose de esa manera por su mejor amiga-. ¿F-Funcionó?
- Hemos recuperado Maria, señora Berner - afirmó Armin, evitando mirar la situación de ambas mujeres. No entendía qué hacía él ahí, pero Hange había insistido que debía ir con ellos a darle la noticia a la ahora viuda y embarazada Berner.
- Moblit nos dijo que recuperaríais algo muy importante allí - musitó Levi, sin saber cómo consolar a la mujer que parecía haber perdido varios tonos de color al verlos llegar sin su marido.
- Oh, mi Moblit - se deshizo en sollozos, importandola poco y menos que el capitán Ackerman y el muchacho rubio estuvieran ahí viendo todo. Hange dejó caer una lagrima de igual manera, sabiendo a lo que se refería el capitán perfectamente-. A-Allí fue donde nos c-conocimos, Hange.
- Desde entonces su dulce favorito fueron las tartaletas de manzana - recordó la de gafas, haciéndole un gesto a Levi. Él no entendió, y le trató de repetir varias veces para facilitar su comprensión-. Deberías beber un poco de té, Iris.
Levi asintió comprendiendo a lo que se refería de una vez por todas, y fue en silencio a la cocina.
- El bebé - sorbió por la nariz, sacando sus hinchados ojos para poder ver la silla donde Moblit siempre se sentaba a armar el mobiliario para el bebé-. M-Moblit quería llevarlo a ver e-el mar - soltó una risa mezclada con un extraño sollozo, como un gemido de dolor-. ¡N-Ni si quiera sé lo que e-es! Oh, Hange - se aferraba con fuerza a la capa de la soldado-. ¿Qué voy a hacer?
- Armin sabe lo que es el mar - se separó de ella, señalando al rubio que se sonrojó brutalmente. No quería cometer algún error y dañar más a la sensible embarazada frente a él-. Armin, ¿puedes explicarla a Iris qué es el mar?
- ¡C-Claro! - asintió. La morena se limpió las mejillas, mirando con atención al pequeño de ojos como el cielo-. B-Bueno, el mar...
Hange supo que llevar al muchacho que había animado el sueño de Moblit de llevar a conocer el misterioso mar a su esposa y futuro hijo había sido buena idea, porque la sensible viuda había sonreído con sinceridad ante los ojos brillantes del adolescente que hablaba de una enorme masa de agua con todo tipo de peces, sal y tan extensa que el horizonte se perdía en ella.
Para las siguientes semanas, un par de flores fueron arrancadas de ese bonito jardín, y acabaron en una tumba vacía del cementerio de los caídos en la batalla de la reconquista del Muro María, justo al lado de la placa que rezaba el nombre de Mike Zacharius. Rompiendo el esquema de las rosas y medallas de honor, la tumba de Moblit Berner estaba cada día llena de brillantes flores exóticas y un pequeño peluche de bebé. Si no era la nueva comandante de la Legión quien se presentaba allí, era una embarazada mujer de ojos cansados siendo siempre ayudada de un soldado de pequeña estatura pero fuerza necesaria para no dejarla caer cuando se rompía en llanto frente a la gris y fría lápida.
Cumpliendo la tercera semana tras la reconquista de la muralla, el hospital de Trost recibió con sorpresa a la comandante de la Legión y a una mujer en labor de parto que no dejaba de suplicar que si algo iba mal, que salvaran al bebé. Tal vez fuera el pánico por el dolor ocasionado en cada contracción, o la absorbente depresión que la gritaba que debía buscar a su Moblit.
No sólo un llanto se escuchó además del de la propia mujer, la cual agotada y llorando con fuerza, apenas fue capaz de mirar a los dos bebés que las parteras la enseñaban con una sonrisa de orgullo tras un complicado parto.
- Suele ocurrir en ocasiones - suspiró la enfermera, mirando con pena a la mujer que seguía llorando mientras miraba por la ventana con melancolía-. Nunca suele durar más de unos meses, pero es tan común como las muertes en el parto.
- ¿Podemos ayudar de alguna manera? - la comandante no dejaba de insistir, meciendo con cuidado a la niña recién nacida-. Iris...
- Me temo que no - negó, mirando de reojo como el soldado de mirada fría y seria parecía sujetar al bebé como un trozo de porcelana-. El tiempo la sanará pronto, aunque pueden preguntarla si tiene algún nombre para los bebés.
Hange quedó muda. Moblit solía comentar muchas ideas que tenía para el nombre de sus hijos, pero murió llevándose el secreto del nombre definitivo en caso de que fuera un niño. Levi miró fijamente a la niña que bostezaba en brazos de su compañera y superior, e hizo una apenas perceptible mueca. Tal vez fuera su sentimiento de culpabilidad o experiencia de haber crecido sin un padre o haber podido aprovechar bien el poco tiempo que tuvo con su madre, pero desde que la mano derecha de Hange murió dejando sola a la embarazada mujer que les repartía pasteles desde que se unió a la Legión, se había encargado de no dejarla caer como un amigo.
- Moblit y Dhalia Berner - Hange le miró con confusión y sorpresa-. Los nombres de las pulgas son Moblit y Dhalia.
Levi, aún cargando el bulto que dormía plácidamente desde que las enfermeras le limpiaron y revisaron, entró a la habitación donde la viuda parecía estar muerta en vida.
- Iris - llamó. Ella cerró los ojos, evitando ver como el soldado traía a uno de sus hijos. No quería verlos, no quería estar cerca de ellos, no quería saber nada de ellos-. Abre los ojos, Iris.
- No quiero verlos - se negó, incorporándose ligeramente sobre el respaldo de la cama donde descansaba tras horas de parto-. No puedo.
- ¿Vas a despreciarlos de esa manera después de todo? - soltó, cortante y brusco. Un ruidito se escuchó, y pronto el llanto del niño llenó la habitación. Iris abrió los ojos, mirando el bebé de apenas dos días de nacido sollozar y extendiendo sus puños regordetes hacia ella-. Iris.
- No puedo sin Moblit - negó, sin desviar su mirada del pequeño niño-. Jamás he podido.
- Esos críos necesitan a su madre - se acercó un paso, extendiendo el bebé envuelto en una manta marrón-. No puedes hacerles esto, ni a esos niños ni a Moblit.
Temblorosa, aceptó el bebé, dejándole sobre su pecho. Las lágrimas volvieron a caer de su rostro, percatandose de que la pequeña pelusa de cabello era del mismo tono que el de Moblit, y sus ojos eran casi negros, como los suyos.
- Moblit siempre decía que sería un sueño si nuestro bebé sacaba mis ojos - sonrió, peinando con cuidado a un lado esos cortos y finos mechones de cabello-. Jamás los vi nada de especial, pero él decía ver estrellas en ellos.
- ¿Quieres ver a tu hija?
Asintió, y como si fuera una señal, Hange entró también. No dudó en dejarla el bulto envuelto en una manta azul a su otro lado, analizando con atención como Iris descubría por primera vez que ambos bebés serían, probablemente, una réplica de su padre.
- Tiene sus ojos - dijo, ilusionada. Hange asintió, recordando a su difunto compañero-. Hange, tiene sus ojos.
- Será una pequeña Moblit - afirmó.
- Dhalia y Moblit - repitió lo mismo que había dicho Levi-. Él no se decidía por un nombre, por eso me dijo que lo decidiera yo cuando nacieran - explicó abrazando suavemente a sus bebés-. Hange, Levi - les llamó-. ¿Qué creen que hubiera dicho Moblit?
Hange sonrió ampliamente, sentándose a un lado y haciendo una cresta con el poco cabello del niño.
- Que jamás los dejaría a mi cargo.
Una carcajada salió de sus labios tras mucho tiempo.
- Sí, estoy segura de ello.
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